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Desafio de galaxias (capitulo 82 y ultimo)

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                                             * * * * *

Abrió los ojos y estuvo un rato desorientada en la penumbra. Los recuerdos del día anterior le vinieron a la mente haciéndola dudar de si había sido un sueño. Intento incorporarse pero un dolor agudo en el muslo se lo impidió, se miró, y en la penumbra pudo ver que lo tenía vendado. No, no había sido un sueño, y el muslo no era lo único que la dolía, la verdad es que la dolía todo. Se giró hacia un lado para ponerse en el borde de la cama y dejó caer las piernas al tiempo que Anahis entraba en el dormitorio.

— No seas burra, deja que te ayude que te vas a saltar los puntos de la pierna.

— ¡Joder! Anoche no me dolía tanto.

— El doctor ha pasado antes a verte, pero no ha querido despertarte: ha dicho que ibas a estar muy dolorida y ha dejado un analgésico. Y que cuándo te despiertes y comas algo, te quiere ver en la clínica como un clavo, —dicho esto, la colocó el aplicador subcutáneo en el cuello e inyectó una dosis—. ¿Cómo te encuentras mi amor?

— Hecha una mierda, si hubiera sabido que hoy iba a estar así, no me hubiera peleado con ese hijo de puta: hubiera mandado a Pulqui o a Bertil, —bromeó—. Pensaba que no me había alcanzado tantas veces.

— Ya lo creo que lo hizo… y tú a él. Nos tuviste con el corazón en un puño.

— Y golpeaba muy fuerte. Por favor, acércame el uniforme.

— No tienes, se los ha llevado Sarita a la lavandería. Y el de gala: a planchar.

— ¡Pero…!

— Nada de peros, te recuerdo que estás de baja. ¡Ah! Y las condecoraciones…

— ¿Qué las pasa?

— … a sacarlas brillo.

— ¡No me los voy a poner!

— ¡Sí! Te las vas a poner.

— Pero son muchas: no me entran en el pecho, —dijo con retintín—. Me puedo caer hacia adelante con el peso de tanta chatarra.

— ¡Hay que ver como eres! Solo las federales y algunas nacionales, las más importantes.

— ¡Joder!, ¿habéis previsto algo más para mí?

— Que recuerde… nada más, pero no te lo aseguro.

— ¿No pensaréis también que voy a estar aquí encerrada todo el día?

— ¡Pues claro que no!, recuerda que tienes que comer e ir a ver al doctor, —y cogiendo unos pantalones cortos la ayudo a meter los pies en ellos. Luego, la ayudo a levantarse y se los subió. La puso una camiseta de tirantes y unas chanclas en los pies: todo militar, por supuesto—. Ya estás.

— ¿No pensaras que voy a salir así?

— Ya lo creo que vas a salir así: estás divina de la muerte. Yo me tengo que ir, que tengo cosas que hacer. Ya he llamado a alguien para que se encargue de ti. Te cuento: esta tarde llegan el presidente, los ministros, y los cancilleres. Con él llegara la reverenda madre, y esta noche tus padres, que asistirán a la cena de gala, y los de Sarita y Felipe, —nada más decirlo, sonó el timbre de la puerta—. Tu acompañante, ya ha llegado.

— ¿Quién es? —preguntó Marisol con el ceño fruncido. Anahis abrió la puerta y el sargento entró en la estancia. Marisol le hizo una señal para que se acercara y le olió el aliento.

— Ni una gota, —dijo el sargento dejando una bolsa encima de la mesa, junto con el escudo. En su interior estaban la espada, la vizcaína y el casco de Marisol, perfectamente limpios. Después, acaricio con el índice el entrecejo de Marisol que soltó una carcajada, para acto seguido, darle una ristra de sonoros besos.

— Cuándo era pequeña y me regañaban…

— Que era demasiado a menudo, —añadió el sargento.

— … le buscaba y enfurruñada me sentaba en sus rodillas mientras reparaba zapatos en su zapatería, y el me acariciaba con el índice entre las cejas y me decía: «si frunces el ceño con tanta fuerza, se te va a quedar arrugado para siempre». Bueno venga, vámonos.

Asida al brazo del sargento, salieron del camarote, y muy despacio se dirigieron al comedor. Se cruzaron con mucha gente, que a pesar de la cara resacosa, la saludaron con un cariño desbordado. El sargento se mostraba como un padre henchido de orgullo. En el comedor, logro que picoteara algo, y eso después de insistirla mucho, y a continuación la condujo a la clínica donde la hicieron un chequeo completo y la cambiaron los vendajes. Después, le convenció para ir al Centro de Mando.

— Solo a saludar, de verdad, te lo prometo.

— No me prometas lo que no vas a cumplir.

— Venga, ¡jo!

— No me empieces con los ¡jos!

— Que solo saludo y nos vamos, ¡jo!

— ¡Y dale! Anahis me va a dar una charla que me voy a cagar… y tú vas a tener la culpa.

— Que no, que no, que yo la digo que no,

— Bueno, sí, cuidado, que me vas a defender.

— Podría hacerlo.

— Claro que podrías, —dijo achuchándola con cariño—. Anda, vamos, me pondré el casco.

Unos minutos después, entraron por la puerta del despacho de Marión donde se encontraban también Anahis e Hirell.

— ¡Menudo guardián te he puesto! —exclamó Anahis poniendo los brazos en jarra.

— No le regañes, que es culpa mía.

— Claro que es culpa tuya, eso ya lo sé yo.

— Venga Anahis, si ya contábamos con eso, —dijo Marión acercándose y besándola, al igual que Hirell—. Estás hecha una mierda.

— Y me duele hasta la coleta. ¿Cómo va todo? —preguntó mientras se sentaba en una silla con la ayuda del sargento.

— Muy bien, a primera hora, Hoz ha terminado de sacar a los guardias que se había refugiado en los sótanos del Palacio de la Regencia. Escuadrones navales conjuntos están buscando a las naves enemigas que están dispersas, para conducirlas al Mundo Bulban. Y toma, fírmame esto: es la primera orden de desmovilización de tropas, tal y como habíamos hablado, —dijo Marión entregándola una tableta. Marisol, sin leerlo, introdujo su código de firma—. He hablado con el presidente y no viene solo: medio parlamento de ha unido a la comitiva presidencial.

— ¡Joder!, ¿y si nos vamos a España? —preguntó Marisol al sargento.

— Yo encantado, no me lo tienes ni que preguntar.

— ¡Españoles! —exclamó Anahis— en cuanto se juntan dos…

— Por cierto, para que no te pille por sorpresa, —dijo Hirell—: se ha liado una buena polémica entre los parlamentarios por tu condecoración.

— ¿Qué condecoración? Ya las tengo todas.

— Unos quieren darte otra Medalla de Honor de la República, y otros quieren inventar otra nueva: algo así como la Orden del Merito.

— ¡Joder! Que pasa, ¿se aburrían en Beta Pictoris?

— Esos cabrones quieren salir en la foto, —dijo el sargento distraídamente—. ¡Uy! lo siento, se me ha escapado…, pero la foto solo es de mi niña.

— Anda, vamos a llenar la petaca, antes de que se te escape algo más, —dijo levantándose con la ayuda del sargento— que luego viene el presidente y te la deja temblando. Pero primero, vamos otra vez a la clínica a que me pongan otro chute.

— No hace falta, tengo yo el analgésico, —dijo el sargento tocándose el bolsillo. Después, mirando su reloj, añadió—: hasta dentro de tres cuartos de hora no te puedo poner más.

— ¡Y no te pongas a darle al veneno que destila este! —exclamo Anahis señalando al sargento.

— Mi señora, yo no destilo veneno, —añadió el sargento con aire ofendido.

A media tarde, Sarita llegó con los uniformes limpios y la ayudo a vestirse mientras el sargento se iba para ponerse el uniforme de gala.

— Me ha dicho Anahis que esta noche llegan nuestros padres: ¿crees que es apropiado? El palacio todavía no está habilitado para recibir huéspedes, y además, llega medio parlamento.

— No te preocupes que ya está todo preparado: los padres tienen alojamiento en el Fénix y a los parlamentarios que les den por el culo. Además, mis padres traen a la niña.

— ¡Qué bien! Que ganas tengo de achucharla.

— Por cierto, al final hemos decidido bautizarla; ya sabes que los padres de Felipe son muy cristianos y los míos no lo ven mal, y para evitar líos…

— Es normal, hacéis bien y como dices: evitáis líos con la familia.

— Queremos que seas la madrina.

— ¿Sí?, ¡joder tía! pues claro, pero vuestros padres…

— Ya está hablado, pero tienes que llevar… mantilla.

— ¡No jodas!

— Y blanca, que estás soltera.

— Técnicamente no lo estoy.

— Anahis no cuenta, y te recuerdo que no conoces varón: eres… pura.

— ¡Venga ya! No voy a ir con una peineta blanca como si fuera una virgen: ¡no me la voy a poner!

— ¡Ya lo creo que sí! Aunque te la tenga que clavar a la cabeza con un martillo.

— ¡Joder tía!

— Piensa en Anahis, el blanco la sienta muy bien. Seguro que no pone reparos.

— Ya esta: me caso con ella, y ya puedo usar la mantilla negra.

— ¿Pero como tienes tanto morro?, ¿te vas a casar con Anahis para no ponerte la puta mantilla blanca?

— Sabes que tenemos pensado casarnos, solo lo adelantaremos.

— ¡Anda!, no digas sandeces, —dijo Sarita mientras llamaban a la puerta y abría. El sargento entró impecablemente vestido y dio dos besos a Sarita—. Estás hasta guapo, —bromeó mientras le sacudía unas pelusillas de los hombros.

— ¿Tú te crees? —le dijo Marisol— quiere que me ponga una mantilla blanca para el bautizo de la niña.

— Y bien guapa que vas a estar.

— Vete a tomar por el culo, ¡anda corre!

A media tarde, todo estaba preparado en el enorme vestíbulo principal del Parlamento Republicano para recibir oficialmente al presidente y su sequito. El recinto había sido preparado urgentemente: los escombros habían desaparecido al igual que los destrozados escaños de madera y, a pesar de los enormes destrozos, todo parecía bastante pulcro. Una representación militar multiétnica, impecablemente uniformados de gala, formaban en un lateral del vestíbulo, junto a todo el Estado Mayor que también estaba alineado. Al otro lado del vestíbulo, se alineaban las más altas personalidades de la República, junto con los ministros y un buen número de parlamentarios federales. El presidente llegó en una lanzadera, acompañado por los doce cancilleres que había llevado el peso principal de la guerra, y la reverenda madre. Entró por el hueco donde antes estaba la puerta principal, y por una alfombra roja se encaminó al encuentro de Marisol, que, a duras penas, en posición de firmes, le esperaba. Cuándo llego frente a ella, saludo militarmente y le ofreció la mano.

— Señor presidente: a sus ordenes, —el presidente aceptó su mano, y a continuación, la abrazó dándola dos besos.

— Lo has conseguido.

— No señor presidente: lo hemos conseguido todos. Permítame presentarle a mi Estado Mayor.

— Por supuesto.

— Pero permítame apoyarme en su brazo, la verdad es que no estoy en mi mejor momento.

— Lo sé, he hablado con tu médico y me ha informado, —dijo Fiakro acreciéndola el brazo. Uno a uno, y empezando por Marión, y siguiendo por Anahis, fue saludando a todo el Estado Mayor. A continuación, y acompañado por Marión, paso revista a las tropas, mientras el sargento llevaba a Marisol hacia el atril para los discursos, donde ya estaban los cancilleres. Cuándo el presidente se unió a ellos, comenzó el acto protocolario y varios de los cancilleres tomaron la palabra. Cuándo finalizaron, el presidente Fiakro comenzó a hablar.

— Recuerdo nítidamente el día que una jovencita con cara de asustada, vestida con el uniforme del Tercio Viejo de Voluntarios Españoles, entro en mi despacho. No sabría decir quien estaba más asustado, si ella o yo; en su caso porque nunca había estado en la capital federal, en el mío, por la incertidumbre de lo que se avecinaba. Pero hoy estamos aquí, once años después, y esa jovencita ha conseguido la victoria más colosal que han visto los tiempos, —el presidente tuvo que parar por los aplausos—. Una victoria que ha eclipsado las proezas de Matilda y la Princesa Súm. Pero esta victoria no ha salido gratis: millones de soldados, y miles de millones de civiles, han muerto en estos once años, a los que hay que sumar las enormes perdidas bulban, un pueblo antes enemigo, ahora aliado y que tendremos que integrar y con el que tendremos que aprender a convivir.

»¿Cómo recompensar a alguien que ya posee los más altos galardones de la República, y que además, nunca los ha pedido?, y por cierto: muchos podrían aprender de ella, —se escucharon risas procedentes de la zona militar mientras que del otro lado del vestíbulo, se elevó un perceptible murmullo—, pero a lo que vamos: los cancilleres principales y yo, hemos decidido ascender a la general Martín, al grado de mariscal general de todos los ejércitos federales, —un estruendo de aplausos se elevó, mucho más intenso desde el lado militar—. Este cargo, que no existía desde la derrota de los ejércitos imperiales, hace cuatrocientos años, es única y exclusivamente propiedad de Marisol Martín, y nadie, repito: nadie, podrá usarlo en los siglos venideros.

»Se que ella va a protestar, dirá que la victoria no es cosa suya, sino de su equipo de colaboradores y de su Estado Mayor, empezando por su fiel segundo comandante, la general Marión, y terminando por la no menos fiel ayudante de campo y amiga: Sarita. Y tiene razón, ha sabido rodearse de un grupo excepcional, pero de entre ellos, ella sobresale con luz propia, —aplausos calurosos desde el lado militar, seguidos tímidamente por los del otro lado—, ella ha sido el faro que ha iluminado el camino a seguir, y nos ha conducido a este emocionante momento. Marisol, sabes que tienes la gratitud y el reconocimiento de todos los habitantes de la galaxia, por eso, para mí, es un honor hacerte entrega de estas insignias, que tan justamente has ganado, —el presidente se acercó a ella y la colocó otra estrella más en las hombreras de la guerrera. A continuación, con la ayuda de un par de cancilleres, la quitaron su fajín rojo de general y la pusieron el nuevo de color morado. Después, se acercó el canciller de Mandoria y la entrego su bastón de mando, con la empuñadura de oro labrado.

— Queridos amigos, yo no merezco tantos reconocimientos, —dijo Marisol cuándo se puso delante del atril. Sus palabras causaron un buen número de carcajadas, la del presidente primero—. Yo, hacia vosotros solo tengo gratitud, porque, aunque el presidente se ría, sí, somos un equipo, los que estáis aquí, y los millones de hermanos y hermanas que han estado presentes en los innumerables campos de batalla, en los que muchos han dado sus heroicas vidas. Lo repito, solo tengo una infinita gratitud y un gran reconocimiento, y… como estoy a punto de ponerme a llorar, es mejor que deje de hablar antes de que moje el micrófono y cause una avería: muchas gracias a todos.

Un estruendo de vítores y aplausos se elevó de entre los asistentes, mientras el sargento, con lágrimas en los ojos, la ayudaba a bajar del atril. La comitiva presidencial, con Marisol y el Estado Mayor, salieron al exterior donde miles de soldados les esperaba.

— Marisol, si anuncias ahora mismo que te presentas a la presidencia, —dijo el presidente riendo mientras señalaba a los políticos— esos, se cagan todos.

— No sea malo señor presidente. Marión será una excepcional presidenta.

Después de la cena de gala en uno de los hangares del Fénix, a la que ya asistieron sus padres, Marisol pasó por la clínica para que cambiaran los vendajes y después, por fin, regreso a su camarote en compañía de Anahis.

— Creía que no se iba a acabar nunca.

— Parecías un estrella de cine, todos querían sacarse una foto contigo. Y los de los selfies: ¡qué pesados!

— ¡Sí! Galaxinet debe de estar inundado con mi imagen.

— Marión también ha estado muy solicitada.

— Eso esta bien: que se promocione. El presidente me ha dicho que la semana próxima va a forzar una crisis de gobierno y quiere que Marión pase a formar parte del nuevo ejecutivo.

— ¿Y ella lo sabe?

— Se lo debe de estar diciendo ahora. Por cierto, tú pasaras a ser mi segundo al mando.

— ¿Crees que será apropiado? Soy tu novia.

— Ya lo creo que si, —respondió Marisol abrazándola y acariciándola el trasero—, así te tengo más a mano.

— ¿Más todavía?

— Sí, mucho más.

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Epilogo.

Dos años después de la victoria aliada en Faralia y del fin de la guerra, Marisol arrinconaba definitivamente, en el Sector 103, a las naves piratas que habían estado atacando las rutas comerciales, y de las que no quedaban más de una docena. Después de eso, ya no hubo misterio: los supervivientes fueron cazados como conejos hasta que las dos últimas se entregaron y sus tripulaciones fueron puestos a disposición de la justicia.

Para entonces, Marión ya era presidenta de la República, después de que el gran presidente Fiakro, presentara su dimisión por motivos personales. En el siguiente periodo electoral, Marión arrasó a sus rivales políticos y encadenó seis legislaturas seguidas. En ese viaje la acompaño siempre su fiel Hirell, primero como representante por Ursalia en el Parlamento Federal, y finalmente como ministro en sus últimas legislaturas. El trabajo de Marión fue tan importante, que en los libros de historia, su figura se equipara a la del presidente Fiakro: este, por su liderazgo al frente de la guerra, y ella, por su liderazgo al frente de la paz.

Opx fue elegido canciller de Nar, su planeta natal. Bajo su dirección, los naritas regresaron a su platera de origen, comenzando el desmantelamiento de todas las infraestructuras militares, y la reconstrucción. Tantos años de presencia militar habían pasado factura, pero finalmente, y con mucho esfuerzo, Nar volvió a ser el precioso planeta que ya era en la época de Matilda.

Al igual que su señor Opx, Oriyan, varios años después, avandonó el ejército y termino siendo elegida princesa regente de la República de Faralia. Veinte años después de la victoria, Faralia no presentaba el más mínimo rastro de la destrucción que soportó, e incluso, la zona de contaminación radioactiva había sido limpiada. El túnel que construyeron los ingenieros militares, se ha convertido en una atracción turistica que visitan millones de turistas todos los años, y en el que se ha montado un parque temático que explica el desarrollo de la batalla final, y donde la figura de Marisol tiene un papel preponderante.

Felipe Pardo, también fue elegido canciller de Nueva España. Sarita, su esposa, continuó en el ejército al lado de Marisol, hasta que esta, termino de organizar las Fuerzas Federales de Defensa y se retiró definitivamente cinco años después del fin de la guerra. Después, se convirtió en la jefa de gabinete de su marido. Como decía Marión, los buenos están donde deben estar.

Cuando Loewen murió, treinta y dos años después del fin de la guerra, el monasterio de Akishar había alcanzado, y sobrepasado, el prestigio que tenía durante la dirección de Marión, y se había equiparado a Konark en importancia cultural y religiosa. La reconstrucción del monasterio fue laboriosa y concienzuda, y el rescate, restauración y clasificación de los fondos sepultados durante los combates y la ocupación bulban, duraron varios lustros.

J. J. dejo el ejército y abrió un restaurante en la plaza Mayor de Almagro la Nueva. Ese primer restaurante fue el embrión de una pequeña cadena que se expandió por varias importantes localidades manchegas, convirtiéndose en un restaurador de éxito, y consiguiendo, incluso, alguna Estrella Federal de Gastronomía, una especie de estrella Michelin de la galaxia. También abrió restaurantes de cocina manchega en la capital federal y en Mandoria.

Como no podía ser de otra manera, Anahis sucedió a su padre en la cancillería de Mandoria, cargo para el que fue elegida por aclamación popular. El temor de los políticos de entonces se hizo realidad: casi todos los lideres militares terminaron en las cancillerías o en el Parlamento Federal. Marisol permaneció siempre a su lado, primero, mientras siguió siendo comandante de las Fuerzas Federales de Defensa (FFD): el cuartel general siguió estando en Mandoria. Y luego, como civil, compartiendo su vida con Anahis en los aposentos del Palacio de la Cancillería.

Las FFD, sustituyeron a las antiguas Milicias Federales, y estuvieron asociadas a la Policía Federal como tropas de complemento, así como al servicio federal de Protección Civil. Nueva España y Faralia, continuaron teniendo presencia militar como antes de la guerra, y se instalaron nuevos acuartelamientos en lugares estratégicos del Sector 26, para prever cualquier contingencia, con la hipotética apertura del corredor con Magallanes, o un posible conflicto con el Mundo Bulban, cuya adaptación a las leyes federales no estaba exenta de problemas.

La enorme flota federal fue adaptada a las nuevas necesidades. Parte pasaron a depender de la Policía Federal como unidades de patrulla estelar. Otra parte siguió dependiendo de las FFD, y el resto, fue almacenado en lugares estratégicos. Lo mismo ocurrió con el material de la Infantería: parte de los carros de combate y de los autopropulsados, se almacenaron en depósitos de Mandoria, Numbar, Maradonia y Nueva Turquía, y el resto, se mandó a las plantas de reciclaje. Igualmente, la Fuerza Aérea almacenó parte de sus interceptores y bombarderos, vendió para usos civiles otra parte después de desarmarlos, y desguazó el resto. Otro trabajo que emprendió Marisol fue recuperar las millones de armas cortas, rifles de asalto y artillería portátil y lanza misiles, que se fabricó y distribuyó durante la guerra. Lo mismo ocurrió con las armas cortas bulban, que pasaron también a ser controladas por el FFD. Tanto el presidente Fiakro, como la nueva presidenta Marión, no estaban dispuestos a permitir que millones de armas circularan sin control por la galaxia.

Los kedar, se integraron definitivamente en la República, seis años después del fin de la guerra, una vez que adaptaron sus leyes a las federales y la canciller Aunie, acabo con la influencia nociva de los lideres étnicos y religiosos. La batalla principal y definitiva se libró, por la pretensión del clero kedar de querer controlar los medios de locales de televisión y los contenidos docentes de las escuelas públicas, en un intento de adoctrinar al pueblo. Fracasaron, y con el paso de los años, de ellos no quedó ni el recuerdo, convirtiéndose, el pueblo kedar, en una sociedad moderna y libre de prejuicios étnicos, morales o religiosos.

Los bulban tardaron mucho más en integrarse, en concreto veinticuatro años. Se crearon dos sociedades bulban: una, la Unión Bulban de Manixa, que englobaba al antiguo Mundo Bulban, y la otra, la Confederación Bulban, creada en los primeros asentamientos de refugiados creados durante la guerra. Unir las dos sociedades era imposible a causa de la enorme distancia existente entre ella, y la separación se consumó, después de que por primera vez, los bulban votaran en referéndum y decidieran ir por caminos distintos. La Confederación Bulban gozo del apoyo decidido de Marisol a su amiga Iris, que también termino convirtiéndose en la primera canciller elegida democráticamente. Trems y Hoz, decidieron fijar su residencia en la Confederacón Bulban bajo la protección de Iris.

Los convertidores que estabilizaban el antiguo Sector Oscuro, volvieron a funcionar y el tráfico de cualquier tipo de nave fue nuevamente posible en el Sector 26. Las rutas comerciales se abrieron y la prosperidad, poco a poco, regreso nuevamente al sector.

Cuando Marisol se retiró del ejército, y a propuesta suya, le sucedió el general Cimuxtel, hasta ese momento, segundo al mando. Marión lo acepto sin reparos, como no podía ser de otra manera. Mientras Anahis se dedicaba a la política, Marisol se dedicó a inaugurar, por toda la galaxia, colegios, hospitales y centros cívicos y culturales que llevaban su nombre, hasta que, finalmente, tomó, junto a Anahis, una decisión largamente meditada desde antes de que terminara la guerra. Se quedaron embarazadas. Pero antes de eso se casaron. La ceremonia, civil, sé desarroyó en la plaza Mayor de Almagro, con la asistencia de las personalidades políticas y militares más importantes de la República. También asistió la reverenda madre que actuó como testigo.

Mediante ovulación e inseminación artificial, y no sin dificultades, Anahis dio a luz a un niño humano y español, los donantes lo eran, y Marisol, a una niña mandoriana: mi madre. Para escribir esta crónica he utilizado los diarios personales de mis abuelas: para mí, Anahis también lo es. También utilice los de Sarita, que durante los años que estuvo junto a ellas, llevó en secreto, un relato pormenorizado de todos los hechos de los que fueron protagonistas. También tuve acceso ilimitado a los archivos personales de Fiakro y Marión, y a los de las cancillerías principales y las propias FFD.

A pesar de los terribles momentos que pasaron, me hubiera gustado estar con ellas, y ser testigo de todo. La paz no tiene precio, pero que duda cabe, que lo que ellas vivieron, no lo volverá a vivir nadie en miles de años. Al menos, eso queremos creer todos.

Pulqueria y Bertil, permanecieron en el ejército hasta su muerte. Fueron los últimos guerreros místicos de los que se tiene noticia, los últimos de su linaje, y sus descendientes, no heredaron sus poderes. Sus legendarias espadas: Eskaldár Surgúl, permanecen depositadas en el Monasterio de Konark. Tal vez esperan que un nuevo y aterrador peligro haga aparecer a un nuevo portador que enarbole la bandera de la libertad, aunque a Marisol, no la hicieron falta poderes misticos. Ella sola se bastó para liderar la mayor epopeya de la historia de la galaxia.

                                     * * * * * * * *

NOTA. Con este capitulo doble, termina la saga que empecé a publicar un 18 de julio de 2.013. Como aclaré desde el principio, nunca fue una continuación de «Matilda, guerrero del espacio», aunque la historia se desarrolla en el marco de la República Galáctica, y algunas localizaciones son comunes, la acción se desarrolla 400 años después de la caída del emperador Zannar.

Quiero dar las gracias a todos los que habéis seguido la historia, más de mil por capitulo, a pesar del escaso contenido erótico de la serie, y en la segunda mitad, prácticamente inexistente. Lo cierto es que seguramente, al menos por el momento, esta será la última serie que publicare en esta pagina: emigrare a la nueva pagina asociada a esta, de relatos no eroticos: «Megarrelatos» y a «cuentorelatos­» que también tiene una sección de no eroticos. En las dos publicaré, y publico, con el nombre de «calvito». Lo hago porque la nueva serie que tengo escrita, no es de contenido erótico (ni de ciencia-ficción) y no me parece honrado seguir publicando aquí, aunque pierda infinitamente más posibles lectores.

Nuevamente muchas gracias a todos por el apoyo recibido, y también a los que me han criticado, aunque, afortunadamente, no han sido muchos.

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MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 21)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 20)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 19)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 18)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 17)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 16)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 15)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 14)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 13)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 12)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 11)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 10)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 9)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 8)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 7)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 6)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 5)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 4)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 3)

MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 2)

MATILDA, la guerrero del espacio (Capitulo 1)

La venganza

Paraiso tropical.

Mi madre, mi amante, mi esclava

Combate

Su primera vez.

Feliz conejilla de laboratorio (y 4) Final

Feliz conejilla de laboratorio (3) Carol

Feliz conejilla de laboratorio. ( 2 )

Feliz conejilla de laboratorio

El refugio

ESTHER (capitulo 42 y ultimo)

ESTHER (capitulo 41)

ESTHER (capitulo 40)

ESTHER (capitulo 39)

ESTHER (capitulo 38)

ESTHER (capitulo 37)

ESTHER (capitulo 36)

ESTHER (capitulo 35)

ESTHER (capitulo 34)

ESTHER (capitulo 33)

ESTHER (capitulo 32)

ESTHER (capitulo 31)

ESTHER (capitulo 30)

ESTHER (capitulo 29)

ESTHER (capitulo 28)

ESTHER (capitulo 27)

ESTHER (capitulo 26)

ESTHER (capitulo 25)

ESTHER (capitulo 24)

ESTHER (capitulo 23)

ESTHER (capitulo 22)

ESTHER (capitulo 21)

ESTHER (capitulo 20)

Una tarde de putas.

ESTHER (capitulo 19)

ESTHER (capitulo 18)

ESTHER (capitulo 17)

ESTHER (capitulo 16)

ESTHER (capitulo 15)

ESTHER (capitulo 14)

ESTHER (capitulo 13)

ESTHER (capitulo 12)

ESTHER (capitulo 11)

La portera de mi casa

ESTHER (capitulo 10)

ESTHER (capitulo 9)

Antonia, o nadie es perfecto.

ESTHER (capitulo 8)

ESTHER (capitulo 7)

La abducción de Servanda

ESTHER (capitulo 6)

ESTHER (capitulo 5)

Mi amante es fria

ESTHER (capitulo 4)

ESTHER (capitulo 3)

ESTHER (capitulo 2)

ESTHER (capitulo 1)