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ESTHER (capitulo 13)

en Dominación

Madrid en agosto esta muerta, casi todo cierra, pero yo no tuve esa suerte. Cuando regresamos de La Granja, retome mis negocios. No quería que volviera a pasar, que por no dedicarles  un poco de tiempo diario, tuviera que estar otros diez días viajando por media Europa. Además, quería cerrar la compra de un antiguo cine de la Gran Vía, actualmente en desuso.  Conocí al propietario en el Parador de La Granja y aunque ya tenia mas o menos apalabrada la operación, había que rematarla.  Es lo bueno de frecuentar ciertos ambientes, que se conoce gente muy útil para todo, negocios, cultura. Y mi relación con Esther lo posibilita, ahora con ella voy a lugares que antes casi no frecuentaba y con la simpatía tan natural y extrovertida que emana se abren muchas puertas. Este caso es un ejemplo, en La Granja contacte con alguien que me puede vender un cine, que transformare en teatro. En Sevilla conocí a un director teatral que podría dirigir el futuro teatro. Y solo llevo tres meses con ella.

Por las mañanas, casi siempre salimos a hacer nuestras cosas y al gimnasio. Pero por la tarde, muchos días no salimos a ningún lado, preferimos quedarnos en casa.

En casa es mejor tenerla entretenida, porque si no, siempre terminamos igual, follando en cualquier lado. Por fortuna, Esther es una gran aficionada a la lectura y si el libro de turno la engancha, puede estar horas leyendo. También se ha convertido en una gran aficionada a la fotografía y como tira miles de fotos, tarda mucho tiempo en editarlas. Pero si no, si se aburre, ya la tengo rondando a mi alrededor maquinando algo para llamar mi atención y normalmente lo consigue. Una tarde que me encontraba escribiendo en el ordenador, oí un fuerte golpe procedente del gimnasio. Me levante apresuradamente para ver que había ocurrido y al entrar en la habitación prefabricada de la terraza donde estaba, me encontré a Esther colgada por  las manos del gancho del saco de boxeo. El día anterior se lo habían llevado para repararlo, son muchos golpes los que lleva. Esther se había subido a una silla y se había agarrado con las manos a la argolla superior, cuando se le volcó la silla y la daba miedo soltarse, aunque solo estaba a algo menos de un metro de alto. Cuando llegue, la encontré así, colgada y solo con el tanga puesto. No dijo nada, me miraba con cara de traviesa mientras yo la miraba a ella. Meneando la cabeza de un lado a otro, me di media vuelta y me fui.

– ¡Mi señor!

– ¡Mi señor!

– ¡Mi señor, no te vayas!

– ¡Mi señor, por favor!

– ¡Mi señor …!

Aparecí por la puerta con las muñequeras y tobilleras de cuero  en la mano. Me subí en la silla y la puse las muñequeras bien ajustados, pase una cadena por la argolla y la uní a las muñequeras con unos mosquetones pequeños.

– ¿Te vas a soltar? –la pregunte. Ella negó con la cabeza– bueno, como quieras.

Puse las yemas de mis dedos en sus costados, mientras Esther abría la boca y negaba con la cabeza.

– ¡Si, si, si, si! –la contestaba yo afirmando al mismo tiempo con la cabeza– ¡has sido mala!

Se soltó dando un grito y la sujete para que no se hiciera daño. Pero por el momento no seguí. La puse las tobilleras y con dos  cuerdas la sujete los pies a la base del soporte con las piernas un poco separadas. Me incorpore y poniendo  mis dedos otra vez en sus costados comencé a hacerla cosquillas. Después de unos pocos segundos ya se reía de forma histérica mientras su cuerpo de contraía marcando sus abdominales. Me sitúe detrás y mientras con una mano seguía con las cosquillas, con la otra acariciaba su cuadriculado abdomen. Como me gusta. Deje las cosquillas y baje la mano por dentro del tanga hasta que mi dedo medio entró a lo largo, entre  sus labios vaginales. Hice trizas su tanga, –pocas trizas porque sus tangas son minúsculos– y la deje definitivamente desnuda. Mis dedos insistían  en su vagina mientras Esther intentaba aprisionarme la mano apretando los muslos y encogiendo las piernas, pero no podía. Al estar colgada, su cuerpo se estiraba tanto que su caja torácica se  marcaba marcando sus costillas y su cadera. Me puse por delante de ella y aproxime  mis labios a los suyos. Ahora, al estar colgada de la cadena, empinándome un poco  podía. Ella intentaba alcanzarlos, pero yo solo  dejaba que los rozara mientras su deseo se disparaba. Metí la cara  en su axila, como me gusta, si pudiera la esnifaría.  El dedo de mi mano se introdujo definitivamente en su interior, mientras con la palma  la estimulaba el clítoris. Comenzó a chillar de placer hasta que grito al correrse. Solté las cuerdas de la base  y las pase por la argolla superior. Tire de ellas subiéndola las piernas totalmente hacia arriba y dejando su cuerpo totalmente doblado. Su vagina quedo totalmente descubierta, cogí la silla y  me senté para estar mas cómodo y empecé a chuparla el chocho con mucho brío, sin preámbulos. De inmediato Esther empezó a gemir y a gritar de placer cuando la introduje dos dedos en el ano. Se corrió rápidamente, pero seguí chupando su rajita y follando su culo con mis dedos. Un rato después se volvió a correr, su vagina chorreaba como una fuente y sus jugos caían directamente al suelo formando un charco. No recuerdo cuanto tiempo estuve así pero fue mucho y Esther gemía, chillaba, gritaba, sudaba y chorreaba sin descanso.

 – ¡Por favor mi señor, ya, me duelen mucho las muñecas, –me dijo como en trance.

Descolgué su cuerpo empapado en sudor, la lleve a la cama en brazos y la deposite sobre ella con suavidad. Para entonces tenia la polla que me iba a reventar, me puse sobre ella y la penetre a fondo provocándola un gemido intenso de placer. La folle despacio mientras la besaba el cuello  y mientras Esther me aprisionaba con sus piernas. Como siempre, me sincronice con ella y nos corrimos al mismo tiempo mientras Esther gritaba como una demente. Se quedo como muerta mientras yo recorría su sudoroso cuerpo con mis besos. Me levante y se queso tumbada, sin moverse. Con una toalla la seque el sudor al mismo tiempo que seguía cubriéndola de besos. La arrope con la sabana y me fui a duchar. Cuando termine seguía  en la misma posición, me tumbe a su lado mientras la acariciaba el pelo y la besaba.

Sonó mi móvil, era Isabel y conteste.

– Hola Isabel, dime.

– ¿Estas en casa, Eduardo? –me pregunto.

– Si, ¿qué ocurre?

– En media hora estoy ahí y hablamos, –la notaba seria, algo pasaba– voy a ir acompañada.

– De acuerdo, te espero.

– Vístete cariño, –dije a Esther mientras cortaba la comunicación– Isabel viene con alguien, en media hora esta  aquí.

Se levanto rápidamente y se ducho. Cuando termino, cogió la fregona y se fue a fregar la zona del gimnasio donde había estado colgada.

Llego Isabel acompañada por cuatro hombres que resultaron ser familiares.

– Vamos a inspeccionar toda la casa, –y dirigiéndose a sus familiares les hizo una indicación para que empezaran– vamos a hablar a un sitio que no estorbemos.

Nos sentamos en la terraza e Isabel puso su cartera sobre la mesa y fue sacando documentos.

–  Hemos tardado en detectar este problema, porque hasta hace dos días, la policía no nos ha facilitado copia de la documentación incautada a los detectives mandados por el marido de Esther, –guardo silencio unos segundos para comprobar que la seguíamos y continuo– hay información en esos documentos que solo se puede conseguir si hay micrófonos ocultos en esta casa.

Mire a Esther y comprobé que se había asustado mucho y que las lágrimas empezaban a recorrer sus mejillas.

– ¿Pero entonces han estado aquí dentro, en casa? – pregunto con voz entrecortada.

– Esther, tranquila, no pasa nada … –la intente calmar.

– ¡Como que no pasa nada! –me interrumpió y después de unos segundos añadió– ¿cómo puede ser tan despreciable?, ¡nunca nos dejara en paz!

– ¡Isa ven, hemos encontrado uno! –nos interrumpió uno de sus primos.

Nos levantamos y le seguimos a la cocina. En la rejilla de aireación había un micrófono. Siguieron rastreando con los equipos electrónicos que habían traído y después de un par de horas los encontraron todos, uno por habitación, salvo el salón que había dos y una cámara de vídeo en el dormitorio.

– Menudos chapuzas con la cámara, –dijo Isabel mientras otro de sus primos asentía– tenían que entrar a descargar la memoria cada cierto tiempo, esto ya se hace con wifi. Lo cierto es que ya os controlaban desde antes de iros a Marrakech.

– ¿Podrían seguir haciéndolo? –pregunte para tranquilizar a Esther.

– ¡No, no, no! –respondió tajante Isabel–  estos no, ya sabes que Pinkerton se ocupo de ellos en EE.UU. pero otros nuevos …

­– ¿Se puede instalar algún sistema para impedir …?

– ¡No lo recomiendo! –me interrumpió Isabel– podría afectar a vuestro móviles y al ordenador. Haremos un rastreo semanal, cambiaremos las cerraduras por otras mas eficientes y deberíais pensar en instalar una alarma.

En ese momento la cabeza me bullía como una olla a presión  y cuanto mas veía llorar a Esther de peor mala leche me ponía. Tenia claro que si este cabrón quiere guerra, la va a tener.

– Isabel, ¿podemos interceptar sus comunicaciones, sus correos, su PC …?

– ¡Sabes que es ilegal, no puedo comprometer a mi familia, la mayoría son policías!

– ¿Tu podrías?

– Yo si, pero mi informática no tiene el nivel necesario.

– De eso no te preocupes, ¿si te proporciono alguien  que si lo tenga, lo harías?

– Si, para este caso lo haría.

– Bien, esta persona es muy especial, dame tu palabra que nunca hablaras con nadie sobre ella y que  solo tratara contigo, –y después de una breve pausa, añadí– Isabel, quiero que te des cuenta de la importancia de ser discreto, pertenece al circulo mas cerrado de “Anonymous”, no hace falta que te diga que en EE.UU. y Europa les gustaría pillar a alguno de ellos. Nos referiremos a ella como … “Colibrí”.

Isabel me dio su palabra y así quedaron las cosas,  pero Esther tardo varios días en tranquilizarse. Me rompía el alma verla triste o llorando cada dos por tres. En cuanto a Colibrí, no lo dudó, en cuanto la explique lo que pasaba con Moncho, quien era y la índole de sus actividades sexuales acepto. Supervisada por Isabel, en pocas horas tuvieron controladas todas las comunicaciones de Moncho, incluso las zonas mas protegidas y oscuras de su ordenador. Gracias a ello, descubrimos que en los próximos días tenia previsto salir de España e instalar su residencia y su actividad profesional definitivamente en Casablanca.

Al día siguiente de que Moncho partiera para Marruecos, regresábamos ya entrada la noche a casa de ver un espectáculo y tomar una copa, cuando subiendo por la empinada calle Campomanes, dos individuos de aspecto inquietante nos cortaron el paso de forma abrupta. Agarre a Esther y la coloque a mi espalda mientras me pegaba a la pared. Notaba su cuerpecito temblar pegada a mi.  Los extraños, sin mediar palabra, comenzaron a lanzar golpes y yo los paraba o esquivaba como podía ya que mi movilidad, al estar protegiendo a Esther, estaba limitada. Mi entrenamiento de boxeo me vino bien, pero también lo que recordaba de mi experiencia juvenil en King Boxing. Y esta claro que no se lo esperaban. Durante la reyerta vi como a pocos metros se producía otra pelea, nuestro escolta se enfrentaba a puñetazos con otros dos individuos. Mientras intercambiábamos golpes, uno de ellos alcanzo a Esther con un fuerte puñetazo en la cara que la dejo tendida en el suelo inconsciente. El escolta, que  puso en fuga a sus contrincantes sacando su pistola y disparando al aire cuando estos sacaron navajas, llego a mi lado logrando detener a uno ellos,  mientras el otro, cojeando ostensiblemente pudo huir.

Un par de minutos después llego la policía y el Samur, avisados por el escolta. A Esther la trasladaron a un hospital porque seguía inconsciente, aunque por fortuna no tenia nada roto. Dos  de los agresores fueron detenidos en la operación de rastreo puesta en marcha rápidamente por la policía. Pero no soltaron prenda. Tres  días estuvo Esther en observación ingresada en el hospital. Un lado de la  cara la tenia amoratada e inflamada, el ojo  totalmente negro y una inflamación en los labios, un par de dientes un poco sueltos y el hombro renqueante  producto del golpe de la caída contra el suelo. En cuanto a mi, además  de un par de golpes en la cara, tenia los hombros y los brazos muy doloridos y magullados por los golpes recibidos al pararlos. Lo peor fueron los nudillos, donde me dieron dos puntos. No tengo costumbre de dar puñetazos sin guantes de boxeo y sin vendar.

 Cuando la dieron el alta, lleve a una dolorida y tumefacta Esther a casa.  Entramos y por indicación suya la lleve al dormitorio. Se sentó en la cama y me ayudo a quitarme la camiseta de manga larga que me había puesto para ocultar los moratones de los brazos. Cuando los vio, se puso a llorar.

– ¡Estamos hechos un  mierda! –la dije riendo mientras la atraía hacia mi y la acariciaba el pelo.

Ella, también se río  entre lágrimas mientras se abrazaba a mi cintura.

– Y sabes lo que es peor de todo, –añadí mientras la miraba a los ojos– que no me voy a poder comer esos  morritos, ni me la vas a poder chupar en unos pocos días, pareces una africana.

Mientras nos reíamos la quite la camiseta entre quejas  de dolor, la tumbe en la cama y la quite las converse. La desabroche el vaquero y tire de las perneras sacándoselo. La rompí el tanga –va a tener que reponerlos, últimamente me da por romperselos– y separando sus muslos, metí mi rostro en su vagina.

– ¡Mi amor, te hace falta un afeitado! –la dije bromeando, pero era cierto.

– Mi señor, es que en el hospital no podía, –me respondió con dificultad por la inflamación de los labios.

– ¡Pues vamos a solucionarlo!

Me levante y fui al baño a por sus cosas de afeitar. La puse una toalla debajo del trasero para no manchar la colcha y muy despacio fui extendiendo la crema por su vagina. Esther se dejaba hacer mientras la seguía masajeando para hacer la espuma. Empezó a mover la pelvis mientras sus respiración se hacia mas profunda.

– Ahora no te muevas que  no quiero  cortarte algo, –la dije mientras pasaba suavemente mi dedo pulgar por su clítoris.

La maquinilla se deslizaba con suavidad rodeando sus labios vaginales mientras mi pulgar insistía en su clítoris.

– Mi señor, eres malo, –medio suspiro entre dientes sin abrir casi los inflamados labios.

Seguí pasando la maquinilla mientras con los dedos de la otra mano tiraba suavemente  de uno de los labios vaginales. A continuación hice lo mismo con el otro labio vaginal y siempre procuraba rozar su clítoris de alguna manera. Cuando terminé, pase una toalla húmeda para limpiarla los restos de jabón y la seque perfectamente. Para entonces Esther ya estaba mas que “cardiaca”, intente chuparla la vagina pero no me dejo, tirando de mis hombros me puso sobre ella y me rodeo con sus piernas. La empecé a penetrar  con cuidado para no hacerla daño pero  vi que no era necesario, estaba totalmente mojada. Permanecí unos segundos dentro de ella sin moverme, quería saborear el momento, casi cuatro días sin estar en su interior era demasiado para mi. Apoyado sobre los codos la folle con lentitud, con mucha lentitud. Yo se que a Esther la entran los nervios y me pide que imprima velocidad al asunto, pero también se que cuando mas goza, es cuando la follo a “cámara lenta” como ella dice. Note como su vagina se contraía mientras sus piernas hacían fuerza en tono a mi cintura y sin abrir la boca gruñó con fuerza rota por el orgasmo. Seguí apretándola al mismo ritmo y unos minutos después nos corrimos al unísono mientras Esther chillaba sin poder evitar separar los labios.

Todavía estábamos abrazados cuando sonó mi móvil. Era Isabel que quería hablar conmigo y la dije que subiera a casa en media hora.

– Últimamente, Isabel siempre viene cuando acabamos de follar, mi señor, –me dijo Esther entre dientes.

– ¡Pues como algún día llame antes se apunta, –y después de unos segundos añadí riendo– se apunta contigo claro.

– ¡Pues con ella no me importaría, mi señor!

– ¡Anda mira que bien, si resulta que la peligrosa eres tu!

– No te enfades mi señor, no quiero  hombres, pero si algún día tuviera un escarceo con alguien, seria con ella, es una amiga.

– ¡Joder!, ¿no quieres hombres? –y mirándola la pregunte– ¿y yo que soy?

– ¡Tu no eres un hombre … eres mi señor! –me respondió como sin darle importancia.

Me dejo sin palabras, nos duchamos y esperamos a Isabel que llego puntual. Como era ya hora de almorzar, prepare algo para los tres y ante la negativa de Isabel, Esther se encargo de convencerla.

Cuando terminamos y con una copa de vino en la mano, Isabel nos mostró toda la información que tenia.

– Los tres detenidos son magrebíes, por lo que suponemos que el huido también lo es. No sueltan prenda y se agarran a que era un intento de robo en la versión definitiva, después de hablar con su abogado. Al principio dijeron que tu les agrediste primero y que Esther los insulto en plan racista. Dos son ilegales pero el otro, el que peleo contigo no, tiene permiso de residencia y trabajo. ¿Y a que no adivináis donde? –y después de una breve pausa para dar fuerza a su relato añadió– en el banco de Moncho, es un subalterno que no aparece por su puesto de trabajo. En el banco nadie le conoce.

– Pues entonces la cosa esta clara, –permanecí unos segundos dando vueltas al asunto y finalmente añadí– quiero tenerle controlado en Casablanca, ¿conoces a alguien que se pueda encargar o se lo pido a Pinkerton?

–No, yo me ocupo, precisamente el que os escoltaba esa noche, esta casado con una chica marroquí de un pueblo cercano a Casablanca y conoce a gente allí.

– ¿Por cierto como esta? Con todo este follón  me he olvidado de él.

– No te preocupes, esta bien, solo tiene un pequeño corte de navaja en una mano y algunas magulladuras.

– Quiero que le des una gratificación y la cargas en la factura, –y ante el intento de negativa, añadí tajante– y no hay discusión posible.

Esther se levanto para ir al baño y aproveche el momento para hablar con  Isabel con confidencialidad.

– Mira Isabel, mi intención es dar un escarmiento a ese hijo de puta, por eso te he dicho lo de pedírselo a Pinkerton. Los que se ocupen de eso en Casablanca tiene que estar dispuestos a todo, menos matarle. Esta claro.

– Perfectamente, no te preocupes que no habrá problema. Hay que ser muy cabrón para intentar hacer daño a alguien como Esther. Me duele verla con la cara así.

– Entonces adelante, –la dije sonriéndola– muévelo rápido porque en septiembre, cuando se firme el divorcio quiero llevarme a Esther a un viaje largo, pero no comentes nada que ella no lo sabe. Esto tiene que estar resuelto en este mes.

Diez días después estaba todo preparado y salí hacia Casablanca. Allí contacte con la gente de Isabel para darles instrucciones precisas. No quería que le mataran, pero quería que le dieran una buena paliza, que le partieran un par de costillas y lo mandaran al hospital, pero nada mas. Se aproximaba la fecha del divorcio y no quería que nada interfiriera.

Mientras le daban la paliza, lo presenciaba desde un lugar discreto. Fueron muy eficientes y profesionales, y mandaron a Moncho al hospital durante una semana con dos costillas rotas como les dije y la cara como un Cristo. Dos días después  acompañado por uno de ellos, cuñado del escolta, fui al hospital y entre en su habitación mientras mi acompañante hacia guardia apoyado en el quicio de la puerta.

– ¿Esperabas verme Moncho? –le pregunte mientras me sentaba en la silla al lado de la cama.

Moncho permanecía en silencio mientras me miraba blanco como las sabanas de la cama.

– ¡Te hice una advertencia!, ¿te acuerdas?

– No se de que me hablas.

– Ya se que no sabes de que hablo, –le conteste riendo irónico– pero por si acaso te lo voy a volver a repetir, presta atención porque este es el ultimo aviso, es el definitivo.

Moncho me miraba y en ocasiones a mi acompañante que seguía apoyado en la puerta adoptando la imagen mas siniestra que podía dar y la verdad es que no le costaba trabajo.

– Fíjate bien lo que te voy a decir, como Esther vuelva a sufrir el mas mínimo daño, mi amigo te visitara. Como vuelva a encontrar micrófonos o  cámaras en mi casa, mi amigo te visitara. Como vuelvas a mandar detectives a vigilarnos, mi amigo te visitara. Como pongas la mas mínima pega, o no aparezcas para el divorcio, mi amigo te visitara. Y en ese caso, no lo dudes, en ese caso estarás muerto, te doy mi palabra.

Desde la puerta mi acompañante asentía a mis palabras sin dejar de mirar a Moncho.

– ¿Tienes alguna duda? – le pregunte finalmente con odio en la mirada.

Negó con la cabeza. Sin perder su mirada me levante, me gire y salimos de la habitación. Montamos en el coche  que nos esperaba y nos fuimos hacia el aeropuerto. Hacia cuatro días que estaba sin Esther y ya tenia ganas de ella.

En mi ausencia, Isabel paso las noches en mi casa para no dejar sola a Esther. Dormían juntas, en mi casa solo hay una cama y aunque Isabel se resistió todo lo que pudo, al final sucumbió a los encantos de Esther.  Se hacia la fuerte, como que era ella la que controlaba la situación, pero Esther estaba decidida a satisfacer su curiosidad y había elegido a Isabel. La sumisa se había convertido en la dominante e hizo con ella lo que quiso y la supuesta dominante en sumisa. Descubrió el placer que se siente al comer una vagina y comprendió porque lo hago siempre que tengo ocasión. Paso la lengua a lo largo de su rajita, succiono su clítoris, exploro su ano, arrancando de Isabel gritos de placer. Isabel  también se empleo a fondo y descubrió a la Esther alocada, entrando las dos en una vorágine de sexo desenfrenado haciendo uso de todo nuestro arsenal de juguetes. Para llegar al máximo Esther necesita que la controlen, que la dominen y una Isabel dominada y poseída por el deseo no era la mas indicada. Pero no se engañen lo pasaron genial las varias horas que estuvieron amándose. Al final, las dos abrazadas y con sus cuerpos sudorosos estuvieron unos minutos besándose y hablando.

– ¿Bueno que opinas, te ha gustado? –la pregunto Isabel.

– Si mucho.

– ¿Pero …?

–  Prefiero a mi Edu, pero por favor, no te enfades.

– Es imposible que me enfade  contigo, comprendo que te gusten los hombres …

– No es que me gusten los hombres Isabel, –la interrumpió– desde que le conozco, los hombres me son indiferentes, solo me gusta él.

– ¿Y el?

– Te aseguro que el también. El me ama y yo también.

– De todas maneras no te preocupes por mi, me gusta  variar de chochitos, –la dijo riendo– soy un tanto disoluta.

– ¡Por favor, que palabra, disoluta! –la contesto Esther con una carcajada y siguieron besándose hasta que se quedaron dormidas.

Mas de calvosexxx

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La venganza

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Su primera vez.

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ESTHER (capitulo 11)

La portera de mi casa

ESTHER (capitulo 10)

ESTHER (capitulo 9)

Antonia, o nadie es perfecto.

ESTHER (capitulo 8)

ESTHER (capitulo 7)

La abducción de Servanda

ESTHER (capitulo 6)

ESTHER (capitulo 5)

Mi amante es fria

ESTHER (capitulo 4)

ESTHER (capitulo 3)

ESTHER (capitulo 2)

ESTHER (capitulo 1)