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Desafio de galaxias (capitulo 65)

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                                             * * * * *

Habían pasado tres meses desde la batalla de Kaaitam, donde la flota corsaria bulban había sido destruida. Su actividad, prácticamente había desaparecido, a excepción de un par de naves que eran perseguidas por Bertil sin descanso y que no tardarían en caer.

Iris entrevisto al pretor bulban, y la emisión, después de editarla para eliminar cualquier referencia al «incidente» con Marisol, causo sensación en toda la galaxia, pero muy especialmente en las zonas federales de detención bulban y en los territorios ocupados del Sector 26. Iris se encargó de desenmascarar al pretor y el régimen fascista que representaba. A partir de esa emisión, y sus incontables reposiciones, no solo en el canal bulban, también en todos los canales públicos y privados, el número de refugiados y de soldados que se rendían a la menor oportunidad aumento considerablemente. La gobernadora militar Loewen, tuvo que habilitar nuevas zonas de detención para los civiles y campos de prisioneros para los militares.

La ofensiva en dirección a Akhysar, había comenzado. Mientras Opx y Esteban combatían en Dayaxa, y estaban próximos a conquistarlo, en Anthangay, el planeta marítimo, Pulqueria y Torres, habían formado una enorme plataforma flotante, uniendo casi treinta transportes de tropas. La instalación, a veinte kilómetros de la costa oriental de la única isla-continente del planeta, serviría de base para el ataque contra las playas, único sitio viable para ello. Los transbordadores y lanzaderas, repletos de fuerzas de desembarco, atacarían a ras de agua para eludir la acción de la poderosa artillería pesada bulban; aun así, se enfrentarían a las defensas costeras. Desde la órbita, la flota inició un duro bombardeo de cobertura, apoyado en la atmosfera por la flota de corbetas. El general Torres, desde la base flotante dirigía las operaciones. Salio el sol, y con él a sus espaldas, la primera oleada de desembarco se lanzó al ataque, mientras la artillería costera respondía al ataque con un terrorífico fuego constante. Los impactos en los escudos de energía de los transbordadores, eran tan fuertes, que estos los acusaban agitando con extremada violencia a los soldados del interior. En ocasiones, incluso, perdían el control y se estrellaban contra el mar. Aun así, lograron establecer una cabeza de playa y la infantería pudo progresar por la arena y establecer una zona de control de no más de doscientos metros, desde donde atacar las defensas costeras.

Desde el centro de mando del Cuartel General en Mandoria, Marisol, sentada en su sillón y con una taza de café en la mano, asistía a la batalla cuándo llego el canciller Cimuxtel.

— Señor canciller, que sorpresa, no sabía que iba a venir.

— Como me vuelvas a llamar así, te voy a dar una leche que te vas a cagar, —dijo Cimuxtel abrazándola con sus cuatro brazos.

— ¡Joder!, como te pones.

— ¿Me crees si te digo que estoy hasta las narices de ser canciller?

— Pues, todavía te queda.

— ¡Seis meses! Nada más. En ese plazo los procesos judiciales habrán concluido y convocaré elecciones.

— ¿Y no has pensado en presentarte? —bromeo Marisol.

— Eso no lo digas ni en broma, —y mirando las pantallas, preguntó—: ¿es Anthangay?

— Sí.

— ¿Cómo van?

— Bien, bien. Hace un par de horas, la 872 división de Maradonia ha establecido una cabeza de playa de dos kilómetros. Ya están desembarcando medios de apoyo. Y desde hace unos minutos, la 395 del Tercio Viejo de Asturias, combate en la playa diez kilómetros al sur.

— ¡Fantástico! Por supuesto, los míos los primeros.

— ¡Eh, eh, eh! No te columpies que los españoles también, —dijo Marisol frunciendo el ceño.

— Sí, pero nosotros los primeros, —apunto Cimuxtel mientras saludaba a Marión y Anahis que se habían acercado a saludarle.

— Bueno, bueno, cuestión de estrategia.

— ¡Me imaginaba que estabas aquí! —exclamó el presidente Fiakro entrando en la sala acompañado por media docena de cancilleres. Inmediatamente reparo en las pantallas—. ¿Cómo van?

— Muy bien señor presidente.

— Los maradonianos mejor, —dijo Cimuxtel para hacerla de rabiar.

— ¡Seguro que tienen ustedes alguna reunión importante! —exclamó Marisol arreándoles como al ganado—. ¡Pues venga!, a reunirse.

— Luego hablamos, —dijo riendo el presidente.

—Cuándo quiera señor presidente.


 

Anahis, ya estaba en el dormitorio cuándo llego Marisol. Ataviada con una camiseta, atendía su correo personal en un terminal de datos.

— ¡Qué pesados! —exclamó Marisol cuándo entró— lo siento nena, pero he estado esperando a que el presidente terminara la reunión.

— ¿Y ya han terminado?

— ¡Qué va!, ¡ahí siguen!

— Tienen mucho de que discutir.

— ¿Sabes de qué están discutiendo?

— ¡Pues claro que lo sé! —respondió mirándola con una sonrisa misteriosa.

— ¿Y?

— ¿Y, que?

— Que me digas de qué están hablando, —dijo Marisol sentándose a horcajadas sobre las piernas de Anahis.

— ¿No dices que tú te enteras de todo?

— ¡Nos ha jodido mayo con las flores! Yo no tengo un papa canciller.

— Eso no tiene nada que ver.

— ¡Joder que no!

— Hasta que no te quites la ropa y te duches, no te digo nada.

— ¡Joder tía!

— ¡Venga, venga! Mientras lo haces, preparo algo de picar.

— Si no tenemos nada.

— ¡Uy que no! el canciller de Nueva España ha traído una caja de tus padres, y muy grande.

— ¡Choricito!

— Supongo que si, no la he abierto.

— ¡Y jamoncito rico!

— No seas cría y vete a la ducha, ¡venga!

Unos minutos después, Marisol salía del baño envuelta en una toalla y secándose el pelo con otra.

— Eso de ahí, es para Sarita, —dijo Anahis señalando un paquete que había junto a la puerta.

— Mañana de lo damos, será de sus padres, —dijo Marisol quitándose la toalla y sacando de la caja una botella de vino— «New Rivera», y de Quintanilla, ¡genial!

— ¡Qué cachonda eres! Tus padres no te van a mandar algo que no te guste. Por cierto, teníamos un cuchillo de esos largos, para el jamón…

— Sí, un jamonero.

— Si eso, pues no lo encuentro.

— Pues ni idea, —dijo Marisol y se acercó al armario donde guardaban los uniformes militares y saco una bayoneta—. Esto vale.

Durante un buen rato estuvieron cenando, y mientras Marisol se inflaba, Anahis picoteaba más comedida.

— Bueno, cuéntame.

— Quieren convencer a Cimuxtel para que se presente a las elecciones.

— No va a querer.

— ¡Ya!, eso pienso yo, pero hay otro problema, y no te va a gustar.

— ¿Cuál?

— Cimuxtel ha designado un candidato de su confianza, que se presentara a la elecciones con el resto de candidatos.

— ¿Y?

— Que los cancilleres más conservadores no lo ven bien.

— ¿Por?

— Porque es una hembra.

— ¡Pero que hijos de puta! ¿Cómo es posible que todavía estemos así?

— Sabía que te ibas a cabrear. Argumentan que las hembras maradonianas no son de fiar. Ya sabes, por el inhibidor sexual.

— Pero si ya hay hembras en todos los niveles del estado y la sociedad maradoniana. Incluso en el ejército hay hembras al más alto nivel. Esos implantes son totalmente fiables.

— Eso lo sabes tú, lo sé yo, y lo sabe todo el mundo… menos un par de cancilleres gilipollas.

— No me lo digas, el de Numbar uno.

— Y el de Ursalia el otro.

— ¿El de Ursalia? ¡La madre que los parió! No me lo puedo creer.

— Ni yo. Me parece increíble que mi padrino tenga un paisano tan tonto, —dijo Anahis, y cambiando de tema, añadió­: le voy a decir a tu madre que no te mande más cosas.

— ¡No jodas! ¿por qué?

— ¿Te has visto el tripón que se te ha puesto? —preguntó Anahis mientras se tumbaba sobre ella y la acariciaba la tripa— parece que estás embarazada.

— ¿Te gustaría que lo estuviera?

— ¿Y con quien te ibas a quedar embarazada? —preguntó Anahis incorporándose con el ceño fruncido— porque te recuerdo que te hace falta un tío para eso.

— ¡No digas chorradas anda! Sabes perfectamente que no he estado con un tío en mi vida.

— ¡Pues tú me contaras!, ¿con el Espíritu Santo?

— ¿Te has puesto celosona? —Marisol la abrazo sujetándola para que no se escapara.

— ¡Déjame! Y explícame ahora mismo que estás tramando.

— Primero dime si te gustaría que tuviéramos un niño.

— No sé, no me lo he planteado, no es el momento…

— Ya lo sé mi amor, ahora no es posible, pero… ¿cuándo acabe la guerra?

— No podemos.

— Eso no es lo que dice tu médico.

— ¿Has hablado con él? —preguntó Anahis interesada— ¿y qué te ha dicho?

— Que hay posibilidades, no de concebir por supuesto, pero si de que me implanten un óvulo mandoriano.

— ¿Y no seria más fácil que me lo implantaran a mí?

— Sí, pero es que yo quiero estar embarazada, parir y ser madre. Quiero sentirlo dentro de mi.

— ¿Y yo que?

— El segundo puede ser tuyo si quieres.

— ¡Vale! Un niño humano.

— El doctor dice que no es posible, y no me preguntes por qué, porque no tengo ni idea.

— ¿Por qué te ha dado por ahí?, ¿tiene que ver con el embarazo de Sarita?

— Posiblemente. Es que la miró y esta tan graciosa con la tripita, que no sé, me da por pensar, y…

— Bueno, bueno, cuándo ganemos la guerra ya hablaremos, —la empujo hacia atrás y separándola las piernas comenzó a chupar su vagina sin ningún tipo de preámbulo. Después se giró, la ofreció la suya, y durante un buen rato estuvieron amándose hasta que llegaron al orgasmo prácticamente a la vez.


 

Anahis acababa de salir de la ducha cuándo la puerta de la habitación se abrió, y Sarita y su tripa entraron por ella.

— Tenéis los comunicadores apagados, —la regaño antes de darla un beso.

— ¡Me cago en la leche! —exclamó Anahis dejando la toalla y cogiendo los suyos— ¡Joder! Están sin batería, se nos olvido anoche.

— ¡Qué habréis estado haciendo! —bromeo Sarita.

— Celebrar la caja de los padres de Marisol, —dijo Anahis, y señalando el paquete que había al lado de la puerta, añadió—: ese es tuyo.

— Luego me lo llevo.

— ¿Qué ocurre? —preguntó Marisol saliendo del baño secándose el pelo.

— Que tenemos los comunicadores sin batería.

— ¡Joder!

— Tienes que ir al Centro de Mando, hay actividad enemiga inusual.

— ¡Hay que joderse! —exclamó Marisol cogiendo los pantalones que le tendía Sarita— estos cabrones, son unos… cabrones.

Terminaron de vestirse y salieron hacia el C. M. mientras Sarita se hacía cargo de los comunicadores para cargarlos. Antes de salir, les dejó una nota prendida en el cabecero de la cama: «antes de nada, cargar los comunicadores».


 

— ¡Informa! —exclamó Marisol entrando en el C. M. donde ya estaban el presidente y varios de los cancilleres.

— Hay actividad enemiga en el sistema Trilóor, —informó Marión—. El ataque proviene del área de Manixa.

— ¿Qué tenemos allí? —preguntó mientras miraba los datos topográficos del planeta que Hirell había colocado en la pantalla principal.

— Un destacamento de avanzada en el quinto planeta, para proteger el flanco de nuestro despliegue de avance: un regimiento de la 486 división de Numbar. Informan de aterrizajes a cuarenta kilómetros al sur de su posición, y presencia de una gran flota en la órbita.

Marisol permaneció en silencio mientras observaba las pantallas. Igualmente, todos guardaban silencio mientras la miraban. Se acercó al mapa holográfico y lo activó. Estuvo un rato pasando páginas estudiando la situación, mientras desde una pantalla lateral, los generales Esteban y Opx también la observaban. Marisol se puso a pasear, como siempre, su cerebro trabajaba a toda velocidad.

— Muy bien, —dijo finalmente Marisol mirando a Esteban y Opx— Paco: quiero que sitúes la flota de tal manera que de la impresión de que vamos a ir a Trilóor. Opx: quiero que por el momento paralices las operaciones y te mantengas en Dayaxa.

— Pero, ¿vamos a sacrificar ese regimiento? —preguntó Opx.

— Sí, lo vamos a hacer, y es decisión mía. No les digas nada hasta que yo hable con ellos y si has ordenado algún tipo de operativo, paralízalo.

— A la orden.

— El enemigo no tiene ni idea de lo que pretendemos, y consideran que desde Dayaxa, nuestra intención es avanzar hacia Manixa para luego conectar con Nar y embolsar a las fuerzas que tienen en la zona. Posiblemente, la presencia de ese destacamento les ha llevado al error, por eso, intentan tomar la iniciativa ocupando nuestro supuesto siguiente paso. Intentar un rescate, supondría arriesgar el curso de nuestras operaciones, que son mucho más ambiciosas, y lo que es peor, arriesgaríamos a la flota en un enfrentamiento con un enemigo que controla la órbita.

»Sé que es muy duro abandonar a compañeros a su suerte, pero sé, positivamente, que ellos mismos comprenderán la situación. Son tropas veteranas, y por lo tanto, bien entrenadas y experimentadas; tienen posibilidades de ocultarse en un medio tan abrupto y selvático como el de Trilóor.

»¿Alguna pregunta? —todos permanecieron en silencio hasta que Marión habló:

— Estoy de acuerdo contigo: seria muy arriesgado una operación de rescate.

— Y mostraríamos nuestras intenciones, —añadió Hirell mientras los demás asentían.

— Entonces de acuerdo. Anahis, por favor, llama a Oriyan: quiero verla aquí inmediatamente. Hirell, comunícame con el oficial al mando en Trilóor y pásamelo a mi despacho.

Marisol entró en su despacho seguida por el presidente y los cancilleres, y se sentó tras la mesa.

— Marisol, no te agobies, estás haciendo lo correcto, —afirmo Cimuxtel dándola unos golpecitos es el hombro. Hirell entro también y se puso a operar la terminal de datos.

— Ya lo tienes. En Trilóor está anocheciendo. El oficial al mando: coronel Teernhix.

— Coronel Teernhix. Buenas tardes.

— Buenas tardes mi señora.

— Lo que tengo que decirle no es agradable…

— No es necesario mi señora, soy consciente de la situación. Antes de caer, nos llevaremos por delante a todos los que podamos.

— Negativo, coronel, negativo. No quiero ataques alocados y suicidas, quiero que utilice la cabeza. Me dicen que está anocheciendo allí, aproveche la noche y ocúltese, ese planeta tiene posibilidades para montar guerrillas: ataque cuándo pueda, y si no puede, no pasa nada. Aguanten todo lo que puedan, y cuándo el enemigo se retire, o veamos posibilidades, les sacaremos de allí, y lo haré yo personalmente, le doy mi palabra.

— Siempre a sus ordenes mi señora. No se preocupe, cumpliremos con nuestro deber.

— De eso estoy segura, confío en usted coronel Teernhix.

— Gracias mi señora.

— Y quiero que tenga una cosa clara: no les voy a olvidar.

— Lo sé mi señora, lo sé. Cuándo venga a por nosotros estaría bien que trajera una botella de licor de Numbar.

— Cuente con ella coronel.

— Gracias mi señora. Coronel Teernhix, cambio y cierro.

— Oriyan ya viene de camino, llegara a media tarde, —dijo Anahis que había asistido al final de la conversación.

— Bueno. ¿Afecta a tus planes este movimiento del enemigo? —preguntó el presidente.

— En nada porque lo vamos a ignorar. ¡Mierda! Me jode dejarlos ahí.

— Te lo repito, no te agobies, —insistió Cimuxtel.

— ¡Ya, ya! Pero me jode. Y tú, qué, ¿te han convencido?

— Negativo. Cuándo se cumplan los plazos electorales, regresaré a tu lado. Si me aceptas por supuesto.

— Pues claro que si hombre, —y señalando al presidente y a los cancilleres, añadió—: pero estos, me tenían acojonada.

Todos rieron la respuesta de Marisol, que se levantó y con un gesto con la mano empezó a echarles del despacho.

— Gracias señores pero tengo cosas que hacer. Y por cierto canciller, —dijo dirigiéndose al canciller de Numbar— necesito licor de Numbar.

— No te preocupes, yo las pago.

— Gracias señor canciller. Unas quinientas botellas serán suficientes.

— ¿¡Quinientas!? —dijo el canciller parándose en seco.

— Es que mis chicos, cuándo celebran, pues celebran como está mandado.

— Venga querido amigo, —dijo el presidente dándole un golpecito en el hombro mientras se reía— no seas roñoso.

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