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ESTHER (capitulo 36)

en Dominación

Nueva York sufre una ola de calor brutal. Y con la humedad de la ciudad, el ambiente es sofocante. Sobre las siete, cuando el calor afloja, salimos a correr por Central Park. Me gusta correr a su lado y charlar sobre diversos temas, o de chorradas. Para mi, y se que para ella también, eran unos momentos felices. Después de correr nos tumbábamos en el “Sheep Meadow” para estirar o tontear directamente. Llevamos casi mes y medio en la ciudad y ya tenemos que regresar a España.

Al día siguiente de regresar a España, Isabel me llama para quedar conmigo. Tiene noticias interesantes. Me reúno con ella en una terraza de la calle Preciados. Después de saludarnos y charlar de temas sin importancia, pasamos al tema principal.

– El agente de Pinkerton en Tailandia ha hecho un buen trabajo Camboya. Ha descubierto a que iban a Koh Kong.

– Fantástico.

– Yo creía que nada podía ser peor que lo que ya hacían, pero me equivoqué.

– ¿Que ha descubierto? –la pregunte poniéndome serio.

– En ese sitio, en Koh Kong, hay una gente que se dedica a lo mismo que en el hotel de Tailandia, pero sin limites.

– ¿Cómo sin limites? ¿A que te refieres?

–  Que puedes incluso matar a la victima mientras pagues. Y la victima puede ser un niño o un adulto.

– Joder, –y después de un breve silencio, añadi–. Eso, necesariamente lo tiene que controlar alguna mafia.

– Si, pero hemos tenido suerte, es una mafia muy local, casi no excede de el ámbito de Koh Kong. Y sospechamos que los Monchos tenían que ver muy directamente con ellos. Ellos eran los jefes.

– ¿Es posible que este escondido ahí?

– Es mas que posible. El de Pinkerton esta muy encima de ellos. Pero pide mas recursos. El esta solo en Camboya.

– Dile que de acuerdo. Tendrá recursos ilimitados. Que haga todo lo que tenga que hacer y utilice toda la gente que necesite.

– También quiere carta blanca y sin preguntas, –añadió Isabel.

– Dile que tiene carta blanca, pero quiero estar informado de todo.

– Allí, habrá que hacer cosas ilegales. Lo sabes.

– Lo se, –y después de una pausa añadí–. Esto se pone cada vez mas feo Isabel. Moncho, el de la cárcel, me amenazo con que su amigo  nos encontraría.

Isabel escuchaba mis palabras asintiendo con la cabeza. Era perfectamente consciente, igual que yo, del peligro que se cernía sobre Esther. Cada vez tenia mas claro que lo mejor era trasladarnos definitivamente a Nueva York.

– Mientras estemos aquí, las escoltas seguirán. Y dile a Pinkerton que su hombre trabaja en exclusiva para mi. Es mejor que el no se involucre.

Tremendamente preocupado regrese a la oficina. Mientras tanto, Esther vivía su vida feliz como una  lombriz, sin sospechar nada de los peligros que se cernían sobre ella. Esa noche la desee mas que de costumbre, como si eso fuera posible. Ella lo noto, pero no dijo nada. Se dejo hacer como siempre, pero era consciente de que algo me preocupaba, y mucho. No hubo preámbulos, simplemente me tumbe sobre ella y la bese en los labios con saña. La sola idea de que le pudiera pasar algo malo a la persona que tenia entre los brazos me desasosegaba. Después de un largo tiempo de besos furiosos, la penetre. La folle con ímpetu desmedido. Refugiada entre mis brazos, gritaba y gemía mientras me rodeaba con sus piernas. Tuvo un orgasmo tremendo, tanto que me clavó las uñas en la espalda y me mordió en el hombro. Seguí furioso hasta que me corrí cuando ella empezaba a alcanzar otro. Descontroladamente seguí todo lo que pude hasta que  se corrió nuevamente. No se cuanto tiempo estuve besándola, pero fue mucho. No podía parar de hacerlo.

– ¿Qué te pasa mi señor? Algo te ocurre.

– No te preocupes mi amor, no pasa nada.

– Si mi señor, se que algo te pasa. ¿Qué es?

Decidí ponerla al corriente, pero muy por encima, de los últimos descubrimientos sobre su exmarido. Tarde o temprano tendría que saberlo.

– En las investigaciones que hemos hecho sobre tu ex, hemos descubierto algunas cosillas inquietantes, –intentaba a toda costa quitar hierro al asunto–. Por eso he pensado que tengas escoltas mientras estemos en Madrid.

– Ya tengo escoltas mi señor, –me dijo sonriendo–. No soy tan tonta.

– Ya se que no lo eres cariño, no quería que te preocuparas innecesariamente.

– Moncho esta en la carcel y no puede hacernos ningun mal, –afirmo, y a continuación añadio–. Lo que no entiendo es ¿Qué daño puede hacernos mi señor?

– Tenia un socio, un cómplice. Alguien clavado a el.

– ¿Un hermano? Nunca me hablo de el.

– No era su hermano. Los dos se operaron en una clínica de Estados Unidos para ser idénticos, –me quede mirando a Esther que estaba con la boca abierta. Notaba como su cerebro estaba en plena ebullición.

– ¡Que hijos de puta! –exclamo–. Por eso había temporadas que parecían tíos distinto. Ahora lo comprendo. Había momentos que me tiraba chupándosela a cada momento. Solo le interesaba eso, que se la chupara. Pero no como tu me enseñaste, simplemente me follaba la boca. Y de repente se tiraba semanas sin mirarme a la cara. Esporádicamente me follaba pero siempre en la misma postura, a cuatro patas, y sin mucho contacto físico.

– Bueno, desde mañana quiero que te coordines con Isabel. Quiero que lleves a alguien a tu lado. La informaras siempre cuando vas a salir de casa.

– Si tu quieres que sea así, de acuerdo mi señor, pero te lo vuelvo a preguntar ¿Qué daño pueden hacernos?

– Estaban metidos en unos negocios tan terrible, que no podían estar bien de la cabeza. Por lo menos, eso quiero pensar. No tengo mas remedio. Es mejor  prevenir.

Terminada la conversación llame a Isabel y la puse al corriente. Me dijo que tenia la persona idónea para acompañar a Esther. Se llamaba María y era una Guardia Civil que acababa de abandonar el cuerpo. Quede con Isabel que se alojaría en el antiguo piso de Esther, debajo del nuestro.

Por fortuna se lo había tomado mejor de lo que esperaba. Pensé que se lo tomaría peor y que se asustaría mas.

Al día siguiente, Isabel se presento en casa con María. Desde el primer momento Esther y ella hicieron buenas migas y rápidamente se hicieron amigas. Era una mujer con cierto atractivo, trato agradable, de costumbres espartanas y siempre estaba disponible. Se la veía en muy buena forma física. Cuando no escoltaba a Esther, permanecía en casa leyendo o navegando por Internet. Cuando yo llegaba a casa la daba un toque y desde ese momento quedaba libre, pero rara vez salía, salvo al gimnasio.

Desde el principio una pregunta me rondaba la cabeza ¿Cuánto tardaría Esther en follársela? Sabia que mientras estuviera yo cerca no lo haría, pero cuando faltase de su lado a causa de algún viaje ocurriría, como ocurre con Isabel y Colibrí. Cuando Esther se encariña con alguna mujer no lo puede remediar, termina en la cama  con ella. Sobre todo teniendo en cuenta que, según me contó Isabel, María se fue de la benemérita, por problemas con su tendencia sexual. Sus superiores la hacían la vida imposible.

La oportunidad se la presento porque tuve que hacer un viaje de tres días a Frankfurt. Cosa de negocios y del mes y medio que habíamos estado en Nueva York. La primera semana después de nuestro regreso fue demoledora. Por lo menos  para mi, que Esther lo paso mejor. Lo se porque Esther me lo cuenta todo, y lo hizo con pelos y señales.

Esther se empeño en llevarme esa mañana al aeropuerto y por lo tanto, María nos acompaño. De regreso a casa la convenció para que pasara la noche con ella, pese a los reparos de María.

– Mira Esther, tienes que saber que soy lesbiana. No creo que sea buena idea …

– Ya se que eres lesbiana, –la interrumpió.

– ¿Te lo ha dicho Isabel?

– Que me va a decir. Anda que no se te nota, solo falta que te lo tatúes en la frente, –la respondió  riendo, y añadió en plan misterioso–. La cuestión es si puedes aguantar mi ritmo.

– Joder, me estas dando miedo Esther.

– ¿Isabel no te ha hablado de mi?

– ¿Debería?

– No se, da igual. Casi es mejor que te sorprenda, –esta claro que la sumisa Esther desaparece cuando tiene la compañía de otra mujer y yo no estoy cerca. Entonces aparece la dominante Esther–. Además, tu misión es protegerme. Si no salimos de casa y estas muy pegada a mi, me vas a tener muy protegida ¿No crees?

Con una muy sorprendida María, llegaron a casa y nada mas entrar Esther la desnudo. La llevó a la cama y comenzaron a retozar. No salieron de ella en todo el día y María flipo con la facilidad de Esther en tener orgasmos. Hicieron sesenta y nueves  interminables. Agotadores. Sacaron todo el arsenal de la caja de los juguetes y los utilizaron casi todos. Ya de noche, una agotada María miraba como Esther se hacia un dedo mientras ella pedía por teléfono algo de cenar al telejapo. No podía creer lo que veía.

– Es inhumana, –la comento a Isabel unos días después.

– No, solo es Esther, –la contesto.

– Pero, hizo conmigo lo que quiso y quería mas.

– No te preocupes por eso, en una ocasión Colibrí y yo estuvimos juntas con ella y nos dejo agotadas, –la dijo riendo–. Ten en cuenta que Edu es quien la controla y la dosifica su sexualidad por decirlo de alguna manera. Sin él, Esther es lo que has visto. Pero no te equivoques, nosotras somos un mal sustitutivo y el único posible. Ella solo le quiere a él. Si Edu no estuviera, seguiría siendo una amargada con su ex o una lesbiana furibunda.

– Se que corre peligro por algo relacionado con su ex, pero no se mucho mas.

– Es la historia mas terrible y repugnante que te puedas imaginar. Algún día te la contare, pero tendrás que tener mucho estomago.

Cuando regrese de Frankfurt, Esther y María estaban esperándome en el aeropuerto.

– ¿Has sido buena? –la pregunte después de besarla apasionadamente. Al comprobar que María se ruborizaba intensamente añadí–. Ya veo que no.

– He sido muy buena ¿Verdad, María? –respondió Esther, y María casi se desmaya.

Riendo a carcajadas llegamos al coche. María no se reía, parecía que se había tragado un pincho.

– No te preocupes María que no pasa nada. Esther tiene la costumbre de follarse a sus amigas. Tu jefa te debería haber informado de esta peculiaridad de mi nena.

– Pero ¿No te importa? –pregunto María desconcertada.

– No, ella es libre para hacer lo que quiera.

– Si mi señor no faltara de mi lado, yo no me iría con mis amigas, –afirmo Esther con retintin, y añadió–. La culpa es tuya y no hay mas que hablar.

– Vale, –contestamos al unísono María y yo.

– Tienes lo que queda  del día libre María. No vamos a salir a ningún lado, –y sonriendo añadí–. La voy a vigilar muy estrechamente.

– ¡Bien! –exclamo Esther soltando el volante y aplaudiendo.

– ¡Coge el volante! –volvimos a exclamar al unísono.

– ¡Jo! Que no pasa nada, que yo controlo.

Llegamos casa, deje la bolsa de viaje en el suelo y con el dedo índice la señale la cama. Esther se tiro casi de cabeza sobre ella y comenzó a quitarse la ropa. Cuando se desnudo, se abrió de piernas y con la mano comenzó a  acariciarse la vagina mientras me miraba con ojos de deseo. Yo, mientras me desnudaba la miraba con una sonrisa. Me acerque a ella con la polla de la mano y se la ofrecí. Se arrodillo y la engullo mientras con las manos me sujetaba el trasero. La acariciaba la cabeza y luego mis manos descendieron por su espalda hasta sus nalgas. Las masajee separándolas hacia los lados. Su orificio anal y su vagina quedaron al descubierto y reflejados en el espejo de enfrente. Veía nítidamente como se humedecía rápidamente y eyacule de inmediato. Berree bastante y se me oyó mucho a causa del silencio de Esther. Siguió chupando hasta que no quedo ni una gota. La cogí en brazos y la lleve al sillón sentándola sobre mi apoyada sobre mi brazo izquierdo. Mientras la morreaba, con mi mano derecha acariciaba su vagina. A causa del placer que la proporcionaba, hizo un intento de cerrar las piernas aprisionándome la mano pero se lo impedí.

– ¡Separa las piernas y no las cierres! –la ordene.

Mi mano siguió acariciando su vagina, ahora sin ninguna oposición. Totalmente abierta estaba a mi disposición mientras nuestros inseparables labios seguían luchando. Respiraba su aliento, sus gemidos, su cuerpecito se retorcía y se crispaba con los orgasmos. Aun así, mantenía la posición como la había ordenado. Cuando me canse de besarla, si eso fuera posible, la lleve a la cama y me tumbé a su lado ofreciéndola mi polla. La acepto de inmediato y mi boca  se metió entre sus piernas encontrando sin dificultad lo que buscaba. Mi lengua recorrió su vagina incansable, saboreándola entera. Mi pene crecía en su boca gracias al fantástico trabajo de su lengua. Me incorpore, la di la vuelta poniéndola boca abajo, la puse lubricante en el ano y poniéndome sobre ella la penetre. Incansable, la estuve follando el culo, mientras Esther chillaba de placer. Al final, acompasándome con ella, metí la mano por debajo para estimularla el clítoris y me corrí mientras Esther aullaba con el ultimo de los orgasmos que la dejo inerte, como en trance. Mientras se recuperaba, tumbado a su lado la acariciaba y la besaba sin descanso. Mis manos recorrían su sudoroso cuerpo arrancándola suspiros de felicidad.

Al día siguiente era sábado y nada mas despertarse la mande a la ducha. Cuando regreso, la arrodille sobre una mesita baja y rectangular que teníamos en el salón. La hice inclinarse y que apoyara el pecho sobre la mesa. Las manos pasaron por debajo de su cuerpo y se las até a los tobillos con las piernas bien abiertas. En ningún momento pregunto nada o mostró oposición. La introduje la polla en la boca y la folle hasta que me corrí. Después me sitúe detrás de ella, me senté en una silla y estuve mas de una hora chapándola la vagina y el ano. Tuvo tantos orgasmos que sus  jugos llenaban su vagina y resbalaban por el interior de sus muslos. Me lubrique la polla y se la introduje por el ano. La folle mientras con las manos la azotaba las nalgas provocando aullidos de dolor y placer en Esther. Nos corrimos al unísono como casi siempre, y como siempre la llene de besos y caricias.

Un par de semanas después regresamos a Nueva York.

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