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ESTHER (capitulo 26)

en Dominación

Llevábamos doce días en Barruera y ya habíamos visitado todos los pueblos del valle, la estación de esquí de Boí-Taüll y habíamos realizado un par de rutas por el Parque Nacional de  Aigüestortes.

– ¿No tienes ganas de volver a Madrid, cariño? –la pregunte–. Todo lo que hay que ver aquí, ya lo hemos visto.

– ¿Podemos volver a verlo todo otra vez, mi señor? –me contesto mientras se abrazaba a mi cintura.

– Podemos hacer todo lo que tu quieras, mi amor –y añadí–. Pero el 31, dentro de seis días tengo que estar en Madrid.

– Vale mi señor,  ¿Pero podemos salir mas veces con la caravana?

– Pues claro que si cariño, todas las veces que tu quieras. Para eso la hemos comprado.

La ultima tarde, antes  de nuestro regreso a Madrid, Esther no quiso ir a ningún lado después de almorzar. Lavamos los cacharros, recogimos las cosas y cuando regrese del baño la encontré desnuda , tumbada en la cama y con el arnés de cintura puesto. Me desnude, me tumbe a su lado y la sujete las muñecas al arnés. Me dedique a su boca mientras con la mano la acariciaba el trasero. Desde el principio, Esther gemía mientras se rozaba la vagina con mi muslo. Me excita mucho  besarla y sobetearla mientras no puede usar las manos.  La puse boca arriba y la sujete los muslos con las correas al arnés, dejándola totalmente flexionada y expuesta. La arrastre al borde de la cama y con su cabeza colgando la penetre por la boca mientras la sujetaba por los tobillos. La estuve follando la boca sin tocarla nada mas, solo de vez en cuando la chupaba y la besaba los pies. Me corrí en su boquita llenándola de semen que se fue tragando como siempre. Durante un ratito estuve pasando mi polla por su cara y ella intentaba atraparla con la lengua. La introduje de nuevo la polla en la boca y me incline sobre ella para chuparla la vagina. La estuve chupando hasta que me aburrí de hacerlo bastante tiempo y dos o tres orgasmos después, –es broma, es imposible que me aburra de hacerlo.

La coloque en es centro de la cama, la introduje dos bolas chinas,  y de nuevo me dedique a besar su preciosa boca. Según la besaba la iba subiendo la intensidad de las bolas muy despacio. La llego otro orgasmo y  mientras chillaba seguí besándola. Durante toda la tarde me entretuve en provocárselos con distintos instrumentos. Fueron muchos, aunque cada vez se fueron espaciando mas en el tiempo,  y por primera vez desde que la conozco pidió tregua y saco la bandera blanca. Me unte lubricante el la polla y, poniéndome sobre ella la penetre por el ano. Me corrí rápido, no la pude esperar. Por primera vez desde hacia tiempo, mis berridos se oyeron. Estuve un rato besuqueando a una exhausta Esther. No es broma, tantos orgasmos y tan seguidos la dejan agotada. Joder como corre el tiempo, miro mi reloj y he estado cuatro horas y media provocándoselos. He estado tan entretenido que ni siquiera la he follado entre medias, solo al principio y al final. Y es que me encanta, tenerla atada es solo un juego, una cuestión fetichista  que a mi me gusta y a ella también. Y no seria necesario, Esther jamás se resiste o dice no a algo. La desate y la deje descansar tapada por una manta.

– ¿Mi señor no olvida algo? –me pregunto mientras me disponía a salir de la caravana para ir a la ducha.

La mire con perplejidad, sin saber a que se refería. Aparto la manta y me mostró su vagina, de donde salía un cable. ¡Las bolas chinas de los cojones! Me acerque a ella e introduje mis dedos en su interior para extraerlas. Procure tardar en hacerlo. Esther se puso medio cardiaca con este jueguecito improvisado. Con la escusa de no encontrarlo explore su otro agujero y ya Esther se abandono. Tire del cable y pase una de las vibrantes bolas por su clítoris y, a los pocos segundos se corrió. La tape con la manta  y me fui a duchar dejándola todavía recuperándose del ultimo orgasmo.

Cuando regrese, me puse a preparar la cena mientras Esther se duchaba en la caravana. Replegué la cama y monte la mesa.  Cuando salio de la ducha, ya lo tenia todo preparado y con una sorpresa que la encanto.

– Una botella de champagne para mi nena, –la dije mientras la abrazaba–. Para celebrar nuestra ultima noche.

– Después de cenar, ¿Podemos salir como la primera noche, a sentarnos fuera mi señor? –nevaba débilmente.

– Claro que si mi amor.

Y así lo hicimos, extendí el toldo y saque las sillas y la mesa. Metidos en los plumas nos sentamos con nuestras copas y lo que quedaba de la botella.

– Mi señor.

–Dime mi amor.

– ¿Podemos salir a menudo  con la caravana? –pregunto.

– Mi amor, ya te he dicho que si.

– Me gusta tenerte tan cerca en un sitio tan reducido, mi señor, –dijo sonriendo mientras me miraba–.  Es como si te tuviera solo para mi.

– Ya me tienes solo para ti, y lo sabes.

– Pero hay veces que no me lo creo, –y ante mi cara de extrañeza añadió apresuradamente–. No por ti mi señor, son cosas mías, de que me como el coco. Soy tan feliz  que me parece imposible que me pueda pasar a mi, y me imagino que puede aparecer cualquier pelandusca que te engatuse y, me pongo mala de pensarlo.

– ¿Pelandusca? –repetí flipando.

– Si pelandusca …  por no decir guarra.

– ¿Y que me engatuse? –la verdad es que no me lo podía creer–.  Mira cariño, solo una vez en toda mi vida me he ido de … pelanduscas, fue en Santander y tenia 17 años, hace 36.

– No mi señor, tu no me das motivos.  Soy yo que soy una tonta y me pongo a pensar cosas raras.

– Pues no pienses cosas raras.

Se levanto y se sentó sobre mis piernas con lágrimas en los ojos.

– Por favor mi señor, no te enfades conmigo. Pensar que te puedo perder me pone enferma, –me dijo mientras me acariciaba la mejilla.

– No tienes que preocuparte por mi, yo nunca te voy a dejar, y menos por una pelandusca, antes me echarás tu, –y riendo la pregunte–. ¿De donde te has sacado esa palabra, pelandusca?

– De mi madre, la dice mucho, –me contesto soltando una carcajada.

– Anda, vámonos a la cama que mañana quiero salir pronto.

Al día siguiente, a las ocho de la mañana ya estábamos en la carretera. Mi intención era llegar  en el día a Manzanares para dejar la caravana. Paramos para repostar y almorzar en una zona de servicio  de la AP-2 y seguimos de tirón hasta Manzanares, donde llegamos a las ocho de la tarde.

– ¿Nos quedamos a dormir aquí, mi señor?

– No cariño, que mañana tengo un día de perros, prefiero dormir en casa.

– Vale mi señor, en casa podíamos pedir un telejapo que hace mucho que no lo hacemos.

Y así lo hicimos. Abrimos una botella de verdejo y sin deshacer el equipaje nos fuimos a la cama. Estaba muy cansado de conducir y Esther era consciente de ello. Rápidamente se metió entre mi piernas y se puso a chupar como una loca. Después se subió encima y me cabalgo. Estuvo culeando hasta que se corrió mientras la sujetaba sus manos por detrás de la espalda y sus preciosos abdominales se marcaron mientras sus pezones se ponían duros como piedras. Esa visión era tan excitante para mi, que la atraje hacia mi y rodando la puse debajo. Empecé a follarla como los conejillos, con un frenesí desbocado. Y al momento me corrí. Y me quede dormido. Por la mañana no recordaba que paso a continuación, pero me imagine a la pobre Esther intentando no ser aplastada por mi cuerpo.

Toda la mañana, y parte de la tarde estuve en la oficina mas liado que la pata de un romano. Había un montón de papeleo pendiente que requería de mi firma y muchas decisiones que tomar. También hable con Pinkerton sobre negocios comunes.

Cuando regrese a casa estaba mas cansado que el día anterior con el viaje.

– Para final de mes, nos han invitado a la opera, –y después de una pausa para dar un poco de suspense, añadí–. En Viena.

– ¡En Viena! Genial mi señor, –exclamo entusiasmada.

–  He pensado que podíamos irnos una semana. Así conocías la ciudad y podíamos ir a Salzburgo, a conocer la ciudad donde nació Johannes Chrysostomus Theophilus.

– ¿Johannes Chrysostomus Theophilus?, ¿Quién cojones es ese, mi señor?

– ¡Coño con la experta en opera y música clásica!, –la solté con una carcajada–. Pues no te lo digo, averígualo.

– Pues ya ves, –me dijo muy digna–. Lo miro en la Wiki.

Y se fue a mirarlo. A los treinta segundos regreso mas digna que antes.

– Mi señor, no es importante saber que es el nombre completo de Mozart.

– Ya, ya mi amor, pero tu no lo sabias, –la dije para hacerla de rabiar, y a continuación  la pregunte–. Por cierto, ¿Qué tal se te da el vals?

– ¿El vals? Mal. Ni idea.

– Pues tienes un problema, porque vamos a ir a la Wiener Opernball, que es el baile mas importante de vals del mundo.

– Pero, ¿No me has dicho que vamos a la opera?

– Y al baile también.

–  Pero  yo no …

– Ah, por cierto, –la interrumpí–.  Presta atención que es importante. La opera es estreno riguroso, necesitaras traje de noche. Yo iré con esmoquin. El baile es de gran gala, necesitaras un traje apropiado que no sea blanco. Yo iré de frac.

Hice una pausa para que fuera asimilando lo que la decía.  Esther me miraba con la boca abierta.

– ¿Mi señor va a ir frac? No tienes.

– Me lo tengo que hacer, es obligatorio, –y añadí–. Una semana antes de salir tienes que tener los vestidos preparados para mandarlos, junto con mi ropa y tus joyas, al hotel con un envío de seguridad. Es importante Esther.

Cuando nos fuimos a la cama Esther todavía estaba en shock y me di cuenta que mientras me duchaba había estado investigando por Internet.

– Mi señor, me he enterado que para asistir a ese baile hay que tener mucha influencia, que no va cualquiera.

– No te preocupes, ya esta todo previsto. De todas maneras es cuestión de dinero, no de influencias.

– No sabia que tuvieras tanta mano en Austria mi señor.

– La  suficiente mi amor, pero las manos que mas me interesan son estas, –y enseñándola las mías empecé a pasárselas por la espalda.

Inmediatamente me rodeo el cuello con sus brazos y sus labios encontraron los mios. La levante del suelo y sus piernas rodearon mi cintura. La sujete bien y la penetre arrancándola   gemidos de placer. Durante un rato largo estuve fallándola mientras la mantenía en el aire. Cuando se corrió, me senté en el sillón mientras la mantenía penetrada y deje que ella misma culeara mientras la comía las tetas. Cuando note que me iba a correr, la cogí la cara con las manos y la bese en la boca con pasión desmedida. Después de corrernos, estuvimos largo tiempo abrazados y besuqueándonos.

– Mi señor.

– Dime.

– ¿Quieres que me opere las tetas? –me dejo estupefacto. En ocasiones, Esther tiene cierta capacidad de sorprenderme.

– ¿Para que cojones quieres operarte las tetas? –pude preguntarla al fin.

– Yo no, quiero saber si tu quieres que me las opere mi señor.

– No, no quiero que te las operes.

– Pero, ¿No te gustaría que las tuviera mas gordas mi señor?

– Me gustan como están, –y después de una pausa la pregunte–. ¿Y tu, quieres operártelas?

– Yo quiero lo que mi señor quiera.

– Esther, vamos a dejar este tema antes de que se convierta en   una conversación de besugos.

– ¿Pero estas seguro, mi señor? –insistió.

– Si mi amor, estoy muy seguro, –afirme con rotundidad–. ¡Me gustan tus tetas como están!

Los días siguientes fueron intensos para Esther. Habló con una de las monitoras del Gimnasio para que todos los días la diera clases de vals, a las que yo también asistí durante la ultima semana antes de partir para Viena. Encargo los vestidos y tuvo que ir varias veces a probarse. En cuanto a mi frac, fui a la sastrería de la calle Montalbán y me lo prepararon.

Justo una semana antes de partir, me llamo Isabel para quedar, tenia cosas importantes que comentarme. Quede con ella en la oficina, y apareció con Colibrí.

– ¿Bueno que ocurre? –las pregunte un tanto escamado por la presencia de Colibrí.

– No tenemos nada concreto todavía, pero quiero que veas algo, –mientras hablaba, puso sobre la mesa dos fotos grandes que saco de su maletín. Eran  de Moncho, en una estaba en un restaurante y en la otra en una entidad bancaria.

– Dos fotos de Moncho.

– Míralas bien, ¿Qué ves? –me dijo Colibrí. Por mas que las miraba solo veía que eran del mismo día y casi de la misma hora.

– Esas fotos como ya has notado, están sacadas el mismo día con media hora de diferencia, –me explicó Isabel–. Son capturas que ha conseguido Colibrí de vídeos de seguridad.

– La primera es del restaurante del Hotel La Mamounia, de Marrakech, –continuo Colibrí–. La segunda es del banco donde trabaja, en Casablanca.

– ¿Cómo es posible? –se me acababa de hacer un nudo en el estomago.

– No lo sabemos, Pinkerton esta al corriente, y varios de sus   agentes están investigando en EEUU. Aquí estamos intentando recomponer su historia familiar, pero es complicado. Recuerda que siempre sospechamos que su nombre era falso.

– Hay posibilidad de que el Moncho que tienes encerrado en Tailandia, no sea el verdadero, –me dijo Colibrí.

–  No, ese Moncho es el que tiene que estar ahí, –afirme rotundo–. Cuando hable con el en la cárcel, sabia perfectamente quien era yo. Recuerdo que en alguna ocasión, Esther me comento que Moncho tenia unos cambios de actitud terribles, de un día para otro. Como si fuera otra persona.

– Tener un hermano gemelo oculto puede ser muy útil según para que cosas, –afirmo Isabel.

– Isabel, la semana que viene nos vamos a Viena unos días. Cuando regresemos, quiero protección total para Esther. De incógnito, ella no debe darse cuenta de nada.

– ¿No la vas a decir nada? –me pregunto Colibrí.

– No, bajo ninguna circunstancia Esther debe enterarse de lo que ocurre. Al menos por el momento.

Regrese a casa muy preocupado, con la cabeza bullendo como en una olla a presión. Dios, cuando encuentre al segundo Moncho lo voy a estrangular con mis propias manos.

Esther estaba entretenida con sus vestidos, que ya habían llegado. La ayude a acomodarlos en el baúl que trajimos de Milán, junto con mis trajes y sus joyas. Cuando llegaron los de la empresa de seguridad y se lo llevaron, cogí a Esther de la mano y la lleve al dormitorio. Necesitaba liberar tensión y nadie mejor que con ella.

La pille por sorpresa, no se lo esperaba. La quite la ropa sin muchos miramientos y la tumbe en la cama. Me puse sobre ella y la penetre mientras la morreaba con furia. Esta vez la cosa no fue tranquila, la folle furioso, en plan duro que era lo que me pedía el cuerpo. Cuanto mas chillaba Esther de placer, mis movimientos  se hacían mas frenéticos. A los pocos minutos Esther ya se contraía y gritaba con los orgasmos. Y yo con mas fuerza la follaba, incluso llegando a temer el hacerla daño. Pero no fue el caso y el deseo me podía. Al final me corrí gritando como un demente mientras mi amor me sujetaba la cabeza con sus manitas y me besaba en la boca.

– Solo me follas así cuando algo te preocupa mucho, mi señor, –me dijo cuando ya nos habíamos tranquilizado.

– No te preocupes mi amor, son cosas mías.

Mas de calvosexxx

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Antonia, o nadie es perfecto.

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La abducción de Servanda

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