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Desafio de galaxias (capitulo 20)

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                                             * * * * *

 

 

 

— Mi general, tenemos un problema y grave, —dijo Aunie, una hembra kedar de la etnia Krok, de un suave color violeta y que era oficial de enlace en el Ares, entrando en el despacho del general Esteban—. Tengo que reconocer que ha sido un error mío… o mejor dicho una falta de previsión por mi parte.

— Que no deja de ser un error tuyo, —dijo Esteban levantando la vista de las tabletas con las que trabajaba.

— Si, si, mi señor, lo es, —admitió bajando la mirada.

— ¿No tendrá que ver con el aumento de las naves con refugiados? —preguntó Esteban—. Tengo informes de las patrullas que las han detectado. Me preguntaba cuando vendrías a contármelo.

— Lo siento mi señor, he intentado parar la avalancha, pero ha sido inútil. La noticia ha atravesado la galaxia a la velocidad de la luz y de manera irresponsable están saliendo de sus escondrijos poniéndose al descubierto. Se están lanzando a atravesar la galaxia, con el riesgo de que sean interceptados por las naves de patrulla bulban.

— La desesperación… y la esperanza, les empuja hacia aquí. Es lógico, no les puedes reprochar nada, —dijo Esteban levantándose y saliendo de detrás de la mesa. La cogió por los hombros y se los apretó con afecto—. Tendremos que preparar más alojamientos para ellos, pero por el momento será a base de tiendas de campaña. Mientras no terminemos la construcción de la nueva base no podemos hacer otra cosa.

— Lo entiendo mi señor. De cualquier manera es un problema nuestro.

— Ya estás con tu puta individualidad, la tuya y la de los kedar. Hasta que llegamos nosotros, ¿cuántas veces habíais colaborado los Krok con las demás etnias? ¿o las demás etnias entre sí?

— Muy pocas mi señor.

— Exacto, muy pocas, —las palabras afectuosas se trasformaron en una bronca en toda regla—. Juntos podemos, pero cada uno por su lado, nos derrotaran.

— Lo sé mi señor, lo siento…

— ¡Joder! Pues no lo sientas, ponte las pilas y mueve el culo, —medio grito volviendo a sentarse—. A doce años luz hemos detectado un sistema con dos planetas habitables. Vamos a desplazar nuestras operaciones a esa zona para asegurar el sistema. Recuerda que la general Martín quiere tener aquí infantería operativa y ha ordenado formar un ejército de 200.000 soldados. En las próximas dos semanas comenzaran a llegar las dos divisiones que nos cede, y eso son 25.000 soldados, los otros 175.000 los tenéis que proporcionar vosotros. Parte de los nuestros serán instructores, y te lo advierto, muchos de ellos serán mujeres, no quiero el más mínimo problema con ese machismo absurdo que practicáis aquí.

— Lo intentaré mi señor, pero ya sabe que hubo muchos problemas cuando me eligió como oficial de enlace…

— Pues el que no acepte mujeres en el ejército no estará en él. ¡Está claro!

— Si mi señor, está muy claro.

— De todas maneras no les aconsejo que se metan con alguna de ellas, si quieren conservar los dientes, claro está, —dijo con una sonrisa irónica—. Por cierto, hace un par de días que no te veo el pelo.

— ¡Uy que no! —respondió Aunie con una coquetería descarada—. Ayer por la tarde, sin ir más lejos.

— Ya claro, pero me gustaría verte sin todo el estado mayor. Principalmente, porque si alguien ve lo hábil que eres con la lengua igual tengo competencia.

— Mi lengua y yo solo somos de mi señor, —respondió corriendo el pestillo de la puerta. Rodeo la mesa, se arrodilló entre las piernas de Esteban y le desabrocho el pantalón.

— Nunca había visto una polla tan grande, —dijo cogiéndola y mirándola con detenimiento—. Nunca me cansaré de decirlo, —se la introdujo en la boca y la lengua empezó a acariciarle el glande. Rápidamente creció en su interior llenándola por completo. Con movimientos rítmicos sus labios acariciaban la polla de Esteban en toda su longitud mientras la lengua seguía atacando la punta. Finalmente, Esteban se corrió y Aunie se lo trago con glotonería mientras su lengua seguía acrecentando el placer de su general.

— Mi señor, está noche tampoco puedo estar contigo, —le dijo todavía relamiéndose—. Tengo otra reunión.

— Que manía tenéis con reuniros de noche, —respondió Esteban abrochándose el pantalón.

— Costumbres de la clandestinidad, mi señor, y muchos de los asistentes vienen de la zona ocupada. Quiero traer parte de los combatientes para integrar el nuevo ejército.

— De acuerdo, —dijo con resignación—. Por cierto, es posible que conozcas a la general Martín, me ha prometido que vendrá a visitarnos… aunque su estado mayor se opone. Ya veremos.

— ¿Le vas a decir que tenemos una relación?

— Ya lo sabe. Se lo dije hace un par de meses.

— Lo que no entiendo es, que con lo amigos que sois, nunca os hayáis enrollado.

— Pues es muy sencillo de entender, —respondió Esteban con una sonrisa—. Aparte de que es mi amiga, resulta que es lesbiana, y no le gustan los tíos, le gustan las tías.

— ¡Joder! Eso sí que seria aquí la bomba.

— Pues si viene, vendrá con su pareja, que es su ayudante de campo y oficial de estado mayor, Anahis, una hembra mandoriana muy simpática, te gustara… por cierto, es de color azul y tiene cola.

— Entonces… ¿estoy en peligro? —preguntó Aunie con coquetería.

— ¡Mierda! No había caído, —bromeo Esteban—. Te aseguro que está muy enamorada y además, Anahis es muy celosa, te aconsejo que nos des lugar a un equívoco.

 

 

Colonia 1, fue el primer asentamiento kedar que se instaló en un planeta bajo protección federal y el más próximo al Ares. En ocasiones, Esteban bajaba al planeta donde tenía un centro de mando, para tomar el aire y estirar las piernas. Tantos días dentro del Ares terminaban agobiándole. Le gustaba pasear por sus polvorientas calles con todo tipo de construcciones a los lados y repleta de hombres, mujeres y niños. En estos pocos meses, el comercio empezaba a florecer y se parceló el campo que rodeaba la ciudad para crear huertos. Los médicos militares pasaban consulta a diario para atender a los 50.000 habitantes de la ciudad. La única condición que impuso Esteban para instalarse en la colonia fue, que la separación por etnias y sexos quedaba prohibida. Los que no estuvieron de acuerdo se quedaron en las montañas cercanas a la colonia, pero tiempo después, y ante su pujanza comercial, todos fueron regresando al seno de la comunidad.

Ese día, el sol brillaba a intervalos entre las nubes y Esteban había pedido a los habitantes de la colonia que se congregaran ante una gran explanada empedrada, situada en un lateral de la colonia y que se utilizaba como zona de aterrizaje de las naves de abastecimiento. La noticia de que la general Martín venia de visita, había alterado la vida cotidiana de la colonia, e incluso, civiles de otras colonias, habían llegado en todo tipo de naves para ver a la que, sin ningún genero de dudas, ya era su heroína gracias a las fantásticas historias que se contaban de ella. En el salón comunal de la colonia, unos artistas kedar habían pintado un gran mural representando, idílicamente, a Marisol, rodeada de enemigos, y cortando la cabeza del pretor bulban en la batalla de Tetis 4.

Esteban llegó acompañado por Aunie, el estado mayor del Ares, los jefes de las etnias, los gobernadores de las colonias instaladas en la zona federal, y el comandante de la resistencia kedar. Estaban departiendo entre ellos, cuando un estruendo hizo que todos miraran hacia arriba. Entonces, como un monstruo mitológico, empujando las nubes hacia abajo, apareció la panza de la nave. Suavemente siguió descendiendo, mientras que de seis compartimentos aparecían sendas robustas patas sobre las que se posó fuera de la explanada.

— Señores jefes étnicos, está es la fragata de batalla F-69 Leviatán, —comenzó diciendo Esteban—. Ella, y la F-49 Albatros, junto con tres corbetas, que son naves más pequeñas, pero también muy poderosas, llegan desde mi mundo para ayudarnos aquí.

Los jefes étnicos aplaudieron las palabras de Esteban mientras la muchedumbre miraba boquiabierta la imponente nave.

— Parece tan grande como las de los bulban, —comento uno de los jefes.

— En realidad es más grande, —afirmo Esteban—. Las bulban, con todos esos pinchos de defensa y la enorme coraza que llevan, parecen más de lo que son en realidad. Está tiene 230 metros de largo, seis cubiertas y 185 tripulantes.

Un nuevo estruendo comenzó a sonar, y una nueva nave, mucho más descomunal que la primera rompía las nubes y se posaba suavemente en el borde de la explanada, junto a la fragata.

— ¡Es tan grande como el Ares!

 —El Ares se preparó sobre una nave como esa, —respondió Esteban mientras el portón principal comenzaba a abrirse—. Es un transporte militar de tropas, tiene 400 metros de largo y pueden transportar una división de infantería o una brigada acorazada.

Por el portón, comenzó a descender una banda militar de música que, perfectamente alineada, se situó cerca de las autoridades y siguió tocando música marcial durante tono el evento. De la nave fue descendiendo la infantería, perfectamente formada por escuadrones, pulcramente uniformados y armados con sus armas. Desfilando, los escuadrones recorrieron todo el perímetro de la explanada hasta situarse en el centro. El público aplaudía a rabiar y lo que más sensación causó fue la abundante presencia de mujeres en los escuadrones.

— Hay muchas hembras, —comenzó uno de los jefes étnicos visiblemente molesto.

— El 42 % de los soldados y el 44 de los mandos de está división, son mujeres, —respondió Esteban—. Incluso el comandante de una de las brigadas en una… hembra.

— Ya sabe que nuestras costumbres…

— Pero no son las nuestras, —le corto tajante Esteban—. Para nosotros es inadmisible la separación por etnias o la discriminación de las mujeres. Que les quede muy claro, esto lo vamos a hacer, que lo hacemos con ustedes, ¡fantástico! pero si no, no tendré el más mínimo problema en dejarles de lado. Además, les recuerdo que el comandante en jefe del ejército federal, es una mujer, la general Martín.

La parada continuó, todas las fuerzas desfilaron delante del estrado y se estacionaron, perfectamente formados ocupando toda la explanada. Entonces, atravesando las nubes, apareció un transbordador que suavemente aterrizo ante la tribuna. El portón de abrió y dos soldados, fuertemente armados, descendieron y tomaron posiciones a los lados de la escotilla. La figura de la general Martín se recortó en el marco de la puerta y descendía del transbordador donde ya la esperaban el general Esteban y su estado mayor.

— Mi señora, —dijo Esteban mientras la abrazaba después de cuadrarse— ya tenía ganas de verte.

— Y yo Paco, y yo, —respondió Marisol dándole dos besos.

— Permíteme que te presente a las autoridades civiles, a mi estado mayor ya los conoces.

— A todos no, me falta cierto oficial de enlace.

— Primero los jefes étnicos Marisol, que la cosa está un poco tirante… ya sabes.

— Por supuesto. Tranquilo que voy a ser buena, —uno a uno fue saludando cortésmente a las autoridades civiles y por último conoció a Aunie a la que dio dos besos—. Bonito color, —le susurro a Esteban con una sonrisa.

 

— Hace año y medio, los bulban atacaron mi mundo, —Marisol hablaba con decisión ante los micrófonos. Frente a ella, soldados federales y decenas de miles de ciudadanos kedar que se habían mezclado con ellos en una confraternización espontánea—. Atacaron a una galaxia en paz, una galaxia sin guerras y sin ejércitos. De la nada, la República ha puesto en pie un ejército capaz de enfrentar al enemigo, y estos soldados que veis aquí son una pequeña representación. Con su ayuda, queremos formar un gran ejército kedar que pueda abrir un segundo frente que libere está galaxia de los odiosos bulban. No será fácil, y será un camino largo plagado de sacrificios, pero, aunque ellos siguen teniendo una superioridad abrumadora, nosotros tenemos la voluntad de sobrevivir y de triunfar. ¡Os necesitamos! Sin vosotros no podremos hacerlo. Mezclaros con mis soldados, hablad con ellos, visitad estás dos magnificas naves que están a vuestra disposición, hoy tiene que ser un día de fiesta y de esperanza.

Marisol se retiró del micrófono levantando una mano en señal de saludo mientras miles de kedar y todos los de la tribuna aplaudían a rabiar. Instantes después, kedar y soldados federales confraternizaban entre sí y una larga fila se empezaba a formar ante las pasarelas de acceso a las dos naves.

 

— No te conocía esa faceta de oradora, —le dijo Esteban con una sonrisa cuando por fin estuvieron solos—. Me has dejado muerto.

— ¡No te rías! —contestó sonriendo también—. Odio hablar ante tanta gente.

— ¡Joder, pues se te da de miedo! ¿Vas a estar con nosotros una semana, como está previsto?

—Si no ocurre nada, sí.

— Tu presencia será beneficiosa. Con todo lo que se ha contado sobre ti, los kedar te han rodeado de una aureola casi mítica.

— ¡No exageres anda! Ha sido una buena idea montar este acto, Paco. Ayudara a reclutar gente.

— Falta nos va a hacer. El tema de las mujeres es un problema, y gordo, mucho más que el de las etnias. Los hombres son reacios a permitir a las mujeres combatir…

— ¡No me lo puedo creer! Es inaudito, —le interrumpió Marisol visiblemente molesta.

— Desde luego. Solo para nombrar a Aunie oficial de enlace, tuve que pegarme con los jefes étnicos y civiles.

— ¿Y las mujeres? —le preguntó—. ¿Se quieren alistar?

— Si, sí. Por ahí no hay problema. Aunie tiene ya una lista de unas quinientas voluntarias.

— Pues entonces no le des más vueltas. Forma tres escuadrones y entrénalos. Traslada algunas de nuestras tenientes para que tengas mandos con experiencia.

— Estoy de acuerdo, —afirmo Esteban—. Ya lo había pensado, pero no me atrevía a ser tan radical.

— Si hay dificultades con los jefes civiles, déjalos de lado y no cuentes con ellos, —le ordeno tajante—. Monta centros de reclutamiento propios, y que todo el que se aliste tenga claro, que en nuestro ejército no hay discriminaciones, ni de sexos, ni de razas.

— A la orden mi señora, como siempre, —respondió Esteban con una sonrisa de afecto.

— Y nombra a Aunie capitán de estado mayor. Que siga con su trabajo, pero así estará libre de la influencia kedar.

— Dentro de dos horas hay un acto protocolario con las autoridades, estaría bien que la dieras sus insignias personalmente.

— Eso está hecho.

 

Al día siguiente los tres escuadrones de mujeres comenzaron a entrenar, y Aunie, con su flamante uniforme de oficial de estado mayor seguía con sus quehaceres de enlace. Durante toda esa semana, Marisol visitó las siete colonias, los campos de entrenamiento y los destacamentos. Acompaño a las patrulleras por el espacio de control federal y aguanto con estoicismo y una sonrisa artificial las tonterías de los jefes étnicos.

— Me tienes sorprendido, —reconoció Esteban. Marisol y él, estaban sentados en una mesa, junto al ventanal de la cantina principal del Ares. Desde allí veían el ir y venir incesante de naves federales a través del portal— has aguantado una semana sin estrangulas a ninguno de ellos, y me imagino, que ganas no te han faltado.

— Sobre todo al jefe de la etnia Rhis…

— ¡No te preocupes! —exclamó Esteban después de soltar una carcajada— a ese le queda poco, ni los suyos le aguantan.

— Menudo personaje, pero en fin, no voy a hacer nada que te pueda poner en dificultades y supongo que estrangular a alguno de ellos, lo haría.

— No creas, podría vivir con ello.

— ¡Joder tío! Pues haberlo dicho.

— Ahora en serio, gracias nena. Tu presencia ha hecho que los puestos de reclutamiento funcionen a destajo. En está semana, se han inscrito más de 50.000, de los que el 34 % son hembras. Y además, la moral de los kedar se ha disparado, ahora está por las nubes.

— Pero eso es por tu trabajo aquí…

— ¡No Marisol! Eres un líder al que todos seguirían con los ojos cerrados, y yo el primero.

— No exageres Paco, sigo siendo la misma chica sencilla de siempre.

— ¡No jodas Marisol! Tú siempre has sido especial, desde que íbamos al parvulario.

 No empieces Paco que…

— General Esteban, acuda al centro de mando, —sonó el comunicador del general interrumpiéndolos—. Es muy urgente.

— ¡Ya vamos!

Un par de minutos después, Marisol y Esteban entraban en el centro de mando del Ares donde la actividad era febril.

— General, fuerzas bulban han atacado el sistema Nalsur y han desembarcado tropas en las cercanías de Colonia 7.

— ¿Colonia 7 es la que está en construcción? —preguntó Marisol.

— Así es mi señora, pero ya hay civiles, —contestó Aunie.

— Solo tiene protección de la resistencia kedar, —añadió otro oficial—. El asentamiento está en un alto y han podido organizar una defensa aceptable.

— Que toda la flota se dirija a Nalsur, —ordeno Esteban.

— ¡Un momento! —exclamó Marisol mientras comenzaba a pasear por detrás de los puestos de control, como siempre hacia cuando estaba pensando—. ¿Sabemos cuanta infantería han desembarcado?

— Está confirmada la presencia de cuatro transportes.

— Eso son de 50.000 a 60.000 soldados, —afirmo Esteban.

— ¿Y en la orbita?

— Alrededor de cincuenta naves.

— Es una trampa, quieren atraernos hacia allí, —afirmo Marisol apoyándose sobre la mesa de estrategia.

— ¿Por qué cree que es una trampa? —preguntó otro oficial.

— Porque es lo que hacemos nosotros. Los bulban aprenden muy rápido.

— Si movemos a la flota hasta Nalsur dejamos sin protección a buena parte de nuestra zona de control, incluidas cuatro colonias, —razono Esteban apoyando la reflexión de Marisol.

— ¡Pero no podemos abandonar a los civiles de la colonia…!

— ¡Nadie va a abandonar nada, capitán! —la protesta de Aunie fue parada en seco por Marisol levantando la mano y mirándola fijamente a los ojos—. ¿Qué infantería tenemos disponible?

— Toda, pero los regimientos están desperdigados por las colonias, el problema son los transportes. El que trajo a la infantería federal está averiado y tardaran en repararlo 34 horas.

— ¿Aquí que tenemos?

— Dos regimientos en Colonia 1.

— Que aterrice la Fénix, que embarquen los dos regimientos y los escuadrones kedar que están con el entrenamiento, incluidos los de mujeres, —ordeno Marisol dirigiéndose a Anahis que inmediatamente se puso a hablar por su comunicador, y después, añadió mirando a Esteban—. Quédate aquí con el grueso de la flota. Yo, con 25 patrulleras y las que tengo en la Fénix intentaremos hacer frente a la flota de órbita.

— ¿Pero en tierra que cojones pretendes hacer? ¡3.000 contra 50.000! ¿Estás loca? —la recrimino Esteban visiblemente preocupado—. ¡Ni tú eres capaz de una locura así!

— ¿Qué te juegas? —respondió Marisol sonriendo mientras le acariciaba la mejilla—. Además, también cuento con la milicia kedar.

— Pido permiso para acompañarla, general, —intervino Aunie.

— De acuerdo, me vendrás bien para organizar a los defensores kedar.

 

Tres horas después, la Fénix y las 25 patrulleras estaban próximos a llegar al sistema Nalsur, y Marisol, se encontró con Marión camino del centro de mando de la nave.

— ¡Anda mira! Has sobrevivido. Una semana de responsos, menuda fiesta. ¿Cuándo has llegado?

— Ahora mismo con una lanzadera, y no empieces Marisol, sabes que tenía el mandato de la reverenda madre para que estableciera contacto con el clero kedar.

— Ya lo sé, pero suponía que lo despacharías en un par de días, no que te meterías de clausura con ellos una semana, —y riendo, Marisol añadió—. Supongo que tu sargento te habrá echado de menos… y mucho.

— Estoy al corriente de lo que pasa, — dijo Marión cambiando de tema—. Supongo que Esteban ya te habrá dicho que estás loca.

— Si, pero ya contaba con eso. Quiero que dirijas las operaciones contra la flota enemiga, mientras yo bajo con la infantería. Dispones de 25 patrulleras, más las seis que tenemos en la Fénix. Con los transbordadores me quedo yo para las operaciones en tierra.

— De acuerdo, pero me quedo con uno de los que están adaptados como centro de mando para dirigir las operaciones.

— Todo tuyo, —dijo Marisol entrando en el centro de mando donde la esperaban los jefes de los regimientos—. Muy bien señores, la Fénix va a realizar un descenso de combate y aterrizara interponiéndose entre los defensores kedar y los bulban. Atacaremos directamente, un regimiento por el flanco derecho y el otro por el izquierdo. Yo, con los novatos kedar, lo haré directo al centro. Aunie, tú contactaras con los defensores, los agruparas y esperaréis ordenes, repito, no atacaréis y esperaréis mis ordenes.

— No se preocupe mi señora, así lo haremos.

— La general Marión dirigirá a las patrulleras en las operaciones contra la flota enemiga, —todos asintieron.

— Mi señora, es mucho riesgo para usted liderar una unidad de novatos…

— No siga por ahí, coronel, —le interrumpió—. Quiero que entre los dos regimientos me cedáis 100 soldados con experiencia en asaltos a recintos cerrados. Necesitamos transportes de tropas y el enemigo tiene cuatro. Los quiero ¿está claro? —los dos coroneles y Aunie asintieron—. Pues entonces preparen a sus tropas, en diez minutos comenzamos el descenso.

Todos salieron del centro de mando para dirigirse a sus puestos. En la salida, Marisol se encontró con Anahis que llegaba ataviada con su uniforme de combate y con sus armas a la espalda.

— ¿Dónde crees que vas? —preguntó Marisol frunciendo el ceño—. Te necesito en el centro de mando.

— ¡Una mierda me necesitas! No me voy a quedar aquí, voy contigo, te pongas como te pongas. Y no me obligues a desobedecerte.

— ¡Joder vale! —dijo Marisol reanudando el camino—. Pero no te separes de mí… y vigila tu cola, que Princesa Súm estuvo a punto de perderla en varias ocasiones.

— Vosotras dos, tened cuidado ahí abajo, —dijo Marión que la esperaba a la entrada del hangar de vuelo. Las abrazo, y mirando a Marisol, añadió—. Sobre todo tú, que eres muy burra.

— Si mama ganso, seremos buenas.

 

 

 

 

 

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