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MATILDA, la guerrero del espacio (capitulo 28)

en Grandes Series

 

A primera hora de la mañana, Matilda y Ushlas entraban en el Palacio Real, residencia oficial de la Princesa Súm. Hacia varias horas que la Tharsis había llegado a Mandoria para unos trabajos de mantenimiento rutinarios.

— ¿Tu que pasa, qué no duermes? —dijo Matilda estrechando a la Princesa afectuosamente—. La noche es para dormir.

— No te quejes, que yo sé que te levantas muy temprano, —la contestó la Princesa.

— Si, pero esta no, —respondió Matilda señalando a Ushlas, que en ese momento abrazaba a su amiga—. Y deberías saber que durante la primera hora, es mejor no hablarla.

Las dos rieron mientras Ushlas asentía con la cabeza. Finalmente, las tres terminaron riendo mientras se abrazaban.

— ¡Joder tías! Os veo muy bien, —exclamó la princesa acariciándolas, y dirigiéndose a Matilda, añadió—. Espero que tú hayas estado descansando, que eres muy burra.

— Entre sus doncellas y yo, nos hemos encargado de que descanse, —se adelantó Ushlas respondiendo.

— ¡Ya te digo! —dijo Matilda frunciendo el ceño—. Súm, ha pasado lo peor que me podía ocurrir, se han hecho amigas. ¡Es un infierno! No me dejan hacer nada.

— Pues eso está muy bien…

— No, si ya suponía yo que te ibas a poner de su parte, —la corto enfurruñada.

— Y ha cogido un par de kilos, —intervino Ushlas—. Recuerda que estaba en los huesos.

— Genial, así estas más guapa, —bromeó la princesa.

— ¡Si, ya! Me voy a poner como una vaca, —protesto Matilda.

— Venga, venga, no refunfuñes, —la Princesa seguía demostrando el cariño que sentía por sus dos amigas—. Siento haberos citado tan pronto, pero hoy tengo un día de locos. Inauguro una guardería y un dispensario en el hemisferio sur. Y además, tengo una reunión importante con los gobernadores de la zona y es posible que tenga que estrangular a alguno.

— A eso, si quieres, te puedo ayudar, —intervino Matilda.

— No gracias, ya me apaño yo sola, —y la Princesa, mirándola fijamente, añadió—. Pero, ahora que lo dices, dentro de tres días me podías inaugurar un hospital infantil.

— ¡No me jodas! —exclamó Matilda con cara de susto, mientras Ushlas se meaba de la risa.

— No, para eso ya tienes a Ushlas.

— Pero, yo no he inaugurado nunca nada, eso es cosa de… políticos.

— Pues entonces decidido. Ya veras que bien lo vas a pasar. Vas a coger niños en brazos, te vas a inflar a dar besos, vas a saludar a un montón de gente ¡incluso puedes firmar autógrafos! Y le voy a poner tu nombre, “Hospital Infantil Matilda”. Va a ser genial.

— Eso no me lo pierdo.

— Encárgate de que venga.

— Tranquila, la traeré aunque sea atada con una cuerda. Además, tengo una antigua cámara de fotos de la Tierra, esto hay que inmortalizarlo.

— Imágenes no te van a faltar. Esto se retransmitirá para todo el sistema.

— ¡Joder!, me habéis convertido en una puta mujer objeto, —protesto Matilda, mientras Súm y Ushlas no paraban de reír.

— Bueno mujer objeto, después de la inauguración, de la que no te vas a librar ni con alas, quiero que te pongas a trabajar, —dijo la Princesa sacando una tableta electrónica de una caja de seguridad—. Aquí tienes los últimos informes de Inteligencia Federal. Han descubierto, que el emperador ha estacionado tropas, y una flota apreciable en el sector 2, en el sistema Mordogam.

— Quiere ralentizarnos. Sabe que el asalto a Axos es irremediable e intenta restarnos fuerzas. ¿Cómo van las nuevas unidades?

— Despacio, no estarán operativas antes de dos meses. El problema puede ser el transporte.

— No, eso no me preocupa Princesa, —dijo Matilda con vehemencia—. Te repito lo que ya hablamos hace unos meses, no podemos asaltar Axos con menos de cinco millones de soldados, y en principio, asumiendo unas perdidas de al menos el 20 %.

— Lo sé, lo sé, y somos conscientes de ello…

— Me sigue pareciendo demencial asumir unas perdidas de más de un millón de soldados, —interrumpió Ushlas—. ¿No hay otra opción?

— Bloquear el planeta y rendirlo por hambre. Pero Axos tiene reservas almacenadas para aguantar cinco años, —explico la Princesa.

— Y está el problema de los rehenes, —intervino Matilda— todos en Axos no son putos funcionarios imperiales, hay unos doscientos millones de trabajadores entre logística y servicios.

— Lo sé, —dijo Ushlas— pero asaltar un planeta con un 75 % de su superficie edificada… ¡joder!, va a ser una carnicería.

— Principalmente en las primeras horas, —Matilda apoyaba el razonamiento de Ushlas afirmando con la cabeza—. Los transportes solo pueden aterrizar en los grandes parques ecuatoriales, y el emperador lo sabe.

— Ahí nos va a pegar con todo lo que tiene.

— Le estoy dando vueltas a un asunto, pero no me preguntéis todavía, tengo que desarrollarlo.

— Pero primero el sector 2. En dos semanas quiero que estés sobre el terreno en el sistema Mordogam.

— Estaremos.

 

La inauguración fue como había previsto la Princesa, pero Matilda, jamás imagino que seria como fue.

— A la próxima inauguración, recuérdame que me lleve a Eskaldar, —le dijo a Ushlas cuando por fin se quedaron solas con la Princesa—. Tengo un dolor de cabeza horrible.

Ushlas y Súm reían mientras, en la tableta, veían las fotos que la primera había sacado.

— Mira está, —y las dos soltaron una sonora carcajada. En la imagen se veía a Matilda con una niña en brazos, mientras llevaba a otro de la mano y un tercero se abrazaba a su pierna.

— ¡Ja, ja, ja! Me descojono de la risa, —Matilda las miraba enfurruñada—. Ya os digo a las dos, de que no me vais a pillar en otra. Prefiero luchar yo sola con un batallón de guardias negros.

— Vale, la próxima inauguración será una residencia de ancianos, —dijo la Princesa sujetándose los costados—. Que horror, me duelen los costados de tanto reír.

Finalmente, se despidieron, y Ushlas se llevó a una muy enfurruñada Matilda de regreso a la Tharsis. La Princesa se quedó recostada en el sillón, mientras con su mano se acariciaba la entrepierna por encima del pantalón. La sesión de risas la había excitado mucho y siguió un rato acariciándose. Cogió el comunicador y llamo a Ramírez.

— ¿Dónde estas? —le preguntó.

— En la antigua armería del palacio, —respondió Ramírez—. Los chicos y yo la estamos inventariando. ¿Sabes que…?

— ¿A que no sabes lo que estoy haciendo mientras hablamos? —le interrumpió con voz melosa—. Me estoy acariciando el chocho por encima del pantalón porque no tengo a nadie que me lo quite.

— ¡Eh… vale! En dos minutos estoy ahí.

Cuando Ramírez entró en los aposentos de la Princesa, la encontró sobre el sillón y seguía acariciándose. Sin mediar palabra, la cogió en brazos y la llevo al dormitorio mientras ella le rodeaba su cuello con los brazos. La deposito sobre la cama y sin miramiento, y a tirones, la quito la ropa. Desnuda, siguió frotándose la vagina mientras miraba como Ramírez se quitaba la ropa. Se aproximó a ella y la introdujo la polla en la boca mientras la sujetaba la cara con su poderosa mano. La Princesa siguió con su estimulación mientras sus piernas se encogían y estiraban frenéticas. La sujeto por la nuca y sin sacar la polla de su boca, se tumbó a su lado y se puso a chupar su vagina con intensidad. La Princesa llegó rápidamente a un primer orgasmo y Ramírez, abriéndola bien de piernas, se colocó sobre ella penetrándola. La estuvo follando muy despacio mientras la Princesa le acariciaba el trasero con la cola. La provoco un par de orgasmos más hasta que finalmente se corrió sincronizándose con ella. Todavía se estaba recuperando cuando la cogió en brazos y se sentó en un sillón con ella sobre su regazo. La estuvo besando mucho tiempo mientras sus manos la recorrían por completo.

— ¿Qué me decías que habíais encontrado en la armería?

— Es fascinante, hay armas, armaduras y mucha documentación, sobre los orígenes de la dinastía real. Hay cosas con más de 600 años de antigüedad, —la Princesa no parecía muy interesada en el descubrimiento. La verdad es que siempre había sentido mucho desapego con “su” familia real—. Los historiadores deberían entrar a saco ahí, y no son cuatro cosas, se podría llenar un museo.

— Se lo diré al canciller para que mande a alguien que lo investigue.

— Si me lo permites, me gustaría ocuparme personalmente.

— Pues claro que te lo permito, pero coméntaselo al canciller, —le contestó, y finalmente se quedó dormida un ratito, antes de comer.

 

Tal y como se había comprometido, en quince días, Matilda estaba sobre la helada superficie de Mordogam 4. Para la operación solo movilizo tres ejércitos, unos ochocientos mil saldados, porque la terrible orografía del planeta no posibilitaba el movimiento de grandes unidades terrestres. De hecho, los dos millones de soldados imperiales, estaban amontonados en el interior de tres ciudades, protegidos por los escudos de energía. Dos días antes, la flota federal, al mando de la Princesa Súm, había pulverizado a la débil flota imperial, y a las defensas planetarias. La poderosa artillería de los acorazados federales, se había abstenido de disparar sobre las ciudades donde lógicamente, aparte de tropas imperiales, había civiles.

— Princesa, tenemos que tomar una decisión, —la imagen de Matilda, ataviada con la pesada indumentaria polar aparecía en la pantalla del puente del Atlantis—. No quiero machacar las ciudades, nos llevaríamos por delante a miles de civiles.

— Estoy de acuerdo contigo, ¿qué propones?

— Quiero que me des permiso para negociar con ellos. Aquí no hay guardias imperiales, ni militares de la corte imperial, solo hay jefes militares de profesión a las ordenes del general Kulaa. Los han mandado aquí para sacrificarlos, para morir, y estoy segura de que lo saben. El emperador no confía en ellos y solo quiere guardias imperiales en Axos.

— De acuerdo Matilda, pero nada de ir tu sola, que te conozco, —la advirtió muy seria.

— Vale mama ganso, seré buena.

— Me está entrando frío solo de verte.

— Y eso que estamos a cubierto. Si estuvieras aquí se te congelaría hasta la cola.

— ¿Ya estás metiéndote con mi cola? Que manía.

— Es que Ushlas es muy quisquillosa con la suya, por eso me meto con la tuya.

— Bueno vale. Ten mucho cuidado.

— Que si, pesada.

 

Dos días después, Matilda, acompañada por dos generales federales y su inseparable asistente personal, se reunió en secreto, con el general al mando de las tropas imperiales y sus dos más directos colaboradores. El encuentro se produjo en una cueva de la cadena montañosa que rodeaba la capital por el norte. Nada más encontrarse, Matilda se aproximó a su homologo y le ofreció la mano. El comandante imperial la acepto sin titubear.

— Mi general, es vital para todos que usted y yo lleguemos a un acuerdo, —le dijo Matilda sin soltarle la mano—. Hay muchas vidas en juego.

— Pues entonces, no perdamos el tiempo, mariscal, —le respondió el general Kulaa invitándola a sentarse.

— Por favor, general, no se dirija a mi como mariscal, llámeme Matilda.

— Usted es uno de los dos únicos mariscales que tiene el Consejo, —apunto el general con una sonrisa irónica—. En la corte imperial hay muchos que matarían por tener un título así.

— Esa es algunas de las cosas con las que queremos terminar, mi general. La Princesa Súm y yo, somos mariscales por nuestra condición de guerreros del Consejo de los Cinco.

— Hablemos claro Matilda. Me doy perfectamente cuenta de lo que hacemos aquí. El emperador no confía en las tropas regulares y nos sacrifica.

— Nosotros queremos evitarlo, mi general, —le respondió Matilda cogiéndole del brazo—. Con lo que tenemos en órbita, sabe perfectamente que podríamos arrasarles. ¿Qué cree que haría el emperador si estuviera en mi lugar?

— Ya estaríamos muertos sin ninguna duda, nosotros y los civiles de las ciudades, —contestó Kulaa.

— Nosotros no somos como él, mi general y usted lo sabe.

— ¿Me planteas que traicione al emperador?

— Ninguno de ustedes le deben nada a ese déspota. El ejército regular no ha estado involucrado en las atrocidades que ha cometido el Imperio. No continúen apoyándole.

— ¿Quieres que nos rindamos? No puedo. Tengo que velar por mis jefes y oficiales, tengo que salvaguardar nuestro honor de militares…

— No le estoy pidiendo que se rinda general Kulaa, —le interrumpió Matilda— le estoy pidiendo que se una a nuestra lucha, —el general y sus ayudantes se quedaron mirando fijamente a Matilda que les mantuvo la mirada.

— ¿Nos integrarías en tu ejercito, Matilda? —preguntó finalmente el general después de mirar brevemente a sus ayudantes—. ¿Es eso lo que nos ofreces?

— Si mi general, pero hay una condición, no aceptaré a nadie que este involucrado en crímenes de guerra. Formaremos un comité mixto que investigue a todos.

— Nos parece bien, —respondió el general después de consultar con sus hombres.

— Mi general, dentro de unos pocos meses voy a asaltar Axos, y usted sabe lo que eso significa…

— Lo sé perfectamente, —la interrumpió—. Yo tengo también una condición Matilda, nosotros integraremos las primeras oleadas.

— De acuerdo mi general, pero a su tropa se le dará la posibilidad de volver a casa o continuar en el ejército.

— Conforme en todo ¿Tenemos un acuerdo?

— Tenemos un acuerdo mi general, —respondió Matilda levantándose y dando la mano a sus nuevos aliados—. A falta de que la comandante en jefe, la Princesa Súm, dé el visto bueno, pero le aseguro que no habrá problema, —su asistente sacó una botella de licor mandoriano y unos vasitos, y los puso sobre la mesa. Después de brindar, Matilda ordenó a sus acompañantes, que dieran la orden de cese de todas las operaciones, y lo mismo hizo el ya exgeneral imperial.

 

La noticia del cese de la actividad militar por ambas partes llegó al puente Atlantis antes de que Matilda pudiera informar a la Princesa personalmente.

— No sabes cómo lo siento, Princesa, —se la notaba molesta— pero la reunión se ha llevado a cabo en una cueva de las montañas del norte. Di la orden de cese de todas las operaciones para evitar enfrentamientos inútiles, y la noticia sé ha propagado demasiado rápido.

— No te preocupes, Matilda, lo entiendo.

 Matilda la puso detalladamente al corriente de los términos del acuerdo y la pareció bien.

— Por supuesto, como ya le he dicho al general Kulaa, todo esta a expensas de que des tu aprobación.

— La tienes. Matilda, has hecho un trabajo soberbio. Has neutralizado la jugada del emperador casi sin bajas, y además, has añadido dos o tres millones soldados más a nuestro ejército.

— Le he prometido al general Kulaa que liderara las primeras oleadas a Axos.

— Eso es decisión tuya, lo que hagas me parecerá bien.

— ¿Cuándo nos puedes recibir? Quiero presentarte al general Kulaa y a su estado mayor. Ellos también quieren conocerte.

— ¿Quieres traerlos aquí?

— Si, si. Si entramos en las ciudades podría dar la impresión de una rendición, y lo quiero evitar, —argumento Matilda—. Prefiero que los recibas en el Atlantis y que prepares alguna ceremonia con la tripulación. Ya sabes, todos formados, banda de música y esas cosas, pero sin pasarse.

— De acuerdo, está tarde a las 19 horas.

— Está tarde nos vemos y te doy dos besos.

— Y yo otros dos.

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