miprimita.com

Baile de Máscaras

en Orgías

Más allá del espacio y el tiempo, mucho más allá de cualquier siglo conocido, en los confines que sólo la imaginación puede ofrecer, me encontré de pronto un día viajando por caminos empedrados a bordo de un espléndido carruaje.

Descorrí el visillo de la ventana para satisfacer mi natural curiosidad pero el cobre y rojizo de los árboles que íbamos dejando atrás sólo me indicaron que estábamos en estación otoñal, si es que en aquel paraje de ensueño existían otras estaciones, ni un letrero, ni una señal, ni otro edificio que el que se mostraba altivo y majestuoso al final del camino. Llegamos más rápido de lo esperado, pues a simple vista me pareció que con aquel lento traqueteo se nos haría noche cerrada antes de alcanzar las puertas del palacio, pero al rayar el sol por el horizonte ya me estaba yo apeando ayudada por dos sirvientes vestidos con casaca y calzón de terciopelo azul.

El anfitrión estaba esperándome en la entrada del salón. Supuse debía ser el anfitrión y no un mayordomo pues su casaca era larga, de seda beig y bellamente bordada en hilo de oro. Además llevaba una máscara de cabeza de águila adornada con plumas auténticas y tal muestra de ostentación y orgullo sólo podía venir del señor de la casa. Me tomó la mano y besó el interior de la muñeca. Imaginé me había confundido con otra dama a la que la confianza le otorgara atrevimiento y, por vergüenza, no le corregí del error. Tras el formalismo de preguntarme por el viaje y elogiar mi belleza, la belleza visible, eso es el busto realzado por el corpiño de damasco granate y el atrevido escote, me presentó al resto de invitados con el pintoresco nombre de la Dama de la Espiga. Sin duda, el Caballero Águila debió inspirarse en el brocado dorado de mi falda o tal vez en las suaves espigas que se entrelazaban hábilmente en mis cabellos rizados y los recogían formando una corona. En cualquier caso, encontré acertado el apodo puesto que mi máscara, aunque preciosa, no representaba ningún animal u objeto.

Nada más entrar en el salón, acudió presto a saludarme el Caballero Mastín, que me agarró el brazo con sus bastas zarpas y me obligó a sentarme a su lado.

- Divina Ceres, tu presencia es venerada por los aquí presentes y en especial por mí – dicho lo cual se dedicó a babosearme la mano y el brazo.

Vino a rescatarme, o eso creí, Maese Gato, que tomó mi otra mano y la llenó de delicados besos haciéndome cosquillas con los bigotes.

- Errado está, milord, que está dama es la sin igual Perséfone, diosa de los Infiernos y dueña de mi corazón.

Esa dama a la que hacían referencia y que tan osadas muestras de cariño permitía, no era yo, sin duda, y no viendo la manera de hacerles entrar en razón, busqué impaciente algún grupo al que unirme en conversación y abandonar a mis dos empalagosos admiradores.

Disfraces originales, divertidos, hermosos y tétricos, pero nadie a quien pudiera reconocer como amigo. Me llamó la atención un peculiar trío formado por una cordera blanca y tan tapada como sólo a una jovencita y pudorosa doncella podría ocurrírsele, sentada a su lado la Pastorcilla, encantadora criatura de rubios tirabuzones apenas enmascarada por un ligero antifaz, lo que era de agradecer porque ni la mejor de las porcelanas haría justicia a una tez tan fresca y sonrosada, y de pié, el Caballero Lobo, todo de negro y con sombrero de tres picos.

Me pareció que Monsieur Lobo me miraba con atención y pude dar por ciertas mis sospechas cuando los músicos comenzaron a tocar un minueto y él se me acercó con paso decidido y, tras una reverencia, me solicitó para el primer baile.

 

El Caballero Lobo danzaba con una elegancia inusitada. Su mano enguantada sujetaba las mía desnuda con tal delicadeza que llegué a creer en algún momento que flotaba en el aire. De la misma manera me hacía girar con la naturalidad con que el viento hace girar las hojas y, cuando su mejilla se acercaba a la mía, era la fragancia del bosque otoñal la que me fregaba y no su piel humana. Fascinada por tan espléndido bailarín, me dejé guiar y olvidé al resto hasta que, como es norma de la danza, intercambiamos la pareja. Le seguía igualmente con la mirada y él me seguía a su vez, ansiosos por volver a coordinar nuestros pasos, cuando de pronto la fuerza del Caballero Mastín estrujando mi mano me distrajo. Cuando volví la cabeza, Monsieur Lobo había desaparecido.

De carecer del decoro apropiado, hubiera dejado el baile al momento y le hubiera buscado con desesperación en cada rincón, tras cada cortina, bajo todos los sofás, pero la prudencia de dama exigía calma y reserva, por lo que permanecí bailando feliz y sonriente hasta el final del minueto a pesar de que la inquietud me iba devorando las entrañas. Al acabar, eso sí, me camuflé entre una espléndida Dama Sol de amplia falda y su hermana Luna de no menos holgura, para escapar sigilosamente al jardín y evitar ser vista por Don Perro y Don Gato que tenían la intención de volver de nuevo a su ataque agasajador.

- ¿Monsieur Lobo? – susurré en la oscuridad nocturna esperando recibir respuesta -. Monsieur, soy la Dama de la Espiga, no os ocultéis de mi.

Pero el lobuno caballero no contestó y me obligó con su silencio a adentrarme en una especie de laberinto de setos y rosas.

- ¿Monsieur? Oigo vuestra respiración, no juguéis con mi ansiedad por encontraros.

- ¿Ansiedad? – respondió al fin el buscado caballero apareciendo de pronto y tomándome la mano para besarla-. ¿Ansiedad por mí?

- Por volver a bailar con vos.

- ¿Volver al salón para tener que volver a separarnos? – y besó mis dedos con dulzura-. Bailemos mejor aquí.

- ¿Sin música?

- Con el sugerente sonido de los besos – y me atrajo hacia sí.

- ¡Monsieur! – forcejeé sin mucha fuerza-. Acabamos de conocernos, no es propio... –se llevó mis dedos a la boca para saborearlos uno por uno-. Tened piedad... –conseguí pronunciar con voz lánguida antes de que me amordazara con su lengua.

Si bailar había resultado delicioso, besarnos no estaba siendo menos grato. Qué podría comentar sobre su lengua, que era un pececillo de colores nadando confiado en los confines de mi boca, otorgándome mil y uno placeres que nacían en el pecho y venían a crecer y multiplicarse en el bajo vientre. Así me tenía cuando sentí su mano deslizarse bajo la falda. En general los hombres son torpes y se enredan con las capas de tela pero él las esquivó con agilidad hasta alcanzar mi piernas, vadear las medias y navegar directo hacia el gran secreto. Cerré las piernas ante el inminente asalto pero sus finos dedos, ahora liberados del guante, consiguieron hacerse un hueco, arribar a su objetivo sin tardanza y adentrarse más y más, más y más...

Había vencido la fortaleza sin mucha dificultad, prefiero creer que gracias a su gran talento más que a mi falta de templanza, y por resultar hipócrita resistirme entre gemidos, le solicité cómplice que me llevara a un lugar más cómodo donde, si no tumbados, al menos sentados pudiéramos concluir el placentero asunto. Sacó sus dedos de mi interior, con mucha nostalgia por mi parte, los relamió como lobo hambriento y me ofreció el brazo.

- En el centro del laberinto hay un merendero con bancos y mesas, allí podré haceros mía a vuestro gusto.

Tal vez fueron sus palabras o la voz profunda y melodiosa con que las pronunció o ese "a vuestro gusto", que me resultó de lo más galante, al instante me subió la excitación como fuego azuzado por el viento y hube de sujetarme con fuerza a su brazo para no desfallecer en el sendero.

Así íbamos, yo suspirando como alma en pena y él acelerado con paso largo y seguro, que en pocos minutos que a mi se me antojaron horas, ya finaron los muros de matas y un amplio jardín se abría a nuestra vista. Mas no fue el momento tan delicioso como esperaba que en ese paraje habían otras voces. Me detuve expectante para comprobar con horror que dos caballeros trataban de forzar a una dama sobre la mesa de piedra, si bien ella no gritaba, bien que se revolvía desesperada y bien que ellos proferían toda clase de obscenidades. No fue menos mi asombro al descubrir que la víctima de tal ataque era la blanca Cordera y los canallas, Sir Mastín y Maese Gato. Pero el sumo de mi indignación llegó cuando la Pastorcilla trató de defender sin éxito a su amiga arreando con el cayado a los bandidos de virgos y fue apartada con brusquedad y lanzada al suelo.

- ¡Monsieur, detened esta afrenta! –supliqué a mi acompañante.

- ¿Por qué? ¿Acaso no es de vuestro agrado?

- ¿La mascarada os ha vuelto loco? ¡Por Dios, ayudad a esa doncella!

- Lo que veis se ha preparado para vuestro deleite.

- ¿Qué decís? ... No, no, me confundís con otra dama... yo jamás... ¡Os lo ruego, socorredla!

- No, mi señora, no os confundo...

Y rozando sus labios contra mi oreja, susurró mi nombre, mi verdadero nombre...

 

El rubor encendió mis mejillas y enmudeció mis labios. Di gracias a la oscuridad nocturna y a la máscara que me protegían de mi evidente vergüenza. En aquellos momentos hubiera con gusto debatido con mi sabio acompañante sobre la causa que le había inducido a pensar que soy aficionada a esta clase de espectáculos grotescos, pero la prisa por deshacer el enredo pudo más que mi curiosidad.

Corrí hacia la escena y grité que finalizaran aquel desatino en nombre del honor y las buenas maneras. Los dos caballeros, algo sorprendidos, se apartaron con cortesía y me dejaron atender a la muchacha que yacía agitada sobre la piedra.

- ¿Te encuentras bien? ¿Te han lastimado de alguna manera estos brutos?

La joven Cordera no respondió pero seguía mirándome con una atención inquietante. Le tomé las manos para tranquilizarla.

- No debes temer nada. Ven conmigo, te acompañaré al salón para denunciar el agravio o, si lo prefieres, te ayudaré a buscar un carruaje y regresar a tu domicilio alegando un simple mareo. Si es por timidez o miedo a ser señalada por lo que callas, confía en mí, guardaré este incidente como el mayor de mis secretos.

Pero la blanca ovejita no baló, siguió en su peculiar silencio, mas pude notar como su respiración se aceleraba y sus manos se iban cerrando sobre las mías. Quise interpretar esos gestos como una aceptación a mi buena fe para no dejarme vencer por el desasosiego a tanto misterio. Intenté serenar mi exaltada imaginación y sonreí esperando al menos recibir una sonrisa de conformidad. Ni voz ni sonrisa, la Corderita tenía apresadas mis manos con la fuerza de diez lobos.

En vano traté de liberarme y, antes de que pudiera darme cuenta de lo errada que estaba sobre la inocencia de la doncella, me levantó del suelo de un brusco tirón y con un giro me tumbó sobre la mesa y me inmovilizó con el peso de su cuerpo. Quedé tan absolutamente desconcertada que el grito que habría de ser mi salvación, se trabó en la garganta. Con mis sentidos así confundidos, no reaccioné hasta que levantó mi falda, levantó su falda y empuñó su garrote de carne. Entonces sí, entonces grité adivinando sus impuras intenciones y la no tan dulce Pastorcilla le golpeó las costillas con el cayado, le agarró del cuello apartándolo de mí y le obligó a arrodillarse en el suelo.

Monsieur Lobo acudió a sosegarme pues estaba por echar a correr y no detenerme hasta la frontera del alba. Refugiada en su abrazo, los latidos de mi corazón fueron volviendo a su ritmo habitual. Mi mente aún trataba de establecer la lógica de los acontecimientos y, entre absurdo y absurdo, deducí: si la Cordera ha resultado ser un fiero varón, bien podría el gentil Lobo ser una hermosa damisela. Con el disimulo del que espera encontrar, le desabroché el prieto chaleco, filtré mi mano y... Y Monsieur Lobo se abrió sin ayuda la camisa y me dio a saborear sus senos. Rómulo y Remo no se habrían agarrado a la teta de la loba con tanto apetito como yo hice, que temí lastimarla pero, al alzar la vista, contemplé la ancha sonrisa de mi fallido caballero y aún la devoré con más ansia.

No estaba yo por la labor de prestar atención a los demás, que me ardía el vientre y anhelaba el consuelo de los finos dedos de Monsieur Lobo que presto vinieron a socorrerme y, como mal bombero, a extender el fuego. Tan sólo oí a la Pastorcilla dar órdenes como si fuera un general de brigada pero lo creí fantasía de mi delirio, mas no, que al momento Lord Mastín me demostró que su lengua tenía buen uso para las partes ocultas de mi anatomía y Maese Gato suplantó con no menos habilidad a Monsieur Lobo para que ella pudiera aflojar mi corsé y deleitarse en lo que guardaba.

- Piedad... – susurré.

- ¿Decís, mi señora? –preguntó la fiera a pesar de no resultar muy cortés hablar con la boca llena.

- Piedad...

- ¿La clase de piedad que os hará revolveros como alimaña en cepo?

-...

- ¿Esa piedad que os conduce primero al martirio del Infierno y luego os eleva a la gloria del Cielo?

-Madame... por favor...

- ¿Una piedad que sólo yo puedo otorgaros?

- Ajá... sólo vos...

Visiblemente complacida por mi petición, Monsieur (o Madame) Lobo apartó a los animales domésticos, se desabrochó el calzón, me apretó contra sí y... efectivamente, pude comprobar que a su disfraz no le faltaba detalle.

 

El tacto de aquel falo de cuero, de cuero finísimo, era tan suave y cálido, por haber estado acogido en los calzones de mi bella Madame Lobo, que en seguida deseé ser penetrada y hostigada sin miramientos. Sin embargo, la cortesía del ambiguo caballero, por mí bien conocida, le indujo a creer oportuno presentarme su artilugio como es debido, cara a cara.

Su olor, maravilloso y afrodisíaco olor, mezcla de licor de hembra y piel de animal, despertaba mis más salvajes instintos. Mordí la correa que lo sujetaba a las caderas de la loba. Abrí la boca dispuesta a recibirlo, extendí la lengua, lo cubrí de saliva, y todo esto observada por mi impaciente amante. Lo retiró de mis labios y me besó largo y sin pausa antes de volver hacia donde esperaba sumisa la puerta de Venus. Y entró sin caricias... arrancándome un grito de placer doloroso.

- ¿Más piedad? – me musitó mientras se clavaba en mi interior hasta que pude notar el roce de su vello.

- Más...

Llegada hasta el fondo y sin dilación, comenzó a bailar con la pelvis, entregada a la danza que rige la naturaleza, una danza violenta, a veces brutal, otras más calmada... como el agua que fluye en el arroyo, como la lluvia de primavera y la tormenta del estío, como la brisa que me acompañó en el minueto y el viento huracanado que ahora me destrozaba las entrañas.

- ¿Más?

- Sí, Madame... más... –y seguí gimiendo, gritando, totalmente obligada a su baile pagano.

De pronto, una embestida más fuerte que las anteriores, un golpe seco, y la vi caer sobre mí. Volví a la realidad, asustada, desconcertada. Le acaricié la cabeza, las mejillas, la espalda, las manos que yacían a mis costados... Temí por ella, por alguna especie de castigo divino a su lujuria.

- ¿Madame?

Me respondió con el lamento de la bestia herida. Sus labios temblaban. Me agarró las manos, las apretó con fuerza. Busqué con la mirada a los otros tratando de pedir ayuda, consuelo, algo... La Pastorcilla, sentada en un banco, con las piernas tan abiertas como las alas de una paloma, gozaba de la cola de Sir Mastín, que a su vez gozaba de la de Maese Gato. Grotesco. Pero no menos que lo que estaba sucediendo encima mío. Sería la primera y última vez que vería un cordero montar a un lobo. La blanca pero feroz criatura, que recordaba arrodillada y acobardada a los pies de la mesa, había aprovechado la distracción de su ama para formar parte de la fiesta orgiástica. Reí. Todo estaba bien entonces. Mi amiga sonrió también.

Madame Lobo se dejó llevar por el frenesí del Cordero. Yo recibía lo que a ella le daban. Nuestros gemidos se acompasaron, gemelos. Si bien el Cordero no bailaba con la misma gracia que la Loba, he de decir que su empuje era envidiable. Pero no fue tanto la vibración y el roce los que me conducirían a la felicidad, sino el aliento templado y perfumado de Madame cayendo a intervalos sobre mi boca, el contacto de su férvido pecho y la conexión de nuestros vientres, nuestros sufridos vientres. Ella, viendo llegar mi clímax, me abrazó con más intensidad, hasta en eso era sensible y atenta. Pero... todo se paró...

 

 

El inquieto Cordero carecía de la educación apropiada. Era todavía demasiado joven e inexperto para intervenir en actos sociales y le habían dejado venir sólo en calidad de aprendiz observador. No lamenté el castigo que le había infligido la Pastorcilla por haberse atrevido a violentarme y no hubiera lamentado tener en ese momento el cayado para atizarle yo también por su inmadurez.

Madame Lobo me miró apenada por el suceso. Deduje que trataría de compensarme a pesar de encontrarse también ella en estado de interruptus. Su cariñoso beso borró la ira que me mantenía desconcentrada. Apenas abrí los ojos, bastante más calmada, cuando me encontré al esplendoroso Caballero Águila de pie, a un lado, en atenta observación.

- Señoras –se presentó-, eso es lo que pasa cuando mandan a un niño hacer el trabajo de un hombre.

- Oh, Marqués, ha sido un desafortunado accidente –se apresuró a justificar Madame.

- No tan desafortunado – la corregí y reímos las dos.

- Permítanme entonces arreglar el estropicio.

- Sírvase usted mismo –le animé solícita.

El Marqués abofeteó al mozalbete e, inclinándole el pescuezo, le obligó a limpiar con la lengua la tersa piel de las nalgas de Madame Lobo, en donde se había esparcido sin decoro. Luego le empujó para que se arrodillara y le introdujo en la boca su pistolón de carne y caño largo para que lo puliera. Agarrándole la cabeza le iba dando el ritmo adecuado. Sentí lástima del muchacho, después de todo, la juventud no es un delito.

- Mi estimada Dama de la Espiga, no os apenéis por el tierno Cordero –pareció adivinar mis pensamientos el Marqués-. Una correcta formación requiere de firmeza, castigo y recompensa. Puesto que se ha tomado la recompensa por anticipado, justo es que ahora tenga una buena ración del resto. Más le daría sino fuera por mi adquirida deuda con vuestras mercedes.

Y dicho esto, se separó del Cordero, aunque no le dio permiso para levantarse, y fue a buscar abrigo entre las piernas de Madame Lobo. Yo, que la contemplaba amorosamente, pude observar como el brillo de sus ojos se iba haciendo más intenso, como sus labios adquirían el rojo más puro por arte de encantamiento, como sus pezones se volvían duros como guijarros y se clavaban en mi piel... Pronto comencé a sentir yo también el movimiento en mi interior, despacio, sin prisa, como un adagio de placenteros acordes. Mas, del adagio, supo el Marqués enlazar al andante y en breve al allegretto para rematar con un interminable presto que a veces me parecía prestissimo. Qué hombre dotado para la música.

No pudiendo agarrarme a nada más, me aferré a mi amante que a su vez me anudó fuertemente con sus brazos. Quise decir "Madame, me muero" pero de mi boca sólo escapaban gemidos, exhalaciones desacompasadas, gritos... Y alcancé el cielo, ciertamente lo prometido, la luz me inundó, un aullido lejano antes de perder el sentido del oído, la levedad del ser... y descendí como las plumas. Al alcanzar el suelo volví a ser consciente de mi cuerpo, de nuevo el placer insoportable, Madame, el Marqués... Me elevé más rápido, más doloroso y, estando en lo alto, caí vertiginosamente... Y aún una tercera vez antes de rendirme al agotamiento.

Madame supo intuir mi pequeña muerte e hizo una señal al Marqués Águila para que cesara en su ímpetu. Él regresó al adagio y se retiró educadamente de Madame Lobo. Pero tomó por rehén al Cordero, acorralándolo contra la mesa, y le arremetió sin contemplaciones. Quise ayudarlo cuando lo creía doncella y ahora que lo sabía doncel no era mi intención abandonarlo pero en mi estado casi inconsciente poco podía interceder. Tampoco me pareció correcto interrumpir al Marqués en su goce puesto que tan gentil había sido con nosotras. Además el Corderito no parecía estar sufriendo demasiado.

Madame me acariciaba los rizos desordenados sobre mis hombros y dibujaba espirales en mi pecho desnudo, tiernas expresiones mientras al lado todo era frenesí. El Marqués acabó dignamente, como exigía su composición musical, y dejó escapar al Cordero que corrió a esconderse tras su ama. La Pastorcilla, que también había acabado, jugaba compinchada con Maese Gato a tirar una pelotita dorada a Lord Mastín para que éste fuera corriendo a cuatro patas a recogerla con la boca y devolvérsela si quería recuperar sus pantalones. Cómo reían los traviesos. El Marqués se dejó caer en el banco y abrió su cajita de rapé mientras conversaba amigablemente con la Pastora y de vez en cuando lanzaba también la pelota. Todo parecía estar en calma cuando me di cuenta que Madame Lobo respiraba de forma agitada.

- Oí vuestro aullido, pensé que habíais llegado.

- No fui yo.

- Lo soñé, entonces –y le puse la mano en el vientre para comprobar que estaba ardiendo.

- No os preocupéis por mí, ya he obtenido mi placer en el vuestro.

Eso me dijo y así lo hubiera dejado sino hubiera sido por la luna llena, que en el cielo me inspiraba. Me quité la máscara, mi disfraz de princesa. Madame retrocedió sorprendida.

- ¿Os asusto? Mi nombre ya lo conocíais –la regañé dulcemente.

- No, mi señora, no es vuestro nombre, son los vuestros ojos, vuestras pupilas dilatadas que parecen querer tragarme.

- Mi querida niña, son así para contemplarte mejor.

- Y vuestra lengua... qué lengua tan larga tenéis...

- Es para tu placer, para lamerte mejor... – descendí con la boca por su línea alba buscando el oasis tras el monte de Venus- y entrarte más profundamente...

- Ah... –gimió-. Vuestros dedos... mi señora... vuestros dedos... ¡Ah! Vuestra mano, qué mano tan grande tenéis...

- Mmmm... es para follarte mejor.

 

Fin.

Mas de Reina Canalla

La Virgen de Alba - capítulo 6

La Virgen de Alba - capítulo 5

Manual del Buen Casanova - ¡¡Examen!!

Manual del Buen Casanova - capítulos VII y VIII

La Virgen de Alba - Capítulo 4

Manual del Buen Casanova - capítulo VI

Manual del Buen Casanova - capítulo V

La Virgen de Alba - Capítulo 3

Manual del Buen Casanova - Capítulo IV

La Virgen de Alba - Capítulo 2

Manual del Buen Casanova - Capítulo III

Mademoiselle DArtagnan y los Tres Mosqueteros

Manual del Buen Casanova - Capítulo II

Manual del Buen Casanova - Capítulo I

La Virgen de Alba (cap. 1)

Ella, tú y yo

The Fucking Dead

La Fiesta Pijama

Alba & Toni (19-20-21-22)

Alba & Toni (14-15-16-17-18)

Alba & Toni (9-10-11-12-13)

Alba & Toni (6-7-8)

My Boy

Alba & Toni (2)

Alicia en el País de las Pesadillas - cuento 1

Julia (relato a tres bandas)

Alba & Toni (1) o Las Vírgenes de Nuria II

Mi amigo Clítoris (5: Exámen)

Mi amigo Clítoris (4)

Mi amigo Clítoris (3)

Click!

Mi amigo Clítoris (2)

Mi amigo Clítoris (1)

Cristal

Las Vírgenes de Nuria - capítulo final

Las Vírgenes de Nuria - Epílogo

Las Vírgenes de Nuria - La venganza...

Las Vírgenes de Nuria - El castigo

Quema

Las Vírgenes de Nuria (18)

Las Vírgenes de Nuria (15-16-17)

Las Vírgenes de Nuria (12-13-14)

El Deseo

El trío

Las Vírgenes de Nuria (10-11)

Mi niña es fuego

Sabor a sal

Cyberviolación de un Energúmeno

El dios Placer

El a-man-te in black

Oda al Orgasmo Femenino

Devorarte (1)

Devorarte (2)

Las Vírgenes de Nuria (6-7)

Las Vírgenes de Nuria (4-5)

Las Vírgenes de Nuria (8)

Cuento de Navidad

Tras el Espejo

Las Vírgenes de Nuria (3)

Las Vírgenes de Nuria (2)

El Viento

Querida Maestra

Tres a Una en la Cancha

Las Vírgenes de Nuria (1)