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Las Vírgenes de Nuria (6-7)

en Grandes Series

6. El debut.

 

- ¡No tienes titola! – exclamó Alba perpleja.

- ¿Qué? – Toni también estaba confundido- ¿No tengo el qué?... Ay... espera... creías que yo...

Toni no pudo evitarlo y estalló en carcajadas. Cuando intentaba calmarse y dar una explicación seria a la pobre muchacha, se la quedaba mirando y su carita asustada le volvía a provocar la risa.

- Eres increíble... – acertó a decir mientras las lágrimas le caían y se apretaba el estómago con una mano-... es que... – y de nuevo la risa le trababa las palabras-... es que... no puedo... no puedo creerlo... pffff... ja ja ja ja ja...

Totalmente fuera de control, Toni se giró hacia el piano en un intento por recuperar la compostura pero su hilaridad era tan estridente que llegó a oídos de Erica y Martina que tomaban té en la cocina. La criada en jefe y la cocinera intercambiaron una mirada de miedo, miedo tal vez a que la nueva adquisición de los Gelabert rompiera el particular comunismo que reinaba en aquella casa.

Y mientras Toni se amorraba contra el piano y entre jadeos superaba su crisis, Alba comenzaba a entrever el terrible error que había cometido. Toni sólo podía ser la hija mayor de la señora, Toni era la señorita Antonia. Ahora que se fijaba bien, tenía una figura demasiado fina para parecer varonil, aunque el chaleco disimulara sus pechos, que debían ser pequeños, la espalda estrecha y la cintura bien marcada no dejaban dudas de su género. Qué mayor prueba que su rostro imberbe, algo indefinido debido a la barbilla cuadrada y la nariz recta, que le conferían carácter, pero embellecido por unos ojos almendrados de mirada tierna y labios delgados del color de las cerezas. Sin embargo, a pesar de la evidencia, Alba supuso desde el primer momento que si vestía con pantalones sólo podía ser un hombre.

Se sintió avergonzada de su estupidez y de sus fantasías sobre traiciones amorosas y deshonra a la bondad de la señora, también de la forma en que había despreciado a Toni por creerlo un simple chofer cuando se trataba de la persona que le pagaba el sueldo y su esperanza de llegar a ser algo más en la vida que una mujer castigada por la miseria.

Gimoteó y chorretones de agua salada comenzaron a caerle por las mejillas. Toni se dio cuenta y dejó de reír, la escena perdía surrealismo para volverse dramática. No había palabras para justificar su conducta ni para consolar los sentimientos heridos de Alba, sólo la abrazó esperando que el contacto tibio de su cuerpo la calmara. Y Alba lloró más fuerte.

- Está bien, sube a tu cuarto y descansa un poco – le dijo Toni en un susurro agradable mientras le besaba los cabellos- pero prométeme que esta noche dormirás conmigo.

Alba asintió y se marchó dejando tras de si un halo de hipidos y profunda pena. Toni suspiró enternecida y se volvió a sentar en la banqueta para acabarse el cigarro que había dejado consumiéndose en el cenicero.

Alba, en su cama, no podía dormir. El corazón le latía con tanta fuerza que le dolía el pecho y el temor al debut que se avecinaba se confundía con el anhelo de volver a sentir las manos de Toni sobre su piel. Erica vino a despertarla de sus eróticas meditaciones con un fuerte golpe en la puerta, nada acostumbrado en ella.

- ¡Eh, dormilona! ¡Hay que trabajar!

Y ya no hubo descanso para Alba hasta que sonó la campanilla del gran salón, se quitó la ropa, y fue directa a ocupar su puesto en la mesa.

La señora estaba sentada en un extremo, vestida siempre de encaje negro, y la señorita Antonia se sentaba frente a su madre, al otro lado. Alba la miró de reojo. Se había puesto un vestido de satén color canela y llevaba los cabellos despeinados sobre la frente y no alisados hacia atrás. Alba no sabía si le gustaba más con faldas o con pantalones. Le gustaba de todas las maneras.

Erica apareció con la sopera, sirvió, y la señora hizo una señal silenciosa a Alba.

 

7. Sabores

 

Alba se agachó y se metió bajo la mesa. Le parecía ser una niña escondida del mundo de los adultos, excluida de lo que sucedía en la superficie, sin embargo, ella era la protagonista esta noche.

Se ofrecía ante su vista un jardín de rosas abiertas colocadas ordenadamente a su disposición. Había imaginado en muchas ocasiones cómo sería este momento y siempre la embargaba el miedo pero ahora su sentimiento era de grandeza. Se sentía poderosa allí sola, rodeada de sexos frágiles y desprotegidos a los que debería arrancar un grito silencioso, aunque en el caso de Ana, deseaba que fuera bien sonoro y evidente.

Se acercó primero a Ana. Dado que era su debut y que no esperaba tener el talento y la experiencia de las otras, Ana sufriría primero su torpeza y, con suerte, llegaría a Erica con más conocimiento. Alargó la lengua para probarla, le acarició tímidamente el clítoris con la punta. Ana se estremeció. El sabor era extraño. Saboreó un poco más. Entre salado y dulce. Extendió su lengua y lamió como se lamen los caramelos pero siguió sin poder definir cuánto de salado y cuánto de dulce. Dejaría ese dilema para más tarde, de momento debía concentrarse en estimular al máximo la carne temblorosa y vengarse de una vez de las travesuras de aquella rubia descarada. Movió la lengua con ímpetu sobre el botoncito expuesto. No parecía tan difícil... hasta que notó un dolor en la mandíbula. Aquello era agotador. Cierto que había conseguido despertar la excitación de su víctima. Sus genitales habían cambiado de forma, los labios hinchados, visiblemente enrojecidos y un brillo transparente que caía como hilo fino sobre la silla. Le gustó lo que vio y quiso investigar a fondo. Lo abrió con los dedos, el rojo ansia hirió sus pupilas e hipnotizada acarició la fina y resbaladiza superficie hasta que se adentró tímidamente.

Ana se sobresaltó. Alba a su vez también. ¿Jugar con los dedos estaba permitido? Nadie le había explicado el reglamento. Como Ana no se quejó a la señora, Alba siguió con su exploración. Entraba, salía, de vez en cuando lamía... totalmente fascinada. Ana suspiraba, lanzaba gemiditos disimulados entre carraspeos. Entonces Alba despertó y recordó a quien tenía entre manos y su mano precisamente sería la encargada de llevar a cabo la tan esperada venganza. La extendió y apretó sobre el sexo anhelante de Ana, respiró para tomar aire y acumular fuerzas y la movió enérgicamente tan rápido como pudo, con furia, apretando los dientes para no descender el ritmo.

Ana se retorcía, se estrujaba los cabellos, se mordía los labios entre jadeos... El espectáculo era tan digno que Toni sintió una punzada de orgullo por la muchacha que se encontraba bajo la mesa. Alba era especial, sin duda. Finalmente, Ana lanzó un par de gritos roncos que resonaron en el gran salón y corrió a esconderse la cara con la servilleta.

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