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Alba & Toni (6-7-8)

en Lésbicos

6. La playa.

Hacía falta algo más que rumores inciertos para evitar que los jóvenes colonizaran la playa un soleado sábado de julio.  Pese a la inestabilidad política, la ciudad amaneció con calma aquella mañana y el mar llamaba irresistiblemente a chapotear en sus aguas.

Grupos de chicas y chicos montaban sus cuartelillos sobre la arena en los baños de la Mar Bella.  Las señoras, temerosas del sol o de los mirones, solían resguardarse cerca de las casetas vestidor mientras, de lejos, vigilaban a los chiquillos jugar en la orilla. 

Alba no quería ser menos y había convencido a Toni para una excursión en grupo.  Tener coche era una ventaja porque el transporte público no llegaba hasta la playa y así podrían ahorrarse la caminata.  Inés, la joven asistenta de la pareja, había sido invitada  ipso facto por Alba alegando que se aburriría si no llevaban a alguien de edad más cercana a la suya.  Alegando lo mismo, Toni invitó a Maite, conocida en el mundillo intelectual por sus carteles vanguardistas.  Y Maite a su vez invitó a Mimí, una bellísima corista con la que hacía meses que salía.  En el coche todo era cotilleo y risas, prometía ser un grupo muy avenido, aunque a Toni, gracias al retrovisor, no se le escapó que Mimí aprovechaba para meterle mano a Inés mientras distraía a Maite con un beso.  ¿Era consciente Alba que su compañera de juegos iba a estar ocupada aquella mañana y no le prestaría atención?

Les costó encontrar un rincón libre y algo apartado del gentío.  Pero hacia el final de las casetas-vestidor, se abría un amplio arenal y corrieron a plantar las sombrillas.  Por la tarde, cuando bajara el sol, se llenaría de jóvenes futbolistas, pero en aquellas horas matutinas era todo para ellas.  Sin mucha vergüenza, Mimí se desnudó allí mismo para vestirse el traje de baño y un bañista cincuentón a punto estuvo de ahogarse ante el espectáculo.  Inés, previsora, llevaba el bañador debajo de la ropa de calle y Maite y Alba fueron a cambiarse a las casetas.  Toni, poco dada a los baños solares, se descordó un par de botones de la camisa de manga corta, se colocó las gafas oscuras y se tumbó sin más arreglo en la esterilla cuando Mimí e Inés se perdieron en el agua.  A esas no se las vería durante un buen rato.  Efectivamente, cuando Alba y Maite regresaron, todavía se encontraban evadidas.  Maite no dio importancia al asunto y se tumbó junto a Toni para tener una charla intelectual sobre los últimos poemas publicados de Lorca, Los Sonetos del Amor Oscuro. Pero Alba, impaciente, tal vez por la sospecha, no dejaba de otear el horizonte, ahora el mar, ahora a la izquierda, la derecha.  Y se paseaba nerviosa de un lado a otro levantando arena como una niña de morros.

Al final del arenal, detrás de las rocas, había una pequeña cala conocida por pescadores y buscadores de moluscos pero poco apreciada por los bañistas debido a la acumulación de algas.  Mimí había colocado a Inés contra una gran y resbaladiza roca.  Las olas, tranquilas pero igualmente frías y constantes, golpeaban a la chica entre las piernas.  De vez en cuando, alguna se alzaba por encima de sus compañeras y le salpicaba la espalda. 

Se hallaba Inés sin más ropa que la de una sirena, sujetando su bañador en un puño y aguantando estoicamente las embestidas de la corista.  Ésta, detrás suyo, la iba avisando: "llega la ola".  Y con la mano en cuña se adentraba en las profundidades de la joven mientras la espuma erizaba la piel suave del trasero.  Cada cierto tiempo, Inés se estremecía e inundaba la mano de su amante ocasional con una ola de agua caliente, que venía a mezclarse lentamente con el agua marina mucho más fría.  Y no se cansaban, ni la una ni la otra.  Hasta al cabo de un buen rato, en que el sol había secado sus cabellos y quemaba la piel de sus hombros, y decidieron nadar para refrescarse.

Bucearon desnudas, sintiendo las corrientes acariciando vulvas y calmando ardores pero, a la vez, provocando excitación.  Obligó Mimí a sumergirse a la joven y le abrazó la cabeza entre las piernas.  Cada poco, la liberaba y le permitía respirar, para volver de nuevo a hundirla y buscar el placer de su lengua.  Inés, por su parte, la abría y tensaba con sus manos mientras la lamía ferozmente para hacerle llegar pronto al clímax.  Pero, al igual que Inés, la corista no se conformó con un sólo orgasmo y alargó el chapuzón hasta que la joven pidió clemencia.  Le permitió entonces descansar en un pequeño espacio de arena, entre las rocas y la orilla.

Teniéndola así, secándose al sol.  Tomó entre sus manos un poco de arena caliente y la frotó suave pero firme por todo su sexo hasta que sus gemidos le indicaron que ardía de nuevo por dentro y una nueva ola caliente se avecinaba.  En esto que se quedaron dormidas cuando ya brillaba el sol en su cenit.

- Alba, cariño, vente bajo la sombrilla antes de que el sol te levante la piel -interrumpió Toni su conversación intelectual con Maite al ver que su compañera echaba humo literalmente.

Alba, silenciosa y con los labios fruncidos, estaba sentada sobre la arena, frente al mar, sujetándose las rodillas.  En sus ojos un brillo de ira en forma de lágrima.

7. En la caseta.

- Me voy, ya estoy harta de playa - refunfuñó Alba levantándose y dirigiéndose hacia las casetas vestidor.

Maite y Toni se la quedaron mirando un poco sorprendidas.  Vaya genio, parecía pensar Maite, pero Toni no se molestó en justificar el comportamiento caprichoso de su novia.  Tumbada sobre la estera, se limitó a mirarla mientras se alejaba con los pies desnudos hundiéndose en la arena.  Al cabo de un momento se levantó e hizo ademán de seguirla.

- Esa despistada se ha dejado la ropa.  Voy a llevársela.

- Como quieras, yo me quedaré aquí hasta que las otras vuelvan - le respondió Maite.

Alba había entrado en una de las casetas dando un portazo y se sentó en el estrecho banco para gimotear sin mirones.  Entre las prisas y la furia que la carcomía, no reparó en que no había echado el cerrojo.  En eso estaba, planeando su venganza y despotricando contra la falta de lealtad de Inés, cuando Toni entró sin avisar.  Alba ahogó un grito, hasta que la luz tenue que se filtraba por las junturas de los maderos le hicieron reconocer a su compañera.

- Dios... Qué susto me has dado...  Em, claro, me había dejado la ropa para cambiame. Gracias.

- Si estás tan caliente ¿por qué no me lo pides?

Boquiabierta, Alba no acababa de entender si estaba oyendo lo que creía estar oyendo.

- ¿Qué...?

- Puedes utilizarme.

- ¿A qué viene eso? - no quería dar un paso en falso y confirmar las supuestas sospechas de Toni.

- Que hace meses que no me tocas y dormimos en la misma cama.

- Estoy algo desganada últimamente, no tiene nada que ver contigo.

Toni le respondió con una mirada intensa que, allí, en ese espacio reducido de escasa iluminación, resultaba amenazadora.  Alba no sabía dónde esconderse.  Podía escuchar el murmullo del gentío y de las olas estrellarse contra la orilla, apenas amortiguado por los tablones de madera.  Deseaba encontrarse fuera, confundida entre la multitud.  ¿Cómo podría contestar con sinceridad a la pregunta muda que esos ojos marinos le gritaban?  La verdad era que hacer el amor con Toni le dolía. No un dolor físico fruto de los excesos, sino un dolor interior, del alma, que la hacía perderse a sí misma.  O, por lo menos, a esa persona que creía ser, alegre y despreocupada, nacida sólo para ser feliz y tomar de la vida lo que le viniera en gana.  Pero el amor de Toni y lo que Alba sentía por ella, era tan intenso, tanto, que la conmovía hasta la médula.  Y ya no estaba segura de seguir queriendo tener el corazón en la mano en vez de bien guardado y oculto en el pecho.  ¿Por qué no podía Toni limitarse a follar como las otras?  ¿Por qué se empeñaba  en desnudarla, capa a capa, hasta llegar a lo más profundo de su ser. Tal vez había llegado la hora de pedir la libertad.

- No - dijo Toni de forma cortante.

Alba volvió a quedarse muda de asombro por creer que había leído sus pensamientos pero trató de recuperar el hilo de su excusa.

- El Sr. Folch me ha propuesto editar un libro.  No pienso en otra cosa, me paso las noches trabajando y cuando voy a acostarme, estás a punto de levantarte - bajó la mirada, como entristecida, para darse más credibilidad -.  Siento hacerte pasar por esto, tal vez...

- He dicho que no.

Y Toni ancló sus pies en el suelo enarenado de la caseta y se abalanzó sin miramientos sobre Alba buscando su boca y metiéndole la lengua hasta el fondo.  El corazón le latía con fuerza mientras intentaba inmovilizar sus manos y encajar la rodilla entre sus muslos.  Alba no daba crédito a esa ferocidad repentina, le entró miedo y trató de zafarse pero Toni la tenía bien agarrada en aquella estrecha y claustrofóbica caseta.

8. El bofetón.

- Suelta... - es lo único que pudo pronunciar Alba antes de ser silenciada de nuevo por la fogosa lengua de Toni.

Movía los brazos con desesperación pero no conseguía más que golpearse los codos contra las paredes.  Tumbada sobre el banco, con la cabeza encajada en una esquina, su agresora había encontrado la manera de inmovilizarle una pierna con el peso de su cuerpo y meterse entre las dos, a salvo de patadas y rodillazos.  Y cómo besaba y se movía Toni, con el hambre de un indigente y en ansía del que sabe que tal vez sea la última vez.   La última vez en la vida porque, si no era con esa mujer coqueta y consentida, no lo haría con nadie.

Alba no podía dejar de luchar.  En esos momentos, su orgullo e indignación eran más grandes que cualquier otro sentimiento.  Sin embargo, tampoco podía evitar el fuego que la estaba invadiendo.  El calor de Toni, el olor de Toni, el aliento de Toni... Se golpeó expresamente la muñeca contra la madera buscando que el dolor la distrajera de esos pensamientos que consideraba impuros y traidores a su situación.  Se repetía una y otra vez que la odiaba, y la rabia de sus lágrimas así lo demostraban, pero el corazón le dolía de pura pasión y su vientre chillaba, reclamaba ser poseído con urgencia.

Apartó Toni con brusquedad la parte inferior del bañador hasta rasgarlo para poder acceder al deseo de Alba, que le llamaba como llaman las sirenas, buscando su perdición.  Sin espera ni contemplaciones, empujó un par de dedos que fueron inmediatamente absorbidos.  Ambas se quedaron quietas, suspendidas en el tiempo, sabiendo que ya nada volvería a ser como antes. 

- Niña... estás empapada... - susurró Toni.

Y Alba, en respuesta, volvió al forcejeo.

           

            -¡Te odio! ¡Te odio!

-  Shhhh... ¿Es que tengo que ponerme una máscara para me dejes tocarte? - susurró de nuevo Toni mientras aspiraba el perfume salado de su cuello y la acariciaba con los labios.

¿Qué era aquello?  ¿Casualidad?  ¿Coincidencia?  ¿Se trataba de una metáfora o Toni sabía perfectamente de lo que hablaba?  Pero su cabeza ya no podía seguir elucubrando porque el fuego se había extendido por todo su cuerpo sin remedio.  Quemaban aquellos dedos que con tanta ansia la buscaban.  Primero dos, tres, cuatro... había perdido la cuenta porque ya no eran simplemente falanges recubiertas de carne y suave piel, era Toni al completo la que sentía dentro. Llenándola, reclamándola para sí, buceaba en su interior siendo correspondida, sino por la Alba consciente, sí por la inconsciente.  Toni lo sabía.  Podía notar la presión en sus dedos, las amorosas contracciones que, abrazándola, le repetían en silencio: soy tuya.

Apretándola contra sí, llevó su corazón al suyo y ya no pudo controlar las lágrimas.  Toni, con su porte arrogante y masculino, tan segura, tan lejana a veces, humilde ahora mojaba las mejillas de su amante forzada para responderle, igual de muda: yo también soy tuya.

Les llegó el orgasmo, a una por derecho de carne, a otra por simpatía.  Fue un orgasmo de vida, que liberó el sentimiento oprimido, encorsetado en sus pechos, que amenazaba con partirles el alma, matarlas y lanzar sus cuerpos vacíos al abismo de la locura.  Se agarró Alba con ambas manos a la espalda de su compañera, clavó sus uñas con desesperación para aferrarse al sentir que caía.  Notando su necesidad, Toni la apretó tan fuerte contra sí que no quedó espacio para el aire y creyó que perdería el conocimiento.  Morir, acabar con todo, no habría un mañana ni un después.

Pero el oxígeno volvió, los pulmones se hincharon, el corazón bombeaba sangre de nuevo.  Los minutos transcurrieron y la caseta tomó forma ante sus ojos, también la incomodidad de la posición.  Los brazos de Alba estaban llenos de arañazos y rojeces que, de buen seguro, se convertirían en morados.  Un doloroso pinchazo en el cuello le hizo recordar la necesidad de adoptar otra postura pero estaba tan entumecida que Toni tuvo que ayudarla a incorporarse.

¿Y ahora qué?  El silencio se volvió incómodo.  Hasta que Alba decidió romperlo propinando un bofetón con todas sus fuerzas a Toni.

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