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Alba & Toni (14-15-16-17-18)

en Lésbicos

14. El hombre (2ª parte)

Entre ruegos y bromas la obligaron a quedarse a comer. Mientras las mujeres de la casa pelaban patatas y ponían las verduras en el puchero hirviendo, los hombres discutían acaloradamente sobre revoluciones, Lenin, marxistas, Internacionales, CNT-FAI, POUM... y un montón de nombres relacionados con la política de izquierdas del momento y que Alba desconocía porque no había mostrado nunca ningún interés. De vez en cuando, Inés, cuchillo en mano, soltaba algún comentario que era bien acogido y daba paso a un nuevo debate. Si en algún momento la muchacha descuidaba en su entusiasmo la pela de la patata, venía la madre a regañarla con disimulo, ella torcía el ceño pero no protestaba y esperaba que la madre fuera a atender el caldo para seguir conversando con los hombres.
 
Comieron allí mismo, en la gran mesa de la cocina, con el calor de los fogones y el olor a madera y carbón quemados. Alba se imaginaba a su amiga Sofia, la de la Casa del Pintor, con chorreones de maquillaje por la cara y haciendo ascos al vulgar pero nutritivo potaje de garbanzos, verduras y tocino. Muchas de sus amigas se hubieran sentido incómodas en aquella cocina abarrotada llena de voces y olores, para Alba era como volver a la niñez y sonreía con nostalgia cada vez que la cuñada de Inés, embarazada de seis meses, le cortaba una rodaja del pan oscuro y duro que compraban una vez por semana en el horno. La hermana mayor de Alba también estaba embarazada cuando ella marchó a servir. Recibió una carta, no recuerda si hace un año o dos, en que la invitaba a ser la madrina de su tercer hijo. Alba le contestó que las obligaciones la retenían en la ciudad y le envió dinero para cubrir el convite. Recordaba también a su hermana pequeña, con la que se llevaba cuatro años. Si la revolución llegaba a su pueblo, no la enviarían a trabajar de criada, podría encontrar trabajo en esas cooperativas que prometían los hombres de la familia de Inés.
 
- ¡Abajo la tiranía del patrón! - elevaron al unísono sus vasos y cazos, incluida Alba que ya sentía el fuego revolucionario correr por las venas.
- ¡Ni dios, ni patrón ni marido! - exclamó Inés.
- ¡Niña! - la reprimió su madre-. ¿Dónde iríamos a parar?
- Al futuro, madre, al futuro -intercedió el hermano haciéndole un guiño a Alba.
 
El sopor del verano comenzó a hacer efecto con la panza llena y los viejos fueron retirándose a descansar. Los jóvenes, en cambio, tenían trabajo que hacer, la revolución no se ganaba sólo con palabras. Alba no supo negarse a acompañarles a la reunión del sindicato, aunque una vez allí se sintió un poco fuera de lugar, la mayoría de asistentes eran hombres y hablaban con tal conocimiento de comunismo y anarquismo que le era totalmente imposible seguir una conversación. Inés, en cambio, estaba en su salsa, era el alma de la jornada.
 
El sótano dónde se reunían, una bodega mal ventilada amueblada con bancos y mesas, estaba a rebosar. En una esquina vio un grupo de mujeres que conversaban ajenas al barullo general y fue a sentarse con ellas sacudiéndose la timidez. La recibieron calurosamente, sobretodo cuando surgió el tema de que era la escritora de aquellos relatos eróticos que las chicas se iban pasando de mano en mano al acabar el horario en la fábrica. No tenía ni idea de que tanta gente la leyera, ni mucho menos de que la consideraran un hito en la revolución sexual de la mujer. Aquellas mujeres no eran tan diferentes de sus amigas del club social que, entre copas y números de cabaret, reclamaban más derechos y libertades.
 
Anochecía y Alba comenzaba a notar los efectos de tanto vino (peleón), la cabeza le dolía horrores. Se despidió de sus nuevas amigas, prometiendo volver a verlas, y buscó a Inés antes de marcharse a casa.
 
- Vente a dormir conmigo - le dijo la joven -. El viernes partimos para liberar Zaragoza y no voy a tener tiempo para ti.
- ¡Zaragoza!
- Sí, me van a enseñar a armar y disparar un fusil.
- ¡Te vas al frente a luchar!
- Jaja, no boba, voy a hacer de apoyo a la milicia. Para pelar patatas aquí, las pelo allá que serán más útiles, pero si me requieren luchar, lo haré -dijó Inés estas últimas palabras con tanta seriedad y firmeza, que la mirada se le ensombreció y perdió cualquier vestigio adolescente.
 
Alba quiso pedirle que se quedara pero sabía que nada ni nadie podría interponerse entre Inés y la revolución. Había escogido una nueva amante y era tal el fervor que le profesaba, que a Alba sólo le quedaba disfrutar de esas últimas migajas ofrecidas en nombre a su amistad y antiguas pasiones. Suspiró y la tomó del brazo.
 
Mientras salían del local, no se dio cuenta, seguramente de tan embotada como estaba, de la seña que el hermano le hizo a Inés y de la afirmación de ella. Así que ingenua y confiada, se dejó guiar hacia la que esperaba una noche lo suficiente apasionada y loca como para hacerle olvidar los sinsabores que estaba pasando con Toni.
 
 
 
15. El hombre (3ª parte)
 
La calle estaba animada, a pesar de ser lunes tocando la medianoche, y las dos amigas tuvieron que esquivar besos y piropos antes de llegar al destartalado portal. Alba no comentó nada pero se sintió aliviada por dejar atrás los callejones estrechos que apestaban a basura y a orín.

Subieron despacio, entre risas ahogadas en susurros, y abrieron con cuidado la puerta evitando hacer ruido para no despertar a los padres de Inés. Por suerte, la habitación de la joven estaba casi en la entrada y gozaba de una envidiable privacidad. La cama, grande, que hasta hace poco compartía con su hermana, las invitaba a tumbarse y así lo hicieron pero con tanto ímpetu que le arrancaron un quejido. Estallaron en carcajadas que miraron de sofocar con las manos, almohadas y, al final, un beso.

- Calla, loca. ¿Y si tu madre nos descubre?
- No se entera, la pobre, le diríamos que en tu casa no había buen ambiente y que te quedas a dormir.
- ¿Y si nos pilla en otra clase de situación?
- Uy, pensaría que son rarezas juveniles.
- ¿Ah, sí? ¿A ti esto te parece raro? - preguntó Alba juguetona acariciándole el pezón por encima de la blusa y el sostén.
- Pues viniendo de ti, sí - y le agarró la mano para aplastarla completamente contra su pecho menudo. Gesto al que Alba respondió abalanzándose sobre ella y comiéndola a besos.
 
Despeinadas, con los vestidos alborotados, se rebozaban sobre las sábanas acariciándose entre jadeos y risitas, hasta que Alba se cansó de ese juego de persecución y acertó a encajar su rodilla entre las piernas de Inés.

           - Te pillé...

 
Y se acabaron las chiquilladas. Inés se retorcía poseída por esa rodilla y ese muslo que la provocaban tras la ropa interior, fina muralla de tela que caería al primer asalto. Alba se sabía deseada, podía notar la humedad que había calado ya las bragas de su amiga, pero no quería pasar tan pronto a la acción. Infiltró los dedos a los lados de la cinturilla y la fue deslizando hacia abajo, con la rodilla todavía clavada justo en medio, impidiendo completar el desnudo. Su víctima suplicaba entre gemidos, arañándole la espalda, estirándole el cabello con suavidad, amenazando con la impaciencia. Pero Alba no se dejaba amedrentar, siguió jugando con los dedos sobre las ingles, abrazando con las palmas el tierno trasero, presionando con su rodilla hasta quemarse la piel. Porque quemaba, Inés quemaba como un atizador, y al final fue el deseo de Alba quien le impidió continuar con la tortura. Le quitó las bragas en un visto y no visto y acopló su rodilla todo lo que pudo.
 
Agua y fuego. Inés se deslizaba sobre el muslo de Alba como una barca sobre un río embravecido: hacia delante, hacia atrás, de través, a trompicones... Y a medida que sus gemidos se iban haciendo más intensos, Alba desparecía también de la habitación, rodeada su cabeza por una nube orgásmica. La abrazó con fuerza mientras la otra se debatía entre el placer y la cordura. Venció el placer y, temblando, se derramó sobre la carne tersa y firme de su compañera.

16. El hombre (4ª parte)
 
Permanecieron un rato más abrazadas mientras los cuerpos se iban relajando y las respiraciones normalizando, luego Alba se dejó caer hacia un lado de la cama.
 
- Voy a echar de menos estos encuentros - dijo.
- Más yo, de camino a Zaragoza y en el frente no tendré demasiada intimidad para el placer.
- ¿Por qué no te quedas?
- ¿Por qué no te vienes?
 
Sonrieron.
 
- Pídele que se marche a Francia, aquí no queda nada para ella, podría correr peligro.
 
Alba estuvo a punto de replicar que ella seguía en la ciudad y que Toni, porque las dos sabían que era la persona a quien se refería, no se marcharía sin ella pero la palabra peligro la puso en alerta.
 
- ¿Peligro? ¿Por qué?
- Toni es una mujer maravillosa a la que difícilmente alguien odiaría de conocerla, pero pertenece a otra clase. Hay muchos que sólo verían a una burguesa adinerada y ya sabemos de que bando están los burgueses.
- I... Inés... eres injusta.
- No he escrito yo las reglas y ahora mismo la balanza está de nuestro lado. Del tuyo, del mío pero no del de Toni.
 
Alba se quedó en silencio mirando hacia el techo y los desconchones de pintura. Pensaba pero no sabía muy bien qué se suponía debía pensar.
 
- ¿Cómo consigue Toni interponerse siempre entre nosotras aunque no esté presente?
- Eso es porque tú le dejas que se interponga.
- Has crecido, Inés, cuánto has cambiado en un día, no te reconozco. Pareces mayor.
- ¿Me dejarás entonces jugar como una chica mayor?
 
La joven se sentó a horcajadas sobre su amiga, ayudándola a quitarse el vestido y la ropa interior. A Alba le pareció muy bonita desde ese punto de vista. Los cabellos morenos, algo cortos, que le caían hacia delante - quiso cazarle un mechón del flequillo entre los dedos mientras la otra intentaba inmovilizarla divertida sujetándola por las muñecas - y esos ojos negros que en la casi oscuridad del cuarto parecían de alimaña. Bajo la almohada había un par de cintas de raso que Inés utilizó para atarla a los barrotes de la cama con un lazo simple.
 
- Ahora eres mía, pequeña - rió mientras deslizaba su vestido por encima de la cabeza y enviaba el sujetador al otro extremo de la habitación.
- ¿Ah, sí? ¿Qué vas a hacerme, chica mayor?
- Algo nuevo
- ¿Nuevo? Eso será difícil... creo que lo he probado todo.
- Hay una cosa que todavía no has probado - y comenzó a besarla dulcemente en la boca y a recorrer todo su torso y cuello con los labios, despacio, concentrándose en cada centímetro de piel.
 
Alba la contemplaba con ternura y se entregó a sus besos cerrando los ojos para sentirla mejor. La lengua húmeda bailando sobre su ombligo, llamando al deseo, provocando una estampida de hormigas bajo su vientre y un fluir de agua caliente entre los muslos. Apretó las piernas para mecer ese deseo y retenerlo un poco más pero Inés exigía su derecho de paso dándole golpecitos en el pubis con la nariz. Cedió pronto, impaciente también ella por degustar su lengua juguetona, los finos dedos penetrándola y rendirse al orgasmo que intuía sería dulce y profundo.
 
- ¿Te gusta?
- Mmmm... con los deditos...
- ¿Así?
- Ajá... - suspiró Alba  acallando el gemido que brotaba de sus entrañas.
- No te vengas todavía, falta lo mejor.
 
Su excitación no le dejaba espacio para preguntar pero se paralizó de golpe al oír cómo se abría la puerta. Inés no parecía haberse dado cuenta porque seguía presionándola por dentro.
 
- Inés... - susurró Alba.
- Con permiso - dijo en tono bajo una voz masculina.
 
 
17. El hombre (5ª parte)
 
 
- Pasa, hermano, eres bienvenido. ¿Verdad, Alba? - preguntó Inés extrayendo los dedos de su interior y colocándole la mano sobre el vientre.
 
Alba enmudeció de la impresión. Sintió que el corazón se le aceleraba del pánico, que se ahogaba por falta de aire. El sudor frío le caía por la frente, todo su cuerpo se había quedado helado. Movió los brazos para ayudar a incorporarse... estaba atada a los barrotes... ¡Mierda! Pero no demasiado fuerte, resultaría sencillo deshacer el lazo.
 
- ¿Alba? ¿Lo dejamos pasar?
 
No, no, claro que no. ¿De dónde había sacado la idea de que podría gustarle? Que se vaya, que nos deje solas. Eso quería decir, sin embargo, cerró los ojos recostándose, tratando de relajarse y que cesaran los temblores. Con su silencio estaba dando el visto bueno. Tenía miedo pero quería conocer, saber qué era aquello de lo que hablaban otras mujeres, si era tan bueno como prometían. Ahora tenía la oportunidad, tan fácil, sin complicaciones, sólo tenía que dejarse llevar.
 
Le oyó cerrar la puerta con cuidado, acercarse y quitarse la ropa. No se atrevió a mirar. Todavía estaba a tiempo de decirle a su amiga traidora que no, que se fuera, que se fueran los dos a tomar viento. Le reconfortaba pensar que podía pararlo cuando quisiera pero una voz en su interior le advertía que, una vez empezado, nada detendría a aquel hombre, estuviera ella disfrutando o no.
 
Él se colocó encima suyo con delicadeza, aguantando su peso con los brazos sin dejarse caer todavía. El cuerpo de la mujer estremeciéndose le provocaba. Su simple desnudez le inflamaba y le henchía la carne como pocas conseguían. No era sólo que fuera hermosa y joven, era su condición de amante de mujeres lo que le excitaba hasta el límite. Se la imaginaba besando a Inés, entrelazando las lenguas... Quiso besarla también, probar el sabor de su hermana en ella, ya que no podía probarla directamente. Por muy ateo que fuera, el incesto era incuestionable bajo su ética. Inés debía pensar lo mismo porque, a pesar de estar expuesta como objeto de deseo, saberse devorada con la mirada, rechazaba siquiera rozar el cuerpo de su hermano. Los dos se centraban entonces en Alba. Inés despertaba el pezón más cercano con la punta de la lengua y con la mano le iba acariciando las ingles, manteniéndola abierta, exponiéndola también al deseo masculino. El hombre, que de tanto mirarla experimentaba dolor, pasó a la acción. Buscó con los labios su boca para obtener el codiciado beso. Alba, viéndolo venir, giro la cara. El hombre no se molestó y depositó su áspero beso en la mejilla a la par que aflojaba la tensión de sus brazos.
 
Un vaho caliente de olor profundo y penetrante cubrió por entero a Alba. No era todavía la piel del hombre, era sólo su esencia que parecía llamarla en un lenguaje antiguo. Ven Alba, déjate poseer, bailemos juntos la primitiva danza. Y su cuerpo respondía también en silencio a medida que el instinto salvaje iba ganando terreno. La lengua en su oreja moviéndose con fruición. Algo que en frío le hubiera dado reparo, ahora le arrancaba un gemido. Aquella era la señal que esperaba el hombre y dejó caer su cuerpo sobre el de ella, como una jaula sobre un animal indefenso. Aquel cuerpo pesaba pero no le molestaba, más bien se sentía liberada de cualquier decisión. Era duro, diferente, se apretaba contra ella imponiendo su dominio.
 
De pronto, él se hincó de rodillas y le levantó las caderas. No, no estaba todavía preparada. Alba abrió los ojos del susto, balbuceó una negación. Inés se apresuró a acariciarla entre las piernas temiendo que aquella excitación que se palpaba en el ambiente se cortara y comenzaran a molestarse unos con otros. El hombre sentía la urgencia pero se preciaba de ser un buen amante, sabía como dar placer a una mujer. Agachó la cabeza y acopló la boca a su sexo, reclamándolo como su territorio y expulsando a su hermana que decidió mimar los labios de la otra. Movía la lengua rápido sobre el clítoris, con orgullo. A Alba se le hacía raro aquella manera de comer a una mujer. Ella solía buscar los sabores y se entretenía degustando hasta entrar en trance. Pero él lamía como en una carrera, buscando llegar a la meta.
 
Se desconcentra, pensaba el hombre, la estoy perdiendo. Y, a la desesperada, le introdujo un dedo que la hizo estremecer de arriba a bajo, arquear los dedos de los pies y soltar un profundo gemido, apremiante. Era ahora o nunca y se preparó para embestir sin preguntar, no sea que le negaran la tan ansiada entrada. Prefería pedir perdón después antes que pasarse de remilgado.
 

18. El hombre (6ª parte)
 
Alba no tuvo tiempo de reaccionar. De haberlo tenido, seguramente hubiera comentado que prefería que siguiera con los dedos. Pero no hubo la opción, tan pronto el dedo se dio en retirada, sintió que una masa caliente se adentraba buscando invadirla por completo. Era como los falos de cuero que la habían obligado a probar sin consentimiento pero éste tenía vida propia, calor propio... notaba como latía. No rechistó, el hombre estaba resultando cuidadoso, quiso confiar en él y abrió más las piernas para recibirle. El gesto pareció volverlo loco, emitió un bufido rumiante y lanzó la boca hacia sus pechos como un ternero hambriento. Alba volvió a asustarse.
 
- Espera... - dijo apoyando firmemente los pies en el colchón y haciendo fuerza para cerrarse
- ¿Esperar qué? - preguntó él apenas sin levantar la cabeza de la teta -. No aguantaré mucho más, déjame hacerlo a mi manera -dicho y hecho, le levantó las piernas sin dificultad y la atravesó con lo que quedaba de saeta.
- ... Joputa...- la protesta quedó ahogada en el violento gemido que exhaló de sus entrañas. Y ya no tuvo fuerzas para seguir hablando.
- Qué alegría, compañera, el amaneramiento de la burguesía no se te ha contagiado - pero él sí conservó las suyas y, aún extasiado de placer, sintiendo el miembro prolongarse, querer perderse en aquella magnífica mujer, no dejó de hablar con expresiones cortas -. Oh, Alba... Oh, dios mío... Oh...
 
Alba primero se retorció de dolor y luego de placer. El mundo había desaparecido para ella, no podía concentrarse en nada que no fuera aquel fuego que se estaba gestando entre su carne, ni siquiera en los besos que Inés le prodigaba ni en sus palabras de ánimo. Le preguntaba la mozuela entre susurros: "¿Llegas ya?". Y en respuesta recibía jadeos que miraba de acallar con sus labios, temerosa de que llegaran a oídos de los padres.
 
El empuje del hombre era como el de un huracán caliente. La azotaba por dentro con latigazos rápidos, ahora cortos, ahora largos. Ella sentía que su vientre se abría, como un girasol, ansioso de calor, espatarrado sin contemplaciones, sin pudor, sin sentido común. Y se abría su pecho también, mostrándose indefenso ante cualquier amenaza. Abierta, frágil, en dos dimensiones, una hoja sacudida por un remolino, lanzada en picado hacia el cielo. Como antes, él corría una carrera y ella era el carro en el que iba montado. Podía ver la meta, sí, llegarían juntos. Dame más velocidad, gladiador, ya casi puedo tocarlo, pensaba. Más... más.... Él también podía tocarlo. Dio la última sacudida con miedo, recelando tropezar, y escapó rápido, en solitario, esparciendo su fuego sobre el vientre de Alba.
 
Ella seguía gimiendo, consumida por la fiebre, pero su conductor la había abandonado. Se hallaba postrado y abatido, embadurnado en flujo, sudor y espeso semen; cuando recuperó el aliento, se incorporó y buscó un pañuelo con el que limpiarse.
 
- ¡Buf! Qué bueno -exclamó antes de tumbarse a su lado.
 
Inés sabía que ella no había acabado. Su cuerpo se debatía agónico en dolorosos suspiros. La limpió con el mismo pañuelo, antes de que el fluido masculino se enfriara y quedara adherido a su piel, y se dispuso a darle placer con la boca. Pero en el pequeño intervalo en el que todo esto ocurría, Alba despertaba y, abierta como estaba, quedó expuesta a la intemperie. El calor se convirtió en frío y encogió su corazón mientras el girasol, sorprendido por la noche, se secó, deshojándose despacio, perdiendo el color y dejando un enorme vacío en su lugar.
 
 
(sigue...)
 

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