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Alba & Toni (1) o Las Vírgenes de Nuria II

en Lésbicos

1. Te amaré siempre.

Es temprano. Toni, vestida con pantalones y chaleco, como acostumbra, sale de la cocina masticando una tostada. Dobla bajo el brazo su ejemplar del periódico "Avui", fechado el 4 de mayo de 1936, y le da un beso en la frente a Alba, que duerme plácidamente en la gran cama que comparten.

Baja caminando las escaleras para que el ruido del ascensor no desvele el sueño de su amante. Al llegar a la planta baja, saluda al portero, que le abre gentilmente la puerta.

- Tenga cuidado, señorita, están los ánimos revueltos últimamente por la ciudad.

- Gracias, Pascual, lo tendré, descuide.

Toni sube a su auto, se enciende un cigarrillo marca Gitanes y se coloca sus gafas oscuras. Arranca el motor y conduce por la Vía Augusta, alejándose del edificio modernista, de su ático y de Alba. Alba, su pequeña Alba, su dulce Alba... siente un pinchazo de dolor en el pecho, una nube en la mirada. Ni Alba es pequeña ni tan dulce pero sigue siendo su Alba. Y aferrada a este pensamiento, Toni comienza el día.

...........

Sonó el despertador pasadas las once de la mañana. Alba palpó con torpeza la mesita al lado de la cama buscando el escandaloso, pero no lo encontró. Hubo de levantarse, con paso vacilante, abrir sus legañosos ojos y escrutar toda la habitación. Nada. Ese terrible dolor de cabeza no le dejaba ver nada. Tampoco bebió tanto anoche. ¿Cuánto? ¿Dos copas de vino? En realidad cuatro. ¿Dónde está el condenado reloj? Sacudió la cabeza para despejarse. ¿Quién lo ha metido dentro del armario? "Bruja", masculló Alba entre dientes.

Inés, una jovencita morena de cabello corto y alborotado, llamó a la puerta de la habitación:

- Señorita, tiene el desayuno preparado en la cocina.

Café, pensó Alba. Se puso la bata de raso encima del ligero camisón y abrió precipitadamente la puerta.

- Señorita Alba, debería vestirse correctamente, Monsieur Croque está al llegar.

- Croque no distinguiría una mujer vestida de una desnuda. Oh, pero no me llames de usted, me haces sentir vieja.

- Como quieras pero temo que algún día la señorita Toni se de cuenta de la confianza que nos tenemos.

Alba iba a responder con un "no importa" cuando advirtió que Inés llevaba el culotte bajado hasta las rodillas.

- Si tu tampoco te vistes correctamente, seguro que nos descubre.

Y la apretó contra la pared besándola en el cuello e introduciendo la mano bajo la falda. Caliente, Inés siempre tenía la concha caliente y húmeda. Alba la comparaba con uno de sus postres preferidos, el doughnut (o rosca americana). La vulva esponjosa y tierna, cálida, sabrosa, y con un agujerito fantástico para jugar. De pronto sonó el timbre.

-¡Monsieur Croque! – exclamó Inés y se subió rápido el culotte arreglándose la falda antes de abrir la puerta principal -. Buenos días, Monsieur. La señorita Alba todavía no está visible...

- Esa perezosa... Si fuera mi hermana, le daría un par de azotes.

- ¿Vas a azotarme, Croque? – replicó Alba con gesto descarado.

- Ni harto de vino, criatura, se trataba de una phrase toute faite –contestó a su vez Croque con mueca de asco.

- Tanto mejor, entonces acompáñame a desayunar y no te quejes tanto.

Resultaba gracioso el tal Croque. No era ni mucho menos de origen francés, se había pasado un año haciéndose el bohemio en París: quería ser un gran escritor, hasta que dejó de considerar poética el hambre y regresó a Barcelona. Toni lo había escogido como profesor de francés para Alba por ser visiblemente inofensivo, más que por sus grandes dotes en la docencia. Y es que Croque, o Monsieur Croque, como le gustaba que le llamaran, perdía más aceite que el motor de su anticuado auto, que ya es mucho decir.

A Inés también la había escogido Toni como asistenta. "Asistenta", Alba se sonreía con la palabra. Podría haberla llamado criada, sirvienta, chacha... Pero no, era la asistenta. Y tanto quiso remarcar Toni ese detalle, que Inés no llevaba uniforme ni pernoctaba en el piso. Llegaba a las 9 de la mañana y se marchaba a las 8 de la tarde. Alba pensó en un principio que tal vez actuara así por celos pero no tenía sentido porque, igualmente, Inés y ella pasaban casi todo el día juntas mientras Toni atendía sus obligaciones en la fábrica. A lo mejor sólo quería buscarle una compañía para que no se sintiera sola... a lo mejor ofrecerle un juguete con qué distraerse... No, eso era imposible, Toni no querría compartirla con nadie. Aunque ¿quién puede asegurar lo qué quiere Toni? Después de tres años, todavía la desconcertaba.

- ¿Le gusta el desayuno, señorita?

- Mmm... me encanta, Inés –contestó Alba con un doughnut enroscado en el dedo y dando pequeños bocaditos alrededor mientras se manchaba los labios de azucar-. Ni te imaginas cómo me gusta...

2. La reunión.

- ¿Sales también esta noche, Alba?

- Claro ¿No recuerdas que te lo comenté? Me citó el director de la editorial para hablar sobre una nueva serie.

- ¿Tan tarde?

- Es un hombre muy ocupado y no encontró mejor momento, además, le gusta hablar de negocios mientras cena en un ambiente agradable y acogedor.

- ¿Sabes, Alba? Si yo fuera un hombre, me pondría celoso.

- Toni, cariño, pero qué cosas dices. ¿De verdad crees que te cambiaría por un viejo calvo y entrado en carnes? – Alba sonrió y arrancó una sonrisa de su compañera.

- No, supongo que no me cambiarías por nadie...

- Bien lo sabes –contestó Alba mientras seguía peinándose ante el espejo del tocador, ajena a la expresión repentinamente melancólica de Toni.

La puerta de la entrada se cerró con un golpe seco. Los pensamientos de Toni ocuparon el espacio donde antes había estado Alba. Recordó cada palabra, cada gesto, sus ojos brillantes, su sonrisa fácil, sus dedos hábiles colocándose el pasador... Recordó que Alba se había refugiado en el espejo pronunciando aquella frase "bien lo sabes". No había tenido el valor de mirarla a los ojos y mentir. Dulce amargura, algo debe quedar en ese tierno corazón cuando se esforzaba tanto en ocultar sus mentiras. Y, sin embargo, Toni, lejos de odiarla, seguía añorando el repiquetear de los tacones de la joven. Sus pasos nerviosos, sus carreras nocturnas de un lado a otro de la casa buscando los objetos que tan desordenadamente había dejado donde no correspondían. No podía dejar de amarla, aún sus mentiras, después de todo era la misma Toni quien la empujaba a mentir, porque no quería aceptar que Alba se hubiera hecho mujer tan pronto. Una mujer con amplias necesidades.

Alba corrió hacia la parada y se plantó delante del tranvía para evitar que saliera sin ella.

-¡Señorita! – gritó el conductor - ¡Qué loca!

- Lo siento, no puedo esperar al próximo – se excusó ella, subiendo la escalinata y apaciguando con su sonrisa la ira del otro.

- Ha quedado con el novio ¿Eh? Quien fuera joven, qué bonito se vive el amor a esta edad.

Alba no le escuchó, se sentó y miró por la ventanilla deseando llegar pronto a su destino: la Casa del Pintor. O así la llamaban las chicas alegando que había sido la residencia de un conocido pintor. ¿Cómo se llamaba? No importa. Ahora era la casa de Sofia, la esposa de un conocido director de cine. ¿Cómo se llamaba? Tampoco importa. Sofia era la más ardiente de sus amigas y una de las pocas a la que podía confiar sus sentimientos. Hermanas de batalla, decían, y no era raro que se utilizaran la una a la otra como tapadera ante sus deslices, aunque Sofia opinaba que no se podía ser infiel a otra mujer. "Lo tuyo es natural – decía -, nunca estarás casada con Toni, en cambio yo, debo guardar una imagen de esposa decente". A Sofia le gustaban las mujeres, le gustaba todo, en realidad, pero no le gustaban de la misma forma en que podían llegar a gustarle a Toni, no con ese sentimiento cálido en el pecho. En definitiva, no le gustaban como también podían gustarle a Alba.

El ruidoso tranvía paró cerca de la Casa del Pintor, Alba descendió y caminó subiendo la Avenida del Tibidabo hasta un bonito palacete de torres acabadas en puntas y verja de hierro forjado. Al verla, un sirviente le abrió la verja y le pidió que entrara en la casa, donde otro sirviente le tomó el abrigo y le abrió la puerta al salón. Allí estaban todas y alguna más que no conocía todavía.

La Casa del Pintor y las famosas orgías lésbicas que organizaba Sofía cuando su marido estaba de viaje.

3. Gallinita ciega

En las fiestas de Sofía, algunas mujeres preferían guardar el anonimato con una máscara, otras, como Alba, sin marido ni posición social que defender, se mostraban a cara descubierta . No era la máscara una garantía de privacidad, pues la anfitriona seleccionaba con cuidado a sus invitadas y no hubiera dejado entrar a una desconocida que pudiera extender el escándalo. Sin embargo, la coquetería y una falsa sensación de seguridad, habían convertido aquellas reuniones sexuales en una mascarada de lo más pintoresca.

Alba paseaba sin pudor su infidelidad entre las otras mujeres, algunas conocidas de Toni. No sentía miedo de ser descubierta, la complicidad y el sentido de la prudencia, obligaba a las presentes a guardar absoluto secreto sobre lo que realmente sucedía en la Casa del Pintor. Tal vez Alba, en su aparente desfachatez, buscaba en realidad ser atrapada en su delito, ser castigada o verse liberada del yugo que suponía el gran amor de Toni. Sí, era culpable, culpable de tener sangre caliente en las venas y una pasión que la desbordaba. Culpable de amar con todo su corazón a Toni y desear verla también libre, como lo fue antes de conocerla. Añoraba aquella Toni segura de sí misma, fuerte y decidida. Esa mujer que era capaz de intimidarla con una sola mirada y hacerle besar sus pasos. Pero, la Toni melancólica de ahora... la empujaba a ser cruel. "Te odio, Toni, te odio". Se repetía a sí misma mientras se acercaba al grupo más numeroso y animado del salón.

Le ataron un pañuelo alrededor de los ojos y la hicieron danzar dando giros.

- Gallinita, gallinita ¿qué se te ha perdido?

- Una aguja y un dedal

- Da tres vueltas y lo encontrarás. Una... dos... tres...

En esta variante erótica del juego, las participantes debían llevarse una prenda de la "gallinita" evitando ser atrapadas. Alba defendía su ropa con uñas y dientes. Gallinita salvaje, la llamaban entre risas las demás. Entre bromas y algún cachete, Alba había perdido la blusa y llevaba desabrochada la falda.

- Gallinita, cuando te tenga desnudita, te vas a enterar... – dijo alguien que, por la voz, parecía ser la misma Sofía.

- Cuida no te desnude yo antes – y Alba se abalanzó hacia donde creía que estaba la provocadora, agarrando una manga y estirándola.

En la osada empresa, otra aprovechó para bajarle la falda, que se enredó en los pies de Alba y la hizo caer. Al momento, todas se arrojaron sobre ella para quitarle la combinación y el resto de ropa interior. Tantas manos rodeándola, tantos cuerpos calientes y suaves abrazándola, el roce de los senos, el aroma de sus cabellos y la brisa de sus alientos, promesa de apasionados besos. Y entre aquellas manos, de pronto, una caricia única, sobre el vientre. Una agradable sacudida le recorrió todo el cuerpo. ¿Qué era aquello? ¿Dónde había sentido algo semejante? Su mente viajó en el tiempo, a aquellos meses que pasó junto a la señora Nuria y sus doncellas *. Regresó rápido al presente cuando esa misma mano, en gesto feroz, le desgarró el culotte y se lo arrancó de un tirón. Alba gimió como si le hubieran arrancado el alma. No sólo el alma, la voluntad, su nombre, la vida entera... Y se puso a temblar deshaciéndose entre las piernas. ¿Qué poder era aquel que la había dominado en segundos? La señora Nuria lo tenía...

Las chicas guardaron silencio, atónitas, sus juegos solían ser más tranquilos y aquella agresividad insólita prometía una morbosa distracción. La mujer enroscó su mano en los ondulantes y castaños cabellos de Alba y tiró hacia arriba, no con intención de lastimarla, sino de obligar a seguirla. Alba no hubiera podido negarse, se puso en pie y se dejó guiar tambaleante hasta acabar recostada con el pecho contra la mesa. Tenía miedo pero la excitación era demasiado intensa como para resistirse. Podía notar la mirada expectativa de las demás clavada en su carne. Ella era el espectáculo, ella y su cuerpo, su placer, su miedo... y la vergüenza que le cortaba la respiración. La mano, aquella singular mano, volvió a posarse sobre su vientre y, como si de un cuento de las Mil y Una Noches se tratara, pareció ordenar "ábrete Sésamo"... y la cueva de Alba se abrió. La mano acarició el sexo caliente y húmedo pero tan sólo un instante, como queriendo comprobar que estaba a punto. Entonces, algo duro y frío la penetró..

¡Martina! Los recuerdos se volvieron dolorosos. Alba se había jurado no volver a tener jamás uno de aquellos artilugios en su interior. Se revolvió como un animalillo asustado, hasta que la misma mano acarició su cabeza y un susurro cálido le inundó los oídos... shhhhh... Alba se calmó, como por arte de magia, se sintió tranquila y confiada. Dejó que aquella extraña, fantasma de su pasado, la poseyera.

El dildo tomó la temperatura de Alba y se ajustó a su interior. Era agradable, muy agradable, demasiado agradable... Alba olvidó que era la víctima de un circo romano donde decenas de honradas ciudadanas iban pidiendo en silencio más, más. En el salón, sólo se escuchaban sus gemidos acompasados con el movimiento de caderas de la otra mujer. Más, más, parecía decir ella también a cada lamento. La mano de la extraña se deslizó bajo el vientre, abrazando los rizos del monte de Venus y rozando con las yemas el trono circular de la diosa. Llamada instantánea, Alba no pudo evitarlo, sintió todo el universo concentrado en aquel diminuto punto y, al momento, expandirse más allá de su cuerpo. La desconocida se aferró fuerte a ella para no dejarla escapar en aquella apoteosis de placer y estuvo así unida hasta que Alba dejó de convulsionarse. La abrazó, con un amor repentino... y al momento se separó para dejar lugar a las otras que, como hienas hambrientas corrieron a saborear lo que había quedado de Alba. Ella se retiró la venda y buscó ansiosa el rostro de aquella mujer pero no lo halló entre las devoradoras, sino, más allá, semioculta tras una columna, alejándose, protegida bajo una máscara de terciopelo negro.

Un fantasma, pensó Alba, hoy me lo he hecho con un fantasma...

* Ver el relato "Las Vírgenes de Nuria"

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