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Alba & Toni (2)

en Lésbicos

4. La máquina de escribir

 

El señor Adriá Folch había encerrado a Alba en su propio despacho. Para evitar distracciones, había comentado él, para obligarla a escribir, había pensado ella. Y era un despacho agradable, de incomodidad no podría quejarse la cautiva. Amplios ventanales decorados que daban directamente al Paseo de Gracia y que esparcían la luz en múltiples sombras de colores sobre el suelo y la pared. Bonito. Sillón mullido de piel y una máquina de escribir de última generación. Hasta disponía de un ventilador por si en este conflictivo junio de 1936 se caldeaba en exceso el ambiente. Todo lo que una escritora vencida de plazo de entrega podría necesitar para aplicarse en su labor. Todo... todo... tal vez faltaba la inspiración.

De vez en cuando, Alba se levantaba del sillón para estirar las piernas y escuchaba, con la oreja pegada a la puerta, por si el Sr. Folch había abandonado su puesto de vigilante. De encontrar sola a Nieves, la secretaria, sería más fácil engatusarla para que abriera la puerta y echar a correr. Nada, el director de la revista no iba a soltar el hueso. Buen perro guardián. Después de todo, Alba era la escritora más popular del semanario erótico. Una revista que había aumentado las ventas considerablemente desde que la joven comenzó a publicar sus cuentos. El Sr. Folch imaginaba, con razón, que los nuevos lectores debían ser casi todos mujeres que se sentían atraídas por las fantasías descabelladas y el deje sentimental que Alba transmitía en sus escritos. Cuando descubrió a Nieves con un ejemplar de la revista sobresaliendo del bolso y sorprendió a la tendera de la esquina con uno medio escondido en el bolsillo del delantal, decidió hacer las portadas más "femeninas". Gran acierto. La revista erótica de su editorial producía suficientes beneficios como para evitar dedicarse a noticiarios y peligrosas publicaciones políticas. Complejo eso de hablar de política. Si simpatizas con la Izquierda y el Frente Popular, los de la Derecha se enfadan y te tachan de anarquista y comunista. Por el contrario, si te decantas por la Derecha, puedes amanecer con la editorial convertida en cenizas. Sí, el erotismo era más seguro y su rentabilidad dependía de Alba. No la soltaría hasta que le entregara una nueva creación para el cierre de esta semana.

Caía la tarde y Alba seguía espachurrada en el sillón. Poco a poco, la luz se fue apagando dejándola sumida en oscuros pensamientos. Debería encender la lámpara, si su intención fuera acabar el dichoso cuento, pero estaba más pendiente de contar las teclas de la máquina de escribir... hasta que ya no pudo verlas con claridad. Tenía hambre, sueño y comenzaba a notar la vejiga llena. Si el Sr. Folch no la dejaba salir para ir al lavabo, ella le dejaría un regalito en la esquina. Sonrió. Iba a levantarse de nuevo para exigir su derecho de prisionera, cuando oyó la puerta abrirse.

- ¿Sr. Adria? Mañana por la mañana le traeré diez páginas, si quiere, pero esta noche necesito volver a casa.

No, éste no podía ser su insistente editor. Los pasos sigilosos en vez de pesados, la respiración suave y no costosa, no eran del Sr. Folch. Por si fuera poco, no olía a puro Habano, como era habitual en él. ¿Quería mejor prueba?

- ¿Sr. Folch?

La puerta se cerró y una figura alta y esbelta se escurrió entre las sombras. Alba sintió miedo y cerró las piernas por instinto cuando algo le rozó las rodillas. Hubiera gritado si un susurro familiar no se lo hubiera impedido. "Shhhh...". Habían pasado un par de semanas desde el incidente en la Casa del Pintor pero Alba jamás podría olvidar el fantasma que la poseyó. A la petición de silencio, le siguió un "escribe" en voz baja y ronca, apenas perceptible. ¿Qué? ¿Su fantasma se había aliado con su editor? Quería volver a oírla y tal vez reconocer su voz como la de alguna de sus amigas, pero la extraña no habló más, se quedó oculta, arrodillada, acariciando los tobillos de la joven. Alba podía sentir su respiración sobre la falda y, por primera vez desde su encierro, se puso a teclear.

Título: "El fantasma de la oficina".

Un fantasma de cálido aliento y dedos suaves. Alba no tardó en sentirse excitada. A la urgencia por orinar, se le había sumado ahora un picorcillo agradable a la espera del devenir. Por favor, quería pedirle, levántame la falda y haz lo que quieras conmigo. Pero guardó silencio porque sabía que a su fantasma no le gustaban las órdenes ni las súplicas. Siguió tecleando. Escribiendo sobre fantasmas perversos que se cuelan bajo las faldas de las secretarias que se quedan hasta tarde trabajando.

De pronto, el recorrido de los dedos extraños sobre sus tobillos, se detuvo. Pasaron los segundos, eternos, hasta que esos mismos dedos se le escurrieron entre las piernas y se deslizaron tras el culotte para estirarlo hacia abajo. Alba perdió la respiración. Golpeó con tanta fuerza las teclas que entrechocaron y se enredaron hasta que, al liberar la tensión, volvieron a su cauce. Siguió escribiendo pues no quería que por nada del mundo su amante fantasma diera media vuelta. Algo metálico la rozó esta vez. La temió en esos momentos pero no hizo nada por detenerla. "Ras, ras". De nuevo un culotte destrozado. ¿Cómo explicaría el creciente gasto en ropa interior?

Como si fuera una cortina, la extraña abrió la prenda y se deleitó con el paisaje.

 

 

5. El fantasma.

Mientras el fantasma de la imaginación de Alba desvirgaba ingenuas secretarias, su fantasma particular se conformaba con olerla. Con la nariz casi rozando los húmedos pliegues, inhalaba y exhalaba con envidiable calma. Envidiable para Alba, que se moría de anhelo, que sentía palpitar su sexo con creciente exigencia y que, no lo había olvidado, todavía necesitaba ir al lavabo.

Había cambiado a ciegas tres veces el papel de la máquina, cuando la mujer misteriosa se dispuso a actuar. Empujó hacia delante la cadera de Alba, como quien se lleva una fruta a la boca, y empezó a probarla. Primero con delicadeza, como tanteando si el sabor sería de su agrado. Alba sufría temiendo que el encierro y el molesto calor que proporcionaba el sillón bajo sus piernas, le dieran un sabor más salado que el que preferiría su comensal improvisada. Ésta no se quejó y pronto pasó de la degustación al banquete: lamiendo, relamiendo, sorbiendo, chupando, mordisqueando, abriendo con las manos para alcanzar todos los suculentos rincones... Alba jadeaba incapaz de seguir escribiendo. Sentía que su orgasmo se precipitaba pero sentía algo más, la relajación de su vejiga y el desastre que podría avecinarse. Intentó apretar, cerrando un poco las piernas, y se ganó un cachete justo en medio.

- Ne... necesito ir... sólo un momento...

Otro cachete. Alba temía que no hubiera un tercero, que si volvía a quejarse, su fantasma se marcharía tan silenciosamente como había venido dejándola así espatarrada y al límite sin ninguna concesión. Se mordió los labios, abrió las piernas y se concentró en controlar el músculo que la salvaría de la vergüenza. El fantasma, a su vez, deslizó algo sedoso entre las manos e inmovilizó las piernas de su víctima a sendas patas del sillón. Alba no se quejó. Le levantó luego la cadera para estirar hacia arriba la falda, le estiró lo que quedaba del culotte hacia abajo y la sentó de nuevo, con su desnudez tocando el cuero del sillón, ahora caliente y húmedo, resbaladizo.

La extraña se tomó su tiempo para evaluar la situación. No hizo falta volver a recolocar la cadera de Alba para facilitar la maniobra, ella misma se ofrecía abierta, dispuesta y en posición inmejorable. A un palmo de la zona conflictiva, dejó caer saliva caliente y fluida de su boca para regarla. Le gustaba sorprender a Alba, estremecerla y hacer más insoportable su espera. Y Alba estaba fuera de sí, desde luego. Con las manos agarradas en los reposabrazos, movía la cabeza de un lado a otro incapaz de reprimir su excitación. El fantasma se agachó y lamió su propia saliva del sufrido sexo. Siguió lamiendo mientras adentró un par de dedos con delicadeza. Demasiada, pensó Alba, a la que no le hubiera importado una penetración salvaje con todos los dedos de la mano. Pero el fantasma no parecía tener prisa. Se limitó a entrar despacio, a profundizar y a presionar todos los puntos clave que iba encontrando por el camino mientras seguía devorando el clítoris.

La acariciaba por dentro, concentrándose en la parte superior, presionando justo ahí donde sabía que Alba vería las estrellas. Pero Alba luchaba contra el placer porque no era libre. Cuánto más placer sentía, menos fuerzas le quedaban para controlar la incontinencia. Estuvo a punto de verterse cuando la malvada lengua fantasma se puso a torturarle ese agujerito minúsculo que habita bajo el clítoris. Ahhhh... suspiró moribunda largo y tendido. Ese era el fin, no podría aguantar mucho más. El increíble orgasmo que amenazaba con "matarla" de un momento a otro, se haría cobrar en humillación. El único consuelo que le quedaba es que estaba tan oscuro que la desconocida no podría verle el rubor que ya se extendía por su rostro. Después de aquello, no volvería a saber nada de ella. ¿Se enfadaría? ¿Se lo contaría a alguien conocido?

Sí, no... tal vez... Roza, roza, roza... Los pensamientos dejaron de existir, la mente se quedó en blanco y Alba fue desapareciendo poco a poco en un universo de colores convertida en partículas de luz... El líquido caliente le quemaba la piel pero no le importaba nada, era tan agradable... Y así se quedó flotando hasta que la oscuridad volvió a hacerse presente y el roce con el cuero mojado se hizo incómodo. Abrió los ojos, estaba sola. Sobre la mesa, tenuemente iluminada por la luz que se filtraba por la rendija de la puerta, una toalla y una máscara de terciopelo negro. Canalla.

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