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Las Vírgenes de Nuria (2)

en Grandes Series

2. La Señora.

La luz se desvanecía y el cuarto se llenó de sombras cuando Martina llamó a la puerta.

- ¿Qué haces todavía ahí? La señora te espera.

Alba se había quedado dormida y se puso de pie de un salto. No tardó en darse cuenta de que no estaba en su casa y aquella no era la voz de su madre.

- Ya.. ya voy... lo siento...

- Corre o te devuelvo mañana mismo a tu pueblo.

- Sí, sí...

Se vistió acelerada las prendas que le habían dejado Ana y María y abrió la puerta.

- Pero... ¿qué has hecho, niña? Vas a dar más trabajo que el que deberías quitar – exclamó Martina al verla-. Si parece que hayas dormido sobre el vestido y ni siquiera te has peinado. Anda pasa, trataré de arreglar este desastre.

Alba enrojeció de vergüenza y se sentó en la silla para que Martina pudiera arreglarle los cabellos. Sus trenzas quedaron convertidas en un moño estirado bastante molesto pero que le favorecía y le daba un aire más adulto. Mientras Martina situaba las horquillas estratégicamente, Alba se movía incómoda. Todavía estaba irritada. La fricción que en un momento le proporcionó placer, le había dejado el sexo dolorido. Se dio cuenta entonces, intentando abrir un poco las piernas para que el fresco de la tarde la calmara, de que el vestido nuevo era más corto de lo que acostumbraba a llevar. Martina también llevaba un traje que quedaba justo por debajo de las rodillas. Había oído que en las ciudades las chicas ya no usaban faldas largas por considerarlas pasadas de moda pero esto suponía un inconveniente: que al sentarse la falda subía por encima de la rodilla y, si no te acordabas de juntar las piernas, quedaba al descubierto todo el vellocino.

- Bien, ya estás lista. Ahora bajaremos y te presentaré a la señora. Te hará unas preguntas a las que contestarás con un simple sí, señora o no, señora. No interesa que te extiendas en tus respuestas, dejaría en evidencia tu procedencia... humilde.

Alba asintió con la cabeza y acompañó obediente a la supervisora del servicio hasta el salón, no el gran salón, como descubriría más tarde, sino el salón familiar, mucho más pequeño y acogedor. Antes de llegar a la entrada, oyó como la señora, ella suponía que debía ser la voz de la señora por el tono grave y refinado, hablaba con otra persona de forma cariñosa. Alba interrogó a Martina con la mirada pero ésta no le hizo el menor caso, llamó a la puerta entreabierta y esperó a que la señora la hiciera pasar.

- ¡Adelante! ... Tengo que dejarte, Antonia, me alegra que hayas llegado bien. Siempre sufro cuando haces estos viajes tan largos en coche... Tu dices que no hay peligro pero podría cruzarse una vaca por la carretera o... Está bien, confío en ti. ¿Vendrás el sábado?... Me gustaría, la vida en el campo es algo aburrida desde que tu y Josefina no estáis aquí... De acuerdo, querida, un beso.

Alba era la primera vez que veía a alguien hablar por teléfono. La primera impresión que le produjo fue de ridiculez. Sí, resultaba cómico que alguien hablara con una máquina, de hecho, al principio llegó a pensar que la señora conversaba sola y que su madre se había olvidado de comentarle el detalle de que iba a trabajar para una trastocada.

La señora colgó el auricular y se giró de cara a sus empleadas. Alba se quedó boquiabierta pero volvió a cerrar la boca ante un codazo de Martina. La señora no era como se la imaginaba. Había oído que era una viuda de más de cuarenta y que no había vuelto a casarse, cosa que Alba había atribuido a la edad. En su pueblo, las mujeres a los treinta años estaban ya muy estropeadas por los embarazos, partos y el duro trabajo diario. Pero la señora, a pesar de no tener la mirada fresca de la juventud, era esbelta y alta. Sus cabellos oscuros no lucían canas, brillaban con un color intenso. Y cuando apoyó las manos en el regazo, dejó ver sus uñas largas y blancas, como si fueran de porcelana.

- Señora, ésta es la nueva criada. Trabajará ayudando a Erica en la cocina hasta que haya adquirido las costumbres de la casa.

- Es bastante bonita. ¿Cómo te llamas?

- A.. Alba...

- ¿Sabes leer, Alba?

- U.. un poco – recibió un nuevo codazo de Martina -. Sí, sí, señora.

- ¿Tienes novio?

- No.. no, señora.

- Eres virgen, supongo.

Alba se quedó sorprendida por la pregunta y tardó unos segundo en responder.

- Sí, señora.

- Bien, porque debes saber, niña, que sólo acepto a mi servicio chicas que no hayan tenido contacto con hombres. Espero que esto no suponga un gran esfuerzo para ti.

- No, no, señora.

- Puedes retirarte, esta noche servirás tu la cena y veremos como te desenvuelves.

- Sí, señora.

- Martina, quédate.

- Sí, señora – respondió esta vez Martina mientras Alba salía y cerraba la puerta.

Alba, en el pasillo, recordaba las palabras de la señora "eres virgen, supongo". Debía ser una mujer muy religiosa y beata, tal vez era una exigencia que imponía para evitar que sus criadas dejaran el puesto por el matrimonio. El año pasado, en el pueblo, Rosa de los Molina se casó con barriga. Había estado trabajando de criada para unos señores de la ciudad y lo ganaba bien pero se veía con su novio las tardes libres y acabó embarazada. Era una pena, pensó Alba, el futuro que le esperaba en el pueblo era para todas igual, el fogón, los pañales y la siega, de haberse quedado en la ciudad podría haberse convertido en una señorita y conseguir un marido mejor. Entre chismorreos, se había enterado de que esperaba otra criatura y no había cumplido todavía los dieciocho.

 

Alba suspiró. A ella le gustaría ser como la señora: elegante, guapa, con buenos modales... Y no pensaba estropear esta perspectiva por un novio. Qué razón tenía su madre cuando la alertaba tanto sobre la inconveniencia de tratar con muchachos.

Mientras esperaba que Martina saliera para orientarla, unos gemidos apagados que venían del salón la sobresaltaron. Pegó la oreja a la puerta para averiguar a qué eran debidos cuando una joven de cabellos rizados, rojizos y revolucionados le llamó la atención.

- ¡Niña! ¿Qué haces espiando tras la puerta? Eres la nueva ¿verdad? Poco vas a durar si no cambias las costumbres. Anda, acompáñame a la cocina que ya es hora de preparar la cena.

Alba acertó al creer que esa chica de aspecto vivaracho y carnes prietas, era la cocinera Erica.

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