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My Boy

en Dominación

Siempre supe que sería un vago. No me malinterpretéis, en mi profesión se curra lo suyo. Y no sólo en la noche que corresponde, también los días previos... Que digo, todos los días de la semana. Cuando no estoy en el gimnasio, estoy practicando técnicas de relajamiento para... para mantener la erección más tiempo o, en algunos casos, para provocarla. Sin contar las largas horas de estudio de etiqueta y el tiempo perdido en la planta "moda masculina" del Corte Inglés. No es fácil satisfacer a según que clienta. Y luego dicen del porno. Ah, eso es fácil comparado con lo mío. Los tíos sólo tienen que preocuparse de estar a punto para la escena. Que la cosa falla, se toman un descanso y ya se encargarán los de montaje de dejarlo bonito. No, el cine no es para mí. Los focos, el ajetreo y, sobretodo, demasiados mirones. Llamadme antiguo pero me gusta trabajar con poca gente: una, dos, el marido...

He visto de todo pero no hago de todo. No, yo tengo límites. Ni sado ni tíos. Un poco de bondage, lo básico para mantenerse actualizado en esta profesión, y mucha movilidad. Parece increíble que algunas señoras te lleven de paseo por toda Barcelona sólo para acabar echando un polvo en el asiento trasero de su coche. Te lucen como si fueras un bolso ante sus amistades y conocidos. Otras no. Las fielmente casadas convierten el encuentro en una operación de alto secreto. Y yo me siento como un espía, con mis gafas retrovisoras vigilando por si algún detective privado sigue mis pasos.

Es lo que decía antes, no es follar y punto. Oh, vaya, disculpad la vulgaridad. No penséis que hablo así con las clientas. Las hay a quienes les gusta un poco de rudeza pero la mayoría detestan que se las trate de forma poco romántica. Si me dicen "vamos a hacer el amor", pues vamos a hacerlo, quien paga manda. Debes vigilar el lenguaje y los modales, si quisieran un hombre cualquiera, ligarían en la barra de un bar. Es una leyenda urbana eso de que las mujeres que pagan lo hacen porque son feas. Las hay que están muy bien, que atraerían a cualquier hombre a kilómetros de distancia, pero ellas buscan un profesional. Alguien perfecto de principio a fin. Ese soy yo. ¿Qué quieren que las invite a cenar y a unas copas? Pues las invito (luego lo añado a mi factura). ¿Quieren hablar? No encontrarán mejor oyente y consejero por tan módico precio. ¿Follar? Uy, perdón, hacer el amor. Mandan y obedezco, mi objetivo es su placer. Y es que satisfacer a una mujer no siempre es fácil. ¡Ja! De chapero en las ramblas me veríais si pensara lo contrario. Me dan lástima los novatos que deciden meterse a gigoló. ¿A dónde vas, chaval? Se piensan que con una cara bonita ya lo tienen todo hecho. Al final acaban poniendo el culo para pagar el alquiler. Que esto no lo hace cualquiera, que se tiene don o no se tiene, y los estudios, la experiencia y la práctica son imprescindibles, y mucha mano también, pero no de la dura.

Por si fuera poco, también necesitas imaginación, por lo menos un buen repertorio de situaciones para excitar a la clienta. Si han pasado un buen rato, te llamarán más veces, les gusta mantener una cierta estabilidad, aunque siempre exigirán cosas nuevas, cada una en su estilo. Tengo anotado en una libreta lo qué y con quien, para no repetirme e ir variando.

Seguro que os estaréis preguntando si alguna vez una clienta se ha enamorado. Puede pasar, sobretodo con clientas habituales. El roce hace el cariño. Por mi parte no hay problema en mantenerme afectuoso, siempre que sea sostenible económicamente. Si el asunto se me escapa de las manos, si ella quiere verme con una frecuencia que podría arruinarla, si quiere separarse del marido para irse a vivir conmigo... les paro los pies. Mucha pasta pero es un negocio peligroso, demasiadas mujeres infelices.

¿Y yo? ¿Si yo me he enamorado? Jajajaja, soy un profesional, vivo del amor pero no me ahogo en él. Em... vale, de acuerdo, ha habido una mujer especial...

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No sé su nombre. Cuando alguna vez me requiere, llama a la agencia e indica una dirección de hotel. Se identifica como Iris, aunque no es su nombre verdadero, y siempre paga al contado al finalizar el servicio. Es un misterio para mí.

Otras clientas gustan de hablarme de su vida y familia pero ella sólo se limita a darme instrucciones. No me quejo. Es gratificante cuando saben lo que quieren. Pienso menos y siempre se agradece una jornada laboral facilita. Las que menos, porque lo habitual es que la clienta no tenga muy claro por dónde empezar. Se ponen a hablar nerviosas y tienes que adivinar cuando te están pidiendo un beso con la mirada. ¿Besar? Sí, claro, forma parte del show, no se cobra como plus. Julia Roberts tenía sus normas pero los hombres de pago perderíamos mucho estatus si nos negáramos a besar. Tampoco tiene sentido ¿te vas a amorrar al pilón y le haces ascos a la boca? Iris me prohíbe que la bese.

También me prohíbe que hable. En mi primera visita, recuerdo que apenas me dejó acabar el saludo. Me dijo literalmente: "No hables más, nunca más". Y aunque lo dijo de forma muy educada, como corresponde a una señora de su categoría, lo cierto es que sus ojos indicaban más bien un "cierra el pico". Lo hace con frecuencia. Sí, lo de hablarme con ternura y respeto y clavármela con la mirada. A ver, no la critico. Ella paga y manda, además, paga muy bien. Al acabar el servicio, suele meterme dentro del slip unos cuantos billetes doblados, a parte de lo pactado y de la comisión para la agencia. Me dice que me he portado bien, que soy su chico preferido, mientras me aprieta el valioso fajo contra la, no menos valiosa, polla torturada (en seguida os explico por qué) y me pellizca el trasero.

Y no es sólo por la propina que pierdo el culo por atender al momento sus llamadas. Soy su chico, lo repite siempre, me daría no se qué saber que otro atiende el servicio. El mes pasado llamó desde Londres. Se había estropeado la calefacción del hotel y necesitaba que la calentaran. Pillé el primer vuelo y me presenté a cumplir con mi obligación. Nada más llegar, le indiqué al recepcionista... Ah, no os lo había dicho, también hay que saber idiomas. Pues le dije que era la visita para la habitación 405 y el hombre, con una sonrisa maliciosa, me dejó pasar. Algo se olió porque, a la mañana siguiente, en el restaurante, estuvo interrogándome sobre cómo funcionaba el negocio. Iluso.

Cuarenta y ocho horas de servicio. No todas en la cama, por supuesto. Me llevó del brazo a ver los monumentos londinenses, me compró ropa en Oxford Street y recorrimos los bares más prestigiosos del Soho. Dos días en los que me sentí mimado como uno de esos perritos falderos que caben en el bolso. Aunque fueron también dos días silenciosos porque, ya os lo he dicho, no le gusta que hable.

Por la tarde desaparecía dos horas por alguna reunión de negocios, supongo, y yo me quedaba encerrado, literalmente, en la habitación. Y por la noche, oh, por la noche, sólo descansábamos para dormir.

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Le gusta que me desnude ante ella. Es un clásico, cierto, pero no quiere música ni baile con el striptease, me quiere absolutamente en silencio.

Se tumba en la cama mientras de una patada lanza los zapatos de tacón a una esquina y me dice "desnúdate" con esa voz suya entre profunda y dulce. Entonces lo hago, despacio, mirándola a los ojos. Me analiza exigente botón tras botón y me siento vulnerable. Libero mi pecho pero ella sigue sin mostrar excitación o entusiasmo, sólo me estudia, de la misma manera que lo haría con el tío de un calendario. Pero el tío del calendario no palpita como yo lo hago y sé que ella se da cuenta del más ligero movimiento en mis venas.

Cuando llego al botón del pantalón, me siento torpe como un virgen. Mis dedos me parecen salchichas tratando de apresar un guisante. Lucho con él, tal vez unos segundos pero suficiente para que ella sonría complacida. Y entonces todavía es peor, la presión aumenta, toma volumen, tensa la tela y se me hace todavía más difícil capturar el botón. Hasta que lo engancho y o tú o yo... ñg... y salta como un condenado. Caen los pantalones y el slip apuntando en flecha hacia Iris, no deja dudas de su victoria. Podría simularlo, es mi trabajo. Cierro los ojos y me provoco una erección, esté con quien esté, es importante que la clienta se sienta deseada. Pero con Iris me gustaría permanecer impasible, algo que la obligara a mostrarse más tierna, tal vez entonces me regalara una caricia, aunque sólo fuera a niveles prácticos. No le hace falta y lo sabe.

Al llegar a ese punto, se limita a hacer un gesto con la mano para indicarme que me lo quite todo y se pone en pie. Mientras tiro el slip hacia abajo, desenganchando a duras penas la polla tiesa como un monolito, camina despacio a mi alrededor con los brazos cruzados estudiando la mercancía. Más de una vez he deseado tirarla al suelo y demostrarle lo bien que se clava la "mercancía" pero no quiero perderla como clienta. Así me tiene un buen rato, mirándome por delante, mirándome por detrás. Hasta que se cansa y me pide muy educadamente que me ponga a cuatro patas. Se detiene detrás de mí, de manera que no pueda mirarla, y se va quitando la ropa.

La oigo. Oigo la cremallera del vestido, el dulce crepitar de la seda y las medias deslizándose sobre su piel. El clic del sujetador y un pequeño gemido de placer al sentirse desnuda. Me sujeta entonces por las caderas con ambas manos y se aplasta contra mí moviéndose suavemente. Notar su calor, el raso de las braguitas frotándose contra mi trasero... Oh, bueno, habría que llamarlas bragas con todas sus letras porque Iris hace años que dejó de ser una adolescente talla pequeña. Con el movimiento, las bragas van descolgándose de sus caderas, deslizándose más y más, hasta que puedo sentir su vello rozándome la piel. Y bajan más y más hasta que se pierden bajo sus rodillas...

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Saber que está totalmente desnuda y no poder verla, es una tortura. Sentir sus uñas clavadas en mi carne, una pesadilla de la que no quiero despertar. Sufro, sí, de tanto deseo y al final Iris consigue lo que quiere: mi primer gemido.

Se agacha sobre mí y me susurra perversidades. "¿Quiere más mi zorrita?" "¿Dónde te pica, cielo?" La zorrita soy yo, se entiende. El mástil palpita y se zarandea ligeramente reclamando atenciones pero Iris no le hace caso. "¿Te pica adentro, cariño?" No, Iris, pienso. Eso no. Pero nada ni nadie en el mundo conseguiría que me levantara en ese momento y la dejara sola en la habitación. Al contrario, mi cuerpo me traiciona y separo un poco más las piernas. Eso la complace tanto que el calor de su pubis se vuelve húmedo y yo siento esa humedad y… y vuelvo a gemir.

Una caricia furtiva me hace dar un respingo. Una caricia justo en la frontera que separa mis nalgas. Sus dedos son cálidos, suaves pero afilados. Dejo de pensar, ya no me sirve para nada. Iris hará lo que quiera sin importar lo que yo opine. Ahora soy un animal limitado a sentir. A sentir placer, a sentir vergüenza, a sentir el deseo de ser domesticado y cubierto de atenciones. Un animal sin derechos, víctima de los ultrajes de una Cruela de Vil fascinantemente malvada.

Oigo como se acaricia, sus dedos buceando, suspiros… Y vuelve a tocarme el turno pero esta vez la caricia es mojada. Me unta con su flujo caliente, me quema, intenta bucear dentro de mí, me resisto… Pero ella insiste hasta que pierdo resistencia y me abro… ¿Por qué no puedo dejar de gemir? En esos breves segundos en los que vuelvo a la realidad, me escucho y no me reconozco. Parezco, efectivamente, una zorra en celo, nada que ver con mis habituales empujes masculinos, bajos, graves, y el gran gemido final, cuando suelto la carga, ese uhh ahhh tan lleno de virilidad. En esta posición en la que me obliga Iris, mis gemidos son cortos y agudos, instintivos y carezco de control sobre ellos. Por suerte, los vapores de la lujuria me envuelven de nuevo y caigo en una bendita sordera.

Uoh, me atraviesa y otra vez. Su dedo se desliza sin dificultad, traza círculos hasta dilatarme por completo. Si nota que desciendo el ritmo de mis gemidos, aprieta más, me da más fuerte y me introduce otro de sus dedos. No, basta, quiero decir, pero no me salen las palabras. La molestia, el dolorcillo, me despejan por un momento y descubro que tengo el trasero totalmente echado hacia fuera, entregado a su ama. Debería esconderlo, retraerlo, separarme de esos dedos traidores… Iris percibe mi vacilación e inicia una carrera frenética que me hace acabar besando el suelo, humedeciéndolo con mi saliva.

Se detiene, me deja respirar. O tal vez no haya amabilidad de su parte porque cuando recobro los sentidos, la oigo gemir y también percibo un chapotear indefinible. Antes de que me despierte del todo, con una mano me mantiene agachado y vuelve al ataque pero esta vez es diferente. Grueso, húmedo, suave y caliente todavía con la temperatura de su cuerpo. No puedo hacer nada más que recibirlo, poco a poco, lentamente…

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Siento vértigo, creo que me voy a romper e imagino a Iris recogiendo mis pedazos y pegándolos con loctite. Pero no me rompo. Mi cuerpo se adapta al objeto intruso, lo acoge, para mi vergüenza, con sumo placer... hasta cierto límite. Iris conoce cuando parar, no fuerza más allá, simplemente espera. Me distrae, roza con sus dedos el olvidado miembro que, de pronto, despierta de su abatimiento y canta. ¿Canta? Sí, en silencio, moviendo la cabeza de un lado al otro, como el escolano de un coro. Ella lo encuentra gracioso y, entre risas, le hace mimos hasta que de pronto lo agarra y le da dos sacudidas enérgicas... Si no me corro entonces es porque, de tan desprevenido, no me da tiempo. Ella aprovecha la sorpresa y justo en el mismo instante en que siento como el chorro bulle impaciente, esperando un segundo pistoletazo de salida, chas... Ya lo tengo todo dentro.

Iris me regala elogios. Debería enfadarme, pensar en subirle la tarifa, pero me siento orgulloso por haberlo conseguido... otra vez. Llegados a este punto, me dejo llevar. Ella juega, mueve, empuja, trata de ser violenta pero ahora soy yo quien tiene el poder y le sigo el juego sin problemas. Se cansa rápido de la monotonía. Entonces me extrae el consolador o lo que sea con lo que estuviera jugando, y me pide que me de la vuelta.

Tengo curiosidad por saber cuál es el arma del delito pero ella, astuta, ya la ha escondido. Mientras la busco disimuladamente con la mirada extraviada, todavía febril, Iris desenrosca un condón sobre mi polla y se sienta encima.

Qué puedo decir. Se me corta la respiración, me quedo ciego de golpe. En un segundo, trato de volver a tomar el control de mi cuerpo. No puedo correrme, no puedo, ella me paga para que no lo haga. El placer se convierte en dolor de tanto esfuerzo que hago. Me estalla el cerebro, los testículos censurados lloran para adentro, ya que no pueden hacerlo para afuera. Pienso en fútbol, lo que sea para no desparramarme. Tíos de piernas peludas corriendo tras el balón... Iris cabalgando enloquecida... No, no, no debo mirarla... Hombres feos, muy feos, grotescos... La boca de Iris abierta exhalando gemidos... No puedo, no puedo... Los ojos me lloran... Tengo que aguantar un poco más, sólo un poco...

Iris se queda colgada en el aire. El pecho hinchado. Una mueca de locura en su rostro. Cae sobre mí despacio, muy despacio. Se yergue de nuevo... y cae definitivamente, agotada, hundiendo el rostro en mi pecho. Yo, dentro suyo, trato de relajarme. Respiro, tranquilo, ya pasó... Pero es que su calor me abrasa...

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Se está un buen rato así, acurrucada en mi cuerpo. Tan frágil, tan bella y dulce en esos momentos que olvido si alguna vez la odié. Se me calienta el corazón y ese calor va circulando por las venas hasta cubrirme por entero, hasta la misma punta del miembro erecto y todavía prisionero entre las piernas de Iris. Y ya no siento dolor ni sufrimiento, sino como si tuviera la polla enamorada y flotara felizmente abrigada entre nubes tibias y esponjosas. Muy cursi, ya. Iris saca lo peor que hay en mí.

Pero la felicidad dura poco. Cuando ella puede volver a tenerse en pie, se levanta y se tumba en la cama. Da unas palmaditas sobre el colchón para indicarme que me tumbe junto a ella y presto obedezco. Cierra la luz, se da la vuelta y a dormir. ¡A dormir! Y yo más tieso que la verga de un velero. Con la herramienta así de dura, podría partirle la cabeza a alguien, fijo. Carraspeo un poco, suspiro, pero ni caso. Una vez intenté satisfacerme yo mismo, qué remedio. Ella se dio cuenta y me lanzó un manotazo directo al objetivo. ¡Qué dolor! "A la próxima, te largas", amenazó. Y no dudo que sería capaz de echarme al pasillo en pelotas y lanzarme la ropa por el balcón. Es mujer de pocas palabras pero de mucho genio.

Disfruta torturándome y me dejo. Por la pasta, claro, pero también porque me siento vivo con ella. No sé... yo... si dejara de preguntar por mí en la agencia, la buscaría. No la encontraría pero no dejaría de buscarla en cada uno de los hoteles que hemos visitado y en el resto también. En este oficio, las relaciones no son duraderas pero me gusta creer que Iris está enganchada a mí de alguna manera. Que me necesita como yo la necesito a ella.

Paso la noche medio en vela. Cuando al fin me adormezco, una mano pequeña y ágil vuelve a despertarme, me enfunda y de nuevo al galope. Cada vez se me hace más difícil controlar o, al revés, de tanto aguantar me vuelvo insensible. Pero aquí estoy, cumpliendo, dejándome utilizar. A veces, ni el suplicio al que me somete la satisface. Pop! Me libera de su abrazo mortal y se sienta sobre mi cabeza. Entonces se lo hago con la boca. Transmito las ansias de mi polla a mi lengua y la follo como animal poseso. Me desquito, agarrándola de las caderas no permito que se escape. ¡Toma, toma, toma! Su coño arde, me quema los labios inflamados por el esfuerzo, sigo con más furia. Intenta apartarme, balbucea. No te escaparás, bruja, conseguiré hacerte mía. Mi lengua va a mil por hora, la penetra con frenesí, mientras con mis manos sujetándola fuerte, la obligo a seguir el movimiento. La devoro con cuidado pero sin pausa. Noto el sabor metálico de la sangre acumulada tras la piel y sé que está a punto de estallar. Palpita, el clítoris enorme y tenso al límite de la rendición. Soy una centrifugadora ahora. Grita, se vuelve más fuerte, me aplasta, me estira los cabellos y me inunda. Me concedo una pausa para beberla. Ella se relaja pero todavía no he terminado y vuelvo al ataque. En esta segunda acometida, sufro golpes. Ella se defiende con las piernas, la poca movilidad que le dejo, pero no desisto hasta volver a tener un triunfo. Le debe doler pero no me importa, su orgasmo es mío y bebo lo que queda.

Cuando la dejo sobre las sábanas, es tan inofensiva como una muñeca de trapo. No tiene fuerzas ni para apartarme la cara y evitar que le de un beso sobre los hombros. La arropo con cuidado y aprovecho su debilidad para acariciarle suavemente los pechos. Y así de acaramelados nos dormimos. Hasta que ella despierta de madrugada con fuerzas renovadas y se toma venganza follándome con su juguete.

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Los días de Londres quedaron atrás. Hace un mes que no nos vemos. A veces, la imaginación loca me domina y pienso que Iris tenía sobornadas a las azafatas y que alguna le habrá comentado que su chico puso perdido el lavabo del avión. No pude esperar a llegar a mi apartamento, tenía los huevos por corbata de tan hinchados. Mi vida parece una novela negra de tanta intriga. ¿Y si ha encontrado a otro? Observo con suspicacia a mis compañeros de la agencia pero ninguno se incomoda ante mi mirada insistente. De haber estado con Iris, lo harían. Se ruborizarían hasta la médula porque saben que yo estaba primero y que sé a lo que juega.

Espero sentado en el salón a que alguna clienta me reclame. Podría esperar en casa con el móvil conectado pero se me caen las paredes encima. Aquí al menos me distraigo leyendo los números atrasados de la revista Man.

Una llamada. Carol, la recepcionista, la atiende con cortesía. Y al momento asoma la cabeza por la puerta y me avisa: Iris te requiere, habitación 27 del hotel Arts.

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