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Las Vírgenes de Nuria (4-5)

en Grandes Series

4. Toni

El sábado llegó antes de lo que Alba hubiera deseado. Se había pasado la noche rezando para que de alguna manera la tradicional cena se anulara y ella quedara libre de cumplir con la costumbre de pasearse por debajo de la mesa otorgando placer a sus compañeras. Dios no quiso escucharla y, en vez de un viento huracanado o el diluvio universal, hizo nacer aquella mañana un sol radiante en un cielo calmo y despejado.

Erica le llamó a la puerta de su habitación:

- Alba, niña, despierta. Toni nos acompañará en coche al mercado del pueblo. Date prisa o marchamos sin ti.

Alba se despertó sobresaltada. Apenas si había dormido pero prefirió levantarse temprano porque eso le proporcionaba más horas de margen antes de la llegada de la temida cena. Además sentía curiosidad por volver a encontrarse con Toni, al que ella suponía el chofer de la señora.

Bajó las escaleras corriendo y se precipitó en la cocina. Allí estaba Toni desayunando acompañado de una servicial Erica que no paraba de hablar. Toni, el joven moreno de cabellos peinados hacia atrás y las gafas oscuras, sonreía a la cocinera mientras mojaba el bizcocho en el chocolate caliente. A Alba le dio la sensación que esos dos se tenían mucha confianza, hecho que vino a confirmar cuando Toni se levantó, agarró a Erica de la cintura y le susurró algo que la hizo estallar en carcajadas. Y todavía quedó más patente cuando, montados en el coche, Erica se arremangó la falda y Toni dejó reposar la mano entre sus muslos unos instantes antes de poner en marcha el motor.

Alba suponía que la señora desconocía la afición de su cocinera por el chofer, de lo contrario la hubiera despedido. No había olvidado la norma fundamental que imponía a sus empleadas: virginidad y ningún contacto con hombres. Pero ella no le iría con chismorreos, no perjudicaría a Erica, era la única con la que simpatizaba en la gran casa.

Llegados al pueblo, Toni las dejó en el mercado descubierto de la plaza y se fue a pasar las horas al bar.

Aquel pueblo era mayor que el natal de Alba y el mercado de los sábados hervía en bullicio y aglomeración. Alba, sin embargo, disfrutaba de verse rodeada de gentío y de los gritos de tenderos y gitanas. No perdía de vista a Erica que, un paso por delante suyo, se paraba, regateaba y compraba con ojo crítico todo lo necesario. Era admirable verla controlar la situación y admirable también el movimiento de sus caderas que atraían a diestro y siniestro las miradas masculinas. Alba pensó que Erica era una mujer muy atractiva, además de simpática, podía haber conseguido al hombre que quisiera, sin embargo sólo le había visto coquetear con Toni.

- ¿Y esta moza tan bonita? – dijo la señora del puesto de frutas refiriéndose a Alba.

- Es la nueva. Algo verde para el trabajo pero aprende rápido.

- Paco, Paco, ven aquí, hombre, ven a conocer a la nueva virgen de Nuria.

Alba se quedó petrificada, no sabía que las preferencias de la señora fueran del dominio público.

- Ah, la señora Nuria se queda siempre con las muchachas más lindas. Nuestros jóvenes las desean y las jóvenes se nos encelan – dijo el supuesto Paco entre carcajadas.

Y no exageraba el frutero. Alba pudo comprobar que no sólo las miradas pícaras eran para Erica, sino que también a ella parecían desnudarla con la mirada. Enrojeció entonces y permaneció subida de tono hasta regresar al auto. No mejoró su tono en el camino de vuelta a la casa pues Erica pidió a Toni parar un momento para orinar entre los arbustos, él la acompañó y desaparecieron por espacio de media hora.

Alba encontró demasiado descarados a los amantes y la enojó que no tuvieran en cuenta su situación delicada de carabina. Tampoco le agradó que Toni no se hubiera dignado a hablarle nunca ni le hubiera dirigido una simple mirada de saludo, se sentía despreciada por él. Podría haber sido más amable y agradecido dado que ella les estaba encubriendo.

Una vez en la casa, Alba ayudó a Erica con la compra.

- Me he dejado las fresas en el coche. Ve a buscarlas, Alba.

Alba corrió hacia el garaje esperando que Toni no hubiera entrado el coche para no tenerle que pedir directamente las fresas a él. Por suerte el coche estaba fuera y se ahorró el apuro. Sin embargo, su felicidad no fue completa porque le vio la silueta escondida en una esquina y, peor, a Martina entre sus brazos dejándose devorar la boca.

Aquello era demasiado, se sintió furiosa por el engaño a Erica pero el miedo a que la descubrieran y las medidas que pudiera tomar Martina contra ella pesaban más y echó a correr en dirección contraria, dando un gran rodeo a la casa para poder entrar en la cocina.

Odiaba con todas sus fuerzas a Toni, le odiaba por la situación obligada de complicidad en que la había colocado. ¿Cómo podría ella disimular ante la señora lo que sucedía a sus espaldas? Maldito Toni. Lo único bueno de todo este asunto es que había conseguido liberarse de los nervios por su próximo debut en la cena de esa noche.

 

 

5. La señorita Antonia.

 

Alba se había pasado todo el mediodía en la cocina. Martina y Erica se habían jugado con una moneda a quien de las dos le tocaba servir la mesa y ni siquiera se lo propusieron a ella, que era la que lo venía haciendo estos últimos días.

Mientras Martina abandonaba su acostumbrada seriedad y formalismo y saltaba de alegría porque la suerte había decidido "cara", Alba fregaba con furia los cacharros. Por mucho que intentara relajarse, tenía a Toni gravado en el pensamiento. Maldito Toni, se repetía una y otra vez, maldito, maldito y maldito. Erica le llegó a preguntar a qué venía ese cejo fruncido y la amenazó con descontarle de su sueldo el cacharro que abollara.

Al empezar la tarde, cuando Alba se disponía a descansar en su habitación hasta que llegara la hora de preparar la cena, Martina volvió a entrar en la cocina con cierto desánimo y le dijo que la señorita la mandaba llamar. Alba pensó que debía referirse a la señora. Se quitó el delantal mojado y se alisó la falda del vestido antes de marchar con la espalda recta y el paso decidido al salón pequeño, como le había visto hacer a Martina.

Llamó con cuidado al cristal multicolor de la puerta. Le respondió un carraspeo que interpretó como la señal de que podía pasar. No fue su sorpresa pequeña cuando al entrar se encontró sólo a Toni sentado en la banqueta del piano fumando uno de sus habituales cigarros Gitanes. Reprimió las ganas de abofetearle y dio media vuelta diciendo en un tono despreciativo:

- Si la señora no está, me voy.

- ¡Alba! ¿Dónde te crees que vas?

Y Alba se quedó quieta, congelada, con la mirada clavada en la vidriera de la puerta. Nunca había oído la voz de Toni, porque él nunca le había dirigido la palabra. Se la imaginaba aguda e insultante, como la de un criado que tiene subidos los humos, pero era grave, indefiniblemente grave porque a la vez era también dulce. Jamás en su corta vida había oído una voz como aquella, agradable, profunda... extasiante. Sólo deseaba volver a escuchar su nombre de la boca de Toni y esperó con la respiración detenida.

- Alba, yo te he mandado llamar.

Pasó por su mente el pensamiento fugaz de que no había conseguido pasar inadvertido su encuentro accidental con los amantes clandestinos y Martina le había preparado esta emboscada para asegurarse su silencio. Intentó mantenerse en guardia ante la proposición inminente de Toni. "Habla, dilo ya", pensaba orgullosa pero su respiración temblaba agitada ante la pausa y su defensa había quedado desarmada hace momentos por esa voz insólita que se hacía esperar.

Y no fue la voz de Toni la que la sorprendió, sino el tacto del dorso de su mano contra su mejilla. Dio un brinco y se pegó a la pared buscando protección, no tanto de esa mano pacífica y de movimientos suaves, sino de la excitación que comenzaba a embargarla.

- Alba...

Ahora se fijaba, Toni no llevaba puestas las gafas oscuras que acostumbraba para conducir. Le miró un momento a los ojos buscando respuestas pero se sintió atrapada por lo que parecían dos lagos profundos, transparentes y claros. Estaba perdida.

- Alba...

- No, no diré nada... –gimoteó cabizbaja la muchacha intentando al menos conmoverle pero esa fragilidad produjo el efecto contrario.

Toni se apoyó en la pared con las manos encerrando a Alba. La contemplaba fijamente aunque Alba tenía la vista clavada en el suelo, totalmente aterrorizada por las reacciones que ese joven le producía, pero la respiración cercana de él y su aroma entre áspero tabaco y fresco la debilitaba más que no esos ojos embrujadores. La doncella trazó un plan imaginario para huir de ese tormento, sólo tenía que agacharse y arrancar a correr. Mientras fantaseaba con que encontraba el valor suficiente, Toni se arrimó a ella...

¡Ay, Dios mío! Ahora ya sabía cual sería la sentencia, la manera en que comprarían su discreción. Chantajistas. Debería luchar, quitárselo de encima, pero había perdido la fuerza. Toni se apretó más, como intentando fundir su vientre contra el de ella. Alba jadeó transportada por sensaciones antes desconocidas y olvidó la prudencia, la decencia y todas aquellas cosas en las que creía y sabía que eran necesarias para un futuro prometedor.

Toni no estaba menos trastornado que ella. Le parecía increíble que aquella muchacha a la que había rescatado hace unos días de un pueblucho sucio y descolorido, vestida con ropas ridículas que le daban un aire desgarbado, pudiera encenderle de aquella manera. La deseaba porque podía notar como ella le deseaba también, como languidecía y se rendía a sus brazos con una sumisión inesperada. Buscó con sus labios su boca, tenía que besarla, probarla... La encontró temblando, no sabía si de miedo o de impaciencia, pero se abalanzó sin preguntar al infinito de su lengua. Sus dientes chocaron, Toni desesperaba por llegar hasta el fondo. Besó, lamió, bebió con avidez la dulce saliva de Alba... Y deseó más, deseó todo.

Clavó sus dedos en la pierna de Alba como dándose tiempo a reflexionar, a frenar algo que ya sabía que era irrefrenable. Se resistió un momento, como esperando que ella le rechazara, pero en seguida avanzó lento y dudoso por el interior del muslo. Sintió la humedad entre los dedos y quedó perplejo. Siguió avanzando y entendió que aquel flujo que le había sorprendido antes de tiempo se debía a que la muchacha no llevaba ropa interior. Sonrió complacido, aquello era una novedad.

Alba se deshacía, literalmente se deshacía. Notaba su sexo hinchado e inundado, palpitando ansioso de que la mano de Toni lo poseyera, lo aplastara, pellizcara, penetrara... destrozara, lo que él quisiera. Toni lo acarició suavemente, mojó sus dedos en el flujo que inundaba la entrada y dibujó un círculo. Al momento, Alba se aferró con fuerza a su pecho, estrangulándole con sus brazos, palpitando convulsivamente, viniéndose en un orgasmo no buscado y menos esperado.

Toni la abrazó también, sorprendido por un efecto tan inmediato. Esperó a que se calmara y le tomó la mano con delicadeza, como en un baile, le susurró algo que la mente ardiente de Alba no llegó a entender y, desabrochándose los botones del pantalón, condujo la mano pequeña y temblorosa hacia su interior...

Alba, virgen y patosa, no sabía que se suponía debía hacer pero, llevada por la excitación que todavía la dominaba, se adentró en las profundidades del pantalón y buscó... buscó... buscó...

Algo no encajaba, mejor dicho, algo faltaba. Aunque Alba no tuviera experiencia con hombres, sabía de sobras que era lo que guardaban en el calzón, pues no había espiado pocos chicos meando detrás de la huerta de su padre. Miró fijamente a Toni mientras éste le acariciaba los cabellos y exclamó con toda su inocencia:

- ¡No tienes titola!

 

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