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Las Vírgenes de Nuria - capítulo final

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27. Dime qué quieres

La dejaron sola sobre la mesa y Alba no hizo ningún esfuerzo por incorporarse. Se quedó allí tumbada, a oscuras, abrazándose el vientre, con los cabellos cubriéndole la cara y ocultando sus lágrimas. Se debió quedar dormida en un par de ocasiones, extraños sueños de brujas y aquelarres infernales se mezclaban con la realidad. Abría los ojos y le parecía seguir viendo a sus atacantes bailando una danza grotesca.

Las horas avanzaban y retrocedían, o era su imaginación que daba saltos temporales. Pasó una eternidad pero la noche llegó a su fin y la claridad del alba devolvió los fantasmas al lugar que les correspondía. Aunque no todos, uno en concreto la observaba sentado en una silla. Tal vez fuera el recuerdo de Martina que se resistía a abandonarla, tal vez la misma Martina en carne y huesos deleitándose en su lastimera postura.

El frío del amanecer y el temor a que Martina estuviera riéndose a su costa, la despejaron. La silla seguía ocupada, había alguien realmente esperando su respuesta. Alguien a quien hubiera abrazado y besado con gran felicidad hace unas horas pero ahora ya no se sentía con ánimos, llegaba tarde. Y así lo expresó Alba, sin el más mínimo ápice de dicha en su mirada.

- Llegas tarde.

Toni guardó silencio, tal vez buscando las mejores palabras para contestar al reproche. Fijo su mirada en ella y al fin dijo:

- Dime qué quieres.

La voz de Toni la acarició como un susurro. Alba volvió a cerrar con fuerza los ojos y a abrirlos para asegurarse de que no estaba soñando. ¿Qué quería? Quería poder borrar el tiempo, poder volver a aquel día en que Toni la recogió delante de la casa de su madre, en el pueblo; entonces se montaría en el coche, Toni lo pondría en marcha y viajarían las dos sin hablarse, pero esta vez Alba no callaría, no se mostraría tímida, y le pediría por favor que no la llevara a casa de la señora. Quiero estar contigo, llévame contigo, pensaba. Pero en lugar de eso, excitada tal vez por la seguridad que mostraba ante Toni, le pidió algo que no le hubiera pedido meses antes.

- Quiero tenerte dentro.

Toni no pareció sorprendida por la petición. La había estado esperando durante muchísimo tiempo, había sufrido por ella, había enloquecido y, al final, la había empujado a ser cruel y manipuladora. No se arrepentía de sus decisiones aunque hubiera preferido que el amor de Alba no hubiera sido tan doloroso... para ambas.

Se quitó la ropa, Alba la observaba emocionada. No era un sueño, esa mujer de perfectas formas era realmente Toni. Los pechos de Toni, que nunca llegó a ver con luz, tenían el tamaño de dos manzanas pequeñas, redondeados y perfectos. Las caderas de Toni, estrechas, su cintura delicadamente insinuada, su manos finas aunque no pequeñas... Toni se tumbó sobre ella, acarició con su vientre el de Alba, la besó con su pubis. Alba sintió la electricidad que le recorría todo el cuerpo y le lanzaba descargas directamente al corazón. Apretó a Toni contra sí. La suavidad de sus senos, sus pezones erectos encontrándose con los suyos. Alba comenzó a gemir sin control, le dolía todo el cuerpo pero su deseo era mayor. Abrió las piernas y rodeó a Toni con ellas. Sentirla de forma tan directa le hizo perder la razón.

Toni no estaba menos excitada. Frotaba su pubis contra el sexo abierto y palpitante de Alba, como si fuera posible fundirse con ella. De alguna manera, la sentía dentro, sentía sus latidos dentro, su sentimiento dentro, perforándola. Susurraba su nombre sin cesar, la besaba en el cuello, los hombros, los pechos... Alba, Alba, Alba... Y fue entonces cuando sus dedos se introdujeron en ella y la besó en los labios, dándole a probar su lengua.

Tenía el canal lastimado por la brutalidad de Martina pero no se quejaba, al contrario, quería más, quería que Toni borrara las huellas de la violadora, que la cubriera por completo. "Más..." suplicó y Toni encajó con delicadeza cuatro dedos, apuntándolos hacia arriba y presionando firmemente el interior de su amada. ¿Cómo era posible tanto placer?

- Me muero... –agonizó Alba llorando.

Toni se asustó ante sus lágrimas e hizo ademán de retirar la mano pero Alba la sujetó obligándola a permanecer dentro.

- No... no pares...

Entonces, Toni, sonriendo de satisfacción y de astucia, se agachó para poder besar con sus propios labios la castigada pero feliz rosa de Alba. Y al contacto con el calor de su lengua, Alba se vino entre espasmos y gemidos. Toni la abrazó con todas sus fuerzas y Alba, sintiéndose tan amada y feliz, todavía lloró con más ímpetu.

Cuando se calmó y permitió a Toni deshacer su abrazo, ésta saltó de la mesa y se vistió con aparente prisa. La mañana estaba asomando por la ventana y Martina no tardaría en levantarse, mucho más tarde por ser domingo, pero igualmente la primera.

- Tenemos que irnos – dijo Toni mirando con ternura a Alba.

Alba, desnuda y agotada, parecía tan frágil. Toni tuvo por un momento remordimientos por haberla deseado tanto y haber hecho caer sobre ella su frustración y la ira de las demás. Pensó, al igual que una vez pensó Erica, que su amor tal vez fuera demasiado grande para alguien tan pequeño y en apariencia delicado. Se sacudió los pensamientos negativos, no, Alba no era tan frágil, Alba sólo era muy joven, algún día sería una gran mujer y ella estaría a su lado para verlo.

La vistió con su abrigo. Alba quiso hablar, decirle que tenía sus cosas arriba que podía ir a recogerlas... Toni la agarró de la mano y corrió hacia la salida. El auto estaba escondido tras los setos que cercaban el jardín. Alba se raspó los pies desnudos con la tierra. "Tengo los zapatos en la cocina...". Ni caso, Toni abrió la puerta del asiento del asiento del acompañante, sentó a su Julieta y, en un visto y no visto, ya estaba sentada a su lado enchufando la llave de contacto y poniendo el motor en marcha. Respiró hondo antes de partir, como queriendo ordenar sus pensamientos, que corrían a toda velocidad por su cabeza.

- Alba, no te dejaré marchar nunca.

 

Fin.

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