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Las Vírgenes de Nuria - La venganza...

en Grandes Series

22. La llamada.

"Ring ring"

Martina se apresuró a coger el teléfono de la sala del piano.

- Mansión de los Gelabert, buenos días.

- Buenos días, Martina.

La mayordoma se quedó pálida y sin respiración durante unos segundos, tras los cuales respondió con la voz entrecortada y temblando, visiblemente afectada.

- ¿To... Toni? Llevas meses sin venir, estábamos preocupadas.

- No hay motivo, mi madre sabe perfectamente donde localizarme.

- Sí pero... las chicas... yo... te echamos en falta...

- Entonces tal vez venga de visita en Navidad.

Martina se aguantó el llanto pero no pudo silenciar su suspiro de dolor al oír la despreocupación de Toni, todavía faltaban dos meses para el veinticinco de diciembre.

- ¿Estás llorando? – preguntó Toni con cierta frialdad.

- ¿Por qué nos haces esto? Los fines de semana sin ti se han vuelto aburridos. Faltan tus risas, tus reproches, tus... tus caricias...

- Porque, Martina, tengo una vida fuera de la casa y ningún motivo para volver.

- Pero... yo... Toni, sabes que yo...

- No me importa lo que tu sientas. ¿Cómo está la pequeña Alba?

La traición se clavó en el pecho de Martina como un puñal, un puñal de hielo. ¿Era consciente Toni de las aguas que estaba agitando? Ella, que tenía la capacidad de controlar una empresa entera, de dirigir a cientos de empleados, conocedora del corazón humano ¿Era realmente consciente de la semilla de odio que había plantado en la que una vez consideró su más leal amiga?

El silencio está vez se alargó insoportablemente durante más de un minuto. Martina hubiera deseado gritar, llorar, sacar afuera toda la ira que se iba agolpando atropelladamente contra su pecho, pero no conseguía articular palabra. Toni esperó pacientemente hasta que supo que no habría respuesta.

- Dile que vendré a buscarla – y colgó.

 

23. La venganza de Martina (1)

Martina permaneció de pie, con el auricular en la mano y la mirada fija en el suelo, como hipnotizada. Hacía tiempo que Toni había colgado pero ella la seguía oyendo, repitiendo las mismas palabras una y otra vez: "No me importa lo que tu sientas... dile que vendré a buscarla... buscarla... lo que tu sientas... Alba... Alba... ¡Alba!".

- ¡Maldita! – exclamó mientras de un manotazo tiraba el teléfono al suelo.

Erica, que estaba en la cocina, oyó el estruendo. También Alba, que en esos momentos descendía por las escaleras para ir a ayudar a la cocinera. La prudencia y la desconfianza, el nuevo instinto adquirido gracias a la humillación sufrida en la última fiesta de la señora, le hicieron parar sus pasos y volver a refugiarse en su habitación. Martina no la quería, eso lo había sabido siempre, pero aquella noche, con su mano sujetándole con fuerza la cabeza contra la mesa mientras los invitados la azotaban y ultrajaban su cuerpo, aquella noche, bajo la sonrisa de satisfacción de Martina, supo que ésta la odiaba.

- Martina, sé un poco más cuidadosa, menudo susto me has dado – también la señora se había alertado por el ruido.

- Ve... vendrá a buscarla... – la mirada Martina se llenó de agua-. Vendrá a buscarla...

No hicieron falta más explicaciones. Señora y criada se comunicaron en silencio. Por primera vez en mucho tiempo, Martina había perdido el control. Las lágrimas, ardientes como su ira y abundantes como su pena, rodaban por sus mejillas. La señora había abandonado también su afable sonrisa para mostrar la aspereza de su corazón.

- Cuando acabe con ella, no la querrá – y dirigió su mirada gélida hacia el cajón de la vitrina y hacia lo que allí se guardaba.

La tarde pasó con un silencio inquietante. Alba cumplió con sus obligaciones sin dar conversación a ninguna de sus compañeras. Ni siquiera se hablaba ya con Erica, no al menos en la forma en que acostumbraban. Erica, por eso, no le guardaba rencor, aunque ella disfrutaba enormemente de las tradiciones de la casa, había entendido que Alba corría peligro. El amor de Toni era demasiado grande para una vasija tan pequeña y frágil, así pensaba Erica. Y en parte por compasión, en parte por intentar volver a aquellos días felices en que Toni pertenecía a todas, habló con parientes, amigas y conocidas hasta hallarle otra casa en la que servir.

- Aquí tengo una carta para la señora. Es de la Sra. Vega, en Girona. Allí trabaja mi amiga Eulalia. Yo también trabajé de muy jovencita, apenas era una niña cuando entré... – Erica sonrió para sí recordando el dulce pasado -. Necesitan una ayudante de lavandera, es un buen trabajo.

Alba afirmó con la cabeza. Le hubiera gustado quedarse en la casa y esperar a Toni toda su vida pero ya no soportaba más aquella situación de aislamiento. Hacía muchos días que ya no hacía la ronda bajo la mesa e incluso la señora Nuria había dejado de llamarla por las noches. La odiaban por algo de lo que ella no tenía culpa. Incluso Erica deseaba deshacerse de ella. Mejor, pensó, no quiero que nadie me toque, quiero ser sólo para Toni. Me alejaré de aquí y en cuanto pueda iré a Barcelona y buscaré la fábrica de los Gelabert. Ese era su sueño. Tenía todo listo para huir en cualquier momento: su hato (un viejo mantel), un par de vestidos, sus calzas de cuero, paños y, por supuesto, el culotte manchado. No necesitaba más, tan sólo algo de dinero para el transporte. Como había enviado la paga del mes pasado íntegra a su madre, debía esperar hasta el día siguiente de cobro. Contaba los días y escribía en su libro blanco lo ansiosa que estaba por emprender la nueva aventura.

Mientras soñaba con el maravilloso reencuentro, Alba se desnudaba en la cocina, como cada noche siguiendo la tradición de la cena. Como cada noche fue al gran salón y sirvió la sopa. Como cada noche, una de las chicas dejó su puesto para esconderse bajo la mesa. Como cada noche, a ella la saltaron. Tenía que presenciar sus juegos pero ninguna quería jugar con ella, ni siquiera Erica se atrevía para evitar contradecir a Martina y la señora. Sola, Alba estaba completamente sola. Sin embargo, aquella noche, aquella extraña noche, las chicas se quedaron en la sala después de cenar. Ella también.

 

24. La venganza de Martina (2)

 

Aquello era nuevo. ¿Era acaso una costumbre especial que desconocía? ¿Un nuevo capricho de la señora? Pero, entonces... ¿Por qué ella, la indeseable, había sido también solicitada? Alba tuvo un mal presentimiento. Quedaban seis días para el cobro del salario pero, en esos momentos, hubiera salido de la casa con lo puesto, que era nada, y caminado a pie hasta Barcelona. Todavía podía buscarse una excusa, decir que sentía dolores en el vientre y que creía que su semana roja se había adelantado, correr hasta la cocina, vestirse, subir a su habitación, recoger el hato... Demasiado tarde.

- Alba, túmbate sobre la mesa –ordenó la señora.

La doncella buscó ayuda con la mirada pero Erica se contemplaba nerviosa los pies y las demás parecían ansiosas por verla tumbada sobre la mesa o tumbarla a la fuerza si fuera necesario. Pensó rápido. ¿Qué podían hacerle que no le hubieran hecho ya? Si se sometía, acabarían rápido y la dejarían tranquila. No, algo no iba bien, aquello no era un juego. No era placer lo que buscaban era... era venganza. Y entonces la oyó, la voz en su interior: ¡Huye!

Delgada y ágil como era, esquivó a Ana, que era la que tenía inmediatamente delante, se escabulló por el lateral de la mesa, corrió y alcanzó la puerta. Giró impaciente el pomo y empujó con fuerza para vencer la resistencia de la puerta pero sólo consiguió golpearse el hombro. Estaba cerrada con llave. Las ventanas. No. En la planta baja todas las ventanas se protegían con rejas de hierro. ¿Cómo no se había dado cuenta? Estaba todo planeado de antemano. ¡Era una trampa!

Acorralada como un animalillo en su madriguera, Alba tenia pocas opciones. No podía escapar a lo que fuera que le tenían designado, o bien sufría con paciencia la venganza o se defendía a riesgo de salir todavía más perjudicada. ¿Qué hubiera querido Toni? ¿Qué hubiera hecho Toni? Lucharía.

No esperó a que Ana viniera a buscarla, se abalanzó sobre ella y la empujó hacia María. Las dos rubias cayeron al suelo. Martina se le plantó delante, alta como era y dispuesta a no dejarse sorprender. Alba retrocedió y topó contra el cuerpo robusto de Erica, que la agarró, no con excesiva fuerza.

- Estate quieta, no quiero hacerte daño... –susurró Erica.

- ¡No! ¡Iros todas al diablo!

La señora la agarró del cabello antes de que pudiera volver a escabullirse. El moño se deshizo y los mechones castaños le cayeron sobre los hombros. Alba cerro el puño con intención de golpear pero... pero era la señora. La señora, tan increíblemente hermosa en su madurez, el porte soberbio, la mirada orgullosa, emanaba un poder y autoridad capaces de hacer arrodillar a un rey a sus pies. Y Alba era sólo una chiquilla apenas un poco menos analfabeta que cuando llegó. Mantuvo el puño en alto, temblando, haciendo acopio de todo su valor, un valor inesperado pero que, sin duda, nacía de los sentimientos que guardaba hacia Toni. Entre lágrimas, sostuvo la mirada de la señora, con el cejo fruncido y los dientes apretados. Entre lágrimas, el puño en alto. Sus cabellos aprisionados en los firmes dedos de la que había siempre obedecido...

- Alba, túmbate sobre la mesa.

No lo vio venir. ¿Fue su corazón o el terror que sentía quien dio movimiento y fuerza a aquel puño en apariencia inofensivo? Golpeó la impoluta mejilla de Nuria, descargó su desesperación y comprobó, con desconcierto, que la señora estaba hecha de carne igual que ella. Su piel enrojecía ante la violencia y las venas se rompían igual. No era invencible. La gloria inundó su paladar, brevemente, porque al momento fue el sabor de la sangre lo único que pudo apreciar. El dolor en su propio rostro. La ira de quien llevaba el mando.

Y la tumbaron sobre la mesa...

 

 

25. La venganza de Martina (3)

 

La señora le había devuelto el golpe, como era de esperar. Le ardía la mejilla y le hubiera gustado acariciarla con la mano, calmar el dolor, pero entre las rubias y Erica la tenían bien sujeta de pies y manos. Siguió luchando, retorciéndose como serpiente acorralada. Fuera lo que fuera lo que tuvieran pensado hacerle, no se mostraría sumisa, no se lo pondría fácil. Y gritaba, cómo gritaba. Soltó todos los tacos que había oído alguna vez en su infancia y adolescencia, sin miramientos, sin pudor hacia la buena educación de sus atacantes. Algunos de sus insultos acabaron produciendo el efecto deseado y las chicas exclamaban sobresaltadas. Semejante lenguaje soez de la boca de una joven de bonitas facciones y figura delicada, producía una fuerte impresión. La única que se mantenía firme e inconmovible era la señora Nuria.

- Te lavaré con jabón esa boca sucia como no te calles ahora mismo. ¡Martina, acaba ya con esto!

Martina parecía haber perdido la seguridad con la que se protegía siempre, su rostro estaba lívido, su mirada temblorosa... No se esperaba la reacción agresiva de Alba, no de esta manera. Creyó que podría hacer caer sobre ella su venganza sin impunidad, sin casi resistencia, de la misma manera que se castiga a un cachorro, pero Alba pataleaba y gritaba, era evidente el esfuerzo que hacían las chicas para inmovilizarla. Tenía razón la señora, era ahora o nunca. Fue hacia la vitrina, abrió el cajón, tomó la cajita ribeteada de terciopelo y se ajustó a la cintura lo que allí se guardaba.

Albá sintió como las fuertes manos de Erica le estiraban la cadera hacia el extremo de la mesa y le abrían bruscamente las piernas. Algo frío le rozó la ingle. Por un momento calló, contuvo la respiración intrigada... Abrió los ojos y se encontró con los de Erica, que la esquivaron. No consiguió ver a Martina pero la intuía cerca, inspeccionándola, buscando la mejor manera de llevar a cabo su plan. Notó sus dedos rozarle la vulva un instante. Farfulló algo entre dientes, la señora le respondió: "hay aceite en la cocina".

- No –respondió Martina-. La haré bailar a mi voluntad, como un títere, como la zorra que es.

Calor. El aliento de Martina entre sus piernas. Ahora ya sabía Alba lo que se proponían pero se resistiría, cerraría su cuerpo, si querían algo de ella tendrían que arrancárselo con sangre. La lengua de Martina, su saliva... mucha saliva... caliente. Alba volvió a agitarse, aún sujeta como estaba. Volvió a gritar y a insultar con todas sus fuerzas, es lo único que podía hacer para luchar, luchar contra sí misma, contra el deseo que comenzaba a embargarla.

-¡No quiero! ¡No!

La lengua de Martina, entrando y saliendo... Alba intentó cerrar su mente, volverse insensible, alejarse de allí. Pensó en las montañas heladas, en el viento azotando su rostro en la pradera... La lengua caliente y húmeda de Martina entrando y saliendo... El flujo hirviendo en su matriz, deslizándose por las estrechas paredes, desembocando en el exterior, en la boca de Martina, que no disimuló una sonrisa al degustarlo. Dulce, dulce y fácil como su portadora, y sería sólo suyo. La carne, tan apretada momentos antes, iba cediendo resistencia. La lengua de Martina, los dedos de Martina... Y Alba luchaba y luchaba pero su cuerpo no le obedecía, se iba abriendo a esa extraña, a esa desconocida cargada de odio y rencor. Un rencor que era como fuego, tan intenso como el fuego del amor... y Alba, al fin, se quemó.

 

26. La venganza de Martina (4)

Cuando Alba estuvo físicamente preparada para recibirla, Martina no se lo pensó dos veces y le introdujo el falo. Ese mismo falo con el que había proporcionado placer a la señora en tantas ocasiones.

Parecía que iba a entrar fácil porque el himen de Alba ya estaba roto, pero su interior sólo había acogido como mucho dos dedos, era todavía estrecha como una virgen. Como una virgen sí, porque ni todas las cenas bajo la mesa ni todas las fiestas exhibicionistas podrían cambiar este hecho: Alba no se había acostado jamás con un hombre. Martina no era un hombre pero se estaba comportando como tal, como si el artilugio fuera una extensión más de su ser. Sabía utilizarlo, era toda una experta. ¿Significaba eso que Alba iba a perder su virginidad?

Martina contuvo la tentación de adentrarse de golpe y forzar lo que a su paso se hallara. Deseaba causarle dolor pero no un dolor que pudiera olvidarse con un par de días de reposo, deseaba lastimarla en lo más profundo del alma. Esperó paciente a que el flujo abundante, que Alba no podía reprimir, fuera haciendo su función. Quieta, observó como el cuero iba desapareciendo dentro de Alba, como lo iba engullendo a pesar de sus evidentes esfuerzos por empujarlo hacia fuera.

Alba, tan joven e inocente, carecía del control de sus músculos. Impotente, traicionada por su cuerpo que permitía la violación de aquel elemento extraño y lo iba acogiendo, para más frustración, con aparente cortesía y gozo. Sin embargo, dolía. La carne, al abrirse y adaptar la forma del falo, se quejaba. Hubiera vuelto a gritar y a intentar patalear pero temía que el movimiento favoreciera aquella penetración no consentida y se quedó, al igual de Martina, quieta.

El silencio resultaba extraño cuando momentos antes el alboroto era el protagonista. Como los personajes de un cuadro, todas permanecieron mudas. Como en un ritual sagrado, el sacrificio de la virgen fue presenciado con morbo y un cierto respeto, hasta que la sacerdotisa vengadora, Martina, dio el golpe de gracia. Acabó de entrar de un empujón, venciendo la última resistencia. Su gemido se mezcló con el grito desgarrado de Alba. Ya estaba hecho, no había vuelta atrás. Alba había dejado de ser virgen. Tal vez a ojos del mundo, todavía continuara siendo una joven pura y casta, la ausencia de un hombre solía dar esa impresión, pero ella sabría siempre la verdad: Martina la había poseído plenamente. Su primera vez, con Martina... Dejó de resistirse, ya no importaba, ya no importaba nada.

Erica aflojó la presión que ejercía sobre las piernas de la joven. Martina le pidió que se apartara, todavía no había acabado, quedaba lo más importante y quería presenciarlo en primera fila para poder recordar, en las noches solitarias que vendrían, el sufrimiento que había causado a su enemiga, saborear en su memoria la gloria de aquel triunfo. Comenzó a moverse... Alba la sentía empujando, frotarse en su interior. Le quemaba la carne, le dolía, la excitaba. Alzó la vista, nublada por las lágrimas, y el rostro borroso de Martina le pareció por un momento el de Toni. Las dos eran igual de altas y sus rasgos se semejaban, seguramente por la seriedad y formalidad que desprendían.

- Toni...

Martina se quedó helada. No era así como tenían que ir los acontecimientos.

- Alba, mírame bien, soy yo, Martina. Soy yo la que está entre tus piernas, la que te ha robado la dignidad y la que te robará el orgullo. ¡Mírame!

Martina, furiosa como estaba, aceleró el ritmo sin importarle llegar a desgarrar a Alba, llenó su dedo índice de saliva y lo apretó contra el clítoris de su víctima, moviéndolo con el mismo frenesí con que empujaba. No, eso no, pensó Alba. Aquello no se lo podía dar. No se lo robarían otra vez, no Martina.

Apretó los dientes, se resistió con todas sus fuerzas pero Martina era hábil. Sintió el fuego que le llegaba. Lo apartó de su mente. No sabía cuanto tiempo podría aguantar el embiste pero resistiría. Martina la notó evadirse, enfriarse, apretó más y más. El dolor distrajo a Alba de su concentración. Martina empujaba tan fuerte que notaba sus golpes en las entrañas.

- ¡Basta! – gritó Alba doblándose por el dolor.

Erica apartó asustada las manos. Ana y María también mostraron su desconcierto ante la repentina violencia de su líder. Las tres se miraron. Querían a Alba fuera de sus vidas pero no destrozarla. Erica miró a la señora, que seguía sin conmoverse. Tal vez si Alba no le hubiera pegado...

- Señora... por favor, señora... – suplicó Erica.

Pero la señora se limitó a darle la llave de la puerta de la sala.

- Retírate a tu cuarto si no puedes soportarlo.

Erica miró por última vez la escena, se estremeció pero nada podía hacer por Alba. Se sentía culpable pero también impotente. No podía enfrentarse a la señora, no tenía el valor de Alba, además aquella casa era su hogar, las chicas su familia, la señora su amante. Erica era feliz allí, no podía arriesgar todo aquello por una inadaptada. Salió de la sala cabizbaja, llorando, y fue arrastrando los pies hasta la cocina para recoger su ropa.

La cocina estaba a oscuras, iluminada tan sólo por la tenue luz del cielo nocturno que se filtraba por la ventana. Erica tardaría todavía un rato en acostumbrarse a la oscuridad pero no quiso encender el interruptor. La oscuridad la reconfortaba. Recogió su ropa doblada sobre la silla y, entonces, se dio cuenta que no estaba sola. Una figura sentada delante de la mesa, una sombra... Erica dio un salto sobresaltada, pero al momento se tranquilizó, aquella silueta era imposible de confundir. Quiso hablar, decirle lo que estaba pasando para que al menos ella pudiera ayudar a Alba. Toni se llevó un dedo a los labios pidiendo silencio.

Silencio, silencio roto una y otra vez por los gemidos de Alba, sus gritos ahogados, que eran perfectamente audibles desde la cocina. No había nada que explicar, Toni lo sabía de sobras, y seguía allí sentada, como un fantasma ajeno a las acciones de los vivos. A Erica le dolía el corazón, no podía entenderla. Quiso ir hacia ella, zarandearla, recriminarle su pasividad, que le dijera al menos si estaba sufriendo... No hizo falta. Los ojos de Toni reflejaban la luz, como sólo las lágrimas podían hacerlo.

- No me has visto –susurró Toni.

Erica dio media vuelta y subió lenta y dolorosamente las escaleras hacia su cuarto.

Martina era incansable. Golpeaba sus caderas contra Alba a un ritmo delirante mientras con el dedo le torturaba el clítoris. Alba intentó aguantar, una y otra vez frenaba la venida del orgasmo, pero cada vez estaba más débil. Tenía la mente embotada por una repentina fiebre y el fuego, en su vientre, clamaba por estallar. Al final, las fuerzas la abandonaron, el fuego fue libre y se extendió como la pólvora por todo su cuerpo. Tembló. Los músculos internos se contrajeron bloqueando el falo. Martina notó la resistencia y experimentó una satisfacción casi orgásmica, cerró los ojos para deleitarse en el placer que la embargaba. Alba había perdido.

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