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Las Vírgenes de Nuria (15-16-17)

en Grandes Series

15. La charla

Viernes al atardecer. Alba miraba por la ventana de la cocina, descuidando el caldo. Miraba hacia los campos y el camino que los atravesaba, esperaba ver de un momento a otro el coche de Toni, aunque Toni no acostumbraba a llegar los viernes hasta después de la cena. Seguramente a estas horas, cayendo el sol tras los edificios, Toni ordenaría los documentos de su escritorio, cerraría su despacho con llave y supervisaría rápidamente las oficinas, la sala de telares, el almacén, los pasillos de aquel edificio modernista que era la sede del gran negocio familiar. Santiago, el conserje, que tenía una pequeña habitación en las dependencias de la fábrica, la acompañaría hasta su coche y le diría: "Que tenga un buen viaje, señorita". Ella le respondería como siempre: "Gracias, Santiago, cuida bien de la casa". Y Santiago sonreiría, porque le gustaba considerarse un feroz perro guardián, aunque sólo midiera metro sesenta y su delgadez no ofreciera temor alguno.

Alba se sentía feliz. Un día antes había recibido un paquete a su nombre acompañado de una bonita postal de la Torre Eiffel. Toni había hecho un encargo muy especial a una conocida tienda de lencería en París y había solicitado que lo enviasen a la casa de Gerona. Alba, con impaciencia adolescente, abrió el paquete en la cocina, delante de todas, sin esperarse a subir a su cuarto. Envuelto en un pañuelo de seda, un precioso culotte blanco de muselina con encaje. Aquello sí era una sorpresa. Alba seguía sin llevar ropa interior, a pesar de que había conseguido ahorrar algo de dinero de su paga, que prácticamente enviaba íntegra a su madre. No lo encontraba útil, más ropa a ensuciarse, más ropa a lavar. Sin embargo, ardía en deseos de estrenar su nuevo regalo pero esperaría a estar con Toni, se vestiría con aquel culotte sólo para ella.

Aquella noche del viernes, tocaba a Erica quedarse con la señora. Después de la cena, Alba subió emocionada a su cuarto y se vistió para la ocasión, pronto llegaría Toni. La esperaría en su habitación, sí eso haría. Tomó su libro de redacción y bajó hasta la primera planta. Se oyó el motor del coche y Martina que abría la puerta de entrada y saludaba a la señorita.

- ¿Deseas cenar algo, Toni? – Martina siempre la tuteaba.

- No, gracias, he comido algo en el camino. Me iré directamente a descansar –dijo Toni mientras la besaba en la mejilla.

Alba, con el corazón latiéndole fuerte en el pecho, corrió hacia la habitación de Toni al mismo tiempo que ella subía las escaleras a zancadas también con evidente prisa. Se encontraron en el pasillo y el vértigo las paralizó. Toni tenía la esperanza de que la sensación de aquel día hace tres meses en la sala del piano, pasaría con el tiempo, que fue debida sólo a la novedad, una cara nueva, un cuerpo nuevo... Pero no pasaba, cada semana en Barcelona sin Alba, se le hacía más insoportable. Y cuando la veía, era incluso peor, porque el deseo insatisfecho la enloquecía. Déjame tenerte esta noche, pensaba Toni, déjame probar cada rincón de tu piel, saborear tu lengua sin descanso, hacerme dueña de tu interior... Sé mía para queda dar fin a este sufrimiento.

Alba se mordía los labios para no gritarle que necesitaba ser abrazada, besada y poseída. Y permanecía de pie, temblando, intentando sonreír aunque su excitación era tan evidente que hasta las inertes figuritas, que descansaban sobre la consola, parecían conmoverse.

Vino a romper la magia Erica.

- Toni, la señora te llama, quiere hablarte.

- ¿Mi madre? Em... claro... Qué descuido por mi parte no ir a saludarla pero creía que estaría ocupada contigo.

- Esta noche no me quiere – dijo Erica con un cierto dejo de aflicción, ni la madre ni la hija parecían desearla ya-. También te ha llamado a ti, Alba.

Alba bajo las escaleras de mala gana, no era justo, aquella noche no le tocaba estar con la señora, hubiera deseado pasar todas las horas con Toni.

Toni entró primero en la gran sala. Dio dos besos a su madre y se dispuso a salir cuando ésta la detuvo y ordenó a Alba, que esperaba al lado de la puerta, que entrara.

- Quédate conmigo, Antonia, tenemos que hablar. Alba, querida, sí que te has dado prisa en vestirte. Sé buena chica y quítate la ropa.

Toni sintió un desagradable escalofrío de la cabeza a los pies. Alba obedeció sin dudar, evitando encontrarse con la mirada inquieta de Toni.

- ¡Oh! ¿Qué es esto? – exclamó divertida la señora ante el culotte nuevo-. No, no te lo quites, déjame verlo más de cerca.

Alba accedió incómoda. No quería que nadie estropeara la fantasía que con tanto cariño e ilusión había preparado, pero no podía negarse.

- ¿Quién te lo ha regalado, pequeña? ¿Algún novio? Porque con un sueldo de criada no se compra lencería tan fina.

- He sido yo – se adelantó a responder Toni, tal vez intuyendo ya qué camino tomaría la charla maternal y evitar mayores torturas psicológicas a Alba.

- ¿Preferencias?

- Un capricho de última hora.

Y mientras madre e hija discutían de forma tan sutil, la señora había indicado con un gesto a Alba que se agachara, en la manera en que acostumbraba en su presencia: a cuatro patas.

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Alba, así arrodillada, sintiendo la gravedad empujarle los senos hacia abajo, inundarle la nariz con su propio olor, cálido y especiado, no se atrevía a alzar la vista hacia las dos mujeres. Intuía la tensión y optó más prudente semejar un objeto inanimado, como solía hacer ante la señora. Una muñeca sumisa que ocultaba su alma por temor a que también la desnudara, observara y pellizcara como hacia con el resto de su cuerpo. Pero no podía olvidar que Toni estaba presente en esta ocasión y, aunque no hablara directamente con ella, su profunda voz parecía acariciarla para que no temiera.

Toni pensaba rápido mientras conversaba con su madre, pensaba en la mejor manera de rescatar a Alba de lo que se avecinaba. Su madre la escrutaba con cada mirada, medía el tono de su voz para hallar cualquier alteración que delatara los sentimientos románticos que sospechaba sentía por la doncella, pero Toni hablaba con prudencia y se mostraba fría e impasible al juego de la señora.

- ¿Ahora te dedicas a hacer regalos a las criadas? –preguntó astuta Nuria.

- Consideré divertido ver la reacción de la muchacha. Reconoce, madre, que tu también tienes una peculiar manera de divertirte.

- Si has de gastar el dinero, mejor que lo hagas con Martina o Erica, que hace más tiempo que forman parte de la casa y son harto agradecidas.

- Pero ellas son amigas, además de sirvientas, y se me hace extraño que una amiga regale a otra regalos de esa índole. Creerían tal vez que yo podría guardar alguna pasión inapropiada hacia ellas, como la de un hombre a una mujer, nada más alejado de la verdad.

- ¿Acaso no es lo mismo con esta pequeña? –y señaló a Alba.

- No, es diferente. Mírala, es tan inculta y desconocedora del mundo y sus placeres. Es tan fácil confundirla, engañarla... Se me antojó placentero regalarle lencería y exaltarla, tenerla dando saltos a mi alrededor como un cachorro.

- Perverso capricho el tuyo que te hace feliz la imbecilidad de los demás.

- Imbecilidad no, madre, inocencia.

- La inocencia es un estado fácil de perder ¿No te parece?

Toni palideció por un instante y trató de sonreír con ironía. Nuria tenía la prueba que necesitaba y dejó de hablar para pasar a la acción. De pié, con la puntera del zapato rozando la rodilla desnuda de Alba, acarició con su mano la tersa superficie del culotte, que marcaba las redondeadas y juveniles nalgas. Disfrutaba con el nerviosismo de la doncella y se satisfacía del castigo que estaba imponiendo a su hija, porque esta comedia era sólo por y para Toni, para que reaccionara ante la manía que la estaba dominando, para que volviera en sí y se dejara de tonterías que la acabarían alejando del buen camino, el camino que se supone apropiado para una señorita de buena familia, aunque esa señorita fuera la propietaria de una empresa importante y dirigiera a más de cien empleados.

La esbelta mano de uñas de porcelana se adentró en el culotte y permaneció oculta a la mirada ansiosa de Toni, que ardía en deseos de arrancar a su madre del lado de Alba y escapar con la doncella, como si de un caballero medieval y su princesa se tratara. La llevaría a Barcelona y la tendría sólo para ella. Sólo para ella. Pero aquello era una fantasía, Alba pertenecía a la casa y pertenecía también a Nuria. Era un juguete entre sus manos, entre la mano que la acariciaba y humedecía los dedos en el néctar que Alba siempre ofrecía.

Alba dejó escapar un quejido. Toni apretó los dientes para no perder la compostura. ¿Qué estaba pasando tras el culotte? ¿Qué le estaba haciendo la señora a Alba? La doncella volvió a quejarse con timidez y, en toda respuesta, la señora le ordenó que abriera más las piernas.

 

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- Madre, estoy cansada. Si no te importa, subiré a mi cuarto.

- No, Antonia, quédate y juega tu también.

- Por favor, madre, déjalo ya.

- Alba, desnúdate del todo –ordenó esta vez la señora a la sufrida jovencita.

Alba se quitó el culotte y entristeció cuando vio la pequeña mancha de sangre sobre el blanco tejido. No conseguiría nunca eliminar del todo esa mancha porque si frotaba en exceso la prenda, desgarraría la muselina o endurecería las puntillas. Su bonito regalo había quedado señalado para siempre. Aún así, en ningún momento sintió ira hacia la señora, estaba en su derecho de disponer de su cuerpo, incluso de ese lugar que tan celosamente había protegido de la ambición de los muchachos de su pueblo. Volvió a colocarse en la misma posición, con las piernas abiertas, tratando de ocultar su decepción.

La señora se agachó ligeramente y, con ambas manos colocadas en las nalgas de Alba, la fue abriendo como quien abre un capullo de rosa para mostrar su interior. Toni se sintió flaquear. Por un lado, deseaba llevar la boca, la lengua, hacia esa flor rosada, tan joven, tan tierna, apenas mancillada. Por otro, quería protegerla de aquella grotesca circunstancia que, en cualquier otro lugar fuera de la casa, se habría llamado tranquilamente una violación. Pero Alba se mostraba tan sumisa, tan resignada, que en vez de gritar y patalear para defenderse, permanecía quieta a la espera de ser humillada. Esa actitud enfurecía a Toni, tanto que hasta llegó a pensar que su Alba, su belleza salvaje, se merecía todas las torturas a las que Nuria quisiera someterla. La deseaba, la amaba, pero también la odiaba. No conseguía conciliar sentimientos tan contradictorios.

La señora, esta vez a la vista de su preciada hija, introdujo de nuevo el dedo índice en la estrecha y húmeda abertura para acabar lo que había comenzado. Perversa pero delicada, la señora se tomó su tiempo para que el interior de Alba la aceptara y no causarle más daños que el de la ya irreparable rotura del himen. Aunque bien sabía que con la acción de un solo dedo, la doncella seguramente seguiría permaneciendo virgen.

Cómo sentía Alba aquel dedo largo y de afilado extremo. Lo notaba serpentear por dentro, presionar la carne, darle un placer extraño y diferente a los que había sentido hasta ahora. Y cuanto más se movía, más presionaba, más frotaba, más quemaba. Hasta que Nuria descubrió que su joven criada, no sólo estaba ya preparada para un segundo dedo, sino para un movimiento más agresivo. Podía percibir su anhelo y eso era justo lo que estaba esperando. Demostrarle a Toni que aquella jovencita a la que adoraba, carecía de moral y gozaba con cualquiera y en cualquier situación. Pero... ¿Acaso no era eso lo que apreciaba Toni de Alba? Tal vez pero no esperaba que reaccionara tan bien hacia la despreciable acción de su madre y más sabiéndola allí de pie, con el corazón en un puño, sufriendo por ella. No, no se merecía su abatimiento.

Nuria introdujo el segundo dedo en la resbaladiza cavidad. Entró sin problemas, deslizándose casi con elegancia.

- Dime, Alba, dime qué quieres –le preguntó la señora.

Alba dudó, creyó que sus gemidos eran suficiente respuesta pero la señora le dio un cachete en la nalga para que se apresurara a responder.

- Qui... quiero que me queme...

- ¿Qué te queme así? – y la señora se puso a mover los dedos hacia delante y atrás con rapidez. Como Alba no respondía, la advirtió con otro cachete.

- Sí... sí... así... Señora, quema mucho...

Aquello era demasiado para Toni. ¿No había intentado ella todas las noches que Alba le expresara sus deseos? ¿Y no había Alba callado? Pero Nuria sólo había tenido que pronunciarlo una vez y había sido rápidamente respondida. Tal vez el creciente enfado de Toni le impidió razonar y darse cuenta que la respuesta de la joven era debida al miedo y a la humildad de su condición de criada. Esa misma humildad que Toni quería erradicar en su relación para tenerla a su lado de igual a igual, para ser algo más que el ama y su juguete, para ser amigas, amantes, enamoradas... Pero la razón de Toni se hallaba nublada con los gemidos de Alba, que crecían en intensidad a la par que el odio de la señorita.

La señora golpeaba impunemente el interior de Alba con sus dos dedos. Podía jurar que lo que tenía esa jovencita dentro era puro fuego, un volcán a punto de erosionar. Apretó más, con más fuerza, con más velocidad, a pesar de que temía acabar sufriendo quemaduras. De vez en cuando abofeteaba la nalga para que Alba le pidiera más.

- ¿Más, pequeña zorra?

- Más...

Hasta que el vigor de los jadeos indicaron que el fin era inminente. Alba apretó los puños, dejó caer la cabeza y la escondió en el regazo con timidez, para permitir que el orgasmo la invadiera, que todo aquel fuego acumulado en un solo punto se extendiera por todo su cuerpo, del vientre a la cabeza, a la punta de los dedos, y de nuevo al vientre.

Toni dio un portazo al salir. Nuria sonrió feliz y se tumbó en el sofá, después de haberse limpiado los dedos en la espalda de la chica. Alba, simplemente no se había enterado de qué iba la película.

 

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