miprimita.com

Mis aventuras con dos compañeras de trabajo

en Hetero: General

Mis aventuras con dos compañeras de trabajo

A mis 28 años, trabajaba en una gran empresa de servicios con muchas sucursales. Yo estaba en la Central desempeñando tareas administrativas. No me iba mal, me acababa de casar hacía pocos años y disfrutaba de mi vida personal y de la del trabajo. Uno de esos días me llama uno de mis Jefes de sección, tenía varios porque mi trabajo tenía relación con varias ramas de la empresa. Y este Jefe de Sección me invita a una reunión en el despacho del Director. En esa reunión se trataron muchos temas en los que se debatían unos Jefes de Sección con otros... yo ya estaba empezando a aburrirme de escucharlos, pensando ¡para qué cojones me habían invitado! Hasta que se tocó un tema en el que se me instó directamente y personalmente. Desperté de mis bostezos y de mi aburrimiento y puse atención.

Se trataba de un trabajo que se había quedado vacante y que había que rendir de forma mensual, y por tanto no podía quedar aparcado. Este trabajo se le ofreció a unos de los Jefes de Sección que se encontraba en aquella reunión y que aceptó llevarlo cabo. El motivo de que yo estuviera en esa reunión fue que este Jefe de Sección me eligió como ayudante para ese trabajo. Se me explicó cuales eran mis tareas y la especialidad de llevarlo a cabo fuera del horario de trabajo. Yo, en principio acepté pero pedí a cambio alguna compensación económica. El trabajo exigía responsabilidad y premura... había que hacer muchos cálculos matemáticos (en aquel tiempo no existían los ordenadores) y debía ser presentado mensualmente. La compensación económica no era nada ridícula, porque se rendía por los porcentajes del montante total. ¡Una pasta! que como recién casado no me venia nada mal.

Así las cosas, este Jefe de Sección y yo empezamos a echarle cara a ese trabajo y la verdad... era bastante laborioso y minucioso. No podíamos dejar escapar ningún detalle. Los cálculos matemáticos eran complicadísimos, sobre todo en aquellas incidencias que se figuraban con efectos retroactivos... había que trabajar con porcentajes que variaban de un año a otro. ¡Una locura! Tuvimos que leernos leyes y reglamentos e incluso pedir aclaraciones en centros oficiales. ¡Toda una locura! Pero bueno, con diligencia y ganas de trabajar logramos sacarlos adelante. Este Jefe de Sección era bastante mayor que yo, estaba casado y no tenía hijos. Este Jefe de Sección y Yo llegamos a tener una buena compenetración laboral y personal, y debo decir que aprendí muchas cosas de él y de su experiencia. La compensación económica que este Jefe recibía por este trabajo duplicaba la mía, y la verdad... para mi situación y mi edad, era más que envidiable.

Pasados unos meses este Jefe de Sección pidió el traslado a otra ciudad por motivos familiares, y así se le concedió. Y allí quede yo, solo, solito con el trabajo a hombros. Rápidamente el director me llamó a su despacho y me comunicó que este Jefe de Sección se trasladaba y que me iba a poner a otro Jefe de Sección para que llevara el trabajo que hacíamos. Ante estas palabras mi ojos se abrieron como platos y le dije al director...

¿Cómo dice? ¿Qué me va usted a poner un Jefe de Sección, después de todo lo que nos hemos currao durante estos meses?

No, mire perdone... ahora quien debe sacar este trabajo adelante como jefe del mismo soy yo. Y el director me contesta.

Es que pienso que por su categoría profesional y por su edad, no creo que usted sea capaz de asumir...

Lo corté... lo corté en sus palabras y de manera muy resuelta le expliqué todos los vericuetos que habíamos llevado a cabo para sacar adelante todas esas incidencias retroactivas y le expliqué el modo y manera que tenía pensado para solventar con la responsabilidad y premura que requería ese trabajo, las incidencias de carácter menor que se producían mensualmente... le dije que solo necesitaba un/a ayudante que fuera eficiente y capaz. El Director ante la rotundidad de mis palabras se retrajo para sus adentros y me miró pensativo, y haciendo uso de esa rapidez mental que tenía me preguntó rápidamente:

¿En el supuesto de que usted se hiciera cargo de la Jefatura de ese trabajo, ha pensado usted en alguna persona que pueda ayudarle a sacar ese trabajo adelante?

Sí, claro...

¿En quien?

He pensado que Rosario podría ayudarme perfectamente.

¿Rosario...? ¿Qué Rosario?

Es una empleada de la empresa que trabaja en la sucursal número tres.

Ahhhhhhhhh... ya. Una señorita menudita, muy activa...

Esa misma señor Director.

¿usted la conoce... la ha tratado?

Sí, señor Director, cuando nos incorporamos a la empresa hace unos cuatro años, la estuve tratando y viendo su manera de trabajar y me parece una persona muy idónea para sacar conmigo este trabajo adelante.

Precisamente mañana tengo previsto visitar esa sucursal, ya lo llamaré a usted mañana.

Al día siguiente el Director me llamó a su despacho a última hora de la mañana y me dijo:

Venga Juan, estoy dispuesto a apostar por usted... hable usted con esa señorita Rosario para ver si le interesa ese trabajo.

Ni corto ni perezoso, cuando salí del despacho del director me puse en contacto telefónico con Rosario y le dije:

Hola Rosario, soy Juan de la Central... ¿Te acuerdas de mi?

Si, claro... ¿Qué quieres?

Sé que el Director ha visitado tu sucursal hoy...

¿Y como es que lo sabes?

Bueno, estoy en la Central y estas cosas pues de una manera o de otra se acaban sabiendo.

Pues sí... resulta que ha habido un pequeño problema aquí, y el Director venía como a llamarme la atención, pero cuando se ha presentado no le he dejado abrir la boca le dado todas las explicaciones y... el buen señor se ha quedado callado ante ellas, no ha dicho ni mus... jajaja.

Sí, ya lo sé Rosario... me lo puedo imaginar...

¿Cómo que ya lo sabes? A ver... explícate...

El director te estaba observando... analizando...

¿Analizando? No me jodas, ¿y eso porqué?

No te lo puedo explicar por teléfono, tenemos que vernos lo antes posible, si puede ser esta misma tarde.

¿Pero porqué? Dime algo, me tienes intrigada... ¿Es que me van a tirar de la empresa?

¡No que va Rosario! Jajaja. Solo te haré una pregunta, ¿Te interesa ganar más dinero?

Hombre, pues claro... ¡Qué preguntas me haces!

Pues dime donde quieres que nos veamos esta tarde y te lo explico todo.

---<o_o>---<o_o>---

La intriga que sentiría Rosario tras esta conversación sería inmensa, ya me pongo en su lugar, pero yo no estaba menos contento y esperanzado. Si Rosario aceptaba colaborar conmigo el porcentaje a cobrar por mi parte como Jefe era más que caudaloso. Todo un delirio. Rosario era una compañera de mi edad, 28, también estaba casada y ya tenía un niño de cuatro añitos. Quedamos en una cafetería y a la hora convenida se presentó, así... toda menudita, pelo cortito, siempre con falda, por encima de la rodilla de estilo clásico. Nunca se maquillaba. Su belleza la realzaba su juventud no el maquillaje. Era de carácter altivo y dominante y no tenía pelos en la lengua para expresarse. Trabajando era tan eficaz como conspicua, tenía don de gentes... me parecía la mujer perfecta para que me ayudara en ese trabajo que exigía de responsabilidad y buen hacer.

En nuestro encuentro, nos dimos un beso de compañeros, se sentó frente a mi y le expliqué las vicisitudes del trabajo y las compensaciones económicas del mismo. Ella aceptó encantada... lo sabía, me lo imaginaba. En esos nuestros años cobrar algo más nos era necesario y me consta que ambos pondríamos todo de nuestra parte para hacernos acreedores a esos emolumentos. No obstante ella inquirió:

¿Y cómo vamos a hacerlo? Yo estoy en una sucursal y tú estás en la Central...tendría que desplazarme hasta allí, casi sin tiempo para comer para estar por la tarde contigo y con ese trabajo.

Sí, realmente es así –le contesté... Rosario hablaba con mucha propiedad y lógica, y eso es lo que me encantaba de ella.

De todas formas mañana tengo que hablar con el director acerca de nuestra conversación de hoy y... bueno, puedo hacerle alguna propuesta.

Al día siguiente el director me recibió en su despacho y le comuniqué la aceptación de esa compañera en colaborar en dicho trabajo; asimismo le inquirí en el pequeño problema que existía por el distanciamiento que había entre la sucursal en la que trabajaba y la Central. El director me dijo que no tuviera preocupación porque había pensado trasladarla a la Central y ubicarla precisamente en el departamento donde se recibían las incidencias mensuales de este nuestro trabajo. Esta noticia me llenó de gozo, porque facilitaba muy mucho nuestro trabajo... y a los dos días Rosarito ya estaba en la Central ubicada en ese departamento que se encontraba al lado del mío. En un principio yo desempeñaba mi trabajo en un pool general con muchos compañeros y compañeras, pero pronto el director me habilitó un despacho personal con mamparas de cristal para desempeñar mi trabajo matutino y el de por las tardes.

Y desde allí veía a Rosarito ir y venir, con sus falditas clásicas, moviendo su culito a su manera y estilo, ganándose con su don de gentes la simpatía de todos los compañeros y compañeras de la Central. Cuando había alguna incidencia se acercaba a mi despacho y me la entregaba para tratarla económicamente por la tarde. Empezamos a salir a desayunar juntos y a comentar nuestro cometidos de trabajo y algunos otros de carácter particular. Lo lógico en estos casos. Cuando acabábamos nuestra jornada de trabajo marchábamos a un bar cercano a comer para retomar tras la comida ese trabajo que tan pingües beneficios nos reportaba. Nuestra relación era tan bonita como beneficiosa económicamente para ambos. A final de mes, el director nos firmaba unos cheques bancarios por nuestro servicios, que jaleábamos alegremente a modo de brindis. Lo cierto y verdad es que la vida nos sonreía, como para no quejarnos.

Esta Rosarito, de mi misma categoría, aunque altiva, dominante y con mucho don de gentes, no exhibió esas cualidades conmigo en mi papel de Jefe de ese trabajo, el cual aceptó de buen grado, sino en un ámbito más personal. En este ámbito se manifestaba de manera cariñosa y casi diría lasciva, como una marta cibelina, propiciando de manera mimosa que fuéramos a tomar una copa tras el trabajo, para relajarnos, oír música, y que después la llevara a casa, cuando su marido no venía por ella. Yo tenía vehículo y ella no. Yo accedía gustoso a sus propuestas con tal de conservar la compenetración que en el trabajo nos rendía tan buenos beneficios.

---<o_o>---<o_o>---

Llegados a este punto, resulta que una compañera de trabajo del despacho contiguo al de Rosarito y al mío, parece interesarse por nuestra relación de trabajo. Era una tal Quelita, una compañera de 35 años, soltera de toda la vida, con una pinta de no haber follado nunca con nadie y de ser más virgen que la Madre Santísima (con perdón). Sí, empieza a interesarse por nuestra relación. Pronto se hace amiga de Rosarito y en alguna que otra ocasión se viene a comer con nosotros al mediodía. En estas comidas vengo a observar que Rosarito y Quelita, a pesar de haberse hecho amigas con rapidez, eran antagónicas la una con la otra. ¡Joder! Vaya discusiones que mantenían. A veces me elegían como árbitro de las mimas y yo no sabía muy bien de que parte ponerme dada su virulencia... jajaja. Y cuando discutían sobre temas de sexo me ponían a mi como ejemplo, jajaja. Y yo me pensaba... ¡Joder, esto no va a acabar nada bien... seguro que no! Rosarito y Quelita eran como dos imanes muy altivos y dominantes que lo mismo se atraían que se repelían.

Y un buen día me dice Rosarito...

Juan, esta tarde podíamos no venir a trabajar... llevamos el trabajo bastante adelantado, y las incidencias de este mes ya las tenemos solventadas... ¿Qué te parece si nos vamos a comer una buena mariscada?

¿Una mariscada? –la verdad es que la idea me sublimaba- sí, porqué no –le dije.

Conozco una zona de restaurantes en los que ponen marisco fresco del día, realmente fabuloso... una buena mariscada con vino blanco y con vistas al mar.

¿Con vino blanco? Rosarito tú sabes que yo siempre bebo cerveza.

No, esto hay que compartirlo con vino, un buen vino blanco que despierte nuestros efluvios...

¿Nuestros efluvios? Jajaja –me eché a reir.

Venga hombre, vete al cajero y ve sacando dinero, que te estás forrando de pasta cabronazo.

Fui al cajero de enfrente y saqué dinero. Esta Rosarito era así de impulsiva y dominante en los eventos que tenían lugar fuera del trabajo. Cuando volví me dice Rosarito:

Ah, no te lo he dicho... Quelita viene con nosotros.

¿Quelita? –le contesté- Seguro que esta mariscada la habéis planeado entre las dos.

Rosarito me contestó con una sonrisa de medio lado de asentimiento. Acabada la jornada de trabajo, tomamos el coche y nos enfilamos por una carretera que se alejaba de la ciudad. Pronto nos vimos rodeados por una zona vip de restaurantes, hoteles, discotecas y otros lugares de ocio, a nuestra izquierda, y a nuestra derecha por la inmensidad del mar Mediterráneo que nos acompañaba en ese viaje. Todo ello, aunque invierno, acompañado por un clima estable, que solo acuciaba en frío por las tardes con la puesta de sol.

Llegamos a ese restaurante, aparqué el coche, había aparcamiento ¡que suerte! Y efectivamente el restaurante era de cierto lujo. Tenía comensales, y su decoración imponía cierto rictus al entrar. Rosarito siempre dispuesta, eligió una mesa para tres que tenía esas vistas al mar, con las olas que rompían en sus orillas. Efectivamente, este ambiente bien merecía esa buena mariscada. Rosarito era así: lo mismo se tomaba dos cubatas en una discoteca y se las bailaba todas, que a la hora de yantar daba buen gusto a su paladar con estos refinamientos. El camarero se acercó a nuestra mesa y Rosarito tomó la palabra por los tres:

Tres fuentes especiales de marisco, y una botella de vino blanco de marca.

¿Algo más?

Sí –respondí- y un tanque de cerveza de barril.

Juan, esto se come con vino –inquirió Rosarito.

Por favor, traiga ese tanque de cerveza –le dije al camarero.

El camarero se marchó y empezó la primera de las discusiones del día, jajaja.

No te preocupes Rosarito –le dije- el vino también lo voy a probar, es lo primero que voy a beber, pero déjame que tenga en reserva ese tanque de cerveza, porque tú sabes que no soy de beber mucho vino... además después habrá que conducir para volver a casa.

Rosarito asintió aunque con cara de cierta rebeldía, pero pronto se olvidó porque Quelita empezó a conversar con ella. A Quelita le gustaba más el vino que la cerveza y cuando tomaba varios, su tez blanca enrojecía suavemente como si de maquillaje se tratara, y su verborrea empezaba a hacer aparición. ¡Menudas compañeras! Había que conocerlas para poder disfrutarlas en su salsa. Encendí un cigarrillo y contemplé esas olas del mar que se esparcían en la orilla, escuchando la conversación que mantenían las dos. Esta Quelita era insaciable, siempre tenía algún tema de conversación que te invitaba al debate y a la controversia, jajaja. Ellas me miraban incitándome a que entrara en sus conversaciones pero yo procuraba manifestarme de un modo reservado y tangencial, sobre todo cuando las veía muy leonas en sus discusiones, jajaja.

Al rato llegó el camarero con las fuentes de marisco y tres botellas de vino blanco. Rosarito y Quelita bolupidaban, a cual más sabia, eligiendo el vino más adecuado para el marisco, jajaja, el camarero esperaba paciente sus decisiones. Yo me quedé observando la fuente de marisco que tenía delante. ¡Fabulosa! Quisquillas, langostinos, gambas rojas y otros manjares submarinos, ¡uhhhhmmm! grandes, gordos y apetitosos para comérselos primero con los ojos y luego por la boca. Y así, de manera gozosa y apetitosa, empezamos a degustar aquel marisco... la botella de vino empezó a disminuir en su contenido y el tanque de mi cerveza también. Acabamos exhaustos de marisco y de vino, y pedimos unos cafés. Rosarito se encontraba ebriamente satisfecha de que su propuesta de mariscada hubiera obtenido tan buenos resultados, se le notaba una cara de gozo y de felicidad, que yo compartía con ella. A Quelita se le acabó maquillando la cara a causa del vino y su parafernalia verborréica empezó a hacer aparición como una fogosa ametralladora. Yo, aunque con ellas, disfrutaba de la visión poética que me ofrecía el mar y de la solacidad de mi digestión. Me encontraba super a gusto.

Cuando acabamos los cafés, propuse que nos marcháramos a dar un paseo para estirar las piernas y que nos diera el aire, y que fuéramos a tomar una copa a otro lugar. Así lo hicimos pero solo hasta llegar donde tenía el coche aparcado. Yo, aunque con cierta embriaguez por lo comido y bebido, no rehuía conducir porque el aire que me daba por la ventanilla me reconfortaba y me aliviaba muchísimo. Las llevé de vuelta a casa a un complejo o "resort" más cercano a la ciudad en el que había toda clase de establecimientos de ocio. Cuando llegamos, traspasamos un jardín de exuberante y esbelta vegetación hasta llegar a una mini mansión rustica semioculta en esa vegetación. Era un pub decorado en rústico que poca gente conocía. No había nadie cuando llegamos. Pedimos unas copas y nos sentamos en una de esas mesas rústicas. Y lo que empezó como una recensión acerca de lo bien que lo habíamos pasado comiendo, acabó convirtiéndose en una discusión entre Quelita y Rosarito que derivó en otros temas más cercanos y relacionados con el trabajo diario. Hay que decir que Quelita era una mujer muy observadora que todo lo argumentaba y criticaba, a veces con acritud y de manera perniciosa. Yo intervine en esa conversación tratando de que los cauces de ambas no se desbordaran, pero cuando la discusión tomó cuerpo me fui a la máquina tragaperras y desde allí las escuchaba en sus discusiones. Al principio empecé ganando pero como siempre pasa, al final esta máquina tragaperras, más sabia que los humanos, acabó desvalijando mi presupuesto para con ella.

Me acerqué a la mesa, ya había consumido mi copa, ellas dos la tenían por la mitad a causa de sus discusiones. Me dirigí a ellas y con cierta acritud les dije:

Pero bueno... ¿Es que pensáis pasaros toda la tarde discutiendo? ¡Por favor! Me duelen los oídos de escucharos.

Ambas me miraron con cierta extrañeza, y sin dejarles articular palabra les dije:

Aquí al lado hay una discoteca que por la hora que es ya estará abierta. Vamos a relajarnos y escuchar un poco de música.

Rosarito que ya había tomado copas conmigo escuchando música y me conocía en esto, asintió. Quelita me miró pero no dijo nada. Pagamos y marchamos a esa discoteca. Sí, ya habían abierto. Entramos, no había nadie, solo el camarero y el DJ. Estaba sonando "The eye of the tiger" del grupo Survivor (banda sonora de la película ROCKY), me encantaba esa canción. Mientras ellas estaban en la barra pidiendo las copas, yo me lancé a la pista y me puse a bailar el ritmo de esta canción. Ellas eligieron un reservado para dejar las copas y sus bolsos y se unieron conmigo en la pista. La cosa estaba empezando a gustarme, porque yo, cuando salía de fiesta, lejos de enzarzarme en discusiones de trabajo y de otros temas, prefería tomarme cuatro copas y disfrutar de lo que me gustaba, la música y la fiesta. Después el DJ puso canciones de tipo Dance, muy conocidas, y cuando llevábamos bailadas unas cuantas fuimos al reservado y nos sentamos.

Me senté en medio de las dos para evitar así nuevas conversaciones truculentas, y fui yo mismo quien inició esas conversaciones livianas que invitan al gozo de la bebida y de la música, con las excitaciones de la líbido de cada cual. Y así, con la bebida y la música en nuestros sentidos, Rosarito, siempre Rosarito, me dice:

Juan, ¿Porqué no me das un beso en la cara?

Y Yo, excitado como estaba en medio de esas dos hembritas, pues le doy el beso.

Ahora dale un beso a Quelita.

Y Yo, miro a Quelita, más reservada y más puritana... y me admite ese beso.

Y ahora –dice Rosarito- dame otro beso en este otro lado de la cara.

Y Yo, empiezo a ver en Rosarito un doble juego, y cuando acerco mi boca a su cara, furtivamente hago rozar mis labios con los suyos. Rosarito, muy puesta con la bebida y seguramente excitada ante el roce de nuestros labios, acto seguido se levanta y se va a la pista bailando con su faldita clásica de espaldas ante nosotros.

Tomo a Quelita por el hombro y le digo:

Mira, mira... cómo mueve el culo Rosarito.

Quelita mira pero no dice nada, una de mis manos va delimitando su cuello mientras mi boca no deja de darle besitos en la cara sin dejar de observar los movimientos del culito de Rosarito. Me voy encendiendo, seguramente Quelita también porque su puritanismo no responde. Una de mis manos resbala en su hombro y empiezo a acariciarle y a sopesar por encima de su camisa, sus enormes pechos bien guardados y disimulados en su sujetador. ¡Que pedazo de tetas tenía Quelita! Y el caso que en el trabajo no se le notaban tanto. ¡Que espesura, por Dios! No me cabían en las manos. Quelita, con lo puritana que era no debía consentir esto, pero como Rosarito estaba bailando de espaldas, así lo consentía y lo disfrutaba. Seguro que si Rosarito se hubiera vuelto de frente Quelita me hubiera quitado mis manos de encima.

Pero no, en un momento dado Rosarito se marcha, seguramente al servicio, y aprovecho para correr las cortinillas del reservado. Me bajo los pantalones me siento y pongo una mano de Quelita en mis boxers. Mi polla estaba dura y empalmadísima. Me siento a su lado y entonces me atrevo a deshojar su camisa en sus botones y meto mis manos en el interior de su sujetador. ¡Qué gozo! ¡Qué placer! Tenía las tetas calientes e hinchadas, y sus pezones picudos, más duros que una piedra. La oigo gemir en voz baja. Me bajo los boxers para que sienta el calor de mi polla entre sus manos. Otra oleada de placer la invade, noto como jadea, los latidos de su corazón se aceleran. Me encorvo y empiezo a comerle las tetas en sus pezones.

Por favor Juan... ¿Qué haces? Me estás volviendo loca. Por favor, Juan...

Mis chupetones en sus enormes tetas se acrecientan, y mi lengua la mortifica en esos pezones duros. Quelita se vuelve loca de placer. La música sigue sonando, mi boca se ha secado, pero no quiero beber para no interrumpir este momento. Me pongo de pie y pongo mi polla cerca de su cara y de su boca. Quelita no se atreve, su puritanismo no se lo permite, pero ese falo lo tiene tan cerca y tan caliente... la ayudo, hago que lo frote con sus manos, y así lo hace. Poco a poco lo voy aproximando a su boca hasta rozar con el glande sus labios cerrados. Tomo sus manos y se las pongo en sus tetas para que se las masajee. Tomo la polla y la voy moviendo de un lado para otro rozando sus labios y su cara repetidamente, hasta que le digo:

Queli... dale un besito... como el que te he dado yo en la cara.

Queli no se atreve... al final cierra los ojos y sus labios se empiezan a abrir saboreando ese pene que tiene delante. Deja de masturbarse las tetas y toma mi polla con sus manos, sus labios se van abriendo más y mi glande goza del beso más dulce y lujurioso de su boca. Queli empieza a perder los estribos y la vergüenza, y el glande ya está dentro de su boca. La tomo suavemente por su cabeza y la empiezo a follar metiéndole la polla poco a poco hasta mamarla casi entera. Y así empezamos a gozar los dos. Follar a una puritana, aunque sea por la boca, me producía un placer indescriptible. Tomé la copa que tenía y humedecí mi boca super seca mientras observaba como sus labios, ya desinhibidos entraban y salían de mi polla. Lo hacía muy bien, me parecía toda una puta mamando mi polla, pero no, era una compañera de trabajo que estaba descubriendo los enormes placeres del sexo.

La verdad es que no tardé en correrme porque el puritanismo de Quelita me excitaba muchísimo, y porque la situación lo requería... en cualquier momento podía presentarse Rosarito. La verdad es que fue todo muy rápido. Cuando ya me venía, saqué la polla de su boca y me corrí en sus enormes tetas espesándolas con mi leche caliente. La esparcí con mis manos y luego tomé una de sus manos para que notara la viscosidad de sus placeres y los míos. Le comí de nuevos los pezones, y le hice tomar mi polla para que viera y notara de cerca como supuraba el glande,.gracias al placer que me había proporcionado. Era muy emotivo ver la cara de gusto y asombro al mismo tiempo, que ponía. Creo que era la primera vez que vivía una situación como esta.

Nos recogimos en nuestras ropas cuando en esto llegó Rosarito diciendo:

Ehhhh, ¿Qué hacéis? ¿Porqué habéis corrido las cortinillas?

Quelita se encontraba mareada –le dije- y las luces de la discoteca le molestaban.

¿Ah, síiii? ¿Y como estás ahora, Quelita?

Bueno –balbuceó- aún no me he repuesto del todo.

Así quedó la cosa. Al rato, cuando Quelita se encontraba más recuperada, no del mareo, sino del delirio sexual que había gozado, marchamos a casa.

---<o_o>---<o_o>---

Tras este encuentro nuestro quehacer en el trabajo siguió manteniendo su normalidad. Quelita, sin embargo, visitaba a Rosarito en su departamento con más frecuencia, y había días que visitaba mi despacho comentándome que si esto... que si lo otro... que si Rosarito tal, que si Rosarito cual. Y yo le contestaba, bueno son cosas vuestras... si pero es que... –me contestaba ella. Vamos, que quería inmiscuirme en sus discusiones. Recuerdo que un día que vino a visitarme al despacho contándome... lucía un pantalón de pana marrón que le hacía un culito macizo y respingón. Recuerdo que me levanté de mi asiento y dándole unas palmaditas a ese culito le dije: Vale Quelita vale, vete a tu sitio y ya lo hablamos otro día que nos vayamos a comer.

Y así efectivamente ocurrió. Al mes siguiente hicimos otro inciso en nuestro trabajo y Rosarito propuso otro restaurante para comer, no marisco como la vez anterior, sino cosas del menú. Y allí llegamos los tres al mediodía. Rosarito y Yo estábamos henchidos de felicidad. Ganábamos una pasta, comíamos de restaurante, y solo faltaba dar rienda suelta a nuestros "efluvios" como dijo Rosarito la vez anterior, jajaja.

En esta ocasión, las vistas no daban al mar, sino a un complejo residencial. Recuerdo que tampoco hubieron conversaciones desmedidas susceptibles de discusión. Andábamos los tres parejos en nuestras intervenciones. Noté que Quelita se asumía más en mis pareceres y opiniones y que bueno, yo tampoco andaba buscando riñas y estas cosas... siempre procuraba conversaciones livianas que no tuvieran una trascendencia discordante. Yo, al igual que Rosarito, también me hallaba de frente a ese complejo residencial que se veía desde ese restaurante, hasta que vi salir de él a una persona que conocía. Miré a Rosarito de reojo y seguí con la conversación que estaba manteniendo. Cuando acabamos de comer, antes de tomar los cafés, Rosarito, siempre Rosarito, dice:

Los cafés los tomamos en mi casa, invito yo.

Pero –dice Quelita- ¿no estará tu marido? ¿Qué va a pensar cuando nos vea llegar a los tres?

Mi marido no va a pensar nada porque se acaba de marchar a trabajar. Así que vámonos que vivo aquí al lado y hoy invito yo a los cafés.

Rosarito vivía en un bajo de ese complejo residencial, y efectivamente su marido no estaba en casa, se acababa de marchar a trabajar, tal cual lo había visto salir mientras comíamos. Rosarito marchó a la cocina a preparar los cafés y me instó a que buscara entre los discos de vinilo que tenía y pusiera aquellos que más me gustaran. Quelita marchó al servicio, y yo empecé a buscar entre esos vinilos... jajaja, todo un emporio de la New Wave de aquellos años (Elvis Costello, Madness, y otros cuantos. Y de dance, pues Michael Sembelo y su "Maniac", y Spandau Ballet y su vinilo de éxito "Gold").

Cuando ya los tenía seleccionados y apartados, me acerqué al aseo a echar una meada y mira lo que me encuentro. Quelita estaba encorvada frente al espejo atusándose el pelo y echándose rimel en las pestañas, su culo respingaba. Iba con falda. Esa visión me desató. Me puse tras ella y tomándola de las caderas empecé a restregar mi bragueta en su culo. Ella protestaba diciendo que no la dejaba arreglarse, pero yo hacía caso omiso, seguí restregándome con ella, y pase mis manos por el interior de su falda gozando del calor de sus muslos y de su culo. Meter mi mano en el interior de sus bragas y acariciar su coño me pareció demasiado para su puritanismo, así que opté por bajarle las bragas suavemente por su trasero, deleitándome sobando sus nalgas, y observando a través del espejo sus reacciones. Quelita empezaba a ponerse caliente y cachonda, sabiendo que su boca ya había probado mi polla, imaginaba que ahora su tesoro mas virgen y más preciado iba a ser violado por mi polla. Le daba tanto miedo como placer... lo notaba en su cara.

Maniobré cauteloso en el masaje de sus nalgas; mis manos se fueron desplazando suavemente hacia el centro de esas delicias morbosas, abarcando desde su trasero la lascivia de sus muslos en su parte interior, me manifesté en gozó sobándolos durante un rato hasta que mi mano, deslizándose morbosa, alcanzó su pubis y su vagina. No estaba afeitada. Mis manos se enredaban lujuriosas en el vello de su pubis hasta dar solemnemente con su clítoris. Quelita dejó los pinceles del rimel y se apoyó en los cantos de la toilette. Mis dedos friccionaban su clítoris mientras la oía gemir y desmadejarse de placer. La estaba cacheteando por detrás. Ella cerró sus piernas para que mi brazo rozara con sus movimientos todas sus intimidades mas lascivas. Yo también estaba perdido de gusto. Me bajé los pantalones y los bóxers y mi polla alarmada en lujuria y pasión empezó a rozarle esa raya lasciva que separaba sus dos nalgas. Se deslizó hasta alcanzar ese angosto pasaje que conducía a su coño. Cuando Queli notó que mi polla se enredaba en los pelos de su pubis, gritó ahogadamente su placer y su lujuria. Y sí, fueron mis propias manos que ya se encontraban allí las que condujeron mi polla a la entrada de su vagina. Cuando la tenía apuntalada, con fina puntería, la tomé por sus muslos y la levanté un poco en volandas, luego la dejé caer sobre mi polla y el peso de su cuerpo hizo que su coño se comiera mi glande y algo más.

Su grito de placer y dolor se confundió con el mío. Ciertamente tenía el coño cerrado, muy cerrado. Me dolió y a ella también, pero una vez dentro solo había que empujar suavemente hasta conseguir que su coño cediera, y cuando eso ocurrió Quelita se estremecía frenética y nerviosa, apretando sus manos en la toilette, difundiéndose en orgasmos continuos que aligeraban la dificultad de la penetración. Fue tan lascivo como ilustre. Al final se la metí toda dentro, y mi polla resbalaba hacia adentro y hacia afuera. La tomé en volandas y seguí violándola. Después la giré y la puse frente a mi, le apoyé en culo en la tiolette y la seguí profanando con lascivia y pasión. Ella, se adhirió a mi cuerpo y me estampó un beso nervioso, lascivo y caliente y nuestras lenguas se masturbaron gozosas de lo que su coño y mi polla estaban sintiendo en esos momentos.

Fue maravilloso, glorioso, indescriptible.

Juan, juan, juan –repetía con cada embestida- me estás volviendo loca... nunca había probado esto. ¡Cómo me haces gozar!

¿Esto es follar Juan? Dímelo, quiero oírtelo decir... dímelo.

Si Queli, esto es follar... te estoy follando como se folla a una puta, y hasta que no lo seas, porque no lo eres, pensarás que te estoy violando.

Ahhh, ¡Que placer! Sigue violándome Juan,... me gusta.

Y así la fui follando y violando, con su culo apoyado en los cantos de la toilette. Y ya la tomaba en volandas para que sintiera mi polla mas profunda en sus entrañas y sus piernas se apretaban a mi espalda y sus manos apresaban mi nuca para que no la soltara y siguiera embistiéndola. Y cuando el placer de las lujurias de esta nueva pecadora destrozaban mis instintos, no pude aguantar y la senté en la toilette, derramando sobre los pelos de su pubis toda la inmensidad de mi polla. Una sensación totalmente desconocida para Queli. Metí uno de mis dedos en su coño y así licuaba abierto y multiorgásmico.

Juan... que bien me follas, cuanto placer me has dado... esto quisiera repetirlo contigo a solas.

Claro que sí Queli, ya se presentará otra ocasión.

Me limpié, me aseé... Queli se quedó en el servicio y salí al salón comedor. Rosarito aún no había traído los cafés. Puse uno de esos discos de New Wave y empecé a tararearlos y a medio bailarlos de pie hasta que apareció con los cafés. Me senté en el sofá le sonreí y Rosarito me devolvió la sonrisa con otra suya. Paladeé ese café caliente, satisfecho. Quelita por fin salió del baño y los tres pasamos una tarde amena y deliciosa, charlando, bailando y bebiendo.

---<o_o>---<o_o>---

Tras este segundo encuentro nuestro quehacer en el trabajo ¿siguió manteniendo su normalidad? Pues no, todo cambió radicalmente a partir de esa tarde. De lo que sucedió a partir de entonces, daré buena cuenta en el segundo capítulo de esta miniserie.

FIN... del primer capitulo.