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PIRATAS DEL CARIBE: El Tsunami

en Orgías

PIRATAS DEL CARIBE: El Tsunami

CALIFORNIA (04/06/2011)

El relato es una novela de aventuras en la que ocurre de todo. Hay Fantasía, Humor, mucho humor... Acción trepidante, Sexo, mucho sexo... y al final Amor. Lo he puesto en Orgías como podía haberlo puesto en otra categoría.

Plantado en la cocina de casa, contemplé el panorama que se presentaba ante mi vista, y medité las acciones que debía emprender para restablecer todo a su normalidad. La cocina era más bien pequeña y el frigorífico congelador que había en ella se me antojó enorme y gigantesco comparándolo con el tamaño de la estancia. Ambas puertas del frigo, tenía dos, se abrían ya en un ángulo de 45 grados, si no más, apelmazadas de hielo, y amenazaban con seguir abriéndose. El hielo parecía querer extenderse y cubrir toda la parte exterior del electrodoméstico.

No cabía otra, tenía que desfogarme a hachazo limpio y presentar batalla a esos bloques de hielo que pretendían cubrir el frigorífico y extenderse después por el resto de la cocina.  Al día siguiente me levantaría temprano y me pondría manos a la obra. Los bloques de hielo descorchados los depositaría sobre una toalla y tirando de ella los arrastraría hasta la bañera y allí los apilaría para que se fueran derritiendo. Tarea laboriosa y nada fácil para una sola persona. La cocina, a pesar de esto, acabaría encharcándose y tenía que andar con cuidado de no resbalar y darme una piña que malograra mis propósitos. Una vez desalojado el hielo en su mayor parte, y cuando la cantidad acumulada en el frigorífico se ajustara poco más o menos a la normalidad, lo desconectaría de la corriente eléctrica hasta conseguir la total disolución del hielo. Después le pasaría la fregona y la mopa al suelo de la cocina y asunto arreglado. Con estos pensamientos me retiré a descansar sin olvidar programar el reloj despertador a una hora temprana.

.../...

Cuando desperté al día siguiente, y no porque la alarma del reloj me hubiera despertado (debí no haberlo programado bien), mis primeros pensamientos se centraron en la tarea que me esperaba. Me estaba desperezando, restregando mis manos por los ojos, cuando observé de reojo como mis zapatos flotaban como dos barcas casi a mi misma altura. ¡Coño! Me incorporé sobresaltado, traté de encender la luz pero no había. El dormitorio estaba inundado de agua y también el pasillo alcanzando más de tres palmos de altura. ¡Me cago en la leche! ¿Pero que ha pasado aquí? La corriente eléctrica debió haberse desconectado durante la noche y el hielo del frigorífico se habría derretido en un tiempo record ocasionando esa inundación.

Metí dos dedos en el agua y estaba helada la muy cabrona. ¡la madre que me parió! Me tumbé en la cama desolado, mirando al techo, pensando qué hacer y cómo hacer. Y justamente allí, encima del armario del dormitorio vi la “goma”, ese neumático que tantas veces me había llevado a la playa. Me incorporé, trepé sobre el armario con cuidado y lo descolgué. Empecé a hincharlo a soplidos, dejándome los pulmones con cada uno de ellos. Me estaba poniendo morado como un pimiento revenido, y así, con cara de estreñido, soplé y soplé hasta hinchar el neumático totalmente.

Me puse los zapatos y me vestí; por fortuna, mis pantalones y la camisa colgados en un perchero, habían sobrevivido a la inundación. Me monté en el neumático y ayudándome con las manos, a modo de remos, salí del dormitorio, navegando hasta el salón que estaba inundado al mismo nivel que el pasillo y el resto de la casa.

Fleté mi barquita hacia la habitación pequeña en la que almacenaba objetos diversos y me hice con dos raquetas de paddel que me sirvieron de remos, tenía las manos congeladas. Inicié la travesía por el largo pasillo de casa y cuando llegué hasta la cocina no quise abrir la puerta... la imaginé inundada hasta el techo. Tenía que lograr abrir la puerta que daba al zaguán del edificio para que la inundación se rebajara. Llegué hasta ella, introduje una raqueta de paddel en sus junturas y conseguí abrirla en unos centímetros, tiré con fuerza con las manos y fui abriéndola poco a poco. El agua se aligeraba discurriendo imperiosa hacia el exterior, hacia el zaguán... cuando pude abrir la puerta completamente, oí un estruendo a mis espaldas, Buuuuummmm. La puerta de la cocina había cedido y un torrente de agua se me vino encima precipitándome hacia el zaguán.

Montado en el neumático culeé escaleras abajo, flotando y botando en los escalones, golpeándome en los descansillos de la escalera, así un piso tras otro hasta acabar en la planta baja chocando contra la puerta del ascensor. En el hall de entrada del edificio había algunos vecinos que corrieron hasta el ascensor. El señor Molina, un hombre mayor, gritaba alarmado:

-          ¡Esto es el fin del mundo! ¡El surimi... el surimi!

-          ¡Qué surimi!

-          Eso que pasa por allá por el extranjero, que todo se inunda de agua.

-          ¡Ahhhh, un tsunami!

-          Si eso, un suuuuuu... un surimi de esos.

-          No, debe ser que se ha roto alguna cañería, mire como baja el agua por las escaleras.

-          NO, no, eso es del surimi que se ha filtrado y esta destrozándolo todo...

-          ¿Pero qué surimi, ni qué leches? ¿De qué me está hablando?

-          Ven Pedro ven, ven a la puerta de la calle y mira...

¡Joder! ¡Joooooooooooooooooooooooooodddddddddddeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr! No podía creer lo que estaba viendo... era impresionante, de película. Las calles estaban inundadas de agua en un nivel muy superior al de mi casa.

-          Tendremos que esperar a que pase todo esto y el agua se rebaje –dijo el señor Molina.

-          Ah, pues yo tenía pensado ir a los ultramarinos a proveerme de víveres.

-          ¿Pero... estas loco Pedro? No vamos a abrir la puerta para que el edificio se nos inunde de agua.

-          No, pero si usted me descuelga a mí y al neumático desde su casa -vivía en el primer piso- creo que lograré llegar.

Y así lo hicimos. Una vez montado en el neumático el señor Molina y su señora me endosaron algunas bolsas de basura para que las depositara en los contenedores. Pero ¿donde estaban? El agua los había desplazado de su lugar y aparecían diseminados como guardias de tráfico estorbando en medio de la calle. Cuando pasé cerca de uno de ellos, tuve que recordar mis tiempos de jugador de baloncesto y afinar la puntería. Algunas bolsas entraron dentro del contenedor proclamándome unos gloriosos triples de tres puntos, otras rebotaron en sus cantos y se hundieron ante sus inhabilidades natatorias naufragando inertes sobre las aguas. Los vecinos de los pisos altos se asomaban al balcón contemplando las aguas asombrados, otros, con neumáticos como el mío, se proclamaban Piratas del Caribe, iniciando travesía y andadura. La ciudad parecía una Venecia enloquecida, trastornada por el Surimi, digo, el Tsunami.

Cuando alcancé remando la avenida donde estaban los ultramarinos, la barca se aceleró debido a su pendiente... antes de llegar a los ultramarinos pasé por la tienda de chinos y saludé a Ela, mi dulce Ela, que trabajaba allí, invitándola a compartir crucero. Ella me hizo un gesto de que la esperara. Se metió en la tienda que estaba semi inundada y al rato salió con una bolsa grande repleta de cosas, y una enorme barca hinchable en la que cabíamos más de dos personas. Montamos en esa hinchable y ayudados por unas palas de frontón, más grandes que las mías de paddel, remamos hasta los ultramarinos. No había casi nadie, solo algún que otro neumático que deambulaba entre las estanterías de productos. Nos proveímos de lo necesario para pasar dos días en esa situación y marchamos remando hasta la caja a pagar. Allí estaban las cajeras, montadas en sus barquitas bamboleándose continuamente dentro de su pequeño reducto, contoneándose de cintura para arriba, mientras manipulaban esas calculadoras, ya en desuso, de las que había que tirar con un manubrio para ticar las cantidades, raaaccc... raaaaccccc.  Ese birrioso ruido se repetía y parecía el croar de las ranas sobre las aguas. Y si a todos esos contoneos añadimos que tenía a Ela pegada a mi cuerpo, pues resulta que me empecé a excitar, a ponerme cachondo, se me estaba poniendo la verga guapa y morcillona.¡madre mía!

Salimos de los ultramarinos y comprobamos que la corriente de agua que bajaba por la avenida era mayor y mucho más rápida que antes. Nos envolvió en su torbellino y ahí empezó nuestro particular “crucero”.  En los balcones divisé a la mamá de Angie, quien por no decir no decía ni pruna, vamos, que ni matándola a polvos la hacías suspirar o decir una palabra. Más abajo estaba el “Gorbo”, un colombiano venido a España para no dar ni puto golpe, que andaba trapicheando y traficando en no se sabe qué, con sus paisanos del barrio de arriba. Tendría que posponer todas estas triquiñuelas hasta que remitiera el temporal. Desde el otro lado de la avenida me saludó mi amiga Sarita, la que a pesar de su edad mantenía siempre una jovialidad envidiable. Hoy sin embargo, tenía el gesto arrugado y ensombrecido... no  podía sacar al perro a mear a la calle, como hacía todos los días. ¡Vaya por dios! ¡Qué contratiempo!

Avenida abajo, seguimos con nuestro crucero particular. La gente, acomodada en sus balcones observaba la espectacular velocidad que la hinchable había adquirido en el descenso. Cuando nos aproximábamos a una curva teníamos que ladearnos y vencer nuestros cuerpos en la hinchable sobre el lado contrario para no estrellarnos contra las paredes de los edificios. El contacto de nuestros cuerpos se hacía más intenso, mi bragueta pegada a su culo y mis manos en su cintura llevando el timón. Una situación tan surrealista como perversa. Mi verga ya estaba tiesa ante tanto movimiento y tanto roce. Con cada curva, el agua nos salpicaba y la hinchable se iba llenando de agua. Las pobres bolsas de los ultramarinos se bamboleaban de un lado para otro mareadas. Los mirones de los balcones gozaban observando nuestros escorzos en la hinchable, dedicándonos una salva de aplausos cuando tomábamos una curva.

El curso de la corriente nos llevó hasta una avenida general por la que bajaban raudas otras hinchables como la nuestra. Esta avenida desembocaba en una plaza que recogía las aguas de otra avenida paralela a la nuestra. De las palmeras que decoraban esa plaza, solo afloraban a la superficie sus hojas altas... vistas de lejos parecían bonsáis. La situación allí era más alarmante. Las aguas discurrían en fuerte marejada levantando olas a su paso.  La velocidad de las hinchables ya era de Rallye de Fórmula Uno. Procurábamos asirnos a las hojas de las palmeras para frenar la velocidad pero resultaba inútil.  Un golpe de mar precipitó a una de las hinchables contra una palmera y la levantó por los aires a ella y a su ocupante que se perdieron en las aguas.

La situación se había convertido en altamente peligrosa. Nuestra hinchable se estaba llenando de agua, Ela y Yo estábamos empapados... sobrepasamos con suerte esa plaza y la avenida de bajada daba directamente a una última avenida con más pendiente aún que desembocaba en el mar.

-          Ela, vamos a acabar en el mar... antes de llegar tendremos que saltar de la hinchable y... que sea lo que dios quiera. ¿Sabes nadar?

-          No, creo que no... hace tanto tiempo que creo que lo olvidé... ¡Qué miedo Pedro!... ¿Qué hacemos?

En nuestra desesperación recordé una avenida anexa, paralela y más pequeña que no daba al mar. Había tumbarse de un lado, nosotros, las bolsas, el agua, todo, y permanecer así rogando a la suerte. Aún quedaba trecho para llegar hasta ella. Y así tumbados de ese lado, la hinchable se iba acercando poco a poco a la orilla izquierda de la avenida.  Y así tumbados de ese lado, con mi cuerpo pegado al de Ela, mi verga se iba envarando poco o poco hasta que no pude resistir más. Bajé mis pantalones, subí su falda y así, mojados como estábamos ya por todo, bajé sus bragas e incrusté mi verga entre sus muslos buscando su coño. Levanté una de sus piernas y mi verga se restregó friccionando su clítoris y sus labios vaginales, bregando, sudando, apretando... hasta que ¡Ploffff! Hizo palanca dentro de su vagina...

-          Pedro... ¡Me estás follando!

-          NO... bueno sí, es para que el sobrepeso de nuestros cuerpos sea más firme en la hinchable... ¿Es que no te gusta?

-          Sí Pedro, sigue... sigue.... ¡Aaaaaaahhhhhhhh!

A medida que la iba follando inicié un movimiento de mete-saca que la hinchable acusó describiendo una parábola de acercamiento a la orilla izquierda. Esto nos animaba y Ela me pedía más.

-          Más, más Pedro... dame más... fóllame más.

-          Sí Ela, sí –jadeé- ¡Toma, toma!

Me moría de gusto follándola así, en esas circunstancias, sin dejar de observar el acercamiento de la hinchable a la orilla. A lo lejos divisé el desvío, hice un cálculo visual aproximado  y le dije:

-          Allí esta Ela... aquel es el desvío... creo que no lo vamos a alcanzar por poco.

Ela pareció volverse loca ante mis palabras y empezó a gritar.

-          Más Pedro más... puedes follarme más, métemela toda Pedro –dijo quitándose las bragas y abriéndose toda de piernas-.

-          Sigue cabrón, sigue follándome, tenemos que alcanzar ese desvío, fóllame toda cabrón...

Hice todo lo que pude, la polla me dolía de tanto follarla, Ela estaba toda abierta de piernas con todo su coño dilatado... íbamos a pasar muy cerca, íbamos a rozar con nuestros labios la miel de nuestra salvación, cuando en ese momento sentimos un empellón en la hinchable que saltó por los aires metiéndola en ese desvío que anhelábamos. Otra hinchable como la nuestra que venía por detrás a una velocidad endiablada, nos impactó con fuerza, y se perdió dando giros en medio de la corriente avenida abajo.

Ya en el desvío, las aguas empezaron a amainar en su bravura y Ela y Yo, más relajados y reconfortados, reposamos nuestro esfuerzo y nuestro placer. Nos mirábamos sonriendo regocijados de nuestra suerte, recordando todo lo vivido desde que salimos de los ultramarinos. Ahora tocaba reír. En el discurrir de las aguas y con una pendiente menos acusada, volcamos una vez más la hinchable y con facilidad encallamos en las estribaciones de un pequeño monte donde se encontraba el cementerio de la ciudad.

Salimos de la hinchable y nos tumbamos en esa orilla, volviendo a pisar tierra firme después de mucho tiempo. Nos miramos con pasión y nos besamos; nos sentíamos solidarizados en el cariño de todo lo compartido, hermanados por todo lo que habíamos vivido juntos. Ela me pidió que acabáramos lo que habíamos dejado a medias, pero esta vez de frente, sin agobios y con mucho poderío. Abrió sus piernas y me tumbó sobre ella sin dejar de besarme. Me tomó por las nalgas y apretó. Me introduje entre sus muslos y empecé a follarla como si la conociera de toda la vida, como quien folla con su hermana. El placer vino pronto a nosotros y sus orgasmos se mezclaron con mis reventones de leche. Nuestros gemidos y jadeos se confundían con el ruido monótono de las aguas que discurrían ladera abajo buscando reventarse también en la inmensidad del mar.

Aún abrazados y fundidos en un beso, empezó a lloviznar suavemente bautizando nuestra reciente unión. Nos levantamos, recogimos las bolsas y tiramos de la cuerda de la hinchable. Remontamos ese montículo hasta llegar al cementerio. NO estábamos solos, ni mucho menos, algunas familias habían abandonado sus casas y se habían recluido allí, temerosas de  lo que pudiera ocurrir. Venían ocupando parcelas con casetas donde reposaban los cadáveres. habían montado tendales y tenderetes para poner sus ropas a secar. Los hombres estaban en boxers y las mujeres solo con el sujetador y las braguitas.

Aquel panorama tan inesperado me volvió a poner caliente, muy caliente. Había culitos y culazos, bragas y braguitas de todos los estilos y modelos. Los había gordos y hermosos como dos flotadores, otros menos gordos pero más respingones con toda su sugerencia, otros más tímidos y recogidos bendecidos lujuriosamente con el color de la leche o del queso gruyere; en cuanto a las bragas pasaba otro tanto de lo mismo. Desde las que moldeaban por completo la turgencia petardona de sus dones augurando un precioso culo y un aún más grande y dilatado coño, hasta aquellas de media nalga que te instaban al lameteo y el besuqueo siguiendo sus límites, pasando por las tanguitas que se perdían en el culo por detrás, y te hacían la boca agua por delante con esas almejas depiladas como para degustarlas al vapor.

Y en cuanto a tetas... esas dos enormes Torres Petronas, bronceadas en zonas turísticas, enfundadas en dos apartamentos carísimos de alquilar, que parecían querer reventarlos y perforarlos con sus pezonanos ilustres, y que a poco los rozaras con tu labios o los ordeñaras chupándolos te proporcionaban buena leche condensada; o aquellos otros más menudos e infantiles cuyos pezones se insinuaban invitándote a jugar con ellos. Todo aquello provocaba en mi mente una orgía de placer visual que nunca hubiera imaginado.

Ela eligió una parcela cuya caseta mortuoria era algo más grande que las que había alrededor, y en cuyo frontal con letras de piedra esculpida en ella rezaba... EUTIMIO BERENGUER. Abrimos las puertecitas y en aquella caseta sobre una plataforma estaba el ataúd y dentro descansaba este tal EUTIMIO. Me acerqué, se podía ver su cabeza. Resultó ser un señor recién fallecido de unos cuarenta y tantos años, de buena presencia.  Ela rápidamente montó un tenderete de cuerdas y pinzas que había traído en esa bolsa tan grande que sacó de los chinos, y empezó a desnudarse para colgar su ropa mojada. Me pidió la mía para colgarla y ambos quedamos como los demás, casi desnudos.

La visión de su culo y su cintura moviéndose, me encendió. La cogí por detrás restregándole mi verga entre sus nalgas y metiendo mis manos dentro de su sujetador. En las parcelas adyacentes, la situación era inaguantable. Las hembras, culonas y tetonas, y las menos también, arrodilladas, chupaban y comían las pollas de sus machos que se deshacían de pie muertos de placer hasta correrse en las venerables tetas de sus hembras; otros se apresuraban a ocultarse en la caseta mortuoria y al rato podían escucharse jadeos y gemidos, y no precisamente de los que descansaban allí. Toda una orgía impensable que me puso la polla a mil. Ela aún quiso cuidar su recato y tendió dos sábanas que había traído y después graciosa y benevolente, como las demás hembras,  se arrodilló, me bajó los boxers y empezó a chuparme la verga llegándome hasta los huevos, tirando de mi culo y ahogándose en su garganta. ¡Deliciosa mamona! Yo allí, viendo como aquellas mamonas le sacaban el jugo a sus Piratas del Caribe, mientras sentía en mi polla el roce de los labios de mi hembra que iba y venía, imaginando las bocas de aquellas mamonas perdidas comiéndome la polla. La corrida fue bestial y vertiginosa... ¡increible! Ela me sonreía satisfecha de ver a mi verga parir de esa manera. Me la pedí para follarla por la noche de nuevo en la caseta.

Sacamos lo que habíamos comprado en los ultramarinos y decidimos llenar la tripa; era necesario, no se podía follar tanto en un día y comer tan poco. Lo escampamos todo sobre una toalla y... ñam, ñam, ñam... a comer se ha dicho. A media tarde el temporal amainó, dejó de lloviznar y muy a última hora vimos salir el sol. En ese interlapso de tiempo, se acercó a la parcela una señorita muy joven y muy guapa, con un ramito de flores en la mano y preguntó:

-          Perdón señor...

-          Sí, dígame señorita...

-          Soy la sobrina del señor EUTIMIO BERENGUER.

-          ¿De quien...?

-          EUTIMIO BERENGUER –dijo señalando el frontal de la caseta mortuoria.

-          Ah, claro, claro...

-          Venía a ver a mi tío que falleció la semana pasada, para depositarle este ramito de flores.

-          Sí, pero resulta que su tío en este momento no la puede recibir... está descansando.

-          Sí claro, lo entiendo. Puedo esperar a que despierte. Si a usted no le incomoda, me gustaría pasar la noche con él. La caseta es amplia y además de mi tío caben dos personas. Mi tío y yo nos queríamos mucho, ¿Sabe?. Se portaba muy bien conmigo, incluso en la cama...

-          ¡Sííííííííí ! ... no me cabe duda.

-          Si no le importa que pasemos la noche con él, haciéndole compañía.

-          ¿Ehhhhhhhhh? Si... NO, claro que no me importa pero es que resulta que... que estoy acompañado –dije señalando a Ela que estaba arreglando bolsas-.

-          ¡Vaya por dios! ¡Qué contratiempo! Ya me hubiera gustado...

-          Y a mí también señorita, téngalo usted por seguro.

-          Bueno, cuando despierte mi tío le entrega usted este ramito de flores que le he comprado y le dice que son de parte de su sobrinita Silvi.

-          ¿Silvi?

-          Sí, Silvi, con “v”, y a ver si en mi próxima visita no estuviera usted acompañado.

-          Bueno, no sé... se procurará señorita, no se preocupe.

-          Buenas tardes señor, ha sido usted muy amable... ¡Ahhhhhhhhhh! Y si vinieran mis padres a visitar a mi tío, por nada del mundo les diga que he estado aquí.

-          No se preocupe señorita... soy un muerto, soy una tumba (huy, pero qué digo).

Y allí me quedé, plantado y de pié con el ramito de flores en la mano, como un gilipollas, viendo como se alejaba ese culito juguetón que no pasaría de los veinte abriles. Ya había anochecido, nuestros vecinos parcelistas empezaban a retirarse dentro de las casetas mortuorias a descansar... ¿a descansar? Seguro que a darse una Noche Buena. Yo, después de lo de esta tarde, después de pensar en el culito de la sobrinita del señor Berenguer, tenía unas ganas de cogerme a Ela, que flipaba. Yo mismo preparé la cama esa noche. Entré en la caseta mortuoria. El féretro ocupaba el centro de la estancia y descansaba en una plataforma metálica no adherida al suelo. Empujé suavemente la plataforma y el féretro hacia un lado para hacer sitio, pero no pude evitar que chirriara y vibrara... por suerte el señor BERENGUER no dijo nada, ni se inmutó.

Extendí dos sábanas en el suelo y con otras hice una pelota abultada para que sirvieran de almohadón, y salí fuera a recoger a mi Ela para llevarla al lecho. Me tumbé y la tumbé sobre mi, manoseándola y besándola, pero Ela rehusó mis abrazos y me rechazó. Se puso de pie diciéndome:

-          No Pedro, aquí dentro no quiero hacerlo.

-          ¿Pero Ela? ¿Qué me dices? ¿De qué tienes miedo?

-          No lo sé, pero no quiero...

-          Ven mira –le dije acercándola al féretro-. Mírale la cara... mira que bien disimula.

-          Pedro no insistas, no quiero.

-          Pero míralo Ela..  pero si hace como que no ve nada, no lo ves. Además mañana no creo que se lo cuente a nadie.

Se envolvió con la sábana y salió de la caseta sentándose en los escalones de la entrada. La acompañé y me dijo:

-          Pedro, compréndelo, además estoy muy cansada... ¿Es qué no vas a respetar mi cansancio? ¿Es que tu no estás cansado?

-          Sí Ela, mi vida, claro que sí... yo también estoy muy cansado.

Cuando Ela me miraba a los ojos y me hablaba de esa manera me vencía. Me parecía todo un ángel, me era imposible decirle que no. Y así, abrazados hombro con hombro y cabeza con cabeza, conciliamos el sueño después de un día tan morboso y ajetreado.

.../...

Cuando despertamos al día siguiente, mejor dicho, cuando Ela me despertó sentí un terrible dolor de cabeza, no podía abrir los ojos... la oí que me decía:

-          Despierta ya dormilón, llevas muchas horas durmiendo. Yo ya cumplí con mi trabajo, despierta.

Abrí uno de mis ojos y allí estaba Ela, muy cerca de mí, mirándome con sus ojos negros de azabache, pude ver su melenita rubia, su tez pálida y esos labios de fresa que me volvían loco.

-          Vaya nochecita que me has dado, no me has dejado dormir hablando de Surimis... de aguas turbulentas... de muertos... ¡Qué locura, señor cura!

Abrí los ojos y miré a mi alrededor, me quedé asombrado... estábamos en la habitación de casa...

-          Pero... ¿Qué hacemos aquí?

-          Pues dormir a pierna suelta, sobre todo tú. Ayer tuvimos un día muy ajetreado... ¿Es que no te acuerdas?

o        Nos pasamos toda la mañana y la tarde peleando con el hielo del frigorífico de la cocina. Mientras tu descorchabas el hielo yo lo arrastraba con una toalla hasta el baño. Solo paramos lo justo para comer.

o        Por la tarde continuamos, era mucho el hielo que había acumulado. La cocina se encharcó y se puso echa un asco. Al final pudimos con todo, y cuando acabamos desconectamos el frigorífico de la corriente eléctrica para diluir los residuos que quedaban dentro.

o        Cenamos y después fuimos a dormir y me pegaste un polvo maravilloso... aún lo estoy recordando cariño. Fue maravilloso. Esta mañana me he levantado temprano y he recogido con el mocho y la mopa toda el agua acumulada en la cocina durante la noche, ya está secándose.

NO, no... no podía creerlo, eso era imposible... imposible. Nada de eso había ocurrido ayer.

-          NO Ela no –le dije enfurecido- tu te estás volviendo loca... estas desvariando... nada de eso ocurrió ayer. Me estas molestando con tus palabras.

-          Tranquilízate cariño, tranquilízate... ven con tu nena hasta la cocina y lo compruebas por ti mismo.

Yo no fui a ningún sitio ni tenía ánimo de ir, fue ella la que me tomó, me incorporó de la cama y tomándome por los hombros me llevó a través del pasillo como una baby sitter, sin dejar de sonreírme. Sus ojos y su sonrisa me vencían. Con esa mirada y sus manos sobre mis hombros me sentía arropado por su cariño. NO dejaba de mirarla y ella a mí. Cuando llegamos a la cocina, abrió la puerta y me dijo:

-          Cariño, no te embobes y mira...

NO podía, estaba como hipnotizado mirándola: sentí que la quería, la amaba, la deseaba, todo... lo sentía todo hacia ella. Y tuvo que ser ella misma la que girara mi cabeza con sus manos para que observara. Había desaparecido el hielo del frigorífico y el suelo de la cocina estaba empezando a secarse... todo había vuelto a la normalidad.

Por mi mente volaban rayos de alegría, de agradecimiento, de felicidad... y cuando volví a mirarla y mi mente cayó también prisionera de sus encantos, antes de abrazarnos y fundirnos en un profundo beso, le dije:

-          Ela, cariño...

-          Sí Pedro, dime...

-          TE QUIERO... ... ... TE QUIERO Y TE QUERRÉ POR Y PARA SIEMPRE.

CALIFORNIA (04/06/2011)

FIN.