miprimita.com

Eu non credo en bruixas pero haberlas hailas

en MicroRelatos

EU NON CREDO EN BRUIXAS PERO HABERLAS HAILAS

CALIFORNIA (30/05/2011)

  Tras escuchar las palabras del dependiente de ese establecimiento quedé indeciso, dubitativo... por un momento me sentí desnudo e indefenso sin saber qué decisión tomar. Me marché sin comprar esa herramienta. Llegado a casa, y algo más relajado y tranquilo, mis pensamientos retomaron de nuevo sus palabras y las reconsideraron en su contexto.

 Ciertamente, el trato recibido por el dependiente de ese establecimiento me había parecido tan amable como circunspecto en su formalidad. Los consejos y previsiones acerca de las prestaciones de la herramienta parecían acreditarlo como un experto conocedor de los artículos objeto de su trabajo. Tal vez fuera yo quien no hubiera reparado en el uso preciso y concreto que quería darle a esa herramienta.

 En lo que al hielo del congelador se refiere, este dependiente me había aconsejado cuidado y prudencia con la herramienta; en cuanto a la segunda opción me aconsejó contundencia, sin darme garantías totales de éxito. ¿Acaso este dependiente me conocía de algo, o conocía a mi Jefe, como para saber o intuir el grosor y la dureza de la estructura calcárea y de la capa freática de su cabeza? Confuso y perdido en estos pensamientos llegué a pensar que el dependiente, sin abandonar su formalidad profesional, se estaba quedando conmigo... que me estaba “vacilando”.  Me sentí agobiado... tremendamente agobiado.

 De repente, me entraron unas ganas supinas e imprevistas de cagar. Fui al servicio, me senté en el excusado y mi cuerpo se sumó al deseo fisiológico que me había llevado hasta allí. Mis esfuerzos, no exentos del prepotente sudor que brillaba cetrino en mi frente y en mi cara, se vieron recompensados al poco con la evacuación de ese lastre, de esa propina inútil que se acumula en el cuerpo tratando de alombrizarse con el paso del tiempo en su reducto.

 Así... sudando, ufffffffffff... excusando y expulsando, ufffffffffffff... cuando hube desalojado ese tren de vagones infinitos, todo un brazo de gitano más largo que una flauta travesera... y cuando me descalcé, reparando que andaba todo el día con los zapatos cambiados de pié... fue justamente entonces que sentí un alivio y un sosiego infinitos que me devolvieron la serenidad y clarividencia de mis pensamientos.

 ¿Para qué comprar una herramienta que por uno de sus lados, estriados y puntiagudos, se auguraba eficaz para romper el hielo del congelador, y por el otro, plano y achatado, se presumía remisa a cumplir mis propósitos? No se trataba de romper y hacer estallar una hucha ¿Quién sabe de estructuras calcáreas? ¿Quién de chasis y carrocerías? Yo no. Tenía que buscar otra herramienta que me infundara más signos de eficacia en ambos propósitos.

///|||\\\

 

 

Al día siguiente, más convencido y decidido que nunca, me acerqué de nuevo a ese establecimiento para buscar por mi cuenta esa herramienta necesaria que moraba en mi pensamiento. Cuando llegué no vi al dependiente del día anterior, lo cual me alegró, pero rápidamente se me abalanzó esa hermosa dependienta rubia de ojos negros, de boca y labios extensivos cuando sonreía. Ela, una filomela ya crecidita en los treinta y pico, que trinaba un karaoke español arrullado con simpáticos y sugerentes acentos rumanos.

 -          Hola Pedro –me dijo dándome dos besos- ¿Qué te trae por aquí... que buscas?

 -          “Bunä dimineata” (buenos días en rumano) –la saludé frotando sus brazos- no, nada en concreto, Ela... Solo vengo a echar un vistazo.

 -          Bien Pedro, si algo no encuentras me llamas...

  

Esa filomela estaba para echarle tres polvos seguidos sin sacarla... o como poco, darle a chupar a sus labios dulce barra de chocolate caliente durante toda la noche, y luego recogerle a sorbos y a chupetones las lluvias calientes que saldrían de su aljibe. Pero no, este no era el día y el momento más adecuados. Me adentré y me perdí entre las muchas estanterías de aquel establecimiento en el departamento de utensilios domésticos. Había enseres por doquier, unos precintados, otros sin precintar  depositados en cajas al montón. Deambulaba entremezclado con ilustres y devotas amas de casa que perdían tales virtudes cuando se agachaban y sus tejanos se ajustaban a sus culos insinuando por sobre ellos sus bragas, como para arrancárselas a mordiscos y dentelladas.

 Seguí y reseguí aquellas estanterías, sin perder de vista cualquier culo que se insinuase cosechoso de nabos en su hacienda, hasta que la ví... ERA ELLA... estaba allí, respingando afilada en sus arrestos, pérfida y veterana como una empleada más. Abrazando un mango de color marrón oscuro que hacía sus delicias, y las mías. Imponente visión, para imponente voyeur. Me abalancé sobre ella y la tomé, no tenía cinturón de castidad y me fue fácil acariciar sus contornos y regocijarme en mi contacto. Un destello de luz reflejada en su silueta me sonrió complacida. Me giré con ella en la mano y las amas de casa que por allí deambulaban, se apartaron y huyeron de mi presencia

Me dirigí a la caja de salida de aquel establecimiento; me sentía tan rumano, pensando en Ela, que me sonrió al verme pasar, como tan romano y aguerrido con ese arma en mis manos. En cada revuelta, en cada esquina, en cada pasillo de aquellas estanterías, las amas de casa parecían huir aterrorizadas de mi presencia. Me sentí como un Rambo poderoso dispuesto a dar rienda suelta a mis pensamientos más atroces. Cuántas delicias ocultas podía llevar a cabo con ese arma en mis manos. Me sentía el carnicero, el hombre sin rostro, solo reconocible por su indumentaria, siempre la misma.

 Me era fácil imaginar cómo se desprenderían descorchados por mi contundencia con la herramienta los enormes lingotes de hielo de ese Océano Ártico que se había desarrollado y crecido en el congelador del frigorífico de casa. Desconectar el electrodoméstico de la luz eléctrica me hubiera resultado más fácil que todo esto, pero me privaba de ese placer subyacente que se relamía en mi cerebro. Y aún más placentero me resultaba comprobar como la cabeza de mi Jefe se partía en dos, y de ella huían en vuelo sutil y amariposado aquellas ideas que no querían ser consideradas cómplices de la mala leche y la cara dura que siempre lo habían presidido. El infalible mata-mosquitos acabaría con ellas en cuestión de segundos.

 Cuando llegué a la caja pagadora de la salida del establecimiento, me encontré con el dependiente que me había atendido el día anterior, me reconoció. Le entregué el artículo que llevaba en mi mano. Lo tomó, lo precintó y lo metió en una bolsa de plástico. Tras haberlo pagado se despidió con una sonrisa diciéndome...

 - ¡UN HACHA!  ¡SABIA DECISIÓN LA SUYA!

 Antes de salir del establecimiento, la hermosa dependienta, Ela, me alcanzó y me dijo:

 -          Pedro... ¿ya te marchas?

 Nos dimos dos besos al tiempo que Ela atisbó en la bolsa adivinando su contenido... y así fue que me dijo:

 -          Pedro... espero que disfrutes de lo que has comprado.

 -          Gracias Ela, “La revedere” (adiós en rumano) pero... ¿quisieras compartirlo conmigo?

 Esa dulce Filomela, aún más dulce cuando se ruborizaba, bajó su vista y echando su cabeza a un lado, musitó medio turbada...

 - Cuando tú quieras Pedro... cuando tú quieras.

///|||\\\

 

En los días que siguieron, el trato y uso de esa herramienta fue causa de sudores, jadeos y múltiples aspavientos, pero nunca hubo autoridades policiales ni riesgo de venturosa sospecha de que nadie hubiera matado a nadie, porque nadie lo pretendía, se trataba solo de abrir la cabeza, no de matar... de lo del hielo del congelador, pues ya hablaremos porque todo esto acaparó un segundo plano cuando la maravillosa Ela apareció por casa. Me pilló en la cocina, descorchando, en plena faena, la que abandoné ipso-facto, ante su presencia, y procuré así acaramelarla primero en el sofá del salón hasta conseguirla en el dormitorio.. Y una vez incendiados en el lecho le dije:

-          Sabes Ela... en esta casa, mi casa, pululan y deambulan duendes y fantasmas, que me persignan en su perfidia: me provocan delicias atroces... me aventuran feroces armas de destrucción, y me acosan con presuntos asesinatos y presencias policiales...

-          ¿Duendes...? ¿Fantasmas...? ¿Eso que significa Pedro?

-          Dejémoslo Ela, te lo cuento otro día...

Le dije mientras la montaba sobre mí, desabrochando su faldita y frotando con mis manos sus deliciosas nalgas, gozando de la inmensidad de sus labios perdiéndose en los míos, ayudándola a balancear su coño encima de mi verga hasta hacerla filomelar en el ese simpático karaoke español que trinaba ahora lujurioso en su acento rumano. Yo trinaba con ella en sus entrañas. Los duendes y fantasmas deberían esperar a otro capítulo para volver a adquirir protagonismo.

Cuando Ela se hubo marchado retomé mis tareas en la cocina, aunque ya visiblemente sin ganas, agotado por el placer que nos habíamos dado. Procedí a guardar tan valiosa herramienta en su precinto y entonces reparé en el letrero publicitario de su envase, que aparecía en español e inglés:

                                                FS, SA. (Freud Sigmund’S Approaching) Sigmund Freud Se Acerca.

“Nothing like that is comparable to reality”

“Nada de esto es comparable y coincidente con la realidad”.

FIN.