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Mis aventuras con dos compañeras de trabajo (2)

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Mis aventuras con dos compañeras de trabajo (2)

En este capítulo doy a conocer la personalidad de estas dos compañeras de trabajo... sus problemas, sus sentimientos, sus pasiones, todos ellos revertidos en mi. Con este relato quiero reivindicar el valor de la amistad y el compañerismo en su punto justo.

Tras aquel segundo encuentro en casa de Rosarito nuestro quehacer en el trabajo ¿siguió manteniendo su normalidad? Pues no, todo cambió radicalmente a partir de aquel encuentro. Sí, desde mi despacho de mamparas de cristal pude observar que la relación de Rosarito y Quelita parecía haberse enfriado un tanto. No es que no se hablaran pero ya no se frecuentaban tanto entre ellas, había que conocerlas como yo las conocía para darse cuenta de esto. Por suerte mi relación de trabajo con Rosarito se mantenía y así pasaban los meses y así crecían nuestras cuentas corrientes, y cuando llegaba Navidad y también a mediados de año, el montante que teníamos para repartir se duplicaba y... joder, ni os cuento. Cambié de vehículo. Me compré esos caprichitos que todo el mundo anhela y por los que tiene que apretarse el cinturón. En este caso, digamos que el cinturón se me aflojó por sí mismo. Mi mujer y yo salíamos a comer o a cenar todos los domingos con nuestros amigos. Todo me parecía un sueño.

Para mayor felicidad, resulta que mi señora esposa se queda embarazada; esto fue apocalíptico para mí... por fin iba a ser padre. Pasaron lo meses y la barriga de mi mujer iba hinchando, cosa lógica, y allá por el octavo mes ocurrió una anécdota muy curiosa que muestra que clase de persona era mi compañera de trabajo Rosarito.

Ocurrió que un domingo del mes de noviembre mi mujer y yo marchamos con otra pareja a cenar a un restaurante fuera de la ciudad, una magnífica parrillada de pescadito frito. Cuando acabamos nos dimos una vuelta por la playa, por la orilla del mar, y hablando las dos mujeres por un lado y los hombres por otro, me dice ese amigo:

Joder Juan, vaya putada como a tu mujer se le ocurra parir en plenas fiestas de Navidad.

Sí –le dije- pero las cosas vienen así, que le vamos a hacer.

Por su parte mi mujer le comentaba a la mujer de mi amigo:

Me noto como indispuesta, tengo retortijones en la barriga y estoy empezando a notar frío... podíamos marcharnos.

Y así lo hicimos, volvimos a casa y a la mañana siguiente cuando me levanté para marchar al trabajo mi mujer notó como durante la noche había manchado las sábanas con un líquido, digamos que trasparente. Cuando llegué al trabajo se lo comenté a Rosarito y esta, que ya había sido madre, me dijo:

Eso es que ha roto aguas... vete para casa y llévala al hospital.

Pero que dices Rosarito, si para sus cuentas aún falta más de un mes.

Que no, que no... pídele permiso a tu Jefe de Sección y vete a casa. Llévala al hospital y que la observen.

Rosarito siempre tan impulsiva y tan convincente... al final le hice caso, ella era mujer y ya había sido madre, y eso había que tenerlo en cuenta. Se lo comuniqué al Jefe de Sección y me marché a casa. La llevé al hospital y al día siguiente ya era padre. A la primera que llamé para poner al corriente de este feliz evento fue a Rosarito:

Rosarito, ¡Qué alegría! Ya soy padre.

Ves, ves, ya te lo dije. Felicidades... ya nos veremos.

Ni qué decir tiene que además de la alegría por haber sido padre, mi cariño por Rosarito iba aumentando día tras día. Rosarito estaba convirtiéndose para mi en algo más que una compañera de trabajo. Ella misma me redactó un escrito pidiendo a la empresa unos días de permiso por esta causa. Cuando bajé a firmarlo nuestro encuentro fue muy ardoroso y muy bonito. Nos fuimos a una cafetería y le conté a Rosarito todos los pormenores del evento... muy bonito.

Cuando mi mujer y el bebé salieron del hospital mi mujer se encontraba indispuesta. Los puntos que le habían puesto le dolían, así que una tía suya nos acogió en su casa durante unos días hasta que estos dolores pasaran. Así las cosas uno de esos días le digo a Rosarito:

Esta tarde no vamos a trabajar.

¿Ah... noooo? ¿Y eso porqué...?

Mi mujer está en casa de una tía suya. Se encuentra molesta, los puntos le tiran, ya sabes. Y me ha pedido que le traiga de casa algunas cosas, así que esta tarde la tengo movidita. Tendré que hacer más de un viaje con el coche.

Pues nada Juan, vámonos esta tarde que ya te echo una mano.

¿Cómoooooooooooooooooo? ¿Qué te vienes?

Pues claro, y si te puedes ahorrar algún viaje, pues mejor.

Esta mujercita me estaba empezando a volver loco... ¡Cuánto cariño notaba en ella hacia mi! Esa tarde la subí a casa, recogimos todo lo que mi mujer me había pedido y el coche, aunque con sobrepeso, asumió con un solo viaje todas las peticiones de mi mujer. Marchamos a casa de su tía y allí se las presenté a Rosarito. Mi mujer no la conocía, sino de oídas por lo que yo le contaba, y la tía de mi mujer, una niña joven muy abierta que enseguida congenió con Rosarito que no se cortaba hablando. Tomamos un café y al rato me marché a devolver a Rosarito a su casa. En el trayecto me reiteré en agradecimientos por el favor que me había hecho. A Rosarito se la veía espléndida y feliz por haberme prestado su ayuda. Y como ya teníamos por costumbre, antes de llegar a casa nos deteníamos a humedecer nuestras bocas que parecían siempre sedientas cuando nos encontrábamos ella y yo solos. Y ¡cómo no! Paramos en un bar pub de esos que sabíamos que ponían esa música que tanto nos gustaba.

Nos sentamos en una mesa, pedimos una copa, y al igual que ocurriera con Quelita el día de la mariscada, Rosarito no dejaba de hablar y de comentar lo bien que le había caído la tía de mi mujer... lo abierta y lo simpática que la encontraba, y yo le respondía que sí... que ella era así con todo el mundo. De mi mujer habló menos porque la pobre, con sus dolores, se prodigó poco en palabras y en sonrisas. Mientras hablaba yo la observaba y ya no la veía como una compañera de trabajo, sino como una amiga. La observaba en sus gestos cuando hablaba, en el movimiento de sus labios, y todos me parecían maravillosos. Se estaba convirtiendo en esa pequeña diosa que todos llevamos dentro para adorarla con cariño. Cuando llegamos a su casa le dije:

¡Rosarito!

No, Juan, no me lo vuelvas a agradecer que ya lo has hecho esta tarde varias veces...

Vale Rosarito, solo te pido que... que me des un beso, tal como me pediste tú a mi en la discoteca.

Claro que sí hombre...

Rosarito me dio un besazo en la cara, muy sonoro, acarició mi mejilla, bajó del coche y se marchó a casa. En el camino de vuelta no dejaba de pensar en ella, en lo bien que se había portado conmigo... y me preguntaba ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible? Lo que había empezado siendo una relación muy humana pero siempre profesional, se estaba convirtiendo en otra cosa. Recuerdo que se lo comenté a un amigo íntimo y este me dijo:

¿No será que te estás enamorando de ella?

No, no, no es eso –le contesté- yo no dejaría a mi mujer por ella, pero, no sé...

Es algo tan especial lo que siento por ella, que no me lo explico.

Los días pasaron, nuestro trabajo funcionaba a las mil maravillas y nuestra amistad también. Cuando algún día Rosarito faltaba al trabajo ya la estaba llamando a su casa para saber qué le ocurría, y ella hacía lo mismo cuando se trataba de mi. Cuando los dolores de mi mujer cesaron y le quitaron los puntos, volvimos a reubicarnos en nuestro hogar con nuestro bebé, y así fue que decidimos invitar a cenar a casa a Rosarito y su marido. Ese encuentro fue especialmente emotivo para mi... ver a Rosarito allí, en mi casa, compartiendo mis discos de vinilo, ¡nunca lo hubiera pensado! Sí, cuando llegaron estuvimos en el salón los cuatro hablando y viendo la tele, y en un momento dado cogí a Rosarito de la mano y le dije: Ven, voy a enseñarte los últimos vinilos que me he comprado.

Nos metimos en un cuartito pequeño que tenía solo para oír música y le puse en el tocadiscos lo último que me había comprado. Y así estuvimos escuchando algunas canciones de ellos. Mi mujer marchó a la cocina a preparar la cena y el marido de Rosarito quedó solo en el salón viendo la tele. Recuerdo que le puse a Rosarito el último vinilo que había publicado Serrat "En tránsito", a Rosarito le gustaba mucho Serrat. Su marido apareció por el cuartito diciendo:

Este es Serrat.

Sí Fran... ¿Te gusta? –le pregunté.

Sí, este disco lo conozco. Ya veo que mi mujer y tú os lleváis muy bien musicalmente hablando.

Musicalmente y en más sentidos Fran jajaja... vaya pedazo de pasta que estamos ganando eh Rosarito, jajaja.

Rosarito sonreía gozosa de ver la armonía que manteníamos su marido y yo. Su marido era una persona más bien reservada y poco habladora, todo lo contrario que ella, y esa armonía a Rosarito la hacía feliz. Escuchamos algún disco que otro más, los tres allí en el cuartito, y luego salimos a ayudar a mi mujer a preparar la mesa. La cena fue exquisita y la velada posterior aún mejor. Apagamos la televisión (la "caja tonta" como la llamaba Rosarito) y nos tumbamos en la alfombra del salón para charlar entre nosotros. ¡Bonito! ¡Bonito! ¡Bonito! No puedo decir más.

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En el trabajo, Quelita vino a mi despacho y me dijo que se había acercado con otro compañero a mi casa y que no había nadie, y que el regalo para mi hijo recién nacido se lo habían dejado a una vecina.

Ah sí, Quelita... muchas gracias ya te iba a buscar para agradecértelo.

Oye Juan –me dice Quelita- ¿esta tarde trabajáis?

NO, el trabajo de este mes lo tenemos listo... ¿Porqué lo preguntas?

NO, bueno... ¿has quedado con Rosario? –me preguntó Quelita poniendo una cara extraña.

¿Cómo que si he quedado con Rosario? Mira Quelita, no me mires con esa cara y no te ofendas por lo que te voy a decir. El trabajo que compartimos Rosario y yo, no nos obliga necesariamente a trabajarlo todos los días del mes, sino solo hasta tenerlo listo y acabado. Y cuando no venimos a trabajar por la tarde, Rosario se va su casa y yo a la mía. No quedamos para nada.

Bueno Juan, no hace falta que te pongas así... sólo quería decirte que si podíamos quedar esta tarde y ya te comento algo.

¿Algo de qué?

En esto entra Rosarito en mi despacho y Quelita se calla. Rosarito me dejó un papel encima de la mesa, no pronunció palabra y salió del despacho. No sé, me pareció entrever cierta situación de... pues no sé, no me atrevo a definirla. Y le dije a Quelita tomándola por sus brazos:

Muy bien Quelita, dime donde y a que hora quedamos y ya acudo. Esta tarde no tengo nada especial que hacer.

No, Juan, lo mejor es que pases a recogerme a casa y ya te llevo a uno de esos pubs de música que tanto os gustan a Rosario y a ti. Esta última frase pareció pronunciarla con cierta ironía y recochineo.

Y así quedamos. A la hora convenida pasé por su casa con el coche y Quelita me estaba esperando en el portal. Cuando salió a mi encuentro, ohhhhhhhhhhh, que guapa. Lucía una mini faldita nueva, ¡Que guapa! Que bien le quedaba y que piernas más sexys le hacía. Cuando subió al coche me besó y aproveché para observar más de cerca esas piernas que se alargaban a la vez que su faldita se encogía. Que dulzura de muslos. Quelita olía bien, a frescor... se acabaría de duchar. Esa tarde me sentía especialmente excitado y cachondo. Era la primera vez que quedaba con Quelita a solas, sin Rosarito, sería por eso.

Sigue recto .-me dijo- y ya te indico por donde tienes que girar.

Bonita faldita –le dije palpando uno de sus muslos- te hace unas piernas muy bonitas.

Oye Juan –me contesta- que mis piernas siempre han sido así de bonitas ¿O que pasa?

Si, claro, jajaja –le contesté dándole otra palmadita en su muslo- pero con esa faldita me lo parecen más, jajaja. ¿Se puede saber de qué color ha vestido hoy su piel la diosa?

¿la diosa?

Sí –dije frotándole el muslo- lo que sigue hacia adentro a partir de lo que estoy tocando, jajaja.

Si lo que quieres es que te enseñe las braguitas, te vas a quedar con las ganas –me dijo Quelita con cierta severidad. Venga Juan, no palpes tanto y mira a la carretera... ¡Mira! Ya te has pasado, tenías que haber girado a la derecha por la calle anterior.

Es que me mareas Quelita...

¿Qué te mareo? –me dijo enfurruñada- ¡Serás puñetero!

Esta Quelita tenía algo especial que me gustaba. Cuando se medio cabreaba la encontraba super sexy como para follarla así con todo su cabreo, jajaja. Increíble, lo estaba consiguiendo. Cuando llegamos a la calle siguiente tendí a girar a la derecha como me había dicho Quelita, pero exclamó:

No, por esta calle no...

Pero si me dijiste a la derecha...

Sí pero por esta no, porque viene a dar a un pasaje y luego para recuperar el itinerario tenemos que dar mucha vuelta. Además... ¿tú que quieres ir a casa de Rosario?

¿De Rosario?

Sí, vive siguiendo esta calle un poco más arriba.

Mira Quelita, olvídate de Rosario que hoy no está, estamos tú y yo solos. Vaya jaleo, ya no sé ni por donde voy, me tienes desorientado.

¡Desorientado! –gritó- ¡Serás cabrón! ¡Si dejaras de meterme mano ya estaríamos en ese pub!

Seguí recto, avancé el coche unos metros y en cuanto vi un hueco me metí en él y paré el coche.

¿Por qué paras Juan? Me estás poniendo nerviosa. Tú eres quien me está desorientando a mi.

Mira Quelita, he parado porque...

La miré a la cara, y de manera muy rápida e inesperada le levanté la falda un momento y vi sus braguitas... antes de que me martilleara con su genio le estampé un besazo en los labios... Quelita forcejeó al principio, pero luego se reconfortó con mis chupetones y con la suavidad de mis manos entre sus muslos, que llegaron a rozar sus braguitas y su coño. Se venció y así estuvimos durante más de medio minuto. Cuando nuestras bocas se separaron volvió con todo su genio y me dijo:

No debías haber hecho eso Juan...

Ya lo sé Quelita, perdona, pero, en cualquier caso, muy bonitas tus braguitas azulitas... ha merecido la pena.

Quelita apretó los dientes, no podía conmigo. Ante cualquier frase suya parecía que le tenía la respuesta preparada, y eso a Quelita no le gustaba, porque acostumbraba a ganar cuando sacaba su genio. Algunos compañeros del trabajo le tenían cierto pánico cuando se ponía así. Pero este menda, se la comía toda por el mismo carrillo ¡Al pan pan y al vino vino, y al que no le queden dientes que no vaya de valiente! Jajaja

Vamos a ver Quelita... ¿Dónde me llevas? ¿a dónde vamos?

Al pub "Ranco"

¿Al pub "Ranco"? – pregunté- eso no esta por aquí,,,

Si Juan, no es el Ranco que tu conoces, aquello no es un pub, es un restaurante, recuérdalo. Vamos concretamente al "pub Ranco 45".

No, no lo conozco Quelita. Indícame el camino y vamos para allá, en serio, bromas y manos aparte.

NO, -dijo Quelita- si al final va a resultar que la culpa de todo este lío la tendré yo.

Por fin llegamos a ese pub; había que bajar por unas escaleras de madera empinadas. Era un sotanillo. NO estaba mal, la música que ponían en ese momento era muy bailable y ya había mesas ocupadas por gente joven, más joven que nosotros. Nos sentamos pedimos un combinado de alcohol y le dije:

A ver Quelita, ¿De qué querías hablarme?

NO, bueno... te quería hacer una pregunta... mira: ¿Te acuerdas de cuando estuvimos aquella tarde en casa de Rosario?

Sí, claro... esa tarde no la olvidaré.

Juan, ¿tú le has contado algo a Rosario de lo que pasó en el baño entre nosotros?

NO, para nada... ¿por qué lo dices?

No sé, parece como si estuviera picada conmigo por algo... y además últimamente la veo muy unida a ti... no sé que pensar. ¿Seguro que no le has contado nada?

No, mira Quelita –le dije dándole un besito en la cara, tomándola de la mano, y viendo lo sugerente que estaba con sus piernas cruzadas insinuando sus muslos- si ves a Rosarito así conmigo seguramente será por lo del parto de mi mujer y todo esto. Me prestó su ayuda...

¡Rosarito! ¿Así la llamas cuando estáis por la tarde solos trabajando? ¿Cómo que te prestó su ayuda?

Sí, mi mujer al parir tuvo algunos problemas y se quedó unos días en casa de una tía suya, y Rosarito me ayudó a trasportar hasta allí algunos enseres de casa. Y eso de alguna manera hace que se sienta más identificada conmigo.

¡Ahhhhh! O sea, ¿que Rosarito ha estado en tu casa? Vaya, vaya...

Che Quelita, no sé a que viene tanta pregunta... ¡Vaya interrogatorio!

Le pasé un brazo por el hombro y Quelita de manera brusca me la separó y me dijo: Déjame... no me toques. Parecía claro que Quelita estaba sufriendo un ataque de celos de Rosarito. Se puso rígida, su gesto se tornó circunspecto y miraba para otro lado, como librando una mortífera batalla en su interior. Yo, sin embargo, la encontraba super sexy en esa situación. Me daba morbo verla así de rígida, y con aquellas piernas cruzadas oteando las braguitas entre sus muslos. Estaba para tomarla en volandas y sentársela sobre el pene y follarla toda, así, duramente. Estaba para morderle los labios que se había pintado a juego con las braguitas y declararle la guerra sexualmente a dentelladas, a mordisco limpio. Imponente, impresionante esta Quelita. Seguía seria, callada y sin mirarme... estaba esperando a que yo hablara, y así lo hice:

Mira Queli bonita –quería haberla cogido de la mano pero no me atreví- de lo que pasó en el baño en casa de Rosario no le he contado nada. Ahora bien, tal vez ella sospeche o intuya algo...

Quelita, sin perder su rigidez, me miró de reojo...

¿No advertiste que cuando volvimos al salón y Rosario vino con los cafés, estos no estaban lo calientes que deberían, para estar recién salidos de la cafetera? Rosario posiblemente sospeche algo, pero a mi no me ha comentado nada.

Tomé mi copa y le ofrecí un brindis a Queli, que rehusó no haciéndome caso.

Venga Quelita, bébete tu copa y vamos a dar un paseo que nos dé el aire, aquí hay demasiada gente y el ambiente se está cargando del humo del tabaco.

Quelita agotó su copa de un solo trago y cuando salimos al exterior, me dijo:

No quiero dar ningún paseo... llévame a casa Juan... llévame a casa, por favor.

Bien, como quieras Quelita...

Fuimos hasta donde tenía el coche aparcado. Subimos. Quelita mantenía su rigidez mirando al frente. Yo desde mi asiento la observé: estaba preciosa; tenía un perfil muy bonito. El pelo negro y lacio en melenita corta, sus labios aunque no prominentes, se movían con atracción cuando hablaba; sus enormes pechos, tan enormes como disimulados bajo la ropa, modelaban su femeneidad. Sus caderas, muy finas y bien arqueadas, y su culo se complementaba con esa regularidad amable que hacían de ella un "modelito" que sin ser exuberante, se conservaba firme a lo largo de los años. Y luego esas piernas, tras esa minifalda, tan blancas como morbosas en sus muslos, y tan finas y delicadas en la caña inferior, rindiéndose en su final al interior de unos zapatos negros de medio tacón. Quelita vista así, de cerca, me parecía una mujer maravillosa; era esa mujer que sin llamar la atención físicamente, de cerca se mostraba sugerente y apetecible. (Ya os contaré de otra ocasión que estuvimos en la playa)

Le acaricié el pelo suavemente, pasé mi brazo por su hombro y dándole besitos en la cara le dije:

Queli, bonita... no tienes porqué ponerte así. ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando estábamos en el baño en casa de Rosario? Ahora estamos solos, no vayas a estropearlo. Tenía muchas ganas de estar contigo así como hoy... a solas.

Avancé mis labios hacia los suyos los besé, pero Queli no los entreabrió. Preferí no insistir más. Puse el coche en marcha y la llevé a casa. Queli enmudeció durante el trayecto, parecía pensativa. ¿En qué estaría pensando? ¿Qué le estaría pasando por la cabeza? Llegamos. Paré el coche enfrente de su casa y le dije:

Bueno, ya hemos llegado.

Quelita circunspecta, tardó un poco en reaccionar... me miró y me dijo:

Juan, ¿te tomarías otra copa?

Sí, claro... unas cuantas más...

Sube a casa y la tomamos allí. Mira, ahí delante tienes aparcamiento.

Me rendí ante su ofrecimiento. Avancé unos metros, aparqué el coche y marchamos a su casa. Antes de subir Queli me dijo:

Vivo en un segundo y no hay ascensor.

No te preocupes Queli –le dije sonriendo- te subo en brazos si quieres.

Ante esta respuesta Queli que iba delante, giró su cabeza y me devolvió una media sonrisa, que me pareció encantadora. Subimos las escaleras, ella delante y yo detrás, viendo como se contoneaba su culo bajo esa minifalda tan sexy que llevaba. Al llegar al rellano del primer piso me miró de soslayo, le sonreí. Cuando llegamos al segundo entramos en su casa y me la enseñó. Dos habitaciones a la izquierda, la primera la suya, con piano en ella de corte clásico y una cama grande y espaciosa, con un balcón que daba a la calle. Tras el recibidor el pasillo giraba noventa grados y en él había una tercera habitación y el servicio. El pasillo acababa en un salón comedor muy espacioso, decorado en estilo clásico y más allá la cocina que tenía adjunta un a galería que daba a un patio grande interior. Una vez que me enseño su casa, Quelita me dijo:

Tengo ginebra y coca-cola... lo que a ti te gusta.

Muy bien –le dije- ponme un combinado. ¿la copa la tomamos aquí en el salón o en tu habitación?

¿Cómo en mi habitación? ¿Qué pretendes Juan?

Tu sabes que me gusta mucho la música ¿Verdad Quelita?... vete preparando esa copa y verás por que te digo esto.

Mientras Quelita preparaba las copas, marché a su habitación, levanté la tapa del piano y armonicé en él unos acordes de una canción francesa muy conocida el "Au claire de la lune...", y así me entretuve con esa y otras canciones hasta que apareció Quelita con las copas.

¡Juan! No sabía que supieras tocar el piano...

Yo sé tocar muchas cosas Quelita, mira, mira...

Seguí interpretando alguna que otra canción hasta que lo dejé. Cerré la tapa del piano, y tomando a Quelita por la cintura le dije:

Es obvio que no hemos venido a tu casa para que veas como toco el piano... brindemos.

Alzamos las copas, brindamos y bebimos...el trago fue profundo y sugerente debido al picor que producía la ginebra en mi garganta y a la cercanía de esa hembra maravillosa que tenía junto a mi. Dejé mi copa y la suya encima de la tapa del piano y acariciando su pelo y su cara le dije:

¡Queli! Ahora que te veo tan de cerca, me doy cuenta de lo espléndida y dulce que eres. Tenía muchas ganas de encontrarme contigo así, a solas...

No le dije más, le di un beso que ella no rehusó entreabriendo su boca recibiéndome ardorosamente. Nuestros labios se fusionaron como almohadillas, celosos los unos de los otros, y nuestras lenguas jugaron frenéticas intercambiando alientos, pasiones y sentimientos. Queli se colgó de mis hombros y mis manos repasaron presurosas el magnífico busto de sus caderas hasta posarse en sus nalgas apretándolas en la lascivia que exigían mis efluvios. Mi bragueta empezaba a abultar y a adquirir la calidez que me estaba provocando esa hembra. Nuestro beso, interminable, nos iba anestesiando de lujuria y placer... mis manos bajaron un poco más hasta levantar su falda y quemarse con la tersura de su piel y la incandescencia de sus nalgas, tiernas en su epidermis y macizas en su bravía.

La suerte estaba echada. Desenganché el pliegue y su minifalda cayó al suelo dejando a Queli con sus solas y sexys minibraguitas. La giré de espaldas y la hice apoyarse en el piano, Queli, para más anestesia, aprovechó para dar un gran trago a su copa. Bajé mis pantalones y mis boxers y encaramé la polla entre sus nalgas jugueteando al compás de mis embestidas. Mis manos fueron desabotonando su suéter, deshojando a esa rosa que escondía dos tesoros gemelos en el interior del sujetador. Metí mis manos en él y palpando y gozando del placer que me producían, saqué fuera sus dos enormes pechos y los sobé y apreté hasta en sus pezones provocando los efluvios de esa hembra que suspiraba y gemía ya en voz baja. Bajé una de mis manos y las introduje en el interior de sus braguitas acariciando el vello de su pubis y restregando su coño cálido y humedecido. Friccioné el clítoris y esa hembra que ya gemía descaradamente, me pedía más y más pasión.

Me desnudo por entero, y le quito a Queli la camisa. Parecía una puta violada. La siento en la cama y apoyándome en el piano pongo mi polla, dura e insultante, ante su cara y le digo:

Toma... chupa... chúpamela... mira como me la has puesto. ¿te merece?

Queli, caliente y salida como una puta, toma la polla en su parte baja, acariciando por un momento los huevos y se la encarama en la boca. Empieza a chuparla ansiosa y hambrienta. En pocos envites se la traga toda entera. Toda mi polla en su boca ¡Qué delirio! El placer que estaba sintiendo ante esa visión era indescriptible. Ya no veía a Queli, sino a una puta. Su cara se había transfigurado lujuriosa y viciosa. Se apoyó en mis muslos y en mis nalgas y tiró y tiró una y otra vez comiéndosela toda. ¡Cómo gozaba y me hacía gozar esa puta! Maravilloso ¡tremendamente maravilloso! La tomo por la cabeza y la empujo para que su ímpetu no decrezca, y ella insiste en sus deseos y en los mios. ¡Cómo me emboca la polla! ¡cómo me folla esa hembra por su boca!

Perdido de placer, la tumbo en la cama y me monto sobre sus tetas, y así, mientras mis huevos las rozaban, sigo dándole de mamar a esa puta. Ella, más estática, se apoya en mi culo y se deja follar por la boca, insigne y lujuriosa. Yo, jadeaba ansioso con cada mamada, ahhhhhh, ahhhhhh, ahhhhh... No quería perderme lo que estaba ocurriendo en su coño, así que le practique un 69 comiéndole el coño y el clítoris. Tenía los labios vaginales hinchados y enrojecidos, y era fácil adivinar su entrada porque ya se había corrido y humedecía mucho. Mi boca y mis bigotes acabaron mojados de sus orgasmos. Esa puta se estaba corriendo multiorgásmica. Al cabo de un rato me incorporo, la tomo, abro sus piernas y encajo mi polla en la entrada de su vagina. Esa puta iba a gozar del polvo de su vida.

La fui follando poco a poco, era estrecha recuerdo, y fui insistiendo hasta acabar por profundizarla casi hasta los huevos. Queli, puta y frenética, se aferraba con sus manos a mi espalda y a mis nalgas para que no dejara de follarla. Por fin, la pasión y la lujuria de los placeres del sexo se hacían realidad en su piel. Sus orgasmos era continuos y esto lo notaba en mi polla que resbalaba en su vagina más y mejor cada vez. ¡Que gozo! ¡Que gloria! Sacaba la polla de su coño y la volvía a meter una y otra vez perdiéndose toda entera en su interior. Un placer irrepetible. Cuando ya no puedo más saco la polla y derramo toda mi leche caliente entre los pelos de su pubis. Esa puta vuelve a ser Queli... exhala un largo suspiro de satisfacción y va restregando y palpando con sus manos toda mi leche derramada. Se mete un dedo en la boca y la prueba. Después me toma y me besa larga y profundamente en señal de agradecimiento. Me dice:

Que placer Juan... tú no sabes cuanto placer me has dado. Tu no sabes Juan... tú no sabes.

Exhausto de mi corrida y agotado por las embestidas, me tumbo en la cama al lado de Quelita. Ella, aún jadeante, me toma por la cara y sin dejar de darme besos me dice:

¡Que placer Juan! ¡Muchas gracias!... es la primera vez que hago esto Juan... muchas gracias.

Quedamos un rato los dos en silencio, mirando al techo, hasta que al final Queli, tomándome la polla que ya atenuaba en flacidez, sintiéndola como suya, me mira y me vuelve a decir:

Juan, tú me conoces. Sabes que no soy dada a esta clase de encuentros. Nunca me hubiera atrevido con un desconocido, pero tú eres un compañero de trabajo, nos conocemos desde hace años y será por eso que me he atrevido.

Te debo mucho Juan... me has tratado con dulzura y delicadeza en este acto y eso, pues... no sé como agradecertelo...

No digas nada Queli, no hay nada que agradecer –le respondo. Pero Queli insiste...

Sí Juan. Me ha complacido la manera como me has hecho descubrir estos placeres que me he negado a mi misma durante toda mi vida y... sí Juan me has follado muy bien... aunque estés casado, quisiera hacerte una proposición. Quisiera que me enseñaras a.... a.... a...

Quelita compungida, rompe a llorar y se refugia en mi hombro, diciéndome:

Sé que no te va a gustar lo que te voy a decir, lo sé, pero después de lo de hoy, no puedo evitarlo, Juan... no me puedo reprimir.

Venga Quelita, no llores, dime, cuéntame, y si te puedo ayudar, ten por seguro que lo haré.

Quelita, sin dejar de abrazarme y de darme besos, y sacando fuerzas de flaqueza me dice al oído, como temiendo que alguien pudiera oírla:

Juan, quisiera que me enseñaras a ser una puta... sí, una puta Juan, pero una puta para ti, solo para ti.

Antes de que pudiera contestar Quelita me besa en la boca, y ese beso me supo tan dulce y cariñoso que todo mi carácter altruista se vuelca con ella. Cuando tomamos oxígeno de ese beso, la separo y me la encaro. Quelita me mira con cierto temor ante mi respuesta. Y le digo:

Mira Quelita, escucha. Por todo el tiempo que te conozco, a ti y a tu manera de ser... a pesar de tu carácter impulsivo siempre te he apreciado y... además, a mi también me ha gustado esta sesión de sexo que hemos mantenido.

Te voy a enseñar todos los secretos del sexo... te voy a convertir en una puta para mi, a condición de que esto no trascienda ni se inmiscuya en el ámbito de trabajo. Esto no debe saberlo nadie, ni siquiera Rosarito, ¿me entiendes?

Claro que sí Juan –dijo Quelita mucho más animada- es precisamente lo que te iba a pedir. Que nadie sepa lo nuestro y te prometo no obstaculizar para nada la relación de trabajo que mantenéis Rosario y Tú.

Si no fuera porque estás casado, te pediría que te quedaras a pasar la noche conmigo...

Quelita me propina otro beso tan dulce y cariñoso como el anterior. Ya era tarde, me visto y me marcho a casa. Había sido una tarde repleta de acontecimientos, sentimientos, pasiones, todo... estaba muy satisfecho.

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El tiempo siguió su curso inexorable y efectivamente aquella tarde con Quelita no supuso cambio alguno en mis relaciones de trabajo con Rosarito, aunque entre ellas se sucedían esas pequeñas rencillas propias de dos mujeres altivas y dominantes como eran ellas. Los meses vencían y al término de los mismos los cheques que nos firmaba el director de la empresa por nuestro trabajo realizado era como para felicitarnos el cumpleaños, la Navidad y el próspero Año Nuevo, todo. La compenetración de trabajo entre Rosarito y yo era tal que el mes que no teníamos muchas incidencias, con casi la mitad del mismo solventábamos nuestro trabajo. Tanto es así que un buen día me dice Rosarito:

Juan, el trabajo de este mes lo tenemos prácticamente acabado... ¿Te parece que después de la comida vayamos a tomar una copa a ese pub tan rústico al que nos llevaste a Quelita y a mi el día de la mariscada?

¿Ese pub tan rústico...?

Sí hombre, acuérdate... ese que tenía un jardín tan bonito en su entrada y una discoteca al lado.

¿Ahhhhhhhhhh? Ahora me acuerdo. Vale, no hay problema, pero... ¿hay alguna razón especial? Te lo digo porque este pub queda fuera de la ciudad, un poco alejado.

Bueno, me gustó su decoración y su recogimiento... y además quiero comentarte algo en privado.

Acabada la comida, enfilo el coche en dirección a ese pub, y después de atravesar la frondosidad de ese jardín que lo ocultaba aún más bonito antes de anochecer, entramos. Como la vez anterior, no había nadie. Rosarito y yo gastamos algunas bromas y me la llevo a la máquina tragaperras, le pedo que me desee suerte, y ella participa en el ir y venir de las combinaciones que salían de esa máquina. Al principio empiewzo ganando algo, pero al final digamos que me quedo como si no hubiera jugado, sin ganar y sin perder. Fue la misma Rosarito la que me dijo:

Venga Juan, eso es un vicio que te va a sacar el dinero.

Sí es cierto -le dije- pero de alguna manera me entretiene.

¿Es que no te entretienes cuando estás conmigo?

Sí Rosarito, perdona, es una manera de hablar.

Nos sentamos, me relajo tomando esa copa...

Mira Rosarito que música ponen aquí. Esto que está sonando es Country Rock... son los Eagles "Hotel California"... y la canción anterior era John Denver. ¿Los conoces?

Sí –me respondió.

Bueno venga, dime Rosarito, cuéntame...

Verás Juan... yo no sé que relación puedas tener con Quelita, ni me interesa saberlo, pero veo que se insinúa mucho conmigo en el trabajo.

¿En el trabajo? Y fuera de él. Recuerda las discusiones que mantenías el día de la mariscada aquí, en este mismo pub. Yo no tengo ninguna relación con Quelita que sea de tu interés.

Pero es que después de observar las cortinillas corridas en el reservado de la discoteca de aquí al lado, y luego en mi casa que salí al salón con los cafés preparados y ni Quelita ni tú estabais en él, sino en el servicio, me pareció... no sé... pensé que posiblemente...

No Rosarito, todo lo que no afecte a nuestra relación de trabajo, a la tuya y la mía me refiero, no tiene porqué preocuparte.

Vale, de acuerdo Juan, tienes razón, eso no debiera importarme, pero mira lo que te voy a decir:

o Desde que te conozco que me pareces una persona honesta, muy cumplidora en el trabajo y te he cogido cariño. He compartido tus problemas cuando tu mujer dio a luz y esto pues me hace creer que puedo depositar mi confianza en ti, no solo como compañero de trabajo sino también como amigo... ¿Qué dices a esto?

Sí efectivamente así es Rosarito. Te tengo ese mismo afecto y cariño del que hablas. Puedes considerarme tu amigo.

Gracias Juan, lo sabía... sabía que podía contar contigo.

o Mira Juan, resulta que desde hace algún tiempo la relación con mi marido se ha deteriorado y venido a menos. Hace tiempo que no mantenemos relaciones sexuales, creo que voy a pedir nuestra separación... y compartiéndote todos los días como te comparto y viendo tu manera de manifestarte ante los demás no sé si pensar que eres una persona promíscua.

¿Yo promíscuo? Según cómo y de qué manera... ¿Tú quieres que lo sea?

Yo no he dicho eso Juan, pero bueno dejémoslo... vayamos a la discoteca de aquí al lado y escuchemos un poco de música más animada que la de aquí.

Pagamos, salimos del pub, ya había anochecido, y hacía un frío espantoso. Cogí a Rosarito del hombro y ella a mi de la cintura, y así, acurrucados el uno en el otro llegamos hasta la discoteca. En la puerta de la misma decía "Cerrado por descanso semanal"... ¡Vaya putada! Nos refugiamos en el coche, en el que también hacía frío. Puse el aire caliente, tomé a Rosarito por su manos y mirándola a los ojos le dije:

Rosarito, puedo entender todo lo que me has dicho en el pub y sí, efectivamente, soy tu amigo... ¿si te puedo ayudar en algo?

Juan, tú no te haces una idea de cómo lo estoy pasando, procuro disimularlo en el trabajo y en mi relación con los demás, pero necesito confiar en alguien, contárselo, desahogarme... y ahora mismo tú eres esa persona. ¿No sé si me entiendes?

Cuando me hablaba sus palabras parecían quebrarse en el dolor y sus sentimientos y desdichas afloraban en su cara dibujando en ella su tristeza. Parecía que sus ojos me llamaban pidiendo mis caricias y que su cuerpo me rogara que le diera vida. Enternecido ante sus palabras y como un verdadero amigo, atajé su suplicio rápidamente. Acaricié toda su cara hasta su barbilla dulce y cariñosamente, y mis labios se fusionaron con los suyos revirtiéndole con ellos toda mi amistad y cariño.

Con el aire acondicionado, la temperatura del coche había dejado de ser fría y se había templado. Le quité el chaquetón, yo me quité el mío. Recliné el asiento de Rosarito hacia atrás, me eché sobre ella, levanté su falda y así, sin desnudarnos más, acoplé mi pene a su vagina apartando sus braguitas. Y partir de ese momento con mi boca y con mi pene le demostré a Rosarito la amistad y el cariño que sentía por ella.

Rosarito no decía nada, jadeaba y gemía de satisfacción mirando al techo del coche. Mis embestidas e impulsos eran tales que el cariño que sentía por ella la quiso hacer toda mía en ese momento. Eché brazos abajo su suéter y desabroché su sujetador por detrás. Me encontré ante unos pechos tan diminutos como sensuales, por provenir de ella y no de otra mujer. Los besuqueé con toda la dulzura que esa pequeña diosa se merecía de un amigo, estaban calientes, muy calientes y deseosos. Mis labios y mi lengua circundaron esa pequeña orla que decoraba sus pezoncitos enhiestamente puntiagudos. Mi boca y mis labios se posaron en ellos suavemente y los chupetearon y cosquillearon hasta oírla gemir en sus pasiones.

No hablaba, no iba a hablar como Quelita, quería disfrutar en silencio de mis ardores, y sentirme suya, más suya que nunca... sí, de su vagina empezaron a desprenderse los clamorosos efluvios líquidos que me dedicaba. Sí, todo un ejercicio de cariño, pasión y necesidad, que se manifestaba de manera sexual. Nunca tuve una relación sexual tan especial como la de ese día. Cuando ya no pude aguantar más y sus gemidos se fusionaban con los míos, saqué mi pene de su vagina y lejos de eyacular sobre su cuerpo, como si de una puta se tratara, expulsé mis pasiones sobre las alfombrillas del coche, y así estuve eyaculando hasta que mi pene exhaló su último suspiro. Acabado esto, Rosarito me tomó por los hombros y alzando mi cabeza me dedicó una mirada sublime... y sin pronunciar palabra me dio un beso en los labios que me enterneció profundamente. A partir de ese día Rosarito iba a ser para mi, "mi Rosarito", mi "Sarito".

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Se aproximaban las navidades y en el trabajo se debatían y conjeturaban comidas, cenas y otros eventos entre compañeros. Y en ellos siempre quería contar con mi "Sarito", ella se manifestaba de igual manera, también contaba conmigo en esto...

Juan, ¿asistimos a este...? ¿no asistimos al otro...? ¿qué te parece?

Toda una relación de amistad había nacido entre Rosarito y yo. Y con esto parece que está todo dicho y que, colorín colorado, este cuento se ha acabado... pero no, ocurrieron más cosas, con Rosarito y con Quelita... cosas que os contaré en el próximo capítulo. No os lo perdáis.

FIN