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ANGELINE: ¿Sueño o realidad?

en Hetero: General

ANGELINE: ¿Sueño o realidad?

Habían pasado cuatro años desde nuestra relación. No la había vuelto a ver, no sabía nada de ella, todo aquello se había disipado con el tiempo... ¿O tal vez no? Pues no, Yo seguía soñando con ella, imaginándola entre mis brazos, abrazándola, adorándola. Su cara de chiquilla reaparecía cada noche desde el abismo de mis ilusiones,  sonriéndome, latiendo en mis pensamientos haciéndome perder el sueño y mis sentidos.

Ella, por aquel entonces, contaba con 32 años, pero aparentaba muchos menos, yo tenía unos cuantos más que ella. Lo nuestro podría decirse que fue un flechazo, todo fue muy rápido y vertiginoso. Recuerdo la primera vez que me cogió de la cintura diciéndome: Hola, ¿qué haces? Su cara y su sonrisa me prendieron y el brillo de sus ojos dictó mi sentencia. Pues adorarte, chiquilla, le dije. Nuestras miradas se cruzaron y el fuego de nuestros sentimientos brotó en nuestros labios fundiéndonos al rojo vivo.

Su mirada, benévola y complacida. Su sonrisa, reclamando deseos, y sus manos siempre inquietas sobre mi cuerpo. Y en la primavera más dulce de nuestro encanto, mientras mis manos atesoraban su cintura para hacerla mía y sus brazos colgaban de mi cuello, con nuestra pasión lográbamos detener el tiempo y rescatarlo solo para nosotros. Nuestras ropas caían y se desprendían incandescentes, nuestras mentes volaban en pos de un frenesí que ni el agua de la ducha que se filtraba entre nuestros cuerpos podía frenar ni reconfortar. A esa chiquilla la adopté en mis pensamientos y en mi alma.

Nuestros corazones se aceleraban. Podía sentir sus latidos y ella los míos. Éramos dos en uno, compartiendo sudores y jadeos. Por las noches remontábamos el vuelo de los vientos y hacíamos amanecer el alba saludándola a medio camino de nuestras pasiones. Y cuando el tiempo y el espacio dibujaban una misma línea alcanzando el Edén, cogidos de la mano rendíamos tributo a nuestro más merecido sueño.

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Habían pasado cuatro años de todo aquello y mi alma aún volaba a su lado. Angeline, seguía en mis sueños y en mi vida. Me recluí en mí mismo, trataba de buscar lugares apartados y tranquilos para dar rienda suelta a mis pensamientos. Parques solitarios cuya arboleda se hacía cómplice de mi ensoñación.  Lecturas relajantes que me provocaban mil y un pensamientos con ella. Acabé abriendo mis exclusas y deshaciéndome del lastre y aparejos personales para poder navegar mejor con ella y en torno a ella. Me acostaba desnudo completamente y mis sueños provocaban efluvios entre mis piernas que acababan sollozando blanca nieve, desgarrados y lastimeros.

Llegado el verano, me proveí de esos libros que enternecen el alma y suplican al corazón un esfuerzo mental para perderse en su lectura. Me grabé un buen montón de temas en mp3, todos ellos melódicos y evocadores, y me perdí en la búsqueda de una playa solitaria, alguna cala olvidada y huidiza, a la que pudiera raptar para ella y para mí, solo para los dos, hasta que la encontré.

Era una zona escarpada de rocas, tenía que descender una pendiente con cuidado para no malherir mis pies con sus salientes, hasta alcanzar la arena húmeda que poblaba su orilla. Allí depositaba mis alforjas. Me desnudaba, una gorrita, unas gafas de sol, el aparato mp3 en mis orejas y un libro ante mis ojos. Y acto seguido una ensoñación en la lectura y en la música pensando en ella. El sol batía despiadado en esa época del año. Cuando me cansaba de leer y de oír música, me quitaba los auriculares e intercalaba una foto de Angeline en el intervalo de lectura donde me había detenido.

Gozaba del murmullo de las olas, que parecían hablarme y musitarme al oído su recuerdo. Mi vista se perdía en el firmamento, esperando ver su cara y su sonrisa. Y así me iba frotando el pene, envarado y enhiesto por el calor del sol y mis pensamientos, hasta agonizar glorioso sobre mi barriga. Entonces me levantaba y me daba un agradable baño que me reconfortaba. Salía del agua, me dejaba secar al sol y mordisqueaba los bocadillos que había traído en mis alforjas, satisfecho y gozoso. Esa cala solitaria se había convertido en mi preferida y ese verano en el mejor de los últimos años. Iba todos los días y siempre se repetía lo mismo. Y siempre estaba solo, nunca nadie, esa cala parecía ya de mi propiedad.

Uno de esos días, cuando descendía la pendiente escarpada de esa cala, me pareció  divisar a lo lejos alguien dentro del agua. Agucé la vista, no lo veía bien, el sol me daba de pleno en los ojos. Me puse las gafas y atisbé de nuevo. Sí, había alguien. Ese día la cala no iba a ser toda para mí. En la orilla, sobre la arena, había una toalla extendida y las ropas de alguien junto a esa toalla. Acabé de bajar la pendiente y extendí mi toalla a pocos metros de la que allí había. La cala era tan pequeña que se hacía difícil no compartir cierta intimidad y cercanía con quien allí hubiera. Me desnudé, me puse el mp3 en las orejas y esperé.

Nervioso, encendí un cigarrillo deseando que quien estuviera dentro del agua saliera cuanto antes e hiciera acto de presencia. Sólo veía una cabecita pequeña que entraba y salía del agua jugueteando con ella, buceando y gozando de su frescor. Esa persona también había advertido mi presencia y no comprendía cómo tardaba tanto en salir. Cuando el cigarrillo que fumaba estaba tocando a su fin, esa persona emprendió su camino de regreso hacia la orilla. Era una mujer, estaba desnuda, lo advertí por las curvas de su cuerpo. Sus caderas emergían voluptuosas, cual diosa surgida del Olimpo de las Aguas. Su figura se veneraba en el torso con unos pechos no muy grandes pero sí generosos y esbeltos, invictos a la gravedad. Movía sus piernas con poderío sobre las aguas, y entre ellas se cobijaban depilados y majestuosos, sus más dulces tesoros.

Mi pene se erigió prepotente ante esa visión, no me importó. Seguí observando hasta hacer patentes y visibles las facciones de su cara, que aparecía medio oculta entre su cabello mojado y goteante. Cuando pude verla bien y reconocerla mi corazón dio un vuelco. No era posible lo que estaba viendo, creí soñar, preso de la locura de mis pensamientos. A medida que se acercaba comprobaba que no soñaba, que no me equivocaba, era ella. Me levanté rápido, tomé una de sus toallas y salí a su encuentro, y allí en la misma orilla tuvo lugar...

-          ¡Juan, que sorpresa!

-          ¡Angeline, mi vida... ¡ ¿Qué haces aquí?

No hubo más palabras, nuestros cuerpos se pegaron y nos fundimos en un dulce beso. Mis manos acariciaban todo su cuerpo desnudo y sus brazos volvieron a colgarse de mi cuello como sucediera antaño. La ayudé a secarse y después nos sentamos en nuestras toallas, ya más próximas, y le dije:

-          Angeline, ¡Cuánto tiempo!

-          Sí, he estado fuera, fuera del país.

-          ¿Y tú que tal Juan?

-          Me he separado y ahora vivo solo para mí.

-          Yo también he dejado a mi pareja, mi vida es toda mía ahora.

-          Juan, tumbémonos y disfrutemos del sol ¿Te parece? Luego habamos.

-          Sí claro Angeline.

-          ¡Angeline! ¿Permites que tome tu mano como en los viejos tiempos?

-          Claro Juan, tómala.

Nos tumbamos, cerramos los ojos y dejamos que el calor del sol veleidara nuestros cuerpos. El contacto de mi mano en la suya enardecía mis recuerdos. El sol atacaba duro, sudaba, y por un momento creí delirar...

-          ¡Angeline, Angeline! Tú no sabes... ¡cuánto tiempo!

-          Te he echado mucho de menos todo este tiempo, tú no sabes...

-          Sí, Juan, dime, no te detengas.

-          Si tu supieras de mis noches... pensando en ti, deshaciéndome con tus recuerdos. Rozando el infinito con mis manos... sobre mi cuerpo.

Con los ojos cerrados mientras musitaba, noté como sus manos se posaron en mis genitales y recorrieron todo mi pene duro y tieso hasta la barriga.

-          Sigue Juan, sigue... no te detengas.

-          Tú no sabes como se abrían los poros de mi cuerpo pensando en ti, y mis manos se aferraban desesperadas al testigo más gozoso de nuestras pasiones hasta demolerlo.

Sus manos empezaron a masturbar mi pene en una sutil danza que se aceleraba con mis palabras.

-          Tú no sabes como plañía lastimero por sentir el gozo de tus escozores. Por sentirte cerca, por amarte y desarmarse en tus entrañas. Por pertenecerte.

Angeline abrió sus piernas y se montó sobre mí. Encajó mi pene en su vagina y empezó a tirar de mi grupa cabalgándome como una amazona. Mi pene acusó su envite con placer, con mucho placer. Abrí los ojos asombrado del enorme placer que estaba sintiendo y no, no era un sueño, allí estaba Angeline, cabalgándome furiosa, mirándome a los ojos mientras mi pene entraba y salía de su vagina acordando sus placeres con los míos.

Angeline sudaba, gemía y yo también. Mis manos acariciaban su cuerpo y se quemaban en la pasión y en la lujuria de sus contoneos. Su cuerpo inclinado sobre el mío prendía en mi boca sus pezones, dos cerezas que chupaba y mordisqueaba hasta sorberles la hiel. Nos revolcamos furiosos en la arena, forcejeando en nuestra lujuria. Sus labios volvieron a ser míos después de cuatro años, sus caderas se movían voluptuosas mientras mi pene volvía a hacerse dueño de sus entrañas y nuestras gargantas entonaban al unísono un canto melifluo y desacompasado que estalló en gemidos cuando mi ardiente calor se derramó en sus tesoros. Suspiramos, jadeamos hasta sudar exhaustos el sol del mediodía. En aquellos momentos nada nos consolaba más que una sombra o un cobijo. Nos derretíamos del calor de la pasión y del aquelarre del sol en nuestra piel.

-          ¿Te llevo a casa Angeline?

-          Bueno, solo hasta la carretera general, vivo cerca de aquí.

Nos vestimos, recogimos nuestras cosas y subimos esa pendiente rocosa; ella delante y yo detrás ayudándola en su ascensión, con tan mala fortuna que una de mis chancletas se salió del pie y sentí un dolor desgarrador.

-          ¡Arrrrrgggghhhhh!

-          ¿Qué ocurre Juan, que te ha pasado?

-          Me he cortado con el saliente de una roca, me duele muchísimo.

Acabamos de escalar la pendiente, y ya en su cima, vimos que del talón de mi pie derecho goteaba sangre.

-          Me duele muchísimo Angeline... me escuece, arrrrgggghhhhh!

-          Tranquilo Juan, ya me ocupo. Estamos cerca de mi casa, tranquilo.

Angeline lió mi pie con la toalla para detener la posible hemorragia. Subimos al coche, traté de ponerlo en marcha pero me parecía imposible. Cada vez que hacía presión sobre el acelerador el dolor me desgarraba, y la toalla se iba volviendo cada vez más roja empapada con mi sangre. Me entró un mareo, de repente mi vista se volvió turbia y arenosa... creo que perdí el conocimiento.

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Cuando abrí los ojos me encontraba en casa, en mi dormitorio. No sabía cuanto tiempo había pasado ni cuantas horas había estado durmiendo. Solo me acordaba del dulce sueño que había tenido con Angeline, con mi Angeline. ¡Gozoso! ¡Maravilloso! Como para volver a dormir y volverlo a soñar. Una noche más había soñado con mi amor de siempre, y eso me ayudaba a encarar el nuevo día. Me sentía lúcido y satisfecho.

Me incorporé para ir al servicio, y cuando puse los pies en el suelo... Ahhhhhhhhhhh, note un dolor en el talón del pie derecho. Buffffffffffffff, me senté sobre la cama y lo observé. Tenía un corte severo que empezaba a cicatrizar. No daba crédito a lo que estaba viendo. Me levanté y a la pata coja recorrí el pasillo hasta llegar a la galería, abrí el cesto de la ropa para lavar y allí estaba... había una toalla teñida de rojo. No podía creer lo que estaba viendo, ni por un momento imaginarlo siquiera... todo había sido un sueño, o ¿Acaso estaba perdiendo la razón?

Desde la galería me pareció oír sonar el teléfono móvil. Apesadumbrado y molesto por la situación, volví a recorrer el pasillo a la pata coja y tomé el teléfono, sin ni siquiera mirar quien me llamaba, cabreado como estaba lo accioné y dije:

-          Sííííííí

Una voz femenina, que rezumaba alegría y jovialidad, pronunció estas palabras.

-          Juan, soy Angeline... ¿Cómo está tu pie? ¿Puedes andar? ¿Qué tal si nos vemos hoy?

Mis ojos se abrieron como platos, el teléfono se desprendió de mis manos cayendo al suelo, mientras por mis mejillas resbalaban lágrimas de felicidad.

FIN.