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Silvia lo sabe

en Hetero: General

SILVIA LO SABE

Silvia lo sabe.. sabe que Luca se pincha ahora... Silvia quizás, se acuerde de Luca ahora... Silvia lo sabe, sabe que Luca está en casa amandooooooo...

*La sinopsis de este relato no obedece a los acontecimientos que se desarrollan en el mismo, sino a los que se sucederán en el segundo capítulo, porque este relato, aunque sólo y unívoco en su concepción, ha de considerarse como introducción a los dos capítulos que le siguen. El segundo capítulo considerémoslo con el nudo, duro y trágico, en el que la droga hace su aparición de manera cruel y despiadada... y el tercero y último, tan autónomo e independiente como este primero, es el desenlace, tan asombroso y sorpresivo para los lectores como para mi mismo. Estas son las sorpresas que nos deparan a los escritores cuando obedecemos al libre dictado de nuestra inspiración.

Rendíamos culto a nuestros veintitantos años, con ese gracejo y desenvoltura que tildaba a los jóvenes de abiertos, rebeldes y recurrentes ante el sistema. ¿Nuestra bandera? El amor libre ("make the love not war"), la música (el rock en todas sus formas de expresión) y la lectura de aquellos libros que aventuraban un futuro más libre y menos comprimido que el que vivíamos. Apareció la informática y el fenómeno de Internet, y hubimos de cambiar las flores y las poesías de papel, por las pantallas de ordenador, rendidos a la manipulación de nuestros elementos más básicos de expresión. Y ante esto ¿qué nos quedaba?...

La conocí en el último año de carrera, empresariales y dirección de empresas, era como una gacela, grácil y estilizada... ya la conocía de vista y me encantó desde el primer momento que la vi. Ese año, coincidíamos en muchas clases y eso me dio opción a acercarme a ella. Silvia físicamente representaba un torrente de pelo dorado, que caía dulce y espontáneo sobre su espalda. Sus ojos, azules de cielo raso, inquietos y juguetones, acaparaban el pedigrí y la prestancia de su imagen. Su cuerpo, aunque de pecho corto, poco hinchado y diminuto, se proseguía con unas curvas sinuosas y un culito respingón, que despertaba las veleidades y las sugerencias más lascivas de aquellos ojos que lo contemplaban. Su carita, dulce de niña pequeña, incitaba al deseo y a la adopción gratuita del cariño más libre y desinteresado que se pueda pensar. Sin embargo, de su interior parecían manar actitudes beligerantes y contestatarias ante los acontecimientos de su vida universitaria y privada, y así congregaba adeptos, compañeros de clase, que asentían y aplaudían sus agallas. Una dulzura visual que arrebataba al oírla hablar. Cuando lo hacía en clase, alzaba la voz, y sus labios se resolvían sinuosos, lascivamente atractivos en sus palabras para más énfasis y razón de sus dichos, y para mayor delirio de la obscenidad interior de sus oyentes y espectadores.

En los encuentros extra universitarios, me infiltré en un grupo de compañeros que trataba de veleidarla y compartirla. Y así fue que la fui conociendo. Recalábamos en pubs en los que Silvia, envuelta en alcohol, se deshacía en mítines obsesivos hablando acerca de las libertades y otros remedios posibles a los que el sistema no accedía. Luego aparecían los porritos y así se compartían para al final, acabar flotando en el ambiente de una música relajante como ¿para dormir? No, Silvia no quería dormir. Llegados esos momentos Silvia elegía a dos o tres compañeros y desaparecía del pub. La orgía esa noche estaba más que asegurada.

Yo me sentía infinitesimalmente pequeño ante ella y ese grupo de compañeros. Pero a pesar de eso, sólo de oírla hablar y expresarse, sentía un cariño y un interés hacia ella que veleidaba mis noches de insomnio. ¿Cuántas noches no habré pensado en ella con mis manos aferradas a mi pene duro y empalmado? Y todo eso, impregnado del cariño y el incipiente amor y admiración que le profesaba en mi interior. Casquivana y odiosa es la mente cuando se forja castillos en el aire, de ilusiones y deseos que... ¿quién sabe si se cumplirán?.

Y así se sucedían estos encuentros, hasta que en uno de ellos, en el que eran pocos los compañeros que la compartíamos en ese pub, y en el que vino Silvia a sentarse a mi lado, aproveché para exhibir ante ella mis conocimientos musicales, y de paso le trasmití mis efluvios varoniles mas íntimos y directos. Silvia, tan conspícua y desenvuelta, ante mis palabras, por un momento dejó de beber... dejó de fumar esa hierba que tanto le encantaba y, ... me miró directamente a los ojos, tan asombrada como receptiva de mis palabras. Después me ofreció de esa hierba para que su boca y la mía la compartieran. Y así anduvimos toda la noche, enjugando la sequedad que producía con combinados de alcohol. Yo estaba extremadamente contento de ver que Silvia por una vez se había fijado en mi y se había propuesto que yo fuera su veleidad aquella noche. Me hablaba de un sinfín de cosas y yo parecía no escucharla embelesado por el movimiento de sus labios, y así me mortificaba en mis ansias. Una niña tan dócil y tan gentil como me parecía, que me deshacía con sólo verla hablar.

Cuando nos hartamos de beber y fumar, y la madrugada imponía sus criterios de cansancio y fatiga a los atrevidos transgresores de ella, recogimos velas y nos marchamos. Silvia proclamó a los compañeros que se marchaba a casa fatigada, y que yo la iba a llevar con mi coche. Algunos de ellos mostraron su cara de insatisfacción, porque pensarían follarla, enjugándose con ella hasta el amanecer.

Salimos, montamos en el coche y Silvia me dijo:

¿Vamos a tu casa o a la mía? ... Lo que prefieras...

La miré con cierto asombro ante su pregunta, y en fracciones de segundo reconstruí todas las ilusiones que mi imaginación se había forjado con ella, y preferí que fuera en mi casa donde mejor pudiera hacerlas efectivas.

Mejor vamos a mi casa... Silvia –le dije mirándola, abarcando con esa mirada todo el mundo de mis sentimiento, y de su cuerpo.

Durante el trayecto, Silvia empezó a liar un cigarro con esa hierba de marihuana de su preferencia. Le pedí por favor que no lo hiciera que no quería tener el coche ambientado con humos de esa clase. Silvia, no sé si fue por la energía de mi petición o por la veleidad que sentía por mí esa noche, dejó de liarlo...

En casa lo lías y lo fumamos, tengo aire acondicionado...

Cuando llegamos a casa le procuré el salón, todo para ella... le dije que liara ese porro y le serví un cuba libre más, añadido a los numerosos que había tomado esa noche, mientras marchaba al servicio. Cuando regresé al Salón Silvia se había quitado la ropa, indumentada solo con el sujetador y un liguero a juego en color fucsia que inundaba de lujuria mis ojos. Me ofreció el porro que se había liado, me dio a beber de su cuba libre y juntando su cuerpo con el mío me dio un beso en los labios incitándome a compartir sus deseos sexuales. Mientras bebía me desabrochó los botones de la camisa hasta quitármela entera. Besó mis pectorales como una loba lasciva poseída por el deseo y la lujuria. Después manipuló en la correa de mi pantalón con cierto apuro debido a su estado ebrio y excitado... la tuve que ayudar. Me bajó los pantalones y los boxers, acarició mi polla tremendamente empalmada, y me la sobó de arriba abajo. Y mientras yo seguía bebiendo de su cuba libre, me hizo una mamada dulce y sutil que abarcó toda mi polla hasta los huevos... así de primeras. Toda una mamona viciosa. Me sentí rendido ante los efluvios de su mamada.

Después se tumbó en el sofá del salón, y abriendo sus piernas como una coneja, me ofreció su coño depilado y me pidió que se lo comiera hasta hacerla hervir en frenesí... me dijo que lo necesitaba... y yo, loco y deshecho de verla me rendí y me perdí en medio de sus piernas, desatándome en lujuria y pasión, comiéndole el coño, rasgando en su clítoris con mi lengua, con todo... el delirio pasional me invadía... no podía evitarlo, no podía dejar de comerle el coño como se lo estaba comiendo. Me mostré como un semental ante ella. Le comí el coño hasta oírla gemir enloquecida..Mi lengua, frenética y ebria como yo estaba, le rasgaba el clítoris a unas velocidades de vértigo que nunca imaginé. La nena gritaba enardecida con gritos de pasión que me estremecían en mis deseos, y me pedía más. Y yo, tan profano y neófito ante sus deseos, me esforzaba en su redención y la mía por complacerla. Y cuando de esas mamadas y fricciones ya estábamos exhaustos. Tocó follar... toco follarla. No había que tocar a la puerta ni pedir permiso... sus labios vaginales, enrojecidos y abiertos daban pasaporte a mis locuras. Llevé a silvia a mi dormitorio... solo una lamparita de tenue luz, para que uno pudiera ver donde metía la polla. Y allí fue donde la follé, con toda mi polla cargada de sentimientos, soliviantando su coño todo él lujurioso y vicioso de mis ardores.

La masacré, estaba tan salido que mi polla penetró en su coño más de lo que esperaba, y así, la embestí una y otra vez vendiendo mis sueños e ilusiones con ella a la veleidad y lujuria que me ofrecía y que me deshacía en aquellos momentos. Silvia estaba inmensa, parecía una puta a mi servicio, y así se abría de piernas y así abría su boca pidiéndome más y más a mis labios y a mi polla. Me sentí tan herido como gozoso de los pecados de Calígula en mi cuerpo... yo no era emperador de Roma como él, pero sí de esa niña esa noche. Y cuando el pedigrí del deseo y mis ansias y las suyas, desatados en la pasión y el vicio que nos provocaba, se manifestaron bravos y ecuestres, mis pasiones se vertieron espontáneas, lechosas y calientes ante su boca abierta y suplicante, ante su cara y sus senos rendidos a mis explosiones sexuales. Me corrí ante su boca, que tragó y deleitó mis esencias, ante su cara que se dibujó tan puta como infame, y ante sus senos que se irguieron e hincharon en sus pezones ante el calor de mis más lujuriosos vicios.

Con ese encuentro parecía haber tocado fondo... parecía haber llegado al techo de mis pretensiones... pero no, yo quería más... quería decirle lo mucho que la quería... lo mucho que deseaba hacerla mía. Pero no hubo tal, Silvia estaba muy ebria y yo, la verdad es que también. Caímos exhaustos en la cama y dejamos que la madrugada alcanzara el alba, así... durmiendo, sotragando la resaca de tan furiosa noche, al día siguiente, cuando despertamos, bueno, cuando desperté porque Silvia seguía durmiendo a pierna suelta, la mañana ya estaba avanzada... los rayos de sol se infiltraban duros y desafiantes a mis ojos vidriosos y resacosos, a través de las rejillas de la persiana. Me dolía la cabeza... la resaca me cabalgaba y superaba, de manera atroz y desmedida. Me levanté, bajé totalmente la persiana para evitar el sol que me molestaba y me volví a acostar. Silvia dormía plácidamente, desnuda... mis ojos adoraron su cuerpo rindiéndole el cariño que desde hacía mucho tiempo moraba en mis pensamientos. Mis labios resbalaban amorosos sobre sus hombros, su espalda... y mi polla, sensible a estos efectos, se envaró tiesa y dura, rozando sus nalgas y sus muslos. Levanté una de sus piernas y metí mi polla entre ellas gozando de su calor benigno, mientras seguía adorándola en un vaivén unísono de ilusiones que merodeaban en mi mente, persiguiéndola en mis pensamientos hasta hacerla mía, recorriendo su epidermis con mi lengua.

Me volví loco en mis ensoñaciones... ajusté mi polla entre sus labios vaginales y empecé a apretar, suavemente, para no despertarla, una y otra vez ahondando centímetro a centímetro en su vagina. La excitación y el placer que sentía eran tremendos. La estaba poseyendo a mi modo y manera, sin alcohol y drogas de por medio, y esto me llenaba de gozo. Ella musitaba en sueños vocablos ininteligibles, y abría las piernas para que la profundizara mejor y más profunda. Mi polla, toda entera, ya vivía en sus entrañas, y mi placer y mis jadeos se mezclaban con los maullidos de ella, toda una gatita caliente. Cuando el orgasmo me sobrevenía, la pulcritud de mi amor por ella me prohibió que la manchara con el pecado de mis vicios. Saqué mi polla de sus entrañas y aguantándola en mis manos me fui al servicio... puse el calentador a tope de agua caliente. Me planté en medio de la bañera y me dejé sofocar por el calor del agua que fluía caliente del teléfono de la ducha. Me lo apliqué a la polla y a los huevos , y así, sin dejar de masturbarme me corrí pensando en ella.

Salí de la bañera para higienizarme, mientras el agua seguía fluyendo y la bañera se iba llenando. Y así, sumido en mis pensamientos y en mi feliz corrida, me introduje de nuevo en la bañera y me sumergí en su tibieza, reconfortándome y relajándome con ella. Aquella había sido una jornada tan dura como placentera, digna del recuerdo. Cerré los ojos y me dejé mecer por las turbulencias cálidas del agua en sus borboteos. Y así pasó un tiempo que no sé definir, tal vez minutos, no sé cuantos serían... hasta que el sonido del descorrer de las cortinillas de la bañera me despertaron a la realidad. Y allí estaba Silvia, toda desnuda, incólume... todo lo más parecido a una diosa venida del Olimpo a exacerbar los instintos terrenales de los humanos mortales.

¿Puedo compartir tu baño? –me pidió toda melosa.

En mi mente cabalgaban caudalosos todos mis efluvios cariñosos y amorosos hacia ella. Me incorporé, y así le dije:

Claro que si.

Silvia tomó el jabón y el gel y se untó de ellos proclamándose lasciva en sus manoseos. Sus manos se abrazaban gozosas a sus pechos, empapándolos de jabón de manera lujuriosa y lasciva, hasta mostrarme la plenitud hiriente de sus pezones puntiagudos... el relax y el confort del que estaba disfrutando desapareció ante esas visiones. De sus tetas pasó a su pubis, y allí Silvia bien se ejercitaba con sus manos... parecía que se estuviera masturbando en su plenitud y soledad, pero no, yo estaba allí viéndola... mi polla buceaba bajo el agua como un submarino, y empezaba a engordar y a hincharse... Después, dándome la espalda, se enjabonó sus nalgas y el culo contoneándolo como una puta cabrita desvariada, para provocar mis delirios. Mi polla, dura y envarada, emergía como un periscopio fuera del agua. Ante la morbidez ovalada y perfecta de sus nalgas no me pude aguantar... esto me superaba. Las sobé con mis manos hasta el delirio... y así aprovechó Silvia para tomar mi polla y encajarla en su vagina. Y así, casi sin darme cuenta, me encontré a mi polla follando el coño de Silvia que saltaba en ella una y otra vez.

Me había corrido hacía muy poco, Silvia no lo sabía, y el castigo tan dulce y sensual al que me estaba sometiendo me hizo exclamar...

-- NOOOOOOO, MÁS NO, BIEN............ (tal como le dijera Jane Birkin a Serge Gainsbourg en su famosa canción "Je t’aime, moi non plus"... http://www.youtube.com/watch?v=UwILmkpNv6A )

FIN... del primer capítulo.