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Arturo y Sandra, hacia el intercambio

en Hetero: General

 

 

Introducción.

Conociendo a los personajes.

 

-Arturo... Deja el ordenador y vente a la cama que ya es muy tarde.

Mientras mi esposa Sandra me decía esto, de pié detrás del sofá donde yo estaba sentado, me acariciaba el cuello y masajeaba mis hombros. Tenía el portátil apoyado en una pequeña mesita auxiliar de la tienda sueca, sí de esas que parecen de papel, que sólo sacaba cuando escribía. Era mi pequeño ritual, ahí escribía mejor que en ningún otro sitio.

-Dame unos minutos que acabo esto y cierro.

-Sé como son tus minutos –dijo mientras me desabrochaba la camisa y deslizaba sus manos para pellizcarme los pezones, dándome besos y mordisquitos en el cuello.

¡Como me conocía!, cuando bajó sus manos hasta mi vientre y me rozó con sus pechos en el cuello, ya era incapaz de negarle nada.

Apagué el ordenador y me llevó de la mano hasta el dormitorio, donde se dejó caer en la cama. No pude dejar de maravillarme de lo mucho que me gustaba, a pesar de llevar viéndola más de media vida, nunca me cansaba de esta morenaza de ojos negros. A sus treinta y cinco años conservaba el espíritu y la libido de una colegiala morbosa. No sé para qué se compraba los camisones y ropita sexy para dormir, si luego decía que le picaban y salvo noches especiales, acababa poniéndose siempre mis pijamas de algodón, que le venían grandes pero con los que decía que estaba comodísima.

-¿Qué va a querer mi zorrita esta noche? –Susurré mientras me iba quitando la ropa.

-Ya sabes lo que quiero. –me dijo quitándose el pantalón del pijama y las braguitas.

-¿No te cansas siempre de lo mismo? –pregunté, aunque sabía la respuesta.

-No cariño, ven y haz lo que mejor sabes hacer.-dijo mientras tumbada de espaldas, abría las piernas y las flexionaba ligeramente.

No me hice de rogar, puse mi cabeza entre sus piernas y abracé sus muslos, miré ese clítoris rosado que me saludaba, y evité tocarlo mientras mi lengua recorría toda su periferia, ella se movía intentando acercarlo a la punta de mi lengua cuando pasaba cerca, pero yo lo evitaba, alejándome hasta su vientre, bajando hasta sus muslos, subiendo hasta sus senos a veces, pero siempre volviendo al centro del placer, sin rozarlo siquiera, como si fuera un territorio prohibido. En un juego que hacía que nuestra excitación fuera subiendo y subiendo, retardando el momento, negándole el roce que su cuerpo me pedía. Así hasta que ella no pudo más y tiró de mí para que la penetrara.

-AHORA, VEN, VEN.

Y yo fui como un corderito al matadero, y hundí mi pene inflamado en ese coño jugoso y caliente que llevaba tiempo esperándome, mientras ella no dejaba de pedir más.

-Fuerte, más, más.

En cuestión de pocos segundos ella ya arqueaba la espalda y me abrazaba con sus piernas con fuerza, aprisionando mi polla aún erecta, mientras con sus manos apretaba mi culo contra ella para que no me moviera, ella giraba la cabeza y se mordía el labio.

La dejé disfrutar de su orgasmo como si yo fuera una estatua de sal, inmóvil y expectante como un tren esperando una vía libre.

-Ahhhh, has estado fantástico, fóllame despacito.

Esa era la señal esperada. y yo comencé un suave y lento deslizar de mi miembro inflamado por su vagina húmeda y lubricada, de largo recorrido, desde el roce del glande en sus labios vaginales, hasta que nuestros cuerpos chocaban, una y otra vez, pero despacito, muy despacito, como a ella le gustaba.

-Si, ahhh, si, -me animaba ella

Ella iba aumentando el ritmo lentamente, pues aunque era yo el que estaba arriba, ella con sus manos en mis nalgas me marcaba la velocidad.

Cuando la cosa se aceleró, yo aguanté intentando pensar en otra cosa, no podía correrme antes que ella, hasta que sentí que Sandra estaba a punto, que iba a llegar y me pedía que lo diera todo, y ahí si que fui yo quien tomó el control y la follé salvajemente.

-Si, Si, Así.-decía entrecortadamente.

Yo bufaba y la taladraba con todas mis ganas, disfrutando el momento, hasta que ella soltó un gemido y me abrazó con sus piernas, apretándome fuertemente, yo me corrí al momento nada más sentir sus espasmos, y nos quedamos abrazados en silencio, mientras sentía como iban saliendo las últimas gotas de mi semen.

Tras un rato de descanso me dijo:

-¿Sabes?, para tener cuarenta años, te sigues comportando en la cama como un jovencito –me dijo mientras me acariciaba la mejilla.

-Gracias cariño, es que tú me motivas a hacerlo bien, no quiero que te vayas por ahí a buscar adolescentes.

-Ja, Ja, ¿Quién me iba a entender como tú?, y no creo que a los jovencitos les interesara una vieja como yo.

-Buff, Si les dejaras, los jovencitos te iban a rellenar todos tus agujeros. Eres muy sexy y deseable, y cuando se enteraran de lo buena que eres en la cama iban a hacer cola en la puerta.

-Me dices eso porque tú me quieres, pero sabes que no es verdad.

-Te lo digo de verdad, eres fantástica.

La notaba inquieta, como si quisiera decirme algo y no supiera como plantearlo, yo sabía que lo mejor era esperar, si preguntaba o mostraba interés, se cerraría como una ostra, eran muchos años de convivencia y la conocía muy bien.

-Sabes que a Ana y a su marido Julio les va el rollo de los intercambios.-soltó al final.

-¿La rubita gorda que trabaja contigo?

-No la llames gorda, es una chica estupenda.

-Bueno, una cosa no tiene que ver con la otra, está gorda, es un hecho, llámalo como quieras, y el que sea muy buena persona no le quita kilos.

-Bueno, pues eso, que van a locales liberales y ya lo han hecho varias veces.

-¿Y tú como sabes eso? -le dije extrañado.

-Las mujeres hablamos de estas cosas, y tenemos mucha confianza, pasamos un montón de horas juntas todos los días.

Intenté visualizar a Ana, una chica de unos veinticinco años, bastante gorda, pero con una carita preciosa de niña buena, que trabajaba de administrativa en la empresa de mensajería que dirigía mi mujer, con quien acostumbraba ir a comer algo.

-¿No le contarás nada nuestro no? Como follamos y esas cosas.

-Ja, Ja, con pelos y señales, se derrite cuando le cuento como haces que me corra.-dijo Sandra.

-¡Sandra! Eso son cosas íntimas.

-De hecho a ella le gustaría probarte, está deseándolo, y su marido está buenísimo, a mí no me importaría catarlo tampoco. Ana dice que es un pintor muy bueno, especializado en desnudos de mujer.

-Estás de broma ¿No?

-No, sería una experiencia nueva, si no nos gusta, con no repetirlo más. –me dijo Sandra con voz melosa.

-¿Tu necesitas algo más? ¿No tienes suficiente conmigo? –dije seriamente, y preocupado.

-Claro que no tonto, olvídalo, no necesito nada más, sólo era por probarlo, creo que tiene que ser algo muy morboso, pero me sobra y me basta con lo que tengo, que es mucho, vamos a dormir, que mañana es lunes.

Sandra se quedó dormida rápidamente, y yo no podía hacer otra cosa que darle vueltas a la cabeza, de hecho, ya había escrito algún relato sobre el tema y conocía como iban las cosas estas, pero una cosa era una fantasía y otra la realidad, y mi esposa me acababa de plantear abiertamente que le gustaría hacer un intercambio y hasta tenía los candidatos y todo. No hablamos más del tema, y la cosa parecía haberse quedado ahí.

Pero mi mujer era mucha mujer, cuando era joven, todos los que la queríamos bien, le recomendamos que no estudiara economía, que era muy duro, que no tenía las capacidades necesarias, que buscara algo más asequible, ella, lejos de desanimarse, peleó con tesón, con obstinación, a base de horas y horas de dedicación, un día tras otro, venciendo uno a uno todos los obstáculos que le fueron surgiendo, hasta que consiguió su meta, y el esfuerzo  que realizó, fue algo memorable, pues se le daban fatal las matemáticas.

Tal como me imaginaba, no se rendía tan fácilmente, a mediados de semana me dijo inocentemente:

-He invitado a cenar el sábado a Ana y su marido Julio, me gustaría que conocieras a Ana un poquito, paso con ella más horas que contigo, es una mujer encantadora, y así vemos como es su marido, que yo sólo he cruzado dos o tres frases con él, cuando ha venido a buscarla al trabajo.

Que miedo me daba esta mujer, iba lanzada y no perdía el tiempo.

-Claro cariño, pero no fuerces nada, por favor, que sea una cena normal.

-¿Qué esperas que haga?, una cena es una cena, tienes cada cosa.-me dijo mientras yo ya me temía lo peor.

El domingo a las diez de la noche fui yo quien abrió la puerta, Ana venía con un escote de vértigo, que dejaba al descubierto unos senos inacabables, realmente sabía como desviar la atención de donde no quería que la mirasen, era imposible no quedarse embobado con esas masas de gelatina ondulantes.

-Hola Ana, bienvenidos, pasad, pasad, Ana está acabando de arreglarse, estáis en vuestra casa.

-Soy Julio, es un placer -me dijo con voz grave y educada mientras me alargaba la mano con seguridad y firmeza.

Estaba desconcertado, era un joven atlético y alto, que no tendría más de veinticinco años, no parecía tener mucho en común con su mujer.

Les hice pasar a la terraza donde les serví unos martines, y nos sentamos a disfrutar de las vistas del mar, sí era una casa con vistas al mar, aún no la habíamos acabado de pagarla, pero era nuestro sueño, y con mi sueldo de gerente en una empresa de servicios y con el de Sandra, nos lo podíamos permitir.

-Es impresionante la vista –dijo Julio

-Si, es una de las mejores cosas de esta casa, y la brisa marina es muy agradable, me alegro que os guste.

Sandra vino a unirse a nosotros, y como me tenía, venía con ganas de guerra. Una blusa semitransparente que no dejaba ver nada, pero que lo insinuaba todo, una falda corta que dejaba al aire sus hermosas piernas... Se había vestido para matar.

Un poco de conversación intrascendente, el tiempo, el calor, la crisis, y fuimos sintiéndonos un poquito más cómodos, los martinis también ayudaban, yo podía notar como Julio salivaba imaginándose a mi mujer desnuda. La tensión sexual se podía cortar con un cuchillo, ellos habrían hablado de nosotros, nosotros lo habíamos hecho de ellos, y la imaginación hacía el resto. Fue Sandra la que rompió la intrascendente conversación.

-Me encantaría que me pintaras en un cuadro.

-¿Sabes que sólo pinto desnudos de mujer?

-Si, por eso mismo, me gustaría tener un recuerdo de cómo soy ahora, antes de que envejezca y empiece a arrugarme como una pasa.

-No digas eso, he pintado a muchas mujeres mayores, y siguen siendo hermosas, de otro tipo de belleza quizás, más profunda, más sutil, pero cuando uno la busca, la encuentra en todo su esplendor.

-Huy, si eres un poeta también. – dijo Sandra con admiración.

Humm, no me gustaba nada por donde estaban yendo las cosas, pintor de éxito, guapo, y encima era sensible... Mi mujer ya estaba rendida a sus pies, y Ana miraba a su marido con una adoración que rayaba lo religioso. Me sentía como un gato de yeso.

-¿Y que poesía tiene que a tu mujer se la folle otro?

Me arrepentí nada más decir la frase, no sé ni por qué lo hice, Sandra me echó una mirada fulminante que me encogió el corazón. Ana y Julio me miraban estupefactos. El silencio era denso y opresivo, me costaba respirar, había metido la pata hasta el corvejón.

-Yo… lo siento, no quería, no era lo que... yo… -era incapaz de hilvanar dos palabras seguidas.

-Tranquilo, no pasa nada –dijo Julio -te entiendo, es normal ese sentido de posesión, de control sobre las cosas, pero te has parado a pensar alguna vez que eso es egoísmo, que las personas no son objetos que se puedan adquirir y guardar para nuestro uso, son seres libres, no son de tu propiedad, ni te pertenecen.

La tensión sexual se había ido a hacer puñetas, y me la había cargado yo, con mi falta de tacto.

Sandra se repuso y llevó la conversación hacia aguas más tranquilas, y acabamos la cena como pudimos, sin volver a tocar el tema. Los despedimos con la intención de quedar otro día, como si no hubiera pasado nada. Nos pusimos a recoger los vasos y platos en silencio. Algo se había roto en nuestra relación, lo notaba.

Esa noche cuando fui a abrazarla en la cama, me apartó el brazo bruscamente y sólo dijo:

-No pensaba que pudieras ser así, me has decepcionado, y mucho.

Con lo fácil que era todo en los relatos que me gustaba escribir, si hubieran sido mis personajes, hubiera hecho que acabaran en una orgía desenfrenada, disfrutando como locos del sexo, sin inhibiciones ni tabús. ¿Por qué lo había estropeado todo de esa manera tan estúpida? Quizás no fuera tan abierto de mente como me gustaba pensar, pero de eso, a reaccionar como lo había hecho... mañana será otro día, pensé mientras intentaba dormirme, sabiendo que mi mujer estaba a dos palmos de mí, y no podía tocarla.

Las palabras de Julio resonaban en mi cabeza una y otra vez.

 “Las personas no son objetos que se puedan adquirir y guardar para nuestro uso, son seres libres, no son de tu propiedad, ni te pertenecen”.

Continuará.