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Doble sumisión

en Dominación

.

Nicolás había salido ese día antes de tiempo del trabajo, había tenido que poner una excusa poco creíble, y era tan mala, que al final había tenido que prometer dos entradas carísimas para un gran partido a su Jefe, el cual a pesar de parecer buena persona y llevarse bien con todos los empleados, a él lo tenía en el punto de mira, y no le dejaba pasar ni una.  Pero ese día necesitaba llegar a casa antes de lo habitual, ella conocía sus horarios al dedillo y si no se salía de lo previsto, nunca la sorprendería. Tenía el presentimiento de que si volvía con antelación, la pillaría por fin.

Aparcó el coche a dos manzanas de su casa, al acercarse alzó la vista y vio la luz de su salón encendida, pero no se veía nada, como no quería que ella pudiera verlo desde la ventana, y conocedor de las vistas de su casa, se acercó inteligentemente, buscando los puntos ciegos como un profesional. No subió en el ascensor, pues el ruido podía alertarla. Introdujo la llave con mucho cuidado y la giró como si estuviera abriendo una caja fuerte. Con la puerta entornada acercó la oreja para ver si escuchaba algo en el interior, pero había un silencio total, cerro la puerta tras él silenciosamente. Y caminó furtivamente por el pasillo hasta el salón. Antes de entrar, se enderezó y atusó el cabello, adoptando una pose digna, preparándose para lo que se pudiera encontrar.

Al entrar vio a Olga totalmente desnuda, tan sólo llevaba un collar negro de cuero con argollas metálicas, que no tapaba casi nada. Pero estaba dentro del rectángulo que le había marcado por la mañana con tiza. Que decepción, esperaba sorprenderla relajada, leyendo un libro, o viendo una película, llevaba toda la semana soñando con el castigo, pero Olga había sido buena, y no se lo merecía, disimuló malamente su frustración y se sentó en su sillón.

Olga se había reído mucho viendo desde el dormitorio con la luz apagada, al inútil de Nicolás moverse bruscamente en zigzag, del buzón de correos al quiosco, de ahí a la farola, destacaba del tranquilo y rectilíneo paso de los transeúntes como un camello en Alaska, y subir andando hasta un séptimo… le había oído resoplar desde que llegó al quinto.

Pero Olga estaba alerta, conocía muy bien a Nicolás, y sabía que buscaba alguna excusa para castigarla, y sus castigos eran muy duros, pero hasta ahora, nunca habían sido injustos, si no cometía ningún error, el correctivo no se llevaría a cabo. Y Olga tenía todos sus sentidos ocupados al cien por cien en ser perfecta, en satisfacer hasta el más mínimo deseo de Nicolás.

-Olga, chúpamela. –ordenó Nicolás de forma autoritaria.

Olga se acercó como le había pedido, sabiendo que sólo podía pisar las intersecciones de las baldosas, y sin mirar al suelo. Nicolás admiraba la elegancia del paso estudiado y medido de Olga acercándose a él, mientras su largo pelo negro tapaba sus hermosos senos. Al llegar a la alfombra que Nicolás tenía a sus pies, y salir de las baldosas, se movió con naturalidad y arrodillándose en el suelo, le fue quitando los zapatos, calcetines, pantalones y boxer.

-¿No quieres algo más íntimo? –Preguntó Olga con voz sensual.

-No, sólo chupa. –Es lo que me apetece.

Olga se metió en faena, y comenzó con unos lametones superficiales sobre el glande, le gustó el sabor dulzón, después recorrió el pene aún arrugado desde los testículos hasta el prepucio con la puntita de la lengua húmeda, alternando y recreándose con besitos y caricias en las ingles, engulló con facilidad la totalidad del miembro y se ayudó con la mano para que entraran también los testículos, llena de polla y huevos salivó para humedecerse, dándole un masaje con la cara interna de las mejillas como sabía que le gustaba, cuando todo empezó a crecer en su boca, salió antes de que le estallara .

Le sujetó las piernas por los muslos y apoyó su lengua ensalivada en su escroto, para bajar hacía el agujerito del ano, que besó rozándolo levemente, la lengua de Olga lamió su entrada y penetro ondulando como una serpiente mientras con la mano lo masturbaba, estuvo así un buen rato, dando placer y sintiéndolo, hasta que notó que Nicolás se convulsionaba y rápidamente abrazó esa polla palpitante con sus carnosos labios, presionando fuertemente, subiendo y bajando con ansiedad, hasta quedar con los labios rozando los testículos, mientras un torrente de esperma tibio impactaba en su garganta.

Olga se retiró con un cuidado exquisito, sabiendo que si una sola gota caía a la alfombra sería castigada. Nicolás, cuando se recuperó de la magnífica corrida, buscó esas gotas delatadoras, pero no las encontró. Al mirar a Olga creyó captar un aire de indolencia, pero si lo hubo, fue tan fugaz que no podía asegurar haberlo visto, por lo que no podía castigarla por ello.

Iba a decirle que descansara y se quitara el collar, pero pensó que le apetecía un café, había tenido una idea.

-Hazme un cafelito Olga. –Pidió, esta vez amablemente.

-Por supuesto mi amor. –respondió mientras cruzaba las baldosas con el ritual de las intersecciones.

Mientras ella hacía el café, movió toda la alfombra con la mesa que había encima hacía la entrada del salón, no mucho, pero esperaba que lo suficiente para que Olga fallara. Lo remató juntando la tela para formar como un túnel en el extremo por donde llegaría ella.

Olga llegó con su ritual, sin darse cuenta de los leves cambios, tropezó, el plato y la taza de café salieron despedidos, todo quedó manchado, la taza rota. Miró a Nicolás con miedo.

-Sabes que he de castigarte. Coge tus cosas de paseo y espérame en la puerta.

Olga agachó la cabeza con sumisión e hizo lo que le ordenaba.

Estaba preocupada, la tuvo varias horas en la puerta con la correa de paseo al cuello, ese no podía ser el castigo, era mucho más retorcido que eso, sería demasiado sencillo.

Cuando ya hubo anochecido y Nicolás creyó oportuno, fue hacía la entrada donde agarró la correa de Olga.

-Quítate el abrigo, quiero que vayas desnuda.

Olga pensó en protestar, la podían ver los vecinos, y sería algo imposible de explicar, pero no lo hizo, el castigo sería peor si protestaba.

-Como tú digas. –contestó con sumisión mientras quedaba desnuda.

Nicolás salió al rellano del edificio con su mujer totalmente desnuda y descalza, la llevaba de la correa atada a su cuello como quien pasea a un perro, pulsó el botón del ascensor, que les llevó directamente al parking, y entraron en el coche de ella, que era más grande que el suyo.

Mientras Nicolás ataba su correa al agarradero del asiento trasero y le esposaba las manos al collar del cuello, ella pensaba en la suerte que habían tenido de no encontrarse con nadie. Era una postura incómoda, tumbada en el asiento sin poder apoyar la espalda, y con las piernas semiencogidas, esperaba que no durara mucho tiempo.

-¿Dónde me llevas? –preguntó Olga con temor.

-Sabes que he de castigarte, has fallado. –dijo secamente Nicolás.

Tras veinte minutos de trayecto, paró el coche. Olga se sobresaltó al ver donde estaban, era la zona de prostitución más concurrida de la ciudad.

Nicolás bajó del coche sin decir nada, Olga veía como hablaba con los transeúntes, que le negaban con la cabeza, no podía ser, pensaba angustiada, era demasiado, sólo quería asustarla, y la verdad es que lo había conseguido, estaba aterrorizada. Pero no se atrevería, al fin y al cabo, era su mujer. Con uno de los transeúntes, un hombre de unos cincuenta años, estuvo hablando más tiempo que con los demás, hasta se acercó al coche a mirarla, sintió como esa mirada cargada de lascivia recorría su cuerpo, y se estremeció, casi se muere al ver como el hombre le daba unos billetes a Nicolás asintiendo con la cabeza.

El hombre entró en el coche, Olga miraba suplicante a Nicolás, haciéndole ver que había sido suficiente, que parara eso, pero Nicolás la miraba con aire distante y de superioridad, y simultáneamente a la sonrisa cruel de su marido que le decía que no iba a hacer nada, una polla erecta entraba en su coño. y unas rudas manos sobaban sus tetas.

Los cristales se fueron empañando y Nicolás sólo veía el balanceo del coche, ¡Joder! Como aguantaba el abuelo. Empezó a oír algo, por un momento pensó en mirar a ver que pasaba, pero pronto se quedó helado al oír gemidos de placer, que subían de volumen, y que tras un largo rato acabaron en un alarido largo, seguido de dos gritos cortos y agudos. La muy puta se había corrido, conocía ese sonido tan especial. Y aún tuvo que soportar que lo hiciera dos veces más. ¿Cómo no se le había ocurrido ordenarle que no se corriera?

El hombre mayor salió del coche y se dirigió a él.

-¡Vaya hembra! La mejor puta con la que he estado en mi vida. ¿Sueles traerla mucho por aquí? Me gustaría repetir otro día.

-No, no solemos venir por aquí. –dijo Nicolás mientras abría la puerta trasera del coche para mirar a Olga, que estaba mordiéndose los labios, temiendo las represalias. Su vagina chorreaba esperma que impregnaba el vello púbico,  y Nicolás se excitó tanto ante esa visión que pensó en follársela, pero sería reconocer que no había conseguido castigarla y se contuvo. Cerró la puerta con rabia.

La suerte le sonrió, un vagabundo barbudo y maloliente pasaba por allí, y tras unos breves minutos de conversación, Nicolás le acompaño hasta el coche y le invitó a entrar. Al momento volvieron los balanceos, pero esta vez no hubo gemidos, al final había conseguido castigarla. Esta vez al abrir la puerta se encontró a una Olga seria y con cara de asco, el vagabundo la había impregnado de suciedad, tenía las tetas manchadas, y los muslos grises de mugre, ya no resultaba tan apetecible.

Nicolás subió al coche y condujo sin decir palabra, los dos iban pendiente del reloj digital del salpicadero que marcaba las 23:55, hasta que el reloj llegó a las 00:00.

-Eres un cabrón, para, que me quiero vestir, en el maletero llevo ropa para emergencias.

Nicolás paró donde pudo y se bajó a por la ropa de Olga, que tras quitarse el collar y las esposas se sentó a su lado, ya vestida con una camiseta y un pantalón de chándal.

-Humm cariño, que perfume más rico que llevas esta noche. –dijo Nicolás con ironía.

-Se ha acabado tu semana de amo, y tras una de descanso, sabes que te tocará ser el sumiso ¿verdad?

-Estoy deseando que llegue, a ver si consigues superarme.

-Ahora mismo no se lo que te haré, pero ya se me ocurrirá algo. –dijo Olga irritada.

-Casi me sale mal, con el primero has disfrutado de lo lindo.

-Con el olor del segundo ya no me acuerdo del primero, ¿No te preocupa lo que se me pueda ocurrir? –preguntó Olga con retintín.

-La verdad es que no, tus castigos son siempre tan suaves… eres demasiado blanda, te queda mejor el papel de sumisa.

  

Nicolás llegó a su triste oficina de trabajo como todos lo días, toda ella de un azul grisáceo uniforme, y se dirigió a su minúsculo cubículo, donde pasaría las siguientes ocho horas en un horrible trabajo rutinario. Notó un silencio excesivo, que no era habitual a esa hora del día, donde los vendedores recogían su órdenes, y los equipos planificaban la jornada, y al mirar a su alrededor descubrió a todos su compañeros paralizados y con la vista fija en la oficina del jefe, el señor Polláez. En las cortinillas de su despacho se dibujaba perfectamente a contraluz la silueta de una mujer desnuda a cuatro patas, mientras una sombra masculina, que no podía ser otro que su jefe, entraba y salía de su cuerpo rítmicamente.

Todos conocían al Jefe, que presumía de ser el mejor semental del mundo, sabían que tenía muchas aventuras, que prácticamente todo el personal femenino había probado sus habilidades, incluso en alguna ocasión, algún gritito amortiguado habían escuchado salir de ese despacho, y era habitual ver alguna mujer ruborizada, limpiándose la cara o ajustándose la falda al salir, pero un espectáculo de porno en directo como el de hoy, era algo nuevo.

Se hubiera podido escuchar el vuelo de un mosquito, todos se esforzaban en poner una banda sonora a la película muda que estaban disfrutando. Y el sonido llegó, en forma de gemidos entrecortados, acompasados con las embestidas de las figuras que mostraban las persianas, primero fueron esporádicos y breves, pero fueron subiendo de intensidad y duración, siempre sincronizados con los movimientos, hasta acabar en un alarido prolongado de placer, seguido de dos gritos cortos muy agudos, una explosión que sin duda alguna reflejaba el orgasmo intenso que acababa de sentir la mujer.

El corazón se le paró de repente y la sangre abandonó su cuerpo, dejando a Nicolás pálido como la cera, conocía ese gemido demasiado bien, no podía ser de otra persona, y ahora que sabía donde buscar las señales, ya no le cabía ninguna duda de que la sombra femenina era Olga, su mujer.       

-¿Por qué me hará esto? –pensó Nicolás. –Lo del coche no había sido para tanto.

Y la función aún no había acabado, los movimientos continuaron como si no hubiera pasado nada. El pelota de Peláez colocó una pizarra de las que se usan para las reuniones de trabajo y dibujó un uno enorme, mientras el tarado de Padilla organizaba rápidamente una timba de apuestas. El tres era el que menos cotizaba, y por el uno se pagaban cincuenta a uno, pues era evidente que el segundo caía fijo. Nicolás no podía creer que eso estuviera sucediendo, eran una empresa seria, no unos adolescentes con las hormonas revueltas. Buscó a sus compañeras de trabajo buscando un poco de cordura, pero ellas apostaban y reían también, incluso hacían las apuestas más altas, habían perdido la razón.

En la pizarra apareció el dos, luego el tres, el movimiento del dinero que cambiaba de manos era enloquecedor. Padilla con su gorra de contable y la calculadora en la mano, iba escribiendo rápidamente a cuanto se pagaban las apuestas. Nicolás por supuesto, no apostó nada. Cuando las sombras dejaron de moverse tras el último orgasmo, la pizarra lucía un hermoso cuatro, que se clavaba en las entrañas de Nicolás, al pensar lo que significaba.

El silencio volvió a reinar en la oficina, todos esperaban a que saliera la fogosa mujer que les había proporcionado ese rato increíble de diversión, y que por unos instantes los había sacado de sus grises y aburridas vidas. La puerta se abrió y apareció Olga, la mayoría vio a una hermosa mujer, de liso cabello negro y pechos pequeños que se alisaba un vestido azul con manchas inconfundibles de esperma, como era de esperar tenía  el pelo alborotado y el maquillaje corrido. Pero unos pocos reconocieron en ella a la mujer de Nicolás, y alternaban la mirada entre él y su sexy mujer.

Olga anduvo con seguridad hacía la salida, y al pasar al lado de Nicolás dijo en voz muy alta para que todos pudieran escucharla.

-Cariño, me ha llamado tu madre, y me ha dicho que pases a recoger los calzoncillos nuevos que te ha comprado.

La gente no asimilaba la información, eran demasiadas cosas, estaban atónitos, no entendían nada. Olga al pasar al lado de la pizarra, borró el número cuatro, la gente bajaba la vista avergonzada, esperando una reprimenda por su comportamiento soez, pero ella esbozó una amplia sonrisa y escribió en su lugar un cinco mientras decía con rotundidad.

-El tercero… han sido dos encadenados.

Todos los ojos estaban clavados en el trasero de Olga mientras abandonaba la oficina, así como todas las mandíbulas desencajadas.

Cuando Polláez salió de su despacho luciendo su mostacho, y con su habano en la boca, miró a sus trabajadores y con los pulgares empujó de los tirantes elásticos hacia adelante y atrás, mientras con la pelvis hacía un gesto chulesco que simulaba el movimiento sexual del mete y saca.

-¡Bravo!  ¡Bravo! –gritó Peláez mientras empezaba a aplaudir.

-¡Qué le den el rabo! –exclamó alguien al fondo.

La cosa era demencial, la plantilla de trabajadores al completo y puesta en pié, rindió una cerrada ovación al jefe, mientras vítores y aplausos surgían por doquier, Nicolás buscó a la recepcionista, necesitado de algún apoyo, ya que a sus cincuenta años pensó que sería la más seria de toda esa panda de impresentables, pero cual fue su sorpresa, al verla ondeando las bragas por encima de su cabeza, y gritando enfervorecida como los demás. Pensó que sólo faltaba que lo sacaran a hombros de la oficina.

Pollaez estiró sus brazos con las palmas de las manos hacía abajo, en un gesto que pedía tranquilidad. Cuando la gente se calmó. Dijo con voz autoritaria.

-¡Venga! Cada uno a sus sitio, que hoy no hemos hecho nada y hay dinero que ganar, y Nicolás… hoy no hace falta que trabajes mucho, que tu mujer ya lo ha hecho por ti, pero quiero ver a todos los demás en su puesto, y trabajando en treinta segundos.

Y diciendo esto, volvió a su despacho. Tras el reparto del dinero de las apuestas, la oficina volvió a la “normalidad”.

Al llegar esa noche a casa, Nicolás encontró a su mujer tumbada en el sofá leyendo un libro.

-Te has pasado con la venganza, me has puesto en ridículo delante de todos los compañeros de trabajo, y encima no era tu turno, estamos en la semana de descanso. -dijo indignado Nicolás.

-¿Qué venganza? Esto lo he hecho porque me apetecía, ya se que esta semana no eres mi sumiso, pero quería ver si era cierto lo que contaban de tu jefe, y te aseguro que lo es, No sólo la tiene grande, es que cuando la mete hasta el fondo, gira con unos movi…

-¡Para! No necesito los detalles, ya me has humillado bastante hoy.

-Pues vete preparando, que la semana que viene me toca a mí. –sentenció Olga.

El día llegó, Nicolás volvía a casa con la  excitación de saber que le tocaba ser el sumiso, y Olga estaba algo enfadada, esta vez podía ser mejor que las anteriores, sólo de pensar en el látigo que solía usar… se estaba empalmando. ¡Bufff¡

Al entrar en casa, se desnudó y del armario que tenían en la entrada, cogió el collar, el cinturón, las muñequeras, todo el equipo, trabó la correa en la argolla del cinturón, y entró en el salón donde lo esperaba Olga, a la que entregó el extremo de la correa con un gesto de sumisión.

-Buen chico, Buen chico, dijo Olga mientras lo arrastraba hasta el dormitorio.

-¡Hombre Nicolás!  Que alegría de verte, y que bien que te quedan esas cosas de cuero. –dijo su jefe Polláez, que se encontraba totalmente desnudo sobre la cama, con un vaso de güisqui con hielo en una mano y un apestoso puro en la otra.

-Mira cariño, he pensado que el otro día no viste los detalles como te gustaría, y tu mujercita quiere que los veas de cerca. Siéntate aquí y pórtate bien, porque si no, sabes que tendré que castigarte. –susurró Olga melosamente.

Nicolás tragó saliva, no se esperaba esto, y más le valía no cometer ningún error, porque la cosa podría empeorar.

-Mira, ¿has visto que cosa más grande que tiene tu jefe?

Nicolás tuvo que admitir que era una polla impresionante, no por la largura, que tampoco estaba nada mal, sino porque casi tenía el grosor de una lata de refresco. Y el otro día en el despacho le echó cinco.

-Pues observa como entra en mi coño llenándolo –decía mientras se dejaba caer sobre Polláez que estaba tumbado boca arriba.

-¿Te gusta como me lo follo, cariño? –preguntó a su marido mientras subía y bajaba lentamente sobre el grueso e hinchado falo.

-Si –susurró Nicolás de forma casi inaudible.

-Más alto, que no te oigo.

-Si –dijo un poco más fuerte.

-Si ¿Qué? Dilo en voz alta, no seas tímido –ordenó Olga mientras aumentaba el ritmo.

-Si, me gusta como te lo follas. –gritó Nicolás.

-AHHH AHHH, SIII, AHHHHHHHHHH, SI, SI, SIIIIIIIIIIIIII

Nicolás vio como su mejer arqueaba la espalda, como apretaba las piernas y como caía abatida sobre el torso peludo de su jefe, disfrutando de un orgasmo intenso y escandaloso, como todos los suyos.

-Tráeme un vaso de agua, que esto de follar con un hombre de verdad da una sed… -ordeno a su marido.

Nicolás fue a la cocina a por el agua y cuando volvía con ella, al entrar en la habitación tropezó con una almohada que estaba en la entrada, el agua se derramó, y miró asustado a Olga.

-Sabes que te tengo que castigar, has manchado el suelo. Ven. Acércate a la cama. Así, ponte en el borde y apoya los brazos en ella. Polláez, es el momento de devolverme el favorcillo que me debes, revienta este culo. –dijo con dureza dirigiéndose a Polláez.

-Nicolás estaba acojonado, era virgen, esa polla lo iba a destrozar, buscó los ojos de Olga buscando su perdón, pero sólo encontró una mirada dura cargada de determinación, ahora ya sentía terror, le costaba tragar saliva, le fallaban las piernas. Polláez puso una mano en su cintura, y le dio un cachete en el culo.

-Olga, yo no entiendo mucho de esto, pero ¿No habría que lubricarlo primero? –preguntó Polláez.

-Noooo, entonces perdería la gracia, no vaya a ser que le guste, esto es un castigo, no tiene que disfrutar.

-Lo que tú digas. –dijo mientras dirigía el glande hacia el ano seco.

-Nicolas, esto no es nada personal, no te lo tomes a mal, a mi los hombres ni me gustan, pero le debo un favor a tu mujer y…

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGHHHH

La punta entró unos tres centímetros, desgarrando el ano.

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGHHHH

Ahora llegó hasta el fondo acabando de romper, hilillos de sangre corrían por los muslos de Nicolás, Polláez se quedó quieto con el miembro clavado en el fondo, sin saber que hacer, no se esperaba la sangre.

-¡Venga! Sigue, fóllatelo hasta que te corras, si le gusta. –gritó Olga.

Polláez empezó con un mete y saca brutal, mientras lo sujetaba por la cintura. Los alaridos de dolor de Nicolás eran ensordecedores.

-Sigue, sigue, no pares, que me voy a preparar un bocadillo, ahora vuelvo. –dijo Olga.

Cuando a los quince o veinte minutos volvió Olga, todo estaba como lo dejó, Nicolás sufriendo lo inimaginable y Polláez follándolo con cara de aburrido.

-Mira Olga, yo con un tío es que no me voy a correr, ¿Lo dejamos ya?

-No, espera, túmbalo en la cama, que sé lo que te gusta.

Olga se sentó sobre la cintura de su marido mirando a Polláez.

-Mira, agárrame las tetas, piensa que me estás follando a mí.

Polláez empezó a sobar esos hermosos pechos, mientras destrozaba el culo a Nicolás, eso funcionaba, atrajo a Olga y sin dejar de estrujarle las tetas le metió la lengua explorando su boca, la de Olga entró en la suya, se excitaron mutuamente. Y se acariciaron y besaron ajenos al dolor de Nicolás, que pasó a no existir en la explosión de lujuria de los dos amantes.

-Me voy a correr. –gritó Polláez.

-Córrete dentro, llénalo de leche. –susurró Olga en su oreja.

-AHHHhhgg

Polláez sacó el miembro chorreando semen y lo sacudió sobre las nalgas de Nicolás.

-Oye, pues igual podría acostumbrarme a esto, no ha estado mal. –sonrió Polláez.

Epílogo.

-Igual deberíamos dejar esto de la dominación, no me gustaría que nos lastimáramos sin querer. –dijo Nicolás mientras abrazaba a Olga con ternura.

-¿Ahora que se está poniendo la cosa divertida? Mientras sigamos así, con cosas suaves, no hay ningún peligro, nos queremos demasiado para que esas niñerías nos afecten. –respondió Olga acariciando la mejilla de Nicolás.

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