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Vermut

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“Vermut”

 

Había llegado el verano. Las terrazas de la céntrica rambla empezaban a llenarse de gente. Los bares ya hacía tiempo que habían invadido gran parte de su superficie con sillas y mesas.  Los abuelos ocupaban los bancos públicos en las horas de sombra, para abandonarlos como vampiros temerosos de arder, en cuanto la luz, con el inevitable movimiento del sol amenazaba con rozarlos. Las mesas de hierro forjado de los bares estaban llenas de refrescos, cervezas, boquerones en vinagre... Las chicas jóvenes paseaban su palmito con escasa ropa, ante un público entregado que las admiraba mientras degustaba una oliva rellena o una anchoa. Los niños en triciclo se abrían paso a golpe de timbrazos, mientras sus primerizos padres corrían tras ellos. Y todos, eran esquivados por espigados adolescentes con patines en línea que descendían haciendo bruscos zigzags. Las palomas y gorriones peleaban por alguna patata perdida, saltando temerosas ante el brillo de las bandejas plateadas de los camareros. La clientela de esos bares era variopinta,  convivían jóvenes nerviosos y gritones, con tranquilos señores que leían algún libro, u hojeaban el periódico del día. En una de esas pesadas mesas, bajo un elegante toldo de color crema, nuestras protagonistas disfrutaban de un aromático vermut.

—¿Esas palomas son libres? —suspiró Andrea.

—Qué tonterías estás diciendo... ¿A qué viene esa pregunta tan idiota? —replicó Julia.

—Se supone que pueden volar, que podrían estar surcando el cielo observando hermosos paisajes. Y están ahí, peleando a ras del suelo por un despojo de comida.

—Igual cuando acaben de comer se van a ver paisajes… A mí me gusta ver una buena película después de llenar la barriga.  ¿Las palomas verán en 3d? Como tienen los ojos tan separados… —Empezó a divagar Julia.

—Parece que hayáis fumado algo. Estáis soltando cada perla… —exclamó Marta.

—No vamos a estar siempre hablando de detergentes… Aunque ahora que recuerdo..., he probado uno que es increíble, es como una bolsita que se mete directamente con la ropa y…

—¡Cállate! —gritaron las dos amigas al unísono, interrumpiendo a Julia.

—¡Ay! Tampoco es para ponerse así. Era para ver si os olvidabais de las palomas…

—Es que me siento igual que ellas, hace veinte años que cada día de mi vida es igual al anterior. No tengo ni la más leve posibilidad de aventura, ni de sorpresa. Mi vida gira alrededor de un trozo de patata frita —dijo señalando el que se disputaban varias palomas.

—Tú marido ya tiene aventuras por los dos, porque a tu Pepe… no se le escapa ni una —pinchó Julia.

—Mira Julia, no empecemos con los rumores… Si todos fueran ciertos, se habría acostado con medio barrio. Ganas de malmeter que tiene la gente… —sentenció Andrea apoyando las palmas de las manos sobre la mesa.

Marta y Julia se miraron con complicidad y elevaron las cejas en un gesto equivalente a: «No se quiere enterar de nada, no sigamos…»

—Nosotros el sábado pasado probamos la comida tailandesa ¿Eso no es excitante? —dijo Julia intentando cambiar de tema—. Aunque no nos gustó mucho, hay arroz por todas partes y pica demasiado.

—No hablo de comida Marta, hablo de experiencias,  de vivir emociones —suspiró Andrea.

—Tú por lo menos tienes una familia, yo estoy sola… —dijo Julia de forma lastimera.

—Os entiendo, yo estaba igual hasta que… —Marta hizo una pausa, no sabía si seguir—. Bueno… Es que me da vergüenza contarlo…

—¿Tienes alguna aventura? —preguntó intrigada Julia.

—No mujer, ¿Cómo iba a engañar a mi Manolo? Tienes cada cosa…

—¿Entonces…? —preguntó Andrea confusa.

—Es que estoy disfrutando muchísimo del sexo —dijo Marta sonrojándose—. Eso hace que me sienta muy feliz. Cada día descubro cosas nuevas.

Andrea y Julia  miraron a su amiga con la boca abierta. Marta era una mujer con algunos kilos de más que rondaba los cincuenta años. No se la podían imaginar realizando acrobacias sexuales.

—¿Con tu Manolo…? —preguntó en tono de incredulidad Andrea.

Marta se recolocó en la silla varias veces, miraba a sus amigas, miraba a la gente que tenía alrededor, dudaba, se alisaba el pelo, se estiraba de las mangas…

—Suéltalo ya —exclamó Julia—, nos estás volviendo locas.

—Estoy haciendo un poquito de puta —susurró Julia de forma casi inaudible mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que no la oía nadie más.

—¡Qué! —gritaron al unísono las dos amigas con la boca abierta y los ojos a punto de salirse de sus cuencas.

—No te enfades Marta, pero tú no estás de muy buen ver que digamos, y ya tienes tus añitos… Desde luego, si querías sorprendernos, lo has conseguido, pero de ahí a que te creamos… —dijo Andrea.

—No a todos los hombres les gustan las canijas jovencitas,  algunos prefieren mujeres de verdad… —dijo Marta algo dolida.

—¿Pero no decías que no engañabas a tu Manolo? —preguntó Julia.

—Y no lo hago —respondió Marta con dignidad—, sólo es sexo, eso no es engañar.

—Yo es que no me lo acabo de creer… ¿Pero… Puta, de las que cobran…? —preguntó Andrea.

—Y de las que cobran caro, chata. Gracias a eso, ni estoy notando la crisis, y porque no quiero gastar demasiado para no llamar la atención…

—¿Pero dónde…? —preguntó Julia, que empezaba a pensar que era verdad.

—¡Ay! Parece que me estéis haciendo un interrogatorio… Lo hago en casa de una vecina. En mi edificio hay una puta majísima, un día me quedé en su casa para recibir a un cliente, porque ella tenía que salir, y acabé haciendo…, bueno, eso, con el cliente. El caso es que le gustó, y repetí más veces. Poco a poco fui ampliando la clientela. Ahora mi vecina y yo nos repartimos la faena. A veces, hasta trabajamos juntas al mismo… —dijo Marta bajando el tono de voz.

Andrea y Julia estaban conmocionadas. Era lo último que esperaban escuchar de su amiga.

—¿Y dices que no engañas a tu Manolo? —preguntó Andrea con retintín.

—No mujer… No ves que no hay amor ni sentimientos, es algo comercial. ¿Cómo va a haber engaño si no hay amor?

—Visto así… —dijo Andrea no muy convencida.

—¿Y no te preocupa que vaya alguien del barrio y te reconozca?

—Imposible. De los clientes se ocupa Sara, y ya procura ella que ninguno sea conocido. Es gente que maneja mucho dinero, de otro nivel.

—¿Y no te sientes mal cuando un desconocido te… te….? —Andrea no pudo acabar la frase.

—¿Me folla? —dijo Marta con seguridad—. Todo lo contrario, es gente educada, con clase. Y en buena forma física, con penes duros como piedras que hacen que disfrute una barbaridad. Y me siento útil, algunos vienen con traumas o problemas. Esos sólo necesitan que los escuchen y que los mimen. Bueno… hasta que recuperan la confianza, porque luego son los que más duro follan, hasta que se sacan de dentro todo lo acumulado. Yo les dejo que se vacíen…, que gocen…

—Te brillan los ojos… Lo cuentas de una manera que dan ganas de probarlo… —dijo Andrea.

—Tú eres demasiado guapa. Entrarías en competencia con Sara, y ella tiene quince años menos que tú,  un tipazo espectacular, y conocimientos sobre prácticas exóticas que pocas mujeres dominan. Julia, llevas un buen rato callada, ¿Te encuentras bien?

—No puedo creer lo que estoy escuchando, no es que me parezca mal…, pero…

—Tú sí que podrías hacer mi trabajo. Con el entrenamiento adecuado, claro…

—¿Yo?  —Sonrió Julia—. Eso sería digno de verse. La virgen puta…

—¿Qué? —exclamaron Andrea y Marta quedándose  boquiabiertas.

—¿No me digas que tú nunca…? —preguntó Marta.

Julia enrojeció y desvió la mirada, se sentía avergonzada. Era algo que no había confesado nunca. Cuando llegó al barrio, se inventó un par de novios de juventud que no habían cuajado. Era un tema de conversación que evitaba normalmente, no se sentía cómoda hablando de esas cosas.

—Pues anda que no debes de tener telarañas…  —soltó Andrea mientras explotaba en una carcajada.

—No te rías —dijo Marta seria—. No hace falta un hombre para quitar las telarañas. Seguro que tiene una colección de invasores de látex. —La seriedad fue dando paso a una sonrisa para acabar la frase riendo de forma sonora.

El cachondeo se  acabó de golpe cuando Andrea y Marta se  dieron cuenta del estado en que se  encontraba Julia; las lágrimas surcaban sus mejillas, los labios estaban contraídos en un rictus de dolor, y toda ella era el espíritu de la más pura desolación.

—Sois crueles —susurró sollozando.

Las dos mujeres se levantaron de las sillas y corrieron a abrazarla, una a cada lado, sintiéndose como alimañas despiadadas que habían hecho un daño innecesario.

—No, cariño, perdona… Lo siento… —suplicó Julia mientras enjugaba las lágrimas de su amiga con una servilleta.

—¿No te ha venido la regla? —preguntó Paco en tono de broma al pasar con una bandeja llena de bebidas y tapas.

Los sollozos de Julia subieron de intensidad, Julia sabía que nunca podría ser madre, la broma de Paco había sido una puntilla dolorosa. Andrea y Marta lo fulminaron con la mirada.

—No le hagas caso cariño, Paco es un bruto, no sabe lo que dice —susurró Andrea mientras le acariciaba el pelo e intentaba calmarla.

—Un poco de decoro, que se me llenará el bar de lesbianas… —murmuró Paco al volver a pasar con la bandeja ya vacía.

Si las miradas mataran, Paco hubiera caído abatido en ese momento. Pero debía de ser inmune, o quizás no tenían ese poder, porque se alejó ileso canturreando con voz de falsete: «Dos mujeeeeeeeres, que se daaaaaan la maaano…»

—A Dios pongo por testigo, que en una semana, Julia perderá el virgo. —declamó Andrea con el puño en alto, en el más puro estilo de «Lo que el viento se llevó»

—Andrea… ¿Cuántos vermuts te has tomado? Estamos haciendo una escena. Nos está mirando todo el mundo. No sigas ¡Por Dios! —imploró Marta.

—O dejas de llorar, o sigo diciendo tonterías —dijo Andrea mirando a Julia con una sonrisa.

—Gracias Andrea, ya estoy mejor, no hace falta que sigas…

El resto de la tarde transcurrió entre risas y vermuts, muchos vermuts… Esa noche Julia, aún bajo los efectos del alcohol, ocupó el lugar de Marta y recibió al primero de los muchos clientes que vendrían después. Andrea, la más atractivas de las tres, se tuvo que conformar con escuchar las historias que sus amigas vivían, y después le contaban.

Si alguna vez hubo telarañas, se fueron para no volver.

 

 

 

erostres.

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