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Estrenando a mi esposa por detrás

en Confesiones

Como a otros muchos autores, me gusta escribir en muchas categorías, es un reto el poder hacer algo digno en temáticas variadas, pues hace que tengas que esforzarte más cuando no dominas el tema, y la más difícil para mí, sin duda alguna, es la de “Confesiones”, porque si algo tengo claro es que lo que escriba aquí, tiene que ser verdad, es una cuestión de amor propio, no puedo inventar ni fantasear, para eso hay otras secciones. Y mi vida es bastante sencilla, no tengo mucho que contar, llevo catorce años casado con la misma mujer, a la que conozco hace veinte, tengo cuarenta y cinco años, y un niño de diez.

Desde que la conocí, no ha habido otra mujer en mi vida y espero que sea recíproco, tenemos un sexo divertido y sano, hemos hecho alguna cosita de exhibicionismo, me come muy bien, y se lo traga todo. Cuando te puedes reír mientras follas, es que la relación es buena, y nosotros nos reímos mucho. A veces es sexo, y a veces es amor, ternura, hay momentos para todo. Tengo un aparato normalito, por lo que hay que suplir el tamaño con maña, que creo que tengo. Físicamente mi mujer es mucho mejor que yo en todo, más alta, más guapa, más sexy, con más tetas, es una mujer muy bonita, y con los años está mejorando, como el buen vino.

Sólo tenía un pero, y era el sexo anal, se nos había resistido muchos años, ella es una mujer abierta y me dejaba probarlo todo, pero con sus condiciones, no podía tocarle el ano con los dedos, con lo que era imposible pasar de besarle con el glande la entrada del ano. Nunca me había dejado meter un dedo ahí, nunca, decía que le daba vergüenza, que le daba cosa, que le era muy desagradable, y con el paso del tiempo, la cosa se fue convirtiendo en obsesión, y más cuando yo ya había disfrutado del sexo anal con relaciones anteriores, y lo echaba de menos.

Un día me cansé, y le dije que si no me dejaba dilatarla con los dedos con lubricante como dios manda, no lo intentaba más, que era perder el tiempo, y ahí se quedó la cosa.

Alguna indirecta de vez en cuando, no diré que no dejaba caer, pero sin presionar demasiado.

Un día me sorprendió diciéndome que lo podíamos intentar, que estaba preparada.

-¿Con deditos previos, y con lubricante?, ¿me dejarás que lo dilate bien primero? –le dije.

-Sí, pero no me hables ni me digas nada mientras lo haces.

-Trato hecho. ¿Cuándo?

-El miércoles, que el niño se queda fuera.

Esa semana fui a trabajar con alegría y todo, cosa rara en mí. Cuando llegó el día, me preparé como si fuera a operar a corazón abierto a alguien, baño profundo, cepillado integral, afeitado, todo, no quería que nada perturbase el momento. Cuando pensaba que estaba impecable, mi mujer aún me sorprendió diciendo que me tenía que cortar las uñas, a lo que no me negué evidentemente, pero luego las limó y todo, cosa que no había hecho nunca conmigo. Yo la hubiera dejado que me tiñera el pelo de rosa, si conseguía de una vez por todas meterla en ese oscuro agujero del deseo.

Ya listos y en la habitación, comenzamos otra negociación.

-Apaga la luz. –dijo ella.

-Entonces no voy a ver una mierda, habíamos quedado que me ibas a dejar hacer, ponemos la pequeña de la mesita.

-Es mucha luz, ponle algo encima.

Ahí me acordé de las pifias de otras veces, de haber puesto braguitas rojas sobre la lámpara para dar un toque romántico, y oler a quemado cuando estás en el momento álgido. Puse la lámpara detrás de la mesita y le hice una cabañita con libros hasta conseguir la luz adecuada, muy tenue, pero que permitía diferenciar los agujeros, procurando que esta vez no se quemaran los libros.

Yo había curioseado por internet y averiguado que en contra de lo que se cree, la mejor posición para las primeras veces, es con la mujer tumbada de espaldas en la cama, por lo que así se lo hice saber.

-No me hables, no digas nada, y si te digo que pares, hazlo. –dijo mi mujer mientras cogía mi almohada y se tapaba la cabeza con ella.

A estas alturas mi polla ya estaba a reventar, fui al salón a buscar un cojín y se lo puse debajo de las nalgas para que estuviera más elevada. Le separé las piernas, y con un bote de lubricante standard, empecé la faena, la chica de la farmacia quería venderme uno con efecto frío, pero yo inamovible no me dejé convencer, la primera vez, que fuera sin cosas raras.

Mi mujer me dejó hacer a mis anchas, metí un dedito, luego dos, notaba como se distendía, no se que expresión tenía porque se tapaba la cara con la almohada, y no he querido preguntarle después, cuando pensaba que ya estaba a punto acerqué mi glande a ese culito que estaba a la altura perfecta subido en su cojín, apoyé sus piernas en mis hombros, e hice contacto, era sublime, había gastado casi entero el bote de lubricante, empujé ligeramente, y noté como el ano me abrazaba mi glande.

Mi esposa seguía sin decir nada, ni quejas, ni gemidos, silencio absoluto.

Pero algo me pasó a mí, empecé a pensar.

Como le haga daño, no me deja intentarlo en la vida, pero si ha entrado la puntita, ahora ya no le tiene que doler. Y ahí, en esa situación tanto tiempo deseada, con una mujer hermosa, a la que quiero, abierta de piernas entregándose a mí, con la punta de la polla ya introducida en su ano, me empiezan a entrar miedos, intentaré buscar las frases que pasaban por mi cabeza, aunque se que es imposible:

“como le haga daño, no lo cato más”

“lo está pasando mal” 

“¿Por qué hace esto?, si no le gusta”

“lo hace porque me quiere”

“si yo la quisiera como ella a mí, no seguiría”

”soy un cabrón”

“la voy a hacer daño”

“no quiero hacerla daño”

“lo hace por mí”

“eres un cerdo”

“no se merece esto”

y cosas de ese estilo, pero en ráfagas y todas seguidas,

Eso tanto tiempo deseado estaba a mi alcance, solo debía dar un empujoncito, pero algo me estaba afectando, me costaba respirar, parecía como si el aire que aspiraba no tuviera oxígeno y necesitara tomar más y más, el corazón se aceleró de una forma que me asustaba, una sensación de angustia me invadió, no podía seguir, no podía hacerle daño, a ella no le gustaba, lo estaba haciendo por mí, no estaba bien, algo me oprimía el pecho, subía por la garganta, supongo que se podría llamar emoción, mis ojos se humedecieron, y fui consciente de que me estaba ofreciendo su entrega total, entendí la grandiosidad del gesto, no del hecho en sí, y no pude seguir, salí como si algo me quemara, ella se preocupó por esa brusquedad, no sabía que estaba pasando, seguía tapada con la almohada, no entendía nada. Me tumbé a su lado y poco a poco fui recobrando la respiración normal, y mi corazón también bajaba los latidos a un ritmo tolerable.

-¿Estás bien? –me decía angustiada, ya desembarazada de la almohada.

-Si, no pasa nada. – dije con voz poco creíble.

-¿Qué te pasa? –ya nerviosa de verdad.

A las tres o cuatro preguntas, le tuve que contar la verdad, porque estaba realmente asustada y cada vez estaba más preocupada, pensaba que me estaba dando un ataque o algo. A los cuatro o cinco minutos, durante los cuales ella no dejó de mirarme con preocupación, yo ya estaba mucho mejor, debía de haber sido una crisis de ansiedad, o como se llame, no entiendo mucho de esas cosas, esa ha sido la primera y la última vez que me ha pasado algo parecido, y no me apetece buscar información sobre ello.

Me puso una mano en la mejilla, y la mirada que me echó, mezcla de amor y de alivio al ver que estaba bien, valía por todos los polvos del mundo.

Esa noche dormimos abrazados como si fuera la primera vez.

Después hubo otras noches, en las que acabamos lo empezado, pero ninguna como la primera vez.