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Los polvos del otro

en Hetero: Infidelidad

 

 

 

«Los polvos del otro»

 

 

Me detuve ante la puerta con las llaves en la mano. Mi aspecto era sucio, desaseado. Barba de tres días, camisa arrugada... Llevaba dos noches sin dormir ni cambiarme de ropa.  Que desagradable es el cuello de una camisa sucia, es algo que te quita toda la dignidad. Una camisa planchada y almidonada te proporciona un revestimiento de integridad con el que  te puedes defender del mundo. Eres alguien especial cuando lo  tienes, y dejas de serlo al perderlo. La casa estaba en una zona residencial cara con elegantes casas unifamiliares. Los coches de lujo iban y venían. Tenía que hacer algo, si seguía allí inmóvil, llamaría la atención y alguien acabaría avisando a la policía.

—«¿Habrá cambiado las  cerraduras?» —pensé mientras jugaba con las llaves—. «Quizás debería de llamar, puede que esté con alguien…»

Al final decidí usar el timbre y esperé angustiado. Era una situación humillante, un mal trago que no sabía si podría encajar. Pero ya había agotado todas las opciones, me había quedado sin ideas, y quizás me lo mereciera. De esta situación, el único culpable había sido yo.

Martina abrió la puerta, y me miró sorprendida. Ella estaba guapísima, como siempre. Llevaba un vestido amarillo sencillo e informal, pero su estilizado cuerpo conseguía que pareciera de alta costura. Me llegó el aroma de su perfume. Sentí una punzada de dolor, me hizo recordar las veces que la había amado, lo mucho que la había querido… Con su media melena rubia y su cutis perfecto, parecía mirarme desde otro mundo. Me sentí miserable. Mis ojos la veían en ese instante como si fuera un ser superior.

—Tienes un aspecto horrible  —dijo mirándome con pena.

—Lo sé, no estoy pasando por mis mejores momentos. ¿Puedo pasar? —pregunte dubitativo.

—Es que no estoy sola… ¿No puedes volver más tarde?

Sus manos no habían soltado la puerta ni por un momento. Me veía como a un extraño. Para ella era poco más que un vendedor de enciclopedias. Y habíamos compartido quince años, casi media vida llena de momentos felices.

—No tengo donde ir. Necesito darme una ducha y cambiarme. Por favor… —supliqué con la mirada más lastimera que pude expresar.

—No sé si… Ya te he dicho que no estoy sola. —balbuceó.

—¿Quién es? —preguntó una voz grave desde dentro de la casa.

No me sorprendió demasiado, sabía que ella estaría con otra persona tarde o temprano, pero no esperaba que fuera tan pronto, y menos con alguien que casi podría ser su hijo.  Porque no tendría más de veinticinco años ese joven de melena rubia. Al verlo llegar y agarrar a mi mujer por la  cintura, el dolor que ya sentía se avivó.

—Este es… mi marido —dijo tras una pausa. La palabra «marido» apenas se entendió—,  ya te he hablado de él.

—Hola, soy Richard, un amigo de tu mujer. Pero no te preocupes, la estoy tratando muy bien, parece ser que mejor que tú lo hiciste —dijo el imbécil del musculitos mientras me alargaba la mano y se reía de una forma histriónica.

Martina enrojeció, yo me quedé pasmado. «¿Cómo se podía tener tan poco tacto? ¿De dónde había salido ese impresentable?». A pesar del insulto y de la confianza de tutearme sin conocerme de nada, reaccioné como la persona educada que era y estreché su mano.

—Martina, ¿Podemos hablar a solas un momento? Por favor… —Mis ojos suplicaban para que ese tipo desapareciera.

—Richard, por favor ¿Podrías irte a tu estudio y dejarnos hablar a solas un momento? —«¿Estudio? ¿Tenía un estudio en mi casa?» —pensé mientras se iba tras darle un palmada en el culo a Martina.

—Si hay algún problema me llamas —dijo girándose y mirándome a los ojos.

—¿Quién es ese tío? —pregunté en cuanto desapareció.

—Mira… No es de tu incumbencia, es un buen amigo. No tengo por qué contarte nada más. No fui yo quien lo jodió todo tirándose a su secretaria. ¿Y sabes? Eso quizás te lo hubiera podido perdonar. Pero el trago que me hiciste pasar cuando os encontré sobre la mesa de reuniones…  Eso no te lo perdonaré nunca. Sabías perfectamente que iba a pasar por tu despacho. Fuiste cruel.

—¿Cuántas veces habré de decirte que no fue preparado? Lo último que quería era que me vieras… —callé avergonzado.

—Dilo, acaba la frase: «…con la polla dentro de mi secretaria», ya no me hace daño…

—Lo siento Martina, te pedí perdón, lo vuelvo a hacer, y lo seguiré haciendo las veces que hagan falta.

—Esa visión…, el ver cómo te vaciabas dentro de esa zorra, es algo que no olvidaré nunca.

—Intenté arreglarlo, te quedaste con la casa, las cuentas, el coche… No peleé por nada para que pudieras rehacer tu vida. Contabas con el apoyo de tu familia. Pero ahora necesito tu ayuda. No tengo trabajo ni dinero para pagar un alquiler.  Y la casa sigue siendo de los dos. Necesito un lugar donde vivir hasta que pueda retomar mi vida.

—¿Cómo tienes el valor de pedirme eso? ¿Cómo te atreves a pensar que volveré a dormir bajo el mismo techo que tú? —preguntó indignada.

—Martina… —supliqué—. Créeme, has sido la última opción. Antes de venir a verte ya lo había intentado todo. Necesito una ducha y ponerme ropa limpia. Intentaré afectar  tu vida lo mínimo posible.

—¿Y tus cosas? —preguntó.

—No tengo nada, sería muy largo de contar… ¿Me dejas darme una ducha? Por favor…  —supliqué de nuevo.

—Pasa, te buscaré algo de ropa —dijo apartándose de la puerta y mostrándome la entrada con la palma de la mano—. No soy capaz de dejarte tirado en la calle.

La ducha me sentó de maravilla, la necesitaba. Martina me había dado unos tejanos y una camiseta de sport. Parecían de mi talla. Hubiera preferido una de mis cómodas camisas, pero no estaba en situación de exigir demasiado. Salí descalzo del baño para pedirle unos calcetines. Oí unos ruidos en el dormitorio y me acerqué… Pegué la oreja a la puerta.

—No está bien, nos va a oír... —susurraba Martina.

—Que se fastidie, cuanto antes sepa que ahora soy yo quien te folla, mejor. Así no habrá malentendidos.

—No está bien… —Martina ya jadeaba mientras hablaba.

—¿No es esto lo que te hizo él?

—Sí, pero…

 

Acerqué el ojo a la cerradura. Aunque ya sabía lo que iba a ver… Ella estaba a cuatro patas en el borde de la cama y Richard de pié la penetraba con fuerza. Seguían con la ropa puesta. Ella tenía el vestido subido hasta la cintura, y él los pantalones puestos, estaban echando un «rapidito».  Me separé de la puerta, no necesitaba ver más. Ya sabía que era algo que podía pasar, pero me dolió que pasara cuando apenas llevaba treinta minutos en la casa. Eso…, y el tener que presenciarlo en directo. Apoyé la espalda en la pared y me dejé resbalar hasta el suelo. Esperé hasta que acabaron como hipnotizado, y lo hicieron con un ruidoso orgasmo de mi mujer. De ninguna otra manera me hubiera hecho tanto daño.

Reaccioné justo a tiempo de volver al baño antes que salieran. Por lo menos no les di el gusto de saber que los había visto. Aunque poco importó. En los días siguientes me lo dejaron muy claro…

Los primeros días fueron duros, el rubito de pelo ondulado, además de guapo y maleducado, era pintor.  Toda la casa estaba llena de óleos con mi mujer desnuda. Parecía que no pintara otra cosa. En el cuarto de invitados donde yo dormía, había uno enorme con un primer plano de su coño. Y lo triste es que me masturbaba mirándolo mientras los escuchaba follar. Debía de encontrar pronto un trabajo y salir de esa casa o mi salud mental se resentiría. A Richard le gustaba andar desnudo por la casa exhibiendo su musculado cuerpo. Era horrible ver balancearse esa polla continuamente. Y por desgracia, era más grande que la mía, lo que acababa de hundir mi ego.

Martina nunca había sido tan bien follada. Cuando estaba conmigo teníamos un sexo sano, pero normal. Un par de veces por semana, a veces tres… Ahora follaba continuamente a la primera oportunidad.

Un día que Richard se fue a comprar pinturas aproveché. Sorprendí a mi mujer en la cocina y la abracé por la espalda mientras apoyaba mi pene en sus nalgas.

—¿A qué juegas Pablo? —dijo sin apartarme ni moverse—

—Te echo de menos… —susurré mientras acariciaba sus brazos y me restregaba en ella.

—Ya no te quiero, no eres nada, déjame, no hagas que las cosas sean más difíciles. —dijo intentando separarse

—Te necesito. —Mis manos entraron por debajo del pijama de algodón y se aferraron a sus pechos, evitando que se separara. Mi pene palpitaba sobre su culo. Comencé a mordisquearle el lóbulo de una oreja, sabía que eso la excitaba.

—¿No me has escuchado? Ya no te quiero. Me hiciste mucho daño.

Sin dejar de darle mordiscos en la oreja ni de abrazarla, la dirigí hacia la mesa central de la cocina, ella parecía no oponer resistencia alguna. Al bajar una mano hasta las braguitas, las encontré húmedas. Presioné su clítoris y dejó escapar un leve gemido. Aproveché su sorpresa, y le bajé el pantaloncito del pijama y las braguitas hasta los tobillos. Me quité el pantalón. Ahora mi pene palpitaba sobre sus glúteos directamente.

—No te atrevas…, te odio. Eres un cabrón egoísta que sólo piensa en sí mismo  —dijo mientras apoyaba su cuerpo sobre la mesa  y elevaba el culo—. «¿Tan fácil…?» —pensé.

—No te voy a follar, te voy a hacer el amor —susurré mientras mis manos acariciaban su cintura, casi podían abarcarla.

Me separé un poco para admirar ese coño brillante y húmedo. Ella intentó levantarse, pero se lo impedí apoyando la palma de mi mano sobre su espalda. Con la mano libre dirigí mi pene hacía la entrada de su vagina y lo introduje lentamente. Me quedé allí, abrazándola sobre la mesa.

—No sigas, no sacarás nada de mí —dijo de forma inaudible—. Me estás violando.

Esas palabras fueron como un mazazo. No lo había visto desde ese punto de vista: ¿Y si tenía razón?

—Por favor…, deja que te haga el amor, hazlo por los viejos tiempos, no me hagas salir ahora. Te siento tan cálida, tan acogedora, te deseo tanto… Sabes que nunca te forzaría ni te haría daño. —Su perfume me estaba volviendo loco.

—Ese ha sido siempre tu problema, pides las cosas demasiado tarde. Ya me estás follando.  —dijo entrecortadamente y claramente excitada.

—No, cariño. Sólo he entrado en ti, no me estoy moviendo, y no lo haré sin tu permiso. Esto es como un abrazo íntimo, por los viejos tiempos..., y aún sigo siendo tu marido.

—Está bien… —claudicó—. Pero esto no se repetirá más. Y no esperes que sienta nada. Ya no me importas.

Una vez mi conciencia estuvo tranquila, empecé a moverme muy lentamente, mis manos acariciaban sus muslos. Nunca había sido tan placentero abrirse paso entre esos labios rosados. A veces la sacaba del todo para restregar los fluidos por la suave superficie. Mi glande se recreaba rozando su clítoris. Sabía cómo le gustaba… Cuando darle esos golpecitos que la volvían loca, cuando presionar, y cuando deslizar suavemente. Su cuerpo me hablaba. Noté que estaba a punto, la penetré suavemente y me abracé a ella. Fueron suficientes unos leves movimientos y unos besos en el cuello para que estallara. Mi pene fue aprisionado con fuerza.

Esperé a que se le pasaran los temblores, me pegué a ella y la penetré de forma delicada mientras le agarraba la cintura, no tardé en eyacular en ese precioso coño mientras apretaba su culo.

—Esto no ha significado nada —dijo extenuada—. Y no se repetirá.

—Ya veremos… —dije mientras me abrazaba a ella—. Yo aún te quiero.

Lo que pensaba que iba a ser un infierno, dio paso a una situación muy llevadera. Era yo quien hacía el amor con mi mujer a escondidas. Aprovechábamos cada oportunidad como si fuéramos adolescentes. Era el sabor de lo prohibido, de la aventura. Fue como volver un montón de años atrás, y nos recordó cuando empezamos a conocernos. Aquella  relación clandestina y excitante. La familia de Martina no quería que un don nadie que vivía de su trabajo se acercara a su rica y educada hija, la única heredera de su imperio familiar de la moda. Ellos nada pudieron hacer, al final se casó conmigo, y la hice feliz muchos años, hasta que lo estropeé todo.

Richard seguía exhibiendo su polla y follando con Martina cada vez más descaradamente, con la clara intención de provocarme y conseguir que me fuera. Eso estaba consiguiendo que una relación que estaba rota, que ya era cenizas, se reavivara como nadie podía sospechar. Para Martina, el que Richard la follara constantemente de forma burda, pasó a ser la rutina, lo apasionante era hacer el amor conmigo a escondidas, con cariño. Era el mundo al revés. Había días que no teníamos oportunidad y nos buscábamos con la mirada. Esos días yo me masturbaba mirando la pintura de su coño, y ella gritaba más fuerte para que yo la oyera.

Es sorprendente la facilidad con que nos adaptamos a las situaciones nuevas. Cada mañana salía a buscar trabajo. Me lo había impuesto como rutina, no pensaba darme por vencido por difícil que pareciera la situación. Richard seguía pintando y haciendo el vago a costa del dinero de mi mujer. Ella se sentía bien, más que bien; nunca la había visto tan radiante, tan llena de energía y de positividad.

 

Un día volví a casa antes de tiempo. Al abrir la verja de la entrada me encontré con el coche de Rosa, mi antigua secretaria. Estuve unos minutos sin reaccionar, no entendía nada. Con todo el cuidado del mundo bordeé la casa intentando averiguar qué coño pasaba. Al llegar a la ventana del salón, la sorpresa fue mayúscula. Rosa estaba semidesnuda junto al pintor, sólo la cubrían algunas tiras de cuero. Eso ya me sorprendió, pero cuando noté que ella llevaba un arnés, y estaba penetrando a Richard analmente….  Hablaban como si estuvieran tomando un café, debía de ser algo normal en ellos.

—Pues sí, hasta los huevos me tiene ese cabrón. No hay forma de provocarlo, parece que sea imbécil —dijo Richard mientras recibía las embestidas.

—Sé más descarado, haz que ella chille, que grite, humíllalo.

—Ya lo hago… Pero parece que tenga la sangre aguada, no reacciona. No debiste de abandonarlo. Antes de que él volviera, lo tenía todo controlado, ella iba a iniciar los trámites del divorcio. Ahora todo se ha quedado parado.

Mientras hablaban, Rosa no dejaba de entrar en él de forma violenta, Richard debía de tener el culo al rojo vivo.

—Estaba saturada de ese tipo, no tiene ni puta idea de follar. Tanta caricia y tanto romanticismo me estaban poniendo enferma.

—¿Te piensas que yo disfruto follándome a esa tía? Yo también estoy harto, pero me aguanto. Ya sabes lo que me gusta de verdad… —Rosa como respuesta se apoyó en él, y empezó a masturbarlo sin dejar de entrar y salir de su culo.

—Sí, yo sé lo que le gusta a mi niño…. Pero el plan era que te casaras con ella. Y ahora mismo va fatal, hay que sacar a ese tarado de su vida como sea.

—Por cierto Rosa… ¿Cuándo me vas a dejar tu culo?

—Eso no pasará, no te hagas ilusiones. Sigue siendo virgen. Sólo me gusta follarlos. —Mientras hablaba, arremetía con más fuerza, como si le hubiera molestado la pregunta.

—¿Por qué no intentas volver con él? —dijo Richard conciliador—. Quizás se vuelva a enamorar de ti, y me deje trabajar tranquilo… Intenta que se vaya a vivir a tu casa —Mientras acababa la frase, se corrió entre jadeos y el esperma salió a borbotones.

—Ya lo hablaremos —dijo Rosa mientras sacaba el pene de látex del culo, era enorme…—. Ahora me marcho, no vaya a ser que alguno de los dos vuelva antes de tiempo y nos descubran. Te he recargado las pilas para una semanita.

Yo salí corriendo sin hacer ruido. Busqué una cafetería donde hacer tiempo, y pedí un bourbon mientras intentaba aclarar las ideas. Era muy fuerte lo que acababa de presenciar. No sabía si contárselo a Martina, podía pensar que lo había inventado para reconquistarla y que abandonara a Richard. Gracias a dios, no tenía que decidir nada en ese preciso momento.

Tras varias horas de espera, decidí que Martina ya habría vuelto a casa, por lo que volví andando tranquilamente. No me sorprendió nada encontrarme a Martina desnuda con la espalda sobre el sofá del salón mientras el brochas la embestía. La tenía sujeta por los tobillos con las piernas totalmente extendidas. Iban vestidos los dos, era otro de los “rapiditos”

—Perdón —dije en tono de disculpa—, debí de haber llamado antes… —susurré mientras  me escabullía hacia el cuarto de invitados, dejando que siguieran a lo suyo.

La suerte me sonrió y encontré un trabajo, y aunque no era tan bueno como el que había perdido, eran unos ingresos fijos garantizados. Con la situación de crisis que se estaba viviendo, eso era casi un milagro. Decidimos no decirle nada a Richard, yo salía cada mañana de casa como si fuera a buscar empleo. Acabé contándole a Martina lo que había visto, como esos dos habían urdido un plan para sacarnos el dinero. Se lo conté con miedo, con mucho miedo, temía que no me creyera. Pero lo hizo, no dudó de mí ni un momento.

—Cabrones, hay que ser malnacido para joder a la gente de esa manera. —Fue su respuesta.

—¿Y qué hacemos? ¿Tiramos de la manta y los mandamos a hacer puñetas?

—Esperaremos, a ver si Rosa se pone en contacto contigo. Igual podemos vengarnos.

—¿Qué quieres decir con «vengarnos»? Me estás dando miedo…

—Quiero que le rompas el culo a esa puta, eso quiero decir. Me dijiste que era virgen y no le gustaba.

—Eso le dijo a Richard pero… Nosotros no somos tan retorcidos. —dije algo asustado.

—Sí lo somos, ahora sí. Han intentado jodernos. Quiero escuchar sus gritos de dolor.

El tono de sus palabras hizo que me estremeciera. Puede que Rosa me tendiera una trampa, pero no me puso una pistola en la cabeza para que acabara entre sus muslos.

No me sorprendió nada encontrarme a Rosa unas semanas después en un bar de la zona. Se echó sobre mis brazos llorando, y me contó que sentía mucho haberme dejado. Que llevaba días intentando encontrarme, que era el amor de su vida… Yo la escuchaba sin poder creer que fuera tan buena actriz. Parecía tan real su interpretación... En algunos momentos llegó a emocionarme y todo. Pero la había escuchado hablar con Richard. Yo era buena persona, no tonto del culo.

—Mira, ahora estoy viviendo con Martina otra vez, ella está liada con un chico muy majo. Vivimos aquí al lado, si quieres nos acercamos y te la presento como te mereces. Sólo os habéis visto una vez, y tú estabas desnuda. Ahora ella parece más abierta que antes. Sólo tiene ojos para su pintor.

—Pero me debe de odiar, nos pilló follando… —dijo Rosa sorprendida y aturdida.

—Venga, vamos, hay cosas que es mejor no pensarlas demasiado. No creo que te guarde ningún rencor. En cierto modo, ha conocido al amor de su vida gracias a ti.

Mientras la seguía hasta la puerta, comprobé como todos los clientes del bar la miraban babeando. Era exuberante y llamativa, una mujer de curvas rotundas y con un culo en forma de pera que quitaba el sentido.

Caminando por la calle, Rosa desnudó sus sentimientos. Me contó lo mucho que había significado para ella, lo que me necesitaba… —«Será zorrón», pensé mientras la miraba intentando poner cara de cordero degollado, pero sabiendo que no podía interpretar tan bien como ella.

Cuando llegamos a casa, sorprendimos a Richard y Martina desnudos sobre la alfombra. Era algo habitual, Fran lo provocaba para humillarme, pero esta vez me sorprendió mi sangre fría:

—Parece que no hay manera de presentaros estando las dos vestidas… Debe de ser el karma. Acabad mientras le enseño la casa a Rosa, en un ratito nos vemos —dije como si fuera la cosa más natural del mundo y dejándolos sin palabras. —Ven Rosa, que te enseñaré mi habitación.

Al entrar en el cuarto, se tiró sobre mí y me desnudó con ansia. Yo hice lo mismo con ella mientras la sobaba y la besaba apasionadamente,  y sin necesidad de fingir nada. Ese cuerpo voluptuoso me excitaba de una manera incontrolable. Empezó a masturbarme con sus enormes pechos como sabía que me gustaba. Ahora no tenía ningún miedo, ya no me impresionaba ese cuerpazo de escándalo. No iba a perder el tiempo con esa zorra. Mi mente trabajaba rápido.

—Sabía que volverías.

—¿Por qué? —preguntó melosa.

—Porque anoche soñé que volvías y yo te penetraba por el culo. Era un sueño tan real… ¿Tú no crees en el destino? —Mientras hablaba intentaba colocarla en posición.

—¿Por el culo? —balbuceó sorprendida—  Es que yo…

—¿No me dirás que no lo has hecho nunca? —pregunté inocente.

—No, no me gusta

—¿Cómo puedes saber si te gusta o no sin probarlo?

—Lo sé, lo que me gusta es… —dudó un momento—  bueno, sé que no me gusta.

—Quizás no seas tú la mujer de mi sueño… —dije con tristeza mientras me separaba y comenzaba a vestirme.

Ella me miraba desconcertada, debía de sentir que me estaba perdiendo, que su plan se iba a hacer puñetas. Por un momento intuí una expresión fugaz de odio y rabia en su rostro, aunque no estoy seguro de haberla visto.  Me dio la sensación de que estaba viviendo  una encarnizada lucha interna,  supongo que al final pudo más su avaricia…

—Claro que soy la mujer de tu sueño, ven… —dijo de forma seductora.

—Tienes un cuerpo precioso —dije mientras la iba poniendo en la posición adecuada y acariciaba su piel.

—Ten cuidado —dijo con un hilillo de voz.

—Calla  —interrumpí—, deja que mi sueño se hagan realidad…

Ya tenía su hermoso culo a tiro. Ella estaba arrodillada en la cama y yo de pié en el borde. Mi pene palpitaba henchido en toda su capacidad. No le di tiempo para pensar demasiado. Busqué la entrada ayudándome de la mano, y apoyé mi glande en la entrada de ese ano virgen. Introduje con esfuerzo la punta. Ella soltaba grititos de dolor. Y de improviso, me dejé caer como un animal hasta el fondo, obteniendo un grito espeluznante. Noté como algo se rasgaba a mi paso, sentí como se humedecía con sangre. Yo entraba y salía violentamente. Ella chillaba, gritaba, los alaridos eran atronadores. Mis manos se aferraban con fuerza a sus caderas para entrar aún más bruscamente. Acabé corriéndome como un salvaje, apretándome con fuerza sobre ella. Al salir, mi pene chorreaba esperma mezclado con  sangre. Ella se dejó caer encogida sobre la cama, adoptando una postura fetal.

—Ha sido como en mi sueño —dije mientras le daba un beso en la cabeza y me iba a dar una ducha. —Rosa no contestó,  se estaría acordando de toda mi familia. Richard y Martina tenían que habernos oído a la fuerza.

Una vez cumplida nuestra pequeña venganza, lo más normal hubiera sido descubrirlos y mandarlos a paseo, pero no lo hicimos.

Tras meditarlo mucho, Martina y yo decidimos que era excitante vivir así. Ya no se podía volver a la triste rutina de nuestros primeros años de matrimonio. Los polvos que echábamos ahora nos sabían a gloria bendita. Tenían un sabor especial. Nos encantaba hacer el amor a escondidas, besarnos y acariciarnos como si fuera algo prohibido. Nos buscábamos por la ciudad como dos adolescentes en celo. Y por qué no decirlo… También nos gustaba escucharnos sin estar juntos.

Habíamos probado el fruto del árbol prohibido, y nos había gustado.

 

 

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