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Follemos con propiedad

en Hetero: Infidelidad

-Buenos día Padre, venimos por lo del cursillo prematrimonial.

-¿Y os llamáis?

-Pedro y María, Padre.

-Bien, bien, pasad.

-¿Queréis el curso largo o el corto?

-¿Qué diferencia hay? –pregunta María.

-El corto es más rápido, es un solo día, y el largo es más completo, pero son tres meses.

-El corto –dicen Pedro y María al unísono.

-Hace muchos años que nadie elige el largo –Dice el sacerdote resignado- ¿Habéis hecho el amor alguna vez?

Pedro y María se miran con vergüenza para después bajar la vista al suelo.

-Interpreto que eso es un sí. –dice el padre mientras pone un grueso edredón sobre la mesa. -Enseñadme como lo hacéis.

-¡Padre! –exclama María, sonrojada y asustada.

-Si preferís ir más despacio y perder dos horas diarias durante tres meses, hacemos el cursillo largo, pero el final es el mismo, y si no aprobáis, yo no os caso.

Pedro y María se vuelven a miran atónitos, pensaban que esto iba a ser un sencillo trámite.

-¿Podemos hablarlo entre nosotros?

-Por supuesto, pero daros prisa que en tres horas tengo otra cita.

La pareja se retira a una esquina y tras una corta conversación en voz baja, Pedro se dirige al sacerdote.

-Si lo hacemos, ¿acabamos hoy, y acordamos ya la fecha de la boda?

-Por supuesto, nunca he suspendido a ninguna pareja, muy mal lo teníais que hacer, venga, desnudaros y enseñadme como hacéis el amor, si es muy sencillo.

Pedro y María se desnudan tímidamente, María se pone en la mesa acolchada boca arriba con sus nalgas en el borde de la mesa, Pablo le sujeta las piernas en alto por los tobillos con una mano, mientras con la otra dirige su miembro hacia la rajita de María, que la mesa deja a la altura perfecta. De un empujón entra hasta el fondo, y agarrando un tobillo con cada mano los separa, mientras empieza un mete y saca rítmico.

-MAL, MUY MAL, –grita el sacerdote enfadado -no estáis haciendo el amor, estáis follando, no es así, aparta Pedro, y mirad como se hace bien.

El sacerdote aparta a pedro y empuja suavemente a María hacía el interior, mientras flexiona sus rodillas hasta que las plantas de los pies se apoyan en la mesa.

-Observa como al deslizar mi dedo por este valle rosado se le eriza el vello, y como las puertas del paraíso se abren cual flor en primavera cuando presionas dulcemente, como acoge en su interior mi dedo, como lo invitan a entrar en esa cueva acogedora, ves que no invade, que es bien venido, que llega hasta el fondo siendo abrazado, sin resistencia alguna.

María mira a Pablo, pues el cura le acaba de meter el dedo en el coño, y no sabe como reaccionar, pero Pablo está boquiabierto siguiendo las explicaciones.

-Mira la humedad brillante, -continúa el sacerdote sacando el dedo empapado- es como el rocío de la mañana que se posa sobre los prados verdes, mira como lo extiendo, como lluvia que fertiliza el campo, para llevarla a todos sus recovecos. Este dedo bendecido con el néctar de la vida puede entrar y salir libremente sin impedimentos, pues ya es reconocido como un hacedor de felicidad.

María ya no puede evitar que se le escapen suaves suspiros entrecortados, mientras el sacerdote juega entrando y saliendo con su dedo.

-Ahora hijo, ya puedes sacar el instrumento sacro de la fertilidad, -dice el sacerdote- mientras tira de María hacia el borde de la mesa- y aproximarlo a las rosas colinas desnudas para darles humedad, hay que ser generoso y repartir desde arriba hasta abajo.

María está alucinando, el cura le está restregando el aparato por sus labios vaginales recién depilados, y su novio mira embobado.

-Mira como este bultito, centro del placer, se levanta contento, endureciéndose para saludar con alegría al ejército amigo.

María está ya a punto del orgasmo.

-Antes de entrar en el santuario, presenta tus respetos al faro que preside la entrada a la bahía, rózalo con suavidad con el extremo de tu lanza sagrada. Mécelo como a los juncos verdes.

María está chorreando, no puede aguantar más, el sentir ese glande tibio rozando su clítoris lubricado, es el desencadenante de un orgasmo intenso que recorre todo su cuerpo. El sacerdote cierra las piernas de María con su miembro inmóvil aprisionado entre ellas, para que no se escapen las vibraciones del orgasmo.

-¿Ves Pedro? Ahora todo está preparado para recibir la simiente de la vida, las colinas y las aguas armonizan con la naturaleza en un equilibrio cósmico.

El cura le vuelve a abrir las piernas y sigue deslizando su instrumento sobre los labios vaginales, mientras María gime sordamente.

-¿Escuchas las trompetas divinas? Mira como caen las murallas de Jericó.

Mientras dice la última frase, de una embestida la mete hasta el fondo, y María gime ya escandalosamente, sintiendo como ese enorme miembro la taladra sin descanso con un ritmo endiablado. El orgasmo esta vez llega como una explosión, diferente al anterior, es un orgasmo vaginal que no había experimentado con anterioridad, los gemidos son fuertes y escandalosos.

-Y ahora es el momento perfecto para... –el sacerdote cierra los ojos mientras da varias embestidas rápidas, para después quedarse inmóvil mientras se muerde los labios.

María siente en sus entrañas el esperma tibio, el sacerdote vuelve a cerrarle las piernas, los dos disfrutan del momento.

Tras un momento de descanso, el sacerdote aún con el miembro dentro les pregunta:

-¿Lo habéis entendido todo? –pregunta el sacerdote.

-Padre, ¿podría repetir desde lo del junco verde en adelante?, ahí me he perdido. –dice María con voz apagada.

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