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La leona de ciudad

en Trios

Un gran centro comercial, miles de hormigas corriendo arriba y abajo, cientos de personas conviviendo en un espacio enorme, vidas que se cruzan y se separan como las vías del tren, cuantas historias de amor habrán surgido entre sus paredes, cuantos besos a escondidas, cuantas rupturas habrá presenciado este edificio histórico, ¡Quién fuera piedra! Para conocer todas las pequeñas e interesantes historias que han ido sucediendo en su interior con el paso del tiempo.

Marta estaba acabando de colocar la nueva colección de temporada, que acabada de llegar, cuando sintió que la tocaban en el brazo e instintivamente se giró.

-Marta, creo que soy lesbiana. –dijo Julia en voz baja mientras le agarraba la mano.

-Calla, por favor, que nos puede escuchar cualquiera, ¿y por qué me lo cuentas a mí?

-Ya sé que no somos amigas, pero no sabía a quien contárselo, y tú… bueno, todos sabemos que… Y como últimamente parece que me mirabas de esa forma…

Marta miró a los ojos de Julia para mandarla a hacer puñetas, no tenían la suficiente confianza para que le hablara así, pero al ver la mirada angustiada y de súplica que tenía, sintió lástima por ella, debía de estar muy desesperada para abordar a una compañera de trabajo con la que apenas había cruzado cuatro frases de esa manera.

-Mira Julia, a la salida te invito a un café y hablamos sobre todo lo que quieras, pero ahora compórtate, por favor, que ya nos están mirando, y vuelve a tu sección. –dijo desembarazándose discretamente de la mano que la sujetaba.

Y era verdad, varios compañeros y compañeras ya sonreían maliciosamente, y cuchicheaban entre ellos.

Al acabar su jornada, Marta se dirigió a la salida principal, a esa hora, todos corrían y se apresuraban, la marea de gente era asfixiante, Julia estaba esperándola vestida de calle, ganaba muchísimo así, con unos jeans ajustados y una sencilla camiseta blanca de tirantes que dejaba vislumbrar la posición alta de unos pequeños pezones, esperaba encontrarla con ropa más aparatosa, pero Julia debía de saber que su delgado y bonito cuerpo lucía sin necesidad de artificios. Marta sin embargo, se sentía cómoda con el uniforme de trabajo y no solía cambiarse para ir a casa, por lo que seguía con la blusa blanca entallada que resistía con estoicismo el embate de sus grandes pechos, y la falda negra oficial.

Anduvieron juntas unos veinte minutos entre el tráfico intenso de hora punta en una gran ciudad, alejándose del centro comercial, pues en los bares cercanos a él, había demasiada gente que las conocía, y Marta quería discreción, sobre todo después de que Julia le hubiese confesado que todos pensaban que era la lesbiana oficial de la empresa.

Al cruzar una calle y tras evitar milagrosamente ser atropelladas por una loca que conducía de forma peligrosa un sedán camuflado, vieron la marquesina del lugar al que se dirigían, y acabaron entrando en una pequeña pastelería, con una decoración preciosa del siglo pasado, con algunas mesitas de hierro forjado en el fondo, sillas del mismo estilo y con cuadros de época, un sitio discreto e íntimo, y lo mejor de todo, alejado del trabajo.

-¿Por qué piensas que soy lesbiana? –preguntó secamente Marta, evitando mirar, sin mucho éxito, la crucecita dorada que oscilaba entre los senos de Julia.

-No soy yo sola, lo dicen todos, pensaba que lo sabías y no te importaba, se nota en como miras a las mujeres, y aunque ellas no suelten prenda, pues nadie sabe como consigues que sean tan discretas, te hemos visto irte a casa con muchas compañeras de trabajo e incluso clientas, que te esperan en la entrada al acabar el día, no sabía a quien acudir, no conozco a nadie más como tú, perdona si te he incomodado, nos tomamos los cafés, nos vamos, y no volveré a molestarte nunca más.

Marta miró directamente a los tristes ojos negros de Julia que suplicaban, su rostro ovalado y suave transmitía dulzura, por un instante evaluó la situación, la sinceridad de esa mujer la desarmaba. Algo le decía que podía confiar en ella, y tomó su decisión, que esperaba no tener que lamentar.

-¿Así que todos pensáis que soy la lesbiana oficial? –Preguntó Marta, pero esta vez con un tono agradable y poniendo su mano sobre la de Julia.

-Si. –Atinó a decir simplemente Julia, sintiendo el roce sobre su piel.

-Y yo que pensaba que era la discreción en persona, pero no te preocupes, y gracias por contármelo, en el futuro procuraré hacerlo mejor, y cambiaré el sistema. –dijo Marta relajada y amistosa. -Aunque estáis todos equivocados, es verdad que me gusta seducir mujeres, pero soy una leona.

-¿Una leona? no entiendo lo que me quieres decir. –dijo Julia aturdida.

-Sí cariño, que no cazo para mí. –Marta sonrió enigmáticamente esperando a que Julia captara el contenido de su frase.

Los engranajes del cerebro de Julia trabajaban a toda velocidad, pero era como dividir por cero, no obtenían ningún resultado válido.

-¡Marta! ¡Por Dios! Habla claro, que se me van a fundir las neuronas.

Marta la miró con una expresión divertida, y disfrutó del estado de confusión y ansiedad de su nueva amiga durante unos segundos, que a Julia le parecieron una eternidad.

-Me gusta cazar mujeres para mi marido. –dijo Marta sin más.

La mandíbula de Julia fue cayendo lentamente, mientras su rostro iba mostrando una perplejidad total a medida que se le iba abriendo la boca.

-Entonces, ¿Las chicas que te llevas a casa…? –dijo Julia que al final iba entendiendo.

-Si, son para que se las folle mi marido, así de crudo.

-Pero tu forma de mirarlas, tus gestos, se ve que las deseas, no puedes ser tan buena actriz. –balbuceó Julia.

-También me gustan las mujeres, no te creas, cuando mi maridito las evalúa por primera y única vez, pues jamás le dejo repetir, y tras su aprobación, casi siempre comparto con ellas muchos momentos de intimidad, sabiendo que tenemos cosas en común. Cuando estoy con él a solas, nos contamos los detalles, comparamos, la excitación que sentimos es inmensa, y nuestros orgasmos son apoteósicos.

-Me desbordas, es algo que no me entra en la cabeza, yo no sabía que… -dijo Julia mientras retiraba las manos apresuradamente de la mesa, para evitar el contacto de esa extraña mujer que tenía delante.

-No te preocupes, es algo que no todo el mundo puede entender, hay mujeres a las que les gusta cocinar para sus maridos, otras se arreglan para ellos, pero la mayoría los tienen frustrados y reprimidos, al mío, me gusta regalarle mujeres, es algo que me hace muy feliz, que nos hace muy felices a los dos.

Julia iba palideciendo, tenía el rostro desencajado, lo que estaba escuchando rompía con todos sus esquemas sobre el amor y el sexo, estaba asustada, y miraba a Marta como si tuviera a un monstruo delante.

-Marta, se me hace tarde, gracias por el café, pero tengo que irme, otro día quizás…

-Claro, cariño, otro día… -respondió Marta decepcionada y con resignación.

Marta se quedó sentada observando como Julia se iba hacia la calle, con un andar dubitativo, como si llevara sobre sus espaldas un peso que no pudiera soportar, pensando en que quizás había sido demasiado directa, y eso que sólo le había contado la parte suave, pero lo hecho, hecho está. Era poco probable que Julia le ocasionara problemas en el trabajo. Y tenía un culito por el que había merecido la pena correr el riesgo.

Como no podía ser de otra manera, los días siguientes en el trabajo fueron días de nerviosismo, de miradas furtivas, de dudas. A fin de cuentas, Marta era la responsable de la sección de moda femenina, y podía ver su puesto comprometido si Julia, que sólo era vendedora en la sección de menaje, hablaba más de la cuenta, Marta estaba muy preocupada por lo que pudiera contar Julia sobre ella, y Julia estaba sintiéndose cada vez más intrigada con Marta, como una polilla que no puede evitar ir hacia la luz, sin saber que puede quemarse, y cada vez que la veía, era como estar ante un faro en la noche que irradiaba sexualidad por todos sus poros, y aunque no comprendiera su forma de ser, se sentía atraída sin poder evitarlo, llevaba días soñando con abrazarla y enterrar su cabeza en esos generosos pechos, se había masturbado tantas veces imaginando como serían sus besos, con el recuerdo del roce de su piel, necesitaba saber más sobre ella, pero no se le ocurría como volver a intentarlo, tras la cobarde huída del último día, no se veía capaz de enfrentarse a  su mirada.

Marta estaba recogiendo sus cosas para irse, cuando sobre su desordenada mesa de trabajo, en la cutre bandeja de plástico de los asuntos pendientes, vio una escueta nota que decía:

“Perdóname, te espero donde la última vez, entenderé que no aparezcas, pero tranquila, el silencio será total.”

Marta suspiró, y sin dudarlo ni un instante, se dirigió a su encuentro, pensando en que esta vez tendría más tacto, pues si lo volvía a estropear, no habría una tercera ocasión.

Al entrar en la coqueta pastelería y ver a Julia sentada al fondo con un jersey verde sin mangas y de escote cerrado, supo por que Julia ganaba tanto con ropa de calle, era el sujetador, en el trabajo siempre los llevaba del tipo push-up que subían y estandarizaban sus pechos, pero al salir, lo cambiaba por uno suave y sin aros, que dejaba que los pechos respiraran y mostraran su hermosa naturalidad, expandiéndose a su capricho sin barreras artificiales que los contuvieran.

-Hola Julia –dijo Marta mientras se sentaba frente a ella.

-Perdona Marta, el otro día me comporté como una estúpida colegiala ante un chiste verde. –susurró Julia.

-No fue culpa tuya, viniste a mí con una duda, y yo me lancé a hacerte confesiones que no venían a cuento, volvamos a empezar desde cero, y esta vez no te asustaré con mis cosas, te lo prometo. ¿Por qué piensas que puedes ser lesbiana? –dijo Marta mientras ponía la mano sobre la mesa buscando y esperando un contacto.

-Llevo casada mucho tiempo, mi marido fue el primer y el único hombre que he conocido, el sexo no nos va mal, pero cuando te veo, siento que necesito abrazarte, besarte, me excito sólo con imaginarlo, siento cosas que con mi marido no he sentido nunca, es algo que me asusta, que me hace pensar que estoy desperdiciando mi vida, estoy muy confusa, es algo nuevo para mí, necesito de tu consejo. –Julia alargó la mano cogiendo la de Marta, que puso la otra sobre ella, su cálido contacto le trasmitió paz.

-¿No has estado con ningún otro hombre? ¿Nunca?

Julia movió la cabeza en un gesto negativo, incapaz de articular palabra, y adoptando la pose de una niña traviesa a la que han sorprendido en una falta grave, mientras ponía su otra mano sobre la mesa, acariciándose ya sin tapujos, sintiendo que la conexión era total, ¿Por qué le inspiraría Marta esa confianza tan grande?  Si apenas la conocía.

-¿Y eso te ha pasado con más mujeres? o sólo conmigo.

-Sólo contigo, a veces he sentido algo con otra, pero si hubiera un reloj real que midiera estas cosas, la aguja indicadora se habría movido levemente, mientras que tú la haces chocar con el final de la escala, sin saber hasta donde podría llegar, no se si me explico.

-Te explicas perfectamente, acércate. –Dijo Marta mientras se inclinaba sobre la pequeña mesa.

Al inclinarse Julia también, Marta posó una mano en su mejilla y rozó sus labios con un suave beso. Julia sintió que se electrizaba, y que su cuerpo entero era recorrido por una descarga de algo desconocido que la excitaba hasta límites insospechados.

-¿Ha subido la aguja? –Pregunto Marta.

-Se ha roto el reloj. –respondió Julia, mientras se recuperaba del impacto emocional.

-Pues creo que deberías de tener una experiencia con una mujer, si no te gusta, no lo repitas más, pero es la única forma de aclarar tus ideas. –dijo Marta con voz tranquila.

-Me gustaría que fuera contigo. –imploró Julia.

-Yo no soy la persona adecuada, ya te dije el otro día que soy una cazadora, y eso te produjo tal estado de turbación, que saliste huyendo, necesitas a una chica dulce y sencilla con la que puedas explorar tu sexualidad.

Julia miró a Marta con tristeza, esperaba algo parecido, y se quedo pensativa un buen rato.

-Cázame para tu hombre, por favor. –dijo Julia por sorpresa rompiendo el silencio. –quiero sentir cosas, necesito saber quien soy.

-No tomes decisiones impulsivas sobre cosas que hasta hace poco te producían rechazo, piensa en ello tranquilamente en casa y ya me dirás algo, podemos ser simplemente buenas amigas, no lo estropeemos. –dijo Marta con voz moderada pero excitándose en secreto por la entrega de Julia.

-Tienes razón, pero no creo que cambie de idea, y no quiero esperar más –dijo mientras atraía a Marta y le plantaba un beso sonoro en los labios.- ¿Me llevas a tu guarida?

-¿Ahora? –preguntó Marta sorprendida realmente.

-Sí, no quiero esperar más, mañana es festivo, no tenemos que madrugar, y cada segundo que pasa la ansiedad me consume más, por favor, por favor… -suplicaba Julia.

-De acuerdo, espero que no te arrepientas –dijo Marta mientras sacaba el móvil del bolso y llamaba a su marido.

-Cariño, no compres pan, que ya lo llevo yo, salgo ahora para casa, un beso. –dijo Marta al buzón de voz.

-¿No le dices que vas conmigo? –Preguntó Julia extrañada.

- Lo acabo de hacer. –respondió Marta sorprendida por la inocencia de Julia.

-¡Qué pasada! Tenéis claves como los agentes secretos. –soltó Julia jovialmente.

Marta se rió y no pudo dejar de admirar a esa bonita mujer que parecía que iba perdiendo edad y complejos a pasos agigantados. Ya parecía una adolescente ante su primer concierto. Volvieron andando hasta el parking del centro comercial donde Marta tenía su pequeño pero funcional coche, y allí mismo y sin salir a la calle, Julia hizo lo que llevaba tiempo soñando, meter su cabeza entre esos pechos generosos que la volvían loca mientras abrazaba a Marta.

-Guardemos algo para luego. –dijo Marta mientras la separaba sin brusquedad ninguna.

Durante todo el trayecto, Julia se comportó como una niña con una muñeca nueva, le desabrochó la blusa, le acarició las piernas, le dio besitos en el cuello… mientras Marta sonreía y la dejaba hacer, mientras conducía entre el denso tráfico, divertida ante las miradas de asombro de los otros conductores cuando las veían así. Con la certeza de que nadie la miraría a la cara con esos dos impresionantes pechos al aire.

Estaban llegando a casa de Marta y a punto de entrar en la urbanización donde vivía.

-Julia, mi amor, puedes abrocharme la blusa, sacarme el tanga de la rajita y bajarme la falda, que aquí me conoce mucha gente. –dijo Marta pícaramente.

Julia obedeció y la dejó en perfecto estado de revista, comenzando a ponerse nerviosa de verdad, al darse cuenta de que ni le había preguntado a Marta como era su marido. Los últimos minutos de coche fueron angustiosos para Julia, que miraba impresionada las bonitas casas unifamiliares de la zona, con su trocito de césped, sus flores y sus verjas adornadas con enredaderas, nada que ver con su piso de barrio obrero.

Mientras Marta abría la pesada puerta de la entrada, Julia se llevó las manos al pecho para evitar que su corazón desbocado saliera corriendo, el pulso había subido a niveles insoportables, y el estado de ansiedad era angustiante, tanto que llegó a pensar que se iba a desmayar. Instintivamente se agarró del brazo de Marta, a la que le costaba caminar con Julia agarrada a ella. Carlos, el marido de Marta vino a recibirlas a la entrada, dándole un breve beso en los labios a su mujer.

-Cariño, que pan más bueno que traes hoy. –dijo sonriente, mientras miraba a Julia.

Julia enrojeció, y se agarró con más fuerza al brazo de Marta, que le dio un beso en la mejilla para tranquilizarla.

-Carlos, danos un respiro, que llegamos de trabajar y necesitamos un baño con urgencia. Ves preparando alguna cosita para cenar.

-Ya tenéis la bañera preparada, y la cena está lista, he preparado algo frío, porque no sabía a que hora llegarías.

-Eres un sol, pero ahora desaparece como un chico bueno, ves a regar el jardín, ya te avisaremos cuando estemos listas. –dijo Marta con autoridad.

-A sus órdenes. –contestó Carlos saliendo hacia el jardín.

Marta acompañó a Julia hasta el enorme cuarto de baño, con una gran bañera redonda en el centro llena de agua caliente y espuma. Julia estaba agarrotada y temerosa, y Marta le pidió que comprobara la temperatura del agua para que se distrajera. Julia se sentó en el borde de la bañera e introdujo dos dedos que deslizó entre la espuma, trazando surcos.

-Está perfecta. –dijo Julia mientras miraba embobada como Marta se desabotonaba la blusa, y se la quitaba con sensualidad, mirándola a los ojos,  al quitarse la falda, un tanguita negro quedó a la vista, que se desenrollo sobre los muslos hasta llegar a los tobillos, cuando Marta levantó la pierna para liberarla, Julia se maravilló de esa preciosidad de pubis recortado, de esos labios jugosos, y sintió como se iba humedeciendo, al ver como el sujetador de Julia liberaba los grandes pechos, el estado de excitación era extremo, Julia totalmente estaba totalmente desnuda delante de ella y se introducía en la bañera, sentándose con los dos brazos abiertos apoyados en el borde.

-¿A qué esperas?, cabemos las dos de sobras, entra antes de que se enfríe el agua.

Julia ya había perdido el miedo, el vapor del agua caliente, la suave música ambiental que no sabía de donde procedía, el aroma de las sales de baño que la envolvía y sobre todo, las dos islas coronadas de espuma que formaban los pechos de Marta, habían conseguido que se tranquilizara, y que su estado de ánimo pasara a la intensa excitación que tenía en el coche. Se desnudó sin reparos, mostrando un pubis frondoso que sorprendió a Marta, habituada a verlos depilados o con franjas bien cuidadas como el suyo. Los hermosos senos tenían las marcas del bikini, cosa que también produjo asombro en Marta, pero que a la vez la hizo estremecerse de placer, al pensar en que esos pechos habían estado ocultos mucho tiempo, y ahora salían a la luz en todo su esplendor para su disfrute. Era como haber encontrado un tesoro enterrado.

Julia entró en la bañera, y Marta le pidió que se acomodara entre sus piernas, así lo hizo y apoyó su espalda sobre sus pechos, la sensación fue de paz, esas tetazas tibias presionando su espalda era lo más agradable que había sentido nunca, una esponja enjabonada recorrió sus hombros tiernamente, Marta le enjabonó los brazos y la espalda para acabar en los pechos, recreándose en la zona erógena de los pezones, que estaban endureciéndose ante las caricias, sentía la parte interna de los muslos de Marta sobre sus cintura, que jugaba a aclarar la espuma, estrujando la esponja encima de sus tetas, dejando que un hilillo de agua arrastrara la espuma y dejara el pezón al descubierto. Tras varias veces de repetir el juego, Marta la abrazó soltando la esponja, y Julia se sintió como cuando era niña, protegida y querida, en un estado de confianza y seguridad total, sólo faltaba su patito de goma para retroceder a los hermosos momentos de su niñez, en los que su madre la bañaba. Sintió unos besos en el cuello, una mano exploraba su entrepierna, jugando con su vello mojado, deslizando un dedo entre los labios vaginales, bastó un sencillo roce en su clítoris, una ligera presión, y Julia cerró las piernas fuertemente aprisionando la mano de Marta, mientras la explosión de un intenso orgasmo recorría su cuerpo.

-Cariño, ¿Os falta mucho? –dijo Carlos a través de la puerta.

-Ya casi estamos, pasa y nos ayudas a secarnos. –respondió Marta mientras notaba en Julia un ligero temblor, que apaciguó con unas caricias en el cuello.

Carlos entró, y tras mirarlas unos segundos extendió la mano a Julia para ayudarla a salir de la bañera, tras una breve duda, Julia acepto su mano, y poniéndose en pie, salió apoyándose en Carlos, con la proximidad sentía su aroma masculino, sentía el roce de la toalla de rizo recorriendo su cuerpo, y se sintió bien, pensaba que sería más violento. Cerró los ojos y se dejó llevar, unas manos rodearon su cintura y un pene erecto se apoyó en sus nalgas, Julia no abrió los ojos, era agradable el contacto del miembro palpitante, una mano rozaba un pecho, y unos labios rozaban su cuello, Julia estaba excitadísima, no estaba acostumbrada a tanta sensaciones placenteras simultáneas, por lo que cuando la mano de Carlos se apoyó en su vientre y sintió como jugaba con su dedo con el vello púbico, el placer llegó al máximo. La lengua de Carlos recorría su nuca, alternando con besitos y mordisquitos suaves. Cuando una mano separó sus muslos y rozó su coño, soltó un gritito de gusto, esperaba y necesitaba que la penetraran, pero no lo hizo, sólo repartió sus fluidos sobre la cara interna de sus muslos, e introdujo el pene hinchado entre ellos, que subió para quedar encajado entre sus labios mayores, volviéndole a juntar las piernas. Sintió unos labios húmedos en el vientre que le hicieron abrir los ojos, era Marta que arrodillada en el suelo la besaba, bajando con la punta de su lengua hasta llegar al glande de la polla de su marido que sobresalía entre las piernas de Julia como si fuera suya.

Carlos se agarró a los pechos de Julia con fuerza y comenzó un suave movimiento de vaivén con su miembro entre los muslos de Julia, Marta colocó los labios pegados a Julia, y engullía la punta cada vez que aparecía. Julia disfrutaba y soltaba jugos que ayudaban a que el deslizar fuera suave y erótico. Cuando no pudo soportar tanto placer, se corrió apretando las piernas y arqueándose buscando el contacto con Carlos, que al sentir los espasmos y la presión sobre su pene, se corrió también en la boca de su mujer, que con sus manos empujaba de su culo para no perder contacto. Permanecieron juntos un buen rato así, en ese abrazo no convencional que tanto placer les había proporcionado.

Un día de la semana siguiente, al salir del trabajo, Marta se llevó la sorpresa de encontrarse con su marido que la estaba esperando. Le abrazó y le plantó un beso en los labios, contenta de verlo.

-Que alegría, ¿Me vas a llevar a cenar a algún sitio bonito? –preguntó al ver que iba con uno de sus mejores trajes.

Carlos la miró con esa mirada suya enigmática.

-¿O has estado haciendo fotos? –preguntó Julia haciendo pucheros.

-Las dos cosas, dijo mientras le daba el móvil a su mujer con una foto en pantalla.

-¿Estás loco?  Esa es la hija del dueño, es imposible, elige a otra.

-No pongas excusas infantiles, que hasta ahora no has fallado nunca.

-No te garantizo nada, va ha ser muy complicado. Pero te dejaré repetir con Julia, que aún no tiene muchas cosas claras, y me lo ha pedido. ¿Te importa?

-Ni lo más mínimo, es un encanto, puede repetir todo lo que quiera –respondió Carlos con una sonrisa, abrazando a su leona.

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