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La necesidad de pija a los 40

en Hetero: General

Un amigo, muy querido, me remite este relato, para que yo lo suba a Todorelatos.

Es su realidad. Vive esta singular situación, desea hacer feliz a su esposa, permitiendo que tenga relaciones con otros hombres, ante su imposibilidad física para complacerla.

Me ha parecido un relato valiente por su parte, una necesidad psicológica de contarlo

y una manifestación de amor hacia su esposa.

 

 

"La necesidad de pija a los 40"

 

-           ¿Ya te besó…?

-           Todavía no es tiempo…

La conversación corta, casi como al pasar, empezaba a presagiar un tiempo de excitante experiencia para la bella flaca, en los albores de su cuarta década de vida, dedicada al marido, al hijo y a una profesión exquisita, que le arrimaba tentaciones a cada segundo. Una edad, en la que su cuerpo pedía muchísima más verga, de la que recibía en ese matrimonio tedioso, con un compañero bonachón y confiado en la compostura de ella.

La pregunta de él, no era de reclamo ni mucho menos, era curiosidad solamente, porque sabía que en cada viaje de la artista, tal vez la estuviese esperando el diablo, en forma de pija, una pija que ni por asomo él, le podía arrimar. Pero como no era estúpido, sabía perfectamente que ella deseaba y sobre todo necesitaba.

Pero la adoraba, quería verla feliz de cualquier modo y los cuernos eran, sin duda, un pago carísimo, pero obligado, que estaba dispuesto a cumplir, por tenerla cerca, al entender cabalmente, que una situación de esa naturaleza, –no cogerla todo lo suficiente-, era imposible de mantener, en el tiempo, sin consecuencias dolorosas.

Nunca antes de aquella corta conversación, ella le había insinuado la necesidad de culiar fuera del matrimonio, aunque le “reclamaba” más pija y mimos cada vez que cogían y terminaba haciéndose una o dos pajas antes de dormirse.

Alguna vez estuvo cerca del orgasmo vaginal, cuando sintió la pequeña pija del marido rozarla mínimamente, pero él acababa tan rápido que debía sentársele, con la concha y el culo en la boca, para ayudarla a terminar la faena.

Cuatro dedos dentro y una paja furiosa, jamás la complacían y surgió la idea de un consolador, que rápidamente fue desechado por ella, cuando se lo compró en un viaje, porque, para la hirviente concha de la flaca, le resultaba un hierro helado que la atormentaba en vez de agradarle.

Muy de vez en cuando, la pequeña pija en el culo lograba satisfacerla un poco, cuando a media noche, la temperatura sensual subía al punto, de tener que hacerse la paja con las dos manos, con la desesperación por acabar y ocupado en parte el orto, se complacía además soñando con que, alguna vez, se la cogerían dos negros bien vergudos.

Ella se lo había insinuado varias veces, en el instante de acabar y él sabía callar. No cabía ningún reproche, porque sabía que estaba en falta. Su verga era inexistente frente a la fogosidad de ella. De allí las reiteradas conversaciones sobre la posibilidad de conocer el festival de Rio, y no sólo por los bailes y la música; ella quería sentir alguna vez el diablo en el cuerpo.

El petiso de la pija minúscula sabía que tarde o temprano le iban a llegar unos cuernos más largos que cortos, pero trataba de estirar el momento de soportarlo. El último viaje de la joven madura, pareció devolverla feliz y cuando él le insinuó, que pudiera ya estar culiando con alguien, ella le dijo tiernamente, pero de manera muy firme:

             “... Todavía no es tiempo querido mío, todo debe madurar”

Dándole a entender que sí, había alguien que ella tenía en la mira, que sí, había alguien que estaba buscando cogerla y que decididamente, iba a culiarselo si se daban las condiciones de privacidad, o de urgencia, de ella.

Y la bella cuarentona se apuro a contarle de un premio conseguido y de los amigos y amigas acumulados sanamente. Sin compromiso, por ahora, entendió él.

 Al parecer, nada había ocurrido todavía, como él pensaba, pues los días que siguieron la notó muy suelta, sin nada que ocultar, contando los proyectos que se avecinaban y los nuevos viajes que la profesión le exigía.

Apenas si recordaba alguna anécdota, de un viaje con el pequeño hijo, a las sierras y el fugaz encuentro, en público, con un pariente de una amiga fiel, que le rogó que tuviera algún affaire, con el muchacho, porque era muy discreto.

La amiga sabía que ya no estaba culiando bien. Era práctica. Le pedía que disfrutara sin culpas y que ella protegería su imagen de madre y esposa. En realidad la amiga sabía, desde hacía mucho tiempo, de la necesidad de pija de la artista y quería ayudarla, no romperle el matrimonio.

Como parece que la situación no pasó a mayores, se dio de manera natural el relato del frustrado encuentro veraniego, el marido le pregunto esa vez si había culiado con el amigo de esa pariente y ella no le contesto directamente, no le dijo que si, ni lo negó.

Era una manera de ponerlo sobre aviso, que lo iba a hacer cornudo alguna vez. Era una forma de ir preparándolo para que no le duelan las cornamentas, o para que el petiso aprendiera a culiarla. También ella quería sentirse más libre, de alguna manera.

También pasó por la cabeza del petiso, la versión, por ella misma referida, de algunas amigas envidiosas, que la acusaban de tener amoríos con un profesor, que le prestó una casa antigua, en las afueras de la ciudad, para montar un lugar de trabajo junto a otras compañeras. Como el lugar estaba lleno de gente del arte, jamás pensó el marido que el profesor le hubiera cobrado por el favor, al contrario, él nunca más saludó a las amigas y parientes que lanzaron las habladurías sobre su amor eterno, la madre de su hijo, con la que se llevaba de maravillas siempre, menos en la cama, claro.

Pero persistía la duda de si ella hubiera culiado con el profesor, pues le confesó varias veces, que lo admiraba por la calidad de su obra y por su pensamiento libre y comprometido con la libertad, etc. etc.

Jamás conoció él, al profesor, pero como la artista siempre valoro mas el intelecto que el físico, no era de extrañarse que ella misma se lo hubiera culiado.

Ella era una persona muy agradecida con quien la ayudaba de onda. ¿Por qué no se lo culiaría, si al final iban ser felices los dos? El profe era un hombre casi mayor, cercano a los 65 pues estaba jubilado, pero ella alguna vez le contó, que las compañeras se peleaban por culiarselo, porque era una persona exquisita, muy de mundo.

El petiso pensó que, si se lo había culiado alguna vez, eso ya no estaría repitiéndose porque el hombre ya era mayor. Sin embargo estaba desesperado porque ella le contara si se lo había cogido.

Una vez él se la jugó y le rogó que le contara de que manera, el profe, se las culiaba a las amigas. Ella le relato que no los vio, sino que las amigas se lo contaron.

Al petiso ya no le importaba si fuera o no verdad el cuento, sino la forma de contárselo. Si el relato era la culiada, a ella, o a la amiga.

Ella le relato que una de sus amigas, recién casada, llego una vez al taller llorando porque no se llevaba bien, en la cama, con su flamante esposo y el profe la consoló, besándola, dándole tranquilizantes y amparándola con sus enormes brazos. La fue calmando y le explico, que ella debía tomar la iniciativa para culiar, porque los hombres jóvenes son muy inexpertos y no hacen gozar a las mujeres.

Ellas se merecen ser felices en la cama y no sufrir – le decía a ella- Le contaba que desde joven, él se ocupaba de hacer gozar a sus mujeres, porque de verdad le importaba la felicidad de ellas y no satisfacerse a sí mismo.

Eso las fascinaba a todas cuando él hablaba de cómo culiarlas. Le dijo que ella tiene la obligación de ser más hembra, atraer al marido inexperto y enseñarlo a coger antes que pelearse.

En la cama – le decía – tenés que ser muy puta y afuera de la cama muy señora. Querida mía, tenés que chuparle la verga tan bien, que debes sacarle toda la leche de entrada y cuando esté agotado, empiezas a tocarle el culo con la punta de la lengua. Eso enloquece a los hombres, así se les para de nuevo la verga – le repetía – y entonces te aman, así los hombres después se esmeran.

Cuando ven que vos les haces parar la pija, que la tenia muerta , te aman y se ocupan de vos, con regalos, con guita y con más tiempo dedicado.  Él les hablaba así, procazmente a todas sus alumnas y a ellas les encantaba. Él no era pacato. Era directo.

Unas semanas apenas pasaron de tranquilidad, hasta que notó en la artista una ansiedad inusual, por viajar de vuelta al último lugar donde había conseguido trabajar con mayor entusiasmo que nunca. Había recibido algunos llamados telefónicos bastante sospechosos, por la hora. La notó agitada y hasta afiebrada, cuando la acompañó a sacar el pasaje y acomodarle los bolsos en el micro. Ella no se sonrojaba por cualquier cosa, pero la notó incómoda, hirviendo y transpirada, cuando le apoyó los labios en los ojos, en el momento de poner el pie, en el primer estribo de lo que sería el viaje, al fin de una vida de contención y hasta frustración sexual.

Comenzaba una etapa de su vida, en la que su cuerpo recibiría lo que el marido le negaba, porque no podía y lo que el futuro le prometía, como compensación, por tantos años de angustiosa espera.

Viajaba a culiar.

Ella sabía que la esperaban para coger y el marido sabía que ella iba directamente a que la cogieran. No sólo a trabajar y conocer gente y lugar, el fin principal era culiar.

El destino inmediato era una pija que imaginaba poderosa e iría a su encuentro con la ayuda del propio marido. Nunca era más cierto el dicho: 

“... para llevar adelante un matrimonio hacen falta dos y a veces, tres...”

Mucho después se enteró, el petiso, que el apuro de la artista era, porque había recibido una corta y perfumada esquela del muchacho, Alejandro, a través de una amiga común, tipo telegrama.

“… Lugar de ensueño, me lo prestan dos días, silencio, perfumes, montaña, nada de teléfonos, apenas unos sobres de jugos y sopas. Prometo besos, calor y protección…Y nada de lo que no quieras hacer…” 

La esquela apareció, ¿de casualidad?, en el fondo de un abrigo, que un día cualquiera, él llevó al lavadero. Pero no lloró, ni de bronca, ni de desconsuelo, es que ya había llorado antes, todo lo que su vergüenza de hombre, casi sin pija le permitía.

También lloró, cuando escucho una conversación telefónica muy posterior, cuando una amiga le dijo si yo sabía que ella iba a culiar. Y la artista le contestó esa vez a la amiga:

 -          “Sí, él sabe como viene la mano...”  Y espero que sea realmente macho para aceptar, que voy a que me culien, porque él no puede manejarme en la cama, no me puede satisfacer, no me hace acabar nunca. Es un hombre inteligente no hará ningún quilombo. Es más, creo que desea que yo sea feliz.

Así lo escuchó y se calló el cornudo. Era verdad. No tenía pija para culiar semejante hembra.

Ella llegó a la ciudad cerreña y quedó deslumbrada con la magnificencia del paisaje. Se sobresaltó un poco, cuando vio que en el andén, no estaba el artesano que le habían presentado en el viaje anterior y al que había alcanzado a saborearle, muy corto, la boca y lengua, cuando el muchacho la despidió esa noche, en que se volvía al albergue de artistas. Él la había mirado fijo, rogándole con los ojos, que se quedara en su propia casa para culiar y ella se negó absolutamente, para no estar en la boca de sus colegas.

No quería ser una más, que culiaba casi en público, como las chicas jóvenes, que no debían explicaciones a nadie. No era tan joven ni libre.

Ella debía conservar el marido y el hijo, debía conservar la cordura y postergar de algún modo, el irrefrenable deseo de mamarle, al menos una vez, esa pija inmensa que le había asentado, bailando lento, en la fiesta de despedida.

Le había quedado pegada la impresión de la enorme verga, sobre la pierna, sobre la mano, y sobre la misma concha,  cuando el muchacho, totalmente encendido, llegó a ponerle las dos manos en el culo, atrayéndola hacia la poronga para que ella la sienta y se la lleve de recuerdo.

Le rogó que le hiciese la paja, pero ella le confesó algo más o menos así:  

“… No puedo, porque no respondo de mí, cuando estoy lanzada…”

El quedó enloquecido. Y lloró al verla partir. Y ella lo vio llorar desconsoladamente y en silencio también lloró por tener que dejarlo, pero lo mojó con sus propias lágrimas, cuando se volvió, de la puerta del colectivo, para pedirle que nunca pierda las esperanzas con ella, mientras le puso un rato largo su delgada lengua de terciopelo sobre sus labios, antes de penetrarle los dientes y prácticamente, hacerlo acabar, cuando la punta de la minúscula serpiente humana, le dibujó corazones en lo más profundo del paladar, acompañando el juego con dos manos, que perforaron la bragueta en el momento que ya estaba él, todo mojado, por la acabada y así llevarse ella, de recuerdo, la miel que recogió del enrojecido capuchón. La última imagen que el artesano vio apagarse del colectivo en fuga, fueron dos dedos lamidos lascivamente con la misma lengua que lo despidió en el andén de los sueños.   

Alejandro estaba más desesperado que ella por recibirla y salir urgente de allí. Por eso había ganado el primer lugar de la baulera y recibir el bolso. Estaba de espaldas esperando cumplir el trámite y pareció estremecerse cuando la artista le tapó los ojos con las manos, tomándolo desde atrás y asentándole sus bellísimas y enormes tetas, que reventaban de calentura, debajo de la remera fucsia.

Las manos bajaron apasionadamente por las tetillas, sobre la camisa unas largas uñas abrieron un botón clave, a la altura de la cintura y se perdieron un poco más abajo, hasta el borde del bóxer negro. Sin ir más allá…  

-          Decí quien soy… le dijo.

-          Es mi amor imposible que viene a quedarse para siempre… le respondió.

-          Ni lo pienses, vengo por la promesa de disfrutar, sin compromisos. Fue una propuesta franca y leal y la tomo de esa manera. Si cambiaste de proyecto me tomó el colectivo de vuelta…

-          No preciosa, vamos a tener dos días inolvidables, te lo prometo.

 Y cerró el corto entredicho que ponía las cosas en su lugar, antes de la primera escaramuza sexual.

La primera sorpresa para la artista es que Alejandro fue a buscarla en un pequeño tractor; caía la tarde ya y la instó a apurarse para llegar al lugar antes de que la penumbra cierre la claridad de la ruta. Se quejó él, de que no le haya escrito ni contestado el teléfono en esas largas semanas de espera.

-           Es que no podía, -le confió ella-, debía conversar bien este tema con mi marido, lo adoro y jamás le haría una trastada sin que él lo sepa. Lo amo y esperé lo necesario  para que entienda, que él, me tendrá para siempre, aunque necesite a otro hombre para que me colme sexualmente. Lo haré cornudo pero no lo traiciono, de la misma manera que yo no le perdonaría una traición. ¿Podrás hacerme feliz?

-           Claro que sí, ya vas a ver que lo lograremos, si me deseas como dice tu amiga, que me trajo tantos mensajes.

-           Me entusiasmó mucho el lugar que me has descrito.

-           ¡Ah! Es divino, los cerros son una pintura y el silencio es excitante. No queda lejos, no hay muchas comodidades, pero el lugar tiene una estufa y leña suficiente para calentar nuestros cuerpos cuando nos besemos, tirados entre las frazadas que guardé hace unos días, para esperarte.

-           Las usaste con otras mujeres, me imagino.

-           Vamos, no entraremos ahora en esto de celos, yo no te preguntaría jamás con cuantos hombres estuviste.

-           Preguntámelo, porque te diré únicamente la verdad. Jamás estuve con otro hombre que mi marido y sí, desee algunos, pero nunca lo he corneado ni me anime a insinuárselo, porque mi marido me cogía más o menos bien, hasta que empezó con algunos problemas de salud.

-           No puedo creerlo. ¿Y antes del matrimonio?

-           No, jamás me acosté con nadie.

-           ¿Ni con algún noviecito?  Al menos algunas lamidas.

-           Bueno sí, lamiditas en la boca y alguna mamada corta, pero jamás me hice culiar querido. No quise sentirme una puta y menos ahora. Yo no lo traicionare. Voy a coger con vos porque me deslumbraste y espero que me des la pija que me falta en casa.

-           Vas a quedar conforme, te lo prometo mi vida... Pero entonces ¿vienes solamente a coger?

-           No tonto, me gustaste desde que te vi, tu mirada sincera y la sonrisa honesta. Espero que no estés fingiendo y seas la persona que pienso, de otro modo no vamos a llevarnos muy bien en el futuro.

-           Pero, ¿es que piensas que lo nuestro tiene futuro?

-           Si claro, pero únicamente aquí, en tu lugar, este no es mi lugar. Fuera de aquí, nuestra vida en común no tiene porqué existir.

La charla iba y venía como poniendo cada uno las cosas en su lugar, cuando el tractor se internó en un largo camino de tierra que enfilaba hacia las montañas. Sembradíos a ambas márgenes, una luna que iluminaba todo, el aire era el más limpio que había conocido en su vida.

Antes de bajarse, él no aguantó las ganas de besarla y le tocó la cara como pidiéndole permiso. Ella cerró los ojos y abrió la boca para que se la devorara todo lo que quisiese. La tomó de la cara, le corrió hacia un lado un mechón del limpísimo pelo rubio y le apretó un poco los labios, antes de empezar a comérselos, con todo el hambre atrasado que alguien pudiera imaginar.

Los larguísimos brazos de él, la envolvieron como ella esperaba. Ser protegida, en ese lugar perdido del mundo, donde apenas se oía el ladrido lejano de algún perro. Se sentía segura, envuelta en la campera que le había puesto sobre los hombros con todo cariño, al subir en el exótico tractor, para un paseo y charla casi de noviazgo iniciático.

Entraron a la pequeña y modesta casa de campo que estaba muy caliente, acogedora.

 Evidentemente, Alejandro se ocupó de preparar el nido como debía y ella se sintió libre y dueña del lugar que olía a leña y jazmín.

No esperó, le devolvió el beso comiéndole hasta los ojos, las orejas, la boca, los impecables dientes blancos, la barbilla y le abrió la camisa de un solo tirón, para comerle las tetillas efusivamente.

Él le acariciaba la cabeza y la dejaba hacer.

-           ¿Tan desesperada estás?

-           No, estoy agradeciéndote el lugar, es mucho mejor de lo que esperaba, espero hacerte feliz… le dijo.

-           Vamos a ser felices, te lo aseguro. Quieres comer algo mi amor, le dijo el muchacho.

-           Si, deseo comerte aquí, la pija. Esa que me asentaste en la concha el día que nos despedimos, la medí con la imaginación y no puede tener menos de 24 centímetros ¿o me equivoco?  A ver dame la pija que la necesito en la garganta, la esperé durante todo el viaje. Acabe dos veces mirándoles el bulto a todos los hombres que se me cruzaron en estos meses. Quiero tomarte la leche aquí mismo, no puedo esperar más.

 Le dijo subiendo la voz, mientras casi le arrancaba  los pantalones hacia abajo y caía de rodillas como si fuera a adorar a un ídolo.

Alejandro la ayudó a quitarse la ropa y quiso levantarla en brazos para llevarla a la pieza pero no quiso, ella insistía en comerle la verga así, casi en el umbral de la casa.

-           Quiero chuparte todo, en todas partes de la casa. Quiero recuperar los años que no he culiado, que no he mamado pijas por serle fiel a mi marido.

-           Tranquila, disfrútala, pero hacélo tranquila.

 Le dijo Alejandro con la poronga al máximo de su tamaño.

-           Esta divina, era la pija que yo soñaba Ale, no me acabes todavía, quiero mamarla bien mamada.

-           Si mi vida, chúpala tranquila que voy a aguantarme para que la disfrutes bien. Pero ojo, estoy sin acabar hace mucho, esperando este momento, voy a llenarte la garganta de leche.

-           Si, es lo que quiero, culiame la boca por favor, cogémela bien y lléname de leche entera, quiero sentirme una verdadera puta, una gran puta por primera vez en la vida.

-           Puta es otra cosa mi amor, vos sos una dama que no coge y necesita hacerlo, se merece culiar y lo vamos a hacer. No tienes nada de puta mi vida.  

La lengua empezó a lamer los dos enormes huevos llenos de leche y él abrió las piernas para que ella juegue con sus dedos en los bordes del ano. La artista no era experta en esos juegos, pero se dio cuenta que el culo del muchacho ya había sido desflorado cuando metió dos dedos para gozarlo. El orto era bastante complaciente, los pliegues le deglutieron sus dedos rápidamente. No le dijo nada, no quería criticarlo, ni sacarlo de clima, solamente subía con sus labios por el tronco de esa pija fantástica de 24 centímetros, uno por cada año que tenía el muchacho. Casi los años de su propio hijo. Un toro que estaba seguro iba a aguantarle la mamada un rato largo hasta que ella misma le pidiera la leche.

Ella le tomó las dos manos y no sacaba la boca de la cabeza de la pija, le dio algunos tirones, como para que él empiece también a caer de rodillas, de modo que toda la envergadura de la poronga, empiece a dirigirse al fondo de la garganta y en un momento dado, él quedo sentado en el piso de madera, mientras la artista se acostaba como una gata, entre las piernas del muchacho que ya bufaba de calentura. Le apretaba  las tetillas, el culo, con las dos manos, mientras la lengua envolvía la roja e inmensa cabeza, que se le presentaba como un desafío. Si la tragaba, sería su mayor éxito, porque de allí hasta el fondo de la garganta ya sería un mero trámite, todo dependería de la capacidad de contener la respiración y  las lágrimas de emoción.

Le pajeó la pija con impresionante velocidad y precisión siempre con la boca, sin sacársela.  Sintió las primeras convulsiones de la acabada que se venía, cuando el muchacho empezó a retorcerse y a tomarle con fuerza la cabeza, las orejas, a enredar sus manos en ese pelo rubio, lacio, larguísimo y perfumado.

Le miró los ojos, ella lloraba en silencio y a mares de felicidad, con la boca muy abierta devorándole el exquisito choto de magnífico ejemplar de macho. Él lloraba de felicidad porque nunca se hubiera imaginado que la delicada mujer, pudiera ser una fiera a la hora de mamarle la verga. 

Directamente ella no podía creer el tamaño de pija que se estaba tragando, era su desesperación de años, era la necesidad de sentirse más mujer... Y no sabía si eso se repetiría en poco tiempo o en mucho tiempo, mientras lo admiraba, contaba los centímetros que se le perdían en el fondo de la tráquea.

Estaba dispuesta a llegar hasta el final del camino, a oler bien de cerca los enrulados y delicados pelos del pubis del fenomenal muchacho de las montañas -así lo recordaría para siempre- Más de media hora de mamada fueron arrancando gruesas gotas de transpiración en el pendejo que estaba mojado entero y despedía olores exquisitos, pero ella quería llegar con su nariz hasta esos casi inalcanzables rulos de ensueño y gritar victoria. Era un objetivo difícil pero factible. Solo rogaba que él aún no le acabara para poder trabajarle más la pija y superar su propio record, el que había logrado conmigo, y con mis míseros 13 centímetros, muy allá en el tiempo, cuando ella no soñaba con cornear a ese marido, que hasta le había rogado que fuera a culiar en aquellas exquisitas y doradas cumbres, que serían testigos de un amor pasajero, pero de un amor verdadero. 

Mientras le mamaba la verga al chico, se acordó del marido y del hijo, pensó que la estaban observando y se olvidó de contener la respiración, le faltó así el aire y se atragantó un poco, tosió y en lugar de expulsar la pija, la tragó más adentro. El la contuvo, la besó, se dio cuenta de que estaba atragantada, asfixiada  y la tranquilizó.

-           Amor, disfruta la pija, gózala porque te la mereces, no te apures, chúpala bien mi vida querida, no pienso acabarte todavía…

Se recompuso y empezó de vuelta, poco a poco fue sacándose la poronga y a mamarla de largo a largo, toda la tráquea estaba tan bien lubricada que de pronto él le empezó a culiar sabrosamente el conducto. Ella descansó por fin, sobre una de las piernas de Alejandro, con la boca muy abierta y cerró los ojos, dejándole que él le cogiera la boca a su gusto.

Muchos minutos, la pija iba y venía como si fuera el conducto vaginal, larguísimo. Ninguno de los dos soñaba con culiar de esa manera una boca. Una garganta, una tráquea.

Ella se imaginaba una pija de cincuenta centímetros que seguía su rumbo hasta el estomago y se le saliera después por el  mismo culo.

Pensaba locuras, pero es que la pija en la boca, trabajándole toda entera, le hacía soñar y soñar. Y se imaginaba al marido viéndola gozar, viéndola atravesada por ese monstruo de carne durísima, hirviente. El marido viendo y admirando, envidiando.

Entonces sueña que lo invita a chupar esa pija y él se agacha, y comparte la verga con su boca y la de ella en espera del elixir almibarado que juntos tragaran por mitades.

No cree que es una depravada, se siente que es dueña de gozar de ese modo, en privado entre los tres, sin hacer daño a nadie, solamente disfrutando lo que la naturaleza les puso a mano.

Dos bocas y una pija descomunal, con un amante compartido que ni sueña acabarles todavía y los ve gozar, y los ve ser felices por una vez en la vida. Es que ella todo lo hacía y lo hace a medias con el marido, de modo que quiere, con su cabeza, hasta compartirle los cuernos, invitarle la mitad de esa bella escultura de 24 centímetros, es tan feliz que no lo quiere para ella sola. Quiere la pija por la mitad y ofrecérsela al marido como si fuera un trofeo que conquistó  y no lo quiere disfrutar ella sola. Y siente que el marido le agradece, que se relame y le pasa sus jugos y ella sigue mamando desesperada de felicidad protegida por los dos, por el amante y el marido, compartida con los dos únicos hombres que amó en su vida.

Por momentos también se imaginaba al marido comiéndole el culo a ella y chupándole la punta de la verga al muchacho.

Ni se dio cuenta en el momento que Alejandro la dio vuelta y la puso en 69 para comenzar a comerle la concha. Tenía ganas de gritar de felicidad, pero tampoco quería sacarle la garganta a la pija. Él le chupaba la hura muy despacio, le mordía suavemente los pliegues y le succionaba la puerta de la vagina de tal modo que le hacía ver estrellas, hasta que sentía la lengua bien al fondo y dos dedos que se le perdían por el ano. Luego tres, quería más, se lo abría al culo para que le entre casi toda la inmensa mano del muchacho.

-           ¿Me permitís querido?  -le pedía al marido imaginario-. ¿Me permitís que goce por favor?

Insistía en culiar entre los tres. Todavía no era libre, era feliz, pero aun no era libre de hacer lo que quisiese en su vida. Ni la pija de su amante se permitía disfrutar, sin la presencia del marido cornudo, consciente.

Empezaba otro gozo, otra forma de disfrutar cada vez que sentía los dedos en el culo y la lengua en la concha. Sus manos estrujaban los huevos repletos de Alejandro que ni por asomo amenazaba en largar la leche. Él se había tranquilizado también y había logrado entrar en un ritmo cadencioso, de absoluto equilibrio, reteniendo la leche. Ella estiro sus manos hacia el culo del macho y perdió cuatro dedos, dos de cada mano, en el hoyo impecablemente limpio, que le arrancó un alarido de placer al amante.

Fue abriéndole el culo, como descargando su propia calentura, más que por investigarle su posible pasado o presente bisexual, un tema que le daba vueltas por la cabeza y que le aumentaba la calentura. Verlo cogido, verlo ensartado en una pija, era lo máximo imaginado hasta el momento. Tal vez que el propio marido le enterrara la pequeña pija para ver y disfrutar, para verse compartiendo todo ese ídolo de los cerros, que llegaría a amar en silencio, para siempre. Pero se tranquilizó también. Otra vez, hasta el culo del amante, quería compartir con el marido.

Tenemos dos días para culiar, se dijo y no voy a apurar nada que no quisiera su macho. Pero ya estaba cansada con la boca y la concha muy lubricada esperando la verga que jamás se caía y la perforaría en pocos minutos más. Cuando sus dedos fueron tres y tres de cada mano, ya el hoyo del muchacho parecía un tonel abierto.

-           ¡Dale mi amor, méteme la mano entera en el hoyo! - le gritó-.

Al principio no podía creer que se lo pidiera. Dale por favor, culiame con la mano para que te acabe en el estomago, empezó a rogarle él. Ella se acomodó de rodillas y de frente, tomó respiración de nuevo, se sacó la pija hasta la mitad y finalmente la empujó con violencia  el fondo de su garganta, en el mismo momento que ella le perdió la mano izquierda totalmente en el culo y le apretó con la otra los dos huevos sin piedad alguna.

Fue en el momento que el chorro de leche más fuerte que haya golpeado jamás su garganta, salió despedido hacia el fondo de sus entrañas y otro más, y otro más, mientras Alejandro gritaba como un poseso, lo que hasta llegó a asustarla. Pero él le había dicho que nadie jamás podría escucharlos, de modo que sin sacarle la boca, siguió mamando hasta extraerle la última gota de leche, empujando más y más la mano en el culo hasta más allá de la muñeca.  Justo lo que él le pedía.

-           ¡Más! ¡Mucho más! Culiame querida con la mano, con el brazo, hacéme feliz, no dejes de mamarme la pija y seguí culiándome el culo por favor. Yo te devolveré todo el favor cuando te ponga la pija en el orto, ya vas a ver, te voy a devolver toda la felicidad que me estás dando.

-           Ahhhhhhh, esto es coger, mierda…No tengo por ahora más leche mi amor, pero te daré más en unos minutos, seguímela mamando.

Y la pija nunca se le caía al  muchacho. Era un roble. Una demostración de la cantidad de pija dura, que ella iba a comerse por esos siguientes inolvidables dos días, en que vivirían culiando entre montañas, animales, viento, sol y luna. A toda hora y en cada lugar que encontraran romántico. Cogerían entre los árboles, en el rio, sobre un manso caballo de paseo -algo imposible de narrar, solo había que disfrutarlo- , en el tractor, culiarían delante de los animales para excitarlos. Él le cogería el orto sin piedad, y ella tragaría la cantidad de leche, que ni en sus sueños, hubiera imaginado.

Unos minutos demoraron en instalarse en el inmenso catre de cuero, con pieles, que excitaban más la propia piel de la artista. Él la deposito como si fuera una diosa en el borde de la cama y se puso de rodillas a mamarle la concha de manera desaforada y ella a gritar y a gritar. No paro un segundo de acabar mientras la lengua del muchacho la perforaba, mientras los labios le apretaban despacio el clítoris, mientras los dientes, de él, la estremecían a cada instante.

-           Culiame querido, por favor cojéme, ahora, culiame bien que lo necesito, hacéme tuya y claváme la pija hasta el fondo para que me sienta mujer. Te ruego, culiame, culiame, volvió a gritarle, en el momento que el muchacho le puso la cabeza en la puerta de la hura y ella misma empezó a devorarla empujándola, succionándole la poronga tragándosela centímetro a centímetro esa carne hirviendo tan deseada.

La pija, finalmente, se deposito en el fondo de la concha y ella dio un alarido de satisfacción. Le rogaba por la pija y sabia que tenia 24 centímetros, pero una cosa es pensarlo y otra muy distinta es sentir 24 centímetros dentro de la concha, que te llena totalmente.

Él le  pidió que gritara todo lo que necesitara, que nadie la escucharía. Y que de esa manera iba a quedar mas descargada que nunca. Le dijo:

-           Así mi amor, grita como me querés, como te gusta que te culie, grita mas, es la única vez en la vida que vas a poder gritar,  aquí lo podes hacer y no en otra parte, grita mas y ella lo aturdió, con aullidos de placer y agradecimiento, por la gran cogida que estaba disfrutando.

-           Es la cogida de mi vida Ale, ahora puedo decir que fui verdaderamente culiada alguna vez. Esto sí que es una pija en la concha mi amor, prometéme que vas a culiarme varias veces en estos dos días. Prometéme que me harás acabar todo lo que yo quiera, júramelo Ale querido, Ale de mi vida, porque apareciste recién, porque no estoy culiando así desde hace veinte años. Cuanta pija he perdido dios mío. Esto sí que es culiar.

Siguió rugiendo y gozando por una hora hasta que se durmió con la pija adentro, bien parada, firme y clavada mientras, él, le acariciaba la cabeza y los ojos y la boca, el cuello y las tetas, mientras las manos bajaban hasta el culo y le agarro los dos cachetes para cogerla firmemente, como ella le pedía. Y la seguía cogiendo mientras ella dormía y no le acababa esperando que despierte.

Estaba decidido a cogérsela hasta que los agujeros ya rechacen tanta cantidad de verga. Eso no fue todo, porque al cabo de varios minutos ella despertó y se sintió cogida, pero ya la poronga de 24 centímetros no le era suficiente y entonces ella le rogo que le hiciera el culo.

-           Dale papito, hacéme el hoyo, culiame por el culo para que la sienta más a esa hermosa pija que tenés mi amor.

Pero ella no se imaginaba que tanto le iba a costa tragar la cabeza por el culo. Debieron recurrir a un poco de manteca, de otra manera no entraba sin dolor. Ella le dijo:

-           Culiame y hacéme doler.

-           De ninguna manera -le dijo él-. No pienso hacerte doler, vamos a culiar ese culo como se merece.

Le puso la manteca y ella suspiro de felicidad, quebró la cintura sacando el culo para que la pija le atraviese el ano bastante dilatado. La poronga se adentro por la mitad y ella empezó a gritar más fuerte que antes.

-           Dámela querido, partíme en dos, culiame el hoyo, dámela por el orto que así me siento más mujer todavía, quiero la pija una hora, no vayas a acabarme, quiero culiarte mas tiempo. Esto es vida, esto es coger por el culo -gritaba feliz y llorando-.

-           Querida, cuando quiera pedíme la leche -le dijo-.

-           Si ahora, ahora, la quiero en la boca, dame la leche en la boca por favor Ale. Toda la leche en la garganta.

 Él le saco la pija, se la limpio pausadamente con una prenda y controlando que estuviera limpia, solo sus jugos, se la puso en la boca y empezó a acabarle litros.

 Ella lloraba mientras tragaba la leche, le tomaba los huevos fuertemente, le perdía tres dedos en el culo y le hacia la paja con la otra mano, y la leche seguía saliendo. La inundo completamente y la dejo saciada,  la leche le salía por la comisura de los labios, ella se froto la cara, los ojos cerrados, se lleno de leche las dos manos y se la dio a comer un poco. Ale la probó y le dijo:

-           Es rica querida, pero quiero que tu sola la disfrutes, yo te voy a dar mucho mas pero esa primera leche tragála tu sola.

Ya ella, llorando a mares, trago toda la miel de esa primera culiada fenomenal que fue la bienvenida.      


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