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                              MARTA.

                                             Este es el relato de las ilusiones rotas de una mujer

 

—¡¿Marta, puedes venir a mi despacho?! — Me requería mi jefe.

Era el director de recursos humanos de una gran empresa, don Alfredo, hombre mayor pero del que no se sabía la edad. Yo era su brazo derecho en la oficina. Doctorada en Psicología, llevaba cinco años trabajando en esta empresa multinacional.

—Dígame don Alfredo, qué puedo hacer por usted.

—Siéntate Martita… Verás, llevo ya muchos años en la empresa y creo que ha llegado el momento de ceder mi puesto a las jóvenes generaciones. He solicitado mi jubilación anticipada y me ha sido aceptada. Con una buena indemnización claro…

—Vaya, no me esperaba esto… Yo estoy muy agusto trabajando a sus órdenes y ¿qué va a pasar ahora?.

—Pues verás, te he propuesto para cubrir mi puesto, creo que estas sobradamente capacitada y desarrollaras una magnífica labor. En unos días tendremos la decisión firme de la alta dirección, pero casi puedo asegurarte el puesto.

—¡Ufff! ¡Don Alfredo! ¡No sé qué decir! Para mí será un gran honor…

—Déjalo… Marta. Te entiendo, ya sabes que esto supone una gran responsabilidad, pero si sabes rodearte de un buen equipo de personas, la mitad del trabajo lo tienes resuelto. Además, me consta que te has curtido en labores tanto agradables como desagradables, como el despido de los empleados que fueron sorprendidos sustrayendo material de la empresa. Y… Vaya, no te canso más. Ya es hora de salir, vete a casa… Tienes todo el fin de semana para descansar…

Me quedé sin palabras, recogí mis cosas y fui casi volando a la entrada de metro más próxima para ir a mi casa, donde me esperaba mi marido, Jesús, de quien estaba profundamente enamorada.

Ya en el vagón pude sentarme, frente a mí una pareja de ancianos se cogían de la mano, se miraban a los ojos y acercando los rostros besaban sus labios con una ternura infinita. Me emocioné. Lágrimas de alegría acudieron a mis ojos. Esto era lo que me faltaba después de la noticia de mi posible ascenso en mi organización. Me sentía eufórica…

El trayecto de la salida del metro hasta mi casa lo hice casi en volandas, tenía la sensación de tener alas en los pies, tal era mi alegría.

Al entrar en mí, nuestro, piso casi grité:

—¡Jesús! ¡Ya estoy en casa!

Al no recibir respuesta me dispuse a darme una ducha y esperar a mi amor limpita para la noche que nos esperaba.

Entré en el dormitorio y me descalcé tirando mis sandalias y desnudándome casi tirándome de la ropa.

—¡Me meooo! — Grité, aunque sabía que nadie me escuchaba.

Me senté en la taza del wáter y dejé escapar mis líquidos amarillitos, me acaricié la vulva mientras salía y al terminar entré directamente en la ducha. La caricia me había excitado.

Al sentir el agua tibia deslizarse por mi cuerpo mi excitación aumentó. Pasé mi mano izquierda por los pechos que reaccionaron con pequeñas descargas placenteras, pero cuando mi mano derecha acarició mis labios inferiores la descarga fue mayor, un orgasmo arrollador atravesó mi cuerpo y debilitó mis piernas hasta el extremo de doblarse mis rodillas y dejarme sentada en el fondo del plato de ducha. La descarga de endorfinas me dejó casi sin sentido, pero me sentía inmensamente feliz.

Tras el aseo me perfumé, me puse un conjunto que compré hacía unos meses y que no había tenido ocasión de lucir. Me miré en el espejo, me gusté, me sentía avasalladora. Me cubrí con un deshabillé a juego y fui al salón. Era extraño que Jesús no hubiera llegado ya. Lo llamé por el móvil. Apagado o fuera de cobertura…

Entonces me fijé en unos documentos sobre la mesa del salón. Una nota unida con un clip destacaba. Estaba escrita a mano.

Marta: lamento tener que darte la noticia de esta forma, pero no tengo valor para enfrentarme a ti y tampoco me parece adecuado hacerlo por whatsapp.

Me marcho. He conocido a otra persona con la que voy a vivir. Sobre la mesa están los documentos para solicitar la separación y el divorcio. Espero puedas perdonarme algún día. Lo siento.

Jesús

               Desperté en el suelo junto a la mesa. No sabía qué había ocurrido. Me dolía la cabeza, seguramente por haberme golpeado en la caída. Cuando me recuperé, sentada en el sofá, comprendí que había sufrido un desvanecimiento como consecuencia de…

               ¿Qué significaba todo esto?, ¿Era una broma macabra de mi marido?

               Él no era muy amigo de las bromas, luego esto era real. No comprendía que podía haber llevado a Jesús a liarse con otra y dejarme… Yo estaba convencida de que éramos felices. Mi mente no estaba en condiciones de analizar los hechos, no sabía que pasaba.

               Con un gran esfuerzo me levanté, estaba mareada; apoyándome en las paredes llegué hasta el baño para ver que me había hecho en la caída.

               Al verme con la vestimenta con la que me había aderezado para esperar a Jesús, exploté.

               —¡¡Aahhhhhgggg!! ¡¡Cabrón!! ¡¡¿Por qué me haces esto?!!

               Un nudo en la garganta me impedía seguir vociferando. Y lloré… Lloré mucho. Me dejé caer en el suelo y me abandone a la pena que me producía la incomprensible acción de mi marido.

               Pero lo peor era que no me mereciera una explicación, la ruptura brutal, la negación a hablar conmigo.

               No sé cuánto tiempo pasó hasta que me incorporé y pude ver el hematoma de la frente y el bulto que crecía por momentos. Sorbiendo lágrimas y mocos busqué un fuerte analgésico y tomé dos pastillas, bebiendo agua con el vaso de los cepillos de dientes. Pensé en aplicar hielo para evitar que siguiera inflamándose. Fui a la cocina y saqué una bolsa de guisantes del congelador y la coloqué sobre el bulto.

               En el dormitorio me despojé de la ropa que llevaba y la arrojé al suelo con rabia… Después lo pensé mejor y la recogí para guardarla en una bolsa de plástico. No sé por qué hacía esto.

               Me dejé caer en la cama, desnuda, como estaba. Me cubrí hasta la cabeza y traté de no pensar en nada. Para algo debían de servir los ejercicios de relajación que yo dirigía, como parte de mi trabajo,  en mi empresa. La inmensa alegría de mi inminente ascenso se veía truncada por lo que me acababa de hacer Jesús… Una sensación de inmensa amargura atravesó mi pecho como una daga. Y lloré… mucho… Y me dormí…

               Desperté con una sensación de náuseas y vacío de estómago que me llevaron al baño a vomitar… Bilis… Me di una ducha con agua fría, el porrazo seguía doliendo pero menos… ¡El porrazo!… Los recuerdos de la noche anterior se agolparon en mi mente y de nuevo el mareo se apoderó de mí, pero logré controlarlo. Oriné de pié… En la ducha. Ya me daba igual. El contraste entre el agua fría y lo que se deslizaba por mis muslos y piernas me resultaba extrañamente agradable. Me sequé y me puse una camiseta y un pantaloncito corto para estar en casa.

               En la cocina me obligué a comer algo, aunque no me entraba por la garganta, logre pasar una tostada y un café, que me ayudó a despejarme y pensar con más claridad.

               Traté de planear la estrategia a seguir en lo que ya parecía una nueva etapa de mi vida. Debía pensar fríamente y no dejarme llevar por impulsos… vengativos, que no me llevarían a nada bueno. Los planes que habíamos elaborado los dos se habían ido a la mierda. Me senté en el salón e intenté dar un repaso a mi vida; tal vez encontrara las claves de la espantada de Jesús. Quizá no había visto o no supe interpretar las señales del fracaso de mi matrimonio.

               De todas formas, aunque Jesús intentara volver, no se lo permitiría. Ahora tendría que analizar mi situación económica. El piso estaba gravado con una hipoteca, si lo vendíamos, cosa difícil en estos tiempos, apenas cubriría para cubrirla. Y si me quedaba con él no sé si podría afrontar los pagos con mi sueldo; claro que si me ascendían…

               Decidí llamar a algunos amigos para ver si sabían algo de Jesús. Pero al parecer los había advertido y todos respondieron con evasivas. Incluso sus mujeres estaban ¿de acuerdo?, para no darme información sobre él. Personas con las que habíamos compartido comidas, cenas, vacaciones, reusaban darme datos sobre su vida en los últimos meses.

               Recordé como transcurrió mi vida hasta que nos conocimos…

               Yo fui muy activa, sexualmente, desde muy pequeña. Mi primera relación fue a los doce años, con mi papá, Ernesto.

Fue una noche que me desperté por unos ruidos extraños en la habitación de mis padres. Me levanté y fui a ver qué ocurría; la puerta estaba entreabierta y la vi a con un amigo de mi papá, Luis. Él estaba separado y tenía una hija, Lorena, de mi misma edad. Mi madre estaba desnuda, tendida de espaldas en la cama y Luis, sobre ella… Vi como entraba y salía su pene en la vagina de mi madre. Me quedé paralizada. No podía reaccionar y me oriné encima.

Mi padre me sorprendió…

—Vamos Marta, no te asustes, no pasa nada; vamos, te acompaño a tu cama. — Me dijo en un susurro. — Por dios si estas empapada, vamos quítate el camisón.

Me acompañó y al quitarme el camisón quedé desnuda, me limpió con la misma prenda los muslos y la chuchita, donde se entretuvo más de la cuenta y empecé a sentir cosas desconocidas para mí. Entonces reparé en que él estaba desnudo. Tendidos en mi cama, me besó y acarició por todo mi cuerpo que para entonces ardía, con sus dedos acaricio mi vulva y un punto que, poco después, me provocó mi primer orgasmo. La sensación fue tan fuerte que me sentía morir, el placer inmenso…

—Marta, esto será un secreto entre nosotros. Nadie, ni tu madre, debe saber nada. ¿De acuerdo?

—Sí, papá, como tú digas.

—Ahora me voy, duérmete y mañana te explicaré lo que has visto.

Me besó en la boca, él no me había besado nunca así, y se marchó. Yo me quedé dormida inmediatamente, como si me hubieran dado una pastilla de las que tomaba mi madre para dormir.

Al levantarme recordaba vagamente lo ocurrido. Mi madre se había marchado a trabajar y estaba sola con mi padre. Entró en mi habitación…

—Hoy no vas al cole, he llamado para decir que no te encontrabas bien; siéntate mi amor, tenemos que hablar.

—Papá, yo no quería… pero los ruidos, me levanté y… ¡Qué vergüenza papá! Me hice pis encima…

—No debes avergonzarte. Viste algo para lo que no estabas preparada y tu cuerpo reaccionó así. Abrázame…

Me abrazó y me besó, de nuevo en la boca, aquello era nuevo para mí, así que me dejé llevar…

Estaba desnuda bajo la sábana y él empezó a retirarla mientras no dejaba de besarme. Mi cuerpo reaccionaba, lo sentía arder. Sus manos se deslizaban por mi cuerpo, mis pechitos se endurecieron y note una sensación rara en mi cuevita, me mojaba, cuando su mano llegó allí empapé sus dedos, me miró sonriendo…

—Vaya, eres una putilla como tu madre, te mojas en cuanto te tocan… Eso es lo que la hacía tito Luis anoche. Le daba placer. Como yo te voy a dar ahora… Hoy vas a ser mujer…

—¿Qué me vas a hacer?

—Tranquila amor… Déjame hacer, abre tus piernas.

Su cabeza entre mis muslos, su lengua en mi coñito, pasaba arriba y abajo hasta que llegó a ese lugar que anoche me produjo aquella sensación. Y de nuevo me oriné, en su cara, pero la sensación fue tan intensa que tuve que apartarlo tirando de sus pocos pelos.

—Eres muy caliente Marta… Disfrutarás mucho en tu vida.

Yo estaba despatarrada en la cama, ya no me importaba que me viera así. Él se desprendió de la camiseta y el pantaloncito del pijama y se quedó desnudo ante mí. Supongo que advirtió mi sorpresa al ver su pene, no muy grande, al menos no tan grande como el de tito Luis. Se colocó entre mis piernas, apuntó a mi hoyito y empujó, despacito. Me dolía.

—Tranquila amor, puede dolerte un poquito pero después te alegraras de esto.

Tendido sobre mi cuerpo, me besaba, me lamía el lóbulo de la oreja, lo mordió y me dolió… Entonces aprovechó para empujar y penetrarme de golpe.

—¡¡Aahhhyyy!! ¡Me duele! ¡Sácala!

Se detuvo, con su polla dentro, me acaricio y besó, me decía palabras cariñosas, Poco a poco el dolor desapareció y empezó a moverse. Molestaba pero no tanto. Así estuvo durante unos minutos, hasta que me invadió una sensación mayor que las ya conocidas. Levante mi pubis empujando para que me penetrara más y más. Fue mi primer orgasmo vaginal y fue maravilloso.

Cuando me repuse me espanté al ver la mancha de sangre en la sábana y mi padre me tranquilizó, me explicó las cosas del sexo que yo desconocía.

—Papá, y porqué tito Luis y mamá estaban en la cama fo…

—Dilo, Marta, follando… Es muy simple. Tu madre es muy fogosa, yo no puedo darle todo lo que necesita y Luis complementa mis fallos. Entre los dos satisfacemos sus necesidades sexuales. Al fin y al cabo es sexo por placer…

A partir de entonces tuve la sensación de que se había abierto la veda del polvo. En el instituto estuve liada con varios chicos, además de mi padre y así fue hasta que llegué a la universidad. Mi padre ya no me atraía tanto. Entonces me volví muy selectiva, me hacía la dura y solo tuve relaciones con dos chicos que me gustaban y no completas.

               Un duro golpe acabó con mis correrías. Mis padres fallecieron en un accidente de tráfico, en el mismo vehículo viajaba también el amigo de mi padre. Quedó tetrapléjico. Yo lo visitaba de vez en cuando. Lo veía llorar y me daba mucha pena. Un día, cuando lo visitaba:

               —Marta, tengo que confesarte algo. — Me dijo.

               —¿Qué es tito? — Así acostumbraba a llamarlo.

               —El accidente… Fue mi culpa… Tu padre conducía mientras yo follaba con tu madre en los asientos de atrás…

               —¡¿Qué?! ¿Qué quieres decir?

               —Tu padre nos permitía follar en su presencia. Así disfrutaba. En el coche, mientras conducía tu padre, yo estaba sobre ella y cuando tu madre llegó al orgasmo me empujó y yo, sin darme cuenta, le di una patada a tu padre que perdió el control del vehículo y nos estrellamos.

               La pena no le permitía hablar.

               —Pero tito, fue un accidente, tu no quisiste hacerlo…

—Pero lo hice, Marta… Lo hice y ya ves las consecuencias… Yo amaba a tu madre Marta, más de lo que puedas imaginarte. Mira en el cajón de ese mueble. Y por favor, que mi hija, Lorena, no sepa nunca nada de esto. Quiero que sepas que te he querido mucho… Mucho más de lo que puedas imaginar.

               Lorena, su hija, era de mi edad y las pocas veces que estuvimos juntas, de niñas, nos decían que nos parecíamos mucho. Tras su divorcio, Lorena, se marchó a Paris, con su madre.

               En el cajón había varios DVD y pendrive.

               —Cógelos, llévatelos, son para ti. Solo te pido que intentes perdonarme. — Lo abracé y me besó en las mejillas con un sentimiento y un cariño que me impresionaron. Él lloraba…

               Me marché de su casa llorando, lo veía muy mal y siempre se había portado muy bien conmigo. Pocos días después murió.

               Los DVD y pen que me dio me los guardé. Desde entonces los he estado ocultando, incluso a Jesús. Nunca los he visto, no sé lo que voy a encontrar ni me interesa, pero no he sido capaz de desprenderme de ellos. La idea de ver a mi madre liada con mi padre y con Luis no me atrae lo más mínimo.

Nunca tuve problemas con los estudios, mis notas eran buenas y me esforzaba para tener un futuro. Pero una mañana desperté en una cama desconocida, con un chico desconocido, durmiendo a mi lado y con un intenso dolor en la vagina y el ano, así como con hematomas en distintas partes de mi cuerpo, incluso huellas de mordiscos, además cubierta de descargas masculinas, desnuda… El chico era Jesús. Estaba en su casa. Me ayudó a levantarme, me bañó y cubrió mis partes con una pomada que alivió mis molestias y me prestó ropa para poder vestirme ya que la mía había desaparecido.

               Jesús me acompañó a una clínica donde nos realizaron pruebas y análisis para comprobar que no habíamos adquirido ninguna ETS. (Enfermedad de transmisión sexual)

               Por otra parte ni Jesús ni yo recordábamos nada de lo ocurrido durante la tarde y noche de aquel día. No quise denunciar lo ocurrido por qué no estaba segura de si yo lo había permitido. Además podrían investigar y averiguar mis correrías anteriores y sería peor.

               Jesús fue una gran ayuda, me ayudó a recuperarme y a partir de entonces salimos juntos, él me decía que tampoco recordaba nada de esa fatídica noche.

               Pocos meses después me licenciaba y a las dos semanas nos casamos.

Continué estudiando para doctorarme con el apoyo de mi marido. Asistí a un curso donde conocí a una chica que trabajaba en una gran empresa, me dijo que necesitaban personal de mi especialidad, RRHH, presenté mi currículo y me aceptaron.

A partir de entonces nuestras vidas fueron sobre ruedas, yo creí que éramos felices… Ahora sé que no era así.

¿Cuándo se inició la ruptura? ¿Desde cuando tenía pensado separarse de mí?

               Pasé el fin de semana más triste de mi vida. No pude encontrar nada en nuestra relación que justificara una separación tan brusca y traumática.

               Pero llegó el lunes y me dispuse a enfrentarme a los nuevos retos que me planteaba mi trabajo.

               Al llegar a la oficina me recibieron los compañeros con felicitaciones y alabanzas. Ya se había filtrado la noticia. En mi despacho había desaparecido mi nombre de la puerta. Ana, la secretaria particular de don Alfredo, con una cara sonriente, me cogió del brazo y me llevó hasta el despacho del director. Allí sí. En la puerta rezaba. Dª Marta Arribas y debajo DIRECTORA DE RRHH.

               —Ahora soy tu secretaria Doña Marta…

               No pude evitar que las lágrimas se deslizaran por mis mejillas. Ana me miró y no se sorprendió. Pensaba que era por la emoción. Lo que no podía saber es que se debían a la pena por no poder compartir mi nombramiento con Jesús.

               No me fue difícil hacerme con las obligaciones del nuevo cargo. Es más, mi dedicación fue total, al no tener que preocuparme por la relación marital.

               Algunos días después llamé al asesor jurídico y le expliqué mi situación; el abogado, muy joven, pero muy capacitado, me tranquilizó y me aseguró que pronto tendría noticias de mi marido. Para ello llamó a un detective, que trabajaba para mi departamento en casos problemáticos y les facilité toda la información para que se pusieran a trabajar. Les rogué la máxima discreción y me aseguraron que mantendrían la máxima reserva.

               No tardaron en informarme. Y mi sorpresa fue mayúscula cuando supe quién era la nueva “pareja” de Jesús.

               Era Lorena, la hija de tito Luis. Yo solo sabía de ella que vino al funeral de su padre, donde nos encontramos y después regresó a Francia donde vivía con su madre, que se separó de Luis cuando yo tenía seis o siete años.

Estuvo viviendo con ella hasta que, hace cuatro meses, su madre murió y ella regresó a su antigua casa, donde vivió y murió su padre.

               Al parecer vino a mi casa a verme, yo era la única persona que conocía en Madrid, pero estaba trabajando y se encontró con mi marido. En aquel momento empezó la amistad, entre ellos, que culminó en  mi separación.

               Yo no llegue a ver a Lorena, no sabía que estaba en Madrid y no volvió a mi casa, ya no le interesaba.

               ¿Fue un encuentro casual? ¿La fatalidad, para mí, los unió? Lo cierto es que mi separación de Jesús ya es efectiva. No me miró a la cara cuando firmamos los documentos en la notaría ni en el juzgado. Intenté preguntarle, pero no me respondió. Tuve la sensación de que se avergonzaba. Ahora soy libre, pero me duele esta libertad. Amaba a mi marido y algunas noches aun me despierto palpando su lado de la cama, esperando tocar su cuerpo.

               Intento seguir con mi vida. Han pasado varios meses. He dejado de preocuparme por Jesús y Lorena. Ellos no lo saben que yo sé dónde viven, en la que fue casa de Luis. Ahora casa de Lorena.

               Un fin de semana sin nada que hacer, me dediqué a ver los videos grabados que me dio Luis… Estaban clasificados por fechas y comencé por los más antiguos.

               En ellos pude comprobar lo que me dijo Luis. Mis padres aparecían en ellos, se les veía muy jóvenes. Yo también, con unos seis o siete años. En ellos pude ver a mi madre desnuda, en distintas posturas, follando con mi padre y con Luis. Hacían de todo, incluso sándwich.

               Me excité. Llevaba mucho tiempo sin sexo y aquellas imágenes me impulsaron a tocarme hasta alcanzar un desgarrador orgasmo, más que placer fue dolor lo que me produjo. Dolor por ver a mis padres, tan jóvenes, tan llenos de vida, disfrutando de una sexualidad libre…

               Encontré un fichero con fecha muy reciente. Me intrigaba… Y realmente fue una gran sorpresa. En él, Luis, desde su cama adaptada a su situación, imposibilitado, se dirigía a mí:

               —Marta, si me estás viendo es por qué he muerto y hay algo que quiero que sepas y no debe morir conmigo. Ya hace muchos años nos conocimos tus padres, mi pareja, Alicia y yo. Nos unía una gran amistad, así supimos que tu padre, era estéril y tu madre quería tener un hijo. Me propusieron que yo embarazara a tu madre… Y naciste tú. Casi al mismo tiempo preñé a Alicia y nació Lorena. Os parecíais mucho y decidimos que no estuvierais mucho tiempo juntas para evitar sospechas.

               Sí, Marta, yo soy tu padre y Lorena es tu media hermana…

Alicia no sabía nada del acuerdo entre tus padres y yo y así mantuvimos el secreto. Sin embargo, tus padres y yo habíamos llegado a un nivel de compenetración que nos proporcionaba mucho placer y seguimos con nuestras prácticas swingers…  Hasta que un día, mi mujer nos sorprendió a tus padres y a mí en la cama. Yo no la había incluido en nuestras prácticas por qué era muy reacia a todo lo que no fuera sexo convencional.

               No lo supo entender y nos separamos.

               Lorena no supo nada y no comprendía el porqué de nuestra separación, a partir de entonces me odió con todas sus fuerzas, no podía darle una explicación racional y se marchó con su madre.

               Hija mía, ahora puedo decírtelo, te he querido, como padre, hasta la hora de mi muerte. Espero que Lorena pueda perdonarme mis silencios. Y espero que tú, Marta, sepas guardar este secreto. Te quiero.

               Aquí finalizaba el video.

               Me dejó en un estado de angustia que no había experimentado nunca.

               Hice una copia del video.

               —¡Lo siento tito… Papá. Mi hermana debe saberlo!. — Grité, ahogada por el dolor.

               Lloré, me repuse, medité y tomé una decisión. Era sábado por la mañana y decidí ir en busca de mi ex esposo y mi hermana.

               Llamé en su puerta y me abrió Lorena, intentando cerrarla, pero empujé y entré en su casa.

               —¡Lorena, tranquilízate! ¡Jesús! ¡Ven, tenemos que hablar!

               Apareció Jesús con cara de pocos amigos y decidido a sacarme a la calle por la fuerza.

               —¡Jesús, estamos divorciados y no quiero nada de ti! Pero necesito hablar con Lorena, tengo algo que mostrarle algo de su padre, que le interesa.

               —¡Déjala, Jesús, a ver que quiere!

               —¿Me dejáis entrar? — Les mostré las manos en son de paz.

               —Pasa, pero lo que tengas que decir que sea rápido. — Jesús seguía manifestando hostilidad. Una hostilidad que yo no comprendía.

               —Puedo entender que lo vuestro fue un flechazo, incluso que Lorena, que no me ha podido tragar nunca, exigiera que te comportaras como lo hiciste conmigo. Pero lo que me trae aquí es otro asunto… Lorena, quiero que veas un video de tu padre, Jesús, por favor, pon esto en el DVD.

               Jesús, receloso puso el disco y nos dispusimos a verlo de pié, sin sentarnos.

               Era el video en el que Luis desvelaba nuestro parentesco.

               Al poco de empezar, Lorena, se dejó caer en el sofá, con los ojos como platos, espantada de la revelación de su padre y el mío.

               Jesús se sentó a su lado y trataba de calmarla, yo les dejé viendo el video y me marché a mi casa. No sabía por qué, pero me sentía bien.

               La mañana del domingo amaneció luminosa… El timbre de la puerta me sorprendió, al abrir me encontré con mi hermana y mi ex marido, con cara compungida.

               —¿Qué os trae por aquí? — Les dije sonriendo.

               —¿Podemos pasar?

               —Claro, adelante.

               Pasaron y les llevé hasta el salón; les invité a sentarse.

               —Decidme, que queréis.

               —Tienes razón, Marta, te debía una explicación, pero fue todo tan rápido. Me sentía fatal, pero no podía explicarlo. — Jesús temblaba al hablar.

               —Yo también lo siento y te debo una disculpa por robarte el marido y obligarle a no decirte nada. A apartarlo de ti sin explicaciones. Te odiaba, era superior a mis fuerzas. Tus padres eran los culpables de la separación de los míos y eso te incluía a ti. Claro que no sabía nada de todo lo que explicó mí… nuestro padre… — En ese punto rompió a llorar convulsamente.

               Jesús la abrazó, al verlo sentí una descarga de bilis en mi estómago. Me ardía el pecho.

               —O sea… Tú no querías a Jesús. Lo que querías es hacerme daño y para ello te llevas a mi marido… me golpeaste donde más podía dolerme… Lo utilizaste como un mequetrefe.

               Seguía llorando, ahora asintiendo con la cabeza. Jesús se sorprendió por la revelación. Por fin comprendió que había sido un pelele en manos de Lorena. Me miró buscando comprensión y no la encontró. Mi mirada fue de desprecio… Se giró hacia Lorena que lo rechazó. Se levantó y se apartó de ella.

               Yo me acerqué a mi hermana y la abracé…

               —Ahora estamos solas cariño… Solo te tengo a ti y tú a mí. — Le dije mientras le apartaba un mechón de pelo de la cara y besaba su mejilla, abrazándola con fuerza.

               Jesús se marchó sin decir nada. Ya nos sobraba.

               —Marta, debo pedirte perdón, me siento muy mal…

               —No te preocupes Lorena, ya pasó todo…

               —No, Marta, hay algo más que tú no sabes.

               —¿Algo más? ¿Qué puede ser eso?

               —Verás, Hace cinco años vine a ver a mi padre. Supe que él seguía en contacto contigo, os visitabais, yo no comprendía que podía haber entre vosotros. En un ataque de celos…

               —¿Qué hiciste Lorena?

               —Te busqué y le pagué a unos tipos para que te drogaran y te violaran, haciendo contigo de todo. ¡Yo lo presencié y participé! — Rompió a llorar desgarradoramente.

               —¡Joder, Lorena! Vaya faena…

               —Por eso te pido perdón, no me lo merezco, pero… por favor… estoy muy sola…

               —Entonces… ¿Tú ya conocías a Jesús? — Bajó los ojos y asintió con la cabeza. — Quiero que me cuentes, con pelos y señales, que me hicisteis esa noche… ¡Todo!

               —Por favor Marta, no te enfades conmigo, te lo suplico. Hazme lo que quieras pero no me apartes de tu lado.

—Pues cuéntamelo todo.

—Te vigilaba, te seguí hasta un bar donde tomabas unas copas con unos amigos tuyos. Se fueron marchando. Habías perdido una apuesta y te quedaste a pagar, pediste una penúltima copa y el chico a quien pagué para que te drogara te dejó caer unas gotas de burundanga mientras otro se acercaba por el otro lado para entretenerte. Liquidaste lo que debías y al salir del bar ya presentabas síntomas de no estar bien. Jesús, que casualmente pasaba por allí, se dio cuenta y te acompañó. Su intención era aprovecharse de la situación.

               —¡Qué cabrón! — Exclamé.

Te conocía de verte por la facultad, aunque tú no le habías prestado atención. Me acerqué y le dije que yo te conocía, que te acompañaría, él dijo que no, que te llevaba a su casa. En esto aparecieron los dos que yo había contratado y lo intimidaron, pero propuso que lo que iban a hacer podrían hacerlo en su casa, ya que vivía cerca. Y se pusieron de acuerdo. Te llevamos a su piso de soltero y te desnudaron en un santiamén. Se desnudaron y te fueron follando uno tras otro, el primero fue Jesús. Después pasaron por tu coño, tu culo y tu boca, uno tras otro hasta que no pudieron más. Los otros dos se marcharon después de cobrar lo acordado y me quedé con Jesús y contigo.

—¿Me metiste mano? — Pregunté

— Me excitaba verte indefensa a mi merced. Te pellizqué las tetas, te las mordí. Te follé con mi mano por tus agujeros. Tú te corrías de gusto, incluso drogada lo pasabas bien. Te envidiaba y te marqué a golpes y arañazos mientras me masturbaba y me orinaba sobre tu cuerpo. Dejé que Jesús me follara sobre ti derramando su semen sobre tu cuerpo, te dejé con él y me marché. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vine a verte y me lo encontré en tu casa, como tu marido… Mi cabreo fue… Le dije que te abandonara o te lo contaría todo, y se vino a mi casa. Bueno, el resto ya lo sabes.

               —¡Joder, Lorena! Esto es muy fuerte. O sea que Jesús supo en todo momento qué había pasado y aun así, se casó conmigo…

               —Sí, al parecer no se atrevía a acercarse a ti y te deseaba, aquella fue su oportunidad de oro. Prueba de ello es que te casaste con él.

               —Lorena… Mírame… ¿Tú me deseas? — Al escuchar mi pregunta se puso roja como un tomate. Tragó saliva.

               —Tengo que serte sincera. Los hombres no me interesan, solo si me convienen para algún fin, como tu ex. No siento nada con ellos. Pero finjo muy bien los orgasmos…

               Me senté a su lado y le pasé mi brazo por sus hombros… Con la otra mano acaricié u mejilla, la giré hacia mí por su barbilla y la besé dulcemente en los labios. Lo que me hizo sentir ese beso no lo había experimentado nunca; sus manos subieron acariciando mi cintura hasta mis pechos, solo cubiertos por la ligera camiseta con la que me había levantado, hasta llegar a los pezones que se erizaron y sensibilizaron… Una corriente eléctrica partió de ellos, bajo mis axilas hasta el bajo vientre. Mi vulva dejó escapar un chorro de flujo que, seguro, empapó mis braguitas…

               —¿Vamos a la cama? Estaremos mejor y hablaremos más tranquilas.

               —Sí Marta, llevamos muchos años de atraso en nuestra relación.

               En la cama, desnudas, toma la iniciativa. Yo carezco de experiencia con mujeres, ella sin embargo me demuestra ser una experta. Me limito a repetir en ella lo que me hace a mí. Nos acariciamos, besos en todos los rincones del cuerpo, suaves caricias con las yemas de los dedos… Me fijo en sus pies que parecen idénticos a los míos, me entretengo acariciándolos, lamiendo sus deditos, mordisqueando los talones mientras araño suavemente la planta… Ella me hace lo mismo a la vez y sin darnos cuenta cruzamos las piernas nuestros sexos se besan, se frotan… Mi clítoris se excita… Llegamos al punto de no retorno y comenzamos a dejarnos llevar por orgasmos repetidos… El placer sube y baja como en una montaña rusa hasta dejarnos exhaustas. Nos quedamos dormidas abrazadas. Respirando nuestros alientos, sintiendo, piel con piel, el calor de nuestros cuerpos.

               Horas después me desperté y vi que ella me miraba con ojos tiernos…

               —Lorena ¿desde cuándo sabes que eres…?

               —¿Lesbiana? ¿Bollera? ¿Tortillera? Jajaja… Te diré algo que no sabe nadie… Cuando éramos pequeñas me gustabas, pero veía a mi padre jugar contigo y te envidiaba. Eras su preferida, siempre hablando de ti, de lo inteligente que eras, de las notas del colegio… Después del divorcio de mis padres me llevaron a un psicólogo y allí supe que mo que sentía por ti era una extraña mezcla de amor, odio; también que a quien odiaba de verdad era a mi padre y como consecuencia a todos los hombres. Así me vi atraída por las mujeres, la primera de ellas… Mi madre. Era muy mojigata, pero cuando le confesé mi inclinación sexual, lo acepto y me facilitó las cosas para que no me frustrara. Incluso una vez, llegó bebida, después de una fiesta, en la que un hombre intentó propasarse con ella. Estaba excitada y me dijo que le diera un masaje para relajarla. Se desnudó y se dejó caer en la cama, yo no me atrevía a hacer nada, ella se giró, me miró sonriendo…:

               —Desnúdate, querida, estarás mejor. — Me dijo. Yo ardía de deseo.

               Y me desnudé. Fue mi primer contacto, piel con piel con una mujer. Le masajeé, o mejor dicho, le acaricié todo el cuerpo, tanto su espalda, glúteos piernas… Después se giró y con los ojos cerrados me acariciaba a mí provocándome sensaciones desconocidas… Besé sus pechos, su vientre, el hoyito del ombligo, hasta llegar a su sexo… El aroma era delicioso, lamia todo su interior, ella colocó mi cabeza entre sus muslos y poco después se retorcía de placer por un orgasmo provocado por las caricias y la lengua de su propia hija. Así se quedó dormida. Me acurruqué a su lado y me acaricié hasta llegar al clímax mientras la miraba y besaba sus labios.

               A partir de aquello raro era el día en que no nos proporcionábamos placer ambas. Y fue ella quien me rompió el himen, con sus dedos y un consolador de látex.

               —¿Sabes quién me desvirgó a mí?

               —No sé, Marta… ¿algún amigo tuyo?

               —No… Fue el marido de mi madre. El que entonces creía que era mi padre…

               Estallamos las dos en una gran carcajada…

              

 

              

              

 

              

                

              

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