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Dramas familiares 2

en Amor filial

                Dramas familiares 2

                Acabo de leer un e-mail que he recibido de un desconocido, pero que sospecho de quien es, en el que se cita un número de móvil al que llamo sin tardanza.

                —¿Antonio? ¿Eres tú?… Soy Pablo…

                —¡Hombre Pablito! ¡Por fin te encuentro! Hace años que intento localizarte y no sé nada de ti. ¿Estás por Madrid?

                —Sí Toni, estaré tres o cuatro días más y me marcharé de nuevo a Alicante, donde vivo ahora. ¿Y tú, donde estás?

                —También en Madrid; leí tu último relato y me sonó, pero no lo relacionaba contigo, como lo firma “solitario”, no sabía que eras tú. Precisamente de ese relato quería hablarte; ¿podemos vernos esta tarde?

                —De acuerdo, nos vemos en la puerta principal de XXXXXXXX Gran Vía a las cinco.

                —Bien… Allí estaré… Hasta luego…

                —Hasta luego.

                                               +++++++

                Resulta que Antonio, Toni, fue el compañero de la universidad que me contó esta historia. Fue hace muchos años, yo soy algo más joven que él y cuando me hablaba de estos acontecimientos yo no lo creía del todo. No sé lo que querrá decirme. No creo que se haya enfadado por haberlo publicado. Ya veremos.

                Po supuesto a las cinco menos cuarto de la tarde estaba en el punto acordado, muy cerca de Montera.

                Poco después un hombre mayor, con el poco pelo que poblaba su cabeza totalmente blanco,  me tocó el hombro…

                —¿Eres Pablo?

                —¿Antonio?

                Nos abrazamos y casi llorando de emoción nos fuimos a una cafetería tranquila donde podíamos hablar… Delante de dos cafés descafeinados de máquina con leche…

                —Vaya, Pablito… La de veces que me he acordado de ti. Y por lo que veo tú de mi ¿no?

                —Pues si Toni… Aquello que me contabas y que he intentado plasmar en el relato… ¿No te habrás enfadado?

                —No, qué va Pablo, no solo no me he enfadado, al contrario, me alegra que lo hayas publicado… Bueno, tú te fuiste de sopetón y no supe nada de ti hasta hoy… No pude seguir contándote más… Porqué… hubo más… Recuerdo las imágenes claras como si fueran de ayer…

                —Bueno… por un problema familiar tuve que marcharme con prisas y ya no regresé… Toni, siempre tuve la duda de si lo que me decías era cierto o te lo inventabas. Y si era cierto ¿cómo lo supiste tú?

                —Verás, todo empezó un día en que escuché una conversación, entre el médico del pueblo y el cura, en la que hablaban de esta familia; decían  que lo estaban pasando mal por el chico este, Carlos; que eran dos mujeres solas con él, que el muchacho se ponía violento a veces y que cualquier día podría haber un disgusto en esa casa. Por supuesto, no sabían de la misa la media. No tenían ni idea de lo que hacían la madre y la hermana para calmar al chico.

                —O sea, ¿que las pajas a Carlos y lo que hacían entre ellas era invento tuyo?

                —¡No! Todas esas cosas las averigüe por mi cuenta… Déjame seguir…  La conversación me picó la curiosidad y me dediqué a observar a la familia. Saltaba una tapia que rodeaba la casa y me colaba por el corral; así vi todo lo que te conté y más.

                —O sea, ¿todo lo que me detallabas lo habías visto tú? ¿En vivo y en directo?

                —Pues sí, lo vi, lo oí y lo viví… Porque me deje cosas en el tintero de las que en aquel tiempo me daba vergüenza hablar. Hoy después de más de cincuenta años, y ya que no le hacemos daño a nadie, puedo contártelo; porque además me servirá como expiación por las cosas que hice entonces.

                —Pero ¿qué hiciste, además de espiar a la familia?

                —La chantajeé.

                —¡¿Cómo?! — No podía creer lo que me estaba diciendo.

                —Sí; y por favor, no me juzgues todavía. Déjame explicártelo. Vi lo que hacían las madre y la hija con el muchacho muchas veces, es lo que te expliqué.  Pero un día estaba mirando por un ventanuco del corral, que daba a la habitación del chico, viendo a la madre como “calmaba” al hijo. Desnudos los dos, la madre masajeaba la verga de Carlos que a su vez amasaba las tetas con una mano y las nalgas con la otra hasta que el chico se derramó en la cara de su progenitora… Ella se levantó, limpió al muchacho y sentada en la cama se dedicó a masturbarse de frente a donde yo estaba. No podía verme por la altura de la ventana, pero yo admiraba el negro matorral que se extendía desde el ombligo hasta las profundidades de su culo. Estaba tan entusiasmado y tan caliente, pajeándome, que no me percaté de que Julia había salido al corral a arrojarle desperdicios a las gallinas… Me pilló… Infraganti… Con las manos en la masa, bueno, una en el quicio de la ventana y la otra en mi pilila…

                —¡Jodeeer! Vaya susto ¿no?

                —¿Susto? Me agarro por detrás del pantalón y por el cuello de la camisa y me llevo a empellones para adentro de la casa. Doña Emilia salió, desnuda como estaba, al oír los gritos de Julia. Me sentaron en una silla en el salón. Yo lloraba y les pedía perdón, pero ellas, muy tranquilas, de pie ante mí me miraban con mala cara. Las había descubierto y estaba en sus manos. La verdad, pasé mucho miedo… Yo seguía con la cola fuera, Emilia desnuda, me excité. Julia, al ver mi erección, empezó a reírse y su madre se contagió. Emilia se arrodillo ante mí, me acarició los testículos, pasó la lengua a lo largo de la verga para metérsela en la boca y chupó hasta hacer correrme de gusto, bajo la atenta mirada de su hija, que sonreía y se pasaba la mano por la entrepierna… Fue algo muy raro, después me dijeron que me habían visto alguna vez vigilándolas y esperaron para cogerme con las manos en la masa.

                —¿Así, sin más? Por qué no creo que te dejaran ir por las buenas…

                —No, le eche valor. Me puse en pie, abroché mi bragueta y les dije que yo no le diría nada a nadie si ellas me dejaban verlas y tocarlas… No se me ocurría otra cosa…

                —Al parecer les hizo gracia mi arranque… Emilia me cogió las dos manos y me puso una en cada teta… Yo entre gallito y asustado magreé las tetas que me ofrecía y Julia me bajó de nuevo la bragueta,  quitó la correa y me bajó los pantalones y calzoncillos hasta quitármelos me cogió el pene y comenzó a masturbarlo… Se arrodillo en el suelo y repitió la operación de su madre; esta la apartó y me llevó de la mano hasta su habitación, me desnudó del todo y se tendió en la cama abierta de piernas, ofreciéndose. Ver aquel matojo de pelo; yo que no había visto nunca una mujer desnuda tan cerca, me lance sobre ella que, entre risas, tuvo que frenarme y conducirme hasta colocar mi verga entre sus labios inferiores; solo tuve que empujar un poquito para enterrarme dentro de aquella cálida y suave cueva. Mi cerebro ya no funcionaba. Podrían haberme dado un golpe en la cabeza y haberme enterrado en el corral. Nadie me habría buscado allí. Pero me daba igual. La mujer empezó a mover sus caderas en círculos y yo a bombear como la madre naturaleza me dio a entender. Fue una auténtica locura. Más aún cuando vi a Julia desnuda al arrodillada a mi lado acariciándome la espalda y el culo… No pude evitar derramarme en el vientre de la madre mordiéndole los pezones y sintiendo las caricias de la hija, viendo cómo se restregaba la palma de la mano por todo su coño. Caí exhausto tendido al lado de Emilia. Julia se apresuró a lamer la vagina de la madre y me llevaba mi mano a su sexo invitándome a pajearla… Yo jamás había tocado una coño, pasar mis dedos por entre los labios, mojármelos en sus jugos, acariciar las rugosidades de su intimidad guiado por la chica que centraba la yema de mi dedo medio en la parte superior de su grieta… Creo que se corrieron las dos casi a la vez.

                —Y luego ¿qué ocurrió?

                —Cuando nos calmamos hablamos seriamente. Me dijeron que yo podía ir a verlas cuando quisiera a cambio de mi silencio y de que las ayudara con Carlitos… Que por cierto algo intuiría porque gritaba enloquecido. Fuimos a verlo los tres, tal y como nos trajeron al mundo. Me explicaron por qué lo hacían así. El chico se orinaba y a veces se cagaba y las manchaba. Era más fácil porque después se duchaban y no ensuciaban la ropa. Allí pude ver cómo las dos mujeres calmaban los ardores del muchacho masturbándolo mientras él les pellizcaba los pechos, las nalgas y cualquier lugar del cuerpo donde pudiera agarrase. Entonces me fijé en los hematomas que se veían aquí y allá en sus cuerpos. Me llamaron para que las ayudara. Me acerqué y sujeté las manos del chico para que no las maltratara mientras ellas hacían su trabajo. Una descarga de semen salpicó a las dos mujeres y a mí. Asqueado pero aguantando el tipo mantuve sujeto al chico para que no les hiciera daño.

                —¿Nada más?

— Había condiciones… Yo follaba con la madre, pero no me dejaba follar con la hija; más tarde supe por qué.

                —Bueno, nuestros encuentros eran de dos o tres días en semana. Un buen día Emilia me dijo que me tenía reservado un regalito. Que fuera a su habitación y me desnudara… Lo hice; al poco entraron las dos desnudas, Julia se puso en cuatro sobre la cama con almohadas bajo el vientre… La madre me acariciaba y al mismo tiempo acercó la cara al ano de la hija y se lo empezó a chupar. Aquello a mí me daba mucho asco, pero al mismo tiempo me excitaba. Julia daba pequeños grititos y movía las caderas. La madre le empezó a acariciar con un dedo el ojete, me dijo que le acercara un bote que había en la mesilla de noche, miré y vi que estaba casi lleno de manteca blanca de cerdo. Cogió una pella con la mano y la restregó por el culo de Julia que suspiraba profundamente. Le metía dos dedos en el culo, los movía hacia arriba, hacia abajo, hacia los lados… Luego fueron tres, estuvo jugando unos minutos mientras le acariciaba el clítoris con la otra mano… Me miró, tiró de mi verga, que estaba tiesa como un palo por lo que estaba viendo y la condujo hasta la entrada del orificio de la chica. Pasó una mano por detrás de mis nalgas y me empujó para que la penetrara… Entro un poquito. Julia dio un respingo, después se relajó y así, poco a poco, llegué a estar totalmente dentro de su intestino. Tras esperar un poco para que se adaptara, fue Emilia quien marcaba el ritmo de las embestidas, al tiempo que le acariciaba el clítoris a su hija con una mano y el suyo con la otra… Julia, una vez pasado el primer dolor en el esfínter, empujaba hacia atrás para facilitar la penetración. Emilia se situó delante de Julia, abrazando la cabeza con sus piernas y exponiendo su vulva a la boca de la chica que lamia y sorbía como una poseída. Una de sus manos acariciaba su vagina y mis testículos cuando alcanzaban su sexo. Los orgasmos nos hicieron retorcer como lombrices al sol. Emilia me besaba con desesperación con lujuria. Su lengua alcanzaba lugares de mi boca que yo desconocía que existían. Descargué dentro de la chica mientras amasaba las tetas de la madre y pellizcaba sus pezones duros como piedras por la excitación… Tras la experiencia caímos rendidos y nos dormimos. Nos despertaron los gritos de Carlos… Fuimos a ver que ocurría y de nuevo se encargaron las dos de masturbarlo mientras yo lo sujetaba para que no las golpeara.

                —¿Y eso cuanto duró?

                —Varios años. Pero hubo cambios… Algo más de un año después de la primera vez, tuve que irme a estudiar a la capital… Estaba en un colegio con residencia y solo salíamos los fines de semana para ir a casa. En cuanto llegaba al pueblo salía disparado a ver a mis chicas, así las llamaba. En las primeras vacaciones que nos dieron, fui a ver a mis amantes en cuanto pude, pero había otra personita más… Cándida… Fue verla y enamorarme de ella como un colegial, casi lo era… Era tan bella, su pelo parecía una llama en su cabeza, de facciones preciosas y un cuerpo celestial. El ideal para cualquier pintor o escultor… Me enamoré perdidamente de ella, más aun cuando la vi haciendo el amor con su hermana y su madrastra… Y conmigo. Las condiciones eran las mismas para las dos hermanas, tenía prohibido el coito vaginal, solo anal… Eso yo no lo entendía… Hasta que me lo explicaron. Lo comprendí  y lloré de rabia e impotencia… Yo amaba profundamente a aquella pelirroja. Pero fueron muy generosas conmigo. Tenía a tres hermosas mujeres a mi disposición para todo tipo de juego sexual que se nos ocurriera… Excepto, claro está tener relaciones vaginales con las dos jóvenes, solo se me permitía follar sin límites con Emilia.

                —Eso sería el paraíso para cualquiera ¿no?

                —Depende Pablo… Si en una pareja hay problemas de relación, imagínate en un cuarteto. Se daban situaciones de celos entre ellas, conmigo, Incluso yo sentía celos por la forma en que las dos jóvenes se acariciaban… Sobre todo porque la cara de placer de Candi cuando Julia le comía el coño o se besaban mientras se restregaban mutuamente los sexos en los muslos o sexo contra sexo… Entonces se me encogía el corazón. Pero Emilia me explicaba que el amor entre las mujeres era distinto, ellas también me querían; entonces Emilia me abrazaba, me acariciaba, me colmaba de besos y acababa haciéndome el amor con una dulzura que aun hoy recuerdo con nostalgia.

                —O sea, que amabas a las tres, te querían y te quejabas…

—Bueno me quejaba pero a veces lo hacía para llamar la atención y que me dedicaran sus caricias. Pasó el tiempo,  mis padres murieron, me fui a vivir a su casa. No salía de allí hasta que me decidí a ir a la universidad. Es posible que vieras a Candi en alguna ocasión, ya que venía de cuando en cuando a vigilarme. Era muy celosa… Pero me encantaba encelarla.

                —Pues, ahora que lo dices… Creo que la vi una o dos veces en el campus contigo…  Sí, creo que sí, y era realmente muy bella. Ahora caigo… Un día llamó a la puerta del piso que compartíamos, al abrir y verme ella se sorprendió, muy azorada me preguntó por ti y le dije que estabas en clase… Aquel día me diste dinero para que me fuera al cine, sinvergüenza…

                —Lo recuerdo. Aquel día estuvimos toda la tarde retozando en la cama y, claro está, le di por el culito de todas las formas posibles…

—Cuando regresé del cine ya no estabais, por la noche empezaste a contarme cosas de las que, sin que tú lo supieras, yo tomaba nota… Fueron esas notas las que busqué al ver la necrológica… Bueno ¿Y qué pasó después?  Vamos, me tienes en ascuas…

                —Pues lo que tenía que pasar… Tanto fue el cántaro a la fuente…  Emilia se quedó embarazada…

                —¡¿Comooo?!  ¡Joder… vaya papeleta ¿no?! ¿Y qué hiciste?

—Yo siempre he pensado que Emilia lo hizo intencionadamente. Se dejó preñar para que yo siguiera en la familia, para poder disponer de un hombre con más fuerza para controlar al chico. Que por cierto murió de una extraña enfermedad cardiaca cinco años después del nacimiento de nuestra hija. Ella no quería dejar sola a su hija con el hermano, si faltaba. Por eso planeó el embarazo. Le pregunté, años después, si era así y no me contestaba, pero sonreía, me acariciaba la cara y movía la cabeza. Nunca lo supe con certeza, pero no me importaba. Las relaciones entre las tres y yo se mantuvieron durante muchos años.

—¿Pero de momento qué solución le diste al problema?

                —Pues tras mucho divagar, pensar y planear entre las tres mujeres y yo… Llegamos a una conclusión; que  la solución era… casarme con  Cándida… Los dos estábamos enamorados como chiquillos, casi lo éramos… Mi padre había fallecido y mi madre también un año después y yo vivía con una tía mía, hermana de mi padre. La casa de mis padres estaba vacía y yo disponía de una renta que me permitiría seguir estudiando y mantener a Candi y a lo que viniera… Y así lo hicimos. Nos casamos casi en solitario en una ermita con un párroco amigo, a quien no tuvimos que explicarle nada. Simplemente, dos jóvenes sin familia que se casan. La documentación en regla. En la ceremonia solo mis mujeres, mi tía que era viuda y dos primos míos, sus hijos.

                —Claro, realmente no existía ningún problema por el que no pudierais hacerlo, pero ¿y la barriga de Emilia?

—  Emilia se pasó la gestación sin aparecer por el pueblo. Para mí fue toda una experiencia morbosa  follar con ella durante el embarazo, pero sobre todo, como se retorcía de placer cuando sus niñas le hacían el amor. Por qué no follaban, hacían el amor con una ternura que a veces me emocionaba. Ver a Emilia, con su enorme tripa, tendida en la cama, desnuda, con una chica a cada lado mamando de sus pechos, como bebes, mientras yo, con el mayor cuidado para no aplastar su barriga, penetraba su coño, de labios gordezuelos, cálidos y húmedos.  Yo casi estaba por terminar medicina, asistí a Emilia en el parto que no tuvo complicaciones. Nació una niña, preciosa. Y la inscribí como hija mía y de Candi… Con el nombre de Rosa… Se parece mucho a mí… Su verdadera madre, Emilia disfrutó de nuestra hija hasta que falleció y Candi la quiso como si fuera suya hasta que nos dejó hace cinco años por una enfermedad que no pudo superar.

                —¿Entonces la esquela que vi en el periódico?

                —Era por el fallecimiento de Julia, muy mayor ya. Estuvo con su hermanastra Candi, mi mujer y luego con mi hija, su otra hermanastra hasta su última hora. Que por cierto, mi hija se casó, tuvo dos hijos y le dieron cuatro nietos o sea, tengo cuatro biznietos… Soy bisabuelo…

                Se hacía tarde y yo tenía una cita con una pareja amiga. Llegó el momento de las despedidas…

                —No sabes cuánto me alegro de haberte visto Toni.

                —Y yo a ti Pablo… Tengo que decirte algo que… Veras…  Candi me dijo que te había visto en el piso… En aquella época nosotros fantaseábamos con encuentros con otros hombres y ella me confesó que, al verte, te imaginó con nosotros… los tres juntos… en la cama… Me lo dijo después de haberte dado el dinero para el cine… De habérmelo dicho antes… Habrías probado su delicioso culito… Pero agua pasada no mueve molino.

                Nos dimos un abrazo sincero al despedirnos en la casi seguridad de que sería la última vez que nos veríamos…

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