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Estaba claro que no era mi noche

en Amor filial

Desde que puse mi direccion de correo en  la pagina he recibido muchos e-mail criticando, alabando... Pero tambien algunos en los que personas "anónimas" me cuentan sus vivencias para que las suba como relato. Esta es una de ellas. Yo no soy quien para juzgar.

 

Estaba claro que no era mi noche. Acababa de pelearme con Ángel, el último novio que me calentaba la cama desde hacía tres meses.

Quedamos en un bar para salir, porque no quería que fuera a buscarme a casa, ya que me había dado cuenta que no congeniaba mucho con mi hijo… Bueno… nada. Cada vez que se encontraban parecían dos gallos de pelea. A mí me hacía gracia verlos cara a cara, los puños cerrados y lanzándose miradas asesinas… Pero no pasaba de ahí la cosa, bueno, al menos por ahora.

              Cuando llegué a la cafetería, al principio no lo vi, pero en un rincón lo encontré enrollándose con una furcia, una conocida que me tenía ganas. Me acerqué a ellos, lo miré despectivamente y le dije:

—No vuelvas nunca, no quiero verte más —  y me marché…

              Pero mi cabreo era mayúsculo, así que me fui a una zona de bares que hacía tiempo no visitaba. Encontré el ambiente muy cambiado, no conocía a casi nadie; me di una vuelta por el local y por fin encontré a Alma, una vieja amiga con la que compartí, tiempo atrás, muchas aventuras… Un tanto… escabrosas. Nos abrazamos y nos dimos un piquito…

              Tomábamos ron cola ella y un gintonic yo en la barra, sentadas en los taburetes y recordando viejos tiempos… Como te va, te veo bien… Lo habitual.

              Me quedé helada al girarme hacia la entrada y ver aparecer a mi hijo Pedro… ¿Qué hacía allí?… Era un bar de prostitutas y no era un lugar muy recomendable para un chico joven. A pesar de que me importaba poco lo que hiciera con su vida, me molestó que frecuentara estos tugurios; sobre todo porque podía sorprenderme con algún “cliente” y me vería forzada a dar explicaciones.

              Agarré de la mano a mi amiga, le dije que cogiera las copas y me acompañara a una zona del local en la que no nos viera mi hijo. Nos sentamos tras una columna desde donde podía vigilarlo y le expliqué lo que ocurría, no podía permitir que me viese allí…

Pedro se acercó a la barra, se sentó y pidió una cerveza, miraba a su alrededor fijándose en las jovencitas… Y no tan jovencitas que pululaban por allí. Pero también a los tipos que las rondaban…

              —Alma, mi relación con él no es muy buena… Por no decir que es fatal… Desde que me divorcié casi no me dirige la palabra, menos aun cuando cada dos por tres meto a un tío en mi cama… Creo que me odia y la verdad es que no me he preocupado mucho por él.

              —Joder Laura, está muy bueno, es muy alto, muy guapo y está cachas…

              —Como para no estarlo, juega al rugby en la universidad…

              De pronto se me ocurrió una idea perversa…  Como casi todas las que tenía.

              —Alma, ve a por él… — Le dije con firmeza.

              — ¿Cómo? ¿Qué me folle a tu hijo? — respondió, abriendo los ojos como platos.

— ¡Si coño! Llevo un tiempo sospechando que mi hijo es…

              — ¿Marica? ¿Qué tu hijo es marica? ¿Pero no ves como mira a las tías? ¡Si se las come con los ojos…!

              —Aun así. Quiero saber de lo que es capaz y con quien mejor que contigo. Acércate y llévatelo a tu casa. ¿Sigues viviendo en el mismo sitio? ¿Sigues dejando una llave sobre el quicio de la puerta? No te preocupes que yo te pago el trabajito. — Alma titubeó, pero la idea de un polvo con un bombón como mi hijo la seducía.

—Si vale… Pero ¿Y si no le gusto? ¿Y si le van más las jovencitas? Le llevo más de veinte años…

—Si no es mariquita le gustarás, tú estás muy buena… Iré delante, entraré y me esconderé en la habitación de invitados. Deja la puerta de tu cuarto entreabierta… Toma, paga la cuenta nuestra y lo invitas… No me falles. Te espero…

              Esperé a que Alma se acercara a mi hijo y se colocara de forma que me permitiera salir del local sin ser vista. Me deslicé hasta la calle y recorrí rápidamente las tres manzanas que me separaban de la casa de mi amiga. Subí por la escalera los tres pisos sin ascensor y, efectivamente, la llave estaba donde recordaba. Abrí y la dejé en el mismo sitio.       

Me senté en la cama de la habitación a esperar. Recordé muchos buenos y malos momentos vividos en aquel piso. Lo compartíamos las dos antes de casarme. Vivíamos de desplumar a los incautos que caían en nuestras manos. La verdad es que éramos putas, sí; vivíamos alquilando nuestro cuerpo por horas o medias horas. Incluso después de casada participamos en algunas movidas cuando yo viajaba a la ciudad. Al casarme me marché a una ciudad de provincias y nos alejamos, pero cada vez que podía alejarme de mi marido viajaba a Madrid, la llamaba y ella me preparaba encuentros… Nos especializamos en darles a los clientes espectáculos lésbicos y después nos dejábamos hacer lo que quisieran con nuestros cuerpos. Sacábamos unos euros que me facilitaban algunos caprichitos. Incluso los desplumábamos si se emborrachaban y caían en nuestras manos.

Tumbada en la cama recordé… Nunca supe quienes fueron mis padres, me depositaron, recién nacida, en un orfanato de una ciudad de provincias y allí estuve hasta los catorce años. Me escapé con otra compañera y nos vinimos a Madrid haciendo auto stop, bueno y dejándonos manosear por los camioneros. Aquello nos excitaba, uno de ellos quiso follarnos pero logramos escapar antes de que lo lograra. No por miedo a que nos desvirgaran, no recuerdo haber sido virgen nunca. Desde que tengo uso de razón he sido muy caliente. En el orfanato nos pajeábamos unas a otras con lo que podíamos, supongo que alguna de las velas de la capilla se llevó mi virginidad por delante.

Una vez en la gran ciudad vivíamos a salto de mata, en pisos abandonados, frecuentados por yonkis y maleantes de todo tipo. Nos llevamos muchos sustos pero logramos sobrevivir durante dos años. Robábamos en los grandes almacenes, ropa, comida…

Pero aquello no podía durar. Entramos en el ambiente de la droga. Al principio vendíamos piedras, papelinas… Hasta que mi amiga empezó a picarse… Yo intente no hacerlo pero al final también caí. Que si un porrito con unos colegas follando y divirtiéndonos… Que si una rayita… hasta que probé el caballo… Aquello no podía durar… Una noche le dieron a mi amiga una papelina a cambio de un polvo… Le dio un chungo… Solas las dos en aquel derribo… Yo estaba colocada de maría, la tenía en mis brazos, se me moría… La dejé y fui a buscar un teléfono para pedir ayuda, vino la policía, una ambulancia… Ella había muerto antes de llegar al hospital… A mí me detuvieron, me juzgaron y me metieron en un correccional. Hasta los dieciocho años.

No me fue mal. Estudié un módulo de gestión empresarial y al salir encontré trabajo en una fábrica de artículos para la construcción en un pueblo cerca de Madrid. Allí conocí a Juan, era el hijo del dueño… Me quedé embarazada, supongo que en alguna de mis escapadas a Madrid me descuidé, pero como también follaba con mi novio… pues nos casamos.

 Era un buen hombre, pero aquella vida no era lo mío. Su familia sospechaba, con razón, que el bebé no era suyo y nos divorciamos, le saqué un buen pellizco a cambio de no airear lo de la barriga y me vine a Madrid de nuevo. He seguido puteando durante estos dieciocho años y he criado a Pedro con el íntimo sentimiento de que era una carga para mí. Y él lo sabía… Me vio cambiar de novio como de zapatos, pero no quise amarrarme a nadie más. Además, si me casaba perdía la pensión que me pasaba mi ex. Eran solo parejas temporales… Los trajines me los llevaba a una pensión que tenía concertada… No era cuestión de llevar dos o tres tíos diferentes cada día a mi casa. No solo por mi hijo, que no me importaba demasiado, sino por los vecinos.

Pero… ¡Atención…!

Escuché la puerta del piso… Por el resquicio que dejé los vi pasar ante mí, Pedro se adelantó preguntando donde estaba el servicio, entró a orinar, a juzgar por el ruido que hizo.

Alma se acercó y susurró…

— ¡Con qué maricón Eh! Tiene ocho manos, como los pulpos y no veas el rabo que se gasta el “mariquita”. Laura estás perdiendo facultades…

—Calla que ahí viene…

Se alejó en dirección a su habitación. Vi a mi hijo entrar tras ella cogiéndole las cachas del culo con ambas manos y…

De pronto, un extraño sentimiento, una sensación, como de ardor de estómago, una extraña sensación de calor y hormiguilla en la nuca hizo que se me saltaran las lágrimas…

¿Esto eran celos? ¿Por qué este ataque de celos?; porque, para tener celos se debe amar a la persona que te los provoca y yo que jamás había amado a nadie… ¿Amaba a mi hijo? pero no como madre. Jamás me había sentido madre. Como mujer, como hembra a la que le arrebatan su macho… Estos sentimientos eran nuevos para mí. Desconocidos…

Sí, joder, sí… Eran celos, envidia de Alma que se iba a follar a mi niño… ¿Mi niño?… ¿Desde cuándo era mi niño? Toda su vida fue un estorbo y ahora… ¿Era mi niño?… En manos de una fulana perversa que le haría auténticas perrerías que…

¿Podría hacérselas yo?… ¿Estaba pensando, de verdad, en follar con mi hijo?

Mi cabeza era un torbellino de pensamientos encontrados. Hervía, tenía las orejas ardiendo. No pude más y me acerqué a la puerta de la habitación donde ya se escuchaban gemidos.

La imagen que me ofrecían era realmente pornográfica. Alma tendida boca arriba con mi hijo sobre ella en un misionero, le abrazaba con sus piernas por las caderas como si quisiera que no se escapara. Pedro me ofrecía la vista de su culo musculado, la espalda; realmente hermoso. ¡Y hasta ahora yo no me había dado cuenta!

 Bombeaba el coño de mi amiga lentamente, era ella la que le urgía con vaivenes de cadera para lograr penetraciones más profundas…

Siguieron durante unos minutos. Vi, con auténtica envidia, las manos de Alma acariciar su espalda, sus caderas, su pecho, apresar sus nalgas y apretarlas contra ella. Intentó hacer que se acercara para besarlo pero Pedro hizo una finta y rechazó, con maestría, el encuentro de sus bocas…

—Sigue Pedrito, hijito, dame toda tu leche, la quiero toda dentro… — Le decía mi amiga.

— ¡Síiii, mamá, síii! ¡Fóllate a tu hijito! ¡Laura te quiero… Fóllameee putaaaa! — La exclamación de mi hijo me provocó un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

Alma logró retrasar el orgasmo de mi hijo para hacerlo coincidir con el suyo y quedaron desmadejados sobre la cama. Él, boca abajo sobre ella, dándome la espalda.

Alma abrió mucho los ojos, miró en mi dirección por encima de su hombro y agitó una mano indicándome que entrara en la habitación…

Y entré. Sin hacer ruido; me acerqué a los amantes y acaricié la espalda de mi hijo, que se giró como si le hubiera picado un bicho, me miró, espantado…

—¡¡Mamá!! ¿Qué coño?…  ¿Qué haces aquí? — Su rostro se encendió como una antorcha.

Yo no pude resistirlo más… Lo abracé como jamás en mi vida lo había hecho. Bañé su hombro, su pecho, con mis lágrimas. Él, tras reponerse de la sorpresa, me acogió entre sus brazos y me apartó un mechón de pelo de la cara para besar mi frente cariñosa, amorosamente.

—Pedro, mi vida. Perdóname… — Miraba sus bellos ojos.

— ¿Por qué mamá? ¿Por pillarme follando?  Creo que tendría que pedirte perdón yo…

— No Pedro, este encuentro lo he propiciado yo porque pensé que tu… Como no llevabas chicas a casa yo pensé que… — Sonrió.

— ¿Pensabas que era gay? — Y se reía. Y su risa, que otras veces me exasperaba, ahora me sonaba a música celestial…

—No Laura, no es gay. Te lo puedo asegurar. Y te tengo que agradecer que permitieras que me follara… Lo he pasado muy… muy bien… Hacía mucho tiempo que no me daban tanto gusto Ahora voy a darme una ducha. Os dejo solos para que habléis. — Le dio un piquito en los labios a Pedro que él ya no rechazó y saltó de la cama para ir al baño.

—Pedro… Te escuché decir algo al correrte que… — Me miró, su rostro se ensombreció.

Bajé mi mano por su pecho sudoroso hasta alcanzar su verga que reaccionó de inmediato con una notable erección.

—Sí mamá… Dije tu nombre, me corrí contigo, con tu imagen, con la misma con la que me hacía pajas en mi habitación mientras te escuchaba follar con esos tipos a los que…

— ¿A los qué…? — Pregunté temiendo la respuesta.

—A los que odiaba… a los que envidiaba. Pensaba en entrar y golpearlos, los celos me mataban, mamá. Te deseaba… te sigo deseando. Cada vez que he estado con una mujer me imaginaba que era contigo. Por una parte me hacía sentir mal, por otra me producía un enorme placer imaginar que era a ti a quien amaba. Por qué te amo, mamá, con toda mi alma, con todo mi corazón, desde que tengo uso de razón… te quiero y sé que jamás podré querer a otra mujer como a ti…

Tras esta emotiva declaración de amor nos abrazamos como nunca lo habíamos hecho. Y a partir de ese momento se sucedieron los acontecimientos de forma tan rápida que me resulta muy difícil recordarlos.

Él estaba desnudo y yo me vi sin mi ropa en un momento. Se unieron nuestros labios en un apasionado beso que no queríamos que finalizara nunca.

Y sucedió…

Sin pensarlo me encontré bajo mi hijo sintiendo como me atravesaba con su espada, como mis pechos eran masajeados, amasados por sus manos y sus dedos pellizcaban con delicadeza al principio, pero con fuerza después, los botones duros como garbanzos, provocándome auténticas oleadas de placer. Un placer como nunca había sentido. Fue el primer hombre al que realmente deseaba con locura… Y todo eso se había despertado en una noche, en apenas dos horas. ¡Cuánto tiempo perdido! Pensé…

Pero no era momento de pensar. La caricia de su polla en la entrada de mi cueva causaba auténticos estragos en mi encharcado coño… El roce de su pene en las paredes de mi vagina me provocaba un placer desconocido para mí. Jamás, en toda mi vida como esposa, como amante y como puta, me había sentido así. Estuve con muchos hombres, sí, pero con ninguno como con él.  Llegue a sentir muchos orgasmos en mi vida, pero nada comparado con lo que mi niño me hacía sentir.  Lo abracé con fuerza, con brazos y piernas. Quería fundirme con él. Sentía la necesidad de volver a tenerlo dentro de mi vientre como hacía casi veinte años, cuando lo sentía dar pataditas y, estúpida de mí, entonces deseaba su muerte…

Respiraba su pelo, el sudor de sus axilas, lamía sus orejas con deleite, con desesperación.

Su aroma era embriagador. Jamás pude imaginar que el olor de un hombre pudiera excitarme…

Su orgasmo me sorprendió. No pude anticiparme y preverlo. Descargó dentro de mí gritando…

—¡¡Mamá te quieroooo!! — Desplomándose sobre mí a continuación. Su verga se mantenía dura y seguía moviéndose como un poseído.

Y lloré, lloré, por haber desaprovechado los que podían haber sido los mejores momentos de mi vida junto a él y apreté con todas mis fuerzas a mi hijo y un intensísimo orgasmo, como no había sentido nunca, atravesó mi cuerpo, tensó todos mis músculos y mi nuca recibió como una descarga eléctrica que me hizo ver luces destellantes y perder la conciencia durante unos segundos. Grite como una poseída. ¡Jamás me había ocurrido algo así! Era una mezcla extraña de placer y dolor…

Cuando me repuse, la mirada amorosa de mi hijo me derretía. Mis ojos arrasados en lágrimas… Una extraña sensación me angustiaba. Dolor por mi anterior comportamiento con mi hijo, alegría por haber descubierto el amor verdadero… No podía articular palabra…

Mi vagina se licuaba y los fluidos mezclados de mi hijo y los míos bajaban empapando el perineo y el ano para caer mojando la sabana de mi amiga.

—Esto no es normal en ti, Laura. ¿Qué te ha pasado?  No te he visto nunca tan… entregada. Estas distinta. — Dijo Alma entrando en la habitación y sentándose en el borde de la cama.

—Y tan puta ¿verdad? — Le respondí — Es que nunca he hecho el amor con alguien a quien quería de verdad. He follado… mucho…  con muchos, pero hoy ha sido distinto. — Acaricié el rostro de mi niño. Lo besé con auténtica pasión. Era el primer orgasmo real que sentía en mi vida. Con él no tenía que simular las emociones, las sentía de verdad.

—Mamá, porqué dices eso. No me gusta que te llames puta…

—Pero lo soy, mi vida. Lo he sido pero ya no lo seré más. Esa vida ya se acabó para mí. Ahora solo quiero dedicarla a hacerte feliz y resarcirte de todo lo que te he negado siempre. A partir de ahora tú serás el único hombre de mi vida; seré solo tuya y cuando conozcas a otra mujer, casarte con ella y formar una familia… Trataré de hacerte feliz apartándome.

—¡Yo no te dejaré nunca mamá! ¡Estaré siempre a tu lado! Quiero que seas mi esposa, y si puede ser… la madre de mis hijos.

—No digas esas cosas Pedro. No estaría bien… Tú te mereces algo mejor que yo… He hecho cosas en mi vida que te espantarían.

—Mamá, lo sé todo sobre ti. Quizás sepa más de ti que tú misma.

—¿Y eso cómo es? ¿Cómo sabes tú de mi vida, de mis andanzas…? Alma es una de mis mejores amigas y no sabe casi nada…

—Pero yo sí. Hace un año fui al pueblo. Hable con tu exmarido, Juan. Ya sabía que no era mi padre, aunque tú no me lo habías dicho nunca. Él me contó tu historia. Donde naciste, quien era tu madre… En fin, toda tu vida. Tu estancia en el orfanato, tu fuga, las drogas, la prostitución, la muerte de tu compañera y el reformatorio. Como lograste, llegar hasta la fábrica y seducir a Juan. Tus escapadas a Madrid, tu embarazo… Como convenciste a Juan de que el niño, o sea yo, era suyo, aunque en realidad ni tu misma sabes quién es mi padre…

—¡Dios mío! ¿Y cómo sabes tú todo eso?

—Ya te digo que fui al pueblo, hable con Juan, que seguía enamorado y contrató un detective privado para que siguiera tu rastro y averiguara todo lo que pudiera sobre ti. Me mostró fotos tuyas en mil y una poses follando con muchos hombres, por dinero y en los lugares más insospechados. En hoteles, casas derruidas, descampados, servicios de discotecas y bares… Con mujeres, con hombres, jovencitos, casi niños y viejos, en grupo… Cientos de fotos. Conozco tu cuerpo como la palma de mi mano. Juan estaba horrorizado. No le mostró el material a su familia… Llorábamos los dos abrazados y me suplicó que te ayudara a salir de ese mundo. Le confesé que estaba enamorado de ti desde que tengo uso de razón y trataría por todos los medios de ayudarte. Él me comprendió.

Yo me consideraba una psicópata. No había sentido afecto por nadie, utilizaba a los que me rodeaban seducidos por mis encantos. Jamás había sentido miedo por nada… Pero lo que le oí decir a mi hijo me provocó un ataque de pánico. ¿Me alejaría Pedro de su lado por saber todo esto? Y si no lo hubiera sabido ¿Podría yo vivir con todo eso en mi conciencia? Conciencia… Extraña palabra. Nunca tuve problemas con ella hasta ahora. Cuando sentía peligrar el lazo que me unía a mi niño…

—¿Y no te importa Pedro? Sabiendo todo esto ¿aún eres capaz de quererme?

—¡Más mamá! Te quiero mucho más. Eres la mujer más valiente que conozco. Capaz de hacer frente a la adversidad y reírte de ella.

—Dios mío Pedro… Qué ciega he estado. Teniendo a mi lado el hombre más maravilloso del mundo y yo sin saberlo…

—¡Joder chicos vaya dramón! Me habéis hecho llorar, y eso que soy dura… — Dijo Alma restregándose los ojos con el reverso de la mano.

Nos abrazamos los tres, desnudos… Mi mano bajó hasta encontrarse con la verga de Pedro que, al sentir el contacto, se enderezó al instante.

—Mamá, Alma, sé que montabais numeritos lésbicos. ¿Podríais hacerlo para mí? No lo he visto nunca en directo.

Miré a Alma, me miró y una sonrisa traviesa surgió en ambas… Nuestros labios se acercaron, el beso fue extraño, distinto a como lo había sido otras veces. Más cálido, más amoroso. Nuestras manos nos acariciaron inquietas. Los hombros, los brazos, entrecruzar los dedos y atraernos mutuamente para convertir el beso en un volcán de pasión. Los pellizcos en los pechos eran tan dulces. Me dejé caer de espaldas en la cama y Alma se colocó sobre mí, sin apartar los labios. Rodeé su cabeza con mis manos y la atraje sintiendo sus pechos sobre los míos. Los pezones duros se rozaban y se erizaban. Nuestros muslos entrecruzados frotábamos los sexos. Pedro se acercó para sentarse en un lateral de la cama y me acariciaba el pelo. Cogí su mano, él la mía y la llevó a sus labios…  Su mirada fue como si me dispararan con un arma en el pecho… El orgasmo fue brutal, arqueando mi cuerpo levanté en vilo a mi amiga dos o tres veces. Grité hasta quedar sin aliento, Pedro, asustado me rodeaba amorosamente mi cabeza con sus manos y me besaba en los labios. Alma, tras dejar que me calmara se afanó en besar mi sexo, lamerlo acariciarlo… Pedro chupaba y mordisqueaba mis pezones que se ofrecían duros ardientes. La lengua de mi amiga provocaba oleadas de calor que recorrían mi cuerpo, desde el pubis hasta la nuca. Me llevaron a un nuevo orgasmo, dulce, suave, como alargándose en el tiempo que yo, en ese momento, no quería que terminase nunca.

Vi a mi hijo alejarse de mí para situarse tras Alma y penetrarla mirándome fijamente. Ella solo se movía para lamer mi clítoris y llevarme a las más altas cimas del placer. Pedro me penetraba con sus ojos… Llegamos los tres casi al mismo tiempo al clímax. 

Cuando logré espabilarme sentía el calor del cuerpo de mi hijo que me abrazaba. En ese momento no pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas, bañando el brazo de Pedro sobre el que descansaba mi cabeza. Alma no estaba en la habitación…

—¿Por qué lloras mamá?

—De felicidad hijo; jamás me había sentido tan feliz como esta noche. Estaba claro que esta era mi noche… Y la tuya amor mío.

—La nuestra mamá, la nuestra.

—Por cierto, ¿me has dicho que Juan te dijo quiénes eran mis padres?

—Sí mamá. El detective hizo bien su trabajo y averiguó que tu madre quedó embarazada de un señorito de la casa donde trabajaba como criada. La despidieron sin más y ella buscó refugio en un convento, donde la admitieron y la cuidaron hasta que naciste tú. Después se quedó en el claustro y se hizo monja para poder cuidarte y verte crecer. Era la hermana Angustia que cuando escapaste del convento se marchó también para buscarte y decirte la verdad. Sufrió un atropello en una calle de Madrid y murió.  De esto hace ya veinticuatro o veinticinco años. Pero no quiero entristecerte. Quiero hacerte feliz… Vámonos a nuestra casa.

Un enorme peso cayó sobre mí. Me aplastaba, casi no podía respirar y no dejaba de llorar. Solo el calor del abrazo de Pedro aliviaba el profundo dolor que me embargaba en esos momentos. Recordaba como aquella monjita del convento se portaba conmigo como una madre  y es que, realmente, lo era. Catorce años junto a mi madre sin saberlo…

A partir de aquel día mi hijo y yo nos dedicamos a recuperar el tiempo perdido y un año después quedé embarazada, tuvimos una niña preciosa… Figura, en el registro, como hija de madre soltera. Es mi hija y nieta al tiempo.

Han transcurrido quince años y nuestro amor no ha decaído,  nos seguimos amando con toda la pasión de dos enamorados. Pero esa es otra historia.

 

 

 

 

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