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Diana y sus hijas 5

en Amor filial

 Diana y sus hijas 5

Una separación no es el fin del mundo, aunque a veces lo parece.

Era muy tarde cuando nos despertamos. Las niñas seguían durmiendo, cada una en una cama. Le guiñé un ojo a Diana. Ella entró en el dormitorio de las chicas, donde dormía Gema y yo en el nuestro, acostándome, con cuidado de no despertar a Greta. Al poco escuché hablar a Diana con Gema y empecé a besar a Greta para despertarla.

—Buuenoos diaas… — Dijo Greta bostezando y abrazándome.

—¿Qué tal has dormido?

—¿Has estado toda la noche conmigo?

—Bueno… Casi toda, menos el tiempo de bajar a beber agua…

—¡Gracias papi…! ¡Te quiero! ¡¡Tengo hambreee!!

No pude menos que reírme ella se unió a mi risa y entraron las que faltaban. Bajamos todos juntos a desayunar. El fin de semana fue una fiesta de salidas a comer fuera, visitar exposiciones, ir al cine… Ya no hubo más sexo entre las chicas y nosotros. Solo Diana y yo follábamos como conejos en cuanto nos dejaban solos.

El domingo Diana me propuso visitar a mi madre, Isabel. Me pareció adecuado. Alerté a las niñas para que se comportaran razonablemente bien ya que mi madre era una mujer chapada a la antigua y con poco sentido del humor.

Me sorprendió la facilidad con que se metieron a mi madre en el bolsillo. Las niñas la llamaban abuela y eso le encantaba. Preparó una comida típica de mi pueblo y unos dulces deliciosos que cocinaron las niñas dirigidas por mi madre.

—Jesús… ¿Cómo estás? — Preguntó mi madre mientras mis mujeres estaban viendo los animales del corral.

—¿Cómo me ves, madre?

—Te veo… feliz. Jamás te había visto así. Ellas son buena gente, no las dejes. Tráemelas las veces que quieras, cuando ellas puedan… ¿Te vas a casar con Diana?

—¿Te gustaría? Ya vivimos juntos, en su casa…

—Sí, hijo. Esta mujer es buena, alegre, te hace reír y te quiere. Y sus chiquillas son dos terremotos, pero a mí me han alegrado el día y… la existencia. He sufrido mucho viéndote solo, sin más familia que yo, que tengo una pata aquí y otra allí.

—¡Mira lo que hemos encontrado Jesús! ¡Mira Isabel! Estaban en el pajar y están calientes — Gema traía dos huevos y Greta otros dos.

La cara de felicidad de las dos era para no olvidarla. Diana venía detrás de ellas con una sonrisa enigmática.

—Sí cariño, eso es por qué los acaban de poner las gallinas. — Les aclaró mi madre.

—¿Por el culo? — Preguntaron a dúo.

—¡Claro, ¿por dónde va a ser chiquilla?! — Respondió mi madre riendo.

—¡Ahhh qué asco! — Soltaron los huevos en la mesa y salieron corriendo al patio. Nos reímos a carcajadas al ver la cara que habían puesto.

Diana las llamó y se acercaron las dos. Una vez todos reunidos me miró y me cogió de las manos… Yo suponía que algo importante ocurría.

—Isabel, Jesús, Greta, Gema… Tengo una importante noticia que daros. He querido que la madre de Jesús esté presente por qué le afecta. ¡Va a ser abuela!

—¿Cómo es eso? — Preguntó ingenuamente Gema.

Yo no cabía en mi de gozo.

—¡¿Vamos a tener un hermanito?! — Gritó Greta.

Mi madre se sentó, tenía mala cara. La mire… Lloraba…

—Es de alegría hijo. Ven hija abrázame. Es la mejor noticia que podías darme… — Se abrazaron, las abracé y lloramos de emoción.

Mis hijas, ya podía llamarlas así, bailaban dando saltos de alegría.

—¿Por eso querías venir a conocer a mi madre? ¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde antes de ayer. Llevaba tres semanas de retraso, utilice dos predictor y bueno…  estoy de cuatro semanas. Casi desde que nos conocimos… No tomaba ningún contraceptivo.

Mi emoción me hizo llorar como un niño pequeño. Mi madre me acariciaba la cabeza. Yo besaba las manos de Diana. Las chicas se tranquilizaron y yo me calmé.

—Diana… Me has hecho el hombre más feliz de la tierra. No me canso de decirte cuanto te quiero. Y no puedes imaginarte la inmensa alegría que le has dado a mi madre. La has hecho rejuvenecer diez años, por lo menos — Nos abrazamos y nos besamos…

Mi madre empujó a las niñas y se las llevó al corral a enseñarles los conejos. Quería dejarnos solos.

Al anochecer nos marchamos de regreso a casa. Observé a Greta triste. Ya en casa, en un momento en que estaban Diana y Gema en la cocina…

—Greta, te veo triste ¿Qué te pasa?

—Noo… nada… es que… bueno sí… Envidio a mi madre. Va a tener un hijo tuyo y me gustaría tenerlo yo…

—Hija… Tú no tienes edad aún para esto. Tu cuerpo tiene que madurar, tu mente también. Dentro de unos años comprenderás mejor lo que te quiero decir. Si entras en internet y navegas por las páginas donde se relatan experiencias de muchachas que se embarazan muy jóvenes, te darás cuenta de los enormes problemas que deben afrontar. Y no digamos si el padre las abandona y tiene que sacar adelante a su bebé, o sus bebes, en el caso de tu madre, sola. Para ser madre lo principal es tener resuelto el futuro, sin depender de nadie. Para eso, es importantísimo tener una sólida formación. Tú estás en esa fase, en la de prepararte para, cuando consideres que estas en condiciones de tener, alimentar y educar a tu hijo, puedas hacerlo. Anda, dame un abrazo y no pienses más en eso.

Vino a mis brazos y sentí su cuerpo convulsionarse por los sollozos.

—¿No nos dejarás nunca, ¿verdad?

—Jamás, mi vida. Ya formo parte de vosotras y vosotras de mí. Además, tenemos un pacto. Así que pasen cinco años… ¿Lo recuerdas?

—Claro. Eso no lo olvidaré nunca.

—Anda vamos a la cocina a preparar la cena. Ups, ¿estabas ahí? —  Diana nos había oído.

—Sí, me gusta que alecciones a las niñas en estos temas tan escabrosos. Yo con su edad también tenía en mi cabeza esas ideas. Para mí era importantísimo tener un hijo. Luego tuve la suerte de tener dos preciosidades, fue con dieciocho años y con terribles problemas con el padre. Imagínate con dieciséis, cariño. — Besó a su hija y se adentraron en la cocina las dos.

Los días pasaban rápidamente. Llego el momento del viaje, el avión, el hotel en Paris, los eventos en Disneyland Paris… Lo pasamos realmente de fábula. Acabamos agotados pero contentos y felices de haber vivido esta experiencia. Al regreso todo, bueno, casi todo, volvió a la normalidad. Las niñas se incorporaron al colegio, Diana a su trabajo, yo al mío, con la particularidad que puse en marcha el proyecto ventas on-line.

En un mes las ventas por internet superaban, con creces las de la tienda. Un cincuenta por ciento de incremento de ventas y subiendo, era un buen aliciente para continuar.

Los meses pasaban y Diana engordaba… a mí me entusiasmaba acariciarle la tripita, masajearla, darle cremas para evitar las estrías. Las niñas estaban encantadas con el embarazo de su madre. Los fines de semana estaban deseando estar en casa para atender sus menores caprichos.

Con siete meses, la tripita era un tripón. No quería estar así delante de mí. Se veía, según ella, horrible. Para mí seguía siendo la más bella de las mujeres. Pero ¿Cómo hacérselo entender? Como hacerle ver que sus formas eran, para mí, de un erotismo total. Sus pequeños pechos habían crecido, eran unas mamas preciosas. Me encantaba mamar de ellas. La convencí de que era bueno para sus pezones, así no se le agrietarían, y debía ser así, porque no se le agrietaron. Le masajeaba los pies, ella lo disfrutaba y yo también. Prueba de ello las erecciones que me producían los masajes… Además, su líbido se disparó. Necesitaba sexo constantemente, a toda hora; yo estaba ya en el límite de mis fuerzas…

Diana buscó a una chica para que le ayudara en la tienda en los meses que la necesitara y se hiciera cargo del comercio. Pero no encontró.

Una tarde nos visitó Carmen, su amiga. Se enteró de la necesidad que tenía de ayuda en la tienda y se hizo cargo ella. Eso nos permitió conocernos más a fondo. Carmen era una buena amiga de Diana desde el instituto. Tenía una magnífica formación en ventas, administración…

En suma… Aplicando algunas ideas de Carmen y las mías, el negocio multiplicó su volumen por diez. Era una auténtica mina.

Un día, preparamos los pedidos antes de lo esperado y tras terminar me dijo Carmen:

—Hoy no es necesario que me lleves a casa, tengo que ver a un… amigo cerca de aquí, iré andando. Por cierto, Jesús… no quiero meterme donde no me llaman, pero, Diana está preocupada por…

—¿Y eso? ¿Qué le preocupa?

—Veras, es algo… bueno, allá va… Cree que no cubre tus necesidades sexuales… Se ve deforme, piensa que no te gusta ya y que acabaras odiándola.

—Carmen, por favor… Si es lo que más quiero en este mundo. Si la veo así gordita y me pone a mil… Yo pensaba que era ella la que me rechazaba por sus molestias normales, creo yo, en el embarazo. Por mí la estaría follando todo el día… Y perdona por la expresión…

            —Déjame contarte algo Jesús; cuando se quedó embarazada de las niñas, le ocurrió algo parecido. Se veía deforme, gorda, según ella horrible. El marido, su ex, no se acercaba a ella, la rechazaba; yo llegué a oírle decir que le daba asco follar con ella. Fue cuando empezaron las disputas que acabaron con el divorcio y el abandono. Ten en cuenta lo que te digo, la quiero mucho y no me gustaría que sufriera.

Nos dimos un casto beso al despedirnos y me llevé el coche a casa. Estaba muy cerca, entré por el garaje. Al subir a la planta baja ya escuché unos ruidos extraños, subiendo la escalera a la primera planta aumentaron los jadeos; me acerqué al baño, donde se escuchaban, la puerta entreabierta… Lo que vi fue…

Diana estaba en cuclillas en el suelo, desnuda, apoyaba su espalda en la pared del baño, las rodillas separadas. Su mano izquierda, bajo su culo, introduciendo un dedo por el ano. Otra mano en la vagina, dos dedos dentro masturbándose con violencia, sus gemidos eran lastimeros, no sé si de placer o dolor… Frotaba su pubis con la palma de la mano cuando sacaba los dedos de su interior…

Los ojos cerrados y la boca entreabierta, empujando su panza hacia arriba, apoyándose en los pies y la espalda, mientras se masturbaba. Los pezones, antes pequeños y rosados, ahora grandes, encumbraban una areola oscura. Sacaba el dedo de su culo para pellizcarse los botones marrones claros de sus pechos. Jadeaba.

No quise interrumpir su momento y pronto estalló en un orgasmo brutal, gritó, se orinó y el chorro salió disparado con fuerza regando el recinto del baño y quedando esparcido por el suelo. Se dejó caer, sentada, sobre sus orines, restregó sus nalgas en ellos, cuando se repuso, regresó a la postura inicial, follándose con fuerza su coño con dos dedos, de cuando en cuando aún emitía chorritos de pis que se deslizaban por su perineo y ano hasta el suelo.

Los pellizcos en sus pechos debían dolerle, pero no dejaba de hacerlo. Su otra mano frotaba con violencia su clítoris que palmeaba de cuando en cuando y pude ver lo abultado y rojo que lo tenía. De pronto se detenía y lloraba… Para seguir con más violencia.

Por fin, con un grito gutural, terminó, jadeaba como faltándole el aire; se sentó en el suelo masajeándose la barriga, los pechos, la cara, con los orines que captaba del suelo con las manos.

Lloraba… Dejé que se calmara antes de entrar; no pude evitar que se asustara. Me senté junto a ella, sobre sus secreciones, la incorporé un poco para que se recostara junto a mí y la cubrí de besos.

—¡Qué vergüenza Jesús…! ¡No quería que me vieras así, te pareceré una puta ninfómana…!

—No, amor mío, eres una mujer embarazada con un coctel de hormonas en tu organismo que te llevan a desear más sexo del habitual… Y me encanta, lo sabes; no debes ocultarte de mí, debes saber que te quiero por encima de todas las cosas y que esto que te ocurre, les ha pasado a muchas mujeres en tu estado. Dime que deseas sexo y yo te lo daré. Y si no puedo con mi pirula, lo haré con mi lengua, con mis dedos… Cualquier cosa, con tal de satisfacerte. Por cierto. Me has puesto muy cachondo con tu meadita. Es una de las cosas más sexis que te he visto hacer; y he visto muchas… Cuando tengas ganas, me encantará estar frente a ti, viendo cómo te masturbas y te orinas encima… Eso ha sido muy… muy erótico amor mío. Ya sabes que soy un guarrete y que te quiero más que a nada ni nadie en el mundo…

Tras la disertación, Diana, me abrazó, cogió mi mano y la llevó a su sexo, que estaba encharcado, no solo de pipi, sino de sus secreciones que, por el embarazo eran muy grandes. Finos hilos transparentes se deslizaban desde sus labios vaginales hasta el suelo.

—Jesús, perdóname, no quería que pensaras que soy una cochina, pero desde hace algún tiempo veo videos de internet y lo que más me pone son los de lluvia dorada. No sabía que yo pudiera ser tan guarra.

Y volvió a llorar…

—¿Te gusta la lluvia dorada? A mí también… me encanta… y por la misma razón que tú no te he dicho nada hasta ahora. ¿Te gusta solo mear o también que te meen encima?

Me miró con sus verdes ojos muy abiertos.

—No lo sé, hasta ahora solo he probado orinarme yo encima, por eso vengo al baño, porque es más fácil de limpiar. ¿Tú me lo harías?

—¿Quieres?… Porqué vengo meándome desde hace rato…

—Sí, quiero saber lo puerca que puedo llegar a ser…

No lo dudé, me puse en pie y me saqué el miembro de la bragueta y le lancé un buen chorro de agüita amarilla empapándola. Al principio se mostró reacia, pero pronto se mojaba las manos para restregárselas por la cara, el pecho y su sexo, introduciéndose tres dedos con movimientos masturbatorios.

Llegue a un punto en que mi aparato se enderezó y me molestaba apuntárselo a ella. Se incorporó, arrodillándose, y se lo llevó a la boca, ante mi sorpresa y asombro, bebió. A continuación, se dio la vuelta y apoyándose en la pared me mostró su culo y se abrió de piernas…

—¡Pues no está tan malo! ¡Métemela, Jesús, méate dentro de mi coño!

Lo hice, mi calentura era extrema y dejé que los últimos chorros de orina entraran en su sexo. Seguí bombeando mientras le sobaba las tetas, pellizcaba sus pezones, como ella un rato antes y no tardó en explotar en un nuevo orgasmo más potente que el anterior, según ella me dijo después. Tuve que sujetarla porque sus piernas no la sostenían.

La senté en la taza del WC para terminar de llenar la bañera, que ella estaba preparando para después de su corrida. Intentó cubrirse su vientre, cosa imposible, le retiré las manos.

—Diana… Quiero verte así; con tu barriga. ¿Tú piensas que estas horrible? Yo sé que estas más bella que nunca. Me encantan tus curvas, tus tetas, tu culo… ¡Déjame disfrutar de ti en estos meses! Ya es difícil que vuelvas a embarazarte, pero si ocurre… Te seguiré amando. ¡Déjame deleitarme contigo, amor mío, déjame disfrutar de nuestro embarazo!

La llevé a la bañera, me desnudé y me metí con ella. Tenía la cabeza gacha, como avergonzada. Con mi mano se la levanté y miré sus ojos, me embriagué con sus esmeraldas. Acerqué mi rostro y la besé, suavemente, en los labios; mientras mis manos acariciaban sus pechos, su vientre, sus caderas… Toda ella era una auténtica delicia…

—Me estas poniendo caliente otra vez, Jesús. Me da miedo que acabes por aborrecerme por ninfómana y te vayas…

—¿Por qué dices eso? ¿Acaso te he dado muestras de querer irme de tu lado? ¿Desconfías de mí?

—¡No mi amor! ¡¿Cómo voy a desconfiar de ti?! ¡Es de mí, de quien no puedo fiarme! Ya me paso algo… parecido.

—¿Qué te pasó? Dímelo por favor.

—Fue con mi ex… Cuando me embaracé de las niñas me pasó todo lo contrario que con este. No tenía ganas de nada, nada de sexo, me daba asco que me tocara… Él se buscó una sustituta, con la que años después se marchó, dejándome sola, bueno… con mis hijas.

—Pero ahora es distinto, lo que te pasa es que quieres más ¿no?

—Si… bueno, pero tú puedes acabar harto de mi acoso y marcharte… Y me moriría… — Su sollozo la ahogaba.

Le sonreí, la abracé y la besé con todo mi amor. Ella me estrechó entre sus brazos, apretó y me hizo pensar que me asfixiaría… Le hice cosquillas en las axilas y rompió a reír, a llorar. Me miraba con su carita de pena…

—¡Vaya, ya estáis liados ¿no?!

Las voces a dúo de Gema y Greta nos sorprendieron, agradablemente, rompiendo el mal momento por el que pasaba Diana.

—¿No nos vais a dejar un huequito? Venimos sudaditas del viaje y necesitamos un baño.

No se lo pensaron dos veces, se desnudaron y entraron en la bañera que, aunque era grande, nos obligaba a estar algo apretados. Abrazos, besos… caricias… Incluso algunas subidas de tono, como la de Greta, que, agarró mi miembro y no lo soltaba, provocándome un gran “sufrimiento”. Gema besaba amorosamente a su madre.

Greta saltó sobre mí y se sentó entre mis piernas, dándome la espalda y, claro está, con mi pene entre los mofletes de su culo. Abrazó a su madre y Gema se sentó tras su progenitora.

—¡Aquí huele… mamá te huele el pelo a pipí! ¿Qué habéis hecho, guarretes? ¿Lluvia dorada?… A mí me encanta ¿Verdad papi? — Greta lo soltó sin pensar… ¿O sí lo pensaba?

Nos miraron Diana y Gema sorprendidas… Al final estallaron en carcajadas… Hacía muchas semanas que no las escuchaba reír así.

Nos lavaron a la madre y a mí, ellas olían muy bien. Nos secamos y ya en el salón…

—¿Cómo estáis aquí si no es viernes? — Preguntó Diana.

—Es un secreto… Pero como aquí en esta casa no puede haber secretos os lo diremos. Carmen nos llamó y nos dijo que algo pasaba, que Jesús estaba raro, nervioso y mamá habló con ella y le dijo que algo le ocurría. Así que decidimos venir a ver qué pasaba. ¡Estábamos dispuestas a darle una paliza a Jesús si se portaba mal contigo…!

—Y si era yo la que se portaba mal con él, ¿qué me haríais? Por qué me merezco una buena paliza… — Dijo Diana a punto de llorar.

—¿Tú, mamá? ¿Por qué? ¿Qué te pasa?

—Ya tenéis edad para comprender ciertas cosas… Al parecer el embarazo me ha dado por… follar… no me harto. Necesito sexo todo el día y Jesús no… no quiero abusar de él. No quiero que se harte de mí y nos abandone…

—No das abasto ¿verdad?… — Greta me miró con su sonrisilla traviesa — He leído sobre estas cosas, al parecer es algo hormonal que hace disparar el deseo sexual en la mujer embarazada. Pero es pasajero, al tener el bebé desaparece. De todos modos, hay medios para que el “pobre Jesús” no acabe destrozado por el furor uterino de mamá. Para eso estamos aquí… Para ayudaros.

Dijeron las dos alternándose en el discurso. Después exhibieron una sonrisa enigmática que me erizó el cabello.

—Mirad lo que traemos… — Abrieron una de las maletas y sacaron un completo muestrario de artículos sexuales…

—¿Pero esto qué es? ¿Habéis atracado un sex-shop? — Dije sorprendido.

—Bueno… casi… Hemos hecho amistad con el dueño y nos ha dejado un muestrario para vender estos artículos. Le dijimos que ya teníamos dieciocho años… Vamos mamá, ponte de perrita en el sofá…

Diana, sorprendida, se colocó tal y como le habían ordenado.

Greta sacó, de su envase dos bolas, del tamaño de las de golf, unidas por un cordón plástico, parecía látex. Le dijo a Gema que la preparara y así lo hizo su hermana, le lengüeteó el chocho hasta que empezó a babear. No le costó mucho. Diana estaba siempre excitada.

Greta cubrió de lubricante, base agua, y le introdujo las dos bolas en el sexo de su madre, que lanzaba un suspiro tras otro.

            —Ya puedes sentarte — ordenó.

            Gema desenvolvió una cajita, le colocó las pilas y empezó a pulsar botoncitos. Diana dio un respingo. Las bolas eran vibradoras a distancia, controladas por la cajita, que también podía conectarse a un puerto USB, para que el control lo asumiera un ordenador, un móvil…

            Lo cierto es que Diana se retorcía en el sofá.

            —¡¡Aaayy que gusto putillas!! ¡Por qué no lo habéis traído antes! Con los sofocones que me ha costado hacerme pajas… Algunas veces sin que se enterara Jesús… Sí mi vida, lo siento, algunas veces me lo hacías, yo tenía uno o dos orgasmos, tu terminabas pero yo necesitaba más, después tenía que irme al baño a buscar a mi amigo…

            —¡Diana, por favor ¿por qué?! Debías habérmelo dicho. Yo hubiera hecho lo imposible para satisfacerte mi vida… No me lo hagas más. Ocultar esas cosas es lo que puede debilitar la unión de una pareja.

Diana ya no me oía, jadeaba de nuevo, se movía contrayendo los músculos de las piernas de forma incontrolable, su cabeza doblada hacia atrás en el respaldo del asiento, los ojos cerrados o abiertos en blanco, la boca abierta aspirando aire; hasta que explotó en un nuevo orgasmo que la dejó lacia. Gema paró el dispositivo y se lo extrajo con mucho cuidado.

La dejamos acostada en el sofá y se quedó dormida, tras cubrirla con una manta de viaje que siempre tenemos en el salón y nos fuimos los tres a la cocina, apagándole la luz.

Preparamos algo para cenar. Greta tomó mi mano.

            —Jesús, voy a dejar el colegio cuando termine la ESO en este curso; vuelvo a casa y el curso que viene me matricularé en un instituto cerca de aquí que imparten módulos de Gestión Administrativa.

            —¿Te lo has pensado bien Greta?

            —Sí, lo tengo decidido. No tengo nota para acceder a la universidad y lo que voy a hacer es perder el tiempo. Creo que os hago falta aquí, en la tienda, cuidando a mamá y a lo que venga…

            —Bien, si lo tienes tan claro… pero díselo a mamá ¿Vale?… ¿Y tú Gema, qué piensas hacer?

            —Bueno yo… también voy a dejar el colegio, pero para terminar el bachiller en el instituto con Greta. Quiero ir a la facultad de medicina y tengo nota para lograrlo si supero la selectividad.

            Mientras hablamos, sentados en la mesa de la cocina, Greta no deja de acariciarme mi verga y esta no deja de crecer. Gema nos daba la espalda enfrascada en la encimera preparando la comida.

            —¿Vamos arriba y nos echamos uno rapidito? — Me susurra Greta en mi oído.

            —¡Estás loca! — Le respondo sonriendo — Anda, ve y despierta a tu madre que venga a comer.

            La chica hace un mohín de decepción y va en busca de su madre. Que aparece en la puerta escuchando lo que hablábamos.

            Tras la cena, subimos a nuestras habitaciones. Diana parecía más animada, me buscó en la cama con un gesto de niña traviesa, la besé con ternura, con todo el amor que sentía por ella. Besé sus pechos y al hacerlo unas pequeñas gotas de un líquido delicioso aparecieron en sus pezones.

            Me aparté de ella y me fijé en sus preciosos ojos… La emoción anegaba los míos de lágrimas.

            —¿Qué pasa Jesús? ¿Por qué lloras?

            —Por qué te quiero Diana y ahora soy el hombre más feliz de la tierra. Acabo de mamar de tus pechos, como si me amamantara mi madre… Me he emocionado… Tu leche sabe muy bien, es dulce y … ¡Te quiero!

            Dicho esto, me abracé a ella y la cubrí de besos, su cara, su boca, su cuello, los pechos, su leche…

            —¿Qué dices Jesús? ¿Ya tengo leche?

            —Sí mi vida y es maravilloso. Ha sido una experiencia total, jamás pensé que algo así pudiera emocionarme tanto…

            —Abrázame, bésame… fóllame…

            Desnudos, ella me dio la espalda y me acoplé en su trasero… Empujó hasta que mi verga se adentró en su intimidad, despacio, con ternura, con dulzura… Una y otra vez durante un tiempo que quise no terminara nunca. Me sentía plenamente feliz acariciando sus pechos tras ella, besando el cuello, la nuca…

            Un grito y una contracción… Jadeo, movimientos convulsos… Su orgasmo fue el preludio de mío… También grité, desde lo más profundo de mi pecho surgió un rugido un grito de placer de deseo… Deseaba fundirme con ella… dejar de ser ella y yo para ser… nosotros… uno.

            Sus hijas acudieron al escuchar los gritos. Ambas desnudas, las mejillas arreboladas, los rosados pezones duros como diamantes y los labios vaginales rojos por lo que estuvieran haciendo.

            Gema se acercó a su madre y la abrazó, cubriéndola de besos… Sus delicadas manos acariciaron y masajearon el abultado vientre…

            Greta me abrazó y me besó en la boca con pasión, sobaba mí, ahora, alicaído pene… Pero este, con sus toqueteos se endurecía y a mí me molestaba un poco la excitación que me producía. Diana me miró…

            —Déjala que disfrute un poco… Está muy enamorada… — Greta me miró, en sus ojos vi deseo, me abrazó con fuerza.

            Besé su cuello, acaricié sus cabellos, la nuca, con una mano; con la otra sus muslos que se empedraban de pura excitación. Se incorporó para ofrecerme sus pechos. Gema bebía de los de su madre.

            —¡Mamá, ya tienes leche! — Exclamó.

            Greta me dejó para acercarse a la teta materna que estaba libre y mamar de ella como un bebé. El cuadro me parecía muy hermoso, ambas hijas amamantándose de los pechos de su madre. Sin embargo, Greta aprovechó el momento de mi debilidad para encajarse mi pene en la tierna vagina y comenzar a moverse, se giraba, sin dejar de mamar, me miraba y sonreía, con ese gesto, pícaro, suyo que me enternecía.

            La dejé hacer y me dediqué a besar a Diana que veía lo que hacíamos y lo aprobaba con una sonrisa beatífica. Me dijo al oído…

            —Estoy muy caliente otra vez, veros así me pone a mil… Termina con ella y sigue conmigo, por favor, estoy ardiendo, no puedo más.

            Estas últimas frases las escuchó Greta que se incorporó, la empujó para que se colocara de costado, dándome la espalda, como antes y me indicó que entrara en el hoyo de su mamá. Ella misma cogió la espada y la insertó en la vaina.

            El gesto me hizo desearla y mientras mi verga penetraba a la madre, mis manos acariciaban el sexo de la hija que, agradecida, me colmaba de besos, de caricias.

            Con mis dedos masajeé su pequeño botoncito del placer. Greta ya estaba muy excitada y no tardó en temblar como una palmera en un vendaval.  Diana se corrió a continuación y yo la seguí, depositando en su seno mi carga espermática. Pero lo que yo no sabía era que la madre había estado masturbando a Gema, que también estalló en un brutal orgasmo, quedando los cuatro desvencijados sobre la cama. Nos movimos todos; Greta quedó acurrucada entre mis brazos, cara a cara, acariciando mi rostro y besándome los labios. Diana en mi espalda apoyando su barriguita en mis riñones, ciñendo mi cintura y Gema abrazada a la espalda de su madre acariciándole los pechos.

Nos dormimos hasta bien entrada la mañana.

           

 

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