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Ana, mi hija (y 5)

en Amor filial

Ana, mi hija 5

            Desperté sola en la cama. Claudia no estaba a mi lado… Un sentimiento de tristeza me invadió. Las dudas me agobiaban. ¿Realmente me había enamorado de una mujer? ¡Jamás en mi vida lo hubiera imaginado! Pero lo que sentía era tan fuerte, tan intenso… No era solo físico, como con Mauro; era mucho más profundo, más grande. Las lágrimas inundaron mis ojos.

            — ¡Buenos días princesa! ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? —Claudia entró en el dormitorio con una bandeja con tostadas, café, leche… Desnuda, como yo…

            Estallé en un llanto incontenible. Dejó la bandeja en la mesita y me abrazó… Me besaba, acariciaba mi pelo, enjugaba mis lágrimas con sus labios, las bebía.

            — No es nada, Claudia; perdóname… Soy una tonta… Me desperté y al no verte yo… —No me dejó acabar.

            — ¿Pensabas que te había dejado? Pues sí, te dejé… Para preparar el desayuno a mi princesa… ¿Cómo puedes pensar eso después de lo de anoche? Me tienes como una adolescente con su primer amor… Te quiero Adela… No me había sentido nunca, con nadie, como contigo. Anda deja de llorar y vamos a desayunar que falta nos hace; nos esperan unos días de mucho ajetreo. —Me miró a los ojo, nos besamos con ternura, con cariño…

            ¿Era amor? No lo sé, pero su sonrisa iluminó la habitación; me hizo cosquillas y también reí. Nos revolcamos en la cama como dos chiquillas… Ya más calmadas, desayunamos en la cama, sin dejar de mirarnos, de acariciarnos…

            — ¡Vamos! ¡Arriba mamás! —La entrada de Mauro y Ana nos sorprendió en medio de un beso que pudiera haber terminado en una caliente sesión de sexo.

            — ¡Buenos días hijos! ¿Habéis dormido bien? —dijo Claudia, yo cubrí mi desnudez con la sábana.

            — ¡Mamá! ¿Te da vergüenza que te veamos desnuda? —La pregunta de mi hija me hizo sentir ridícula.

            — Lo siento Ana, ha sido un reflejo… Todo esto es nuevo para mí, tú lo sabes, necesito tiempo para adaptarme. —Respondí.

            Claudia acudió en mi ayuda, me quitó la sábana, me abrazó y me besó en los labios. Una extraña, pero grata, sensación de calor inundó mi cuerpo. Los pezones se me endurecieron de golpe hasta el dolor… Mi coño se anegó… Más aún cuando Claudia pasó su mano por los labios vaginales y los dedos recogieron el fruto de mi excitación… Se los llevó a la boca, los saboreó y me besó para hacerme sentir el aroma de mi sexo.

            — ¡Vámonos Ana! ¡Nuestras mamás están cachondas y necesitan estar solas! —Dijo Mario con sorna y sonriendo.

            — No hijo, espera, nos arreglamos, nos vestimos y vamos al hotel; tenemos muchas cosas que preparar. —Dijo Claudia, moviendo la cabeza en señal de asentimiento y sonriendo.

            Nos levantamos las dos, los jóvenes estaban de pie casi en la puerta. Al pasar entre ellos, Mauro me detuvo, me besó en la boca y me acarició los pechos y la rajita.

            — Estás muy mojada, Adelita ¿Si me necesitas… llámame? —Mauro seguía con su mano en mi pubis.

            — Anda, déjala que ya se ocupará tu madre de secarla… —Dijo mi hija algo contrariada.

            — Déjala Mauro. Ya tendrás ocasión de estar con tu suegra. —Dijo Claudia al tiempo que cogía mi mano y tiraba de ella en dirección al baño.

            Entramos juntas en la ducha, reguló la temperatura del agua y la dejamos correr por nuestros cuerpos. Derramó gel de baño por mis hombros y se dedicó a frotarme con sus manos; me sentía invadida por un cúmulo de sensaciones avasalladoras. Toda yo respondía a las caricias con una intensidad desconocida.

            Un pensamiento cruzó mi mente… ¡Lo que me había estado perdiendo!

            De rodillas, ante mí, frotó mi entrepierna, deteniéndose con la palma de la mano copando el monte y asaeteando el clítoris con su dedo corazón. Mis manos acariciando su pelo, ella enjuagando mi intimidad y acercando su boca a mi cueva que, de haber podido, hubiera gritado: ¡Comemeeee!

            No fue necesario. Cuando su lengua suave y caliente recorrió los pliegues de mi sexo y pulsó con rapidez mi botoncito, estalló dentro de mí toda la energía sexual acumulada; el placer era inmenso. Un orgasmo arrollador sacudió mi ser, aflojó mis piernas y me agarré a la barra de sujeción para no caer. Claudia se levantó y me abrazó con delicadeza besándome, acariciando mi espalda, hasta que me repuse.

            — Claudia, cada vez son más fuertes los…

            — ¿Orgasmos? Sí, ya lo he observado… Tienes una rara facilidad para llegar y te envidio… A mí me cuesta más, o me costaba, porqué contigo me corro con mucha facilidad. Antes no me ocurría… Tú me… —La mirada suplicante de mi amada era muy elocuente.

            — Sí, mi amor… Te voy a comer entera. Te haré lo que me pidas; después del gusto que me das no puedo negarte nada, soy tuya, mi vida…

            De rodillas ante el tesoro de mi amor, oliendo su aroma, a pesar del agua, abrí con mis dedos sus labios mayores, ella separó y flexionó las rodillas para facilitar mi labor… Primero pasé mi nariz por sus delicadas rugosidades, detrás mi lengua, desde  el perineo hasta el límite superior de la grieta. Una y otra vez deteniéndome en su protuberancia placentera. Miré su rostro, la boca entreabierta, jadeando, sus manos marcando el ritmo en mi cabeza… El chorro de agua resbalando por nuestros cuerpos.

            Levanté los brazos para llegar a sus pechos, amasarlos, pellizcarlos, mi lengua incansable en su clítoris, sus pezones duros por la excitación…

            Profirió un alarido que me asustó… Como ella a mí, tuve que sujetarla para que no cayera, pero no tuve suficiente fuerza, era de mayor envergadura y lo que logré fue que cayera deslizándose por la pared del recinto hasta apoyar su culo en el suelo de la ducha. Me senté junto a ella, nos abrazamos y nos besamos con pasión, sus labios eras como fruta madura que yo saboreaba con deleite…

            — ¡Vamos mamás! ¿Qué hacéis en el suelo? ¡Mira Ana, han estado follando, seguro! —Mauro y Ana se reían al vernos.

            Nos ayudaron a levantarnos, salimos y ellos se quedaron duchándose… Bueno y lo que quisieran hacer.

            Me sentía muy feliz. Nuestra vida había cambiado tanto en dos semanas que me daba miedo… Miedo a despertar de un sueño…

            Entramos en el dormitorio cogidas de la mano, como dos novias…

            — Adela, hoy vamos a ir de compras, ahora cuando salga Ana nos vamos las tres al centro, comeremos por ahí. Ya verás lo bien que lo pasamos…

            — Claudia… Yo estando a tu lado ya estoy bien, vamos donde tú quieras…

            Mi entrega a esta mujer era total. Me sentía tan bien con ella…

            Se lo propusimos a Ana y ella encantada, Mauro debía ir al hotel, tenía trabajo. Pedimos un taxi y nos trasladamos al centro. Nos dejó en la plaza del Ayuntamiento, paseamos por las avenidas, callejeamos hasta un centro comercial donde disfrutamos probándonos ropa, zapatos… Comprando vestidos y conjuntitos sexi…

            Claudia nos llevó a un centro de belleza donde nos hicieron de todo; manicura, pedicura, depilación… Me daba mucha vergüenza… No lo había hecho nunca, me depilaron las piernas, las axilas, las ingles… El monte de venus, el culito… Claudia me miraba y sonreía…

            — No me mires así Claudia, me da vergüenza… Lo tengo feo ¿no?

            — Ni hablar Adela. Es precioso; el capuchón del clítoris sobresale de tus labios mayores y es una maravilla… Me viene a la mente el mascarón de proa de un barco, estando yo situada… Sobre ti… Deberías ponerte un piercing. Un anillito de oro lo haría aún más bello… —Me sonrojé toda. Me sentía tan indefensa ante ella.

            Buscamos cerca de  la Plaza Redona un bar restaurante donde comer… Pedimos una paella para tres, vino…

—Ana… ¿Cómo has podido vivir tantos años aislada en tu casa y poseer los conocimientos que tienes? Porque te he visto desenvolverte muy bien en temas de gestión, eres una experta. ¿Cómo lo has aprendido? —La pregunta de Claudia me sorprendió.

—Bueno… Verás, esto no lo sabe ni mi madre. Tenemos un vecino, en el quinto, se llama Vicente. Es un hombre mayor, jubilado. Un día intenté salir a la calle sola; no pude soportarlo, sobre todo porque en el parquecillo de enfrente de casa, vi al cerdo que me acosaba en el colegio. Me caí al suelo, este hombre, Vicente, se dio cuenta y me ayudo a volver a casa. Entró conmigo en el piso y charlamos, no quería dejarme sola y me acompañó hasta que se acercaba la hora de llegar mi madre.

— ¿Por qué no me lo dijiste Ana? —Pregunté.

            — Porque tú me tenías dicho que no dejara entrar a nadie. Bueno, a lo que voy. Las visitas de Vicente se convirtieron en rutina. Venía todos los días y hablábamos mucho. Otras veces subía yo a su casa… Estaba muy solo, un misógino de buen corazón… Es un buen hombre. Jamás se propasó ni intento nada conmigo, al contrario, me aconsejaba. Él era psicólogo. Hablábamos de todos los temas… Filosofía, psicología, física, matemáticas, medicina, psicología… De alguna forma, indirecta, fue quien me alentó a experimentar con mi cuerpo… Me ayudó mucho, era como una enciclopedia y con él aprendí informática, traía su portátil a casa; hasta radio, a la que era aficionado, con una emisora que tenía. Durante los últimos tres años he tenido un profesor particular y ha sido como un padre para mí… Mauro… Me gustaría invitarlo a la boda. —Yo creía conocer a mi hija. Por lo visto no era así.

Tras haber reposado fuimos paseando hasta el hotel, subimos a la terraza y nos sentamos para tomar café. Ya habían avisado a Mauro y vino enseguida a sentarse con nosotras.

— Lo tengo todo preparado para la boda… Adela… He hecho algo que debo decirte y no sé cómo te sentará… Bueno allá va… Los días que estuve aquí por el fallecimiento de mi padre, estuve en contacto con abogados y a uno de ellos, de confianza, le expliqué cual era tu situación. Ya que yo pensaba casarme contigo. Me aconsejó que encargara a una agencia de detectives la búsqueda de tu marido. Me presentó a un hombre a quien le ofrecí el trabajo y… Hoy me ha dado el informe…

— ¿Qué? ¿Has localizado a mi marido? No quiero saber nada de él… ¿Y tú Ana? —La noticia me cayó como una bomba. Me puse a temblar como una hoja al viento.

— No sé, mamá. Por una parte no quiero verlo, pero por otra… Necesito saber porqué nos abandonó. ¿Dónde está, Mauro? ¿Qué ha sido de él? —Ana no parecía tan angustiada como yo.

— Pues según el informe está en Albacete. Tiene un negocio de distribución de fruta y verduras al por mayor. Como es lógico no está “casado”, pero vivía con una mujer y tiene dos hijas. —Se me hizo un nudo en la garganta.

— ¿Has dicho que “vivía”, con una mujer? —Pregunté angustiada.

— Sí, la mujer falleció hace dos años, estaba muy enferma. Desde entonces no se le conoce otra relación. Vive con sus dos hijas de ocho y seis años… —Mauro calló y nos miró —Ahora vosotras decidís si los invitamos a la boda.

— ¿Tú qué piensas Ana? —Pregunté.

— No sé, mamá… Creo que me gustaría conocer a mis hermanas, tan pequeñas… sin su madre… —La respuesta de Ana me conmovió.

— Pues no se hable más. Si Mauro se puede poner en contacto con Alberto… Quizá sea lo mejor. Veremos que piensa, si quiere venir a la boda de su hija y si está dispuesto a aceptar el divorcio… —Casi no podía hablar, se me hizo un nudo en la garganta pero después de tantos años el rencor había desaparecido.

Claudia y yo regresamos a casa en el Cabañal. Mauro y mi hija se quedaron en el hotel. Por lo visto Ana disfrutaba ayudando a Mauro.

Claudia estaba proponiendo travesuras constantemente. Me besaba y no podía negarle nada. Nos desnudamos y jugamos con nuestros cuerpos, sacó unas cosas, que ella llamó plugins, de goma o silicona, no sé. Lo cierto es que me introdujo uno de estos aparatos en mi vagina y ella otro en la suya. Nos levantamos y andábamos por la casa con ellos dentro. Al mover las caderas producían una sensación difícil de explicar pero muy placentera. Jugábamos a hacernos cosquillas como dos adolescentes.

Llamaron a la puerta, había dado el día libre al servicio… Teníamos que abrir. Nos pusimos sendos vestidos de cuerpo entero, sin nada debajo, excepto los plugins.

Era un vecino; al parecer se estaba recogiendo firmas para salvar el Cabañal y venía con una hoja para que nos inscribiéramos. Era muy pesado; hablaba y hablaba de cotilleos del barrio, que si habían visto al vecino tal con la mujer de otro, que si hay que ver lo putas que pueden llegar a ser las mujeres… Y nosotras con los chismitos dentro causando estragos. Yo movía mis caderas, Claudia también. Su boca se entreabría y entornaba los ojos. Por momentos sentía llegar el clímax y trataba de evitarlo delante del vecino. Claudia se molestó por sus comentarios y le dijo que no se debía llamar puta a una mujer por tener relaciones con quien fuera. Que puta era una mujer que cobraba por sus servicios y que, incluso estas, eran dignas de respeto como personas, que prestaban un servicio a la sociedad… El hombre, apabullado, se despidió y se marchó.

Apenas cerramos la puerta nos quitamos los vestidos; de la mano, fuimos hasta el sofá del salón, nos abrazamos buscando nuestros labios, las manos en el clítoris de la otra, pecho contra pecho, labio contra labio, lengua contra lengua… Y explotamos en un atronador orgasmo simultáneo. Gritamos y nos convulsionamos como posesas.

Los dos días que siguieron fueron una locura. Preparativos, elección del menú. Ana llamó a Vicente para invitarlo a la boda. Dijo que el hombre lloró al saber de ella. Como nuestra salida había sido tan precipitada creía que nos había pasado algo malo.

Mauro gestionó los billetes de tren y Ana le dio la referencia para que los sacara por internet.

— Adela, Ana ya me lo ha confirmado, dime, ¿quieres venir a Albacete a ver a tu marido? —Sentí un escalofrío.

— Sí. Quiero saber cómo vive y cómo está. Es probable que no quiera venir… Voy con vosotros. —Respondí.

            Claudia también se apuntó al viaje. Me hizo gracia, parecía celosa… Pero no tenía motivo. Fuimos en coche. Por Almansa tardamos menos de dos horas.

            Llegar a Albacete y ver las condiciones de vida de Alberto y sus dos hijas nos apenaron; sobre todo a Ana. Sus dos hermanitas vivían como gitanillas en los suburbios. El padre no estaba en casa. Las chiquillas muy lindas, delgaditas,  morenas de ojos negros y pestañas carceleras… Estaban solas en la casa y  hacían lo que podían, dada su edad.  Pero no era suficiente. La suciedad, la ropa, casi harapos… Estaban asustadas, Ana intentaba tranquilizarlas y poco a poco empezaron a confiarse.

            La llegada de Alberto a la casa fue un auténtico drama. Las niñas no sabían que ocurría y lloraban. El padre, nerviosísimo, no atinaba siquiera a hablar. Estaba muy envejecido, el pelo totalmente blanco, parecía más bien el abuelo no el padre de las niñas. Nos presentamos.

            — ¿Qué es lo que queréis? No tengo nada, la enfermedad de Lola se llevó todos mis ahorros y podéis ver cómo vivimos. No puedo daros nada… —Dijo muy alterado.

            —No queremos nada, Alberto… Tranquilízate. Ana quería verte, saber de ti, como estabas. —Ana no me dejó seguir.

            — ¿Por qué nos dejaste papá? ¿Por qué me abandonaste cuando más te necesitaba? —No pudo seguir hablando, las lágrimas la ahogaban, se abrazó a Mauro.

            — Lo siento Ana… Eran otros tiempos, me enamoré de Lola y cuando supe que estaba embarazada… Solo vi una salida. Dejaros. Empezar de cero. Ya ves que no me ha ido demasiado bien… La enfermedad de Lola se lo llevó todo. —Por primera vez vi llorar a Alberto. Me emocioné.

            Abrazó a sus dos hijas que también lloraban sin comprender que sucedía.

            — ¡Bueno, basta de lloros! Mi hija se casa con Mauro, Alberto. Venía a invitaros a la boda. También es tu hija y le gustaría tener a sus hermanas con ella en ese día tan señalado, ¿qué dices? —Yo misma me sorprendí por lo que había dicho.

            Alberto estaba abrumado. Su semblante cambió.

            — Yo… No se… Me gustaría pero no tenemos ropa… —Balbuceó.

            — Eso no es un problema, Alberto. Déjanos a las niñas, las llevamos al centro y les compramos lo que necesiten. —Terció Claudia.

            — Bueno… si queréis, yo… por mí no tengo inconveniente. —Acertó a decir.

            — Pues ya está. Ana ducha a las niñas que nos vamos de compras. —Claudia había tomado las riendas.

            Tras el escamondeo nos llevamos a las pequeñas de tiendas al centro. Primero una peluquería, les recortaron el pelo y las peinaron. Compramos vestidos y zapatos. Las chiquillas estaban encantadas con la nueva hermana que habían descubierto.

            De vuelta a su casa, Alberto se había arreglado, afeitado y vestido más decentemente. Al ver a sus hijas lloró de nuevo.

            Se fueron a la habitación a desempaquetar lo que habían comprado. Se oían sus gritos y risas.

            — Alberto, tenemos que hablar… Quiero el divorcio; debíamos haberlo hecho antes. Pero estamos a tiempo. Necesito sentirme libre, sin ataduras y entre nosotros ya no queda nada… —Dije cuando tuve ocasión de quedarme sola con él.

            — Por mí no hay inconveniente… Bueno, yo no tengo dinero para pagar abogados y cosas de esas. ¿Te vas a casar? —Dijo, visiblemente apenado.

            — Por eso no te preocupes, Mauro corre con los gastos. Y no, por ahora no me voy a casar pero… —Lo dejé intrigado — Si quieres nos podemos llevar a las niñas a Valencia, Ana les ha tomado cariño y parece que se llevan bien.

            — De acuerdo. Yo no puedo cuidar de ellas. Perdí el negocio y trabajo en lo que sale. A veces pienso que esto es un castigo por lo que os hice…

            Cuando les dijimos a las niñas que se venían con nosotros se preocuparon. No habían salido nunca de su casa; la enfermedad de la madre, los problemas económicos.

            Pero el camino de regreso a Valencia fue para ellas una aventura. Ana, días atrás, había vivido una experiencia similar; miraba a sus hermanas con pena y alegría al ver sus caritas emocionadas por lo que veían a través de las ventanillas del coche.

            Pero la llegada a casa en el Cabañal fue todo un poema. Al principio asustadas, después, tras tomar confianza jugaban, reían, corrían por la casa, por el jardín, con Ana. Pero lo que más les había gustado era la playa. Anochecía cuando llegamos y no podían salir.

            La vista del mar las dejo sin habla. Con los ojos y sus boquitas abiertos.

            — ¡Ala, cuánta agua! —Dijeron las dos casi al unísono.

            — Mamá, son dos amorcitos… —Decía Ana con las dos hermanas colgando abrazadas a ella. Y lo eran.

            Claudia la miraba asombrada. Mauro se había marchado al hotel. La chica del servicio había preparado la cena. Las niñas se durmieron enseguida después de comer, estaban agotadas por las emociones.

            Nosotras tres esperamos a Mauro para cenar. Claudia sentada frente a mí me miraba de forma extraña; apresó mis manos entre las suyas.

            — ¿Te ocurre algo Claudia? —Pregunté intrigada.

            — Pues… sí, me ocurre que me he dado cuenta que… estoy enamorada de ti, Adela… que no quiero separarme de ti, Adela… ¿Quieres casarte conmigo? —Me quedé helada.

            Me imagino la cara de boba que puse por la sonrisa de Claudia. Ana nos miraba asombrada.

            — ¿De veras lo harías? —Pregunte con las lágrimas a punto de salir.

            — Adela, en los días que llevo contigo me he sentido más feliz que en el resto de mi vida. No solo en la cama. Me gustas de todas formas, por tu carácter, tú fuerza, tú abnegación. Por como amas desinteresadamente. ¿Me quieres? —Su mirada me turbaba.

            — ¿Qué si te quiero? ¡Como a nadie nunca jamás! Solo a mi hija y no es lo mismo. A ti te quiero de otra forma, desconocida para mí hasta hace, como tú dices, unos días. ¡Sí te quiero! ¡Sí, quiero casarme contigo! ¡Quiero amarte y envejecer contigo! —La emoción me embargaba.

            Nos abrazamos. Ana lloraba de alegría. Nos besamos las tres y fuimos al dormitorio juntas, cerramos con el pestillo para evitar posibles visitas infantiles.

            Nos desnudamos con violencia, tal era el estado de nuestras pasiones. Ana besaba a Claudia mientras yo me apoderaba de su sexo que manaba jugos y sabían a gloria. Revolcándonos en la cama entrelazándonos en un batiburrillo de brazos y piernas en los que ya no sabíamos qué era de quien.

            Un coño cerca de mi boca atrajo mi atención, era de Ana, sabia distinto, era, como más familiar. Lengüeteaba el botoncito mientras sentía mi culito asaeteado por otra lengua. Alguien, no sé quien, se apoderó de uno de mis pies y lo mordisqueaba, yo seguía lamiendo la vulvita de mi niña que sabía a fruta, a mar, una delicia. Introduje dos dedos en su grieta uno en el ano y con el pulgar manipulé su clítoris. Emulé a Mauro, él me enseñó… Y era eficaz, vaya si lo era. Ana gritaba como una posesa emitiendo chorritos de líquido en mi mano. Lo probé, no sabía a orina, era como el líquido que emitía Mauro antes de correrse. Delicioso.

            Las manipulaciones en mis bajos, dedos insertados en mi culo y mi cuevita. Las caricias en los pechos en la espalda, en el vientre; incluso el roce de los dedos en mis axilas, en los brazos, me enervaban. Una auténtica locura de pasión, desembocó en una orgía orgasmática brutal. Nuestros cuerpos se retorcían en una danza desenfrenada de lujuria, sicalíptica…

            Ana se separó, rota, desvencijada, quedó sobre un lado de la cama. Como ida. Temblaba y gemía; contraía y estiraba las piernas en unos movimientos incontrolados; sus manos en las ingles abarcando y frotando su sexo, sus caderas se movían al ritmo de sus manos; parecía estar en trance, los ojos en blanco… Me asusté. Me senté a su lado para acariciarla y calmarla. Claudia me miraba sonriendo.

            — No te asustes, Adela, Ana tiene la suerte de sentir orgasmos muy largos, muy intensos. Muy superiores a los míos, la envidio.  Mira como se calma… —Claudia me acariciaba el pelo y la espalda, provocándome escalofríos.

            Efectivamente, Ana, se fue normalizando, con los ojos aún cerrados, sonreía…

            — Mamá, Claudia… Esto ha sido lo mejor que me ha pasado en mi vida. Casi me desmayo del gusto. Pero no dejaba de correrme, iba y venía, como en oleadas. Ha sido sublime. Gracias mamá. Tu mano ha sido la desencadenante de lo que me ha pasado. Mauro me lo había hecho antes, pero no con la delicadeza que lo has hecho tú. Claudia, gracias a ti también. Tus caricias me llevaban al paraíso. Sois geniales las dos… ¡Os quierooo!… ¡Casémonos los cuatro! ¡Todos con todos!

            Sentadas en la cama nos abrazábamos las tres presas de emociones y sentimientos imposibles de expresar, mucho menos de describir a aquellos que, por desgracia, no los han vivido nunca.

            Oímos dar con los nudillos en la puerta, abrimos y allí estaba Mauro… Con otro muchacho, joven…

            — Vaya, veo que no perdéis el tiempo, zorritas… Este es Darío… —Dijo Mauro entrando en el dormitorio seguido de… Darío.

            — ¡Darío, mi vida, qué alegría, has venido! —La exclamación de Claudia me sorprendió

            Se lanzó en los brazos del recién llegado tal y como estaba, totalmente desnuda. Ana y yo nos habíamos cubierto con las sábanas. La situación me parecía muy violenta.

            — Adela, Ana, este es Darío, el amigo de Mauro. Cuando nos sorprendió Martín estábamos los tres juntos… follando. ¿Recuerdas Darío?

            — Como no recordarlo, lo pasábamos muy bien los tres, hasta que se nos acabó. Cuando Mauro me llamó para decirme que se casaba… No podía creerlo… Ahora, viendo a su futura esposa… Mauro, me dijiste que era linda… Te quedaste corto, es muy hermosa. —Dijo, admirando las formas de Ana que se adivinaban a través de la tela de la sábana.

            Se acercó a nosotras y nos besó a las dos.

            — Vestíos que vamos a cenar —Dijo Claudia cogiendo una fina bata de noche, abierta por delante y saliendo del brazo del amigo de Mauro, sin cubrirse la delantera, con los pechos y el sexo a la vista.

            Un pellizco en el estómago me advirtió del posible peligro que corría nuestra relación… Claudia era una mujer muy liberal. ¿Podía creerla cuando me decía que me amaba? Nos cubrimos con sendas batas de casa y los seguimos a la cocina para no despertar a las niñas.

            Nos sentamos a comer. Yo había perdido el apetito, solo miraba a Claudia que no dejaba de charlar con Darío. Mauro se dio cuenta y se me acercó.

            — No tienes de qué preocuparte Adela. Cada vez que se ven hacen lo mismo. Darío tuvo su primera experiencia heterosexual con mi madre. Hasta entonces solo lo había hecho conmigo y con un par de amigos comunes. Sigue siendo gay, no le interesan las mujeres. Ha venido por mí… Ana, ¿te importa si nos lo montamos los tres, o mejor aún… los cinco? —La pregunta de Mauro me dejó helada.

            ¿A dos días de su boda mi hija participaría en una orgia bisexual? No me lo podía creer.

            — Mauro… Te quiero con locura… Donde me lleves iré. No te dejaré solo y… si te digo la verdad… tengo curiosidad por saber cómo es una relación… —La respuesta de mi hija me sorprendió.

            — Te comprendo mi amor… Darío es un amigo; fue un amante y le tengo afecto, pero tú eres para mí la primera. Si te sientes mal lo dices y paramos. —Mauro parecía razonable.

            Subimos al dormitorio. Ana se pasó por el de las niñas para cerciorarse de que estaban bien.

            — Duermen como dos angelitos. —Susurró.

            Cuando llegamos a la cama, Claudia estaba en el centro, desnuda y abierta de piernas, esperando a los chicos. Mauro se acercó a Ana, la despojó de la bata y, de pie, empezó a besarla. Yo solo miraba. Darío se desnudó en un santiamén y se lanzó sobre Claudia que lo esperaba entre risas y jadeos. Se besaban, abrazados como dos amantes, revolcándose en el tálamo.

            Observé que el miembro de Darío no se enderezaba. Estaba fláccido. Mauro se dio cuenta de que lo miraba y se rió…

            — Adela, Darío juega con mi madre pero no se excita… Espera y verás. —Besó a Ana, como pidiéndole permiso.

            Mi hija asintió con la cabeza. Mauro subió a la cama y se colocó sobre los dos. Claudia debajo de Darío, boca abajo. Darío sobre ella colocando su miembro, que aunque flojo, era respetable. Mauro introdujo un dedo en el ano de Darío que a su vez lo hacía en el de Claudia. El sexo de esta brillaba por los jugos que segregaba y Darío los utilizaba para lubricar el culito de mi amada. Mauro también pasó sus dedos por el coño de su madre para lubricar el culo de su amigo.

            Tras unos minutos en los que mi calentura y la de Ana fueron en aumento, Mauro cogió la verga de Darío y lo masturbó hasta tomar una dureza apreciable y la encaminó al culo de Claudia que esperaba la penetración acariciándose el clítoris con una mano y un pezón con la otra.

            Un gesto de dolor apareció en su rostro. Me acerqué a su cara y tumbada a su lado, mirando cómo se transfiguraba su cara de dolor a placer con la penetración del chico en su culo.

            No pude ver cuándo ocurrió, pero la polla de Mauro estaba dentro del recto de Darío que boqueaba como faltándole el aire.

            Yo besaba a Claudia que disfrutaba como una loca con el falo de Darío bombeándola.

            Ana acariciaba la espalda y el trasero de Mauro que la besaba con un ardor desconocido. Creo que mi hija tenía dos o tres dedos en el ojete de su futuro esposo.

            La primera en romper en alaridos fue Claudia. Poco después Darío y por fin Mauro. Deshicieron el cuadro y se tendieron a recuperarse, los dos chicos uno a cada lado de Claudia.

            Esta se levantó y llamó a Ana, la colocó entre los dos, arrodillada y le entregó las pollas, una en cada mano. Mi hija los acariciaba y masturbaba. Claudia se fue a uno de los sillones y me sentó sobre ella. Me abrace a su cuello. Con una mano peinaba mi pelo, con la otra acariciaba mi rajita que chorreaba. Sacó los dedos mojados y los paso por sus labios y los míos. Nos fundimos en un ardoroso beso con sabor a mí.

            Desde nuestro privilegiado lugar visualizábamos todas las maniobras de los jóvenes. Ana no perdía el tiempo. En cuatro sobre la cama dejaba a los dos chicos que le penetrasen el culito con los dedos, uno y otro, ayudándose de la resbaladiza secreción de su vagina, amoldaban el esfínter para la tarea que se le encomendaría a continuación.

            Mauro se puso detrás de mi niña y apunto su glande al rosado orificio, empujó con delicadeza hasta que entró la cabeza. Descansaron, Ana me miraba con temor y deseo.  Siguió empujando cuando el virginal esfínter se adaptó al tamaño de la espada agresora.

            Darío bajo mi hija, en un sesenta y nueve, mordisqueaba los labios vaginales, el pequeño botoncito del placer… Ana emitía pequeños gemidos que me recordaban un perrito que tuvimos en casa. Se pasó dos días sin dejarnos dormir con sus lloros.

            El ritmo de bombeo se incrementó. Ana ya no gemía, gritaba:

            — ¡Mas cabrones… más fuerte Mauro… rómpeme el culo!

            Entre los dos le provocaron un orgasmo que la dejó exhausta sobre la cama.

            Descansaron unos minutos para reanudar los juegos.

            Mauro se situó bajo mi hija, ella sobre él boca abajo, penetró sin dificultad su vagina y Darío se acopló sobre la espalda de Ana introduciendo poco a poco su miembro en el, recién abierto, culito de mi niña…

            En cuanto se acoplaron y coordinaron sus movimientos solo se escuchaban jadeos, grititos… Darío besaba el cuello y la nuca de Ana, al tiempo que bombeaba en su culo. Mauro seguía follando el coñito de su chica y yo quise ver de cerca el espectáculo. Nos acercamos las dos a mirar y tocar y acariciar lo que podíamos. Me centré en la pepitilla de Ana que ya gritaba de placer, con una mano entre los cuerpos de los dos jóvenes; mientras, con la otra me masturbaba. Claudia acariciaba y masajeaba las pelotas de los dos chicos…

            El cuadro era impresionante. El olor a sexo invadía el espacio y nuestras fosas nasales excitándonos aún más, si ello fuera posible. Las corridas no se hicieron esperar.

            Los tres estallaron en orgasmos escandalosos. Claudia también llegó, me miraba y sonreía, se había hecho una paja mientras amasaba las bolas de los muchachos.

            Cuando se repuso Mauro salió de la sala para traer, bebidas, ginebra, ron, cocas, tónicas… Lo necesario para prepararnos los combinados. Me ofreció un gintonic que agradecí.

            — Te toca Adela… —Dijo Claudia haciendo un gesto hacia los muchachos.

            — ¡Me da miedo Claudia! ¡No por favor!

            — ¡Mamá, es una experiencia única! Sentirte llena por los dos agujeros te lleva a la cumbre del placer. Y esta oportunidad quizá tarde en repetirse. ¡Aprovéchate! —Ana me animaba pero no estaba segura.

            Claudia me empujó con suavidad hasta colocarme en la cama a cuatro patas, con mi culo expuesto. Fue ella la que introdujo los dedos empapados en lubricante, en mi agujero. Y me dejé llevar. Al principio resultaba algo desagradable, pero poco a poco, las sensaciones placenteras eran mayores que las displacenteras. Ana se colocó debajo de mí, al revés, para comerme el coño con maestría. Los chicos masajeaban mis caderas, los pechos. Mordisqueaban y besaban mi nuca, provocándome escalofríos deliciosos.

            Estaba a punto de correrme cuando se detuvieron todos… De haber podido les hubiera pegado, me sentía ardiendo y al dejar de acariciarme me sentía mal.

            Mauro reía, se puso tras de mí. Noté como su herramienta pugnaba por entrar en el túnel, Ana reanudo su lengüeteo, eso y dos palmadas en las nalgas, me hicieron aflojar el esfínter y permitir la entrada a la polla de mi futuro yerno…

            — ¡Aahhhggg! ¡Me duele…! ¡No sigas! —Grité.

            — Tranquila mi vida, el dolor pronto cesará y me agradecerás lo que te hacemos. —Dijo Claudia en mi oído.

            Me relajé. Permití que reanudara los movimientos hasta que el placer que me producía era mayor que el dolor. Continuaron excitándome entre todos hasta hacerme llegar al clímax. Era distinto a los experimentados hasta ese momento. Pero muy placentero.

            Nos relajamos y tomamos otra copa. Poco acostumbrada a beber me sentía algo mareada pero alegre, muy agusto. Claudia me llevó a la cama de nuevo. Mauro ya se había tendido, casi en una nube me colocaron sobre él y penetró mi coño que rezumaba jugos…

            — ¡Ah malvados! ¡Me habéis emborrachado para aprovecharos de mí! Jajaja.

            ¡Bien que se aprovecharon! Me empalaron por los dos orificios. No sentía dolor alguno, toda yo era placer. Mientras bombeaban por mis agujeros, Ana excitaba mi clítoris y Claudia me pellizcaba los pezones y nos besaba, a su hijo y a mí, en un trío de bocas…

            Entre los cuatro me llevaron al cielo. Al menos eso creo, porque cuando desperté me miraban cómicamente asustados. Me habían hecho desmayar de placer. Mi mente no soportó tanta excitación y se desconectó. Pero yo me sentía infinitamente feliz. A mi alrededor estaban las personas a quien más quería en este mundo… Es lo único que me importaba.

            Ana, Mauro y Darío se fueron a otra habitación. Claudia y yo nos quedamos acostadas. Me acunaba por la espalda. Su aliento en mi cuello me deleitaba… Nos dormimos.

            Llegó el día de la boda. Vino Vicente, nuestro vecino madrileño, abrazó a Ana llorando los dos de alegría. Alberto se presentó en el hotel sin avisar. Vio a sus hijas y también se emocionó. Eran felices. Mauro se lo llevó a un apartado y me llamó.

            — Alberto, tengo la documentación preparada para que la firmes y así solucionar el tema del divorcio. He invitado a un amigo, notario, que tiene preparados los papeles. —Dijo mauro y me miró como pidiéndome aprobación. Asentí con la cabeza.

            — Bien, pues entonces… De acuerdo. Lo único que hay es el piso de Madrid y… se lo puede quedar Adela. —Balbuceó Alberto.

            — ¡No, Alberto! El piso era de tus padres y te pertenece. Tú lo necesitas más que yo y Ana… Ya ves. Además Ana y yo tenemos el de mis padres. Quédatelo.

            — Gracias Adela. Perdona por todo lo que os hice pasar… Lo siento… —Lo ví tan mal que me dio pena.

            Nos retiramos a un despacho, donde nos esperaba el notario y firmamos los documentos pertinentes. El convenio de separación la demanda de divorcio… Fue todo muy rápido. Al salir del despacho me sentí como… vacía. Acababa una etapa dolorosa de mi vida… ¿Qué nos depararía el futuro?

            Claudia me esperaba fuera, me miró, como solo ella lo hace, me abrazó y me sentí… ¡No estaba sola! Ella estaba allí, a mi lado.

            La madre de Claudia, mujer muy activa, no pudo venir, estaba invitada en un safari en África y no se la pudo localizar a tiempo.

            La ceremonia fue sencilla y emocionante. Las hermanas de Ana, vestidas de hadas, de blanco, con alitas, estaban preciosas; llevaron los anillos. Lagrimas de alegría, ramo lanzado, que cogió Claudia, ¿casualidad?

            El banquete nupcial, una maravilla de delicadeza en el menú, la presentación. Cámaras de televisión local captaron el evento. La boda del hijo de un rico propietario de una cadena de hoteles era noticia… De esto nos enteramos después de leídos los términos de la herencia. Ni siquiera Mauro conocía todos los bienes que heredaba.

            Ana estaba deslumbrante. Irradiaba felicidad por sus poros. Nos abrazamos y lloramos de felicidad. Claudia y Mauro también se abrazaron emocionados.

            La noche de bodas fue exclusiva para los dos amantes consortes en la suite del hotel. Claudia y yo nos retiramos a la casa del Cabañal donde lloramos un poco por las emociones del día y tal vez por el vino que habíamos tomado, no en exceso, pero si lo suficiente como para dormirnos, yo en sus brazos, ella acunándome. Me sentía inmensamente feliz.

            Pocas semanas después, tras hacerse efectivo el divorcio, Claudia y yo nos casábamos en el mismo hotel pero en familia. Solo nos acompañaban Mauro, Ana y las niñas de Alberto. Él se marchó el mismo día de la boda de Ana dejando las niñas al cuidado de su hermana, que les había tomado cariño y no querían separarse.

            Mauro lo tenía todo calculado. Terminó la formalidad con el concejal del ayuntamiento que vino al hotel, comimos en familia y nos llevaron al aeropuerto de Manises para coger un vuelo a Roma.

Aquí vivimos desde hace un año en el piso de Claudia y su madre cerca de la Piazza Navona. Ana ha sido mamá hace unos días, Mauro loco con su hijita. Soy… somos felices…

                        Pero esa es otra historia.

           

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