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Secuestrada (3)

en No Consentido

SECUESTRADA (3)

              He cumplido los deseos de Pedro, mi marido.  He escrito en el ordenador, en forma de relato, las desgraciadas experiencias vividas por mí a lo largo de los meses que estuve cautiva.

— He terminado de escribir Pedro. Lo he impreso… Toma — le entrego los veinte folios en los que he plasmado el relato.

— Gracias Ani, me lo llevaré y lo leeré en el hotel, en Barcelona, cuando tenga tiempo.

— ¿Me vas a dejar sola otra vez?

— No puedo evitarlo mi vida… es mi trabajo, de esto vivimos.

— Tienes razón… Soy una egoísta pero tengo tanto miedo de que pueda ocurrirme algo…

— No temas, estás en casa y aquí no te va a pasar nada. Ten siempre los teléfonos a mano y no le abras a nadie que no conozcas. La policía me ha dicho que vigilarán esta zona. Tranquila… Trataré de volver lo antes posible…

  Recoge su maletín y una bolsa con la ropa necesaria para los días que va a estar de viaje. Me abraza y besa… Se marcha.

  Al quedar sola en casa me acurruco en el sofá y medito sobre todo lo ocurrido. ¿Tan ciega estaba con Javier que no me di cuenta de lo que era capaz de hacerme? ¿Y por qué? Me tenía entregada, si me hubiera pedido dejarlo todo para irme con él… ¿Lo hubiera hecho? ¿Estaba realmente enamorada? ¿Por qué?… ¿Por qué?…   Hay algo que no he contado, que me avergüenza profundamente… Que nadie debe saber… Nunca…

  Entran los niños y me abrazan con infinito cariño… Los beso y dejan las mochilas del cole en el suelo, como siempre. Hoy no les riño, estos gestos tan cotidianos, tan aparente sin importancia, llegaron a convertirse en la fuerza que me ayudo a soportar todo lo que me ocurrió.

— ¿Cómo te encuentras mamá? — Celia me miraba con sus preciosos ojos.

— Estoy bien cariño. Os tengo conmigo y eso es lo único que necesito para ser feliz… — Respondo acariciando sus mejillas.

— Mamá ¿Qué es esto? — Miguel miraba, en la pantalla del ordenador, el texto en el que yo describía mis peripecias.

— No es nada hijo. Son cosas mías — Con el ratón cierro la ventana del Word y apago el portátil.

— ¿Queréis merendar? — Pregunto.

— Sí yo quiero un sándwich — Responde Migue.

— Yo no quiero nada — Contesta Celia.

  Me dirijo a la cocina a prepararle la merienda a Migue. Celia me sigue, su hermano se va a su habitación.

— Mamá, ¿Es cierto que te acostabas con ese Javier? — La pregunta de mi hija me deja descolocada. La miro, sostiene mi mirada y bajo los ojos avergonzada.

— Sí, Celia. He cometido muchos errores en mi vida, pero ese ha sido el peor. Tomé decisiones equivocadas y he pagado un precio muy alto por ello.

— Papá lo pasó muy mal. Sufrió mucho al enterarse. Yo lo noté raro dos o tres días antes de que desaparecieras… Y yo… — Vi como una lágrima resbalaba por su mejilla.

  Abracé a mi hija y lloramos las dos.

— Vamos a tratar de olvidar todo esto, Celia. Tu padre lo sabe todo y me ha perdonado, ahora necesito de tu comprensión y la de tu hermano.

— ¿Pensabas abandonarnos? ¿Te hubieras ido con ese hombre? — Celia me miraba fijamente…

— Si he de serte sincera hija… No lo sé. Yo también me lo he preguntado y tal vez… Sí… Tal vez lo hubiera hecho, me había sorbido el seso, no sabía lo que hacía — Dicho esto estallé en llanto.

  Celia me abrazó y trató de consolarme. Termine de preparar el sándwich para Migue. En el salón, mi hijo estaba sentado ante el ordenador, leía lo que yo había escrito…

— ¡Migue, cierra eso, por Dios! — Exclamé.

— No, mamá, quiero saberlo todo, quiero saber qué ocurrió, pero sobre todo, necesito saber por qué ocurrió — El tono y la madurez con que me hablaba mi hijo me sorprendió.

— Déjalo mamá, yo también quiero saber que te pasó — Prorrumpió mi hija.

— Está bien. Solo os pido que no me juzguéis muy duramente — Los dejé leyendo, di la vuelta, fui mi habitación y me arrojé en la cama. La pena me embargaba.

  Los días pasaron con relativa tranquilidad. Mis hijos, a veces, parecían enfadados conmigo, pensé que con paciencia y cariño acabarían aceptándome de nuevo, claro que, supongo, ya nada sería igual.

  El regreso de Pedro fue un alivio para mí. No me reprochaba nada.

  En nuestra cama, tendido a mi lado, desnudos los dos, acariciaba los anillos de mis pezones y de los labios vaginales… Al parecer le excitaba hacerlo.

— He leído tu relato. Lo has pasado mal… En ocasiones, pero por lo que he podido captar, a veces… También disfrutaste. ¿No es cierto? — Me sorprendió su pregunta.

— Buueno, la verdad es que… Si, en algún momento no pude evitar correrme debido a la fuerte excitación que me provocaban… No se… El morbo de las circunstancias, el miedo, sentirme el centro de atención de grupos de personas desconocidas, sin rostro. Pero sobre todo sintiendo a salvo mi identidad. Las personas que participaban no sabían quién era yo… No podrían identificarme…

  Mi respuesta pareció convincente, arreció en los toque a mi intimidad… Me estaba excitando… Mucho… En aquel momento deseé sentir sobre mi cuerpo las manos de multitud de personas… Hombres, mujeres, rudos, delicados… Cerré los ojos y me dejé llevar…

  Pero, de pronto, Pedro se detuvo, me dio la espalda…

— Buenas noches — Me dijo…

— ¿No vas a seguir? — Le pedí.

— ¿Para qué? — Respondió, sin más explicaciones…

  Me dejó totalmente desconcertada, me encogí, adoptando la postura fetal y me cubrí con el plumífero… Pero no podía dormir… Poco después escuchaba los ronquidos de mi marido y me levanté. Fui a la cocina para tomar un vaso de leche, que me ayudara a conciliar el sueño. Sentada ante el vaso, pensando, tratando de comprender la conducta de mi marido.

  Un roce me hizo mirar hacia la puerta, Celia estaba de pié en el quicio.

— ¿Te ocurre algo mamá? — Me preguntó.

— No es nada hija, solo que no puedo dormir… ¿Y tú, también estas desvelada?

— Si… No dejo de pensar en lo que te ha pasado, no comprendo nada… — Dijo, sentándose a mi lado y estrechando mi mano entre las suyas…

— ¿Qué es lo que te preocupa, Celia?

— Me duele saber que estabas dispuesta a abandonarnos, dejarlo todo por un…

— ¿Por un indeseable? ¿Por una calentura? ¿Porque soy una puta?… ¡Sí, así es, soy una puta!… Durante muchos años me he comportado como se espera de una esposa modelo y madre. Tu padre y yo nos casamos muy jóvenes, con una casi nula práctica sexual por mi parte. Tu padre tampoco es un maestro que digamos. Al principio, con la novedad, el sexo creí que era bueno, carecía de referencias… Yo no quería que pasara lo de Javier, intenté evitarlo, pero una serie de circunstancias me llevaron a aceptar sus propuestas y durante un tiempo estuve viviendo una experiencia vital nueva, distinta a la que había vivido hasta entonces. Sé que no es correcto decirte esto, hija, pero me volvía loca con las cosas que me hacía. Nunca, con tu padre, llegué a las cimas del placer a que me llevó Javier.

— ¡Pero mamá, eso era solo sexo!

— Si mi vida. Era solo sexo ¿O no?… No lo sé. Y quizás no lo sabré nunca, porque después de lo que me hizo…

— ¿Sigues enamorada de ese hombre? — Pregunto con un hilo de voz y a punto de llorar.

— No, Celia. Ya no. Ahora tengo claro cuáles son mis prioridades. Vosotros, mi familia, sois lo más importante. Ahora lo sé y lamento profundamente todo lo ocurrido — Le digo acariciando su mejilla con el dorso de mi mano — Y ahora dejémonos de malos recuerdos y vamos a intentar dormir.

— Mamá, hay algo que…

— No Celia, dejémoslo, por esta noche ya está bien…

  Se levanta, me besa y se dirige a su dormitorio. Yo me tiendo junto a Pedro que no se despierta. Tardo en dormirme pero al final me vence el sueño.

  Oigo fuertes golpes en la puerta del piso. Voces, gritos… Mis hijos llamándome…

— ¡Policía! ¡Policía!

  Tres policías uniformados entran en el dormitorio. Estoy aterrorizada…

— ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?… ¿Qué hacen aquí?

— ¡¿Es usted don Pedro S. L?! — Pregunta uno de los agentes.

— Sí, soy yo. ¿Qué ocurre? — Grita mi marido.

— Vístase. Tiene que acompañarnos.

  Pedro se viste. Dos de los policías sujetan a mi marido y le colocan las esposas.

Usted se encuentra detenido por el supuesto asesinato de Javier G. D.

— Usted es considerado inocente, hasta que se le demuestre lo contrario.

— Tiene derecho a declarar o guardar silencio.

— En caso de decidir declarar, tiene derecho a no inculparse.

— Tiene derecho a un defensor de su elección; en caso de no contar con uno, el Estado se lo proporcionará de manera gratuita.

— Tiene derecho a un traductor o intérprete.

— Tiene derecho a que se le ponga en conocimiento de un familiar o persona que desee, el hecho de su detención y el lugar de custodia en el que se halle en cada momento.

— Tiene derecho a ser puesto, sin demora, a disposición de la autoridad competente.

— En caso de ser extranjero, tiene derecho a que el consulado de su país sea notificado de su detención.

            En la cama, cubro mi desnudez con el nórdico, asustada, desconcertada y sin poder creer lo que ocurría.

            ¿Javier muerto? ¿Mi marido lo hizo?

            Los agentes registran toda la casa. Se llevan el ordenador portátil y el disco duro de la torre del despacho de Pedro.

— Señora, vístase y acompáñenos… Por favor. Tenemos que hacerle algunas preguntas.

— Pero ¿Estoy detenida? — Pregunto aterrorizada.

—  No, su declaración es en calidad de testigo y solamente necesitamos aclarar algunos puntos.

            Me dejan sola para que me vista. Entran mis hijos asustados, llorando.

— ¿Qué pasa mamá? ¿Por qué se llevan a papá?

— No lo sé Miguel, pero espero que se aclare todo… Celia ahora quedaos en casa y esperad a que vuelva. Si tardo mucho poneos en contacto con la tita Victoria — Victoria es mi hermana. Mi relación con ella es algo… Tensa. Pero mis hijos pueden contar con ella si ocurriera algo.

            Acompaño a la policía hasta la comisaría donde les repito lo que escribí en el relato que entregue a Pedro.

            Cuatro horas después regreso a casa. La policía no me ha dicho nada, el juez que entiende el caso ha decretado secreto del sumario, no sé en qué se basan para acusar a Pedro. Estoy desconcertada.

            Al llegar a casa me reciben mis hijos asustados, llorando…

— ¿Qué os pasa? ¿Por qué me miráis así? — Pregunto a mis niños.

— ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Te liaste con ese Javier y mira las consecuencias que ha traído! ¡Papá en la cárcel por tu culpa! ¡Te odio!— Increpa Celia.

— ¡Vale! ¡Lo siento! ¿Pero qué puedo hacer? — Intento excusarme.

            Nos sentamos los tres en el sofá. Cada uno con sus pensamientos.

            Han pasado dos meses desde la detención de mi marido. La policía dice que tiene pruebas irrefutables de la culpabilidad de Pedro en los hechos.

            Visito a Pedro en la cárcel donde está recluido en espera de juicio.

            Está vencido, abatido, delgado, con los ojos hundidos.

            Realizamos las preguntas y respuestas de rigor en esta situación. Como estás. No te preocupes, saldremos de esto, se aclarará todo… Ya a punto de terminar la entrevista…

— Pedro… ¿Lo hiciste? ¿Mataste a Javier? — Pregunto con amargura.

— Si Ana…  ¡Lo hice! ¡Acabé con ese malnacido con mis propias manos! ¡Y no me arrepiento de nada!

— ¿Por qué?… ¿Por qué lo has hecho?

— ¡Porque eres solo mía! ¡Solo mía! ¿Te enteras? … ¡Lo mataría cien veces! ¡Y ten cuidado con lo que haces a partir de ahora! ¡Aunque no lo creas hay ojos que te vigilan! — Responde con ira.

            El funcionario, al verlo tan agresivo llama a otro compañero y se lo llevan a la fuerza.  No comprendo nada de lo que ocurre.

            Al llegar a casa me encuentro con Celia. Al parecer ha salido antes de su hora.

— ¿Qué te pasa mamá, te veo rara, como está papá?

— Mal Celia, muy mal. Dice que fue él quien lo hizo…

— Si, lo sé. Lo hizo él, pero la culpable eres tú. ¡Lo hizo porque tú lo engañabas! ¡Por tu aventura con ese hombre!

            Me sentía hundida. Realmente yo era la causante de la atrocidad cometida por Pedro.

— Celia, lo siento. No pensé que consecuencias podría traer mi locura — No podía soportarlo más, cubrí la cara con ambas manos y lloré de dolor, desesperación, angustia…

— Hay algo que he querido decirte y… — Mi hija había cambiado su tono de voz. Parecía más sosegada.

— ¿Qué es lo que tratas de decirme cariño?… Le digo, acercándome a ella y cogiendo sus manos.

— Verás mamá. Una noche en que no podía dormir, había pasado casi mes y medio de tu desaparición, me levanté a tomar un vaso de agua. Al acercarme por el pasillo, vi a papá en el baño. La puerta estaba entreabierta y él no podía verme. Estaba haciendo algo en el techo, como arreglando algo con la placa de escayola levantada. No quise asustarlo y me fui a la cama.

— Pero… ¿Eso qué tiene de especial, Celia? — Pregunto.

— Pues al día siguiente papá se marchó de viaje. Yo hice como que me iba al colegio para que Migue no sospechara y no fui a clase. Volví a casa. Miré en el techo del baño y encontré…

— ¿Qué? Dime lo que encontraste Celia, por favor…

— Ven…

            Me llevó hasta el baño. Utilizó una escalerilla que tenemos en casa para acceder a los altillos. Levantó una placa de escayola del techo registrable, buscó con la mano hasta sacar de allí un pendrive que me entregó. Era de 64GB.

— ¿Tú has visto lo que hay aquí? — Pregunto a mi hija.

— Si mamá. Lo vi días después de la detención de papá y me horrorizó. No quise decir nada porque la policía lo puede utilizar como prueba para condenarlo.

            Y se puso a llorar sin consuelo. Me abrazó. Intenté consolarla.

— Vamos cariño, no podemos hacer nada, papá ha confesado haber acabado con Javier… Peor no puede ser…

— Si mamá… Es peor, mucho peor…— La afirmación de mi hija me desconcertó.

— Vamos a verlo, Celia. Acompáñame.

            Nos sentamos e inserto el pendrive en el portátil. Hay un gran número de ficheros de texto, fotos, videos…

            Los ordeno por fechas. Veo fotos donde aparezco saliendo del trabajo, subiendo al coche, marchándome. Parecidas fotos de Javier, su coche…

            Un día después fotos en la entrada al bloque de Javier, él entra más tarde. Una foto, desde la calle, de la terraza del apartamento de Javier, un primer piso, donde estamos los dos besándonos tras los cristales, en el interior.

            Un texto en el que están anotadas las horas, el tiempo de recorrido del trabajo al apartamento y viceversa. Los horarios de entrada y salida del trabajo. Del apartamento. Con todo lujo de detalles. Comentarios.

            Ana me engaña, sabía que acabaría haciéndolo cuando empezó a trabajar. Intenté oponerme pero estaba obcecada. Creo que estoy haciendo lo correcto para proteger mi familia.

            Tengo los datos necesarios para iniciar mi proyecto. Ana tiene llaves del bloque y del piso de Javier. Ayer sábado Ana no trabajó. Muy temprano, antes de que despertara cogí sus llaves. Simulé salir a correr pero lo que hice fue sacar copias de todas y dejar las originales donde estaban.

            Hoy he visitado el apartamento del amante de Ana abriendo con la copia de la llave que hice. Encontré varios Cds. grabados con imágenes pornográficas de mi mujer, sola, masturbándose, introduciéndose dildos cada vez de mayor tamaño, en el sexo.

            Primeros planos del coño de Ana con la polla de Javier dentro. Encuentro un  video en el que aparece Ana atada en la cama. Con los ojos vendados, desnuda, siendo penetrada por él. En uno de ellos, mientras está atada y con el pañuelo en los ojos, Javier abre la puerta con mucho cuidado y deja entrar a un tipo desconocido para mi, que folla a Ana, no sé si con su consentimiento o sin el. Cuando termina antes de marcharse le entrega dinero a Javier. Este tipo es un cerdo, no solo  se está tirando a mi mujer, además la vende y cobra por ello… La ha convertido en su puta. La está chuleando… Pero le va a costar caro…

            Efectivamente hay una serie de fotos, que yo conocía y videos que Javi me mostraba. Me excitaba sobremanera que me hiciera aparecer como una puta. Su puta. ¡Joder! ¿En qué estaba yo pensando?… Me excitaba sobremanera que me usara y me llevara clientes… La mirada de Celia era acusadora…

            He instalado dos cámaras conectadas a internet, en el picadero de Javier. A través de ellas he descifrado el código de acceso de su ordenador… No sabe lo que le espera.

            Las imágenes que aparecen a continuación son videos de Javi, solo, ante el ordenador. Lo arranca y teclea su clave de acceso, que puede verse con total claridad.  En el siguiente yo, arrodillada ante él, sentado en la silla del ordenador. Mi boca se cierra alrededor de su glande. Lo engullo con autentica voracidad. Celia cruza los brazos deja caer su cabecita hasta hundir la barbilla en su pecho.

— Mamá ¡Eres una cerda! — Escupe las palabras.

— Sí Celia soy una cerda, pero no me arrepiento de lo que hacía. Y tú no eres quien para juzgarme. He disfrutado más en un mes con Javier que en dieciséis años con tu padre. Creo que me he portado bien con vosotros, os he amamantado, cuidado y me he desvivido durante todos estos años. Y un día encuentro a alguien que me hace feliz, que me hace sentir viva y el cabrón de tu padre lo mata… ¿Por qué? ¿Acaso soy de su propiedad? ¿Estar casada con él me obliga a seguir sacrificada el resto de mi vida?…

            Celia se abalanza sobre mí y me abofetea. No me lo esperaba. Supongo que puse una cara de bobalicona tremenda, porque a continuación me abraza y se pone a balbucear.

— ¡Pe…perdóname mamá! No sabía lo que hacía.

— Lo sé mi vida. No tengo nada que perdonar. Al contrario, soy yo quien te debe pedir perdón.

            Sigo viendo ficheros del pen. Videos en los que aparezco en varias y distintas posiciones, follando con Javier. Con él y dos amigos suyos. Siendo penetrada por delante, por detrás y por mi boca a la vez. Recuerdo esas sesiones en las que los orgasmos se sucedían hasta la extenuación. En una de esas ocasiones me desmayé de placer. Masturbándome con distintos aparatos eléctricos, penetrándome con pepinos, zanahorias, incluso introduciéndome un huevo de gallina en mi vagina y expulsándolo en cuclillas como si estuviera poniendo huevos, mientras Javier y sus dos colegas me miran y se masturban.

            Estas son algunas de las cosas que le oculté a mi marido, que no le contaba en el relato que escribí. Lo que yo no podía imaginar es que él ya había visto, prácticamente, todo lo que hice con Javi.

            He puesto el plan en marcha. He dejado una botella de vino en la mesa de la cocina con una nota, escrita con la impresora de Javier, “Empieza con una copa de este caldo. Un beso donde tú sabes”.  

            Cuando ha aparecido Ana no ha dudado en tomar la copa. Como tenía previsto se ha tumbado en el sofá y ha quedado fuera de juego. Pero para mi el juego empieza ahora.

            En el siguiente video aparece Pedro en pantalla, desde la localización de una de sus cámaras, me toma en brazos y me lleva hasta la cama. Me desnuda y me deja en forma de X. Luego se marcha. Poco después aparece Javier. Me ve en la cama y sonríe. Él cree que es parte de un juego. La nota de la mesa de la cocina le invita a tomar una copa del vino preparado por mi marido… Y la consecuencia es que poco después esta tendido, a mi lado. Ambos en manos de Pedro.

En el video siguiente aparece Pedro con una silla de ruedas. Ata y amordaza a Javier y lo mismo hace conmigo. A Javier le hace tragar más, del vino que tiene la fatídica botella, supongo que para que esté más tiempo inconsciente. Recoge algunos videos de la colección de mi amante. Otros los deja a la vista. Teclea en el ordenador, lo apaga y me coloca sentada en la silla de ruedas, me cubre con una manta y me lleva con él. Poco después aparece de nuevo y hace lo mismo con Javier.

            He llevado a Ana a la guarida del Gordo, me he puesto de acuerdo con él para que juegue con ella y saque provecho, eso sí, a medias con las ganancias. Organizará una movida para esta noche con seis amigos de confianza… Ana es una puta, me lo ha demostrado, pues ahora se va a enterar para qué sirven las putas como ella.

             A Javier me lo he llevado a la caseta de caza del coto. Conozco bien la zona de ir a cazar. Estamos en plena veda y por allí no se acercará nadie en un par de meses. Tiempo suficiente. Le he cortado los dedos de las manos y desfigurado la cara. Será difícil identificarlo. En el pozo donde lo he dejado se descompondrá y en poco tiempo será historia.

            He dejado pistas suficientes para que la policía piense que se han fugado los dos.

            He utilizado la tarjeta Visa para adquirir dos pasajes por separado Madrid-Paris, solo ida. He subido dos veces al tren, cada vez con un billete.

            He presenciado y grabado el debut de Ana en el castillo del Gordo. He gozado como hacía tiempo no lo hacía. La he penetrado por todos los orificios y ella sin enterarse de que uno de los que se la metían era su propio marido. A mí no me dejó nunca hacerle el culito y se lo regala al hijo puta de Javier… Pues hoy la he disfrutado yo y… Seis tíos más…

            Las fotos y el video que muestra lo que hicieron conmigo me aterra. Intento que Celia no lo vea. Me mira con desprecio…

— Mamá, lo he visto todo, todo, todo. Y si te digo la verdad, a veces hasta me ha puesto ver cómo te corrías de gusto… Otras me daba rabia de que le dieras a tu amante lo que le negabas a mi padre…

— Celia, como puedes decir eso. Me estaban violando…

— Sí, pero tú no lo sabías. Al principio creíste que era un juego de Javier y te comportabas como una perra en celo. ¡Lo disfrutabas! La pena es que no pude ver tu cara. Pero me daban ganas de abofetearte, de arañarte.

— Hasta que lo has hecho hija… Hasta que lo has hecho – Le dije con pesar.

— Pero ahora que puedo hablar de esto contigo… No es la primera vez que te veo follando. Os espiaba a papá y a ti y sabía que no lo querías, que te negabas a muchas cosas que te pedía en la cama y cuando supe que te entregabas a otro, que hacía contigo lo que le daba la gana… ¡Te odié!, Si mamá, te he odiado durante mucho tiempo y me alegré cuando supe lo que papá te había hecho, cuando vi en esos videos lo que te hacían. — La confesión de mi hija me dejó turbada. Jamás imaginé tanto odio como el que vertía mi hija con sus palabras.

            La puerta se abre y entra Miguel. Apago el ordenador y retiro el pendrive, guardándolo. Por señas le pregunto a Celia si su hermano sabe esto y me dice que no.

Continuará.

           

Mas de solitario

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