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Diana y sus hijas 3.

en Amor filial

Diana y sus hijas 3.

 

Una separación no es el fin del mundo, aunque a veces lo parece.

Las sorprendo con su indumentaria habitual… Unos ligeros pantaloncitos cortos de pijama muy ajustados. Desde la puerta me quedo mirándolas, son realmente hermosas y tan parecidas a su madre. No me explico cómo puedo sentir tanto afecto por las pequeñas en dos días. Curiosamente su desnudez no me excita. Teniendo en cuenta que son dos adolescentes de quince años y son preciosas, pero me siento ligado afectuosamente, como si, realmente, fuera su padre.

Están de espaldas, centradas en sus quehaceres, de pronto se giran a la vez, como sincronizadas.

—¡Buenos días Jesús! — Hablan las dos, pero solo oigo una voz, ¿tan armonizadas están?

—Buenos días señoritas. ¿Con qué nos vais a deleitar hoy?

—Tienes un variado menú donde elegir… Café, con o sin leche, tostadas con aceite o con mermelada. ¿Qué prefieres?

            —Realmente variado, pero esperaré a mamá… Por cierto, anoche estuvisteis realizando labores detectivescas ¿no?

            Se miraron la una a la otra sonriendo.

            —Pues sí… Y vimos algo que nos gustaría que nos explicaras, por qué… era muy fuerte…

            —¿Qué era tan fuerte?

            —Looo… lo del culo. Es algo sucio ¿no? — Dijeron con cara de asco.

            —Depende.

            —¿De qué depende? — Preguntaron a dúo.

            —Pues depende de con quien se esté. Del cariño que se le tenga, además de la higiene y todas las demás zarandajas… Pero todo se reduce a que, en amor todo vale, si ambos están de acuerdo, si no se fuerza a nadie…

            —Pero, por lo que vimos y oímos… a mamá le dolía ¿no?

            —Sí. Pero a veces hay que soportar algo de dolor y preparar el cuerpo para llegar a otros niveles de placer. Generalmente las mujeres son quienes soportan la agresión de los hombres, pero si se hace con delicadeza, con cariño… La recompensa vale la pena. De todos modos, vosotras, aún no tenéis la edad de pasar por esas experiencias. Dentro de unos años… me comprenderéis.

            —Sí, sí… Dentro de unos años… Me sigue pareciendo una guarrería que le chupes el… ejemm — Se miraron y sonrieron.

            —Bueno, es cuestión de opinión. A mí me encanta el sabor del… ejemm… de vuestra madre.

            —Pero el líquido ese que sale…

            —¿Tú eres Greta, ¿verdad?

            —Sí, pero no me has contestado. Además, eso que soltáis los hombres, el se…

            —Bueno, vamos a ver. ¿Qué habéis estudiado en el cole sobre eso que soltamos? ¿Qué sabéis?

            —Pues eso, que lleva esper… no sé qué, que es lo que deja embarazadas a las mujeres.

            —Esa es una información incompleta. Las mujeres segregáis unos fluidos cuya función es lubricar el canal vaginal para facilitar la penetración y que esta no sea dolorosa. Es muy parecido al líquido preseminal de los hombres y tiene la misma función. Luego el hombre emite una descarga, de esperma, que lleva espermatozoides que son los que fecundan el óvulo de la mujer y así se produce el embarazo. Pero eso ya lo sabéis ¿no?

            —Jijiji, sí, ya lo sabíamos, pero no sabemos a qué sabe, a que huele… — Seguía insistiendo Greta.

            —Bueno, eso se lo tendréis que preguntar a vuestra madre. Yo os puedo decir que a mí me encanta lo suyo…

            —¡Y a mí lo suyo! — Afirmó Diana que al parecer estaba escuchando la conversación — Y os puedo decir que el dolor de mi… ejemm… valió la pena. Me encantó lo que me hizo sentir. Y tienes razón, con amor, todo lo que hagan dos personas, estando de acuerdo… vale. Y ahora a desayunar. Ya está bien de lecciones de bio-sexo-logía.

            Me abrazó y pude sentir sus pechos desnudos contra mi espalda, con el involuntario levantamiento de… Ella estaba desnuda, yo con un pantalón corto de pijama, en el que se produjo un abultamiento que fue observado por las nenas y causó una carcajada general, con el consiguiente bochorno por mi parte.

            Inmediatamente me senté en un taburete en la mesa de la cocina, para evitar las miradas de las chicas. Diana seguía abrazándome la espalda y besándome el cuello.

            —No te preocupes cari, estas dos son unas guasonas y les encanta ponerte nervioso. Por eso las preguntas sobre temas que conocen al dedillo, pero solo teóricamente… supongo… ¿no es así?

            —¡Sí, sí… solo teoría! — Cantaron a coro. Sonriendo… Pensé que sabían mucho más de lo que aparentaban.

            —Bien… ¿Qué hacemos hoy? Es domingo y tenemos todo el día para nosotros. — Dijo Diana. Las hijas se miraron entre sí, luego a la madre, después a mí…         

            —Yo puedo proponer algo que… no sé… — Dije sabiendo cual sería la respuesta.

            —¡Síii, síii, propón! — Gritaron las dos chicas.

            —¿Queréis daros un baño en una piscina privada?

            —¡¡Síii!! ¿Dónde?

            —En un chalet que tiene mi madre a cincuenta kilómetros de aquí…

            Aquello fue ya un escándalo. Ellas ya habían desayunado y subieron corriendo a probarse bañadores mientras Diana y yo nos besábamos primero y… desayunábamos después.

             —¿Mamá? ¿Cómo estás? — La voz de mi madre sonaba triste, como siempre después de mi divorcio.

            —Yo bien hijo ¿Y tú?…  Te ha cambiado la voz desde la última vez que hablamos, pareces… más alegre.

            —¿Alegre?… No mamá, feliz, muy feliz. He encontrado a la mujer de mis sueños, es con ella y con sus dos hijas que voy a la finca.

            —Pero hijo, ¿estás seguro?

            —Más seguro que nunca mamá. A la vuelta nos pasamos por tu casa para que las conozcas. Un beso.

            —Un beso hijo.

            Diana preparó viandas y refrescos para el día, le dije que el vino corría de mi cuenta, disponía de una pequeña bodeguita bien surtida.

El viaje hasta la pequeña finca de mis abuelos fue delicioso, con las princesitas era imposible aburrirse. Al llegar quedaron maravilladas, la parcela de diez mil metros, una hectárea, rodeada de tuyas con una piscina de diez por siete metros, estaba bien cuidada por un jardinero que la mantenía en perfecto estado.

            —¿Podemos bañarnos desnudas? — Preguntó Greta.

            —¿Pueden? — Preguntó Diana mirándome.

            —Por mí no hay inconveniente. Todo lo que puede pasar es que algún vecino se dé cuenta y se masturbe viéndolas… Jajaja ¿Saben nadar?

            —¡Sí, podéis! Claro que saben nadar. Participan en competiciones de natación en el colegio.

            Fue visto y no visto. Se desnudaron en un santiamén y se lanzaron al agua sin dudar.

Cogí a Diana de la mano y la llevé al interior de la casa. Consta de una sola planta, se entra al salón, a la izquierda la cocina, a la derecha el pasillo que lleva a los dormitorios y el baño.

Le mostré las dependencias y al llegar al dormitorio principal me empujó sobre la cama mientras ella se desnudaba, me bajaba los pantalones y engullía mi instrumento hasta casi ahogarse. Me miró con los ojos llorosos por el esfuerzo… Le di la vuelta y puso sus muslos en mis orejas. Su almejita estaba en su punto de sal, chorreaba, mojé mi cara con su sabroso caldo y chupé su manjar hasta hacerla gritar de placer. Veía ante mí su ojal, aún enrojecido por la batalla de la noche anterior, se lo lamí, sus nalgas se contrajeron, se giró para mirarme con carita de… Hoy no por favor.

            —No te preocupes amor, hoy no te atacaré la retaguardia. — Me mostró su más lasciva sonrisa.

            Seguimos en nuestras labores degustatívas hasta alcanzar sendos orgasmos casi simultáneos. Yo esperé al suyo para dejarme ir en su boca. Ella recogió todo el semen que pudo y se lo tragó…

            —Mira que me daba asco, pero le estoy cogiendo el gustillo… Está bueno…

Esperamos unos minutos para recuperarnos. Terminé de desnudarme y la cogí de la mano para llevarla a la piscina donde jugaban a las ahogadillas sus dos hijas. Desnudos nos zambullimos ante los gritos y risas de las dos princesas.

            En el agua comenzaron los problemas, para mí, claro. Las dos diablillas se zambullían y se acercaban peligrosamente a mi entrepierna… Jugando… Diana lo veía y se reía, pero a mí me daba un corte terrible. Se subían a mi espalda y restregaban sus ya más que incipientes pechitos, enroscaban sus piernas en mi cintura, una por delante, otra por detrás. Yo luchaba mentalmente por evitar la erección que llevaría mi glande a los labios vaginales de la niña que estuviera en ese momento frente a mí.

            Una de las ocasiones, Greta, la más lanzada, se atrevió a cogerme el miembro y acariciarlo. Me quedé congelado. Pero claro, la reacción no se hizo esperar. Con aquello en erección no podía salir y menos jugar con ellas. Diana se apiadó de mí y vino en mi socorro.

            —¡Greta, déjalo ya! ¡¿no ves que le da vergüenza?! No se debe obligar a nadie a lo que no quiera. Dadle tiempo para que se acostumbre y podremos jugar…

            Aquella afirmación de Diana me intrigó. Sobre todo, viendo como jugaban entre ellas. Se abrazaban y toqueteaban sin ningún pudor y el resultado era una imagen de un erotismo brutal. ¿Era sexo? ¿Era juego? ¿Cómo saberlo? Solo había una forma… Jugando con ellas…

            Me acerqué y participé en sus esparcimientos… Y llegué a la conclusión de que eran juegos, con un alto contenido erógeno, pero solo juego. Y participé. Los toqueteos eran parte de ello, pero, según pude apreciar, no se buscaba una satisfacción sexual. Agotado de tanta zambullida, fui a salir y tumbarme en una de las tumbonas. Diana no tardó en venir conmigo.

            —¿Estás bien?

            —Sí claro, muy bien…

            —Parecías algo tenso al principio… Mira Jesús, esto que has visto hoy es habitual en casa. Son juegos, como los de los gatos jóvenes, juegos que los ejercitan para sus vivencias en el mundo que les espera fuera. Sé que es difícil de aceptar, pero en esos juegos no hay sexo, no hay relaciones sexuales entre nosotras, por ahora, si es lo que te preocupa. Eso es algo entre tú y yo exclusivamente. Pero ellas están en una edad crítica, muy difícil. Yo pasé por eso y no querría que ellas cometieran los mismos errores. Aunque a esas criaturas maravillosas no puedo llamarlas errores. Son lo mejor que me ha pasado en la vida, después llegaste tú. Creo que es la mente la que interpreta mal lo que ve. Puedes jugar con ellas, abrazarlas, acariciarlas, pero… No hagas el amor con ellas. Por ahora, ese es el límite. No las penetres porqué entonces habremos terminado.

            —Diana, ¿cómo evitar la excitación ante las caricias, los juegos?

            —No podemos evitar excitarnos, tienes razón, pero, al contrario de los animales, nuestra mente puede controlar los impulsos que nos pueden llevar a cometer esos errores de lo que te hablaba. Por eso considero sano el juego. Cuando me excitaba, antes de tenerte a mi lado, me encerraba sola en mi habitación y me apañaba con mi amigo de plástico o con mis dedos. No las involucraba. Pero ellas hacían lo mismo. Yo las enseñé a satisfacerse en espera de que surgiera un amor que las llevara al éxtasis.

            —Y si surge un enamoramiento… ¿Imprevisto? Supón que una de tus hijas confunda sentimientos y crea estar enamorada de ti. Puede sufrir mucho.

            —En ese caso la experiencia puede serle muy útil en el futuro, la frustración por no poder alcanzar el objeto de su amor la endurecerá, la hará más fuerte ante los embates de la vida.

            —Diana, mi vida, me gusta tu forma de pensar, me gustaría estar totalmente de acuerdo contigo, espero que no te equivoques en tus planteamientos, por qué si lo haces, sufrirás mucho por tus errores. Espero poder estar a la altura y apoyarte para que todo salga como tú quieres. Sabes que te quiero incondicionalmente. Solo trato de advertirte que los errores que cometemos los padres, ya me considero padre de tus hijas, los errores, repito, los sufren ellas. Por otra parte, por lo que he podido comprobar, tus hijas son muy fuertes y, creo, están capacitadas para desafiar los temporales que, ojalá, no tengan que afrontar. Ahora… vamos a comer, el ejercicio me ha abierto el apetito.

            Al levantarme vi a Greta, en el borde de la piscina, atenta a nuestra conversación. Me pareció captar tristeza en su mirada.

            Las llamé para enseñarles la casa y su habitación.

Comimos, abrí una botella de vino de Rioja, que nos bebimos Diana y yo, y nos tumbamos a la siesta.

            Me quedé dormido con Diana sobre mi brazo, en su postura favorita. Me despertaron unos murmullos y saqué el brazo para levantarme sin despertarla, fui al baño a orinar. Al pasar por el dormitorio donde estaban las muchachas vi la puerta entreabierta. No pude evitar la tentación de mirar y lo que vi me dejó helado. Las dos estaban de costado enfrentadas pero invertidas en un perfecto sesenta y nueve, con las cabezas entre los muslos de la otra, lamiendo sus vaginas cubiertas por una pelusilla rojiza empapadas de la saliva de la otra. Sus jadeos eran los murmullos que oía. Al girarme para regresar a mi habitación me vi sorprendido por Diana que con una sonrisa beatífica cogió mi mano y me llevó hasta el tálamo.

            —Vaya, no te has excitado. ¿No te gustaba lo que has visto?

            —Pues no sé, me ha sorprendido; sobre todo después de la charla que hemos tenido. ¿No decías que no había sexo entre vosotras?

            —Normalmente no. Pero en casos excepcionales… Sí. Y este lo es. Anoche, las niñas, vieron en primer plano como me comías el chochete. De ahí sus preguntas de esta mañana. A mí me han preguntado por el sabor, si era malo tragarlo… Su curiosidad por experimentarlo ha sido muy fuerte, si a eso le sumas la excitación por los juegos en la piscina…Por qué también se excitan al verte, al tocarte…  eso no es malo. Ellas aprenden a conocer su cuerpo y se satisfacen, eso es bueno. Pero como te dije hay límites, normas. Greta me ha confesado que se siente muy atraída por ti, que le gustas mucho, pero las normas que nos hemos autoimpuesto, prohíben una relación entre vosotros. Claro está, no una relación total, pero sí están permitidas las caricias; por eso cuando te ha pasado sus dedos por tu pene y ha observado tu rechazo se ha sentido muy mal. Teme haberte enfadado y está triste. Si puedes, habla con ella y explícale lo que te ha ocurrido. Ella lo entenderá.

            Mientras hablábamos, Diana, acariciaba mi miembro que, no tardó en erectarse y en buscar refugio en el confortable y mullido espacio de mi partener. Buscamos el acoplamiento lateral. Mi cadera izquierda sobre su muslo derecho, su muslo izquierdo sobre mi muslo izquierdo y mi muslo derecho sobre su muslo izquierdo. La penetración era total al ser una postura similar a la de dos mujeres frotando sus vaginas en tijera. Fue un coito lento, suave, sin violencia, saboreando cada instante, cada centímetro de penetración y extracción. Mirándonos a los ojos, disfrutando de unos minutos en los que alcanzamos las más altas cotas de placer jamás experimentadas por mí y, al parecer, también por ella.

            —¡Me gustaría que este momento se eternizara, Diana! ¡Me siento el hombre más feliz de la tierra…!

            —¡Yo moriría así, en tus brazos, de placer…! ¡Te quiero Jesús…!

            Los besos, las caricias en sus pechos, su cadera, arañando con mis uñas su nuca. Comenzó a respirar agitadamente, era el preludio de su clímax. Doblo su cabeza para atrás agarrándome la mía, le faltaba el aire, boqueaba como un pececillo fuera del agua… ¡Y estalló! Y con sus convulsiones provocó mi orgasmo derramándome en su seno.

            El grito fue tal que pensé que vendría la policía a ver qué ocurría. La policía no vino, pero Gema y Greta si corrieron a nuestro lado para abrazar a su madre que había quedado desmadejada en el lecho. La besaban y acariciaban por todo el cuerpo, incluidos los genitales. Greta pasó su mano por la vagina de la madre para sacarla chorreando de flujo y esperma. Lo olió, lo chupó y saboreó, puso una cara rara, arrugo su naricilla.

            —No es para tanto. Huele a lejía y sabe a clara de huevo.

            Gema se acercó, le cogió la mano, la olió y también chupó los dedos de la hermana.

            —No está mal, a mí me gusta. ¿A ti no? — Dijo Gema a Greta. Yo ya las distinguía porque Greta tenía un pequeño lunar en el pómulo derecho que no tenía Gema.

            Empezaron a jugar haciéndose cosquillas y riéndose como locas. Las miraba y envidiaba su forma libre de pensar, de comportarse entre ellas. Como era de esperar me tocó a mí. Diana empezó a cosquillearme las axilas y cada una de las niñas me torturaba un pie. Acabé retorciéndome como una lombriz y con miedo de golpear, sin querer, a alguna y hacerle daño. Cuando se calmaron hicieron lo que acostumbraban, tumbarse a nuestro lado. Greta a mi derecha, Diana a mi izquierda y Gema al otro lado de su madre. Greta se mantenía separada de mí. Pasé mi mano bajo su cuello y tiré de ella, apoyó su cabeza en mi brazo, su naricilla en mi axila, su cuerpo pegado a mi costado.

            —Greta, esta mañana ha ocurrido algo, por lo que tengo que disculparme y que me gustaría explicarte. Verás, lo que has hecho me ha asustado; no por ti, sino por mí, por mi reacción involuntaria. Ya te habrás dado cuenta que los hombres no siempre podemos controlar ciertas reacciones. Lo has podido observar en estos días que hemos estado juntos. Para mí no ha sido fácil adaptarme a vuestras costumbres, a vuestra forma de vivir y comportaros. En la calle, donde yo me desenvuelvo, estas cosas no suelen suceder. Es pura hipocresía, pero eso ya lo sabes. Me has sorprendido y mi… pene, ha reaccionado por su cuenta al contacto, al margen de mi voluntad, fuera de mi control…

            —¡Vamos que al tocarte el pito, Greta, te has puesto cachondo ¿no?! — Apuntó Gema con una cara de pilla que nos hizo reír a todos.

            —Sí, Gema, pensad que vosotras, las mujeres, tenéis una gran cantidad de zonas erógenas, sin embargo, nosotros muy pocas, yo diría que solo una y es esa la que Greta ha pulsado. Tendré que acostumbrarme a esos toques “involuntarios”. Y vosotras también tendréis que aceptar que si se pone tiesa… No debéis acercaros a ella porque… a mí me pone en una situación muy apurada. No estoy acostumbrado, dadme tiempo…

            —Bien, acepto las disculpas y me quitas un peso de encima, yo creía que te habías enfadado conmigo — Sin pensarlo más se estiró hasta depositar un tierno beso en la comisura de mis labios.

            —¡Entonces… ¿Podemos tocarla?! — Dijo Greta sin dejar de mirar hacia abajo.

            —Bueno, por mi parte no hay problema, si vuestra madre lo permite… Ahora bien, si lo hacéis, será siempre que ella, mamá, esté presente. A solas nunca. Eso podría dar lugar a problemas.

            —Por mi parte estoy de acuerdo con esta nueva norma. Solo pido que la respetéis. — Especificó Diana.

            Apenas terminó de hablar ya tenía mi falo en manos de Greta, lo acariciaba, descubría el prepucio… Al principio estaba en estado de reposo, pero según la masajeaba se endurecía…

            —¡Mira, mamá, mira cómo crece! ¡Y que dura se pone! ¿Y todo esto entra dentro de…? ¡Tócala hermana… ¡Mira, sale una gotita de pis…!

            —No es pis, Greta, es liquido preseminal y es de una composición parecida al que segregamos cuando nosotras nos excitamos. — Explicó Diana.

            Gema se subió sobre la madre para alcanzar el juguete que acababan de descubrir. Las dos me acariciaban, miré a Diana que reía divertida por el mal rato que me estaban haciendo pasar… ¿O no tan mal rato? Tras manosear y oler, Gema, se atrevió a acercar la lengua y probar el líquido de la gotita, que ya era un goterón… Greta, mirando a su madre, buscando la aprobación, se atrevió a chupar la punta como si fuera una piruleta. Yo no podía más.

            —¡Diana, ayúdame! — Ella sin dejar de reír apartó a las niñas y se tragó mi piruleta de una vez, hasta el fondo.

            Esta vez sin arcadas. Cerró los ojos y ante sus sorprendidas hijas continuó la felación. Greta me abrazaba por el cuello con un brazo mientras con la mano libre se acariciaba su rajita. Gema, arrodillada junto a su madre también se masturbaba, acariciando los pechos de su progenitora. Ésta ya muy excitada por la situación también se llevó una mano a su sexo para introducir dos dedos y acariciarse el clítoris. Era una locura. Empecé a temblar de excitación. No quería mirarlas, pero me atraían como el imán al hierro, hasta que exploté. No sé la cantidad de semen que derramé. Diana tenía la boca llena, la cara, por mi tronco bajaba una buena cantidad que las dos hijas se apresuraron a recoger con sus manos para oler, lamer y extender por sus cuerpos como si fuera crema…

            Tras mi descarga fueron llegando, primero Greta, que me besó en la boca en el momento de su orgasmo, sabía a semen. Luego Gema, besando a su madre y por fin Diana, se tendió sobre mí, buscando la penetración, que logró, ya que, a pesar de haber eyaculado, mi pene se mantenía consistente. Sus labios de aferraron a los míos y gritó como una loca, siendo acariciada por sus hijas, calmándola y besándola.

            Cuando descansamos nos dimos un baño en la piscina, dormitamos un rato al sol en las tumbonas y merendamos/cenamos, en el césped y al anochecer recogimos y retornamos a casa. Como se nos había hecho tarde tuve que llamar a mi madre para disculparme por no haber podido ir a verla.

            La noche fue tranquila. Estábamos agotados, las chicas se acostaron en su cama y nosotros en la nuestra.

            La mañana del lunes fue algo más movida. El despertador sonó a las ocho, desayunamos.

Diana tenía que abrir su comercio, las chicas debían asistir a clases de refuerzo de inglés y yo… Yo tenía un trabajo pendiente, pero era de un par de horas si no se complicaba.

            —Jesús, ¿quieres venir conmigo a la tienda? Te la enseño, te vas a tu trabajo y a medio día nos vemos aquí, ¿te parece bien?

            —¿A qué esperamos? En marcha chicas…

            Cerca de la tienda se quedaron las hijas en una academia. A la salida se reunían con su madre en el negocio.

            La tienda de Diana estaba especializada en ropa infantil y juvenil. Era espaciosa y bien situada. Pero al ser lunes y verano entraba poca gente. Observé su funcionamiento. En un momento en que no había ningún cliente la llevé a la trasera para besarla y hablar con ella.

            —Diana, ¿no has pensado en ampliar el negocio?

            —¿Cómo? ¿Podría hacerse?

            —¿Has pensado en la venta por internet? Yo puedo crear una web a través de la cual muestres los productos, las ventas por cuentas y tarjetas, la distribución por una empresa de reparto con la que llegues a un acuerdo… Bueno, yo me voy a mi curro, piénsalo.

            Me marché en mi coche. El trabajo consistía en depurar una aplicación informática para una fábrica de muebles. Me resultó fácil ya que prácticamente la tenía terminada, pero necesitaba una excusa para encontrarme con el dueño y cobrar lo presupuestado. Al finalizar me tenía el talón conformado por el importe acordado.

            Conduciendo de vuelta pensaba en lo extraña que es la vida. En dos días mi existencia había dado un vuelco. De estar hundido en la más absoluta miseria emocional a estar en la cresta de la ola, sintiéndome feliz como nunca, ni con mi ex, lo había estado. Y todo por haber coincidido en la fiesta de Edu con el objeto de mi amor. Con mis amores…

            Aparqué en el sótano de la casa y fui andando a la tienda. Había tres posibles clientas mirando ropa para niño. Las hijas ya habían llegado también. Me di una vuelta con ellas para ver la mercancía y les propuse que se probaran algunos vestidos, pantalones… Ellas encantadas. Simulamos un pase de modelos que capté con la cámara del móvil. Las clientas admiraban la ropa, la veían de otra forma, más aún cuando la lucían dos gemelas idénticas y… preciosas. Al terminar me senté con ellas en el pequeño cuartito que servía como oficina.

            —¿Qué os parece vuestro debut como modelos? Mirad… — Les mostré las fotos realizadas. Estaban entusiasmadas.

            —¿Pero esto para qué es? — Preguntó Greta.

            —Le he propuesto a mamá un pequeño cambio de dirección en el negocio. La venta on-line. Parte de mi trabajo es, precisamente, el diseño y la puesta en marcha de páginas web. Así que me tenéis que apoyar en esta idea. Complementar la tienda con la venta informatizada. ¿Qué os parece?

            Greta me abrazó y me besó… en la mejilla.

            —Cuántos años perdidos, ¿verdad Gema?

            Se me sentaron una en cada rodilla, mientras veían sus fotos. Al entrar Diana las miró con gesto serio.

            —¡Mira mamá! ¡Somos modelos! — Greta estaba eufórica.

            La madre miró las fotos sin prestar demasiada atención. Por lo visto no le gustaba demasiado la idea.

            —Ya es hora de cerrar, vámonos a casa, allí hablaremos.

            El paseo hasta la casa se hizo en silencio. De todos modos, pasé un brazo por los hombros de Diana y no me rechazó.

            —Preparad algo para comer… — Les dijo a sus hijas secamente.

            Ellas se fueron a la cocina y nos dejaron en el salón.

            —Mira Jesús, entiendo que tu intención es buena, pero, llevo toda mi vida en este negocio y lo conozco bien. Por ahora vendo lo suficiente para que nos permita vivir sin agobios. Además… no me entusiasman los cambios.

            —Lo siento Diana. Como bien dices mi intención era buena. Pero si no quieres… Olvídalo. No me inmiscuiré…

            —Jesús, perdóname si he sido brusca… Verás. Hace once o doce años mi ex me propuso cambiar de negocio. Quiso montar un bar de copas en mi local. Ahí empezaron nuestras disputas que terminaron como ya sabes.

            —Lo siento, Diana. No sabía nada de eso. No hablaremos más sobre el asunto.

            Nos abrazamos y nos besamos con ternura. Era nuestra primera escaramuza. Ella había dejado claro que era lo que quería, cuáles eran sus prioridades. Pero yo no dejaba de pensar en la forma de hacerlo sin que ella tenga que dar su brazo a torcer. Descansamos y Diana se marchó de nuevo a la tienda mientras me quedaba con las dos niñas en casa.

            —¿Nos vamos a mi oficina? Pasamos por la tienda y se lo decimos a mamá.

            —¡Vale, qué guay!

            Así lo hicimos. Las chicas se entretuvieron buceando por internet mientras terminaba unos programas que tenía pendientes. Greta no se apartaba de mi lado y preguntaba por todo.

            —Así que mamá no quiere vender por internet ¿no?

            —Pues no. Al parecer le traen malos recuerdos las propuestas para el cambio de negocio. La verdad es que tiene razón. Mi propuesta es buena, pero ella desconfía del cambio. El problema es que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Ella conoce muy bien el negocio, los proveedores y la venta personal, en la tienda. La de internet es fría, impersonal… No se interactúa con el cliente… Y eso a ella le da miedo. Es lógico.

            —Jesús, ya te habrás dado cuenta de que te mentí ¿no?

            —No sé a qué te refieres.

            —Cuando te dije que estaba enamorada de mamá…

            —Ahhh, eso, pues creo que sí. Tú hablabas por tu hermana ¿verdad?…

            —Sí… ¿Cómo lo has sabido? Bueno y ahora… ¿qué?

            —¿Le contaste a tu hermana lo que te dije sobre los enamoramientos?

            —Sí, parece que se quedó conforme, aunque lloró un poquito. ¿Cuándo te diste cuenta que no era yo?

            —Ayer, en la cama. Tú estabas a mi lado y ella no se apartaba de tu madre. La forma en que la acariciaba y la besaba…

            —¿Y no te dio celos? Porque a mí me reconcome cuando mamá te besa, cuando te acaricia… Cuando hace el amor contigo… ¡La mataría!

            —¿Por qué tanta violencia? Es tu madre, te quiere con locura, como a tu hermana.

            —Y como a ti ¿no? Pero yo te quiero más, mucho más que ella. Pídeme lo que quieras y te lo doy…

            —Pues te voy a pedir algo, a ver si es cierto que me quieres tanto… Te pido que quieras a tu madre y a tu hermana más, o al menos igual que a mí… ¿Serás capaz de cumplir mi deseo?… Ten por seguro que si lo haces te querré, al menos como tú a mí…

            —Eso es una trampa y… y…  ¡Un lio!… Pero te quiero, eres tan guapo…

            Me abrazó, me dio un piquito en los labios y se fue donde estaba su hermana trasteando por la red. Me reí para mis adentros, eran crías, mentes infantiles en cuerpos de mujer…

            Se acercaba la hora de volver a casa. Termine de cerrar los ficheros y apagar las torres. Ellas iban cotilleando por lo bajo. El despacho está situado en un edificio de oficinas muy céntrico. Dispongo de plaza de garaje en el sótano y hacia allí nos encaminamos para coger el coche y regresar a casa.

            Diana ya había llegado, preparaba la cena. Entré en la cocina a besarla y darle un achuchón mientras las niñas subían a su cuarto.

            —¿Cómo se han portado las dos?

            —Muy bien. Son muy maduras para su edad. A veces me plantean cuestiones en las que yo no me he parado nunca a pensar. Pero bien. Además, son auténticas expertas en informática… Han estado trasteando en las redes sociales contactando con amigas suyas del colegio… Por cierto ¿Van a un colegio interno?

            —Sí, no tuve más remedio. Con la tienda no podía dedicarles el tiempo que necesitaban y si no atendía la tienda no podíamos vivir. Busqué la solución que… Fue muy duro separarme de ellas, aunque estamos juntas los fines de semana, no puedes imaginarte… — Empezó a llorar

 

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GLORIA Capítulo 4

GLORIA Capítulo 3

Gloria 2

Gloria Cap 1

Cosas de mi adolescencia

La salida del tren

Hermanas 2

Hermanas 1

Bucle

Era noche cerrada 4ª parte. Final.

Era noche cerrada 3ª parte

Era noche cerrada 2ª parte.

Era noche cerrada. 1ª parte

Diana y sus hijas 6 Final.

Diana y sus hijas 5

Diana y sus hijas 4

Clara 2ª parte Final.

Clara 1ª parte

Diana y sus hijas. 2.

Dobles parejas 2

Dobles parejas 1

Diana y sus hijas. 1.

Despedida de soltero

Marta.

Servicio de caballeros 2

Servicio de caballeros 1

Dramas familiares 2

Dramas familiares

Engaños

Yo puta 3

No sé bien cómo empezó todo 2

No sé bien cómo empezó todo 1

Estaba claro que no era mi noche

Yo puta 2

Yo, puta.

Hija adoptiva 3 Final

Hija adoptiva 1

Hija adoptiva 2

Armas de mujer 2

Armas de mujer.

El estudiante

Ana, mi hija (y 5)

Ana, mi hija (4)

Ana, mi hija (3)

Ana, mi hija (2)

Ana, mi hija (1)

Caro y su protector 3

Caro y su protector 2

Caro y su protector

SECUESTRADA (y 4)

Secuestrada (3)

Secuestrada (2)

Secuestrada (1)

16 días cambiaron mi vida y Gaby, mi hija

De vuelta a mi casa

Las cosas de mi madre 10

La suicida.

Las cosas de mi madre 9

Las cosas de mi madre 8

Pablo, Ana, José, Mila y familia. 4

Las cosas de mi madre 7. Final.

Las cosas de mi madre 6

Las cosas de mi madre 5

Las cosas de mi madre 4

Las cosas de mi madre 3

Las cosas de mi madre 2

Pablo, Ana. José, Mila y familia. 3

Las cosas de mi madre 1

Pablo, Ana. José, Mila y familia

Ya somos dos, para el profe y el portero

La necesidad de pija a los 40

Pablo, Ana. José, Mila y familia.

Gaby, mi hija. Epílogo.

Gaby, mi hija. 10 Final.

Gaby, mi hija. 9

Gaby, mi hija. 8

Gaby, mi hija. 7

El sueño de Irene

Gaby, mi hija. 6

Gaby, mi hija 5. Fin de la primera parte.

Gaby, mi hija 3

Gaby, mi hija 4

Gaby, mi hija 2

Gaby, mi hija 1

16 dias. La vida sigue 7

16 dias. La vida sigue 5

16 dias. La vida sigue 6

16 dias. La vida sigue 4

16 dias. La vida sigue 3

16 dias, la vida sigue

16 dias. La vida sigue 2

Mi nueva vida 7

Mi nueva vida 6

Mi nueva vida 5

Mi nueva vida 4 original

Mi nueva vida 3

Mi nueva vida 2

Mi nueva vida

16 dias cambiaron mi vida 6

16 dias cambiaron mi vida 7

16 dias cambiaron mi vida 5

16 dias cambiaron mi vida 4

16 dias cambiaron mi vida 3

16 dias cambiaron mi vida 2

16 dias cambiaron mi vida