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Ana, mi hija (3)

en Amor filial

Ana, mi hija 3

            Tras la experiencia vivida en la pasada noche, en la que Ana tuvo su primera relación sexual con un hombre, Mauro; nos disponíamos a repetirla en condiciones más normales; si normales pueden ser las relaciones sexuales de un joven con una madre y su hija juntas.

            Estábamos desnudos los tres en el dormitorio, un tanto cohibidos por la situación. Ana, roja de vergüenza, se tapaba el coñito con una mano y con la otra intentaba cubrir sus pechos con la cabeza gacha. Mauro se acercó, se colocó frente a ella y acarició su mejilla con el reverso de su mano izquierda, al tiempo que con la otra le alzaba la barbilla con suavidad para mirarla a los ojos.

            Se inclinó y rozó los labios con los suyos. Ana cerró los ojos y se abandonó; lo abrazó y estrecho contra su cuerpo, como buscando amparo; sus bocas se fundieron en un apasionado beso. Las lenguas de ambos se enroscaban, las manos acariciaban sus cuerpos. Los dedos del chico se deslizaban a lo largo y ancho de la espalda, caderas y glúteos de Ana, que se estremecía con el contacto.

            La polla de Mauro se erguía aplastándose contra el vientre de mi niña.

            Ana se arrodillo frente a la maravilla que se le ofrecía, la cogió con las dos manos y paso la lengua por el orificio del glande, donde aparecía una gotita transparente de líquido preseminal que ella bebió sin un atisbo de repugnancia. Acarició y tragó glotona el trozo de carne suave y cálido que se le ofrecía. Me puse a su lado y la imité. Mamábamos alternándonos, con las manos acariciábamos las pelotas que estaban contraídas en el escroto por la excitación.

— ¡Parad, parad por favor! No puedo más y no quiero correrme aun. —Suplico el muchacho.

            Nos pusimos en pie. Mauro se inclino para pasar un brazo por la espalda y otro por detrás de las rodillas de Ana. La levantó con facilidad y la depositó en la cama tendiéndose a su lado sin dejar de acariciarla, de besarla; mimándola. Deslizaba, peinaba con los dedos el pubis de mi hija poblado de suave vello castaño claro.

            Me producía una extraña sensación interior la ternura con la que trataba a mi niña; me gustaba, pero, al mismo tiempo, surgía un sentimiento desconocido para mí. ¿Sería esto lo que llaman celos? ¿Podía estar celosa de mi hija? ¿Envidiaba a mi hija? Tuve que hacer un esfuerzo para apartar esos pensamientos de mi mente.

            Me concentré en lo que ocurría ante mí. Mauro, entre los muslos de Ana le comía el coño, lamía sus labios, penetraba la rosada raja con la lengua. Ana tuvo su primer orgasmo. Yo, arrodillada en un lado de la cama acariciaba el cuerpo de mi hija que gemía y se encogía como un animalito herido tras el intenso clímax.

            El muchacho se encaramó sobre Ana, cubría totalmente el cuerpo de mi hija con el suyo; apuntó y penetró lentamente su coño; mi niña, con los ojos abiertos de par en par, mirándolo fijamente, la boca entreabierta, los brazos enroscados en el cuello del chico; lo atraía para besarlo, como si le fuera la vida en ello, enroscando las piernas en las caderas de su amante.

            Me senté junto a ellos; no podía dejar de mirar, de admirar, lo que hacían, al pasar mi mano derecha por mi coño lo encontré mojado, hilillos de flujo partían del vestíbulo vulvar hasta los dedos que hundía y sacaba de mi vagina. Acaricié la espalda del moreno que se movía endemoniadamente sobre Ana. Gemían, se acariciaban… ¡Se devoraban a besos…!

— ¡Ana, qué hermosa eres! ¡Me encanta follar contigo! ¡Joder qué buena estas! ¡Qué caliente tienes el coño! —Balbuceaba el chico empujando, bombeando, una y otra vez el sexo de mi hija.

—¡¡Siii!! ¡¡Siii!! ¡A mí también me gusta, siii me gusta! ¡¡Fóllame!!… ¡¡Fóllame y córrete dentro!! — Gritaba Ana fuera de sí.

            Fue como la explosión de un volcán de pasión. Los cuerpos de los dos amantes se retorcían. Mi hija elevó su vientre arqueando la espalda, apoyando los hombros y las piernas levantando a Mauro que, aprovechando la postura, penetró al máximo en la matriz de Ana descargando su semen en el interior.

            Un rugido ronco surgió de su garganta, se dobló hacia atrás curvando la espalda y cayó como alcanzado por un rayo sobre Ana, que presa de espasmos y contracciones, gemía, como llorando…

— Ana, mi vida ¿estás llorando? —pregunté asustada.

— De felicidad mamá… de felicidad. —Susurro.

            El cambio que observaba en Ana era espectacular. Claro que, por mi trabajo, ella pasaba muchas horas sola en casa; en realidad yo no sabía que hacía, que leía y sobre todo como pensaba. Estaba descubriendo facetas desconocidas de Ana. En los pocos días que llevábamos practicando sexo, la comunicación con ella era magnífica.

            Mauro se dejó caer de espalda en medio de la cama. Ana, a su izquierda, intentaba recuperar el aliento. Yo a su derecha, sobre mi costado izquierdo, admiraba el majestuoso cuerpo de Mauro, sus pectorales, su vientre… Se giró hacia mí y me besó.

— ¡Gracias Adela! ¡Tu hija es maravillosa! ¡Es un regalo que jamás olvidaré! Pero yo estoy aquí por ti, no lo he olvidado. Déjame reponerme… El polvo con Ana ha sido ¡mmmmm!, genial y ahora es tu turno. — Decía hablándome con voz ronca en el oído.

             Provocaba escalofríos en mi piel acariciándome el vientre, jugando con el ombligo, subiendo hasta los pechos, amasándolos, pellizcándolos.

            Las yemas de sus dedos parecían mágicas. Las deslizaba por mis brazos, por el revés de las manos y me producían un extraño placer, parecido a las cosquillas. Tocara donde tocara, mi cuerpo era como las cuerdas de un violín y la melodía que sonaba era deliciosa. Perdí la noción del tiempo que estuvo acariciándome desde la frente al pubis con una sola mano. Sus dedos en mis labios producían unas deliciosas sensaciones difíciles de explicar. Arañando suavemente la nuca era delirante. El placer era delicado, suave en algunos puntos, intenso en otros. Pero en todos ellos maravilloso.

            Besó intensamente mi boca. Se incorporó. Bajó de la cama para situarse en los pies, separó mis rodillas y hundió su cara entre mis muslos. Su lengua penetró mi raja, desde el ano hasta el botoncito… Un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Me corrí. Fue como un relámpago. No me lo esperaba; haber excitado mi cuerpo antes del toque final, fue como tensar la cuerda de un arco para, en un instante soltarla y salir disparada la flecha, que, en esta ocasión, se dirigía al centro de mi corazón.

            Apresé su cabeza por el pelo con mis dos manos y lo detuve. En aquel momento el más ligero roce en mi clítoris me producía una sensación tan intensa que resultaba insoportable. Él sabía lo que hacía. Esperó pacientemente a que me recuperara. Pero no estaba quieto.

            Me cogió por los pies y los elevó para lamer mis dedos, mordisquear los talones, masajear el empeine y subir acariciando las pantorrillas, la parte trasera de las rodillas, la parte interior de los muslos. Sus dedos eran mágicos.

            No quedó un rincón de mi anatomía, por debajo de las caderas, que no masajeara, pellizcara o chupara. Me sentía en la gloria.

            Ana me miraba extasiada. Sonreía. Se acercó y me besó en la boca, en el momento en que Mauro mordisqueaba la parte interior de los muslos más cercana a la ingle para atacar de nuevo mi húmedo, más bien encharcado, rincón.

            Las manos de Ana sobre mis pechos, su boca en mi boca, la lengua de Mauro en mi culo, picoteando por el perineo, chupando y sorbiendo los jugos secretados por mis glándulas y llegando hasta mi botón. Bajar de nuevo recorriendo el mismo camino al contrario, hasta el ano, hurgando con su lengua en él.

            Con los fluidos de mi coño y su saliva, lubricó un dedo y lo introdujo en mi ano. Sin forzar, con delicadeza. Y seguía con la lengua torturando dulcemente mi intimidad.

            Miré hacia abajo porque sentía una sensación extraña; Mauro introducía el dedo anular en mi culo, los dedos índice y corazón en la vagina y con el pulgar excitaba el clítoris… Me follaba y excitaba tres puntos al mismo tiempo con una sola mano…

            ¡Era un artista del sexo! Solo con la mano derecha era capaz de excitar los tres rincones más sensibles de mi anatomía. Pero no terminó ahí la cosa. Se deslizó, sin dejar de excitarme con la mano; se colocó a mi lado para chupar el pezón. Ana, al otro lado pellizcaba y chupaba mi otro pecho… ¡Era alucinante!  ¡La gloria existía!

            Otro poderoso orgasmo provocó espasmos en mis piernas que se movían solas, mi espalda se arqueaba. Ya no controlaba mi cuerpo. Se movía espasmódicamente al margen de mi voluntad…

            Dejó el clítoris para centrarse en el culo. Estaba entregada. El dedo entró en mi orificio y no sentía molestia alguna, me gustaba. Masajeó y lubricó forzando un poco el esfínter introdujo otro dedo.

— ¡Siii! ¡Me gusta! ¡Sigue, no pares! —Grité fuera de mí.

            Intentó introducir un tercer dedo pero el esfínter no lo permitía; se dio cuenta y se detuvo.

            De nuevo se dedicó a lamer mi raja en todo su extensión. Y un nuevo calambre recorrió mi cuerpo. Este hombre me mataba de gusto, pero no podía parar. Perdí la cuenta. No sabía cuántas veces había alcanzado el clímax, pero tampoco me importaba.

            Tendida boca arriba, los brazos extendidos, las piernas abiertas, a su entera disposición.

— ¡¡Fóllame!! ¡¡Fóllame por favor!! ¡¡Me muero de gusto!! ¡Poséeme! ¡Soy toda tuya!

            Yo gritaba desaforadamente, sin importarme los vecinos, solo me importaba el placer que este hombre me proporcionaba. Se puso en pie, mirándome desde los pies de la cama. Ana, a mi lado, apretando mi mano con fuerza.

— ¡Si mi amor! ¡Eres preciosa! Yo intuía que eras una mujer fogosa, pero jamás pude imaginar cuanto. Llevo observándote, siguiéndote, mucho tiempo, sin atreverme a hablarte… Llevo meses soñando con este momento. ¡Te quiero Adela! ¡Te quiero! ¡Estoy loco por ti! ¡He pasado noches enteras en vela soñando con un momento como este…! Pero ni en las más calenturientas pude imaginar que tú y tu hija pudierais darme tanto placer… Te amo…

            Lo miré sorprendida, confundida. ¿Me acababa de declarar su amor? ¿Era un sueño? Miré a mi hija que también estaba sorprendida por aquella manifestación. ¿Cómo un chico al que le llevaba trece o catorce años se podía enamorar de mí?

            No tuve tiempo de pensar en nada más. No me dejó.

            Subió a la cama, me miró con sus ojos negros y mi corazón, ya bastante acelerado por la actividad anterior, quería salirse de mi pecho.

            Se tendió sobre mí, me besó y probé el sabor de mi sexo. Me sentía flotar en una nube. Perdí de vista a Ana. Algo penetró mi coño, Ana había cogido la verga para meterla en mi grieta sin dificultad, entró como un cuchillo en un pastel de nata; se movía dentro de mí. Un dedo de mi hija entró en mi culo, lo movía con suavidad, con delicadeza.

            Mauro empezó a bombear, despacio, lentamente, besándome, acariciando mi cara, el pelo, pasó una mano bajo mi nuca para inmovilizarme y devorar mi boca. Aumentó el ritmo, acelerando, con golpes de cadera que me hacían sentir su hombría en lo más profundo de mi cuerpo.

            Elevé mis piernas para abrazar con ellas las caderas de mi amante, mis pies, en sus nalgas, espoleaban para que me penetrara más y más. Mis caderas se movían espasmódicamente y empujaban para facilitar la inserción de aquella maravillosa polla en mi vientre. Las manos en su espalda clavando las uñas en los omoplatos hasta hacerlos sangrar.

            Noté como venía, como subía por mi cuerpo, una sensación de mareo, como se tensaban las piernas, la espalda. Los dedos de los pies tensos, doblados en un ángulo imposible. Los brazos agarrotados de tanto apretar, como si se fuera a escapar, como si me fuera la vida en ello.

            Y la explosión de placer, imparable, arrebatadora; me faltaba el aire. En aquel momento la cantidad de sensaciones que envolvían todo mi cuerpo se concentraban en el coño y de allí irradiaban al resto de mi anatomía.

            Durante unos segundos perdí el conocimiento. Lo sé porqué cuando volví en mí Ana me miraba preocupada, Mauro sentado al otro lado me besaba las mejillas, la frente. Yo me sentía flotar. Una sensación de paz, de felicidad, me embargaba. Los atraje hacia mí y nos abrazamos los tres.

            Amaba a mi hija, como una madre ama a sus hijos, pero ¿y a Mauro?

            Apenas veinticuatro horas antes era casi un desconocido y ahora me sentía más ligada a él que a ningún otro hombre en mi vida. ¡Y me acaba de declarar su amor! ¿O tal vez era debido a la pasión del momento? ¿Puede haberse enamorado de mí? ¿Puedo haberme enamorado de él en unas horas? Lo cierto es que jamás he estado enamorada de otro hombre.

             ¿Otro hombre? Mi padre; un bruto incapaz de comprender ni aceptar un error de su hija, del que no era totalmente responsable. Mi marido; se aprovechó de mi, de mi inocencia y en cuanto tuvo la primera oportunidad nos abandonó. ¿Qué hombres? Mauro ha sido el primero que me ha hecho sentir… ¡Y cómo lo ha hecho!

            Lo cierto es que lo que ahora siento por él nunca lo he sentido por nadie.

            Y para colmo ha facilitado un cambio en Ana; incapaz de hablar con un extraño durante los últimos cuatro años, ha salido de su caparazón para entregarle su cuerpo y disfrutar del sexo por primera vez en su vida. Además de compartirlo conmigo.

—Me siento feliz, muy feliz, Ana, Mauro. Gracias… gracias a los dos por este día. Hoy comienza una nueva vida para mí, para nosotros. — Me miraban sonrientes, curiosos

— Pero vamos a preparar algo para comer… Tanto ejercicio me ha abierto el apetito. ¿Te quedas Mauro? — Pregunté temerosa de que se marchara… para no volver.

— Bueno, esta noche trabajo, tengo que ir a casa a cambiarme y…

— Nos encantaría que te quedaras con nosotras; pero no tienes ninguna obligación. Puedes volver cuando quieras. Esta será tu casa y nosotras tus amantes. — La intervención de Ana me sorprendió, la miré y asentí con la cabeza.

— Sí Mauro, Ana tiene razón. Has llegado muy hondo dentro de nosotras y te estamos muy agradecidas. Pero es medio día y te quedas a comer. Luego te marchas y vuelves cuando quieras… Si quieres… Ana siempre estará en casa. Yo cuando no esté trabajando. —Besé sus labios y nos levantamos.

            Ana y yo preparamos una comida rápida mientras Mauro se duchaba y vestía. Cuando apareció en el salón el contraluz con el sol que entraba por el ventanal, hacía brillar su pelo húmedo. Era una belleza de hombre. Lo miramos embobadas. Sonrió y una contracción en mi coño produjo una emisión de flujo.

— ¿Qué miráis? ¿Llevo alguna mancha, verdad? — Su comentario nos hizo reír.

            Nos sentamos alrededor de la mesa; había sacado una botella de vino tinto que guardaba mi padre, según decía, para alguna ocasión importante. Y esta lo era.

            Comimos, reímos, charlamos… Mauro nos contó algo de su vida.

— Mi madre era italiana, nacida en Roma, mi padre valenciano. Yo nací y me crié aquí, en Madrid. Todo fue bien hasta que mis padres se separaron cuando yo tenía quince años; mi madre se marcho a Roma, con mi abuela. Yo quería ir con ellas pero mi padre me llevó con él a Valencia, donde tenía abogados, negocios. Con el tiempo se echó una novia con la que yo me llevaba fatal. Fueron años muy duros para mí. La relación con mi padre era… —Un gesto de dolor atravesó su rostro.

— Sé lo que es eso, Mauro. Yo también tuve problemas con mi padre. —Le dije, al tiempo que acariciaba su mano. Continuó.

— Por medio de unos amigos encontré trabajo en Madrid y me vine. Ya llevo tres años aquí. Seguí con mis estudios de periodismo, que empecé en Valencia y terminé hace un año. Pero no encuentro trabajo en lo mío y ahí estoy;  en el club. Espero que por poco tiempo.

            Era toda una historia, resumida pero muy dura. Casi tanto como la nuestra…

            Y se marchó. Tras un aluvión de besos, caricias, abrazos y lágrimas; asegurándonos que volvería en cuanto estuviera libre…

+++

            Pero no volvió. Pasaron dos, tres, cuatro días sin noticias suyas. El quinto día, después de cerrar la tienda, me pasé por el club y pregunté por él…

— Hace cinco días estaba aquí cuando recibió una llamada, cuando terminó dijo que se marchaba sin dar más explicaciones. Me pareció muy alterado, nervioso, no ha vuelto a recoger su liquidación… Un amigo suyo, que también trabaja aquí, se pasó por su apartamento y no estaba. No sabemos nada de él. —Me dijo el encargado.

            Un nudo atenazaba mi garganta… Me despedí del amable señor y me marché a casa. En el metro me dio un vahído, casi me caigo al suelo. Un hombre que estaba de pie a mi lado me cogió, hizo levantarse a un pasajero para que me sentara. Se me pasó, me disculpé y seguí camino a casa. No era de extrañar, casi no había comido en todo el día; un nudo en el estómago me impedía tragar. Y no era el primero. Apenas había comido en los últimos tres días.

             Estaba destrozada. Otra desilusión, otro golpe. ¿Pero qué me pasaba? ¿Por qué me abandonaban? Solo mi Ana seguía conmigo. Solas las dos… Nos haríamos viejas juntas y…

            Abrí con mi llave la puerta y al entrar lo vi.

             ¡Mauro estaba allí! ¡Sentado en el sofá, junto a Ana!

            De nuevo el mareo, se me doblaron las rodillas y caí al suelo desmayada.

            Al abrir los ojos, lo primero que vi fue la cara preocupada de Mauro. Ana, a su lado cogía mis manos, nerviosa. Estaba tendida en el sofá.

— Mamá ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma? ¿Llamo al médico? ¡Contesta por Dios! — Mi pobre hija estaba asustada.

            Como pude me incorporé, respiré hondo y acaricié la mejilla de Mauro.

— Estoy bien Ana. No es nada, algo fatigada… Pero no es nada.

            Mauro me abrazó, me besó. Estaba en la gloria, me sentía tan feliz…

— ¿Cuándo has llegado Mauro? no hemos sabido nada de ti en… —No me dejó terminar la frase.

— Es lo que estaba explicándole a Ana. He llegado hace un rato desde Atocha. El día que me fui, en el trabajo, recibí una llamada. Mi padre había fallecido. Llamé a un taxista conocido y le expliqué el caso, vino por mí y me llevó hasta Valencia. El funeral, los abogados, el notario… No podéis imaginar lo complicados que son los trámites testamentarios… He pasado los peores días de mi vida; deseando volver a veros, a estar con vosotras… No tenía vuestro teléfono ni encontré la forma de avisaros. Pero en cuanto he tenido tiempo he vuelto… Prueba de ello es que estoy aquí.

            No dejaba de mirarlo. Su sonrisa iluminaba el salón. Era un sueño, Ana me miraba preocupada.

— No necesitas explicar nada Mauro, te dije que esta era tu casa y que podías venir cuando quisieras… — No me dejó acabar de hablar. Sonreí.

— Verás Adelita… Quiero proponeros algo que… Quizá no quieras… —Dudaba.

— ¿Qué? ¡No nos tengas sobre ascuas! —Dijo Ana.

— ¡Adela… ¿Quieres casarte conmigo?! —Oír la propuesta y desvanecerme otra vez, fue todo una.

            Me  hablaban y yo los oía como si estuvieran lejos… dentro de una tinaja.

— ¡Mamá, despierta mamá! —Gritaba Ana casi llorando.

— ¡Adela, lo siento! ¡Por favor vuelve! —Gritaba Mauro preocupado.

— Estoy bien, estoy bien… no os preocupéis… Ya me encuentro mejor. —Intenté tranquilizarlos cuando pude hablar.

            Me incorporé, cogí la mano de Ana y la de Mauro, me levanté. Estaba algo mareada, pero era soportable.

— Vamos a cenar. Hoy no he comido nada en todo el día y me encuentro flojucha. Cenamos y luego hablamos ¿vale? —Necesitaba algo de tiempo para pensar.

            Ana fue a la cocina y acarreó lo necesario para cenar en el salón. Mauro no dejaba de mirarme anhelante. Terminamos de cenar en silencio, me sentía recuperada, ya me encontraba bien. Ana nos dejó y se fue a su habitación muy apenada.

— Mauro, te agradezco como no puedes imaginarte tu propuesta… Pero, con todo el dolor de mi alma, tengo que rechazarla. No es posible. —Callé unos segundos, la desilusión del chico era patente. Miraba al suelo, abatido.

— Adela, sé que es precipitado, pero tengo motivos para… —No dejé que terminara la frase. Lo detuve con un gesto de mi mano.

— Pero tengo una contrapropuesta, que sí es viable… ¡Que te cases con Ana! —Callé y esperé su reacción…

            Quedó pensativo pero no observé indicios de rechazo a mi propuesta. Levanto la mirada y se posó en mis ojos.

— Me gustaría que entendieras algo. Soy bastante mayor que tú y estoy casada. ¿Lo habías olvidado?… Sin embargo, Ana es de tu edad, está soltera, no ha conocido más hombre que tú y sobre todo… Esta loca por ti, se ha enamorado como lo que es, una adolescente con el primer amor de su vida, tú eres su príncipe azul… Ahora estará llorando como una magdalena pensando que no la quieres… —No me dejó terminar.

— ¡Pero sí la quiero, con locura, como a ti…! Te lo propuse porque pensé que me aceptarías, de ella no estaba tan seguro. Os quiero a las dos, quiero vivir con las dos, sois lo mejor que me ha pasado en la vida, después de estos días solo, la vida sin vosotras no tiene sentido para mí. Parece una locura, pero pensé que al casarme contigo os tendría conmigo a las dos. Y tienes razón, es la mejor solución, claro; si Ana está dispuesta a aceptarme… —Hablaba atropelladamente, su cara se iluminó.

— ¿Qué si estoy dispuesta, idiota? Desde que te vi entrar con mi madre, te admiré desnudo en la cama, te hice el amor… Me enamoré de ti… —Rompió a llorar— ¡Te quiero, tonto… te quiero! —Se abalanzó sobre él, que no lo esperaba, cayendo los dos sobre el sofá.

            De nuevo aparecieron los celillos que, como duendecillos malévolos, hurgaban en mi estómago. Pero todo, o casi todo, estaba bien… Después de una sesión de besuqueo y manoseo se tranquilizaron. Ana estaba radiante.

— Mauro, ¿pensabas casarte conmigo para poder follar con tu hijastra…? Ahora te casarás con Ana para poder follar con tu suegra… Creo que ganas en el cambio. Pero eso sí; en el acuerdo entramos las dos. Tendrás que cumplir con tu mujer y conmigo; no lo olvides. —La carcajada fue general y liberadora.

— No tienes que recordármelo, mamá… Tengo que casarme en quince días. Mirad como me tenéis las dos… —Mauro me llama mamá y  nos muestra su hombría en plena erección…

— Pero qué golfo eres… Ana, vamos, esto hay que aprovecharlo —Le dije a mi hija, cogiendo la verga de mi yerno arrastrándolo hasta mi habitación, seguidos de Ana que no dejaba de besuquearlo.

—Tengo una petición que haceros… —Dijo Mauro.

— Tú dirás ¿Qué quieres? —Pregunté.

— La primera noche me ataste y me vendaste los ojos. Me perdí lo mejor… Ver vuestros cuerpos, ver lo que me hacíais, lo sentía, pero no lo veía… Quiero que me atéis sin venda y que repitáis todo lo que me hicisteis… —Su petición me encantó.

— Vamos Ana, sal del dormitorio… —Dije a mi hija.

— ¿Por qué? —Preguntó mohína.

— Para que todo sea igual —Respondí.

            Agachó la cabeza y salió al pasillo no muy convencida. Por la puerta entreabierta vi cómo se desnudaba en el pasillo, la muy pilla. Sonreí.

            Mauro se desnudaba y se tendía en la cama, como la primera vez… Ate sus manos y pies en cruz y me desnudé, lentamente, ante sus ojos. Me miraba con deseo; como la otra vez puse mi boca sobre la suya y lo besé, separándome enseguida.

            Ana entró, como nació, desnuda. Se movía voluptuosamente, con suavidad besó a su novio en los labios, acariciando su torso, pellizcando, primero con delicadeza las tetillas, después provocando gestos de dolor en su inmovilizado macho. Parecía una venganza… Repitió los pasos de la primera vez. Hasta llegar a tragar la verga del muchacho como una profesional…

— ¡Aaaahhhh! ¡Esto no fue así la primera vez! ¡No sigas que me corroo! —Exclamó Mauro.

— Es que la primera vez no sabía lo que sé ahora. He estado practicando con el juguete que me compró mamá. Ya me lo trago entero, como he visto hacer en las pelis que trajo… Jajajaja —La alegría de la risa de mi niña me desbordaba. Apenas hacía una semana era una chica triste, amargada.

— Pues sí que ha sido efectivo el curso de sexo acelerado, Ana —Le dije, riendo yo también.

— Cambiemos el programa —dijo Mauro — Ana, cabálgame y tú, Adela, pon el coño en mi cara que quiero comértelo… —La erección del chico era espectacular y Ana se aprovechó de ella.

            Me puse como quería; su lengua juguetona en mis labios, picoteándome el clítoris. Mis manos en los pechos, en los pezones de mi niña, que al contacto se endurecieron. Ella hacía lo propio con los míos.

            Bajé una mano, acariciando el vientre de Ana para llegar a su botón de placer y masajearlo con un dedo… Fue como si hubiera accionado el disparador de una bomba.

            El grito que profirió fue tal que pensé que los vecinos llamarían a la policía. Cayó desmadejada hacia adelante. Yo estaba delante. Su cara quedó entre mis muslos, me dejé caer un poco hacia atrás hasta sentir la lengua de Mauro en el agujero del culo… Y la lengua de Ana en mi pubis, deslizándose hacia abajo, hasta llegar a sorber los jugos que mi otro lamedor había extraído de mi cuerpo. Mi placer era tal que creí explotar. Mauro seguía dentro de mi niña que se había repuesto lo suficiente como para seguir cabalgando. Se enderezó y atacó de nuevo mis pechos que estaban supersensibles.

            ¡Exploté! Sin poder controlar mis miembros. Me movía alocadamente restregando el coño y el culo en la boca, en la nariz y en la barbilla de Mauro que, cuando podía, se quejaba…

— ¡¡Mamá que se asfixia!! —Gritó mi hija.

            Me dejé caer en el lado derecho del abusado, rota, deshecha, con el sentimiento de culpa de, casi, haber asfixiado al hombre al que quería más que a mi vida.

— ¡¡Perdón… perdón!! ¡Mauro, lo siento! Yo no… —No pude seguir.

— ¡¡¡Aaaahhgggggg!!! —El alarido de Mauro no me dejó terminar de hablar. —Malvadas, queríais matarme. Y de todos modos tampoco he visto nada más que el agujero del culo de Adela. ¡Y sin poder moverme! ¡¡Joder qué gusto!!

            Le quité las ataduras besándolo, lamiendo los líquidos que mi sexo había segregado y que bañaban su cara… Me abrazó, abrazó a Ana…

— He tenido varias experiencias en mi vida, pero como con vosotras… Ninguna… Y creo que en mil años que viviera podría encontrar dos mujeres como vosotras. Tan fieles, tan enamoradas y tan putas en la cama… ¡Quiero casarme con las dos! ¡Quiero ser vuestro esposo y tener hijos con las dos! —Al terminar la frase se nos quedó mirando serio.

— Me he pasado ¿no? —Preguntó angustiado.

— No Mauro. Mamá te quiere, lo sé; no puedes imaginar lo que ha supuesto para ella estos días sin saber de ti. Ya has visto que no comía, no hacía nada a derechas, se le caían las cosas de las manos. Ha roto no sé cuantos platos y vasos fregando. Y yo… No quiero parecer pesada, te quiero con locura. No sé qué sería de mí sin ti… Y ¡Siii! ¡Siii! ¡¡Quiero tener hijos contigo!!… ¡Pero también quiero que los tengas con mi madre…! —Tras estas declaraciones se quedó callada, seria, esperando nuestra reacción.

            Mauro, sentado en el centro de la cama, con mi niña a su izquierda y yo a su derecha, nos cogió una mano a cada una, las llevó a sus labios y las besó.

— Haré lo imposible por haceros madres a las dos. ¡Os lo prometo!

            Nos abrazamos y nos dejamos caer en la cama.

— Mauro, ¿te he oído decir que “tenías” que casarte en quince días? —Pregunté.

— Sí, tienes razón, lo dije y lo reitero… En el testamento de mi padre hay una clausula que me obliga a casarme en el plazo de quince días… con una mujer… para recibir la herencia. Otra clausula me obliga a tener hijos en un plazo no superior a tres años. No me gustaría que malinterpretarais mis palabras. No estoy intentando utilizaros para heredar. El legado de mi padre se puede ir a la mierda si no estáis conmigo. ¡Os quiero! Sé que puede ser difícil de entender para alguien que no haya experimentado esto que siento por las dos.  Además, se han producido tantas casualidades… Algún día os hablaré de la teoría de la Sincronicidad de Jung. Quizá encontremos alguna explicación a esto que nos ocurre y que, al menos para mí, ¡es maravilloso!

— ¿Por qué puso tu padre esas clausulas en el testamento? Parece absurdo. —Pregunté. Mauro se puso tensó.

— Pues él tenía sus razones. Cuando vine a Madrid quien me encontró trabajo fue un amigo… Muy… amigo. No sé como encajaréis esto pero estuve viviendo con él hasta hace un año… Viviendo… ¿me entendéis? —Estaba tenso y preocupado.

— O sea… Que os “entendíais”, ¿no es así? —Soltó mi mano y se replegó. Habló angustiado.

— Sí… Teníamos relaciones sexuales; hubo un tiempo en que creí estar enamorado de él… Después me di cuenta que no solo me atraían los hombres. Te vi a ti, Adela y me enamoré perdidamente. Llegué a la conclusión que era bisexual… Si queréis… Me marcho… —Estaba a punto de llorar.

            Me invadió un profundo sentimiento de ternura. Era como un niño desvalido… Lo abracé, me abrazó, Ana se unió…Llorando… Y lloramos los tres…

— ¡No, Mauro! No te marchas, nos tendrás a las dos por el resto de tu vida, que ya no es solo tuya, es nuestra vida… Te queremos demasiado Mauro… Ha sido un enamoramiento extraño, rápido, intenso… Maravilloso… Tú has traído la alegría a esta casa, a nuestras vidas… Tienes aquí a dos mujeres que beben los vientos por ti, que te aman con pasión, con locura… ¿Cómo te vas a ir? ¡Iremos contigo hasta el fin del mundo! —El ardor amoroso fluía por mi sangre.

            Las palabras no eran suficientes para expresar mis sentimientos. El abrazo se convirtió en calor, ardor sexual que nos embargaba, renovamos los besos, las caricias. Su verga nos indicaba que íbamos por buen camino.

            En silencio me encaramé sobre sus caderas y lo cabalgué…

            Ana lo acariciaba y besaba, cogió la mano de nuestro amante y la llevó a su vagina para que la pajeara. Con la otra, Mauro acariciaba mi vientre, toqueteaba con su pulgar mi ardiente clítoris, subía, acariciando con sus yemas hasta mis pechos que le ofrecía incondicionalmente. Me sentía poseída por el macho que penetraba mi vientre. Me entregaba totalmente, era… Suya.

            De nuevo el ardor del orgasmo se expandía por mi cuerpo, como una ola, bañando en placer las orillas que encontraba a su paso; caí, sobre su musculado pecho, sobre el hombre, el único hombre que en una semana había logrado darme más placer que nadie en mis treinta y ocho años de vida.

            Mi niña; a mi lado, se corría de gusto con los dedos del futuro esposo, chapoteando,  en el interior de su coño. Boqueaba, como los pececillos cuando los sacan del agua. Su carita era preciosa, con los ojos entornados, la boquita entre abierta, los preciosos dientes, como perlas blancas y su gesto de placer; un placer que hace una semana desconocía.

            Cuando nos calmamos, seguimos charlando.

— Entonces… ¿Qué piensas hacer Mauro? ¿Te marcharás? —Pregunté temerosa.

— ¿Marcharme? Si… Pero… Con vosotras… Mañana nos vamos los tres a Valencia.

— ¿Así? ¿De pronto? ¿Y la tienda… nuestras cosas? —Pregunté confusa.

— Veréis, si digo mañana es porque pasado mañana tenemos que estar en el despacho del notario que dará fe del compromiso entre nosotros. O sea, de que nos vamos a casar Ana y yo, antes de quince días. Necesitamos los documentos para casarnos… Y todo eso lo vamos a gestionar desde Valencia.

— Pero creo que es muy precipitado. ¿Dónde viviremos? Yo ¿me atreveré a salir de casa? —Preguntó Ana angustiada.

— Ana, mi vida. Ya estás bien. Puedes salir de casa. Te llevaremos en taxi hasta Atocha para coger el tren hasta Valencia y allí viviremos en mi casa. Tenéis que conocer el hotel que ahora será de mi propiedad… Si queréis podéis trabajar, ayudarme a gestionarlo. Sé que podéis hacerlo… Tú puedes hacerlo Ana. Nosotros te ayudaremos y no nos separaremos de ti hasta que puedas… Volar… —Su entusiasmo me cautivó.

— Mauro, si eres capaz de sacar a Ana de aquí y llevarla a Valencia; me harás la mujer más feliz del planeta. Y sí… Te veo capaz. Por tu amor, Ana, hará lo que le pidas… ¿Me equivoco Ana? —Mi hija me miraba angustiada.

— Si tú quieres… Haré lo sea por estar contigo… ¡Te quierooo! —Se deshizo en besos.

— Intentemos dormir un poco… Mañana será un día movidito. —Me giré, dando la espalda a Mauro y traté de dormir…

            Pero no podía… El día había sido muy intenso en emociones. Un movimiento a mi espalda me indicaba que los dos tortolitos seguían liados… Yo me veía incapaz de seguir su ritmo… Casi sin darme cuenta, el suave vaivén me condujo a los brazos de Morfeo.

           

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