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Ana, mi historia. Cap. 2

en Confesiones

      

           

Esta es la continuación de la historia de mi familia narrada por Pablo A. (Solitario), basándose en la información que recibió de mi padre hace seis años y que dio en llamar --- “16 días cambiaron mi vida” ---

 

Y que podeis encontrar, completa en Freebooks, con este título y Pablo Andrade como autor.

 

 

 

 

 

 

 

Ana, mi historia. Cap. 2

 

 

 

Por la mañana desayunamos en el bar de la planta baja del bloque.

 

Fuimos a la que fue nuestra casa en la playa y hablamos con los nuevos propietarios. Estos nos informaron de que lo único que sabían era mi padre había vuelto a su pueblo en Jaén, a casa de su hermana.

 

Y allí nos encaminamos. Comimos en un restaurante de carretera en Guadix y al llegar al pueblo le indiqué donde vivía mi tía Silvia. La sorpresa fue saber que se había divorciado. Su marido supo que mi tía no heredaría nada de los bienes de su familia y la dejó.

 

Mi tía se marchó a Valencia. El exmarido nos dio la dirección y nos dijo que tal vez mi padre viviría con ella.

 

Al preguntar por mi abuela nos dijo que estaba en un asilo en Jaén. Padecía demencia senil y no reconocía a nadie. Me propuse visitarla algún día, más adelante.

 

A Valencia nos dirigimos. Pasamos la noche en un motel en Albacete para no conducir durante tantas horas, aunque nos turnábamos al volante. Estábamos agotados.

 

—Pablo — pregunté mientras conducía — hay algo que me ocultasteis relacionado con el testamento de mi abuelo Pepe. ¿Por qué desheredó a mi padre y a mi tía Silvia y dejó la mitad de la herencia a mi hermana Mili?… Yo sospecho el motivo pero necesito saberlo…

 

—Querida… Creo que esa pregunta se la debes hacer a tu padre. Él te podrá responder con más conocimiento de causa.

 

—¿Pero tú lo sabes, no?

 

—Sí, pero quiero que sea José quien te lo explique. Lo sabe mejor que yo.

 

Sabía que no lograría que me dijera nada más.

 

Cenamos en el restaurante del hostal y a pesar de que las camas eran separadas en la habitación, las unimos y tras una deliciosa sesión de sexo nos dormimos abrazados. Yo quería a este hombre del que me separaban cuarenta años, pero no me importaba.

 

Llegamos a Valencia y con el GPS no tardamos en localizar el nuevo domicilio de mi tía Silvia. Un tercer piso en un bloque de diez plantas.

 

—¡¿Ana?! ¡Dios mío, hace años que no te veía pero… Estás preciosa! ¡Cuánto te pareces a tu madre! ¿Cómo está?

 

Nos abrazamos y no pudimos evitar que aparecieran las lágrimas.

 

—Nos dejó tía. El sepelio fue anteayer, vengo buscando a mi padre…

 

—¡¿Ha muerto?! ¡¿Mila ha muerto?! ¡Dios mío! No sé qué decir… Lo siento hija. Lo siento de verdad por ti y por… Tu madre no era la única culpable de lo que sucedió. Por desgracia lo sé muy bien. Tu padre podrá explicarte…

 

—Mi padre… No sabe nada, creo. No sé dónde está. No hemos podido localizarlo. ¿Tú lo sabes?

 

—¡Claro! Vive muy cerca de aquí… con… — Me miró, su duda me intrigaba.

 

—¿Con quién tía? No me voy a asustar y si él ha logrado ser feliz… Yo me alegraré por él. Lo merece. — Le dije.

 

—Bueno. Lo mejor es que vayas a verlo y que sea él quien te lo explique.

 

Nos facilitó la dirección, tras despedirnos con afectuosos abrazos nos marchamos.

 

Sentía una desazón en mi estómago que no presagiaba nada bueno. ¿O eran imaginaciones mías?

 

Llegamos a una barriada con casas de tres o cuatro plantas… En una zona cercana al puerto. Localizamos la vivienda y Pablo pulsó el timbre desde el porterillo de la calle. Yo estaba hecha un manojo de nervios, hacía tres años que no veía a mi padre.

 

Una voz femenina preguntó.

 

—¿Quién es?

 

—Soy Pablo Andrade, ¿está José?

 

Silenció. Poco después la voz inconfundible de mi padre.

 

—¡¿Pablo?! ¡Entra!.

 

La cancela se abrió y mi padre estaba esperando en el zaguán. Yo no pude más y estallé en sollozos corriendo a abrazarlo.

 

—¡¡Ana!! ¡Mi vida! ¡¿Cómo tú aquí?! Si estabas en Italia… — Me estrujó entre sus brazos.

 

—¡Papá, necesitaba verte! ¡Abrazarte! — Dije llorando.

 

—Deja de llorar Ana, cariño mío — Mi padre miró a mi acompañante — ¿Qué ha pasado Pablo?

 

Se apartó de mí para abrazar a Pablo. Me acogió con su brazo por la cintura y nos empujó al interior de la casa. En el salón una mujer nos miraba sorprendida. Tuve la extraña sensación de conocerla.

 

—Esta es Mónica, mi esposa.

 

Mi padre presentó a Pablo y se dieron dos besos.

 

—Y esta es Ana… Mi Ana… Mi hija…

 

Me miró, la miré y vi un parecido con mi padre… Lloramos abrazadas. Me besaba y mesaba mis cabellos. Percibí una extraña sensación de afecto en ella, sobre todo teniendo en cuenta que acabábamos de conocernos.

 

—No sabes cuánto he deseado este momento Ana. — Me dijo Mónica sin dejar de mirarme a los ojos. — Vamos sentaros que vamos a comer. Aunque no os esperábamos prepararé algo…

 

Me dirigí a mi padre.

 

—Papá, ha ocurrido algo que… Mama ha muerto. — Dije y de nuevo estallé en sollozos. Abrazándome a él.

 

Su rostro cambió. Sentí su dolor. Me consoló y con un pañuelo secó mis lágrimas.

 

—Descanse en paz… — Dijo lacónicamente. No preguntó ni dijo nada más.

 

Pero yo vi cómo se humedecían sus ojos, aunque trataba de disimularlo. Busqué refugio en sus brazos. Se hizo el silencio.

 

Nos sentamos a la mesa. Era hora de comer. Compartieron la comida que tenían preparada con nosotros y además huevos fritos con patatas. Comimos sin hablar. Ayudé a retirar la mesa, mi padre y Pablo se quedaron sentados en el sofá del salón. Un gran ventanal daba salida a la terraza, a una avenida y jardines que la separaba de la playa del Cabañal.

 

Terminamos de limpiar. Yo aún estaba ante el fregadero cuando Mónica me abrazó por la espalda…

 

—Tú debías haber sido mi hija, Ana… Nuestra hija. — Me giré y me seducía su dulce mirada.

 

Al sentarnos en el salón yo no dejaba de mirar a mi padre y a Mónica. Tenían los mismos ojos.

 

—Ana, puede que pienses que te abandoné, que no quise saber nada de ti.

 

—No papá, sé que a pesar de todo siempre estuviste a mi lado. Comprendo que para ti tampoco fue fácil, yo también me aparté para dedicarme a mis estudios, Pablo me ayudó mucho, el bachillerato lo terminé en un año y las notas, 9.25, me permitieron ingresar en la facultad que yo quería. Psicología. Logré ir sacando créditos a base de matricularme en asignaturas de dos cursos consecutivos, o sea, dos cursos por año. Eso me permitió acabar el grado de Psicología que consta, normalmente, de cuatro años, casi en dos y pude acceder a una beca para seguir y terminar en Italia. Pero eso ya lo sabes ¿no? Me consta que has seguido mi carrera puntualmente en silencio sin involucrarme en los asuntos que pudieran distraerme.

 

Vi lágrimas en sus ojos. Me abrazó con fuerza y besó mis mejillas. La emoción me desbordaba y lloré.

 

—Bueno Ana. Lamento no haber estado más cerca de ti en estos últimos tiempos, pero ha llegado el momento de que sepas algunas cosas que han sucedido en nuestra familia y que yo he tratado de ocultarte para no distraerte, sabiendo que tus logros académicos eran inmejorables. — Dijo mi padre.

 

—¿Hay más cosas papá?

 

—Sí hija, pero no debes preocuparte, ya están en su sitio. ¿Recuerdas que tu madre intentó suicidarse?

 

—Sí, claro, pero de eso hace seis años y no resulta un buen recuerdo.

 

—¿Sabes por qué lo hizo?

 

—Creo que porque tú te enteraste que ella se acostaba con tu padre ¿No?

 

—Bueno, sí… en parte. Él se obsesionó con tu madre, quería que nos divorciáramos para casarse con ella. En su locura se dedicó a hacer pruebas de paternidad a todos sus hijos. Y a los míos, así fue como descubrió que era el padre de tu hermana Mili.

 

—¡¡¿Quée?!!

 

—Pero hay más. Al hacer las pruebas supo que tu tía Silvia y yo tampoco éramos hijos suyos. Por eso nos desheredó. Sí cariño, por eso le dejó la herencia a tu hermana.

 

—¡Dios mío que familia ¿no?! — Dije asombrada.

 

Pablo, apesadumbrado, se levantó…

 

—José. Yo me marcho… Creo que tenéis mucho de qué hablar y yo estoy cansado. Hay que traer las maletas de Ana.

 

Mi padre y Pablo fueron al coche para traer mis maletas que subieron a la habitación.

 

Pablo se despidió diciendo que tenía asuntos que resolver y que se marchaba a su casa, en Alicante. Lo sentí mucho pero comprendí que era lo mejor.

 

Nos abrazamos, nos besamos con mucho cariñó y nos separamos con dolor. Pero era necesario; Pablo era un espíritu libre y yo no podía, no debía retenerlo.

 

Cuando se marchó Mónica, que se dio cuenta de mi tristeza, me empujó hacia la escalera…

 

—Ven conmigo Ana, arreglaremos una habitación para ti. Te quedarás con nosotros. Tu padre te necesita; yo te necesito y tenemos muchas cosas de las que hablar.

 

Estábamos solas. Nos sentamos en la cama, Mónica me miró con ternura, tomó mis manos entre las suyas. Sus ojos se humedecieron.

 

—¿Qué ocurre Mónica? ¿Está todo bien?

 

—No te preocupes Ana. Todo está bien, pero tienes que saberlo todo… Para ello tengo que remontarme muchos años atrás. Tu padre y yo nos conocemos desde pequeños. Jugábamos en el pueblo. Nos hemos atraído siempre. De niños en el colegio, más tarde cuando éramos adolescentes empezamos a salir juntos y se enteró tu abuela… Ella se opuso por razones inexplicables para nosotros, cuando se enteró mi padre también se lo tomó a mal. Discusiones, castigos en casa… cuando vio que no podía evitarlo decidió internarme en un colegio en Jaén. Tu abuela hizo lo mismo con tu padre. Lo obligó a irse a Madrid para separarnos, para que no pudiéramos vernos. No comprendíamos porqué nos separaban. Y nos queríamos… Tu padre se escapaba y venía a verme a Jaén, hasta que lo atraparon. Me llevaron a otro colegio más estricto, de monjas. Era una cárcel y quise morirme, Ana. Seguí con mis estudios hasta que pude salir. Habían pasado los años, ya era mayor de edad y seguía enamorada de tu padre. Pero no podía hacer nada.

 

—Pero eso es horrible, Mónica. — Nos abrazamos. Su rostro reflejaba dolor.

 

—Cuando supe que tu padre se había casado, intenté suicidarme con pastillas, pero por suerte no lo conseguí. Me ingresaron en un sanatorio mental donde pasé dos años. Me sentía como una muerta en vida, sin ilusiones, la existencia carecía de sentido para mí. Mi madre enfermó y me convertí en su enfermera. Intenté sobrevivir para cuidarla hasta su muerte hace seis años, Después cayó enfermo mi padre y lo cuidé hasta que hace poco más de un año murió.

 

—Y cómo os reencontrasteis… — Le dije, retirando de su rostro un mechón de cabello que me impedía ver sus bellos ojos.

 

—Tu tío, el hermano mayor de tu padre, que sabía de la atracción que existía entre nosotros le informó del fallecimiento de mi padre. Y en el entierro se presentó José. No me di cuenta hasta que estaba a mi lado… Cuando lo vi me desmayé. La gente pensó que era por mi padre, pero… no… Fue la impresión que me dio ver al hombre de mis sueños, que además, fue el que estaba más cerca y me recogió en sus brazos.

 

—¡Cuánto debes haber sufrido Mónica! — Le dije estrujando sus manos con las mías.

 

La historia me conmovió, me hizo llorar.

 

—No llores Ana… Ahora soy feliz, muy feliz… Tu padre es maravilloso.

 

—Cuando me desmayé tu padre me cogió en brazos y me llevó hasta su coche y condujo hasta mi domicilio. En el trayecto tomé conciencia de lo que ocurría, tartamudeando por los nervios lo invité a tomar café en mi casa. No dejaba de temblar de emoción. Pero no llegamos a probarlo. — Se enrojecieron sus mejillas y miró al suelo — Yo era virgen Ana. Tu padre fue el primer y único hombre de mi vida y ese día… fue mi primera vez… y fue maravillosa. Tu padre fue tan cariñoso, tan delicado conmigo… Estoy muy enamorada Ana. Lo quiero con toda mi alma, desde que era niña. Ahora me parece estar viviendo un sueño. Pero hay algo más…

 

—¿Más? Bueno, esta familia es una caja de sorpresas. — Dije.

 

—Tras pasar la noche más extraordinaria de mi vida, al día siguiente, me notificaron que tenía que presentarme en la notaría para la lectura de las últimas voluntades de mi padre. José me acompañó; al final, el notario, me entregó una carta. Tenía instrucciones de entregármela tras su muerte… En ella me informaba de algo que me impactó.

 

—¿Qué era? — Pregunté.

 

—En una larga carta me explicó que mi padre era novio de tu abuela en su juventud. A tu abuela la casaron con Pepe, el hijo del cacique del pueblo que se encaprichó de ella. La forzó y la dejó embarazada y tuvo al hermano mayor de tu padre. Ante lo que ocurrió mi padre se casó con una chica que lo miraba con buenos ojos, mi madre. Pero por circunstancias tu abuela y mi padre se reencontraron, tuvieron un romance, estaban muy enamorados, tu abuela quedo embarazada… y nació tu padre. Les dio mucho miedo porque el marido de tu abuela era muy violento, si se enterara sería capaz de cualquier barbaridad y lo dejaron por un tiempo. En ese periodo vine yo al mundo…

 

—¡¡Espera!!… ¡¡Espera!!… ¿Quieres decir que mi padre y tú…?

 

—Sí Ana, José y yo somos hermanos de padre… Esa era la razón por la que intentaban separarnos; no podían permitir que nos emparejáramos siendo medio hermanos. Pero, mi padre y tu abuela reanudaron su idilio tras nacer yo y tuvo a tu tía Silvia… tu tía Silvia también es hermana nuestra, mía y de tu padre…

 

Nos quedamos en silencio entrelazando nuestras manos, mirándonos.

 

Rompí el silencio…

 

—Por lo que veo… esperas algo ¿no? — Le dije acariciando su vientre. — ¿Me traes un hermanito? Bueno, o hermanita, pero también sobrinito o sobrinita. Y tú eres mi madre y mi tía… Buuufff ¡Qué lio!

 

—¡¡¿Cómo lo has sabido?!! ¡Aún no lo sabe nadie, ni tu padre! — Me dijo sorprendida.

 

—Es algo que he heredado de mi madre, Mónica. De las pocas cosas buenas que me ha dejado. Soy algo bruja, pero no te preocupes, una bruja buena. ¿Quieres que te llame mamá o tía?

 

—Puedes llamarme como quieras Ana, yo ya te quiero como a una hija. Sé lo mal que lo has pasado; le pregunté a tu padre y me indicó donde podía leer cómo había sido su vida, tu vida, vuestra vida. Pablo dejó en Todorelatos vuestra historia y lo pasé muy mal al leerlo, pero ahora me alegro de haberlo hecho. Tengo la sensación de conocerte desde siempre a través de los relatos.

 

Nos abrazamos las dos y comprendí el porqué de la extraña atracción que ejercía sobre mí. Sus ojos, parecidos a los de mi padre y a los míos, pero sobre todo el aroma de su piel. Era un olor familiar… Era el olor de mi padre…

 

—Mónica, quiero hacerte una pregunta y no sé si debo. Casi no te conozco.

 

—No temas preguntarme Ana. ¿Qué quieres saber?

 

—Pues… Tu vida sexual. ¿Es cierto que no has tenido experiencias hasta estar con mi padre?

 

—Verás, Ana. Es cierto que tu padre fue el primero que… Sí, hasta estar con él era virgen… Pero…

 

—¿Pero…? — Pregunté intrigada.

 

—Es que en el colegio de monjas donde me internaron, la habitación la compartía con otra chica, Lidia, teníamos diecisiete años. Todas las noches la oía gemir; hasta que no pude más y le pregunté, despacito para que no pudieran escucharnos. ¿Lidia, qué haces, te pasa algo? ¿Estás llorando? Y ella me respondió que no, que se hacía un dedito. ¿Y eso qué es? Le pregunté. ¿No sabes lo que es? Le dije que no; de pronto me sorprendió en la oscuridad, se metió en mi cama; yo estaba intrigada, pero, la sorpresa fue mayúscula al comprobar que estaba desnuda. Me quedé paralizada; jamás había sentido el contacto íntimo de nadie y cuando empezó a acariciarme me dieron ganas de gritar, pero temía el castigo, así que me callé. Me besaba el cuello, mordía mis orejas, me acariciaba los pechos; las sensaciones que despertaba en mi cuerpo eran similares a las que me producía tu padre cuando nos besábamos; sobre todo la vez que metió una mano bajo el jersey y me acarició un pecho. Pero, cuando mi compañera bajó la mano y la pasó sobre mi coñito, la sensación fue tan intensa que no pude evitar un grito, que intenté amortiguar tapándome la boca con la mano. Fue mi primer orgasmo.

 

—¡Buuff! Tía, me has puesto cachonda, y al mismo tiempo… triste. Muy triste porqué por culpa de las malditas tradiciones tuviste que descubrir el placer a los diecisiete. En eso te llevo mucha ventaja. Algún día te contaré lo de mis orgasmos.

 

—Lo sé, cariño, pero ya ves, la vida a veces nos lleva por caminos extraños. Bueno te sigo contando; a partir de aquella noche estaba deseando que apagaran las luces para meternos las dos en la cama y acariciarnos. Con ella aprendí lo poco que sabía sobre el sexo antes de estar con tu padre. Te la presentaré, vive cerca de aquí, tu padre la conoce y no lo sabe todo. Cuando nos separaron para casarla, lo pasé muy mal. Creo que estaba algo enamorada de ella y cuando nos encontramos de nuevo, por casualidad, pasados los años, tuvimos una gran alegría; ella está casada, tiene dos hijos y al parecer es feliz con su marido; el segundo, porque del primero se divorció a los once meses de casarse; creo que la maltrataba. Ahora nos vemos de cuando en cuando, tomamos café y hablamos de cosas de nuestra estancia en el colegio, de nuestra nueva vida, pero no hemos vuelto a recordar las noches en las que nos dábamos placer una a la otra. Esto no lo sabe tu padre; te lo he contado a ti porque, de alguna forma, tenía necesidad de confesarme con alguien… ¿Me comprendes?

 

—Te comprendo Mónica. Yo también he vivido algunas experiencias de las que no puedo hablar con nadie, excepto con Pablo. Él ha sido mi paño de lágrimas y mi confidente. En los relatos no está todo; hay otros relatos que no conoce mi padre y que se los hemos ocultado porque le harían daño y no queremos verlo sufrir. Quizá algún día te hable de ello… Cuando esté preparada.

 

—Ana, esta tarde estoy citada con Lidia, así se llama, para tomar café en un centro comercial; si quieres puedes venir conmigo así la conocerás. Pero ya sabes, no se habla de lo que ocurrió… ¿Vale?

 

—Sí, me apetece salir y conocer a tu amiga. Y de acuerdo, no se habla de sexo, ¿es eso?

 

—Nooo. Si sale la conversación sobre sexo sí se puede hablar, pero no quiero que sepa que te he confesado lo que hacíamos.

 

—¿Te das cuenta de que acabas de decir “confesar”? Eso es la consecuencia de tus años de adoctrinamiento religioso. Y ya sabes, toda confesión implica una penitencia para que sean perdonados los pecados… No pongas esa cara… Jajajaja… Y la penitencia me toca a mí imponértela, ya te diré cual es.

 

—¿No será muy dura verdad? — Al ver mi expresión — La penitencia, Ana, la que me impondrás…

 

—No te preocupes Mónica, seré moderada. Claro que después de escuchar algunas manifestaciones de “monjas” que se someten voluntariamente a castigos corporales… ¿Sabes a lo que me refiero?

 

—Sí, Ana, lo sé. Y por desgracia me he visto sometida a algunos castigos por rebeldía hacia la orden o la superiora. He visto someter a hermanas a la mordaza, el látigo, el cilicio, que consiste en una corona de alambre de espino apretando el muslo y los golpes en las nalgas. Poco antes de salir del convento nos sorprendieron, no vieron nada claro pero lo sospechaban y nos encerraron en celdas separadas para evitar contactos entre nosotras. Casualmente mi padre me visitó en aquellos días y me sacó de aquel infierno.

 

—Mamá, hay muchos tipos de infierno… También el que ha vivido mi padre era inhumano… Y mi madre…

 

—¿Qué le ocurrió a Mila, Ana?

 

—Estaba muy mal desde que supo que el que figuraba como su suegro, era el padre de mi hermana Mili. Intentó suicidarse una vez y casi lo consigue; entre Pablo y mi padre lograron que se repusiera pero después recayó. Quería desaparecer y al final lo logró. — No pude seguir hablando, un nudo en la garganta me lo impedía.

 

—¡Déjalo Ana, lo siento, no debí preguntar! — Nos fundimos en un abrazo, las lágrimas bañaron nuestras mejillas.

 

—¡¿Qué pasa aquí?! — La voz de mi padre nos sobresaltó.

 

Mi padre nos abrazó a las dos y nos apoyamos en sus hombros.

 

—Nada José, cosas de chicas… Bueno de muchas chicas… — Respondió Mónica.

 

—¿Cómo, de muchas chicas? ¿Qué quieres decir Mónica? — José se separó para mirarnos a los ojos.

 

—Díselo tú, Ana… — Me dijo Mónica.

 

—Papá, voy a tener una hermanita… o hermanito, aún no lo sabemos. Bueno, también primita o primito… ¡Buuuuf¡ ¡Vaya lío!

 

—¡¡¡Cómooo!!! ¿¡Estas… estas?!

 

—Sí José, de cuatro semanas. No quise decirte nada hasta estar segura.

 

Mi padre abrazó con fuerza a su hermana y se besaron con autentico amor. Las lágrimas de mi padre se unieron a las suyas, mientras yo enjugaba las mías con las manos. Los veía radiantes a los dos, la cara de mi padre resplandecía, acariciaba las mejillas de su hermana, mi madre, mi tía… Sus ojos se fijaban, saltando de los de ella a los míos.

 

Mi corazón se henchía de felicidad al verlos y me dejé abrazar por mi padre, junto a Mónica, compartiendo la emoción del momento.

 

 

 

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