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GLORIA Capítulo 5 Final

en Hetero: Infidelidad

Capítulo 5

Dormimos muchas horas. Eran las tres de la tarde del día siguiente cuando me desperté. Escuché ruidos en la planta baja y mis chicas estaban a mi lado durmiendo. Me puse un pantalón corto y bajé a ver quién era.

Una mujer de unos cuarenta años trasteaba en la cocina, limpiando.

—Buenas tardes… ¿Quién es usted? — Pregunté.

—¡Ayy…! ¡Qué susto, por Dios! ¡¿Y usted que hace aquí?!

—Yo soy el dueño de esta casa… Y supongo que la envía Juan Pablo, el abogado ¿No?

—Ay… sí señor, perdóneme, me ha asustado, no lo esperábamos hasta mañana. Me han enviado a preparar la casa para su llegada. Me llamo Adela.

—Pablo ¿Quién es esta señora? — Gloria, estaba en la puerta de la cocina.

—Pues ya ves, es Adela, nuestra asistenta… — Respondí.

—Adela, ella es Gloria, mi esposa.

—Eeesto yoo… No claro, puede estar como le plazca. Para eso es la señora. No cómo la que vivía aquí antes, que era una santurrona, reprimida, Marta se llamaba. — Adela era de lengua suelta…

—Adela… Si quiere seguir trabajando aquí deberá cumplir unos requisitos. El primero, y principal, callar, no hablar con nadie de lo que pueda ver u oír aquí. ¿Lo tiene claro? — Dije calmado.

Al oírnos se asomó Sandra que, cómo su madre, llevaban un ligero camisoncito y tangas.

Estábamos preparando algo para comer, cuando apareció Eloísa. Esta no llegó a entrar en la cocina, de forma que Adela no la vio. La chica me miró y me hizo señas para atraer mi atención, fui a su encuentro.

—¿Qué te ocurre hija? — Le dije mientras ella trataba de que no nos viera Adela.

—No quiero que me vea, no me gusta papá. Es la cotilla mayor de Madrid. Seguro que ya sabe todo el barrio que estábamos medio desnudas en casa. Además, hacía buena liga con Damián, trabajaba para él, fue quien la trajo. Ella le informaba de todo lo que pasaba en casa. No la soportaba. Además no quiero que Damián sepa que estoy en Madrid, por eso no quería venir…

Se lo dije a Gloria y Sandra y tras recoger y preparar algo para la comer Adela se marchó; mientras mi hija se mantuvo encerrada en su dormitorio.

Llamé a Juan Pablo para informarle de la situación y que se encargara del despido de Adela. Me dijo que no sabía que Adela también trabajara para Damián. No quería que supiera ese tipo que el ex de Marta estaba en Madrid. Y mucho menos que también estaba mi hija.

Llamé al detective que me facilitó la información sobre mi ex y le informé de la situación; le encargué que localizara a Damián a través de Adela y tratara de buscar cualquier dato que me sirviera para recuperar lo que le había estafado a Marta.

—¡¿Quién quiere ir de compras?! — Grité.

Una algarabía de carreras y gritos me indicó que mi sugerencia era bien recibida. Una llamada al porterillo de la entrada me llevó a responder. Era un empleado de la agencia de alquiler de coches que venía a recoger el que utilizamos para el traslado del aeropuerto a casa. Nosotros nos moveríamos con un vehículo que teníamos en el garaje, adquirido por Juan Pablo en la modalidad de renting para nuestro uso. Un Nisán todoterreno, no muy ostentoso.

Las tres mujeres disfrutaron de lo lindo en el centro de la ciudad recorriendo tiendas y comercios de todo tipo. Ropa, bolsos y zapatos, bisutería, joyas… Mientras yo las acompañaba y observaba; era realmente feliz viéndolas disfrutar como niñas. Claro que acabé cargado de bolsas.

Las llevamos al coche y nos dirigimos a un afamado restaurante madrileño donde saborearon platos típicos de esta maravillosa tierra, regados por deliciosos vinos.

Cómo fin de fiesta las acompañé a un local de copas por indicación de mi hija.

Aquí me llevé la primera sorpresa. Eloísa se dirigió a un grupo de jóvenes que charlaban de pie en la barra. En especial, uno de ellos, se sorprendió al verla; se abrazaron y besaron con algo más que afecto. Lo llevó hasta nuestra mesa y lo presentó cómo Alberto, hasta hacía poco novio de ella y a mí cómo un amigo de su padre y Gloria mi esposa. Un aguijonazo de celos atravesó mi pecho, ella lo notó, pero me repuse y lo saludé cortésmente.

—¿Este fue? – Pregunté en un aparte a Eloísa.

—Sí, papá. Aún lo quiero. Al verlo casi me da un mareo. Le he dicho que no quiero que les diga a los conocidos que me ha visto en la ciudad… Me ha pedido volver a salir… ¿Qué hago?

—Lo que creas conveniente cariño. Cómo te dije, no me opondré a nada que te haga feliz, ni a ti ni a Sandra. Os quiero demasiado.

Sandra ya estaba bailando con otro joven del grupo y Gloria se veía feliz, sujetó mi brazo y recostó su cabecita en él.

—¿Lo ves Pablo? Poco a poco las aguas buscan su cauce. Nuestras hijas, ahora mismo, son inmensamente felices. No debemos estropear su alegría. Pero he notado algo que no…

—Sí, Gloria, pero ha sido un instante. Los celos… Algo con lo que no contaba. Pero sí cuento contigo para ayudarme a salvar esos pequeños obstáculos.

—Siempre, mi amor… Siempre podrás contar conmigo… Y con ellas… No creas que el hecho de tener pareja las hará olvidarse de ti. Las tres te queremos y no permitiremos que sufras. ¡Bésame!

Nos enzarzamos en un beso con el que sellaba un acuerdo que salvaguardaría nuestro amor.

Sandra se acercó, mostraba cansancio, feliz cansancio. También lo hizo Eloísa con Alberto.

            —Papá, Alberto me ha pedido ir con él… A su casa. ¿Puedo?

            —¿Tú quieres ir? — Su mirada no dejaba lugar a dudas.

            —… Sí…

            —Entonces ve con él. Y que lo paséis bien…

            En un arranque me echó los brazos al cuello y me besó… en los labios…

            —Te quiero mucho, papá… No lo olvides — Susurró en mi oído.

            —Y yo a ti, pequeña… Más de lo que imaginas… Anda vete, lo estás deseando…

            Rebosaba dicha al dejarse abrazar por su chico… me miró; había felicidad y… pena, en su mirada.

—¿Cómo regresarás a casa? — Pregunté.

            —No te preocupes, él me llevará… — Respondió risueña.

Se marcharon los dos. Una extraña sensación de vacío de estómago me hizo sentir mal. Pronto pasó…

            Sandra me miraba y sonreía. Gloria no dejaba de besarme. Nos levantamos y salimos en busca del coche para regresar a casa… Nuestra casa.

Ya en nuestro hogar, bajamos las compras realizadas. Gloria y Sandra entraron en el baño de nuestro dormitorio para refrescarse. Yo tomé mi copa de brandi y me senté en el salón. Los acontecimientos de las últimas horas me preocupaban un poco. No sabía nada del tal Alberto e intuía  la posibilidad de estar asociado a Damián de alguna forma…

No quise seguir esa línea de pensamiento y opté por subir a acostarme.

La habitación estaba a oscuras. Me desnudé y, al acostarme, me encontré con poco espacio. Una boca en mi boca y otra en… mi pene que respondió al instante. Por el sabor supe que quien me besaba era Gloria y era lógico pensar quien practicaba la fellatio…

De nuevo volvía a vivir la fantasía de muchos hombres.

No tardé en sentir mi miembro insertado en una oquedad suave, ardiente… Deliciosa.

Tras algunos cambios y casi una hora de ejercicios sexuales, agotadores, nos quedamos dormidos.

No sabía cuánto tiempo había transcurrido cuando el tenue chirriar de la puerta de entrada me hizo abrir los ojos. Sin despertar a mis acompañantes me levanté y bajé a ver qué ocurría, ya que aún no había amanecido.

Descalzo, sin encender la luz, vi un cuerpo que se movía en el salón. Prendí la luz, de pronto, para ver a mi hija descalza, con la ropa hecha girones, como si la hubieran arrastrado por el suelo y llorando. Al verme…

—¡Papá, ha sido horrible!

—¡Pero ¿qué ha pasado, mi vida?! — La angustia no la dejaba hablar.

—¡El cabrón de Alberto es amigo de Damián! Lo llamó y han querido follarme los dos. — Mis temores se hacían realidad.

—¡¿Te han hecho algo?! ¡Déjame que te vea!

—No han podido papá… Me he escapado antes, pero venían siguiéndome.

—Sube y llama a Gloria. ¿Dónde están?

—Les he dejado fuera de la cancela. No sé si pueden entrar, quizás Damián tenga aún la llave, pero aquí no pueden entrar, ¿Verdad?

—No pequeña. La cerradura de la casa y de la cancela se cambiaron. No creo que puedan entrar, pero si lo hacen… Los esperaré… O mejor… Saldré a buscarlos.

—¡No papá, son unos animales, te harán daño! — Su cara de terror me enternecía.

—Si son unos animales, hay que tratarlos cómo animales.

Por mis actividades anteriores a mi desaparición, disponía de un zulo con algunos juguetes que utilizaba como muestras para la venta. Armas. Sobre todo, subfusiles de asalto de varios tipos. También armas cortas y la correspondiente munición. Todo estaba escondido en el sótano, disimulado en una sección de pared que se abría con un mecanismo, con una clave, solo conocida por mí. Era parte de mi interés por recuperar esta casa.

Efectivamente, en el tiempo que había estado ausente nadie había encontrado dicho escondite.

Escogí un revolver calibre 38 y me aseguré de que estuviera cargado. Con él fui a la puerta de la cancela donde los dos energúmenos la estaban aporreando.

Abrí de golpe y disparé al aire. Casi les provoco un síncope.

—¡Al suelo cabrones, de rodillas! — Grité mientras les apuntaba con el arma.

Con los ojos abiertos como platos se arrojaron al suelo. En ese momento vi acercarse a alguien tras de ellos.

—¡Buenas noches, don Pablo!

Era el detective que contraté para seguir las actividades de Damián.

—Buenas Lorenzo, ¿Cómo usted por aquí?

—Pues ya ve. Trabajando. Esta noche ha estado muy movidita. ¿La chica está bien?

—Sí, algo magullada y asustada, pero bien, gracias.

—¿Que quiere que hagamos con estos elementos?

—Pues no sé. Tenía pensado pegarles dos tiros y enterrarlos en cualquier cerro de la sierra. ¿A usted que le parece?

—No está mal la idea, pero por ahora, mejor entramos. Aquí nos pueden ver.

—Cierto, ¡Venga, ya lo habéis oído, de rodillas, para adentro!

No se hicieron repetir la orden, estaban aterrados.

Al ir a cerrar la puerta llegaron las chicas asustadas por el disparo y los gritos.

—¿Qué está pasando Pablo? — Dijo Gloria.

—Pues ya ves, que hemos detenido a dos… ¿animales has dicho Eloísa? Aquí los tienes, los he cazado… ¿Qué quieres que hagamos con ellos?

—No lo sé papá, pero yo tengo muchas ganas de hacer una cosa.

Apenas dicha la frase, mi hija, asesto una tremenda patada en la entrepierna de Damián, para repetir con Alberto, dejándolos doblados y retorciéndose de dolor.

—Damián esto por lo que me hiciste cerdo. Y a ti Alberto por lo que me has hecho pasar esta noche. Y si Pablo me deja me encantará pegaros un tiro en el estómago para que sufráis hasta que dejéis de respirar. — Luego, fijándose en Lorenzo — Usted es el que les entretuvo mientras yo escapaba ¿no?

—Sí señorita. Cuando Damián se empezó a mover, tras haber recibido una llamada de este imbécil, escuche decir que esta noche tenían fiesta, pensaban enfiestarla a usted. Lo seguí y al encontrarse con ustedes y ver cómo se comportaba usted y lo que suponía que le harían decidí intervenir haciéndome el borracho, dándole oportunidad de escapar. Después me limité a seguirlos hasta aquí.

—Bueno, pero tenemos algo pendiente, ¿verdad Lorenzo?… Vamos, moveos hasta la casa, a cuatro patas, como lo que sois, animales.

Los conduje hasta el sótano y los llevé a una habitación que, como el depósito de las armas, estaba disimulada. Era una sala, una especie de habitación del pánico donde podría, en caso de emergencia, esconderme hasta que pasara el peligro.

Los maniatamos a los dos inmovilizándolos.

—¡¿Papá, esto estaba aquí y no lo sabíamos?! — Eloísa miraba incrédula lo que veía.

—Son muchas las cosas que no sabes hija. Vamos a ver Damián. ¿Dónde tienes las grabaciones que has realizado en esta casa? Pero no te equivoques ¡Todas!

—Las tengo en mi casa… Pero no me mates… Tengo mujer y una hija. — Decía aterrorizado.

—Ya sé lo que tienes. Díselo Lorenzo.

—Tu mujer se llama María, tu hija Luz, no tienes bienes a tu nombre ya que estáis separados, pero vivís juntos. Ellas son tus testaferros. Tu mujer y tu hija regentan dos tiendas de modas que están pagadas al igual que tu casa. En conjunto un patrimonio de algo así como quinientos mil euros. Bienes que surgieron a raíz de haber estafado a Marta y sus hijos cuatrocientos mil euros, producto de la hipoteca de esta casa y el dinero que tenían en el banco y que les dejó su difunto marido Martin. ¿Me dejo algo?

—Pero lo peor de todo esto fue que violaste a Eloísa con la ayuda de su madre y su hermano. Son suficientes cargos como para condenarte a muerte ¿no? —Dije, propinándole un puñetazo en la boca, provocándole un corte en el labio por el que sangraba profusamente.

Los dejamos atados, cerré la puerta del zulo y mandé a todos a dormir, tras agradecer a Lorenzo su ayuda.

Tras el desayuno bajé para ver cómo estaban los dos pájaros.

Obligué a Damián a informarme de donde guardaba los videos de las sesiones en la casa. Le cogí las llaves de su domicilio y me desplacé para entrar cuando su mujer e hija se marcharan a trabajar. Y así lo hice. Requisé su ordenador portátil, desmonté el disco duro del fijo y encontré varias cámaras que coloqué en distintos sitios de la casa para ver que hacía la familia en su ausencia.

Regresé a casa cerca del mediodía. Lorenzo se había marchado dejándome el informe completo de Damián. Las chicas habían preparado la comida. Nos sentamos a la mesa cómo si no hubiera ocurrido nada. Es más, Eloísa estaba más alegre que de costumbre y los roces y besos con Sandra y Gloria eran muy frecuentes. No sabía lo que rondaba su cabeza.

—Papá, hemos pensado que… nos gustaría jugar con ellos. A gloria y a mí nos han violado, maltratado y engañado tipos cómo esos que tenemos abajo. Auténticos canallas capaces de hacer daño a una mujer sin importarles las consecuencias. ¿Nos dejas?

—Despacito mi amor… Primero debemos resolver algunas cosas que están pendientes, después os los dejaré. Pero esta tarde, seguramente, tendremos una visita fundamental para el desarrollo de esta historia.

Tras la comida nos relajamos en la piscina, Gloria y yo disfrutábamos viendo a las dos chicas jugar en el agua, haciéndose ahogadillas, pasándose una pelota y acariciándose bajo el agua sabiendo que estábamos pendientes de ellas. Llamaron al portero electrónico y respondí, vi por la pantalla que eran la mujer y la hija de Damián. Les indiqué por el micrófono que se dirigieran a la parte posterior de la casa, donde estábamos nosotros.

Al vernos desnudos se asombraron.

—No os asustéis, somos una familia naturista y como hace calor… ¿Queréis bañaros?

—¡Uy, no, por Dios…! ¡Qué vergüenza! ¿Qué es lo que quieren ustedes? ¿Dónde está mi marido? — Dijo la mujer espantada.

—Ya, van al grano. Pues verán, su marido, su padre, — Dirigiéndome a la hija — Están en nuestro poder. Y seguirán así hasta que se resuelva un asunto que pueden solucionar ustedes.

—¿Y qué asunto es ese?

—Ustedes disfrutan de una casa y dos comercios saneados y sin deudas desde hace unos meses ¿No es así? Porque antes la cosa estaba mal y las deudas las acosaban y estuvieron a punto de perderlo todo ¿Cierto?

—Sí, ¿pero eso que tiene que ver? — Dijo la madre desconcertada.

—¿De dónde les dijo Damián que había salido el dinero? — Pregunté.

—De una tía suya que falleció y le dejó la herencia. — Respondieron casi a dúo.

—Pues tiene que ver con que Damián les mintió. El dinero fue el fruto de una estafa a una mujer divorciada y viuda que solo contaba con esos fondos para sobrevivir con sus dos hijos y ahora están en la más absoluta miseria. Claro que, con lo que no contaba Damián es que un amigo del marido de la mujer estaba dispuesto a subsanar la falta. Además, Damián es un violador… — La mujer no lo soportaba más.

—¡Eso es mentira, mi marido no ha violado a nadie yo…!

—María, venga conmigo y verá unos videos que le abrirán los ojos.

Entraron conmigo en la casa. Previamente había preparado el ordenador de Damián, a quien le había sacado las claves de acceso a tortazos, conectándolo a la pantalla del salón. Me senté ante el portátil e inicié el video de la violación. Efectivamente Eloísa se debatía con puños y pies tratando de evitar la penetración, pero la mayor fuerza de Carlos y Damián logran doblegarla, sin dejar de gritar y llorar. Además, durante todo el acto estuvo presente su madre, mirando y, al parecer, excitándose con la escena, según podíamos apreciar con las manos frotando su sexo.

Yo aún no había tenido ocasión de ver el video entero y mi indignación subía por momentos.

María se tapó la cara con las manos, yo la forcé a ver lo que su marido había hecho. Derrotada se dejó caer en el sofá. Todos los demás nos quedamos en pie viendo unas imágenes que nos soliviantaban, haciendo crecer la agresividad.

Eloísa se encaró con la hija, la zarandeó por los hombros.

  • ¡Mira lo que me hizo el cabrón de tu padre! — La chiquilla lloraba.

—Eloísa, ella no es responsable de nada, no es a ella a quien hay que pedirle cuentas. Su padre es el autor de la atrocidad y es quien debe pagar. — Dije abrazando a mi hija y separándola de la pobre chica que fue corriendo a abrazar a su madre.

Apagué el video y dejé que se tranquilizaran.

—¿Y ahora qué? ¿Qué quieren que hagamos? — Dijo María derrotada.

—Les propongo un plan… Primero restituir lo robado por tu marido. La única forma es vender la casa, sus comercios y devolver lo estafado. En segundo lugar, tú y tu hija no debéis pagar por lo que hizo Damián. Pondré a vuestra disposición, para vivir, un piso que os facilitaré, para que no os quedéis en la calle y podáis seguir trabajando en las tiendas como hasta ahora. Pero para mí, como empleadas, bajo la supervisión de mis hijas. Ya que soy yo quien os compra los negocios. Y tercero, no volveréis a ver a Damián. Él y su amigo se marcharán muy lejos y no volverán en mucho tiempo.

—¡¿Los van a matar?! — Preguntó Luz, la hija, con la cara descompuesta y el corazón en un puño.

—No, pequeña, seguirán vivos, pero en una prisión durante al menos diez años. Lo que han hecho merece un castigo.

María no se negó a firmar ante notario la venta de los locales y la casa. Acreditando que habían recibido el importe de la compraventa. A cambio les facilité una salida justa, una vivienda y un trabajo en el que Sandra y Eloísa también aprenderían a trabajar y ganarse el sustento.

De todos modos, no quisieron independizarse del todo y seguíamos viviendo juntos.

Lo que no sabía nadie era que yo me había dedicado al tráfico de armas, hasta que me cansé. Pero desconectarme de los grupos con los que había trabajado era complicado, de hecho, me amenazaron con acabar conmigo si no seguía. Por eso opté por desaparecer aprovechando la excusa de la infidelidad de Marta. Los cuatro años pasados habían cambiado las estructuras de los carteles de tráfico de armas; yo ya no era un objetivo y podía volver a Madrid.

A Damián y Alberto los apresaron con un alijo de coca en la frontera francesa, en Biarritz, detenidos, juzgados y encarcelados por diez años. Alguno de los contactos que tenía de mi vida pasada eran de confianza y los utilice para meterles, a Damián y su amigo, un alijo de coca en el coche, emborracharlos y dejar que la policía francesa los detuviera, mientras dormían.

Nació una amistad entre mi hija, Sandra y Luz la hija de María. Sandra no se quería marchar de casa compartiéndome con su madre y María se unió a nuestro grupo nudista. Algunas veces era Gloria quien la empujaba hacia mí, yo no la rechazaba y la sesión de sexo en grupo se alargaba, en ocasiones, durante toda la noche.

—Papá, ¿cómo están mamá y Carlos? — Preguntó Eloísa una mañana durante el desayuno.

—No te preocupes, Eloísa, se han adaptado a su nueva vida en el pueblo. Carlos tiene novia y cualquier día se casa, tu madre también tiene novio y a pesar de que están teniendo algunos problemas, por su comportamiento, están bien. Pero si quieres puedes ir a verlos.

—Sí, papá… me gustaría. ¿Te vienes conmigo Sandra? Sera un viaje corto, dos días como mucho. Podremos alojarnos en el hotel Las Perdices. No quiero quedarme en su casa, pero los veré y a pesar del daño que me hicieron… Son mi madre y mi hermano.

—Pues sin problema cariño. ¿Quieres conducir tú o llamo a alguien que os lleve? Os reservo dos días de alojamiento con desayuno y podéis comer donde os plazca.

—Gracias papá. Te quiero. Y sí, me apetece conducir, pero solo tenemos un coche.

—Eso no es problema, alquilamos uno por esos días.

—Yo también te quiero papito; ¡mami me llevan de viaje!

Aquel mismo día partieron las dos. Desconfiado por naturaleza, llamé a Lorenzo y le confié la misión de vigilar a las chicas para evitar alguna posible agresión por parte de Marta o Carlos.

Dos días después llamó mi hija:

—Papá, llegamos en una hora. ¿Tenéis la comida preparada? Porqué venimos hambrientas…

Llegaron bien, nos contaron cómo lo habían pasado; no todo fue agradable. Carlos había hecho amistad con una panda de golfos, sinvergüenzas, que se dedicaban al trapicheo de drogas en la localidad. Una de las integrantes del grupo era su novia. Marta había protagonizado un escándalo en el pueblo al liarse con un hombre casado. La mujer de este la cogió en la calle, le dio una paliza y la arrastró desnuda. A pesar de todo siguió adelante con el affaire destrozando una familia.

Gloria me aconsejó que les dijera a María y su hija que se trasladaran a nuestra casa. Teníamos espacio suficiente. Las dos jóvenes lo aceptaron encantadas y a mí me sorprendió gratamente la disposición de mi mujer. Claro que ella sabía lo que hacía, con María se lo montaba de escándalo claro que yo también lo disfrutaba. Las veía en la cama dándose placer una a la otra e intervenía cuando me parecía.

Pero por mi edad ya no estaba para tantos trotes, así que eran ellas las que se divertían en orgias lésbicas muy… muy apasionadas. Entre ellas se decían, sobre todo desde el punto de vista de Gloria, que introducir otro hombre en el grupo no sería bueno, crearía problemas. ¿Y yo? A mí me tenían cómo el gurú de una secta; podía elegir a la que quisiera para pasar la noche y generalmente no se negaban. Participaba en sus encuentros y disfrutaba de lo lindo. No era raro acostarme solo o con una y despertarme con dos o tres en la cama, haciéndonos de todo lo imaginable. A veces surgía algún roce entre ellas, pero me maravillaba la habilidad de Gloria para solucionar los problemas. Creo que no podría vivir sin ella… Sin ellas…

Era mi paraíso y ellas mis bellas acompañantes.

Por ahora…

FIN

 

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