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Servicio de caballeros 1

en Hetero: Infidelidad

                        Servicio de caballeros

            Llevaba algún tiempo observando un comportamiento extraño en Lara, mi esposa.

            No puedo decir a ciencia cierta que era, pero un sexto sentido me decía que algo no iba bien.

            No era nada concreto; a veces pensaba que eran imaginaciones mías, pero otras…

            Pasaban los meses y mi sensación aumentaba.

            Un día me fui a trabajar, a las ocho como cada mañana. Tras el beso de despedida mañanero a Lara, la arropé y salí de casa para bajar al garaje; saqué el coche del aparcamiento del bloque, pero al llegar a la esquina de la calle, donde residíamos, me detuve; no podía más. Llamé a mi trabajo para decir que no podía asistir porque algo me había sentado mal y tenía que ir al médico. La carga de trabajo no era excesiva en aquellos días, así que no tuve problemas en que me creyeran. Aparqué dos calles más allá y me desplacé hasta cerca de mi casa para vigilar el portal del bloque.

            Me refugié en un zaguán desde donde podía ver sin ser visto. Lloviznaba, así que no resultaba tan extraño estar parado allí.

            Tras una hora de espera tuve que moverme para acercarme a un bar cercano donde tomé un café. Me senté en una mesita un buen rato hasta que por el cristal del local pude ver salir a Lara, muy arreglada, a la calle. Andaba deprisa hasta la cercana avenida donde llamó a un taxi.

            Corrí para ver qué dirección tomaba. Por suerte otro taxi pasaba cerca y lo llamé. Le dije al conductor que siguiera al de Lara. Me miró con una sonrisita condescendiente y callejeamos durante un buen rato hasta llegar al centro comercial. Justo a la puerta de unos grandes almacenes que recién habían abierto sus puertas. El taxista paró algo alejado, para que no me viera, le pagué y me dispuse a seguirla.

            Estaba recriminándome mi actuación, mi desconfianza… Ella estaba de compras, la cosa más normal del mundo. Mis estúpidos celos podrían arruinar una preciosa relación con una buena mujer, con una madre excepcional, teníamos dos niñas de siete y nueve años, que hoy, viernes estaban en casa de mis padres, a petición de mi esposa. Esto fue lo que me hizo desconfiar.

            La pude admirar, de pie cerca de la puerta de cristales, estaba muy hermosa; una bella figura, unas curvas de infarto y una cara aniñada preciosa. Su cabello rubio y largo, se derramaba sobre sus hombros, estaba muy linda.

            Supuse que esperaba a alguna amiga para entrar al local… No tardé en comprobar que no. Un hombre, de unos cuarenta años, se acercó, se saludaron y se dieron la mano. El hombre se alejó de ella y entró en el centro comercial. Ella leyó un papelito, que al parecer le había entregado el hombre al darle la mano. Después lo arrojó en una papelera cercana y se adentró en el local por la misma puerta.

            Todo eso me parecía extraño. Al perderla de vista me apresuré a acercarme a la papelera y recuperé el papelito amarillo. Era un pósit. Estaba arrugado, pero al desplegarlo pude leer: “En el servicio de caballeros, planta sótano”.

            Pregunté al guardia de seguridad de la puerta, donde se encontraba el servicio y me indicó que tenía que bajar a la planta sótano, donde estaban los ascensores y las escaleras, al fondo a la izquierda. Me encaminé hacia allí con el corazón encogido, latiéndome aceleradamente. Me acerqué con precaución, abrí ligeramente la puerta del servicio de caballeros y no vi a nadie, pero pude escuchar un murmullo y jadeos. Una de las cabinas estaba cerrada, la otra estaba libre y en esta entré. Cerré y pude reconocer la voz de mi mujer:

—Ya te dije que eran sesenta euros la media hora y ciento veinte la hora. ¿Lo que no entiendo es por qué aquí? — Susurraba mi esposa.

—Por el morbo de saber que la santurrona de mi mujer está trabajando aquí en la segunda planta mientras yo le pongo los cuernos en el sótano. — Respondió el hombre

—Déjame espacio para subirme la falda. — Dijo Lara.

—Déjame quitarte el tanga y el bra… Así… Así chúpame… Date la vuelta y apóyate en el inodoro para poder metértela… Quiero tu culo…— Decía el tipo con voz queda.

—Si quieres, has pagado para follarme por donde quieras durante media hora; tú veras…

No pude evitar la tentación de asomarme por la parte superior del tabique de separación y pude ver como mi esposa estaba inclinada mostrándole la grupa mientras el tipo la enculaba por detrás.

Mil pensamientos negros cruzaron por mi mente. Algunas veces leía en los relatos eróticos que cuando un esposo se encontraba en esa situación, se excitaba viendo a su mujer penetrada por otro… Yo debo ser de otro planeta. La rabia me producía ardor de estómago y unas tremendas ganas de entrar y liarme a golpes hasta matarlos. Mi pecho ardía de ira, me temblaban las manos y me clavé las uñas en las palmas apretando los puños. Pero logré calmarme. Me senté en el WC con la tapa cerrada y medité por unos segundos en la estrategia a seguir.

Puse mi móvil en función video y lo sujeté sobre el tabique de separación para grabar la acción.

Los dos adúlteros se movían desaforadamente. Él le daba palmadas fuertes en los glúteos que debían doler. Además la penetraba con fiereza, sin importarle si le hacía daño o no. Al parecer ya no les importaba el ruido que hacían y yo, apretando los dientes hasta dolerme las quijadas, soporté toda la acción estoicamente. Por supuesto de excitarme… Nada…

            —Por detrás, dame por el culo, fuerte. ¡Rómpeme el culo cabrón!

            Y él le daba fuerte, y no sé si se lo rompería, pero desde luego, follárselo si se lo folló.

            Lágrimas de rabia corrían por mis mejillas. La muy puta no me dejó nunca penetrar su culo y ahora me entero que se lo daba a cualquiera que pagara por ello.

Seguía grabando, fueron unos minutos interminables.

 Ya estaban vistiéndose cuando el tipo le dijo:

—¿Y tú, estás casada?

—Sí, y tengo dos hijas. — Respondió ella

—¿Por qué haces esto? —Insistió él.

—Pues, en primer lugar, por qué me gusta, en segundo, me saco algún dinerillo para mis caprichos y tercero, por qué mi maridito, Alberto, es un calzonazos que no me da lo que necesito, un hombre que me dé sexo duro, como tú hace un momento.

Era alucinante. Yo la trataba con cariño, intentaba no hacerle daño y ahora me entero que lo que ella necesitaba era un sádico que la tratara como lo que en realidad era, una puta y una mala mujer.

Al salir del compartimento.

—Hay alguien aquí al lado. — Dijo ella.

—Pues seguro que se la está machacando Jajaja. — Dijo él mientras se lavaba las manos.

Con mucho cuidado bajé el móvil para grabar su marcha bajo la puerta y alejado de ella para que no pudieran verlo. Necesitaba una prueba de quienes eran.

El primero en salir fue él.

—Puedes salir. No hay nadie. Bésame puta… ¡Joder hueles y sabes a semen!

—Claro, el tuyo cabrón… Tienes mi número, cuando me necesites llámame. Yo voy al servicio de señoras a arreglarme un poco.

Desaparecieron.

Pasé un buen rato pensando en las opciones que tenía. Desde luego no podía seguir viviendo con ella. No era una buena mujer, lo había demostrado con creces, pero mis hijas no tenían culpa de nada.

Escuché el porrazo de la puerta del servicio de señoras y supuse que se habría marchado, aun así esperé un rato más. Al salir me dirigí rápidamente al ascensor para no salir por la misma planta que ella. Supuse que se marcharía a casa. Teníamos previsto comer en casa de mis padres y quedaba poco tiempo. No podía permitir que me viera. Al salir por una puerta distinta a la que utilizamos para entrar busqué un taxi que me llevara a donde había dejado mi coche.

Mi mente era un hervidero de ideas confusas. Vi de nuevo el video en el que podía apreciarse como taladraban el ano de mi frágil esposa. Utilicé un auricular para oír sus voces y me indignaba más y más. Al final se veían claramente los rostros de ambos, besándose.

Llegué a mi destino y me detuve en un bar a tomar una cerveza. Tenía la garganta seca.

Comencé a comprender algunas cosas que eran las que me habían creado el desasosiego. Su obsesión por la privacidad de su móvil. Las llamadas a deshoras, que ella justificaba como “amigas con problemas”.

Necesitaba conocer el pin para entrar en su Smartphone y eso me lo podría facilitar la única persona en la que podía confiar… Mi hermano. Era un experto en nuevas tecnologías, de hecho, trabajaba en una empresa dedicada a la reparación de este tipo de terminales. Podía confiar en él. Al fin y al cabo, mi familia se enteraría de mi divorcio, aunque no quería que lo supieran todos, pero mi hermano era de confianza.

Llegué a mi hora a casa. Lara me esperaba, fresca como una rosa, sin un atisbo de culpa por lo sucedido apenas unas horas antes.

—¡Hola amor! ¿Cómo se te ha dado la mañana? — Su cinismo me admiraba.

—Bien; pero me ha sentado algo mal y tengo el estómago revuelto.

—Ahora mismo te preparo una manzanilla y…

—No… No te preocupes. Solo llama a casa de mis padres y diles que no iremos a comer. Mañana recogemos a las niñas.

—Sí que traes mala cara. ¿Quieres acostarte?

—Sí, mejor me acuesto. Ven conmigo anda, vamos a la cama. —Le dije con cara compungida.

—¡Hay que ver como sois los hombres! ¡Venga sube a la habitación! Por cierto, ya que no vamos a casa de tus padres te dejo descansar y voy a ver a mi amiga Mirta que tiene problemas con su marido y necesita apoyo.

Ya me suponía que no se quedaría en casa. Lo ha hecho otras veces, pero yo no sabía lo que ahora sé.

—Vale, no te preocupes. Voy a dormir un poco…

Me desnudo y me tiendo en la cama. Veo como ella se cambia de ropa. Estaba lista para ir a casa de sus suegros, pero no para ir a putear… Se cambia las bragas por un tanga. Yo disimulo volviéndome de espaldas, ella supone que no la veo, pero se refleja en el espejo y tengo los ojos semicerrados. Medias con ligas incorporadas. Una blusa estampada y una minifalda completando su atuendo con unas sandalias de tacón alto.

En su bolso mete un bolsito con maquillaje. ¿Dónde se maquillará?

Se acerca para darme un beso, que me suena a falso y se marcha.

Apenas oigo cerrarse la puerta me levanto, me visto y salgo tras ella. Veo como lleva el mismo trayecto que esta mañana. También coge un taxi. A esta hora no es difícil encontrarlos. Repetimos la jugada anterior. La sigo en otro taxi hasta el centro de la ciudad. Vivimos en un barrio cercano.

Se detiene en una calle desconocida para mí. Se apea y entra en un portal de una casa de vecinos. Yo fotografío con mi móvil la entrada. El taxista que me lleva se gira, y con cara seria me dice:

—Vaya, señor. Usted parece una buena persona, por eso le digo esto. La muchacha a la que sigue ha entrado en una de las casas de putas más conocidas de la ciudad. No se moleste, pero si es de su familia… No me fiaría de ella. Y le aconsejo que no intente entrar, se puede llevar un disgusto. No entra cualquiera.

—¿Cómo podría hacerlo?

—¿Entrar ahí?

—Sí

—Pues yo podría arreglarlo. Pero ya le digo… No se lo aconsejo…

—Gracias. No lo haré. No me hace falta. ¿Una pregunta? ¿Es toda la finca o es solo un piso la casa de putas?

—Toda la finca. Una vez entré para recoger a un cliente que se había emborrachado y pude ver que todos los pisos son de los mismos dueños. Un grupo mafioso rumano que no dudan en hacer desaparecer a cualquiera.

—Gracias por la información. Lo tendré en cuenta.

Me apeé y entré en un bar cercano desde donde pude observar las idas y venidas de hombres en la casa de citas.

Unas cinco horas después vi salir a Lara. Me apresuré a coger un taxi para llegar a casa antes que ella. Entré y me senté a ver sin ver la tele.

Oí la llave en la cerradura. Vino a besarme. La rechacé.

—¡¿Qué te pasa?! — Dijo con sorpresa.

—¿De dónde vienes Lara?

—Yo… ¿De dónde voy a venir? De casa de Mirta. Su marido la ha dejado…

—Vaya, trabajaba como puta y cuando se ha enterado la ha dejado ¿No?

—¿Cómo? Ella es una mujer decente y…

—¿Decente como tú, Lara?

—¡Bueno! ¿Pero se puede saber qué te pasa?

—Lara… Vamos a poner las cartas sobre la mesa. Sé lo que estás haciendo. Sé que trabajas como puta, por tu cuenta y esta tarde te he seguido hasta la casa de putas donde has estado hasta ahora. He contado treinta y cinco hombres que han entrado en la casa en la calle xxxxx número 17. No he querido entrar para no volver a ver lo que, desgraciadamente he tenido que presenciar esta mañana.

—¡Tú estás loco, paranoico! ¿Qué casa de putas?

—No grites. No vas a solucionar nada así. Mira…

Cuando llegué a casa conecté el ordenador a la pantalla, mi teléfono al portátil. Busqué y encontré la grabación la pasé al ordenador y la reproduje.

A Lara se le descolgó la mandíbula.

—Sí Lara. Era yo quien estaba en la cabina junto a la que te estaban follando… “Como a ti te gusta” … Oí y vi todo lo que pasó. Y esta tarde te he seguido hasta la casa de putas donde trabajas habitualmente las tardes que yo me deslomo a trabajar para ti y las niñas. ¿Me puedes explicar por qué?

Estaba pálida, se sentó a mi lado, miraba fijamente la pantalla donde veía su imagen apoyada sobre la taza del wáter mientras aquel tipo le follaba el culo. Oía sus propias exclamaciones de “¡Rómpeme el culo cabrón!”

—¿No tienes nada que decir?

—Pues sí… Por lo que veo eres un puto cabrón, mirón, que te calientas viendo cómo se follan a tu mujer. Así que podremos llegar a un acuerdo. ¿No?

—Sí Lara. Podemos llegar a un acuerdo. Te lo voy a proponer yo. Primero. Vas a recoger tus cosas y te vas a marchar de esta casa sin protestar, sin reclamar nada. Me quedaré con las niñas y no las verás nunca más. De todas formas, sé que no te importan demasiado. De no aceptar estas condiciones nos veremos ante un juez, al que presentaré mis pruebas, que son muchas e irrebatibles.

—Mira Albertito… Te puedes quedar con esta mierda de casa, no me importa. En cuanto a las niñas… Jajaja… No son tuyas cornudo. Es más, ni siquiera yo sé quién es el padre, lo sospecho, pero no estoy segura. ¿Quieres quedarte con ellas? Que te aprovechen. Para mí son un estorbo. Pero que sepas que tú… No eres el padre. Y sí… Me voy. Hace tiempo que pensaba dejarte, pero no lo he hecho por comodidad. Yo follaba lo que quería y con quien quería y no me dabas problemas… Hasta hoy.

Se levantó, sacó dos maletas del altillo, fue al dormitorio y sacó la ropa que le pareció, cerró las maletas y las llevó a rastras hasta la puerta. Se detuvo y con el móvil llamó a un taxi. Esperó en el zaguán y cuando llegó, mientras el conductor llevaba sus bultos al maletero, ella se giró y con un cinismo increíble dijo:

—Me has hecho un favor cornudín. Pero has tardado en descubrirme. El tiempo que he pasado contigo… No ha estado mal, pero me aburria. Ahora voy a vivir. Cuando tengas los papeles del divorcio, me los traes a la casa donde me has visto entrar hoy. Allí llevo cinco años trabajando. ¡Ah! Y si quieres follar conmigo… te puedo hacer un precio especial. ¡Chao!

Se marchó, dejándome un regusto amargo en la boca.

Después de irse descubrí que, al llamar al taxi, se había dejado el teléfono sobre la repisa de la entrada, junto a sus llaves. Además, lo había dejado abierto, sin bloquear. Me lo llevé al ordenador y llamé a mi hermano. Siguiendo sus instrucciones pude clonar el teléfono quedándome con sus contactos, los mensajes, claves de acceso a redes sociales… Todo lo que fue su vida social hasta la fecha. No sabía que podía hacer con aquello, pero ya se me ocurriría algo.

A la mañana siguiente recibí una llamada suya desde un número desconocido. Respondí.

—(Hola cornudín… Tengo que pedirte un favor, que me dejes entrar para recoger mi móvil. Me lo dejé en la repisa de la entrada. ¿Me lo darás?)

—¿Dónde?…  A sí, ya lo veo. Ven ahora. Me voy a por las niñas.

Debía estar llamando desde la calle, por qué tardó dos minutos en llamar a la puerta.

Abrí y le entregué el aparato.

—¿Sigues enfadado? ¿No me vas a dar un besito de despedida?

—No, Lara. Para mí tú ya no existes. Lárgate y procura que no te vea más.

—¿Me pegarás? ¿Serás capaz de comportarte como un hombre?

—No, no me comportaré nunca como ese tipo de hombre que a ti te gusta. He reflexionado y quizá tengas razón. Necesitas un hombre que te humille, que te golpee, que te haga todas esas cochinadas que te gustan. Pero no te atrae un hombre que te quiera y que te respete. Vivimos en ondas distintas. Ya he llamado a mi abogado. El lunes tendrá la documentación previa para el divorcio rápido. Él te la llevará a tu casa de putas.

—Bueno, a lo mejor le hago un favor y te deja tirado.

—No creo. Ya verás por qué.

Cerré la puerta en sus narices y me preparé para ir a por las niñas. Me dolía su confesión de que no eran mías y me debatía entre el amor que sentía por ellas y el rechazo por si no lo fueran. Tal vez era una artimaña de Lara para hacerme daño. Ya lo vería.

Recogí a las niñas tratando de dar las menos explicaciones posibles a mis padres. Algo se barruntaban.

Mi hermano me acompañó a casa con las chiquillas. Querían mucho a su tío Fran.

Le expliqué por encima lo ocurrido y se lo terminé de contar al llegar a casa mientras preparaba la comida y las niñas estaban en el salón viendo la tele.

—Alberto, he de confesarte algo. Yo sabía lo de Lara.

—¡¡¡¿Quéeee?!!! No me jodas Fran.

—Verás, un amigo mío, muy putero, me estaba enseñando una web de putas en su ordenador. Allí la vi. No me atrevía a decirte nada… Yo…

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Desde hace unos seis meses. Antes no estaba en la página.

—¿Te la has tirado?

—Yo… Yo… Lo siento Alberto… Estaba muy buena y no pude evitarlo…

—¡Lárgate Fran! Eres mi hermano, pero aun así, esto no te lo perdonaré nunca… ¡Largooo!

Mi hermano se marchó dando un portazo. Me apoyé en la encimera de la cocina. Las niñas acudieron al oír mis gritos.

—¡¿Papi que pasa?!¿Por qué gritas?! — Decía la pequeña Diana asustada.

—Es que mamá es una puta. ¿Verdad papá? — Dijo la mayor, Celia, mirándome fijamente.

—¿Qué dices Celia? ¿Quién te ha dicho eso? — Pregunté

—Mamá me dijo: Yo soy una puta, Celia, pero papá no lo sabe. Cuando se entere se enfadará mucho. Entonces tendréis que ser muy cariñosas con él, porque sufrirá y nosotras no queremos que sufra ¿Verdad?

Celia vino hacia mí y me abrazó con fuerza. Diana la imitó, dejando resbalar las lágrimas por sus mejillas. Y héteme aquí, solo con las niñas, arrodillado y abrazado a ellas como si fueran una lancha de salvamento. No pude soportarlo más y me dejé llevar por la pena y lloré, lloré como jamás lo había hecho. No por la pérdida de mi mujer, que también, pero sobre todo por la pérdida de mis niñas, que, antes o después se alejarían de mí, si no era su padre biológico.

Cuando logré sobreponerme les dije que se fueran a ver la tele, mientras terminaba de hacer la comida.

Terminamos con lo preparado y me di cuenta de que en realidad Lara no me era imprescindible. Podríamos sobrevivir sin ella. Por la tarde las bañé y las vestí para salir. Las llevé al parque, donde corretearon como lo que eran; niñas.

Por la noche quisieron dormir conmigo y se lo permití. Una vez Diana estuvo dormida…

—Celia, ¿Cuándo te dijo mamá lo de que era una puta y por qué? —La niña se giró, dándome la espalda.

—Fue un día que estábamos jugando en el parque y se le acercó un señor y habló con ella. Entonces nos dijo que volvíamos a casa, no queríamos, pero nos regañó y vinimos. Nos dejó en nuestra habitación jugando. Abrí un poco para ver y ella abrió la puerta y yo vi que aquel señor entraba y le daba besos y la abrazaba y le cogía el culo. Después entraron en esta habitación y cerraron la puerta. Yo escuchaba gemidos y como si llorara, abrí un poquito, estaban desnudos y vi a mamá aquí, boca arriba y al señor encima y le metía una cosa en su pipí. Pero se me escapó la puerta y se abrió del todo. Entonces mamá se levantó y vino a buscarme. Me sentaron entre los dos y me dijeron que eso que hacían era cosa de mayores. El señor dijo que eso es lo que hacían las putas; les dije que qué era una puta y mamá me dijo que ella era una puta, pero que tu no podías enterarte porqué te enfadarías mucho. Me llevó a mi cuarto y ya no salí hasta que, al mucho rato, el señor se marchó. Entonces vino y me dijo que lo que había pasado era un secreto entre nosotras y que tú no debías enterarte nunca. Papá, ¿mamá se ha ido, nos ha dejado y no volverá verdad?

—Así es mi amor. No volverá. Ya no podemos vivir juntos. Ahora duérmete y no pienses más en estas cosas.

—Papá, ¿tú no nos dejaras verdad?

—No mi amor. No os dejaré nunca. Duérmete.

Aquella fue la primera de las muchas noches que dormimos sin Lara, su madre.

Aquella mujer que arruinó mi vida, la destrozó y acabó hasta con lo que más amaba. Mis hijas. El lunes visité a mi abogado. Un muchacho homosexual convencido que detestaba a las mujeres. Le expliqué todo lo ocurrido y me dio algunos consejos profesionales muy valiosos.

Efectivamente visitó a Lara en la casa de citas donde trabajaba y logró la firma sin resistencia en todos los acuerdos. Pocos días después estábamos divorciados.

Tuve que buscar una persona que atendiera a las niñas en mi ausencia.

Dos semanas después disponía de las pruebas de paternidad que certificaban que las niñas eran biológica y legalmente mías. ¿Por qué dijo Lara que no lo eran? ¿Era por hacerme daño? ¿Tan ruin es esa mujer?

Disponía de dos semanas de vacaciones y recordé el volcado de datos del móvil de Lara. Encontré los del tipo que vi follando con mí, entonces mujer, en el servicio del centro comercial. Localicé su dirección y pude ver salir y entrar en su casa a su mujer. Me daba mucho morbo amargar la vida del cerdo que le hizo aquellas marranadas a Lara.

Una vez conocida, tal y como él dijo, la vi atendiendo al público en la segunda planta del centro comercial. Unos veintimuchos años, de estatura media, curvas pronunciadas, pero no exageradas. Me llamaron la atención sus pies, pequeños y muy bien formados, las piernas, de pantorrillas suaves y muslos equilibrados, de cara bonita, morena con ojos almendrados… Atractiva. Me atendió, compré algunas cosas para las niñas y simpaticé con ella. Supe que no tenían hijos, pero que ella los deseaba. Me dejó entender que su marido no quería o no podía tenerlos. Al parecer su marido no la tocaba desde hacía meses.

Se llamaba Lorena. Yo le dije que era divorciado.

Tras tres días de acoso, logré invitarla a café en un bar próximo a la salida de su jornada. Su marido estaba de viaje, o al menos eso creía ella. En realidad, estaba amancebado con Lara en la casa de citas. Yo lo sabía por qué lo había seguido desde su casa hasta allí. Cuando lo creí oportuno, por el nivel de confianza entre ambos, le dejé entrever la realidad de su marido. Ella no se alteró demasiado. Ya sospechaba de sus inclinaciones. Y le mostré partes del video, las menos escabrosas, confesándole la verdad sobre mi exmujer. Lloró, mucho… Y la consolé. La llevé a mi casa, con las niñas que le encantaron. Preparamos la comida y celebramos el encuentro los cuatro juntos.

Llegó la noche y yo sabía que no quería marcharse, pero la dejé elegir sin presiones. Acostó a las niñas en sus camitas dándoles un beso de buenas noches.

La esperé en el salón.

—¿Qué quieres tomar Lorena? — Pregunté sin mucha convicción.

—Un GT —Me dijo sonriendo.

—¿Eso qué es? —Pregunté intrigado.

—Un gintonic tonto, que no estas al día. Estas son las cosas de las que me informan las compañeras de trabajo. Si te digo la verdad no lo he probado nunca.

Se lo preparé, algo cargado. No tenía intención de emborracharla para aprovecharme de ella. Seguimos sentados en el sofá, juntos. Charlamos… Y nos besamos… Fue el beso más dulce que jamás me habían dado. Acaricié su mejilla por la que se deslizaba una lágrima. Levanté su cara por la barbilla…

—¿Estás segura? — Pregunté.

—Sí. Tal vez me equivoque, pero tú eres una buena persona, que al igual que yo, has tropezado con mala gente. Creo que será fácil enamorarme de ti, demasiado fácil. Solo te pido que no me hagas lo que mi marido… Nunca.

—Lorena, me siento contigo como nunca me he sentido con mi ex. Puedes venirte a vivir conmigo, con las niñas, yo haré lo imposible por hacerte feliz.

—No digas nada más. Vamos a tu cama, lo necesito…

Apenas entramos en la habitación nos desnudamos con la premura de la pasión, una pasión desconocida para mí, y al parecer también lo era para ella. Su cuerpo era una tea ardiendo. Me arrodillé y besé su ombligo, acariciando con ambas manos las caderas y las nalgas, besando cada milímetro de piel que se ofrecía a mi locura. Sus dedos peinaban mi pelo, acariciando la cabeza que provocaba gemidos en su garganta. Pasé mi mejilla por su monte de Venus. El simple roce provocó un espasmo intenso que hizo flaquear sus piernas hasta casi caerse.

Sujeté su delicioso cuerpo para depositarlo suavemente en la cama, de espaldas con la parte inferior de las piernas colgando. Subí para besar los labios que me atraían como la flor a la abeja. Las lenguas se enzarzaron en una lujuriosa danza y nuestras manos, inquietas, acariciando y dando suaves pellizcos en mis tetillas, en sus pezones duros y sobresalientes. Tiré de su cuerpo para subirlo a la cama, sus axilas se abrieron ofreciéndome un delicioso aroma a hembra que absorbí, que lamí y saboreé para acudir a mordisquear sus areolas.

Una poderosa convulsión recorrió su cuerpo. Mi boca absorbió el grito que pugnaba por salir de su garganta. Y quedó lacia, con los miembros mustios, sin fuerzas.

Y aún no habíamos empezado a hacer el amor. Me abrazó con fuerza, con pasión, bajo mi cuerpo trenzando sus piernas en mis glúteos. Sin utilizar las manos, sin darnos cuenta, mi miembro penetraba su flor que era un auténtico rio de fluidos que facilitaron la labor. Un gemido me indicó que el extremo de la lanza había tocado una zona muy sensible de su femineidad, de lo más profundo de su vientre. Y de nuevo los besos, las caricias, sus uñas clavándose en mi espalda, sus delicados pies empujando mis nalgas para mayor penetración. Movimientos descontrolados, como los de un potro salvaje desbocado. Dos, tres minutos y un grito en el oído me ensordece, una contorsión imposible, arqueando el cuerpo apoyándose en los pies y en los hombros y levantándome sobre su arco en vilo, con una fuerza sorprendente; dejándose caer después desmayada, con los ojos vueltos y con convulsiones recorriendo su cuerpo, hasta quedar quieta, con los ojos cerrados, como dormida.

Al salir del ligero letargo sonreía, acarició mi rostro.

—Ha sido el mejor polvo de mi vida. Ahora sigue, quiero otro más y otro y otro. Quiero morir en tus brazos.

Yo mantenía la misma erección del principio y seguí. Durante unos minutos más pude comprobar, con placer, como alcanzaba varios orgasmos hasta que por fin exploté en una brutal eyaculación que deposité en lo más profundo de su útero, dejándome caer desfallecido sobre ella. Me empujó cariñosamente para tenderme boca arriba y ella, a pesar de su agotamiento, se arrodillo a mi lado para lamer, chupar y tragar todos los fluidos mezcla de los suyos con los míos, para tenderse a continuación a mi costado, descansar su cabecita sobre mi pecho y quedarnos dormidos.

Antes de dejarme atrapar por Morfeo, pude observar un ligero movimiento de la puerta del dormitorio, pero no presté atención. Extendí el brazo libre para cubrirnos con una sábana y apagar la luz de la mesilla. Lorena dormía respirando apaciblemente.

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Mi nueva vida 3

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Mi nueva vida

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