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El estudiante

en Confesiones

El estudiante

            Hace ya algunos años que ocurrieron los hechos que voy a relatar.

            Comenzaba el nuevo curso en la universidad de Sevilla. Estudiaba segundo de psicología. Las clases se impartían en un magnífico edificio del centro de la ciudad, la antigua Fábrica de Tabaco. Se habían adaptado las distintas salas como aulas, donde se impartían Derecho, Física, Historia, etc. Y Psicología.

            Tengo que aclarar que en aquella época, no había facultad de Psicología en Sevilla. Me tuve que matricular en la de Filosofía y Ciencias de la Educación, sección de Psicología.

 

            Me trasladé desde el pueblo donde crecí, distante cien kilómetros de Sevilla en la Sierra Norte. La carretera, más que unir, separaba las ciudades. Curvas y más curvas, la hacían impracticable. Para empeorar la situación estaban en obras, llevaban así años. Había que pensárselo para desplazarse.

            Mis padres gozaban de una cómoda posición económica, lo que me facilitó las cosas; sin pensarlo demasiado, compraron un piso con tres habitaciones, dos baños, cocina, salón y terraza-lavadero, en Sevilla, en la barriada de San Bernardo,  para que yo no tuviera problemas de alojamiento durante los estudios. Cuando terminara ya se vería lo que se hacía con el inmueble. De todos modos, parecía una buena inversión, dado el bajo precio que pagaron. Desde donde vivía hasta la universidad apenas había un paseo.

            Y allí estaba yo en mi piso; tenía los muebles imprescindibles, pero suficientes para mí. Una mujer, amiga de mi madre, hacía la limpieza un par de veces a la semana, y preparaba comida, que guardaba en el frigorífico, para que no tuviera más que calentarla.

            Si bien la comida que me dejaba Remedios, Reme, era buena; por la mañana desayunaba en los bares, bien de la universidad o uno cerca de mi casa.

            Así fue como comenzó mi historia.

            Un soleado viernes por la mañana, en el mes de octubre, sin clase, porqué se impartían de lunes a jueves; me senté en una mesita en la puerta del bar cerca de mi casa a desayunar.

            Esperaba al camarero, mientras leía el plan del curso en unas fotocopias, cuando observé a una mujer… Bufff… ¡Qué mujer! Unos treinta y tantos años, muy guapa, rubia natural. Vestía un traje chaqueta color beige con una falda ceñida que dejaba a la vista las piernas más bonitas que jamás había contemplado, enfundadas en unas medias color carne y zapatos de salón marrón claro.

            Pero lo que me produjo un escalofrío fueron unos preciosos ojos verdes que pude ver cuando se quitó las gafas de sol y… me miró…

            Imagino cual sería la cara que me vio, mi mandíbula se descolgó, la boca entreabierta como un bobo. Y sonrió… ¡Dioss… que sonrisa! Unos labios carnosos, parecían dibujados por un artista, unos dientes como perlas…

            Turbado por la imagen, se me cayeron los papeles de las manos y me arrodillé en el suelo para recogerlos. Pero… no podía apartar mis ojos de los suyos… Me tenía hechizado.

            Supongo que a la mujer le hizo mucha gracia mi torpeza y la impresión que me causaba su presencia.

            Pero mayor fue mi turbación cuando se levantó, se acercó, se acuclilló frente a mí y me ayudó a recoger los folios.

            — Hola, ¿puedo ayudarte? —Dijo, con una voz que me sonaba a canto de ángel.

            — Hooolaa, yo… yo… Soy Eduardo. —Y me dio la mano…

            — Y yo Marta —Su sonrisa, su mano en mi mano…

            Creí morir, la cabeza me zumbaba. La mujer al ver mi cara se asustó. Me ayudó a sentarme y terminó de recoger los folios desparramados y los colocó sobre la mesa. Se sentó a mi lado y me levantó la cara cogiendo mi barbilla.

            — ¿Te encuentras bien? —Preguntó preocupada.

            — Ssii… estoy bien, no sé lo que me ha pasado yo…

            — Tranquilízate, seguramente te ha dado un mareo por una bajada de glucosa. Seguro que anoche no cenaste o estuviste de copas… —Decía mientras yo la miraba

            Llamó la atención del camarero que vino rápidamente.

            —Desayuna y verás cómo se te pasa. —Dirigiéndose al mesero le encargó tostadas con aceite, jamón y café con leche para dos.

            — No se moleste… No sé lo que me ha pasado… Ha sido al verla a usted…

            Después de decir aquello me quería morir. ¿Qué pensaría de mí?   

            — Vaya… nunca pensé que podía causar tanta impresión en un joven…

            El camarero con el pedido interrumpió el momento. Ya delante de los platos y los cafés yo no me atrevía a mirarla. De nuevo ella levanto mi barbilla y me miró a los ojos.

            — ¿Sabes que eres muy guapo? —Aquello acabó con la poca firmeza que me quedaba — ¿Por qué me mirabas así? ¿Te gusto?

            — Yo… Bueno… verá, no quería ofenderla. Es que…

            — Tranquilízate Edu… ¿Puedo llamarte así? No solo no me ofendes, me halagas. Que un chico tan joven y guapo como tu se fije en una mujer de mi edad…

            — Ssii, en casa me llaman Edu, yo… ¡Es usted muy guapa! ¡Me impresionó verla! ¡Yo no soy así…! ¡Lo siento! —Dije balbuceando.

            — ¿Así cómo? Dime, ¿cómo eres? —Sus preguntas y su permanente sonrisa me tenían hechizado. —Bueno, luego me lo cuentas… Ahora come que se enfrían las tostadas.

            A lo largo de la comida no podía dejar de mirarla, pero al tiempo me avergonzaba y desviaba mi mirada cuando sus ojos me atravesaban. Estaba cada vez más liado.

            — ¿Dónde vives? —Preguntó, con su dulce voz.

            — Aquí cerca, en un piso. —Respondí

            — ¿Con tus padres?

            — No… solo. Mis padres viven en el pueblo; yo estoy estudiando, por eso vivo aquí.

            — Bien Edu… Yo vivo aquí cerca también, con una amiga. Ya nos veremos—Llamó al camarero, le pagó, intenté pagar pero no me dejó, se volvió y me besó, en la comisura de mi boca.

            Ya no fue un escalofrío, fue  una descarga eléctrica. Como un latigazo que recorrió mi espina dorsal y me erizó el pelo en la nuca. Pero lo curioso es que, al parecer, ella también lo sintió… Se apartó apoyando sus manos en mi pecho y me miró fijamente…

            — ¿Qué ha pasado Edu? —Pregunto sorprendida.

            — No lo sé Marta, habrá sido una descarga de electricidad estática… A veces ocurre… —Intenté explicar.

            — A mí es la primera vez… Por cierto… ¿Qué vas a hacer hoy? —La pregunta me sorprendió.

            — No sé… Nada… —Respondí.

            — ¿Damos un paseo? Llevo solo tres días en Sevilla y no la conozco. ¿Quieres ser mi guía? —No podía creerlo, mi sueño hecho realidad.

            — ¡Claro… encantado! —Mi entusiasmo la hizo reír.

            Y qué risa… Sonaba como el agua al caer entre las piedras de un arroyo, franca, limpia… Sincera. Nos pusimos en marcha en dirección a los jardines de Murillo.

            Al marcharnos observé la mirada de envidia del camarero.

            La charla mientras caminábamos fue muy agradable. Se interesó por mi vida, como era mi pueblo, las costumbres… Su acento no era andaluz, hablaba muy bien, sin cortes en las palabras, remarcando las sílabas.

            — ¿De dónde eres? —Pregunté.

            — Nací en Salamanca, pero he vivido desde muy pequeña en Madrid.

            — ¿En qué trabajas? —Mi pregunta la sorprendió.

            Miró al suelo, levanto la vista, mirando al frente, como esquivando mis ojos.

            — Ahora en nada, he venido a Sevilla a ver si encuentro trabajo… Soy peluquera… Esteticien. Estoy con una amiga que trabaja en una peluquería y va a tratar de que me den trabajo. —La respuesta parecía poco convincente, su lenguaje corporal contradecía sus palabras.

            Seguimos paseando por el barrio de Santa Cruz; yo intentaba explicarle lo poco que conocía de la ciudad, ya que también llevaba poco tiempo aquí, pero me gustaba pasear, hablar con la gente en los bares, seguir a las guías turísticas y así aprendía algo.

            Hice que se fijara en la que yo llamo “La reja imposible”. Está en la Plaza Alfaro esquina a Lope de Rueda. La reja, es una ventana a metro y medio del suelo de la calle y que tiene los barrotes entrelazados en una bella filigrana.

            Callejeando llegamos a la catedral y con ella la torre de la Giralda, hermoso monumento que fue alminar de origen árabe, de finales del S-XII, y toma su nombre de la veleta de bronce, el Giraldillo, que la corona y que “Gira”. Con sus 104,1 metros de altura, fue, durante muchos años, la torre más alta de Europa. Es hermana de la Koutubia de Marrakech.

            Era mediodía, llevé a Marta por los bares de tapas, dijo que no bebía alcohol, solo refrescos, tónica; yo tomaba cerveza. Propuso que comiéramos en algún restaurante con la condición de que era ella quien pagaba. No era habitual, en esa época, que las mujeres corrieran con los gastos.

            — Si no me dejas pagar a mí me voy. —La resolución me dejó sin argumentos y acepté.

            Después de la comida seguimos caminando por las calles del centro histórico, camino a casa. Yo no quería que terminara así, pero no encontraba la forma de seguir a su lado…

            — Edu… ¿Tienes café en tu casa? —Me dio un vuelco el corazón.

            — ¡Claaa… claro que sí! —De nuevo mi balbuceo provocó la risa cantarina de Marta.

            ¡Ella también quería seguir conmigo! ¡No cabía en mí de gozo!

            Seguimos charlando de cosas intrascendentes hasta llegar a mi piso. Se lo mostré, dimos una vuelta y fui a la cocina. Preparé la cafetera y la puse en la hornilla. Con el café recién hecho, las tazas y el azúcar regresamos al salón.

            — ¿Qué te parece esto? —Pregunté inocentemente.

            — Está bien… Pero se nota la falta de una mano femenina. ¿Te apañas solo?

            ¿Qué me estaba preguntando? ¿Cómo me las apañaba? No quise pensar más en ello y lo interpreté como “las cosas de la casa”…     — Buenooo… Una mujer, amiga de mi madre viene dos días a la semana y limpia, lava y me hace la comida que guarda en el frigorífico…

            — O sea… No haces nada en tu casa…

            — No, solo estudio… Normalmente no tengo mucho tiempo, sobre todo en época de exámenes.

            — ¿Tienes novia? ¿Te gusta alguna chica?  Un mozo guapo y fuerte como tú debe tenerlas a manojitos… —La pregunta me sorprendió.

            —No, no tengo pareja. En la facultad casi todo son chicas, pero a mí no me interesa ninguna… Hasta hoy… Al conocerte, yo… —Un calor agobiante subió por mi cuerpo para quemar mi rostro. Lo imaginaba rojo como un tomate.

            ¿Cómo se me ocurrió decir eso? ¿Y si se molestaba? ¿Y si se marchaba?

            — Edu, me gustas… Pero no quisiera hacerte daño. Soy mucho mayor que tú, tengo una vida pasada y tú eres muy joven con un gran futuro por delante…

            Me acerqué a ella y en un arranque de valor cogí sus manos tiré de ella y besé su boca… Fue un breve contacto de mis labios con los suyos. La tibieza, la suavidad, el aroma a perfume que desprendía… Me enardecía, me inflamaba… Me separé y la miré fijamente a los ojos… Y sonrió… Entreabrió los labios y cerró los ojos.

            Besé, devoré, aquella boca que me atraía con una fuerza irresistible… Caímos sobre el sofá, abrazados en una locura de caricias, besos… No podía creer que tuviera entre mis brazos a aquella preciosidad de mujer… Su boca era miel para mí, su piel, de una finura excepcional, pero sobre todo, su olor… El aroma que desprendía… No era perfume, al menos no solo eso, era su aroma natural. Pude percibir sus feromonas, era algo maravilloso. Estaba muy excitada, pero no tanto como yo.

            En un momento de cordura se levantó, cogió mi mano y tiró de mí para llevarme al dormitorio…

             Se desprendió de los zapatos, desabrochó y se quitó la chaqueta, abrió la cremallera de la falda y la dejó caer hasta los pies… Llevaba un conjuntito braguitas y sostén de color rosa palo… ¡Era preciosa! Seguía sonriendo, sus bellos ojos fijos en los míos… Se giró dándome la espalda.

            — ¿Me desabrochas, por favor? —Si bella era de frente, su espalda, la suave curva de sus caderas, los glúteos, eran divinos…

            — Ssii… Claro… —Logré articular.

            Solté el clip que cerraba el sostén y se giró. Sus manos apresaron mi cara y me forzó a agacharme, ya que al quitarse los zapatos quedó su rostro casi a la altura de mi pecho y me besó…

            Acaricié su cuerpo con miedo a hacerle daño, la veía tan suave, tan frágil… Como una muñeca de porcelana fina… Pero ella no estuvo quieta. Desabrochó mi camisa y la sacó, dejando mi torso desnudo… Lo acarició y beso, chupó mis tetillas… ¿Era un sueño? Sus manos acariciaron cada milímetro de la piel de mi pecho, mi cintura, mi espalda con su boca en mi boca, mis manos acunaban sus preciosos pechos, no muy grandes, pero turgentes, como los de una adolescente. Soltó mi cinturón, desabrochó el botón y la cremallera del pantalón y tiró hasta bajarlo y sacarlo por mis pies… Arrodillada frente a mí, acarició mi hombría que pugnaba por escapar de su encierro.

            — Estás muy excitado Edu… Voy a tener que hacer algo porque esto debe doler… —Dijo con voz dulce, melosa.

            Cuando liberó al prisionero, se encontró con él a la altura de su boca. Su rosada lengua acarició el prepucio, una gota de líquido preseminal surgió de repente. Se apresuró a lamerla y saborearla…

            — Me encanta tu sabor Edu… No suelo hacer esto porque no me gusta el semen. Pero, no sé por qué, el tuyo es… Distinto. Y me gusta…

            Pasó la lengua a lo largo de mi virilidad, acarició los testículos… Vi como sacaba la lengua para tragarse mi falo… Dos, tres, cuatro veces como máximo…

            — ¡No puedo más, Marta¡ ¡Aparta!

            No solo no se apartó, con sus manos en mis nalgas impidió que me separara de ella. Y descargué en su garganta. Tuvo que ser demasiado, porque intentó tragar pero no podía, tosía y se le saltaron las lágrimas; pero lo engulló, relamió sus labios, me miró sonriendo.

            — ¡Perdóname Marta, te avisé! ¡Lo siento!

            — No lo sientas Edu. Me encantan tus jugos… Me gustas… demasiado. Ven, vamos a descansar un poco.

            Retiró la colcha y la sábana y se tendió en la cama…

            — Ayúdame… Quítame las medias por favor…

            — ¿Por favor? Ahora mismo puedes pedirme lo que quieras, soy tu esclavo.

            Su risa cristalina inundó la estancia. De rodillas, sobre la cama, a sus pies, acaricié los muslos alabastrinos, con toda la delicadeza de la que fui capaz, deslicé las medias hasta los pies… ¡Qué pies! ¡Eran perfectos! Uno tras otro los acogí con mis manos, los acaricié, los besé… Los deditos, tan redonditos, los talones de curvas perfectas, los tobillos de una delicadeza sublime… Mi amigo no podía más. Acababa de soltar su carga y ya estaba preparado para entrar de nuevo en liza. Pero no quería que aquello terminara nunca. Seguí subiendo por las piernas hasta los muslos, de nuevo.

            Vi como acariciaba sus pezones, tiré de la braguita hasta sacarla por los pies y me quedé extasiado ante la belleza que se me ofrecía. Un monte de Venus poblado por un vello suave, de un delicado color dorado, como su cabello. Acerqué mi rostro y percibí un delicioso aroma desconocido para mí, pero embriagador.

            No tenía experiencia alguna con una mujer. No sabía qué hacer y ella se dio cuenta. Acarició mi pelo y me invitó a deslizarme sobre su cuerpo.

             — Vaya, tu amiguito esta en forma de nuevo. ¡Qué fortaleza! —Dijo con voz melosa.

            Nuestros labios se fundieron en un ardiente beso… Su mano guió mi virilidad hasta su ardiente grieta. Era tan suave, tan cálida, tan acogedora. Me hubiera quedado allí, sin moverme el resto de mi vida. Pero Marta inició un cadencioso movimiento de caderas que me encantaba. Sus pechos en mi pecho, sus piernas apresando mis caderas, acompañando mis movimientos con sus pies para penetrar hasta el fondo de su intimidad…

            Me faltaba el aire, mi pecho se llenaba pero yo me ahogaba… Se movía de forma compulsiva, sus caderas empujaban las mías y mi miembro se hundía en las profundidades de su ser. Una y otra y otra vez. No dejaba de acariciar su rostro, su pelo. La sorprendí hundiendo su naricilla en mi pelo y aspirando mi olor. Hice lo mismo, era delicioso. Estaba a punto de llegar, se dio cuenta y pellizcó mis tetillas hasta el dolor y retrasó mi eyaculación. Jadeaba, también le faltaba aire; me separé apoyándome en los codos para que no tuviera que soportar mi peso sobre su precioso y delicado cuerpo.

            ¡Y estalló!… No era una mujer, era una fiera moviéndose espasmódicamente, arañando mi espalda, golpeándome los hombros. Gritaba como poseída por un demonio… Me mordía los labios, las lágrimas corrían por sus mejillas… Los sollozos la ahogaban.  Abrió sus brazos y durante unos segundos se quedó sin respiración… Me asusté.

            — ¡Marta ¿qué te pasa?! ¡Dime algo, por Dios! —Grité.

            Con sus dos manos acarició mi cara y me besó en los labios.

            — Es la segunda vez, en mi vida, que me pasa esto Edu. Ha sido tan intenso que casi no lo soporto, creí morir. —Y se echó a llorar…

            Me senté en la cama, pasé mi brazo por su espalda y acuné su cuerpo… Recostó su cabeza en mi hombro. Poco a poco se fue calmando.

            — ¿Es tu primera vez? —Pregunto con ternura.

            — Ssí. No había visto nunca desnuda a una mujer… Y me pregunto si eres real. Tengo la sensación de vivir un sueño del que en cualquier momento voy despertar. Desaparecerás y volveré a estar solo…

            — No Edu, no sueñas… Pero lo que nos ocurre no es normal… Me siento ligada a ti desde que te vi en el bar. Y cuando te toqué… Esa descarga, tu voz, tu olor… Es algo muy extraño, como si te conociera desde siempre. Y lo peor de todo es que me recuerdas a alguien que conocí… —No pudo terminar la frase, estalló en sollozos refugiándose en mis brazos.

            — ¿Pero qué te pasa…? Cuéntamelo, desahógate… Mi vida… Mi amor… Mi pequeña Marta.

            Se apartó de mí, me miró sorprendida.

            — ¿Por qué has dicho eso?

            — ¿Qué he dicho?  ¿Mi vida? ¿Mi amor?… Porque lo siento Marta. Ahora mismo el mundo, mi mundo gira en torno a ti. Siento que si te apartaras de mí… Me moriría de pena…

            — Ha sido la frase "Mi pequeña Marta", la que me ha llevado a otra época, a otro lugar, con otro… —Dejó la frase sin concluir — ¿Qué he hecho Edu? … ¡Dios mío, qué he hecho! Tu y yo… No podemos… Tengo un pasado muy…

            — ¿Muy qué Marta? Sea lo que sea… No me importa… ¿Estás casada? ¿Tienes marido e hijos?… Te quiero, no me dejes ahora que he encontrado el amor de mi vida. —Al oír mis palabras sonrió amargamente.

            — No… No estoy casada, pero tengo, tuve un hijo. Es una triste historia que prefiero olvidar.

            — Pero yo quiero conocerla mi amor. Cuéntame tu historia…te lo suplico. —Mi expresión le hizo gracia y sonrió.

            — Nací y me crie en Salamanca. Mi padre era catedrático en la Universidad y mi madre hija de una “familia bien” de la ciudad. Crecí entre estudiantes. Algunos se alojaban en casa, mis padres les alquilaban habitaciones durante el curso, así sacaban un sobresueldo que en realidad no necesitaban, puesto que con su trabajo y la renta de las fincas heredadas de mis abuelos tenían más que de sobra. Yo tenía quince años cuando conocí a… —Las lágrimas acudieron a sus ojos, se cubrió la cara con ambas manos.

            La estreché entre mis brazos y esperé, en silencio, a que se calmara. Continuó…

            — Como te decía, tenía quince años cuando conocí a Manu, un chico joven guapo, muy inteligente, según decía mi padre, pero con pocos recursos económicos. Su familia era muy modesta y accedía a los estudios superiores por su capacidad, a base de becas, que no eran suficientes para mantenerse en la ciudad. Hacia trabajos esporádicos como camarero, pintor de brocha gorda, peón de albañil… Lo aprovechaba todo… Me enamoré, o eso creí. Con él tuve mi primera relación, con él mi primer orgasmo, con él mi primer embarazo… Los anticonceptivos estaban prohibidos, los condones también, ni hablar de la pesadilla del aborto. Cuando mi padre se enteró Manu, sencillamente, desapareció. Mi querido padre, el religioso padre, el santurrón padre, me dio una soberana paliza y me echó de casa, diciéndome que no quería volver a verme nunca más, que su hija estaba muerta y enterrada. Me encontré en la calle, sin recursos, con la ropa que llevaba puesta, un hatillo que la cobarde de mi madre me dio con algo de comida, cuatro trapos y algo de dinero.—Estaba hablando con gesto compungido.

            El recuerdo dolía, pero se rehízo.

            — Me fui a la estación y saqué un billete de tren para Madrid. Allí, tras andar por las calles, ya desfallecida, entré en una iglesia y me quedé dormida en una banca. Un cura me vio, se sentó a mi lado me preguntó qué me pasaba y se lo conté. No se portó mal, me llevo a su casa, me dio de comer, y una cama donde dormir aquella noche. Por la mañana, tras desayunar, me acompañó a un convento donde me ofrecieron quedarme hasta tener a mi bebé, después lo darían en adopción si yo no podía atenderlo. Y Así fue, pasé los meses que me quedaban de gestación y después del parto, al ver a mi hijo… —Un sollozo rompió el relato. Me abrazó y me miró a los ojos. — No podía separarme de mi niño. Se lo dije a la monja que intentaba convencerme para que se lo entregara; le dije que no, que quería quedarme con él. Creo que me dieron algo para dormir y al despertar mi hijo ya no estaba. Grité, lloré y protesté, pero todo fue en vano. Me mantuvieron un tiempo a base de somníferos… ¡Fui una mala madre, Edu…! ¡Abandoné a mi hijo! No supe nunca más de él.

            Intenté consolarla, me partía el corazón escucharla, pero intuía que necesitaba el desahogo, necesitaba hablar de hechos tan dolorosos. Ya más calmada prosiguió.

            Después de parir, me quedé en el convento dos años, estuve a punto de tomar los hábitos y recluirme en aquel remanso de paz, pero seguía recordando a Manu. ¿Qué había sido de él? ¿Me abandonó? ¿Alguna vez me amó? Con dolor me despedí de las hermanas que habían sido madres para mí. Llegué al convencimiento que no era la idea, el concepto de Dios, en el que cada vez creía menos. Eran las personas las que realizaban buenas o malas obras, las habrían realizado con o sin Dios, con o sin religión. A partir de mi salida del convento las cosas se aceleraron. Fui en busca de Manu, no podía olvidarlo. En su pueblo, en casa de los padres, me enteré que había sufrido un accidente de coche y había muerto tres años atrás. Aquello supuso otro golpe en mi vida. Regresé a Madrid destrozada. Encontré trabajo como camarera, pero el dueño quiso abusar de mí y me defendí. Le golpeé la cabeza con una botella; me denunció por agresión y estuve en la cárcel dos años. Cuando me dejaron salir me encontré con  algunas chicas que se dedicaban a la prostitución. En Echegaray reconocí a Marina. Era una de las que habían estado en el convento buscando ayuda médica. Ella me inició y me ayudó a integrarme en ese mundo. Desde entonces me dedico a eso… Es la amiga con la que estoy viviendo aquí. Nos trasladamos desde Madrid para cambiar. Abrir una peluquería y dejar esa vida, pero ella no puede dejarlo porque… le gusta. Yo ya no lo soportaba.

            Estaba muy conmovido por el relato. Un nudo en mi pecho me dificultaba la respiración. La estreché entre mis brazos y besé su frente.

            — Marta, no sé lo que nos deparará el futuro. Pero no puedo dejarte ir. Puede parecer una locura pero creo que me he enamorado de ti, quiero que te quedes conmigo, que no sigas llevando esa vida, que creo que detestas. Aquí podemos vivir los dos hasta que termine mis estudios, me quedan tres años. Mis padres están bien situados, tienen fincas y un negocio. Podemos vivir holgadamente… Si tú quieres podemos intentarlo…

            — Edu, eres un buen hombre y yo una mala mujer… No te convengo. Podemos seguir viéndonos pero…

            — No Marta. No eres una mala mujer. Eres una mujer valiente que ha afrontado serios problemas y ha salido adelante. Ahora debes elegir, o seguir con la vida que llevabas o quedarte conmigo y cambiar definitivamente. No me importa lo que hayas hecho antes de conocerte, solo quiero que entiendas que no podría soportar que estando conmigo te acostaras con otros. Eso no, compréndelo. Tienes ahora la oportunidad de cambiar. Ten por seguro que haré lo imposible por hacerte feliz, pero estando juntos.

            Su cabeza reposando en mi pecho, mis besos en su coronilla, el olor de su pelo. Mi amigo se irguió rozando la espalda de Marta que entre sonrisas y lágrimas, se revolvió, me empujó para tenderme de espaldas y me cabalgó como una amazona. No tuvo necesidad de ayudar con la mano. El tronco entró solo en su cálida gruta.

            Acaricié sus delicados pechos; pasaba mis manos por sus corvas, su cintura, su vientre. Mientras ella se movía cadenciosamente, en un vaivén enloquecedor. Adelante, atrás, tenues giros de cadera que me hacían perder la razón. Pellizcaba mis tetillas. Se inclinó hasta rozar nuestros labios. Una batalla de lenguas se libraba en nuestras bocas.

            Sensaciones desconocidas recorrían mi cuerpo. Su rostro reflejaba pasión, la boca y las aletas de su naricilla abiertas; sus ojos no dejaban de mirarme, a veces parecían tristes, otras con lujuria; pero siempre transmitiéndome… Amor… Amor verdadero…

            — ¡Abrázame Edu! ¡Abrázame fuerte y no me dejes ir! —A continuación profirió un angustioso grito que retumbó en la habitación.

            Su cuerpo se contorsionó, un temblor incontrolable la poseía, boqueaba como los peces cuando se les saca del agua, aspiraba aire con dificultad, los ojos vueltos… Se abrazaba a mí como si fuera un salvavidas en un mar embravecido.

            — ¡Jamás mi amor, nos quedaremos así para siempre! ¡Joder, por qué no te habré conocido antes! —Grité, con toda la fuerza de mis pulmones, un instante antes de inundar a mi amada.

            Sentir su cuerpo relajado sobre el mío era sencillamente… Delicioso. Un sentimiento de cariño, de amor, me inundaba.

            ¿Cómo había llegado tan profundamente a mi corazón? ¿Qué extraños vericuetos sigue Cupido en sus travesuras?

            Apenas unas horas antes no la conocía y ahora me sentía incapaz de vivir sin ella… La necesitaba…

            Nos quedamos dormidos tras la batalla. Desperté… Ella seguía sobre mí, la abrazaba como si se me fuera a escapar. Su respiración pausada sobre mi pecho me henchía de ternura, de amor por ella. Me sentía en la necesidad de protegerla, de cuidarla… ¡Cuánto padecimiento, cuanto sufrimiento! Y todo por la intolerancia, por la nefasta y equivocada moral que se nos ha inculcado. Un padre fanático y unas monjas avariciosas.

            Despertó, me miró y se iluminó la habitación. Su sonrisa, era contagiosa, reía con la boca, con los ojos, con dos hoyitos que se le formaban sobre las comisuras de los labios… Apreté su cuerpo con mis brazos…

            — Edu, mi vida, me vas a asfixiar… Pero no me sueltes… Bésame…

            Nos besamos, acaricié su pelo, de nuevo percibí su olor, suave, delicado, pero que ejercía un poderoso encantamiento que me embriagaba, que me poseía.

            — Cariño, no quiero hacerte daño, no quiero que tengas problemas por mí con tu familia. Pero la verdad es que jamás me había ocurrido algo así. Este sentimiento tan fuerte… Solo me pasó con Manu… Tú me lo recuerdas mucho, tenía tus ojos, tu pelo, tu olor… Aun lo recuerdo a pesar de los años.

            — No me vas a hacer daño si te vienes a vivir conmigo. Deja tu vida pasada atrás y comencemos una nueva andadura. ¿Tienes algo que perder?

            — A ti, mi vida. Si me voy de tu lado… te pierdo. Si me quedo puede que mi pasado nos pase factura y te pierda… Estoy hecha un lio… Pero algo tengo claro… ¡No quiero, no puedo, separarme de ti!

            Pasamos la noche juntos, abrazados. Marta se movía, sus sueños la obligaban a jadear, emitía lastimeros gemidos, lloraba; despertaba y la consolaba hasta que se dormía de nuevo y otra vez los sueños inquietos.

            Desperté solo. Olía a café. Me levanté y fui a orinar… Marta estaba sentada en el inodoro; dio un respingo al verme.

            — Buenos días, vaya, ¿te he asustado? ¿Qué haces levantada tan temprano? Aun no son las nueve y es sábado. Podemos seguir en la cama un rato.

            — Buenos días Edu… Suelo levantarme temprano para salir a correr. Pero no tengo ropa y me he decidido por hacer café. ¿Cómo estás?

            — Yo muy bien cariño. ¿Y tú? ¿Te pasa algo?

            — No yo… veras, anoche hablamos de cosas que… no se… —Su mirada suplicante me apenaba.

            — Marta… Anoche te pedí, te supliqué que te vinieras a vivir conmigo. Lo reafirmo. Cuando me he despertado y no te he visto a mi lado, me ha dado unvuelco el corazón. Creí que te habías ido y que no volverías y… no sé lo que me entró. El olor del café y tus ruiditos en el váter…

            — ¿Me has oído? ¡Qué vergüenza!

            — Vergüenza ¿por qué?, ¿por unos pedetes que me sonaban a música celestial? Tus ruiditos me confirmaban que estabas aquí, conmigo, que no te habías ido… ¡Te quiero! ¡Quiero tus pedetes, tus ruiditos, tus olores! ¡Todos! — Me arrodillé ante ella, se tapaba la cara avergonzada, le separé las manos y besé sus labios.

            Pasé una mano entre sus muslos y acaricié su tesoro, mi mano se empapó y la llevé a mi boca, lamiéndola, oliéndola, aspirando sus aromas más íntimos…

            — ¡Pero que guarrete eres Edu! Voy a tener que castigarte por esto. Anda, sal y echa el café que no quiero que me veas limpiarme el trasero… Me da mucha vergüenza… ¡Por favor! —No pude negarme al ver su carita suplicante.

            Dejé que terminara de asearse y preparé unas tostadas con pan de molde, mantequilla, aceite de la sierra, lonchas de jamón hecho en casa y café.

            Cuando apareció, recién duchada, con el pelo revuelto, antes de cubrirlo con una toalla, estaba preciosa. Cuanto más la miraba, más bella me parecía.

            Se sentó a mi lado y dimos cuenta del desayuno gastándonos bromas y charlando. Era alegre, simpática; pero algunas veces un mal pensamiento ensombrecía su bello rostro.     

            Decidimos que ese mismo día, traeríamos sus cosas del piso de su amiga y se quedaría definitivamente en mi casa; su casa, desde ahora. En cuanto terminamos de desayunar nos vestimos y fuimos a ver a su amiga.

            El piso estaba cerca del mío. Entramos con la llave que tenía Marta. El piso era similar al que yo ocupaba. Al oír la puerta una voz femenina llamó a Marta desde el dormitorio al fondo del pasillo.

            — ¡Marta! ¿Eres tú?

            — ¡Sí soy yo Marina! ¡Vengo a recoger mis cosas! ¡Me voy!

            — ¿Cómo que te vas? ¿No habíamos quedado en?… —No terminó la frase, se presentó en el salón, donde estábamos nosotros y enmudeció al verme. — ¿Quién es este?

            — Este es Eduardo. Me voy a vivir con él. Ya te dije que quería dejar esta vida, por eso vine a Sevilla. Edu me ayudará.

            Marina era una mujer de una belleza impresionante, acrecentada por un avanzado estado de gestación que la hacía aún más hermosa. Casi tan alta como yo, morena de ojos grandes y rasgados y una boca de labios carnosos y sensuales. Estaba desnuda y no parecía importarle que yo la viera así.

Marta entró en uno de los dormitorios.

            — ¡Fuera de aquí! ¡Suéltame! —Escuché gritar a Marta y me apresuré a ir en su busca.

            En la habitación un tipo, desnudo, sujetaba a Marta por un brazo, empujándola hacia la cama. Di dos pasos y le estampé un puñetazo en la cara. Lo sorprendí y cayó de espaldas al suelo.

            — ¿Pero qué haces? ¿Por qué le pegas? —Entró Marina gritando.

            — ¡Porque no se maltrata a las mujeres! ¡Este tío es un cerdo! ¡Marta, recoge tus cosas y vámonos! —Dije sin ocultar mi enfado.

            Marina vio mi cara de mala leche y calló, ayudó a levantarse al tipo del suelo, se lo llevó a otro dormitorio y se quedó hablando airadamente con alguien más. El tipo entró de nuevo manteniendo la distancia conmigo, recogió su ropa se vistió en el salón y salió del piso como alma que lleva el diablo, con las narices ensangrentadas.

            Marta me miró sorprendida y sonrió.  Sacó una maleta del armario la llenó con ropa de los cajones. En el salón nos esperaba Marina con una bata de casa que apenas cubría su desnudez.

  • ¿Es definitivo Marta? ¿Me dejas?

— Sí Marina. Me marcho pero no te dejo, seguiremos viéndonos, pero desde luego no pienso seguir con esta vida. Ya te lo advertí, antes incluso de conocer a Eduardo. Aun así pienso seguir a tu lado para ayudarte en lo que me necesites con tu… criatura.

            Con las maletas y una caja salimos del piso y nos marchamos a nuestra casa.

            — Esto es lo que yo no quería. Marina no es mala persona, pero no quiere entender que la vida que hemos llevado debe terminar, al menos para mí… Y gracias a ti Edu… Ya lo has visto, me tenía preparado un cliente; anoche estaba muy borracho y durmió la mona en mi cama esperándome, mientras ella atendía al otro en su cuarto.

            Marta había roto con su pasado y una nueva vida nos aguardaba.

 

El estudiante 2

            Nos fue fácil acomodarnos. Marta era una buena compañera, cariñosa, afable… Se encargaba de los trabajos de la casa y me hacía sentir como un rey. Buscó trabajo y lo encontró en una peluquería del centro.  Yo continué con mis estudios  y mis notas mejoraron.

            — Edu, hay algo que no te he dicho y quiero que sepas. —Me dijo tras nuestra sesión de sexo matutina.

            — Tú dirás; ¿no será algo grave?

            — Bueno… Depende de cómo te lo tomes.

            — No me asustes… Dime ya lo que sea…

            — Pues… Verás… Marina y yo somos… éramos, algo más que amigas y… —Parecía apenada.

            — ¿Erais pareja? Y ahora… ¿Qué sois? —Dije sin acritud.

            — Sí, éramos pareja, decidimos romper con nuestra vida pasada y comenzar de nuevo aquí, en Sevilla, pero ya viste que Marina sigue con sus ligues y… Yo no quiero eso. Conocerte me dio el empujón que necesitaba para cambiar de vida; pero… —Dudaba.

            — Hay algo más ¿no es así?

            — Sí… El bebé que espera… Lo planeamos para que fuera "nuestro" bebé. Ahora ya no sé qué hacer…

            — Bueno, no te preocupes, ya veremos más adelante, lo pensaremos con tranquilidad. —Y cerré la charla con un beso que pareció serenarla.

Llevábamos dos meses juntos y se acercaban las vacaciones de Navidad, aún no tenía muy claro cómo enfocar la presentación de Marta a mis padres. No sabía cómo iban a reaccionar y cómo le afectaría a Marta.

            Era temprano, habíamos hecho el amor, como todos los días, antes de irme a clase. Marta ronroneaba a mi lado, me besaba y acariciaba… Le gustaba jugar por la mañana, y a mí por la noche, así que lo solíamos hacer, al menos, dos veces al día. Disfrutaba como un adolescente cuando la poseía acurrucado tras ella, de cucharilla lo llamaba.

            — Marta vamos a ir al pueblo; quiero presentarte a mis padres yformalizar nuestra relación. —Le dije mientras acariciaba sus cabellos.

            — Alguna vez tendría que ser… Pero tengo miedo de no ser aceptada y que tengas problemas con tu familia Edu. —Respondió.

            — Eso no debe preocuparte, mi vida, sea como sea seguiremos juntos; te quiero y eso no lo va a cambiar nadie.

            Marta me besó, se levantó y se fue a la cocina a preparar el desayuno, me quedé un poco más en la cama.

            — ¡Edu, vamos, arriba, que llegas tarde al cole! —Gritó desde el salón.

            — ¡Sí mami! ¡Ya voy mami! —Respondí.

            Marta me trataba como a un niño y me gustaba. Me sentía inmensamente feliz con ella.

 

            Dos días después tomábamos el autobús en dirección al pueblo.

            La llegada a casa no fue como la esperaba. Mi padre estaba en cama aquejado de fuertes dolores abdominales. El médico no tenía muy claro el diagnostico. Mi madre estaba, lógicamente, preocupada.

            Tras las presentaciones de rigor fuimos a ver a mi padre a su habitación; lo encontré muy delgado y desmejorado. Marta de dio un beso y se fue con mi madre.

            Al quedarnos solos mi padre me cogió de la mano y tiró de mí para que me acercara. Me habló casi sin fuerzas…

            — Eduardo, hijo, coge el sobre cerrado que hay en el cajoncillo de la mesilla de noche. Ábrelo cuando yo falte… —Dijo mi padre en un susurró.

            — ¡Padre qué cosas dices! Te pondrás bueno pronto. Me quiero casar con Marta y tú serás mi padrino…

            — No hijo… No aguantaré mucho… Me queda poco y solo quiero que cuides de tu madre, no la dejes sola… —Su forma de hablar me preocupó.

            Y tenía razón… Aquella misma noche dio su último suspiro… Los días que siguieron fueron muy dolorosos. Mi madre se deshacía en lágrimas por la pérdida.

            Marta se comportó con ella como una hija; la acompañaba y la consolaba. Fueron horas de llanto y tristeza… de dolor.

            Pero algo extraño nos pasó. La noche del velatorio; con toda la pena que sentía en mi corazón por mi padre. Subimos Marta y yo a mi dormitorio para tendernos un rato a descansar, como estábamos, vestidos. Lloraba como un niño, la abrazaba y ella me consolaba… Mesaba mis cabellos; besé sus labios, acaricié su cuerpo sobre la ropa y nos enardecimos.

 Subí su vestido, le quité las braguitas y mimé su intimidad, lamí y lamí, dedeé y mordí, con ansia, violentamente. Mi querida Marta se quejaba en un momento y a continuación me decía que quería más y más… Subí, no besaba, le mordía los labios hasta sangrar y penetré su hendidura,   fue como una locura pasajera pero el tiempo que duró hicimos el amor… con ansia… Desesperadamente… Sin dejar de llorar… Abrazándonos hasta el dolor. Vino a mi mente las ideas de Freud sobre el eros y el tánatos; la vida, el amor, la fuerza vital de la naturaleza, unida inseparablemente a la destrucción, a la muerte. De algún modo la cercanía de la parca nos impulsa a mantener la existencia, a conservar la especie.

            Pero la vida continuaba… Marta tenía que trabajar y yo seguir con mis estudios.

            — Madre, tenemos que irnos a Sevilla; vendrás con nosotros…

            — ¿Qué voy a hacer yo en Sevilla? No hijo, me quedo aquí, en mi casa. Mi hermana, la tita Helena se quedará conmigo. Ya estamos las dos solas y nos haremos compañía… No te preocupes por mí, sigue tu camino que yo el mío lo tengo hecho. Marta es una buena mujer… Algo mayor para ti, pero te quiere, eso se nota  y es lo que importa.

            — Pero momá, no quiero dejarte sola en el pueblo y… —No me dejó terminar.

            — ¡Y nada, qué no me voy! —La vi tan convencida que no me quedó más que aceptar.

            De nuevo dos horas y media de autobús para llegar a Sevilla.

 

            En el piso todo seguía igual, Marta fue a ducharse mientras yo deshacía la maleta. Al sacar la ropa un sobre cayó al suelo, era el que mi padre me hizo coger de la mesita de noche el día que murió. Era del tamaño de una cuartilla pero abultado; no tenía ni la más remota idea de lo que contenía, pensé en dinero… Qué sé yo…

            No, no era dinero, eran documentos; una partida de nacimiento, de alguien a quien no conocía, otra con mi nombre, registrada en el pueblo… Y unos documentos en los que figuraba la entrega de un niño a mi padre a cambio de doscientas cincuenta mil pesetas  y otros documentos con el membrete de un convento de Madrid.

            Aquello me desconcertó, repasé los documentos de nuevo y… ¡Joder era yo!… Era por mí por quien mi padre había pagado aquel dineral…

Según pude averiguar mi padre utilizó sus influencias en el régimen del dictador y previo pagó de doscientas cincuenta mil pesetas a las “monjitas”, le entregaron un niño sano… Recién nacido… O sea yo…

            El impacto fue brutal, una sensación de mareo me invadió, se aflojaron mis piernas y caí de lado sobre el sofá y al suelo. Hice ruido al desplazarse el mueble.

                        Al abrir los ojos Marta, angustiada, me llamaba y me zarandeaba.

            — ¡Edu, cariño! ¡Contesta amor mío! ¿Qué te pasa Edu? ¿Te encuentras mal? ¡No me asustes! —Marta que estaba en el baño salió y vino corriendo a ver que me ocurría.

Cuando me repuse…

— No cariño, no me pasa nada ha sido… Bueno, no sé lo que ha sido… —Balbuceé.

— ¡Otra vez te he dado la pájara! —Dijo —¡Seguro que tienes la tensión por los suelos!

Intenté ocultar los documentos pero mi movimiento no pasó desapercibido. Marta los cogió… Decidí contar la verdad.

            — Estoy bien Marta, no me pasa nada; es solo que he descubierto algo que… —No pude seguir hablando.

            — Tranquilízate amor mío, dime qué ocurre…

            — Es que… no soy hijo de mis padres.

            — ¿Cómo dices? Explícate.

            — Me adoptaron, Marta; como se adoptaban los niños en aquella época. Mi padre era adepto al régimen fascista y tenía influencias… Aquí hay una carta en la que lo explica.

            Leímos la misiva y en ella mi padre decía que mi madre no podía tener hijos y que acordaron una adopción. Se trasladaron durante unos meses a una finca de la sierra, propiedad de mi padre, sin contacto con nadie del pueblo. Pasados seis meses, realizadas las gestiones, le comunicaron que había un bebé disponible en Madrid, allí se desplazaron y se hicieron cargo del niño, o sea, de mí. También explicaba que, en un descuido de la monja que intervino en la operación, cogió los documentos en los que aparecían todos los datos, incluido el nombre de mi madre biológica. Trataba de no dejar pistas sobre el destino del chiquillo.

            Marta de pie junto a mí, revisaba los documentos. De pronto gritó…

— ¡¿Qué es esto Edu?!  Estos papeles… ¡Yo los conozco…! ¡El membrete es del convento donde yo estuve…! —Miró los documentos horrorizada— ¡¡No, no, no puede ser!! ¡¡Esta es mi firma!! ¿Cómo puedes tenerlos tú? — Su rostro era una máscara de horror — Intenté por todos los medios que me los entregaran para poder recuperar a mi… —No pudo terminar la frase. Marta cayó al suelo como fulminada por un rayo.

En brazos la llevé hasta el sofá y la tendí… Estaba aturdido y sorprendido por lo que había descubierto y por su reacción. Cuando mi mente se aclaró me asusté mucho. Marta era una mujer fuerte no propensa a histerismos.

            Le aflojé el vestido para que respirara mejor, le di dos o tres bofetadas suaves, acaricié su bello rostro, retiré los mechones de pelo de su cara y poco a poco volvió en sí.

            — ¡¿Qué ocurre Marta?! ¡Háblame! ¡Dime algo!

            Dio un profundo suspiro y estalló en llanto… Balbuceaba palabras inconexas, se movía de forma extraña, espasmódicamente, parecía aquejada de un brote psicótico… Poco a poco se calmó.

Abrió los ojos, me miró y cogió mi cara con sus dos manos… Le temblaba la mandíbula.

            — Amor mío, dime que te ha pasado, ¿por qué te has puesto así?

 ¡Y comprendí!

— ¡¡Joder… joder… joder!! ¡¡Dioosss!!… Si estos documentos no son falsos. ¡¡Marta es mi madre!! —No pude soportarlo, fue como un mazazo y caí redondo junto a mi amada… ¿Madre?

Llorábamos los dos, abrazados, sentía tanto amor por ella.

            — ¡Es maravilloso, Edu! ¡Es horrible Edu! —De nuevo el llanto.

            Me abrazaba, me separaba, me miraba a los ojos, pasaba las yemas de sus dedos por mis mejillas, como hacen los invidentes para reconocer a las personas; lloraba y de pronto reía… Volvía a llorar…

El destino, el azar, lo que quiera que fuera nos había jugado una mala pasada.

La cabeza me iba a estallar.

Habíamos descubierto que el vínculo que nos unía, como madre e hijo, nos separaba como amantes.

Marta me miraba… de otra forma. Seguía llorando pero noté un atisbo de alegría en ella. Repasaba los documentos, asentía con la cabeza.

      — Edu, ¿Recuerdas lo que te conté? ¿Lo de que tuve un hijo y me lo quitaron? Quise criarlo yo y no me dejaron, no me quisieron decir a quien se lo habían dado. He dedicado casi toda mi vida a buscarlo y…Ahora lo entiendo todo Edu, mi vida… La monja que intervino en la “venta” de mi niño me dijo que la pareja que te recogió se llevó la documentación para que yo no pudiera saber quiénes eran y en un futuro poder reclamarte. Pensé que jamás te encontraría, que destruirían los papeles para borrar todo rastro. Te inscribieron de nuevo en el pueblo como hijo suyo, con sus influencias podían hacerlo.

            — ¡Y qué, Marta, sigue! —Al ver su gesto un escalofrió recorrió mi espalda hasta erizarme la nuca.

      — ¡Lo he encontrado, Edu! ¡¡He encontrado a mi niño!! —Un nuevo rio de lágrimas recorría sus mejillas —Te busqué, mi amor, nunca perdí la esperanza. Ha sido el destino quien nos ha unido, no me importa haber hecho el amor contigo, con mi hijo. Por el contrario, me alegro, me siento feliz y espero que eso no sea un inconveniente para ti. Si te supone un problema… con dejar de hacerlo… Me sentía atraída por tus ojos que eran los de tu padre, tu cara, todo tu cuerpo me lo recordaba pero pensé que eran coincidencias. Por fin he encontrado a mi hijo. No quiero, no puedo separarme de ti. —Sus manos no acariciaban como antes, ahora era más tierna, había un afecto distinto en sus gestos, en su mirada.

— ¡Pero eres mi madre! ¿Y ahora qué va a pasar? ¿Qué haremos? ¡Te quiero tanto! — Un sollozo ahogó mi discurso.

 

            Me abrazó… No era un abrazo… como hasta entonces. En este abrazo no había tensión sexual, pero sí un amor infinito… Un amor como solo una madre puede sentir por un hijo…

            — ¡Soy tu madre! ¡Y tú eres mi hijo, Edu! El hijo que me robaron por la "buena acción", de una monjita que intentó, sin conseguirlo, convencerme de que era lo mejor para ti y para mí. Acepté quedarme en el convento para tratar de averiguar dónde estabas. Pasado el tiempo me convencí de que las hermanas no lo sabían. Ahora sé el porqué. Tu padre adoptivo les cogió la documentación… Es esta. —Dijo señalando los papeles.

            — Pero… Pero ¿qué va a ser de nosotros marta? Si eres mi madre lo que hemos hecho es…

            — Sí, mi vida. Incesto… Pero un incesto involuntario. Son las circunstancias las que nos han llevado a esto. Y no debemos culparnos… Tenemos que aceptar las cosas como son y…

            — ¡¡Sí pero ¿joder, qué vamos a hacer?!!

— Sí mi amor, eres mi hijo, soy tu madre y también te quiero, te he querido desde que naciste, desde que te apartaron de mi lado. Te perdí y te he encontrado; ahora soy feliz. Tenemos un vínculo que nos une más que si nos hubiéramos casado. ¿Que qué vamos a hacer? Podemos hacer muchas cosas. Seguir viviendo juntos, tú encontraras una mujer que te quiera, te casaras y tendrás hijos, me harás abuela. Y yo seré feliz. Otra cosa que podemos hacer es seguir los planes que teníamos, casarnos, no tener hijos y dentro de algunos años me reprocharas no haberte dejado vivir tu vida. Y yo no seré feliz. Se me ocurren algunas más pero quiero saber qué piensas. —Su mirada amorosa me desarmaba.

            Se tapó la cara con las manos. Me acerqué y las aparté. Me perdía en sus ojos.

— Mamá… ¿Puedo llamarte así?

— ¡Dioos, mi vida! ¡Claro que sí! ¡Llevo tantos años deseando oír esa palabra de boca de mi hijo!

 

            — Mamá, si antes te quería porqué me enamoré de ti, ahora con más motivo… Te quiero y siempre te querré. Y no estoy dispuesto a renunciar a ti. Podemos encontrar soluciones a este problema. Una de ellas es… Casarnos… Legalmente podemos hacerlo. Nadie debe saber el vínculo que nos une.

            — No Edu, ahora que sé quién eres yo no puedo seguir… Nuestra relación no puede ser la misma. Tú debes encontrar una muchacha de tu edad, que te quiera, con la que formes una familia, tener hijos…

            — No mamá. El hecho que seas mi madre no cambia para nada lo que siento por ti. Te deseo como mujer, te puedo querer como madre, pero me siento unido a ti tanto o más por la pasión que por el afecto filial. Ahora te quiero más. Y sé que tú también me deseas… ¿O no es así?

            — Lo es mi amor. Mal que me pese, es así. Te quiero, me siento infinitamente feliz por haber encontrado, por fin, a mi hijo, pero mucho más por haber encontrado el objeto de mi amor. ¡Te pareces tanto a tu padre! Eso es lo que me atraía de ti, lo que me empujó a tus brazos y a tu… cama. Pero no debemos…

            — Marta… Mamá… Te quiero y te deseo, quiero hacerte feliz y si quieres que yo también lo sea… ¡Casémonos!… Nadie se va a enterar de nada. Estos documentos son la única prueba de nuestro vínculo. Los quemamos y en paz. Ya somos libres. Tu y yo seremos los únicos en saberlo.

            — Pero mi vida, no podemos tener hijos. Podrían tener problemas por nuestro parentesco. No puedo permitir que te condenes a no tener descendencia por mi causa.

            — De nuevo… Mamá; podemos solucionarlo, podemos tener hijos y ser totalmente normales. Por lo que veo no tienes enfermedades que transmitir, al parecer mi padre tampoco, yo estoy perfectamente… Nada invita a pensar en que podamos tener hijos anormales. Pero además, podemos adoptar, tú eres joven, puedes dejarte embarazar por otro, un desconocido, que no sepa jamás que tendrá un hijo, será nuestro, tu hijo, mi hermano. Te quiero y no puedo, no quiero,  renunciar a ti, mamá.

            — Llevas un buen rato llamándome mamá, hijo. ¿No resultará sospechoso?

            — No tiene por qué. Muchos maridos llaman mamá a sus esposas y no pasa nada. Entre nosotros, con más motivo.

            — ¿Estarías dispuesto a permitir que yo tuviera relaciones con otro hombre, sin sentir…?

            — ¿En este caso? ¿Por qué no? ¿Piensas que podría sentir celos? Te equivocas. Sé, estoy convencido, que si lo hicieras con otro no sería para hacerme daño, sino todo lo contrario… Y ahora que lo dices… Me excita la idea. ¿Vamos a la cama… mamá?

            Su sonrisa me indicaba que no podía resistirse a mi petición, se levantó, cogió mi mano y me arrastró a la habitación.

            No fue un polvo normal… No disponía de datos para comparar, dada mi inexperiencia, pero hicimos el amor como nunca antes. El hecho de saber el lazo que nos unía añadía morbo al contacto. La ternura con la que nos acariciábamos, cómo nos besábamos, era distinta, extraña, profunda. Tener entre mis brazos a la autora de mis días, hacer el amor con ella era algo sublime. Mi madre alcanzó el primer orgasmo con gran facilidad. Lo que siguió fue una locura de pasión, de desenfreno.

            — Entra en mí, penetra en mi vientre y quédate ahí, como cuando te tenía dentro. Cuando sentía tus pataditas… entra y quédate dentro. Quieto, no te muevas… Bésame, eres mi bebé, mi niño, mi amor… Te quise nada más verte, pero después de saber quién eres… ¡Diosss cómo te amo!

            Sus palabras eran miel en mis oídos, me encendían, el contacto de su piel en mis dedos, sus pechos, en los que no tuve oportunidad de mamar cuando lo necesitaba, los besaba y chupaba ahora con delicadeza, con amor. Sus labios acariciaban los míos y provocaban descargas eléctricas en mi espina dorsal. Y su olor… Estaba recién duchada y desprendía un perfume, su aroma me enardecía.

            No fue una relación sexual normal… Fue la más dulce y tierna de las experiencias sexuales de toda mi vida.

            Nos dormimos, abrazados, frente a frente, nuestros labios unidos en un beso eterno; aspirando su aliento…

            Desperté tarde, el sol entraba ya a raudales por la ventana. Marta no estaba a mi lado. Me sorprendió su ausencia, me levanté y desnudo, busqué por toda la vivienda… No estaba… Un escalofrío recorrió mi espalda. Me vestí y salí corriendo a la calle, no la vi… De pronto se me ocurrió ir a casa de su amiga Marina, quizá ella supiera algo.

            — ¡Marina, ¿sabes dónde está Marta?! —Pregunté angustiado por el porterillo electrónico.

            — Sii, sube, está aquí. —Respondió una voz desconocida.

            Subí al piso y encontré la puerta entreabierta, entré. Había alboroto en el dormitorio que supuse era de Marina.

            La imagen que vi al traspasar la puerta del cuarto era impresionante… Marina estaba tendida en la cama desnuda, despatarrada, con las rodillas flexionadas y Marta a su lado acariciando su pelo. Otra mujer desconocida maniobraba en la entrepierna de Marina que, de cuando en cuando, gritaba como una posesa. Me acerqué sorprendido. Estaba de parto. Ya asomaba la cabecita del bebé por su abertura. De pronto surgió del vientre materno como cuando era pequeño, hacía barro y lo exprimía entre los dedos. Pinzaron y cortaron el apéndice umbilical.

            La mujer que atendía el parto aprehendió las delgaditas piernecillas de la criatura, la levantó cabeza abajo y le dio unas suaves palmaditas en el culete.

            — ¡Es una niña! —Casi gritó la partera.

Un grito surgió de la pequeña. La acercaron a su madre que la miró y la apartó de sí. Marta lo acogió entre sus brazos cubriéndola con una toquilla. Dos lágrimas surcaban su rostro, me miró.

            — Es nuestra hija, Edu. Ya somos padres. —Sorprendido la miré, ella se acercó y colocó en mis manos aquella chiquitina.

            — Pero… como… ¿Y su madre?

            — No te preocupes. Marina dejará a su hija en nuestras manos. Hablaré con ella y no se opondrá. La inscribiremos como nuestra después de casarnos. ¿No es lo que querías? —Su mirada amorosa y suplicante me enternecía.

            Se inclinó sobre su amiga y la besó en los labios. Se miraron con ternura. Las dos lloraban. Sabía que la relación entre las dos mujeres era algo más que de amistad.

            — ¿No le das de mamar? —Preguntó la partera. —Es bueno que la pequeña tome los calostros.

            — Sí, acércamela.

            La comadrona terminó de asear a Marina, le hizo algunas observaciones, recomendó lo que había que hacer y se marchó. No temía complicaciones, el parto había sido normal y tanto la madre como la hija estaban bien.

            — Esta es nuestra niña, Marta. Planeamos tenerla y cuidarla entre las dos. ¿Me sigues queriendo? ¿Vas a abandonarme? —Las palabras angustiadas de Marina me sorprendieron.

            — Sí Marina, te quiero, pero me ha ocurrido algo que… Ahora estoy con Eduardo, lo quiero mucho… mucho más. Y nos vamos a casar, pero no te dejaré. Hemos pasado mucho juntas y sabes que te quiero… Y ahora más, por esta cosita. Pero lo de Edu…

            Marta seguía junto a su amiga. Me miraba y sonreía. Al quedarnos los tres… los cuatro… solos Marta, acariciando amorosamente a su amiga…

            — Marina, cuando vine esta mañana era para darte una noticia…  para mí, extraordinaria… Por fin; después de tantos años…  ¡He encontrado a mi hijo!

            — ¡¿Cómo?! ¡¿Dónde está?! —Exclamó Marina.

            — ¡Aquí, Marina! ¡Eduardo es mi hijo!

            Me sorprendió la tranquilidad con la que le revelaba a su amiga nuestro parentesco, sobre todo cuando habíamos hablado de que no lo diríamos a nadie.

Marina, con su pequeña mamando de su pecho, se giró hacia mí abriendo los ojos como platos.

      — ¡¿Qué diiices?! ¡Marta, ¿te has vuelto loca?! Eso no puede ser, es tu imaginación… ¿qué te hace pensar eso?

      — Tranquilízate Marina, tenemos la documentación que lo demuestra, no hay duda; Eduardo es mi hijo y no pienso separarme nunca más de él. Ha sido todo como un milagro. Nos encontramos por azar, nos enamoramos como adolescentes y por si fuera poco si desaparecen los papeles, nadie puede probar que Edu es mi hijo y podemos…

      — ¡¿Casaros?! ¡¿De verdad vais a casaros?! —Preguntó Marina angustiada.

      — Sí cariño. Ahora lo tengo claro. Nos casaremos y daremos nuestros apellidos a esta preciosidad, como si fuera nuestra hija. Al fin y al cabo es casi lo mismo que queríamos hacer nosotras. Con la diferencia que no tendrás que inscribir a la niña como hija de madre soltera. Por lo demás, no debes preocuparte. —Marta acariciaba a su amiga y besaba su frente amorosamente —Eduardo ¿puede vivir Marina con nosotros? Ahora necesitará cuidados hasta que se recupere y después… Después ya veremos; creo que nos llevaremos bien los tres.

— Por mí no hay problema. Aunque nuestro primer encuentro no fue muy agradable… En mi piso hay espacio para todos, prepararemos un dormitorio para Marina y… nuestra hija. Creo que podré acostumbrarme a vivir con tres mujeres en casa… —Mi sonrisa tranquilizó a las dos.

            Marta y yo nos casamos e inscribimos a la hija de Marina, Alejandra, como hija nuestra. La relación entre Marina y yo fue bien, ella tenía sus asuntillos, que se llevaba a su piso. En ocasiones compartía la cama con Marta y conmigo o… solo con Marta. Pero no me importaba, al contrario, me hacía feliz saber que mi madre y ella se lo pasaban bien. También me lo pasaba yo con las dos o solo con Marina. A mi madre no solo no le importaba, sino que lo propiciaba. Era una mezcla extraña de afectos a tres bandas.

            Alejandra creció con dos mamás y un papa. Como su papi, estudió psicología y llevamos un gabinete juntos. Tiene novio y se casarán en breve.

            No le hemos ocultado nada. Esperamos a que tuviera edad suficiente para comprender y su respuesta fue:

—Me lo imaginaba, no sabía qué, pero sí que algo extraño había. Os he visto juntos a los tres en la cama y eso no era normal…

—¿Nos espiabas? —Preguntó Marina.

—Bueno… Un poquito sí. Pero me gustaba veros hacer el amor. Y yo también lo pasaba bien. Así quedó el asunto.

Ya tiene veinticinco años y aunque no le unen lazos biológicos a Marta y a mí, sigue considerándonos sus papá y mamá, aunque, lógicamente su afecto por Marina es mayor desde que sabe que es su madre biológica. Le pregunté si no tenía curiosidad por saber quién era su padre y me respondió que para ella su padre era yo y no le interesaba el que pagó a su madre para echar un polvo.

He visto por internet que se está analizando un curioso fenómeno que nos afecta muy directamente. La Atracción Sexual Genética ASG en español y GSA en inglés.

Me pregunto si es esta extraña atracción lo que nos llevó a mi madre y a mí a unirnos con tan poderosos sentimientos, antes de saber que éramos madre e hijo…

Hasta aquí mi relato.

 

 

 

 

 

Mas de solitario

La tormenta. Versión B.

La tormenta. Versión A.

Ana, mi historia. Capítulo 4 y ultimo

Ana, mi historia. Cap. 3

Ana, mi historia. Cap. 2

Ana, mi historia. Cap. 1

GLORIA Capítulo 5 Final

GLORIA Capítulo 4

GLORIA Capítulo 3

Gloria 2

Gloria Cap 1

Cosas de mi adolescencia

La salida del tren

Hermanas 2

Hermanas 1

Bucle

Era noche cerrada 4ª parte. Final.

Era noche cerrada 3ª parte

Era noche cerrada 2ª parte.

Era noche cerrada. 1ª parte

Diana y sus hijas 6 Final.

Diana y sus hijas 5

Diana y sus hijas 4

Clara 2ª parte Final.

Diana y sus hijas 3.

Clara 1ª parte

Diana y sus hijas. 2.

Dobles parejas 2

Dobles parejas 1

Diana y sus hijas. 1.

Despedida de soltero

Marta.

Servicio de caballeros 2

Servicio de caballeros 1

Dramas familiares 2

Dramas familiares

Engaños

Yo puta 3

No sé bien cómo empezó todo 2

No sé bien cómo empezó todo 1

Estaba claro que no era mi noche

Yo puta 2

Yo, puta.

Hija adoptiva 3 Final

Hija adoptiva 1

Hija adoptiva 2

Armas de mujer 2

Armas de mujer.

Ana, mi hija (y 5)

Ana, mi hija (4)

Ana, mi hija (3)

Ana, mi hija (2)

Ana, mi hija (1)

Caro y su protector 3

Caro y su protector 2

Caro y su protector

SECUESTRADA (y 4)

Secuestrada (3)

Secuestrada (2)

Secuestrada (1)

16 días cambiaron mi vida y Gaby, mi hija

De vuelta a mi casa

Las cosas de mi madre 10

La suicida.

Las cosas de mi madre 8

Las cosas de mi madre 9

Pablo, Ana, José, Mila y familia. 4

Las cosas de mi madre 7. Final.

Las cosas de mi madre 6

Las cosas de mi madre 5

Las cosas de mi madre 4

Las cosas de mi madre 3

Las cosas de mi madre 2

Pablo, Ana. José, Mila y familia. 3

Las cosas de mi madre 1

Pablo, Ana. José, Mila y familia

Ya somos dos, para el profe y el portero

La necesidad de pija a los 40

Pablo, Ana. José, Mila y familia.

Gaby, mi hija. 10 Final.

Gaby, mi hija. Epílogo.

Gaby, mi hija. 9

Gaby, mi hija. 8

Gaby, mi hija. 7

El sueño de Irene

Gaby, mi hija. 6

Gaby, mi hija 5. Fin de la primera parte.

Gaby, mi hija 4

Gaby, mi hija 3

Gaby, mi hija 2

Gaby, mi hija 1

16 dias. La vida sigue 7

16 dias. La vida sigue 6

16 dias. La vida sigue 5

16 dias. La vida sigue 4

16 dias. La vida sigue 3

16 dias. La vida sigue 2

16 dias, la vida sigue

Mi nueva vida 7

Mi nueva vida 6

Mi nueva vida 5

Mi nueva vida 4 original

Mi nueva vida 3

Mi nueva vida 2

Mi nueva vida

16 dias cambiaron mi vida 6

16 dias cambiaron mi vida 7

16 dias cambiaron mi vida 5

16 dias cambiaron mi vida 4

16 dias cambiaron mi vida 3

16 dias cambiaron mi vida 2

16 dias cambiaron mi vida