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Era noche cerrada 2ª parte.

en Amor filial

Era noche cerrada 2ª parte.

Continuación de la 1ª parte en: https://www.todorelatos.com/relato/137362/

Subido en la categoría – Confesiones –

Al parecer solo Rosa y yo conocíamos la verdad y dado el estado de la chica, a mí no me producía ningún tipo de problema moral si el crápula que la maltrataba estaba muerto…

Pasadas unas horas despertaron y se vistieron para salir a dar un recorrido por el paseo marítimo, ahora casi solitario, pero donde se respira el aire puro del mar.

Con Lola en mi regazo y Rosa agarrada a mi brazo paseamos hasta que observé que Rosa se cansaba. Regresamos a casa y preparé la cena para los dos.

 Tras cenar la madre se dedicó a amamantar a su niña. Recogí los platos, al salir de la cocina y verlas a las dos me emocioné. Rosa se dio cuenta y me llamó a su lado.

—¿Qué te pasa Miguel?, es la segunda vez que te veo raro, triste, al verme dar el pecho a mi niña.

—Me trae recuerdos, Rosa. Muchos y buenos recuerdos de cuando mi mujer daba teta a mi hija. Entonces nuestra relación era buena; eran tiempos felices, éramos jóvenes…

—Tú también mamabas, ¿verdad? — La pregunta me sorprendió y no pude evitar ruborizarme.

—Pues… sí…  yo también lo hacía. — Esbocé una sonrisa. — Soy hermano de leche de mi hija…

Rosa soltó una carcajada que sobresaltó a la niña. Su risa era contagiosa…

—Perdona Miguel. No había escuchado nunca eso… “Hermano de leche de tu hija”…¿Quieres ser hermano de leche de Lola?…

—¡Por Dios Rosa! ¡No vayas a pensar que yo…!

—Tranquilo Miguel… Mi ofrecimiento es sincero y me ayudarías en un problema que tengo. Mis tetas están a reventar de leche y me duelen. Lola no puede con toda y si la ayudas me…  Me ayudarías a mí… Si no te doy asco…

—¿Lo dices en serio, Rosa?…

—Muy en serio. En casa de Luis tenía un saca leches que me aliviaba, pero aquí…

Con un gesto me invitó a acercarme a su pecho libre, en el otro Lola, dormida, dejaba correr la leche por su mejilla, chorreando por el vientre de Rosa.

Acerqué mi boca hasta su magullado pezón y lamí la gota que desprendía. Rosa emitió un gemido y me separé…

—No te preocupes… Ha sido una sensación rara… pero… agradable… sigue por favor me viene el apoyo y… mira… mira cómo sale…

Efectivamente parecía un geiser de leche, saboreé el líquido manjar y me gustó. No sabía igual al que recordaba de Carmen, era más denso y más dulce.

Mamé, con delicadeza, tratando de no provocarle dolor, Rosa acariciaba mi cabello, el poco que me quedaba, con una dulzura desconocida para mí. Se inclinó hasta besar mi frente… Yo estaba desbordado por las muestras de cariño de esta joven… Levante la cara y la miré a los ojos, ella paso su mano tras mi cuello y me acercó a su boca depositando un dulce beso en mis labios.

Acaricié su rostro y me levanté. Me entregó su bebé, la acuné en mis brazos y la llevé hasta la cama para depositarla dormidita. La madre me seguía…

—Miguel… Acuéstate aquí con nosotras… Por favor…  —Pero… Rosa, yo soy muy mayor, tengo una hija de tu edad…

—Eso a mí no me importa… llevo unos días sin sexo y… soy muy ardiente… — La mirada suplicante de la muchacha me convenció.

Se desnudó, se acostó, se cubrió con la ropa de cama y me miró con sus ojos… ¡Diosss, era una tentación! Y no pude resistirme.

—Ahora vuelvo… — Fui al baño para asearme.

No me desnudé, me dejé puesto un pantaloncito corto que usaba como pijama y me puse a su lado. No podía enfrentarla, así que le di la espalda avergonzado.

Sin embargo, al sentir su mano acariciando mi pecho, bajando por el estómago y mi paquete, acariciándolo, pasando sus dedos bajo el elástico y llegando hasta…

No podía más… Yo llevaba varios meses  sin sexo, no podía masturbarme por una maldita moral represora que me lo impedía.

Tras unas caricias logró que me derramara en su mano… Y mi vergüenza fue mayor aún… Me levanté, fui al lavabo a limpiarme y llevarle una toallita a Rosa…

—Estabas muy necesitado Miguel… Te lo notaba… Anda, ven, tiéndete a mi lado, dame calor… Lo necesito…

Lo hice, esta vez me acosté de lado mirándola y fue ella la que me dio la espalda. El calor de su cuerpo me enardecía, sus nalgas rozando mi hombría que, con su contacto, se enderezo de nuevo, cosa rara, ya que, después de una eyaculación, necesitaba bastante tiempo para recuperarme… Pero ahora era distinto.  Ella pasó sus manos atrás para empujar mi pantaloncito que yo termine de sacar con mis pies.

La sensación era indescriptible. El canal formado por sus glúteos atrapó mi endurecido falo. Mi mente era un caos y no sé cómo me encontré penetrándola. Su espalda se había encorvado de forma que su culo subía para que mi pene entrara profundamente en su interior. El calor de su vagina era delicioso; ella se movía adelante y atrás despacio, acariciándome con su vaina, provocándome sensaciones olvidadas por mí… Su cabeza giró y encontré su boca frente a la mía… ¡Y qué boca!… ¡Jamás unos labios me habían besado así!…

Mis manos acariciaron sus caderas subiendo a las axilas para deslizarse hasta los pechos. Intenté hacerlo con infinito cuidado, recordando las heridas y hematomas.

Su respiración se aceleraba, sus movimientos copulatorios se incrementaron. Mi mente quedó en blanco mientras me dejaba llevar por un aluvión de dulces sensaciones placenteras; pero él no va más llegó cuando, sin esperarlo, Rosa se envaró, se estiró lanzando un grito y encogiéndose de pronto empujando hacia atrás, forzando la penetración al máximo.

Los movimientos convulsos que se sucedieron me dejaron claro que rosa había llegado al clímax.  Saqué mi miembro y ella se dio la vuelta para enfrentarme.  Besarme con dulzura… Acariciarme el pecho, bajar hasta colocar de nuevo mi instrumento en la entrada de su vulva y empujar hasta el fondo.

Forcé su postura hasta colocarme sobre ella y me moví, siguiendo su ejemplo, despacio, con suavidad. Acaricié sus senos y besé su cuello, observando como su piel se erizaba. Sus labios sabían tan bien que me enloquecían…

De pronto otro orgasmo recorría su cuerpo y forzaban el mío, dejando mi simiente en el interior de su vientre…

Mil sentimientos se esforzaban por adueñarse de mi mente… De una parte, la emoción, el sentimiento y de otra la razón. Pero la emoción ganaba…

¡Joder… ¿podría enamorarme de esta chiquilla?! ¡¿A mi edad?!

Miré a la bebita… Estaba despierta, los jadeos y los movimientos la habían despertado. Me miraba con sus grandes ojos y… Me avergoncé… Besé en los labios a Rosa, me levanté y me fui al salón donde me acosté en el sofá…

Al poco Rosa estaba junto a mí.  Se tendió a mi espalda y me abrazó…

—¿Qué te ocurre Miguel? ¿He hecho algo mal?

—¡No… preciosa!  Es solo que me cuesta aceptar una relación contigo, teniendo en cuenta que tengo una hija mayor que tú y una nieta mayor que tu hija. Estoy avergonzado por haberme dejado llevar por… Perdóname, no debía haberme aprovechado de tu situación…

—No sigas Miguel, no debes avergonzarte de nada. Eres una buena persona y a pesar de que te conozco de apenas dos días, estoy empezando a quererte, eso no se puede controlar. No se manda en los sentimientos y tu mirada me dice que nos aprecias…

—Sí, tienes razón, os aprecio y os acabaré queriendo, lo sé; pero me da vergüenza aprovecharme de ti, de tu desamparo, para acostarme contigo.

—No te estas aprovechando de mí, Miguel. Somos dos personas adultas que se han cruzado y han descubierto que se necesitan mutuamente, que pueden llegar a quererse y que pueden satisfacer sus necesidades sexuales sin remordimientos, sin avergonzarnos de nada. Pero si tú quieres… Mañana mismo nos vamos y te dejamos tranquilo…

—¡Nooo…! ¡Por favor! No me malinterpretes. Desde que estáis conmigo me siento más vivo que nunca. Te parecerá una tontería pero han sido los ojos de Lola la que ha despertado mi sentimiento de vergüenza. Ha sido como si me reprochara haber hecho el amor con su madre; cosa que, por otra parte… me ha encantado… por eso también he sentido miedo. Miedo a enamorarme de ti, de vosotras… Yo solo soy un viejo, no sé qué futuro os puedo ofrecer…

—El mejor del mundo. Serias un padre para ella, mi pareja. Me dedicaré a hacerte feliz, tú ya me has hecho a mí. Hace dos días estaba perdida. ¿Sabes que llegué a pensar en… acabar… con las dos?… y tú has sido la luz que ha alumbrado el pozo oscuro en el que estaba inmersa. Creo que, después de conocerte, ya no podría vivir sin ti.

Las palabras de Rosa me emocionaron. Me giré y la abracé fundiéndome con ella en un delicioso beso que provocó la excitación y… la erección…

Esto no me había ocurrido nunca en mi vida. ¡Tres erecciones en una noche! ¡Y aún no había terminado!

Sentir su delicada mano en la mía provocó nuevas sensaciones; tiró de mí y subimos de nuevo al dormitorio, nos acostamos y nos dormimos abrazados…

La mañana, después de desayunar, fuimos a la ciudad cercana para comprar una cuna, un parquecito para la niña y una cama para el dormitorio que tenía vacío. Ropa para las camas, ropa para mis chicas… Rosa estaba feliz, sus ojos brillaban… Y yo emocionado, con las lágrimas a punto de desbordarse en cada momento…

Pasaron dos semanas en las que nos demostramos el cariño que sentíamos. Yo estaba feliz, como no lo había estado en los últimos años. Me sentía como un adolescente, con el vigor y la fuerza de un chaval de 18 años. ¡Increíble!

Preparábamos la mesa para comer cuando llamaron a la puerta, fui a abrir y me encontré con la sorpresa. Gema, mi hija, estaba en la entrada con mi nieta Eva en brazos.

Las abracé a las dos y las empujé al interior de la casa.

—¿Qué ha pasado Gema, ¿qué haces aquí?

Me entregó a la niña y se echó en mis brazos llorando… Rosa nos miraba sorprendida.

—¡Tenias razón papá! ¡Ricardo es un cerdo! — Los sollozos no la dejaban hablar…

—Cálmate cariño, siéntate y deja de llorar. Eso no resuelve nada. ¡Rosa pon otro plato, por favor! Gema comerá con nosotros. Por cierto. Gema, esta es Rosa y la que está en la cunita su hija Lola. Rosa, mi hija Gema y mi nieta Eva.

Sorprendida Gema se acercó a Rosa y se saludaron con dos besos en las mejillas. Sus miradas eran de sorpresa y desconfianza. Nos sentamos a comer.

—Gema… Antes de nada, quiero explicarte que Rosa y su hija viven conmigo. Sí, somos pareja y nos queremos…  ¿Qué piensas?

—No sé, papá… Creo que eres mayorcito para saber lo qué haces y si estás seguro… ¿Qué puedo decir?…  Si eres feliz…

—Sí, Gema, soy, somos, felices… Pero dime… ¿Qué ha pasado con tu… pareja?

—¿Mi pareja? ¿Ese mal nacido? ¿Sabes que se acuesta con mamá?

—¡¡¿Quéee?!! ¡¡Jajaja!! ¡No me digas! Ya me barruntaba yo que tu madre estaba liada con alguien pero… ¿Con su yerno? ¡¡Jajajaja!

—¿Qué te hace tanta gracia papá? A mí no me la hace. He salido del piso y he venido a quedarme contigo… ¿Puedo?… No sabía que tú y Rosa… Por cierto, ¿Lola es tu hija?

—Jajaja. No cariño… Aún no. Pero estoy pensando en convertirme en su padre legal…

Rosa me miró sorprendida. No le había dicho nada.

—Sí, mi amor, Lola se merece un apellido y se lo voy a dar… Si a ti te parece bien…

Rosa se levantó, vino hacia mí me abrazó y rompió a llorar…

—Claro que sí, no podría tener mejor padre, ¿no es así Gema?

—Por experiencia te puedo decir que es el mejor de los padres.  Y tú Rosa ¿te casarás con él?, serías mi madrastra. Me encantaría ver feliz a mi padre… Después de tantos años de amargura con la puta de mi madre…

La pregunta quedó en el aire. Realmente mi hija estaba muy dolida por la doble traición. Su pareja y su madre. En todo este lio había algo positivo. Gema no estaba casada con su, ahora, ex pareja y Eva llevaba los apellidos de la madre, o sea, como si fuera mi hija.

De pronto Lola comenzó a llorar, quería su teta. Curiosamente, también mi nieta Eva acompañó en el llanto a la que pronto sería su tía…

Las madres se miraron, cogieron a sus hijas y se sentaron en el sofá para realizar la acción que tanta emoción provocaba en mí.

Rosa se desnudó de cintura para arriba y colocó a Lola en su brazo, la leche ya caía de sus pechos. Gema se sorprendió, pero me miró, sonrió y la imitó. Me miraron las dos, invitándome al banquete… No me hice de rogar, mamé de la teta libre de mi hija, después de la de Rosa, me acariciaban… Esa acción no tenía nada que ver con el sexo, era algo distinto, extraño, más profundo. Me producía una profunda emoción que hacía que se me saltaran las lágrimas. Era estar en íntima comunión con las dos, bebiendo su esencia… Cerca del corazón de ambas.

Por la tarde, después de una siesta, recorrimos el paseo marítimo. Lola y Eva en sus carritos, empujados por sus mamás, yo sintiéndome el hombre más afortunado de la tierra por estar junto a las dos mujeres que más amaba y llevando a las dos pequeñas por las que, junto a sus madres, daría la vida sin dudar. Merendamos en una de las pocas cafeterías abiertas y regresamos a casa.

Necesitaba relajarme y pensar así que me fui a dar una vuelta; tomé una cerveza con una tapa y medité sobre la nueva situación.

Regresé tarde, eran más de las nueve. Al abrir me extrañó que la casa estuviera oscura, al menos la planta baja, la tele apagada. Sin embargo arriba se escuchaba hablar; subí despacio y agudicé el oído. Las dos estaban el mi dormitorio, era la voz de Gema:

—… Sí Rosa, no puedes imaginarte lo que me entró por el cuerpo, llegar a casa de pasear a la niña y encontrarme a mi novio y a mi madre, desnudos, follando como conejos.  Mi madre a cuatro patas y mi novio metiéndosela por detrás, mientras ella le gritaba que le diera más fuerte, que le partiera el culo… Quise matarlos. Entonces comprendí a mi padre, cuando le exigió el divorcio a mi madre. Entonces yo no sospechaba nada, pero seguro que mi padre sí lo sabía, por eso se reía cuando se lo dije esta tarde.  La verdad, si me lo hubiera dicho no lo hubiese creído y me habría peleado con él. Por eso prefirió marcharse sin darme el disgusto… Aunque, comparado con lo que has vivido tú, lo que me pasa a mí no me parece tan grave. Al fin y al cabo, nos hemos librado de dos mal nacidos, que por las cosas de la vida son los padres de nuestras hijas ¿no?

Llegado a este punto la oí llorar. Miré por la rendija y me sorprendió verlas desnudas, abrazadas. Rosa la consolaba… Me quedé observando…

—Bueno, la verdad es que tú si sabes quién es el padre biológico de tu hija, yo no. Cuando me quedé preñada follaba con todo aquel que pagara por mí, algunos pagaban más por hacerlo sin condón, el cabrón de Luis no me dejaba tomar píldoras y él estaba vasectomizado, o sea; sé que no es el padre… Pero tranquila Gema, no te apures, aquí estaremos bien, tu padre es un buen hombre, me consta, él sabrá que hacer, pero ten la seguridad que te quiere con locura… Y a su nieta… no digamos. Cada vez que miraba a Lola se le llenaban los ojos de lágrimas recordando a su pequeñita, a su Eva. Además, si se crían las dos pequeñas juntas serán como hermanas… Vaya, estas chorreando otra vez, mira tus tetas…

—Pues anda que tú… Mírate, además de las tetas te chorrea el chochete… “mamá” …

Las dos estallaron en risas, se miraron a los ojos y se besaron mientras sus manos se perdían entre las piernas de la otra, acariciándose, lamiendo sus pechos…

Sentadas, frente a frente, cruzaron sus piernas para quedar sus sexos en íntimo contacto, moviéndose para restregarse entre sí. Los pómulos arrebolados, las respiraciones entrecortadas… Acariciando los pechos de la otra y besándose con auténtica pasión…

No pude evitar excitarme…

Pero ¿qué hacer en esta situación?… ¿Entrar e interrumpir este momento mágico entre ellas? ¿Pajearme hasta correrme ante la visión de estas dos bellezas dándose placer? ¿Marcharme sin hacer ruido y regresar pasado un tiempo?

Opté por la última opción. No quise sorprenderlas. En el fondo me alegraba de que se dieran placer entre ellas. Yo ya no estaba para muchos trotes y Rosa, con su edad tenía necesidades que yo no podría cubrir. Que disfrutara con mi hija no me importaba. Además, esto suponía que se llevaban bien. Lo contrario sería un infierno…

Paseando pensaba en todas las cosas que estaban ocurriendo. Carmen me puso los cuernos desde que mi hija llevó su novio a casa. Es un vago sinvergüenza y la sedujo para asegurarse la estancia en mi hogar. Y lo consiguió. Me echaron del piso entre los dos. Con la connivencia de mi hijo, que, sospecho, también se acuesta con su madre…

Cuando consideré que era hora de regresar entré en casa. Estaban las dos en la cocina, preparando la cena.  Las pequeñas estaban juntas en el corralito, jugaban con los juguetes que le habíamos comprado a Lola.

—¡Hola chicas!

—¡Papá! Has tardado mucho ¿no? ¿Dónde has ido?

—Por ahí, he tomado una cerveza y he paseado un poco. ¿Y vosotras? ¿Qué habéis hecho?

Rosa se acercó y al darme un beso en la boca, pasó sus dedos por mis labios… El sabor y aroma a sexo era inconfundible, pero no era el suyo… ¡Yo sabía que era de mi hija!  ¡Lo había hecho aposta para decirme que la había masturbado!

La miré, sonreí y me sonrió. A continuación mi hija se acercó a besarme hizo la misma maniobra. Nosotros nos besábamos en los labios siempre, hasta que empezaron las disputas con su novio. Ahora retomaba la costumbre. Pero con la variante de los dedos por mis labios, con sabor y olor a Rosa, este si lo conocía.

Nos miramos los tres y estallamos en risas…

—¿Te lo imaginas no Miguel? — Dijo Rosa

—No se lo imagina Rosa… Lo sabe. Es más cuco de lo que imaginas, ¿verdad papá?

—No tengo que imaginar nada bolleritas… Os he visto y no he querido interrumpiros, golfillas…

—¡¡¿Qué nos has visto?!! ¿Cuándo? — Exclamó Gema.

—Cuando estabais liadas arriba, pero estabais tan a gusto que no he querido interrumpir vuestro momento. Pero que sepáis que sois dos hembras preciosas y me habéis puesto a cien por hora.

—¿Yo también? ¿O no has entrado porque estaba yo por medio…? — Gema parecía contrariada.

—No mi amor… Pero pensé que era vuestro momento de intimidad y yo era un estorbo en ese momento. Ya tendremos tiempo de jugar…

Se lanzaron las dos a mis brazos y me cubrieron de besos. Gema acarició mi paquete, que respondió al momento.

—¡Tranquilas, por favor! No abuséis de este pobre anciano…

Las risas resonaron de nuevo en la casa. Me sentía feliz.

Durante la cena se estableció un cordial ambiente entre mis dos chicas. Charlaban y reían en un entorno distendido, como si se conocieran de toda la vida y les uniera una vieja amistad.

Nos acomodamos, Gema y Eva dormirían en la habitación que habíamos preparado. Rosa en mi dormitorio, cada bebita en su cunita, al costado de sus madres…

Vaya… A mi edad con un harem en casa… Viviendo con cuatro mujeres…

Estaba entre dos sueños cuando observé movimientos extraños a mi alrededor. Estaba encendida una luz en el pasillo. Me hice el dormido y vi como las chicas se llevaban a la pequeña Lola al otro cuarto, después dejaban la planta a oscuras.

Un cuerpo se metió bajo la ropa de la cama, a mi derecha, supuse que sería Rosa, pero no esperaba el que se coló a mi izquierda… Las dos putillas se habían propuesto violarme y…

¡Joder me iba a dejar! La verdad es que mi corazón latía como un tambor. La idea de tener a mi hija en la cama, desnuda, dispuesta a no sé qué, me excitaba al máximo. Jamás pude imaginar, ni en mis más tórridos sueños tener a dos preciosidades tan cerca y más sabiendo que una de ellas era mi hija… Estaban heladas. Se pegaron a mi cuerpo buscando calor… y yo podía darles… estaba ardiendo, de emoción, de excitación… Pero me quedé quieto.

—Sé que estas despierto, papá. ¿No vas a hacer nada?

—¡Pero que pirujas sois las dos! ¿No vais a tener compasión de un pobre anciano?

—Miguel… tu hija lleva años soñando con este momento. No vayas a defraudarla. Está muy enamorada de ti… — Mientras decía esto Rosa me quitaba el pantaloncillo pijama, dejándome como vine al mundo.

Gema acariciaba con ternura mis atributos y besaba mis labios con pasión…

La respuesta anatómica no se hizo esperar… Con mi hija frente a mí y los pechos de Rosa presionándome la espalda, estaba viviendo un momento único en mi vida y no podía, no quería desaprovecharlo.

Me deshice de las dos resbalando hacia los pies de la cama, seguía bajo la ropa, busqué los pies de mi hija para besarlos, lamer los deditos chuparlos… Llevaba años deseando hacerlo y me excitaba sobremanera. Acariciar las delicadas pantorrillas, mordisquear tras las rodillas, pasando de una a otra pierna y por fin penetrar en el santuario de sus muslos, llegar a percibir el aroma de su intimidad, darles pequeños bocados a las tiernas carnosidades antes de llegar a su ¡mmmmm! delicioso sexo.

Cuando mi boca apresó los labios de su vulva, un aspaviento me indico que había llegado su primer orgasmo, ¡antes siquiera de tocar su clítoris!

Mientras dejaba que se relajara un poco, subí mis manos hacia sus pechos, pero me encontré con las de Rosa que ya pellizcaba con ternura sus pezones rezumando leche.

Gema tiró de mí para que me situara sobre ella. La sensación era sublime. Tener bajo mi cuerpo el de mi amada hija. No tuve que apuntar ni tocar con las manos, en un movimiento instintivo mi virilidad se colocó entre sus belfos y ella, avanzando sus caderas, facilito la entrada… La detuve.

—Detente hija, quiero que vivamos este momento con toda su intensidad, quiero que sea una prueba de amor eterna. Pareceré cursi, pero lo que siento en mi pecho ahora mismo no lo he sentido nunca. ¡Dioooss! ¡Cómo te quiero! ¡Cómo os quiero a las dos!

—Y yo a ti, papá. He deseado esto desde que tenía doce años, me he hecho pajas pensando en que me hacías el amor desde entonces, desde que una noche os escuché a ti y a mamá hacerlo, aunque ella se enfadó y te marchaste al salón a dormir en el sofá. Deseé, estuve a punto de ir a buscarte y entregarte mi virginidad, mi cuerpo, mi alma. ¡¡Desde entonces te amo papá!! Y hoy, por fin, se hace realidad mi sueño…

Hablaba y se movía, ahuequé el espacio bajo mi cuerpo apoyándome en las rodillas y los codos, besando, comiéndome, devorando la boca de Gema que de pronto se retorcía en otro brutal espasmo, golpeando mis nalgas con sus pies, enroscando sus piernas en mi espalda, abrazada a mi cuello y bramando como una loca…

—¡Córrete dentro de mí, papá! ¡Necesito sentir tu leche dentro de mi útero, como sientes la mía en tú boca cuando me mamas! ¡¡AHORAAA!!

Y me corrí, coincidiendo los dos orgasmos, sintiendo como la vida se escapaba por mi miembro, yo moría de placer… Me faltaba el aire y boqueaba como un pez fuera del agua…

Me dejé caer de lado, en medio de las dos y pasó el tiempo antes de recuperar el aliento. Rosa me miraba y las lágrimas corrían por sus pecosas mejillas, pasé un brazo bajo sus hombros y con el otro abracé a Gema, que también lloraba…

—¡¡¿Qué está pasando aquí?!! ¿Por qué lloráis? Esta noche debemos estar contentos, hemos satisfecho deseos ocultos, algo que debe darnos alegría…

—Sí, Miguel, lloro por qué me siento feliz al veros tan unidos, es la alegría, como tú dices, que me hace llorar. Yo jamás he estado cerca de personas que se amen, como vosotros, y que lo demuestren así. Siento envidia sana de Gema, que, al fin ha encontrado el amor de su vida…

—Por eso no debes llorar Rosa… Los tres hemos encontrado el amor, también te quiero con toda mi alma. Y por lo que he podido comprobar, entre vosotras también… La forma en que os acariciabais esta tarde lo indica.

Rosa me besaba y pasaba sus dedos por mi rostro. Gema se incorporó, me besó, besó a Rosa, en la boca y sonriendo se levantó.

—Yo ya estoy a gusto para unos días, papá. Me has hecho muy feliz, no sé cuántas veces me he corrido y estoy agotada. Me voy a mi cama. Rosa, cuídalo, nos tiene que durar mucho… — Y se fue a dormir a la otra habitación.

Rosa llevó mi mano hasta su encharcado sexo, lo acaricié, pero no podía dejarla con solo un dedo. Me metí, bajo la sábana y atrapé con la boca la vulva. Sorbí las mieles que segregaba y jugueteé con la lengua en su interior. Me detuve en el garbancito y estuve un tiempo asaeteándolo. Acaricié las piernas y lamí su ano, sus contracciones me indicaban el placer que le provocaba. Subí para chupar sus deliciosas y generosas tetas que me ofrecían un delicioso manjar… Ya no le molestaban las viejas heridas, ahora era placer sobre placer. Me coloqué sobre ella y penetré su suave y aterciopelada intimidad. Bombeé durante unos minutos, pero mi resistencia física era limitada.

Ella se dio cuenta y me forzó a tenderme de espaldas para cabalgarme… ¡Y que amazona cabalgando! Sorpresivamente sacó el pene de su vulva y lo apuntó a su asterisco, se movió despacio hasta tragárselo entero. Se movía arriba y abajo mientras con una mano se pellizcaba el clítoris. Sus pechos se movían al ritmo de sus caderas, los amasé, pellizqué los pezones, al apretar sus senos derramaba leche que caía sobre mi rostro y yo lamía.

No pudimos aguantar mucho. Por alguna extraña razón, tal y como había ocurrido antes con mi hija, llegamos simultáneamente al orgasmo.

 Derrotada se inclinó sobre mi pecho y la abracé con verdadero amor. Nos fundimos en un beso; se deslizó sobre su costado, aun abrazada a mí y nos dejamos caer en los brazos de Morfeo.

 

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