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Era noche cerrada. 1ª parte

en Confesiones

                        Era noche cerrada. 1ª parte.

            Era noche cerrada. La lluvia no dejaba ver a más de veinte metros por una solitaria carretera secundaria. Conducía el coche en dirección a mi casita en la playa pensando en las tonterías que se piensan mientras se conduce. Sobre todo en lo que me conducía hasta mi exilio…

 Por fin termino el calvario de la separación, el divorcio, el reparto de bienes… A mi ex, Carmen, le correspondió el piso y la cuenta en la que guardábamos nuestros ahorros. A mí la casita de la playa y, eso no lo sabía mi ex, una cuenta oculta en Andorra, donde deposité lo suficiente como para vivir sin necesidad de trabajar el resto de mi vida, ya que la exigua pensión que cobraba por incapacidad casi se la quedaba mi ex que también se quedó con la custodia de nuestros dos hijos, Lucas, de dieciocho años y Gema de veintiuno, madre de una pequeña  de un año, fruto de su relación con un impresentable, Ricardo, causante de los disgustos que precipitaron mi divorcio.

            Casi no vi el bulto que se movía lentamente por el inexistente arcén hasta que estaba a su altura. Me llevé un gran susto; estuve a punto de atropellar  a la persona que circulaba por la orilla de la carretera.

Detuve el vehículo dando un frenazo y cuando normalicé mi respiración me decidí a salir para ver si necesitaban mi ayuda. Paré el motor y saqué las llaves para dejar el coche, podría llevarme una sorpresa dejándolas puestas y facilitar un posible robo. Me puse por encima el chaquetón y me acerqué, no sin mirar a mí alrededor,  al bulto que estaba de rodillas en la cuneta, al parecer no me había asustado solo yo. Había resbalado y caído al suelo embarrado.

Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi, con las luces rojas de posición del vehículo, que era una mujer con un sospechoso bulto entre los brazos. Al levantar ella el rostro pude ver que llevaba un bebé en el regazo…

No lo dudé. Cubrí con mi chaquetón a la mujer y al bebé y sujetándola por la cintura, ya que apenas podía estar de pié, la acompañé hasta el vehículo abriendo la puerta de los asientos posteriores para facilitar su entrada.

Cerré la puerta y me dirigí a mi asiento para a continuación arrancar y seguir la marcha hacia el pueblo más cercano.

—Voy a llevarla al ambulatorio por si necesitan atención médica, la veo en malas condiciones y el bebé seguramente  estará mal. — Le dije a la mujer.

—¡¡Nooo por favor!! Ni al médico ni a la policía… ¡¡Por favor!! ¡¡Se lo suplico!! —Respondió al tiempo que arrancaba a llorar.

Me sorprendió la vehemencia de su ruego.

—Entonces dígame… ¡adónde la llevo…!

—Déjeme en la entrada del pueblo… Ya me las arreglaré… —Dijo con voz compungida.

—¡¿Cómo la voy a dejar a la buena de Dios con la noche que hace?! — Pensé que me podía estar metiendo en un lio — ¡Vendrá conmigo a mi casa, pasara la noche y mañana ya veremos; al menos estarán a cubierto y no pasarán frio! —Le dije con firmeza.

No estaba dispuesto a dejar a esta mujer y su bebé a la intemperie.

Tardamos media hora en llegar a mi casa… Un adosado en segunda línea de playa en una urbanización solitaria, dada la época del año y siendo una zona vacacional.

Al llegar bajé primero para abrir la cancela del aparcamiento y tras detener el coche me dediqué a ayudar a la chica. Al salir, con la luz, el bebé comenzó a llorar; ella trataba de calmarlo meciéndolo en sus brazos. Le indiqué donde era y dejé la puerta abierta y las luces encendidas para que entrara mientras yo descargaba mi equipaje.

Tras dejar mis bolsas en el suelo del recibidor me acerqué a ella para comprobar que vestía casi harapos, empapada de agua y sucia de barro. Fui a encender el termo para que pudiera asearse y limpiar al bebé. Prendí fuego a la chimenea para caldear algo la casa, que estaba fría al haber estado cerrada.

—Tendrás hambre…

—Sí, mucha, pero no quiero causarle molestias, ya ha hecho bastante dejándonos dormir aquí. Dormiremos en el sofá…

—Ni hablar; primero te libras de esa ropa mojada, después te aseas en la ducha, el termo ya está encendido, puedes bañar a tu pequeño y…

—Pequeña…

—¿Cómo dices?

—Que es mi hija y la verdad es que está muy sucia, pero no tengo pañales para cambiarla…

—Bueno… Te buscaré algunas camisetas viejas de mis hijos y las utilizas como pañales. A ti te buscaré ropa de mi hija que creo te estarán bien… Anda ve al baño. Allí tienes todo lo necesario para tu aseo… ¡¡Pero… ¿Qué te pasa?!! — La chica me entregó a su niña en el momento en que se desplomaba.

Como pude recogí a la pequeña  con un brazo y con el otro sujeté a la madre empujándola hacia el sofá para que no cayera en el suelo. Dejé a la niña en el cojín del sillón y me dedique a tratar de reanimarla a ella. La chiquitina lloraba a pleno pulmón… Yo estaba desbordado. Nunca me las había visto en una situación tan complicada.

Comprobé que tenía pulso y respiraba; me tranquilicé. Retiré los mechones de pelo que cubrían su rostro para descubrir una joven de gran belleza. Apenas tendría veinte años. Su pelo rojizo debía ser hermoso, aunque en ese momento estaba cubierto de suciedad… Poco a poco fue reanimándose hasta lograr sentarse… Y lloraba…

Al parecer había sido un ligero desmayo debido a la fatiga.

—Quédate aquí, yo me encargo de tu hija. — Por primera vez esbozó una leve sonrisa… La dejé sentada en el sofá.

Yo tengo más de cincuenta años y he cambiado algunos pañales a mi nieta… Más que a mis hijos… Como padre estaba muy atareado con mi trabajo y era la madre quien realizaba estas labores. Sin embargo con mi nieta era distinto. Los padres la dejaban a mi cuidado y tuve que aprender a limpiar sus cacas… Pero no logré nunca evitar las náuseas.

Con esta pequeñita tampoco me libré. Tras quitar los trapos con los que estaba cubierta apareció una plasta verdosa de un hedor infernal…  Pobrecilla…  Hice de tripas corazón y la limpié como pude con los andrajos que llevaba y después con papel de cocina del que me había provisto. Llené de agua tibia el bidet y despacito la bañé. Con el jabón más suave que tenía la lavé… La chiquitina pataleaba y braceaba alegre, acompañando los chapoteos con los gritos habituales,  ajena a la desventura que la rodeaba.

Envuelta en una toalla se la llevé a la madre.

—¿Cómo te llamas? — Pregunté

—Rosa… Me llamo Rosa y mi niña, Lola.

—Yo soy Miguel… Ahora te toca a ti Rosa. Ve a ducharte mientras busco algo para ponerle a tu hija. Por cierto ¿qué edad tiene?

— Lola tiene nueve meses… Gracias, te estaremos agradecidas de por vida, Miguel. No sabes cuánto…

 —Anda ve al baño que lo tienes calentito. Buscaré algo de ropa para ti.

La casa es pequeña. Abajo un salón con cocina y aseo,  un amplio patio delantero y otro detrás con jardincito. En la planta de arriba dos dormitorios y el baño.

Encontré camisetas de mis hijos y con ellas improvisé pañales para la pequeñita, que, al parecer, se encontraba muy agusto en mis brazos pues no lloraba. Me miraba con unos increíbles ojos verdes y sonreía, su piel era blanca como el alabastro, moteada por pequitas sonrosadas. Una pelusa rojiza en su cabecita indicaba el futuro color de su pelo. La pequeña balbuceaba sonidos ininteligibles.

Cuando bajé, la madre aún estaba en el sofá, dejé a la niña en una improvisada cuna en el sillón y ayude a Rosa a subir al baño; la dejé mientras buscaba ropa en el armario para que pudiera vestirse. Pero no encontré nada que me convenciera. La chica ya estaba en la ducha.

—¡Rosa, cuando termines busca en el armario de la habitación la ropa que pueda servirte! ¡Y no cierres el pestillo, no vayas a caerte y no pueda entrar para ayudarte…!

Mientras yo bajé y con el bebé en brazos busque en la cocina algo para comer y beber. Chorizo, salchichón y queso fue lo más socorrido. Por suerte tenía pan congelado y lo descongelé en el microondas para después dorarlo un poco en la tostadora.

Me quedé sorprendido al ver a Rosa descender por la escalera. Había encontrado un vestido de mi hija, de flores estampadas y de una pieza que dejaba ver sus piernas por encima de las rodillas. Realzaban sus pechos, grandes, turgentes debido a la lactancia. La cintura fina, caderas de curvas de alucine.  Las piernas torneadas, de líneas delicadas… Sus pequeños pies descalzos realzaban su belleza.

Pero admirando su pelo rojo cobre, cubriendo los hombros, su cara bellísima con deliciosas pequitas, los ojos verdes, grandes, algo oblicuos… ¡Quedé impactado!  Ella se dio cuenta, supongo que al ver como se me descolgaba la mandíbula. 

—¿No te gusta? Es lo que he encontrado, si quieres busco alguna otra cosa…

Cuando logré reaccionar…

—¡No Rosa! Es que me has sorprendido… Eres preciosa… Bellísima…

—Pues…  esa belleza de la que hablas ha sido la mayor desgracia de mi vida… —Su afirmación y su expresión de tristeza me dejó desconcertado.

No quise preguntar más.

—Vamos, siéntate y come, esto es lo que he logrado preparar. ¿Quieres vino, cola, refrescos?

—Un poco de vino estaría bien. Así entraré en calor.

Deje que comiera y dio buena cuenta de las viandas. Yo me conformé con una cuñita de queso y una copa de vino.

 La niña, que hasta entonces había estado acostadita en el sillón, empezó a lloriquear; Rosa la cogió en brazos y se sentó en el sofá, me miró y caí en la cuenta que le iba a dar de mamar. Me sentí avergonzado.

—Vo…oy arriba a prepararos la cama…

—No Miguel, dormiremos aquí… En el sofá…

—Ni hablar Rosa, dormiréis en la cama. Yo me quedaré el sofá. Aquí es donde suelo quedarme cuando estoy solo. Cuando estoy escribiendo hasta muy tarde y me da pereza subir.

Puse sábanas en la única cama, de matrimonio, del dormitorio de arriba. De las dos habitaciones solo esta estaba amueblada. Mi ex se llevó los muebles de la otra habitación cuando mi hija y su… novio… se quedaron a vivir en nuestro piso.

Cuando terminé bajé haciendo ruido para que lo supiera Rosa.

Me llevé una sorpresa. Estaba recostada en el sofá. Se habían dormido las dos; ella con su bebé en el regazo con  el pecho descubierto del que se desprendían gotas de leche que se deslizaban por la carita de su hija.

Me acerqué y le cogí a la niña, le levanté el vestido cubriendo el seno, con un pezón como un garbanzo en el centro de una areola rosada que me hizo recordar… No pude evitar emocionarme y que mis ojos se llenaran de lágrimas.

Se despertó sobresaltada…

—¡¿Qué pasa?!

—Nada Rosa, que estas agotada y te has dormido. Sube y acuéstate. Yo llevo a tu hija. He arrimado la cama a la pared para que no se caiga la niña y he dejado un radiador encendido para calentar la habitación.

Deje a la chiquitina en la cama tras depositar un beso en su frente. Seguía dormida. Cuando Rosa subió se acercó, me abrazó y me besó en la mejilla.

—Gracias Miguel…

—No tienes por qué dármelas. Anda, acuéstate y descansa. Hasta mañana…

—Hasta mañana.

Cerré la puerta y bajé para preparar el sofá para dormir.

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Me desperté temprano y subí para ducharme, al pasar por la habitación vi la puerta entreabierta, las dos dormían plácidamente. La niña se había destapado pataleando, me acerqué y la tapé con la colcha. Cerré la puerta dirigiéndome al baño para ducharme. Me vestí y fui andando hasta el súper.

Había dejado de llover y el aire que respiraba era limpio, con el suave aroma del mar. Adquirí pañales; no sabía cómo iba lo de las tallas. Al final una de las vendedoras me lo explicó. Elegí un paquete de la talla cuatro. Pan, bollería para el desayuno, leche, café… En fin vituallas para subsistir unos días sin necesidad de salir de nuevo excepto para comprar pan.  No sabía si la pequeña tomaba algo además de la teta. Por si acaso adquirí unos potitos que hace unos días le daba a mi nieta, que tenía tres meses más que Lola, cuando me la dejaba mi hija.

Al pasar por las tiendas vi abierta una donde se exhibía ropa femenina, compré unos  leguins, pantalones tipo vaquero, elásticos, calcetines y zapatillas deportivas de una talla que supuse le estaría bien, camisetas de manga corta y larga… En fin, algo que pudiera utilizar para salir de compras y elegir lo que ella quisiera. Desde luego, con la ropa que traía no podía salir a la calle. Cerca había una tienda de ropita para bebés donde adquirí algunas prendas para Lola. Para algo debía servir la experiencia con mi nietecita… Se me hizo un nudo en la garganta al recordarla…

Lleve todo a casa. La chica ya se había levantado. Había recogido y fregado los platos de la cena de la noche anterior. Llevaba una bata y unas zapatillas de andar por casa de mi ex mujer… Era realmente bella.  Lola braceaba y gritaba, con esos ruidos que hacen los bebes, desde una cunita hecha con almohadones en el sofá.

—¡Buenos días Rosa! ¿Cómo te encuentras?

Rosa me sonrió al verme, dejó el plato en el fregadero y se acercó para darme un beso en la mejilla…

—Bien Miguel… gracias a ti…

Preparé café y nos sentamos a desayunar. Casi terminando se levantó para coger en brazos a Lola, sacarse un pecho y acunarla entre sus brazos para darle de mamar. Yo desvié la mirada avergonzado; no quería que pensara que miraba su seno con ideas lujuriosas. Pero ella alargó su brazo para levantar mi rostro y mostrarme sus atributos mamarios sin ningún pudor. Me seducían los ojos de Lola que se entrecerraban al chupar el pezón de su madre.

Pude observar, a través de la bata abierta, unos senos preciosos.

Pero un escalofrío recorrió mi espalda al ver unos moratones en su pecho y en el cuello. Eran unos círculos sospechosos que, por mis conocimientos en criminología, pude identificar como hematomas por pellizcos, golpes, quemaduras de cigarrillo y que ahora podía ver gracias a la luz diurna.

Al observar mi gesto llevó mi mano, bajo la suya y la apretó sobre el seno libre; me miró fijamente y una lágrima resbaló por su mejilla. Lagrima que limpie con el pulgar de mi otra mano. Soltó la otra dejando la mia en su pecho. Acaricié las heridas, aun recientes, de las quemaduras y un gesto de dolor ensombreció su rostro.

—Esto hay que curarlo Rosa, de lo contrario se puede infestar y empeorar…  ¿Qué te ha pasado chiquilla? ¿De qué son estas quemaduras? ¿Y  estos moratones?

—Es una larga historia Miguel…

—¿Tienes más heridas?

—Sí…  en todo el cuerpo…  Por eso me escapé…

—Te escapaste, ¿de dónde?; si eres una niña aún. ¿Qué te ha pasado chiquilla?

Durante nuestra charla, la pequeña, había acabado con la teta izquierda; cambió a Lola a la teta derecha y la bata se abrió, lo que me permitió observar los hematomas en su vientre. Algunos de ellos con un color violeta, contrastando con la blancura de la piel de la chica.

Me levanté y besé su frente. Fui a buscar el botiquín que, en una casa donde ha habido niños, estaba muy bien surtido. Desinfectantes, crema anti trombos, pomada para las rozaduras…

Cuando bajé ella había recogido la mesa y estaba trasteando en la cocina.

—Vamos Rosa. Intentaré curarte lo que pueda, pero, insisto, debería verte un médico y denunciar en la policía estas agresiones…

La chica negaba con la cabeza…

—¡No por favor! Cuando te explique porqué lo entenderás. Ni  médico ni policía o estoy perdida…

—¿Puedes mostrarme las heridas?

Asintió y se desabrochó totalmente la bata que deslizó por sus brazos hasta quedar totalmente desnuda. ¡Y me horroricé!

—¡Dioss, Rosa! ¿Qué te ha pasado? ¿Cómo han podido hacerte algo así?… Anda, tiéndete en el sofá, a ver qué puedo hacer…

Me levanté y fui al patio delantero de la casa donde tenía una planta de aloe vera. Corté un trozo de tallo y regresé junto a Rosa. La chica se había tumbado boca abajo y su espalda, sus glúteos y muslos eran un mapa de moratones y heridas en distintas fases de cicatrización, algunas frescas.

Llevaba una toallita húmeda y con jabón desinfectante lavé las heridas por quemaduras…  Después apliqué el aloe cubriéndolo con gasas y esparadrapo para protegerlo.

Al girarse boca arriba abrió los muslos y me estremecí… Quedé horrorizado al ver los cardenales, las magulladuras, las heridas provocadas por cortes y cigarros apagados en su cuerpo…  La habían azotado duramente… La parte interior de los muslos habían sido especialmente maltratadas… El pubis depilado era un campo de batalla sembrado de cráteres por quemaduras. Incluso los labios externos mostraban cortes y roturas por el maltrato recibido. Al parecer eran perforaciones para piercings que fueron violentamente arrancados, dejando jirones de tejido colgando. Los labios mayores y menores eran de un color rosa precioso. ¿Cómo alguien había realizado tamaña atrocidad?

Traté con pomada desinfectante y calmante cubriendo todo con gasas. Al final parecía un eccehomo de las tiritas y apósitos que cubrían su cuerpo. La envolví con la bata y le di un analgésico para el dolor.

—Sube y acuéstate Rosa. Yo cambio a Lola y me quedo con ella mientras descansas.

La verdad es que no me hacía mucha gracia quedarme solo con la niña. Pero a Lola parecía que se lo habían dicho. Graciosa, juguetona, balbuceando sonidos inconexos y mirándome con esa carita, con sus ojos claros, limpios… me rompía el alma.

Cuando la bañé no le vi lesiones, pero no estaba seguro. Le cambié los pañales y la examiné para comprobar que no le habían hecho daño… Y así era. La chiquitina no tenía síntomas de maltrato y, a juzgar por cómo se divertía en el agua, no parecía haberlos sufrido.

Ponerle los pañales fue toda una odisea, estaba algo desentrenado y se movía mucho, pero al fin lo logré; abrigué a la chiquitina, la acomodé en su improvisada cuna y se quedó dormida. Eso me permitió preparar la comida.

Estaba en la cocina cuando apareció Rosa tras de mí, me abrazó por la espalda…

—Eres muy bueno con nosotras, Miguel; no sé cómo pagarte lo que haces.

—No me debes nada Rosa. Esto lo hago porque me sentiría mal si no lo hiciera. Ahora… ven, siéntate, tómate un vaso de leche que lo necesitas y cuéntame que te ha pasado, cómo te han hecho esto.

Nos sentamos, ella frente a mí, con las manos sobre sus rodillas…

Bueno… Empezaré desde el principioNací y me crié en un pequeño pueblo de la sierra en la provincia de Valencia. Mi familia era modesta, mi padre tenía un pequeño huerto, con algunos olivos y almendros, que trabajaba él mismo.  Mi madre vendía las hortalizas que cultivaba. Además trabajaba como peón de albañil… No éramos ricos pero tampoco nos faltó nada. Era hija única; pude estudiar en el instituto del pueblo y por las notas que sacaba podría haber ido a la universidad, pero mi familia no podía costear los gastos que suponían mi estancia en la capital, manutención… Me quedé en casa ayudando a mi madre.

Tuve dos novios en el pueblo, pero yo estaba más interesada en mis estudios que en las relaciones.

Un día vino un guardia a buscar a mi madre… Mi padre había sufrido un accidente en la obra donde trabajaba  y estaba en el hospital. Pocos días después falleció por las heridas, nos dejó solas a mi madre y a mí, sin recursos, nos dijeron que mi padre no había respetado las normas de riesgo y la indemnización fue de pena. Tuvimos que vender el huerto y la casa y marcharnos a Valencia, alquilar un pisito y ponernos a trabajar. Mi madre limpiaba una casa y yo la ayudaba cuando tenía que hacer trabajos extra.

La casa donde trabajaba era de una familia rica… Los señores tenían mucho dinero, tenían un hijo de veinte años, Toni, que me vio un día que ayudaba a mi madre en su casa y empezó a tontear conmigo… Yo tenía diecisiete años…

Mi madre se dio cuenta de lo que pasaba y me prohibió verlo; decía que era una mala persona, andaba en malas compañías y el padre tuvo que ir dos o tres veces a sacarlo de los calabozos de la policía. Bebía, se drogaba… Robaba dinero a su familia para ir de juerga y desaparecía semanas sin saberse donde estaba. Los padres ya no sabían qué hacer con él.

Pero yo, a pesar de saber todo esto porque me lo advertía mi madre, me enamoré de él. Se enteró de donde vivía y se hizo el encontradizo conmigo… Me invitó a salir y acepté… No una, muchas veces… Y… me sedujo, o me dejé seducir, hasta que acabé en una cama del apartamento de un amigo suyo donde me poseyó. Con él perdí la virginidad.  

Quiso que probara la coca, me daba miedo y no lo hice, pero sí fumaba maría… Fui muchas veces. Estuve con él durante un año, hasta que un día al llegar al apartamento lo encontré  muy colgado,  no estaba solo. Su amigo, Luis, dueño del apartamento, se encaprichó de mí. Bebimos,  fumamos y me poseyeron los dos…  Se convirtió en una droga para mí. En cuanto mi madre salía de casa para trabajar yo me escapaba, llamaba a Toni y nos veíamos en casa del amigo… Los tres. Esto se prolongó durante varios meses hasta que un día…

Después de follarme, uno tras  otro,  nos tumbamos los tres en la cama, yo en medio de los dos boca abajo;  Luis le preguntó si me había dado por el culo y Toni dijo que no. Que a él le daba asco… Luis soltó una carcajada y le dijo que estaba desperdiciándome. Que mi culito era precioso y era una lástima no utilizarlo (Me lo acarició)… Se levantó, fue hasta la cocina y trajo una tarrina de mantequilla… Yo estaba muy fumada, casi no me daba cuenta de nada, obedecía todo lo que me mandaban, me pusieron de rodillas en el filo de la cama con las piernas abiertas, empujó mi espalda para doblarme y apoyar la cabeza y los hombros en la cama, le dijo a Toni que se colocara delante, con mi cabeza entre sus piernas para que se la chupara… Me untó la mantequilla en el culo y me fue introduciendo un dedo en el ano. Yo me reía como una loca, me hacía cosquillas y me acariciaba el clítoris. Poco a poco logró introducirme dos, luego tres dedos… Y luego me penetró con la polla… Me dolió, o al menos eso creo, la verdad es que no lo tengo muy claro. Toni se deslizó debajo y me penetró el coño y poco después gritaba como una loca de placer… Me empalaron los dos a la vez hasta que se corrieron, yo no sé los orgasmos que había alcanzado. Estaba extenuada. Después supe que me había untado coca en el ano, supongo que por eso la penetración no fue tan dolorosa.

Al sacarla Luis me derramé como una fuente, por delante y por detrás. Los llené de caca a los dos… Me oriné sobre Toni, que se cabreó, Luis y yo nos reíamos como locos… Me llevaron de los brazos y las piernas, como un saco, hasta la bañera, yo reía por efecto de los porros y el alcohol al ver cómo me llevaban, me dejaron en remojo y me dormí.

Cuando desperté me lavé y sequé. Al salir encontré solo a Luis. Toni se había ido.

Me dio a leer un papel donde Toni declaraba que yo era propiedad de Luis… ¡¡Me había vendido!! Al parecer Toni le debía dinero a Luis de las sustancias que le facilitaba y le pagó con mi cuerpo…

Habían desaparecido los efectos de la droga y estaba aterrorizada e indignada. Luis era un hombre de cuarenta y cinco años y yo tenía dieciocho recién cumplidos…

Intenté rebelarme, protesté, lloré, supliqué, pero todo fue en vano. Me mostró unas fotos y videos que habían tomado mientras me follaban en las más increíbles y obscenas posturas imaginables… Amenazó con colgarlas en internet si no aceptaba sus condiciones. Y las acepté. Suponían estar a su disposición siempre que él lo deseara. Y lo recalcó. Siempre que él lo deseara…

Y así fue. Me dio un celular para que estuviera controlada permanentemente. Llamaba, me daba instrucciones que yo seguía sin rechistar. Suponía el disgusto que se llevaría mi madre si llegara a enterarse de lo que hacía su hija… Me puso dos piercings en los labios de… bueno, ya lo sabes, donde podía leerse, “Esta puta es”, en uno y “Propiedad de Luis” en el otro.

Me dejó embarazada… Mi madre no logró retenerme; escapé de nuevo y fui otra vez a casa de Luis… Era como una droga para mí… Estuve con él unos meses hasta que tuve a mi niña, durante los cuales me alquilaba a quien le pagara por utilizar mis servicios como preñada.  Fue en esos meses cuando, en una de las orgías que organizaba, me arrancaron los piercings. Decían que no podía ir al parir con ellos puestos y en medio de la borrachera me los arrancaron teniéndome atada colgando del techo. Uno de los asistentes, médico, me puso un anestésico local y cauterizó la herida con un hierro al rojo, casi no lo sentí, pero después, cuando pasaron los efectos de la anestesia…

Llegado a este punto detuve su relato. Me levanté para escanciarme un brandi. Lo que esta chica me estaba contando me había levantado el estómago y me horrorizaba…

—¿Sigo?

—Sí, Rosa, sigue. Creo que hablar de esto te puede hacer bien y tal vez pueda ayudarte.

—…Pues, después de tener a mi niña, Luis seguía buscándome clientes, me prostituía y se quedaba con el dinero que sacaba. Pero eso era lo de menos, me alquilaba a personas que me utilizaban como juguete de sus más bajas pasiones. Me ataban y golpeaban por todo el cuerpo, ya has visto como me dejaban. Lo que has visto corresponde a la última sesión en la que se cebaron conmigo, eran dos parejas y me utilizaron un fin de semana completo. Ellas aun eran peores que ellos. Lo de apagarme cigarrillos en mi cuerpo lo hacían ellas. Ellos se conformaban con follarme por todos lados antes de arrojarme al suelo, como un animal y orinarse todos encima de las heridas. Todo esto lo hacían en la casa de Luis, en un sótano preparado para estas cosas.

Pero lo que ya me hizo reaccionar es que Luis dijo que también utilizarían a mi niña… Y subió a por ella…

Llegados a este punto ya no pudo más y rompió en llanto convulso. Me puse a su lado y la abracé para consolarla. Apoyó su cabeza en mi hombro y poco a poco se fue calmando.

—Eso ya no pude tolerarlo. Estaban borrachos y drogados, me desataron, me dieron un manguerazo de agua fría y me espabilé de pronto. Entonces fui consciente de lo que querían hacer. Me levanté, empujé a una de las mujeres sobre la otra, cayendo las dos al suelo; con la droga que se habían metido no atinaban a levantarse. Los dos hombres estaban, dormidos, sentados en los sillones.

Aproveché para subir tras Luis, que andaba trastabillando por efecto de los estupefacientes y no dejé que llegara a coger a mi hija. Con un atizador de chimenea le golpeé la cabeza y cayó al suelo. Creo que estaba muerto, no me paré a comprobarlo. Me vestí, cogí a mi niña y salí corriendo.

Desde Valencia hasta donde me encontraste vine haciendo autostop. Los camioneros se portaron bien conmigo, al verme con la niña. De todos modos tuve que hacerle una paja a uno de ellos para que me llevara…

Conocer las vicisitudes vividas por esta muchacha me horrorizó. Ya sabía que este tipo de cosas se hacían pero no me había enfrentado nunca a una situación parecida. Sobre todo la última parte, la de la agresión al tal Luis y posiblemente el homicidio me preocupaban.

Preparé la comida y nos sentamos a la mesa. Al terminar le dije que se acostara a descansar con su hijita. Yo recogí la mesa fregué los cacharros y me senté ante el ordenador.

Consulté por internet las noticias en Valencia relativas a la posible muerte de Luis; encontré una pequeña nota en la que se hablaba de la muerte accidental, por traumatismo craneal debido a una caída fortuita. Al parecer no se le quiso dar más relevancia por las posibles consecuencias de la investigación, con la implicación de personas influyentes.

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