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Armas de mujer 2

en Hetero: Infidelidad

Armas de mujer 2

 

            Cuando una mujer llega al límite de su capacidad para soportar la incomprensión, puede valerse de armas que solo ella puede utilizar y al hombre le están vedadas.

            Para seguir mejor este relato leer Armas de mujer

            http://www.todorelatos.com/relato/125427/

            El lunes, tras la fiesta del viernes, mi marido apareció por el piso para recoger sus cosas. Entró con su llave, era temprano y yo estaba aún en la cama. Me miró de forma rara, despectiva, me levanté y me puse una bata sobre mi cuerpo desnudo.

            — ¿Ahora duermes desnuda? — Preguntó agriamente.

            —Si Luis, me gusta dormir desnuda, me ha gustado siempre, pero tú no me lo permitías, decías que eso era de putas; es cierto, ahora sé a lo que te referías. Ahora que me he convertido en una puta te entiendo y ¿quieres saber algo?… Me gusta… Sí, me gusta dormir desnuda y ser una puta. Tú me has convertido en lo que soy, tu comportamiento durante todos estos años y haberte visto, con una pobre inmigrante espatarrada encima de tu polla, me ha convertido en lo que soy ahora… ¿Y tú qué vas a hacer? ¿Te vas o te quedas?

            —Me voy, hoy mismo interpondré la demanda de separación. En cuanto tenga la documentación te la pasaran para que la firmes. No quiero tener nada que ver contigo después de lo que me has hecho. Por supuesto tampoco quiero tener que ver con mis “amigos” de mierda que, a la primera oportunidad, se follan a mi mujer… Díselo cuando los veas… el viernes… para mí han muerto…

            — ¿Dices lo que yo te he hecho? ¿Y lo que tú llevas haciéndome a mí desde que nos conocemos?… El viernes, con tus amigos, tuve más orgasmos que en los nueve años que llevo contigo. ¿Te has parado a pensar en eso? Tú tenías los desahogos de los viernes… Pero ¿Y yo? ¿Sabes las veces que me dormía…? Mira mejor lo dejamos estar…  Además, sé lo de tu secretaria, lo sé desde hace mucho tiempo. Como también sé que has pasado el fin de semana con ella… Te lo he puesto a huevo ¿No?… Tienes la puerta abierta para casarte con ella… Me da lástima, no sabe lo que le espera…

            Recogió las cosas que quería llevarse, me miró con lágrimas en los ojos y se marchó. Al cerrar la puerta me dejé caer en la cama llorando, era el final… En el fondo sentía algo por él, aunque no sabía qué. Pero mi nueva vida comenzaba y no podía caer en sentimentalismos depresivos.

            Después de la velada del viernes pasado, con los amigos de mi marido, me dediqué a preparar el siguiente encuentro, tal y como les prometí. Convertí el salón de mi piso en un lupanar para los jugadores. El dormitorio lo decoré como había visto en algunos programas de TV cuando describían las habitaciones donde las prostitutas recibían a los clientes. En el fondo me sentía como una puta más.

            Me preparé, un baño de sales, perfumes, lencería con liguero, medias negras cristal,  sostén y tanguita negros, cubiertos con un ligero salto de cama también negro, semitransparente que apenas llegaba a la parte superior de mis muslos. Me vi en el espejo; Luis tenía razón. Parecía una puta… Era una puta y me gustaba.

            Y llegaros los chicos. Mi marido, como era previsible, no apareció, pero traían a otro colega, Sergio, que se unía al grupo cuando alguno de ellos fallaba, el sustituto para formar el cuarteto de jugadores. Era un chico más joven, soltero, no muy agraciado, pero alto y delgado, con un buen cuerpo.

            Quedaron sorprendidos por mi atuendo y por la decoración, se mostraban tímidos, retraídos, excepto Juan que se plantó ante mí y me dio un morreo de aúpa. La noche empezaba bien.

            —Ana, este es Sergio, como falta Luis… — Dijo Juan

            —Sí, ya supongo que para la partida… — Me acerqué al nuevo y le planté un beso en la boca que lo descolocó.

            — ¡Joder tíos… esto no me lo esperaba! — Rezongó el chico.

            —Escucha bien Sergio… Hay una norma de obligado cumplimiento. El silencio… No debes decir nada de lo que hagas, veas u oigas aquí. De lo contrario lo pasarás muy mal. Piensa que tus amigos están casados y si esto llega a los oídos de alguien puede tener funestas consecuencias… — Le dije al nuevo.

            — ¡Sí… sí, lo sé! Ya me lo han advertido… — Respondió temeroso.

            Una vez roto el hielo del principio los otros dos se atrevieron a besarme también en la boca, por supuesto les acepté los besos y enlacé mi lengua con las suyas…

            Se sentaron en los sillones y el sofá y les puse los canapés y la bebida que tenía preparada en otra mesa en un rincón del salón. Bebieron algo, comieron, al principio con cortedad…  Hablaban de cosas triviales, estaban muy nerviosos y me hacía gracia que se comportaran así tras la sesión de la pasada semana. Se sentaron alrededor de la mesa y repartieron cartas sobre el tapete.

            Jugaban sin poder concentrarse, estaban pendientes de mí, de mi cuerpo.

            —Bueno chicos, cuando terminéis el juego me llamáis, estaré en mi cuarto. — Los dejé solos para que se relajaran.

            Las copas, no sentirse observados, el juego los tranquilizó. Durante casi dos horas jugaron sin llamarme, llegué a pensar que me habían olvidado, pero no era así.

            — ¡Ana! ¡Se nos ha terminado el whisky! — Era la voz de Juan, el más lanzado.

            Les llevé una botella y rellenaron los vasos, con hielo de la cubitera.

            —Bueno, por ser nuevo en el grupo vas a ser el primero… Ven conmigo Sergio… — Tomé de la mano al chico y me lo llevé al dormitorio.

            Me deshice del ligero vestido que llevaba y quedé solamente con las braguitas y el sostén. Sergio me miraba sorprendido, alucinado. Me acerqué y le desabroché el cinturón, bajé la cremallera del pantalón se lo bajé hasta los muslos y rebusqué bajo el calzoncillo. Encontré un pene duro como una piedra, corto y gordo… Lo saqué y acerqué mi boca, lamí los lados y el glande. Me separé para ver como un goterón de líquido preseminal emergía del ojo. Me lo introduje en la boca y de pronto un grito seguido de un estertor casi derriba al pobre chaval que no pudo resistir el primer envite. Me miraba con cara triste… Le sonreí, me caía bien. Se quiso poner el pantalón y se lo impedí.

            —Aquí tienes que estar desnudo, de lo contrario vas a pasar mucho calor… — Le dije mientras tiraba de sus pantalones hasta quitárselos y le desabrochaba la camisa.

            —Por favor no digas que yo… — Me dijo con expresión de súplica.

            —Tranquilo… Nadie sabrá nada de esto. Yo te ayudaré a solucionarlo. Siéntate conmigo, ayúdame a desabrochar el sostén.

            Sus nervios no se lo permitían y le tuve que ayudar. Me bajé las braguitas y quede solo con las medias y en liguero. Le cogí las manos y se las puse sobre mis pechos. El pobre chico temblaba, su pene se endureció, me recordaba una seta que vi en un paseo por la sierra. Amanita phaloides la llamaron. Acariciaba torpemente mis pezones, con mucha delicadeza, con miedo…

            — ¿Es tu primera vez? — Le dije acariciando sus atributos.

            —Sí… Bueno no, lo he hecho algunas veces con las chicas que venían al local de Juan, pero nunca con una mujer… como tú.

            — ¿Y tú qué hacías? — Pregunté

            —Yo lo intentaba pero… Casi siempre me corría antes de meterla…

            —Bien cariño, ahora vamos a intentarlo, pero relájate, bésame, acaríciame… Tiéndete, deja que me coloque sobre ti; mientras acaríciame… Y trata de pensar en otras cosas, en algo que no te excite, así retrasarás la eyaculación. — Yo recordaba los primeros tiempos con mi marido, también eyaculador precoz.

            Con mi mano guié su gordo aparato hasta mi gruta, entró; me movía haciendo círculos y sentía como me abría; sus ojos cerrados, su gesto de felicidad, me indicaban el placer que sentía. Y me encantaba ser la mujer que iniciara a este chico en las artes amatorias. De todas formas no duró mucho. A pesar de haber eyaculado hacía apenas unos minutos, descargó con un alarido y un aspaviento que me levantó en vilo, me vi como una amazona montando un joven y brioso alazán. No llegué al clímax pero lo fingí. El chico se quedó con los ojos muy abiertos mirándome…

            — ¡Qué está pasando ahí! — Juan se impacientaba.

            Salimos abrazados al salón, donde nos esperaban los demás ya desnudos.

            — ¿Nos quedamos aquí o vamos a la cama? — Pregunté

            — ¡A la cama! — Respondieron todos.

            Me adentré por el pasillo y al llegar me dejé caer de espaldas, abierta de brazos y piernas, mostrando sin ningún pudor mi sexo abierto y rezumando mi secreción y la de Sergio. Quería comprobar si les repugnaba, ya que el viernes pasado, no observé alguna repulsión. Y no… Juan, más lanzado se abalanzó sobre mí y me ensartó de golpe, mientras los demás me sobaban todo el cuerpo. Me follaba violentamente, con furia.

            —Juan… Relájate un poco… tenemos toda la noche por delante… — Le dije.

            —Me tienes caliente toda la semana. Estaba deseando metértela y te llevas a ese idiota primero. — Me susurró al oído.

            —Pero ahora estás conmigo ¿No?… Tranquilízate y vamos a pasar un buen rato…

            Fue el único altercado. Las arremetidas de Juan me ponían a cien y tras el calentón con Sergio estaba a punto… Pero no llegué. Se derramó dentro pero no manifesté mi disgusto, no tuve ocasión. Fernando me poseyó con su delicadeza y poco a poco sus estocadas me llevaron al cielo… Rodeé sus nalgas con mis piernas y su cuello con mis brazos, arañando su espalda cuando el clímax me alcanzó dejándome exhausta.

            Jose intentó montarme y cariñosamente se lo impedí.

            —Déjame reponerme un momento Jose, por favor. A ti te tengo reservada una sorpresa…

            Tras unos minutos, en los cuales no dejaron de manosearme y Fernando se apoderó de mi boca para besarme con una gran delicadeza, comencé a dar órdenes.

            —Jose, ponte en la cama boca arriba, yo me colocaré encima y me la meterás por el coño, tú Juan por el culo, Fernando a una teta y Sergio a la otra…

            Me maravillaba la actitud sumisa de los cuatro. Hombres hechos y derechos obedeciéndome como perritos amaestrados… Mientras esos pensamientos cruzaban mi mente, sentía como entraba poco a poco dentro de mi coño la enorme polla de Jose, que llenaba todos los rincones de mi cueva. Juan, más tranquilo, lamía y horadaba con un dedo mi culo, insertándolo con suavidad hasta su totalidad, después dos dedos, las lenguas que lamían mis pezones… La verga de Juan iniciaba la intrusión en mi ano, pero la estimulación de los demás me facilitaba la aceptación de su intromisión… Hasta que sus testículos chocaron contra el peroné. Se acoplaron los dos y sus movimientos se sincronizaron para llevarme al paraíso… Jose se derramó como un caballo, sentía los chorros de su caliente semen en mi vientre, Juan no pudo soportar la presión de mis esfínteres y, prácticamente, lo ordeñé… Su descarga inundó mis intestinos…

            Tanta excitación me venció… Me derramé sobre Jose inundando sus testículos en un potente orgasmo que me hizo gritar, saltar y retorcerme como una poseída…El placer era tan intenso que me hizo desvanecerme.

            Cuando me recuperé estaban los cuatro a mi alrededor mirándome, Fernando acariciaba amorosamente mi pelo con una mano y con la otra me rozaba la mejilla. 

            Juan y Sergio se fueron al salón, me quedé con Fernando y Jose, tendidos en la cama. El esfuerzo realizado me dejó adormilada. Cuando desperté seguíamos en la misma postura. Los desperté…

            —Jose… despierta… Quiero que me des por el culo…

            — ¿Estás segura?… Mira que te puedo hacer mucho daño… A la mayoría de las mujeres con las que he estado no se la he podido meter por el coño y a dos les produje desgarros…

            —Pero yo quiero intentarlo. Lo haremos con cuidadito… Fernando tiéndete boca arriba.

            Se colocó y lo cabalgué. Su pene entró con gran facilidad en mi coño. Se movía despacio, con una cadencia que me enloquecía.

            —Ahora Jose… Despacio…

            —Vale Ana… Si te duele me paro… Tú mandas… — Dijo Jose con voz cariñosa.

            Primero con dos dedos, que entraron con facilidad por la culeada de Juan. Los movía girando y estirando las paredes de mi intestino… La presión aumentó, supuse que habían entrado tres dedos. Con la polla de Fernando en mi coño, la sensación de los tres dedos en el culo era deliciosa, a pesar del ligero escozor…

            — ¡Ahora Jose! Adelante… Despacio.

            Jose apuntó su herramienta en mi esfínter, apretó ligeramente y sentí que me abría en canal. Empujé para facilitarle la entrada, me relajé y un dolor intensísimo me atravesó.

            — ¡Para… Para… Jose! — Obediente se detuvo.

            Tras relajar y esperar a que se adaptara el esfínter empujé de golpe…

            — ¡Ayyy! ¡Qué dolor! Pero sigue Jose… Sigue… Despacito… Fernando muévete y dame en el clítoris…

            Jose empujo y sentí entrar lentamente su magnífica verga llenando mi intestino y desplazando a Fernando, que posiblemente al sentir tan cerca de la suya la verga de su amigo, se aflojó y se deslizó fuera de mi coño, pero su mano sustituyo su pene y sus dedos excitaron mi clítoris llevándome al borde del orgasmo. Jose seguía empujando y las lágrimas asomaron a mis ojos.

            — ¡Aaaggg! Me estas partiendo por la mitad… ¡Siguee!

             Y empujó… Sin descanso… Hasta que, en medio de un intensísimo dolor, sentí golpear sus testículos en mi periné.

            — ¡Para…Para… Sigueee!

            Y comenzó un vaivén lento que, pasados los primeros dolores, me producía una sensación dolor-placer que me hacía babear, mi coño era una ciénaga de líquidos, mi mano frotando la vulva encharcada y placer… placer… un inmenso placer… No fue un orgasmo, era una serie de subidas y bajadas placenteras, qué cuando llegaba al máximo me hacía sentir como descargas eléctricas desde los pies hasta la nuca… Escalofríos, temblores en las piernas… Bajaba y durante unos segundos se mantenía un placer suave tranquilo… De nuevo subía y otra vez se renovaban las descargas placenteras… Jose se movía aumentando la velocidad. Yo era consciente de que me estaba destrozando el culo, pero deseaba seguir siendo penetrada por aquella polla que me estaba llevando al súmmum del placer…

            Y estallé… Cuando la polla de Jose descargó en mi interior y su semen inundó mi intestino…

            Jose se dejó caer sobre mí aplastándome. Y me gustaba, me sentía bien con el peso de su cuerpo sobre el mío hasta casi asfixiarme.

            Se dejó caer de lado y me liberó de su carga. Fernando se deslizó por el otro lateral y nos quedamos los tres derrotados.

            Me dormí. Al despertar me encontraba cubierta por la ropa de cama… Estaba sola en la cama… Me levante y en el salón encontré una nota de Fernando y cuatrocientos euros.

            “Ana, ha sido fabuloso. El próximo viernes no nos podemos reunir. Te avisaremos. Te hemos visto durmiendo tan agusto que no hemos querido despertarte. Te queremos. Besos. Fernando y los demás.”

            Las lágrimas rodaron por mis mejillas. Eran buenos chicos pero… Yo tenía otras ideas…

            Mi culo ardía, me lo miré con un espejo en el baño y vi que salía un pequeño hilillo de sangre. Ma bañé y tras secarme me unté una pomada antiséptica en el ano  y su interior hasta donde pude llegar con el dedo. Se calmó el escozor pero pude comprobar que me habían roto el culo, como vulgarmente se dice. Y me alegré. Era extraño, debía sentirme destrozada por la ruptura de mi matrimonio y no era así. Nunca me había sentido tan feliz, radiante.

            Luis era como un lejano recuerdo pero unos días después volvía a mi vida; un empleado del bufete me trajo unos documentos y me citó en la oficina para firmar el acuerdo de separación y posteriormente el divorcio. Lo leí, las condiciones eran las que yo había pedido. Firmé las clausulas y me marché. Una extraña sensación de libertad me invadía.

            Llamé a algunas de mis amigas y las cité en una cafetería donde nos solíamos reunir para informarlas de mi nueva situación. No quería que se enteraran por terceras personas. Charlamos durante toda la mañana, me despedí de ellas y me fui a preparar mi puticlub.

            Al llegar a mi casa me encuentro a Juan en la puerta.

            —Vaya Juan… Que haces aquí, hoy es miércoles, anda pasa. — Pasamos los dos. Cerré tras de mí. Supuse el motivo de su visita.

            —Veras Ana, espero no molestarte… pero es que… No puedo dejar de pensar en ti y…

            — ¡Ya! Y vienes a echar un polvo ¿No? Bueno, pero ya sabes… Esto no es gratis…

            — ¡Sí, sí! Lo que tú digas… Toma, ¿Es esto no? — Y me entrega cien euros que yo guardo en el bolso.

            —Anda, entra al cuarto y desnúdate… — Le dije

            — ¿Así?… ¿no es muy frio? — Me miró extrañado.

            —Vamos a ver Juan, tú vienes a echar un polvo con una puta ¿Qué esperas?

            —Es que yo creía que… como somos amigos…

            —No Juan, nosotros no somos amigos. Entre nosotros hay un contrato, verbal, pero contrato. Yo os preparo mi casa para la timba de los viernes, me dejo follar por dinero y dentro de poco tendréis algunas chicas más para distraeros. Esto es un negocio… No esperes más. Luis me defraudó, ha sido una experiencia nefasta que he soportado nueve años, no voy a engancharme con nadie más. He descubierto que me gusta follar, disfruto con ello y me gano unos euros… Nada más…

            —De…  De acuerdo… Entendido.

            Entró al dormitorio; yo me fui al baño para arreglarme un poco. Me desnudé, me duché y me dedeé un poco para lubricar mi vagina. Con la toalla arrollada a mi cuerpo entré en la habitación. Juan me esperaba desnudo tendido en la cama. De rodillas en los pies alcanzo su polla y me dedico a lamerla como si fuera una piruleta. La engullí hasta que me provocó arcadas, pero lo superé, seguí subiendo y bajando mi cabeza para simular una follada con mi boca.

            — ¡Para…, Para! No quiero correrme aún.

            Me detuve, y arrastrándome sobre su cuerpo llegué hasta mordisquear sus tetillas. Me cogió la cabeza con ambas manos y tiró de mí hasta subirme a su altura. Me intentó besar y no abrí los labios. Yo sonreía para mis adentros al percibir su frustración. Abrí mis piernas y con la mano puse su miembro en la puerta de mi raja… Emitió un gemido al dejarme caer sobre su polla e introducirla de golpe en mi encharcado coño. Me pellizcó los pezones con rabia hasta llegarme a doler, pero no me importaba. Serpenteé mi cuerpo haciendo girar mis caderas con la verga dentro y en menos de un minuto se derramaba en el interior de mi vientre.

            Me separé y me dejé caer en la cama a su lado. Tras recuperar el aliento se levantó y se vistió.

            —Lo has conseguido Ana. Me voy peor de lo que vine.

            —No sé qué esperabas Juan, te lo he dicho, no soy una amante al uso. Me habéis convertido, entre todos en una ramera. No esperes más de mí… Os espero el viernes que viene ¿No? Es posible que os tenga una sorpresa preparada…

            —Sii… Claro… Adiós, Ana.

            —Adiós Juan.

            Y se marchó. Yo tenía claro que no necesitaba los “trabajitos extra” como este. Con la pensión que me pasaría Luis y los tres o cuatro viernes de sus amigos tenía suficiente para vivir bastante bien. No era muy ambiciosa. Solo deseaba tener para mis gastos y follar de cuando en cuando.

            Pasadas las dos semanas llegó el viernes. A las ocho de la tarde empezaron a llegar, primero Fernando… Mmmm me gustaba cada vez más… Después Sergio y Jose y el último en llegar Juan, mirándome con mala cara. Me mostré sonriente con todos y me saludaron con un beso en la boca, con lengua, todos, excepto Juan, que apartó la cara y quedó en un beso en la mejilla.

            —Escuchad por favor… Esta noche tenemos una sorpresa, pero con condiciones… En el dormitorio hay otra muchacha. Es casada y no quiere que se sepa quién es… La condición es que entraréis en el cuarto a oscuras, las luces están desconectadas, no hablareis, no le haréis preguntas y solo folla por el coño. Entráis, echáis el casquete y fuera os espero yo. O sea hoy somos dos para daros placer. ¿Estáis de acuerdo?

            — ¡Sí, sí…, claro! — Respondieron a coro.

            — ¿Vais a echar la partidita? — Pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

            — ¡No claro, queremos follar! — Exclamó Sergio.

            —Jose, tú debes tener mucho cuidado, es joven y no está habituada a estos menesteres. Pues venga. Y tratadla con mucho cariño. Yo os preparo… ¿Quién quiere ser el primero? — Les dije. Me sentía como un sargento del ejército arengando a la tropa.

            Se desnudaron en un santiamén. Yo hice lo mismo y me rodearon para toquetearme por todas partes.

            —Ven Fernando déjame que te prepare… — Me arrodillé a sus pies y le di unos cuantos chupetones en su hombría.

            Cuando la tuvo a punto me levanté y le di una palmada en el culo.

            —Sé cariñoso con ella… No tiene mucha experiencia… — Le dije.

            Se fue por el pasillo oscuro y cerró la puerta de la habitación tras de sí. Mientras me dediqué a masturbar y chupar las pollas de los tres, aunque Juan estaba reacio, seguía enfadado por la movida del miércoles. Yo de rodillas en el suelo, con una mano se la meneaba a dos mientras se la chupaba al tercero. Pronto estaban los tres preparados con sus atributos en forma. Escuchamos un rugido y un gritito en la oscuridad de la habitación y nos quedamos todos escuchando… Silencio… Una sombra se tambaleaba por el pasillo y entraba en el salón…

            — ¡Joder Ana…, Qué maravilla! — Dijo Fernando dejándose caer en el sofá — ¡Ha sido una de las mejores experiencias de mi vida! ¡Qué delicia de chochito!

            —Ahora tú Sergio. Vosotros tomar unas copitas, voy a acompañar a Sergio.

             No se quedaron muy conformes pero aceptaron, se fueron hacia la mesa de las viandas y se pusieron a hablar de sus cosas. Entré con Sergio en la habitación y cerré la puerta tras de mí.

            Guié a Sergio hasta la cama donde esperaba la chica, me puse a su lado y le pregunté como estaba, ella sin hablar, cogió mi mano y la llevó hasta su empapado coño. Acercó su cara a la mía y me dio un cálido beso en la boca, se acercó a mi oído y susurró…

            —Gracias, Ana… La mejor experiencia de mi vida.

            —Ahora tiéndete y ponte un cojín bajo las nalgas… — Le dije.

            Así se situó y con mis manos guié a Sergio hasta penetrar el coñito de la chica con la gorda polla del chico. Masajeé su clítoris al tiempo que controlaba la penetración, ralentizándola. Me gustaba, era la primera vez que acariciaba un coño distinto al mío y era una delicia. Llevé las piernas de ella hasta los hombros del chico, para facilitar la penetración y me dediqué a besar sus pezones. La oscuridad facilitaba mi travesura pero a mí me ponía cardiaca… De nuevo besé su boca y sus labios se abrieron como una flor, su lengua entrelazada a la mia… Su orgasmo me sorprendió y el aspaviento provocó el de Sergio que se apartó en el momento de la eyaculación, regándonos de esperma a las dos y cayendo rendido al otro lado. Pasando sobre la chica besé a Sergio en la boca y me acarició las mejillas…

            — ¡Gracias, a las dos, gracias! ¡Ha sido maravilloso! — Dijo el chico con voz emocionada. Se levantó y se marchó.

            —Límpiate querida, estas pringosa — Le dije, bajando la voz, acercándole una toalla que tenía preparada en la mesilla de noche y repitiendo el beso en su boca que ella agradece abrazándome y colgándose en mi cuello.

            —Me ha gustado mucho, Ana, me estás cambiando la vida. Estoy deseando…

            —Lo sé, calla. Ahora te voy a enviar a un gordito… Tiene la polla… grande… Ten cuidado y hazlo despacio. No dejes que entre de golpe porque puede hacerte daño…

            Me levanté y fui al salón… Esperaban ansiosos, al menos Jose my Juan, los dos que quedaban para entrar en el otro recinto.

            —Vamos Jose, te toca. — Su instrumento se enderezó al instante.

            No quise dejarlo solo con la chica y entré con él. Lo guié hasta la cama donde ella esperaba nerviosa… Con una suave caricia guié a la chica para que acariciara la verga que la poseería en breves instantes. Al cogerla y conocer el tamaño del instrumento noté un respingo, seguramente de miedo. Acaricié su muslo y la piel era un empedrado, los pezones los tenía duros como diamantes. Acerco su boca al hermoso falo e intentó introducirlo en su boca. Yo bordeaba con mis dedos sus labios que se abrían desmesuradamente para apresar el miembro pero poco a poco lo lograba, lamia el prepucio y ayudé en la empresa, sobre todo por el placer que me producía encontrarme con sus labios. Con las manos masturbábamos el falo enhiesto hasta que yo acaricié el terso pecho de ella y se recostó en el lecho en espera de ser profanada.

            Jose se posó sobre ella, yo guié su miembro hasta la entrada de la chica. Lo usé como una brocha para embarrar el sexo de la chica y así facilitar la inserción. Poco a poco palpé como entraba en la delicada vagina de ella y un gemido rompió el silencio. Con un apretón de testículos frené la introducción. Mientras con mi otra mano estimulaba el clítoris de la muchacha que ya respiraba con dificultad. Utilice mi mano agarrando la verga, como límite para la entrada. Jose lo comprendió y comenzó a entrar y salir, primero lentamente, después a mayor velocidad. Ella gemía ya no sé si de dolor o placer. Un grito de ella marcó el comienzo de una serie de empujones de ambos. Un rugido profundo y sordo rompió la oscuridad y empujó hacia la chica y ella lanzó sus caderas en dirección al falo,  entrando hasta más de la mitad, quedando mi mano apresada entre los dos. Jose se dejó caer sobre ella y tuve que empujarlo para que no la aplastara…

            Pasados unos minutos Jose abandonó la habitación. Al quedarnos solas.

            — ¿Cómo estás Adela? — Pregunté.

            —Ana, esto ha sido demasiado, jamás me había sentido así. Casi me revienta, pero ¡Qué gusto!… Tengo el chocho abierto, abierto. Mira tócalo.

            Llevé mi mano hasta su vagina y pude comprobar que cabían cuatro dedos, casi la mano entera.

            — ¡Sigue, sigue, Ana! ¡Dioss qué gusto! — Me decía con su débil vocecita.

            Acaricié sus labios mayores, pasé mis dedos desde el monte de Venus hasta el ano. El semen y los fluidos de ella bajaban empapando hasta la cama. Me abrazó y buscó mi boca en la oscuridad. Nuestros labios se fundieron y un extraño calor subía por mi cuerpo llevándome casi hasta el orgasmo. Tuve miedo. Yo jamás había tenido contacto con otra mujer y esto me gustaba demasiado… Le di un beso y me aparté de ella. Sus brazos trataron de impedirlo.

            —Déjame Adela, tenemos que seguir, después…

            — ¿Me dejarás quedarme contigo? — Su lamento me emocionó

            —Sí mi vida… Esta noche te quedarás conmigo, pero antes tengo que librarme de estos pesados. Prepárate para el último. Ahora vengo. — La dejé y fui a ver qué hacían los juerguistas.

            —Vamos Juan… Es tu turno.

            — ¿Ahora? ¿Con el coño lleno de la leche de estos?  Ni hablar. Esta noche follaré contigo… — Dijo Juan.

            —Pues adelante, pero ven conmigo dentro, como todos los demás. — Le dije.

            Entramos y en la oscuridad lo guié hasta el centro de la cama, Adela se desplazó, Juan en medio y yo al otro lado. Le así la polla y comencé a masturbarlo, me incliné hasta mamársela, cogí la mano de la chica y se la puse sobre Juan. Acariciaba su pecho, el abdomen y llegaba hasta el pubis, entrelazaba sus dedos entre los vellos y tiraba suavemente.

            Juan se giró hacia ella dándome la espalda dedicándose a acariciarla. Por los movimientos supuse que la estaba dedeando. Ella gemía… él se colocó sobre ella y al parecer la penetró. Lo hacía furiosamente. Yo acariciaba su espalda. Él se incorporó y colocó las piernas de ella en sus hombros y sus movimientos se aceleraron. Yo pasé la mano entre los dos para llegar al sexo de la chica y acaricié su bolita del placer. Esto provocó un gemido en ella que aceleró la velocidad de Juan y al poco se desbordaba dentro de su vientre.

            Terminó, se levantó y se fue al salón. Yo le di un beso a Adela y fui tras él. Los tres estaban sentados en el sofá y los sillones. Me senté junto a Fernando y me rodeó con su brazo.

            — ¿Me preparas un GT Juan? — Le dije.

            — ¿Un qué? — Respondió.

            —Jajaja… Un gin tonic, que no estás al loro…

            Me lo preparó y me lo dio. Bebí un largo sorbo y de pronto vi una sombra por el pasillo… ¿Adela? No… No puede ser ¿Se ha vuelto loca?… Me dije a mi misma. El acuerdo era que saldría cuando se marcharan…

            —¡Buenas noches a todos…! — Dijo como si fuera una aparición…

            —¡¡¡¿ADELA?!!! — Gritó Juan con la cara descompuesta.

            — ¿Qué haces aquí? ¿No serás tú la qué…? ¡¡Joder!! ¡¡Qué cabrona eres Ana!! Esto ha sido idea tuya…

            —No Juan. Ha sido idea mía. Ana me ha facilitado los medios y me ha dado la fuerza suficiente para acabar con la farsa de nuestro matrimonio.

            Se quedaron fríos. No reaccionaban. Fernando me soltó y se puso en pié. Los demás lo imitaron, buscaron su ropa para vestirse y salieron en tropel del piso quedando solo Juan. Adela era su mujer.

            Hablando con ella le conté un poco por encima que yo había vivido una experiencia que había desembocado en el divorcio con Luis. Ella me dijo que quería vivir también algo parecido y que su relación con su marido, Juan, era lamentable. Le conté todo con pelos y señales y quiso darle una lección a su marido, sabiendo que su matrimonio se iría a la mierda, pero no le importaba. Juan se marchó muy cabreado.

            Aquella noche se quedó a dormir conmigo… Bueno aquella noche y muuuchas mas. Adela se separó de Juan y ahora vivimos juntas, como pareja, creo que estoy enamorada de ella… Seguimos con nuestros encuentros con los chicos, se han unido algunos más y los repartimos en varias sesiones.

            Con la ayuda de Fernando hemos instalado una cámara por internet y nos conectamos a través de una webcam donde montamos numeritos lésbicos que tienen gran aceptación entre nuestros asiduos. Claro que también recibimos algunos euros con los privados que nos piden.

            Estoy embarazada de cuatro semanas. No sé de quién es, ni me importa. Cuando nazca lo que sea veremos a quien se le parece. Adela tampoco tenía hijos, no puede tenerlos y está muy ilusionada con mi embarazo. Tenemos toda una vida por delante.

FIN

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