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Era noche cerrada 4ª parte. Final.

en Amor filial

                        Era noche cerrada 4ª parte.

            Desperté con mi niña entre mis brazos, dormía apaciblemente. Logré zafarme de su abrazo tratando de no despertarla para ir al baño donde me duché y aseé. Al volver al dormitorio, Gema me miraba con sus preciosos ojos, le di un beso en la boca y respondió con un:

            — Te quiero papá. Sigamos un ratito más en la cama porfiii… Chúpame las tetas, las tengo muy llenas y me molestan…

            Efectivamente pude comprobar que las tenía muy duras, me senté en la cama, ella me acunó en su regazo y mamé de una y otra hasta reducir su molestia.

            —Lo siento mi vida, es muy tarde ya, nos queda un largo camino, Rosa estará desesperada, y yo estoy deseando ver a las pequeñitas… ¿Cómo tienes el culito? ¿Te duele?

            —Está algo irritado, pero no molesta mucho.

            —Déjame verlo, te pondré un poco de pomada.

            Se tendió en la cama boca abajo y encogió las piernas para facilitar mi maniobra. Le unté crema regeneradora, besé sus mofletes, le di una palmada y la dejé para ir a preparar el desayuno.

            —¡Papáaa, no me dejes así! — Gritó medio en broma.

            Tras el desayuno recogimos ropa y algunas cosas que podíamos necesitar y nos pusimos en marcha.

            El viaje fue tranquilo, comentamos las cosas que nos habían ocurrido…

            —Papá, la vida es muy extraña… Hace unos meses te marchas de casa para vivir solo, abandonado por tu familia, con un futuro incierto; por una casualidad encuentras a Rosa y su pequeña, que huían de una situación horrible; yo encuentro a mamá y a Ricardo en la cama, me enfurezco, cojo a mi hija y voy en tu busca, eras mi tabla de salvación; me encuentro con que tú te estas recuperando, gracias a Rosa. Confesarnos nuestras desventuras nos hermana a los tres y pasamos del infierno emocional en que vivíamos, a establecer unas relaciones que nos permiten vivir felices… Y en medio de este remanso de paz, que habíamos logrado, ocurre lo de mamá y Lucas… Me pregunto, ¿cómo nos afectará? ¿Perturbará la relación que nos une? ¿la reforzará?…

            —Cariño, el pasado es algo que conocemos, que ocurrió y no debe afectarnos. El futuro nos es desconocido y no debemos preocuparnos por algo que aún no es; creo que debemos centrarnos en el presente. Aprender del pasado y tratar de prever el futuro, pero sin angustiarnos. Esta ha sido mi filosofía de vida durante muchos años.

            — Papá… Yo he logrado, gracias a estas circunstancias, hacer realidad mi sueño; convertirme en tu mujer… Pero además he encontrado a una persona de la que, creo, me estoy enamorando… Rosa me gusta mucho y he descubierto con ella una faceta mía que desconocía, mi bisexualidad… Disfruto contigo, pero también con ella… ¿Te incomoda?

            —¿Incomodarme a mí? No, Gema, no solo no me incomoda, sino que me hace feliz veros disfrutar a las dos mujeres que más quiero, ya te lo dije una vez. Nuestro amor está desligado del sexo; os amo a las dos, a ti como mi hija y amante, a ella como mi mujer y amante. Nada de esto es incompatible. El amago de celos que surgió entre vosotras, creo, que se solucionó y espero que no se repita. Por lo demás… no tengo problemas en que también os améis; ten en cuenta que vosotras sois jóvenes y fogosas, yo no aguanto vuestro ritmo. Gema… ¿La quieres? ¿Quieres a Rosa como para compartir tu vida con ella?

            —¿Qué pregunta es esa papá? Bueno, sí, la quiero y compartiría mi vida con ella y… contigo. ¿Por qué tú no nos dejaras verdad?

            —No mi vida, no pienso dejaros, solo quería saber si los lazos que os unen son suficientemente fuertes.

            Llegamos a la casa, el cuadro que se nos ofrecía no podía ser más bello… Rosa, sentada en el sofá, recostada en el respaldo, desnuda, sujetando a las dos niñas, una en cada teta, mamando… Al vernos quiso interrumpir la operación, pero le hice señas para que siguiera. Me acerqué para besarla; mi hija se desnudó, se sentó a su lado, cogió a su pequeña y la acercó a su pecho. La niña parecía que entendía que el seno que se le ofrecía era el que deseaba, chupó como una posesa… Yo me senté enfrente para admirar el espectáculo que me ofrecían las dos madres con sus retoños.

            Al terminar, Rosa dejó a su bebé en la cuna, yo fui tras ella para abrazarla y besarla con pasión. Gema también dejo a su hija, nos alcanzó y nos fundimos en un beso a tres bandas.

            Las dos bellas veinteañeras tomaron mis manos y me condujeron hasta el tálamo. Mis ropas desaparecieron, me empujaron sobre la cama y sus bocas se centraron en mi falo. Lograron una rigidez suficiente y Rosa me montó como una amazona. Gema lo hizo sobre mi boca…  Saltaron, se besaron, nos acariciamos los cuerpos, pellizcamos y mordisqueamos lo que alcanzábamos… Rosa era muy rápida en lograr sus orgasmos, no fue la excepción… Jadeando se acostó a mi lado para seguir besándome y acariciándonos a los dos.

            Gema se cambió de postura y bajó hasta situar su ano sobre mi miembro, se lo introdujo poco a poco, sin descanso hasta sentarse sobre mi pubis…

            —¡¡Aahh, putita… ya te han hecho el culo ¿no?!! ¡¡Pero qué guarrilla eres!! ¡¡Has utilizado a tu padre…!! — Gritó Rosa entre risas…

            Rosa se incorporó y abrazó a mi hija… Se besaban con lujuria, con auténtica pasión, al mismo tiempo le excitaba el clítoris con la palma de la mano y dos dedos en el interior de su vagina. Yo alargue mi mano para acariciar la vulva de Rosa.

            —¡¡No podía más Rosa!!… ¡Tenía que hacerlo y aproveché el momento!… ¡¡Me daba envidia verte hacerlo y yo noooo!!…

            Se dio un hecho inusitado. Alcanzamos el clímax los tres al mismo tiempo…

            Me quedé traspuesto, la siesta del cura lo llaman; una pausa antes de comer. Las chicas bajaron a preparar la pitanza.

            Nos sentamos a dar cuenta de las viandas.

            —Chicas, sintiéndolo mucho he de deciros que tengo que marcharme…

            —¿Para qué, Miguel? — Preguntó Rosa contrariada.

            —Pues… Tengo que encargarme de los trámites para el sepelio de Ricardo. Al no tener otra familia me he visto en la obligación de hacerlo yo. Además, hay varios asuntos legales que he de solucionar, como la gestión de la propiedad del piso. Al divorciarnos acordamos que pasaría a ser propiedad de Gema y Lucas, pero con tu hermano en la cárcel no sé en que situación legal queda. Trataré de que sea en beneficio de Gema, así podemos trasladarnos allí cuando pase el verano. En fin, que tengo que irme y estaré fuera dos o tres días.

            Tras el café me tumbé un rato para descansar y cuando me desperté me despedí de mis chicas y me puse al volante de mi coche.

            Entre mi amigo de la universidad y el abogado lograron tramitar el asunto de Ricardo, logrando que un juez facilitara los trámites para su cremación.

            El abogado se hizo cargo de la gestión de la propiedad del piso y yo… Esa noche pude dormir tranquilo en la que fue mi casa. Por la mañana, temprano, me levanté y me puse en marcha. Me desplacé hasta Valencia… Siete horas de autovía.

            Sin que lo supiera Rosa, pude averiguar la dirección de su madre y fui a verla. Llamé al porterillo y respondió.

            —¿Quién es?

            —Me llamo Miguel, señora, vengo a hablarle de su hija Rosa…

            Se oye un estrépito, luego supe que se le cayó el telefonillo de las manos.

            —¡Suba…! ¡Suba usted, es el tercero!

            El bloque, con varias decenas de años, estaba en pésimas condiciones, sin ascensor, con desconchones en las paredes, faltaban algunos pulsadores en las puertas de las viviendas… El abandono era patente.

            Llegué al tercero y una de las cuatro puertas de la planta estaba abierta. Una mujer, de unos cuarenta y pocos años estaba esperando; el nerviosismo era patente, temblaba. Era muy parecida a Rosa, pelirroja, de piel muy blanca moteada de pequitas rosadas… Estaba delgada, sin embargo y a pesar del vestido enterizo que llevaba, dejaba entrever un cuerpo muy bien formado…

            Me presenté, le tendí la mano y la apretó con ansiedad… Entramos y cerró la puerta tras ella.

            —Usted es Lola ¿verdad? Yo me llamo Miguel.

            —¡Síi!… Pero Rosa, ¡¿Está viva?! — Preguntó angustiada.

            —Síi… Tranquilícese, están bien las dos, solo que ella no sabe que he venido a verla, tiene miedo, está avergonzada y sé que no se hubiese atrevido a venir conmigo… Pero no se apure, está bien…

            —¡Ayy, gracias a dios, mi niña está bien…! ¿Pero dígame, dónde está? ¿Puedo verla?

            —Sí, la verá muy pronto, por ahora solo puedo mostrarle unas fotos que tengo… Mire…

            Busqué en mi bolso y saqué la cámara digital y le mostré unas fotos que le había hecho, sin que ella se apercibiera. Paseaba su niña con el carrito por el paseo marítimo, otra en casa, sentada dando de mamar a Lola, y otras en las que también aparecían mi hija y mi nieta. Se tuvo que sentar para no caerse, mientras seguía viendo las fotos.

            —Puede comprobar que están bien las dos… Aquí están con mi hija y mi nieta… Se llevan muy bien, se quieren mucho. Pero verá, yo venía a algo más. Necesita su documentación, la documentación de la niña… La llevamos al pediatra con el nombre de mi nieta… ¿Es posible?

            —Claro que sí, lo tengo aquí, bueno, la niña no se inscribió en el registro y que yo sepa no tiene ninguna documentación… ¡Ayy dios mío que alegría! ¿Seguro que están bien? ¿Puedo verlas?

            La angustia de esta mujer era comprensible y traté de calmarla.

            —Sí, las verá muy pronto, quería proponerle que se viniera conmigo a un pueblecito de la costa de Huelva. Allí vivimos ahora…

            —¿Vivimos? ¿Usted y ella?

            —Y mi hija, sí Lola… Pero ya lo entenderá todo. Lo cierto es que estoy agotado, he conducido ochocientos kilómetros para llegar hasta aquí. Otra cosa, ¿qué sabe usted de la gente con la que andaba por aquí?

            Me miró recelosa…

            —Lo digo porqué no es conveniente que sepan dónde está, sería peligroso…

            —Sí, muy peligroso, son mala gente, yo le decía que no fuera con ellos, pero…

            —Lo sé Lola. Ella me contó muchas cosas de su vida… Dígame hay algún hostal por aquí cerca donde pasar la noche.

            Me miró, asintió con la cabeza.

            —Puede quedarse aquí, tengo su habitación como la dejó cuando se marchó…

            Aunque quise negarme, no lo consintió y me quedé. Mientras preparaba la cena bajé a por la bolsa con mis cosas. Al entrar se había cambiado, se había puesto una combinación que se clareaba y me permitía admirar su figura al tras luz cuando entraba o salía de la cocina.

            —Lola, estoy sudado del viaje, ¿puedo ducharme?

            —Pues claro… Tienes champú y gel de baño. En la estantería hay toallas…

            Durante la cena no dejó de preguntar sobre su hija y su nieta. Al parecer a la pequeñina no llegó a verla, no sabía cuánto se le parecía. No dejaba de llorar y me partía el alma. Una de las veces la abracé y apoyó su cabeza en mi hombro, los sollozos la sacudían como un vendaval a una palmera. La llevé hasta su dormitorio, abrí la cama y la acosté. Al separarme me asió de la mano y tiró de mí…

            —¿Quieres pasar la noche conmigo Miguel? Hace años que no estoy con un hombre…

            Mi sorpresa fue inmensa… Me quedé helado, no sabía cómo reaccionar…

            —Yo… yoo… — Balbuceé

            —Por favor… Me has dado la mayor alegría de mi vida, me has devuelto la vida… quédate conmigo… Por favor…

            No pude negarme, acaricié su rostro y solo me separé para quitarme el pijama. Separó la sábana, se desnudó y pude apreciar en toda su plenitud el cuerpo maravilloso de Lola.

            Supongo que intentaba, de alguna manera, compensar el haberle devuelto a su hija. Pero realmente se notaba su total falta de experiencia en las artes amatorias. Todo lo contrario de su hija. Tuve que detenerla porque, en su afán de complacerme, cometía errores de principiante.

            —Tranquilízate Lola… No es una competición, cariño. Déjame a mí…

            Besé sus labios con delicadeza, sin prisas, mientras acariciaba sus hombros. Al besar su cuello y los lóbulos de las orejas emitió un gemido, como el de un animalito y sus pezones se irguieron como pequeños peñascos. Al bajar mis manos por la cadera y los muslos percibí “la carne de gallina”, la piel erizada… Continué besando su cuerpo y bajando, rodeando, sin acercarme a su pubis, sus muslos, las piernas, masajeándolas suavemente, hasta llegar a los pies. Mi sorpresa fue que… Ya los conocía… Eran idénticos a los de Rosa y los sometí al mismo tratamiento que usaba con ella, besarlos, lamerlos, chupar sus deditos…

            Llegados a este punto ya no emitía gemidos, eran auténticos aullidos. Vi que se aproximaba su punto y me desplacé hasta su sexo… Y, sorprendentemente, su aroma, su sabor era el de su hija. Pensé en la fuerza de la genética… Tras unas caricias con la lengua sobre su vulva, pasar la punta sobre el botoncito, en este caso mayor que el de su hija, sufrió un espasmo que me levantó en vilo y caso me lanza al suelo. Un grito desgarrador y sus manos aferradas a mi cabeza, empujando su pelvis y retorciendo las caderas para acabar dejándose caer de golpe encogida y respirando agitadamente.

            —Dios mío… Miguel… ¿Qué me has hecho?… He creído que me moría. ¿Qué me ha pasado?

            Me tendí a su lado, acariciando sus mejillas y besándola…

            —¿Es la primera vez que sientes esto, Lola?

            —Pero ¿Qué me ha pasado? Si esto es lo que llaman correrse… ¡Lo que me he perdido!

            —No puedo creer que sea el primer orgasmo de tu vida, amor mío.

            —Te juro que nunca, jamás, en toda mi vida, había sentido esto. Y ha sido maravilloso… Con mi marido nunca y después de su muerte no he estado con nadie más… Hasta hoy…

            —Entonces, tu marido ¿qué te hacía?

            —El pobre era muy bruto, me montaba la metía y cuando se corría se dormía. Algunas veces sentía como unas cosquillitas, casi como ganas de orinar. Yo creía que eso era correrse… Dios mío, ahora sé que no… ¡Y eso lo has hecho sin metérmela!

            —Es que no es imprescindible meterla, como tú dices, para llegar al orgasmo. Incluso tú sola lo puedes hacer…

            —¡¿Yo sola?! ¡No puedo creerlo! ¡¿Cómo?!

            La hice sentarse en la cama y le abrí las rodillas; ella se resistía, pero la miré, sonreí y aflojó. Entonces pude ver su preciosa vulva. Y me di cuenta de la atrocidad que habían cometido con Rosa, al destrozarle los labios mayores. El sexo de Lola era una flor, con pétalos rosados y perfume delicioso. Los labios menores sobresalían formando una crestita que asemejaba un pétalo de clavel rosado.

            Al acercar mi mano cerró las piernas instintivamente, la miré y las abrió de nuevo. Pasé mi dedo corazón por la grieta y rezumaba líquido que corría por el interior de sus muslos hacia el perineo. Al rozar su bultito, bastante mayor que el de Rosa, dio un respingo, la tranquilicé, acaricié sus pechos, eran muy sensibles…

            —Lola, acaríciate este bultito, ¿sabes lo que es?

            —No Miguel, de ahí abajo no sé nada…

            —Este es tu clítoris. Es la zona más sensible de tu cuerpo y la que más placer te puede dar… Masajéalo, arriba y abajo, después haciendo circulitos con el dedo, busca tu placer… Mírame, no dejes de darte y con la otra mano acaríciate los pezones…

            —Me da mucha vergüenza Miguel, yo no he hecho nunca esto…

            —Pues ya es hora mi vida… Déjame acariciarte los pies; ¡dios son preciosos…!

            Las caricias, los besos, las miradas cargadas de sensualidad y sus manipulaciones arrancaron un nuevo orgasmo de Lola. Quedó tendida de espalda temblando y boqueando como un pececillo fuera del agua. Sentía auténtica pena por ella. Por la ignorancia que la había privado del placer sexual, ignorancia propiciada por la iglesia y sus necias creencias.

            La rodeé con mis brazos y la besé en la boca…

            Lo cierto es que yo estaba agotado. Lola intentó acariciarme y se lo dije. Me acosté frente a ella, entrelacé mis piernas con las suyas y nos quedamos profundamente dormidos.

            Al despertar escuché trastear en la cocina, me levanté me aseé y fui desnudo, hasta donde estaba Lola preparando el desayuno. Al verme se puso color granate. Con el tono blanco de su piel cualquier situación vergonzosa, se traducía en un bello sonrojo.

            —Lo siento Lola, es que yo suelo andar así en casa…

            —Perdona Miguel, yo no estoy acostumbrada a ver… — Miraba fijamente la erección, imposible de disimular…

            Soltamos una carcajada al unísono… Me coloqué a su espalda y pasé mis brazos alrededor de su cuerpo, sus pechos en mis manos reaccionaron inmediatamente y en cuanto comencé a mordisquearle el cuello la reacción fue total erizamiento de la piel del cuerpo entero y sus gemidos…

            Me senté y le hice un gesto para que viniera. La senté sobre mis rodillas y nos fundimos en un beso en el que ella se entregó, ya besaba sin timideces, aunque se sobresaltó un poco cuando deslicé mi mano bajo su batita, la pasé por sus muslos y llegué, sin dificultad a un coñito empapado…

            —¡Qué vergüenza Miguel! Acabo de ducharme y lo tengo como si me hubiera orinado…

            —No debes avergonzarte por eso corazón, es un síntoma de tu salud, de que eres una mujer ardiente y reaccionas de modo natural ante la excitación…

            —Es qué… Mientras me duchaba he vuelto a hacerlo…

            —¿Y te has corrido otra vez?

            —Síi… Que vergüenza… Tres veces en una noche… Parezco una…

            —No pareces, eres una mujer y si te digo la verdad, te envidio… Me gustaría poder correrme las veces que podéis hacerlo vosotras. Por el contrario, nosotros, los hombres, tras dos o tres corridas estamos ya para el arrastre… Anda ven y bésame, has descubierto algo que te conducirá a nuevas experiencias… Disfrútalas mi amor… Bueno, pero apúrate que tenemos cosas que hacer… Prepara las maletas que te vienes conmigo, vas a ver a tus niñas. Pero antes pasaremos por tu pueblo, necesitamos unos documentos.

            En el pueblo, donde nació Rosa, pedimos y nos dieron la documentación que necesitaba.

            De regreso pasamos por el piso y llamé a un amigo médico, le expuse el problema de la no inscripción de Lolita y accedió a facilitarme la documentación necesaria. Él mismo me acompañó al registro y resolvimos el problema. Registramos a Lolita como hija de Rosa, madre soltera, de la que ya disponía de la documentación que me facilitó su madre; a efectos de Seguridad Social.

            Seguimos viaje hasta Huelva, llegamos casi al anochecer… Mis chicas estaban sentadas en el porche, tras un día caluroso. Rosa no esperaba a su madre y el momento fue muy emotivo, memorable…

Lloramos todos; ver a esa madre que había recuperado a una hija que creía perdida para siempre y poder achuchar a su nieta… De la que supo en aquel momento que también se llamaba Lola, como ella, fue muy hermoso.

Prepararon la cena en un periquete, después nos sentamos a la fresca en el patio trasero de la casa.

Gema abrazada a mí, con su cabeza recostada en mi hombro, Eva en sus brazos, yo admiraba a las tres pelirrojas…

—Papá… ¿esta noche cómo nos acostamos? — La miré y sonreí.

—Tú con Rosa y yo con Lola… — Mi hija abrió dos ojos como platos…

—¡¡¿Quée?!! ¡No me digas que ya te la has tirado! — Dijo sorprendida y en voz baja.

—Bueno, aún nos estamos conociendo, pero me gusta y creo que yo a ella. ¿Una pregunta? ¿Te casarías con Rosa?

            —¿Lo dices en serio, papá? Déjate de bromas…

            —No es una broma. Os queréis, formáis una pareja maravillosa, tenéis dos hijas preciosas que necesitan un entorno estable donde crecer y educarse. Por otra parte, Lola y yo hemos congeniado, necesitamos algo de tiempo para conocernos y quizá acabemos formando pareja. Está muy necesitada de cariño y a mí me sobra. Vosotras dos y yo formamos un trio un tanto peculiar, no, no te preocupes, no os voy a dejar, solo que vamos a integrar a la madre de Rosa en la familia. ¿Qué te parece?

            —La verdad es que, visto así; eres el diablo, me estas convenciendo. Esta noche se lo comento a Rosa, a ver que piensa.

            —A ver que pienso sobre qué… — Rosa había oído algo.

            —Lola, ¿que te ata a Valencia y al piso dónde vives? — Le solté de sopetón.

            —La verdad es que… nada… Aquí tengo todo lo que me importa en la vida. Mi hija y mi nieta. Y no tengo ningún interés en llevármelas. Creo que aquí son felices y siéndolo ellas… Yo también.

            —Lola, nos conocemos desde hace unas horas; pero lo mismo me ocurrió con tu hija, estábamos dispuestos a casarnos y yo a adoptar a su hija. Pero luego ocurrió algo que trastocó los planes… La llegada de Gema y su bebé… Y tu hija y mi hija se enamoraron… Ellas no se atrevían a decírmelo, pero yo lo sabía. Aunque viviéramos los tres juntos no podía permitir que ellas se sintieran mal por estar yo por medio. He resuelto el problema de la falta de documentación de Lolita, tengo la partida de soltería de Rosa y la tuya; Lola, solo me falta la de mi hija y podemos encauzar nuestras vidas. Gema y Rosa se casan y tú y yo… Pendiente de tomar la decisión… Tú me gustas mucho Lola. No sé adónde nos va a llevar esto, pero, creo que me sería muy fácil enamorarme de ti, creo que ya te quiero.

            —¿Estás seguro Miguel? Por lo que he podido observar Rosa también te quiere…

            —¿Me quieres Rosa? ¿Me quieres más que a Gema? Además, que importa; si lo más probable sea que vivamos todos juntos. Todo esto no es más que un asunto administrativo para que todas estéis a cubierto de cualquier incidencia.

            —Miguel, sabes que te quiero con locura, que me salvaste la vida, pero tengo que reconocer que sí, estoy muy enamorada de Gema, la quiero mucho. Y si como dices no necesitamos renunciar a nadie… ¿Tú me entiendes mamá?

            —La verdad… No sé qué pensar… Me estáis diciendo que vamos a vivir todos juntos y que vamos a estar… ¿todos juntos? — La confusión de Lola era lógica.

            —Lola, hemos conformado un grupo familiar atípico. Estamos juntos los tres, tu hija, mi hija y yo… Y si estás dispuesta… También tú.

            —Pero ¿eso quiere decir que nos acostaremos todos juntos?

            —Bueno, a veces, en ocasiones tú conmigo, otras tú con tu hija y otras mi hija y yo… Qué importa. Nos une el afecto, el cariño; el sexo es algo complementario, algo que acrecenta el amor que sentimos unos por otros. Nada más…

            —Pero eso es algo inmoral ¿no? Tú con tu hija o yo con la mía sería incesto… homosexualidad…

            —¿Y qué, Lola? Apenas hace unas horas que has descubierto el placer de un orgasmo. Y no lo has conocido antes por culpa de las prohibiciones que nos han asfixiado. Puedes vivir experiencias mucho más placenteras si las vives con tu hija, con la mía, o conmigo. Eso son solo tabúes, contravenciones ancestrales, que se han transmitido a lo largo de cientos de años y que actualmente carecen de sentido. Piénsalo. A Rosa le extrañó al principio, pero después pudo comprobar que no era nada malo, al contrario. Ha sido muy positivo en nuestra relación. Y sí, hemos hecho el amor muchas veces los tres juntos y espero que sigamos haciéndolo.

            —Mamá, nunca he podido hablar contigo sobre sexo. Reconozco que mi rebeldía no facilitaba nuestra comunicación, pero si hubiera tropezado hace cinco años con Miguel, no habría cometido las barbaridades que he hecho. Todo lo que sé de sexo lo aprendí de malas personas. Todo lo que sé del amor me lo han enseñado Miguel y Gema a los que quiero con locura. Ahora sé lo que es el AMOR y también que no podría vivir sin mi hija y sin ellos.

            —¿Dormiremos juntos esta noche Lola? — Pregunté, sabiendo lo que me jugaba.

            Se hizo un silencio estruendoso. Pero Lola se decidíó.

            —Sí, Miguel, ya lo hicimos anoche y… No quiero dormir sola nunca más.

            Sonreía, sonreí. Me levanté le cogí la mano y entramos en la casa, subimos hasta el dormitorio besándonos como dos adolescentes en su primera cita. Cuando llegamos a la cama estábamos desnudos. Las chicas se quedaron abajo.

            —Miguel, yo me he corrido varias veces desde ayer, pero tú no…

            —No te preocupes mi vida, me estaba reservando para este momento.

            Comenzamos a acariciarnos y besarnos, nuestros cuerpos, la piel, nos quemaba, tal era la excitación. Lola era una mujer muy ardiente, una bomba sexual, lo noté en cuanto me acerqué a su sexo la primera vez.

            Los prolegómenos fueron cortos, ella se abrió de piernas y me condujo hasta su gruta y me dejé llevar. La penetración no fue fácil; a pesar de la intensa lubricación, el conducto era muy estrecho y temía hacerle daño si lo forzaba. Lo traté con mucho cariño, se quejaba, pero aun así ella empujaba. Parecía virgen…

            —Hace muchos años que no entra nada por ahí, Miguel, ten paciencia… Además, mi marido la tenía bastante más pequeña que tú y nunca se había abierto tanto… Pero… ¡Ayyy… qué gusto!… Sigue, no te preocupes por mí, quiero que te corras dentro…

            —Tranquila Lola, esto no es un maratón. Quiero que disfrutes tú… ¡Joder que gusto! ¡Qué estrecho está!

            No tuve que esforzarme mucho. Poco después Lola se retorcía de placer en medio de un orgasmo brutal, gritaba como una posesa…

            Yo no soportaba tanto gozo y me derramé poco después. Me tendí a su lado y se acurrucó en mi pecho… Temblaba… Era algo que también compartía con su hija, tras llegar al clímax, durante unos minutos se agitaban de tiempo en tiempo, hasta calmarse…

            La puerta, que dejamos entornada se abrió totalmente para dejar paso a las chicas. Venían desnudas, Rosa se tendió junto a su madre y Gema a mi lado. Lola se sorprendió…

            —… ¿Qué hacéis?… ¿Estáis desnudas?

            —Sí mamá… Estamos desnudas, hemos hecho el amor y ya más tranquilas venimos a acompañaros, sin tapujos, sin falsas vergüenzas — Se miraban a los ojos — Mamá ¿Sabes que no te he visto nunca como estás ahora? ¿Qué no te he acariciado, como ahora lo estoy haciendo? Y te pregunto ¿Esto es malo? No puedes imaginarte la de veces que me he hecho pajillas pensando en ti, imaginando tu cuerpo, tu piel, tus pechos y… tu sexo…

            —¡Hija, lo siento! Tú sabes la vida que he llevado, que no sabía nada de esto… Ya sabes lo bruto que era tu padre y lo que era el pueblo. Que todo esto es nuevo para mí y me cuesta asimilarlo. Gracias a la paciencia de Miguel estoy empezando a aceptar y hacer cosas que hace unos días eran inimaginables para mí. Solo os pido que tengáis un poco de paciencia conmigo…

            La boca de Rosa se unió a la de su madre en un beso que trascendía lo fraternal. Lola estrujó mi mano con la suya buscando apoyo, me giré hacia ella y le acaricié el vientre, los pechos… Pude notar los latidos de su corazón galopando desbocado… Al separarse se quedaron mirándose fijamente. Lola soltó mi mano para acariciar el rostro de su hija, acercarlo y fundirse, de nuevo, en un voluptuoso beso. Mi mano acarició su sexo que rezumaba licores y tropecé con la de Rosa, que acariciaba con un dedo la grieta materna.

            Gema no estaba quieta; apoyando sus pechos en mi espalda, manoseaba mi hombría y lograba que se endureciera. Tiró de mí para girarme y enfrentarme a ella, pasó una pierna sobre mi muslo y se auto penetró…

            A partir de ese momento la alcoba se convirtió en un retumbar de cama, gemidos, palabras amorosas y voluptuosas, preludio de los orgasmos que se avecinaban. Vi a Rosa colocarse sobre su madre en un sesenta y nueve impúdico. Sus marmóreas nalgas a escasos centímetros de mí. Gema se sentó sobre mí pubis y me cabalgó, besando a Rosa que había cambiado de postura y tijereteaba con su madre, frotando con fuerza sus vulvas encharcadas y pellizcándole los pezones.

Lola se inclinó hacia mí y nos besamos larga y profundamente mientras nos atravesaban las deliciosas descargas orgásmicas.

La noche fue inolvidable…

Agotados, se marcharon las jovencitas a su cama donde siguieron con sus risas y libertinos juegos, pero Lola y yo estábamos para el arrastre y nos dormimos abrazados, dulcemente.

Los días, las semanas, transcurrían plácidamente. Lola se adaptaba con rapidez a nuestra forma de vida, Rosa y Gema vivían una luna de miel, cada vez más convencidas de dar el paso y casarse… Lola era una mujer deliciosa, la pareja ideal para cualquier hombre. Había sufrido mucho y por fin se sentía feliz.

Una mañana, antes de levantarnos, escuchamos jaleo en el cuarto de las niñas, intenté prestar atención para tratar de saber que ocurría…

De pronto entraron en tromba, reían, lloraban…

—¡¡¿Qué os pasa locas?!! — Les gritó Lola.

—¡¡Mamá… estoy embarazada!! — Gritó Rosa… Y se abalanzó sobre mí cubriéndome de besos…

Me quedé de piedra… ¿Qué estaba ocurriendo?

—¡Papá, vas a ser papá! ¿No te alegras? — Dijo mi hija con semblante triste…

—Síi, claro, pero estas cosas así en frío y sin anestesia… A ver Rosa, ¿tú no tomabas anticonceptivos?

—Sí, Miguel, pero al plantearnos casarnos Gema y yo, pensamos que las posibilidades de tener otro hijo serían… nulas, entonces lo hablamos y decidimos… Que seríamos madres de otro bebé… ¿Te enfadaras conmigo?

—Noo, ya que está hecho… A su casa viene… ¿Tú que dices Gema?

—¡¡Que yo también quiero papá!! Quiero un hijo tuyo.

—¡¿Pero… estáis locas?! ¿Cómo vais a tener niños en la situación que… — No dejé que terminara Lola de hablar.

—Lola, tranquilízate… No pasa nada. Donde comen seis, comen siete u ocho… Sí hija, también tú tendrás tu bebé, no sabemos aún cómo ni cuándo, pero lo tendrás.

Y dos meses después me dieron la feliz noticia de que sería papá de nuevo.

Rosa y Gema se casaron embarazadas, después Lola y yo. Rosa tuvo una niña, pelirroja, preciosa, como ella y Gema tuvo un niño que todo el que lo ve dice que se parece a su abuelo ¿Porqué será? Es el pequeño y ya tiene nueve años.

Cuatro años después de su confinamiento Carmen salía de la cárcel. En la prisión se enamoró de otra presa con la que se fue a Colombia. No la vimos. A Lucas lo excarcelaron unos meses después que a ella. Me buscó para que le diera dinero y se marchó trás su madre. Hace seis años que no sabemos nada de ellos.

En la actualidad seguimos viviendo todos juntos en una nueva casa en la playa que compramos tras vender el piso. Seguimos con la casita, nos trae muy buenos recuerdos y no queremos deshacernos de ella.

Somos una pareja madura, Lola y yo, con dos hijas, tres nietas y un nieto. Los nietos son auténticos torbellinos, con su comportamiento, normal en la pre adolescencia, entre los nueve y doce años, no dejan lugar para el aburrimiento.

La vida nos sonríe…

           

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