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Dramas familiares

en Amor filial

                Casualmente leí en las necrológicas de la ciudad donde estaba de paso, el nombre de una mujer que me resulta familiar. Rebuscando en mi memoria recuerdo que hace muchos años, en la universidad, tuve  un compañero que me contó la historia que relato a continuación.

Creo que ninguna de las personas de las que me habló vive actualmente y no tuvieron descendientes. He cambiado los nombres y no cito la ciudad donde se desarrollan los hechos. También existe la posibilidad de que la historia fuera, totalmente o en parte, inventada por quien me la refirió.

                                                                              +++++

                               —¡¡Mamáaaa!!  ¡¡ Pero ¿Qué ha pasado aquí?!! ¡¡Ay Dios mío!!

                Grita Julia al entrar en la habitación de su hermano Carlos y encontrarse a su madre tendida en la cama, desnuda, con evidentes síntomas de embriaguez…

                Carlitos, de veinte años, aquejado de una deficiencia mental. Con un desarrollo físico normal para su edad pero incapaz de controlar sus impulsos, estaba desnudo sentado en el suelo, acurrucado, en un rincón de la habitación, cubriéndose la cabeza con ambas manos. Balanceando su cuerpo de adelante atrás y emitiendo un lamento gutural… Repitiéndolo una y otra vez.

                Desde los quince años Carlos acosaba a su madre y hermana, les cogía el culo y las tetas cada vez que entraban en la habitación a darle de comer o asearlo. Emilia le pedía paciencia a Julia pero se sentía incapaz de resolver el problema. Solo el alcohol facilitaba a Emilia la fuerza necesaria para sobrellevar su calvario. Pero esto la llevó a una dependencia del aguardiente.

                Aquel domingo su hija, Julia, estuvo paseando con sus amigas por la tarde y al regresar a casa se encontró con el cuadro.

                Emilia, desnuda sobre la cama, cubierta de moratones en todo su cuerpo, de semen, de babas y orines. Medio desvanecida y con el rostro reflejando una extraña placidez…                 

—¡¡Carlitos qué has hecho!! — Grita Julia

 Su hermano se acurruca aún más y grita lamentándose… 

Julia envuelve a su madre en la manta que cubre el camastro y la arrastra hasta el baño donde la coloca en el suelo, abre el grifo de la bañera, comprueba la temperatura y deja que se llene.

                Regresa a la habitación de su hermano para cerrar la puerta y evitar que escape, como otras veces ya ha hecho.

Julia se desnuda para evitar que se moje y se ensucie su vestido… es el de los domingos y se quedaría sin poder salir si se estropea.

                Vuelve al baño, intenta espabilar a su madre y ayuda a que entre en la bañera.

                Emilia no se sostiene sentada. Julia la sujeta por la espalda con una mano, vierte champú sobre su cabeza y la refriega para limpiar sus pegotes de suciedad. Gruesas lágrimas resbalan por su rostro. Sigue con jabón lavando el cuerpo de su madre que empieza a responder a sus caricias. Se abraza a su hija y la besa…

                —Carlitos… ¿Otra vez?… — Dice con los ojos cerrados y acariciando a su hija pensando que es su hijo… Buscando un inexistente pene entre los muslos de Julia.

                —No mamá… soy yo… Julia… Has bebido mucho… Esto ha de acabar… No podemos seguir así…

                Sigue lavando cada centímetro de la piel de su madre que reacciona a sus caricias… Sus tetillas se crispan, una descarga en su bajo vientre la lleva casi al orgasmo. Julia intuye lo que ocurre y sigue pasando sus manos por todo el cuerpo materno que gime.

                —¿Te duele mamá? —  Julia piensa que se lamenta por el dolor de sus hematomas…

                Pasa su mano por el sexo afeitado de su madre intentando eliminar los pegotes de semen seco, arriba, abajo, arriba… Un temblor y un alarido le indican que no es dolor lo que siente su madre… Un intenso orgasmo la recorre y se abraza a su hija e intenta besarla en la boca.

                Julia se aparta sin violencia de su madre y contempla su rostro, sus labios entreabiertos, los ojos cerrados, sus manos en los pechos, pellizcándose los pezones…  Un nuevo orgasmo la hace contorsionarse en el agua.

Julia siente como su propio cuerpo reacciona ante la situación. Apenas una hora antes otras manos acariciaban su cuerpo, en el quicio de una puerta, en una calle del pueblo.

El chico que la pretende la ha besado y ha pasado sus manos por su cuello, sus pechos, sus caderas; ha llegado a acariciar su pubis sobre la ropa. Julia lo ha rechazado, de haber seguido habrían terminado revolcándose en cualquier rincón del parque y eso ella no lo quería, no debía y no podía. Ha cortado definitivamente con él. Pero la excitación que le ha provocado seguía en su cuerpo. Las manos de su madre acarician las suyas y las llevan a su sexo.

Emilia abre los ojos y frunce el ceño. Parece que está despertando de un sueño y no comprende que pasa. ¿Por qué está en la bañera con su hija? De todos modos la excitación la empuja a satisfacer sus impulsos sexuales sin importarle con quien… Julia acaricia tiernamente con una mano el sexo de su madre y la otra en su propio sexo… Comprende que su madre tiene derecho a satisfacer sus deseos ya que no tiene un hombre a su lado desde que su padre les abandonó muchos años atrás.

La excitación les hace llegar al clímax en pocos minutos. Terminan abrazadas y besándose el cuello, después los labios, con ternura, con cariño…

Tras descansar unos minutos sentadas frente a frente en la tina, se miran amorosamente…

—Mamá, tendríamos que bañar a Carlitos… Está hecho un asco, se ha hecho pis y caca encima…

                —Sí hija, vamos a traerlo; cambia el agua que esta está asquerosa…

                En pie fuera de la bañera se secan la una a la otra y desnudas se dirigen a la habitación de Carlos que sigue en su rincón sin moverse. Las mira asustado y se encoge aún más si se puede.

                Se acercan despacio, hablándole con palabras suaves y sonriéndole para no asustarlo. Lo cogen de un brazo cada una y, con suavidad, lo levantan y lo conducen al baño. Se deja llevar y palmea alegremente al ver la bañera. Le gusta mucho que lo bañen; sabe que eso conlleva un masaje en sus partes que suele acabar de forma placentera. Es la forma que su madre y hermana han encontrado para controlar sus fuertes impulsos sexuales.

                Como cada vez que lo bañan juega con el agua mojándolas a las dos. Por eso prefieren hacerlo desnudas…

                Con los masajes agua champú y jabón observan, sonriendo ambas, como su pene se alza majestuosamente, alcanzando casi los veinte centímetros.

                Su hermana lo acaricia y masajea amorosamente; él alcanza los senos de su madre y los amasa. Lleva una mano al sexo de Julia. Ella está acostumbrada, nunca ha pasado de ahí; por esto se afeitó su coñito, para evitar los tirones de pelo. Sin embargo hoy parece más agresivo. Con las dos manos la atrae de los hombros hacia él y culea simulando copular con ella. Su madre no lo permite.

                —¡Noo, Carlitos!… A la hermana noo…

 Le retira las manos y lo obliga a tumbarse, en el fondo de la bañera, con el pene apuntando al techo. Entra y coloca ambas rodillas a los lados de las caderas de su hijo y se deja caer despacio permitiendo la penetración hasta el fondo de su vientre. El chico se mueve con rapidez, ella lo conoce y sabe que se acerca su eyaculación; en el último momento se levanta para que no descargue en sus entrañas y lo masturba para que termine….

Ha sido la forma de controlar los posibles embarazos no deseados. Los anticonceptivos y los preservativos estaban fuera de su alcance. En los años sesenta, en este país, estaban prohibidos… De todos modos a la madre le preocupa mucho que los hermanos tengan relaciones sexuales completas. Todo lo más permite que Julia lo masturbe para relajarlo y reducir su agresividad.

                Pero Julia es joven y no puede evitar excitarse, se masajea el clítoris con una mano,  acariciando a la pareja con la otra. Pero al llegar su hermano al clímax abandona la acción.

Ya más relajado y de acuerdo con la madre lo levantan, lo secan y lo cubren con un albornoz. También ellas se cubren con sendas batas de baño y se dirigen a la cocina para preparar algo de cena.

                —Voy a limpiar la habitación de Carlos mientras preparas la cena mamá. Ten cuidado con él, es capaz de meterte mano de nuevo…

                Se esfuerza por no vomitar mientras limpia. Le suele ocurrir cuando se enfrenta a tanta suciedad. Utiliza agua, legía y amoniaco. Terminada su tarea se lava y vuelve a la cocina. Carlos sentado en la mesa la golpea suavemente con la mano semi cerrada imitando una masturbación.

                Mientras Emilia trae las viandas a la mesa, Julia da de comer a su hermano; como si fuera un niño de dos o tres años. Pensativa pregunta a su madre:

                —Mamá, ¿qué te ha pasado hoy?

                —Qué me va a pasar hija. Empecé a tomar una copita aquí en la cocina, después otra… Y otra… Carlos gritaba y fui a ver que le pasaba. Estaba con la pinga fuera y se la golpeaba con la barra de los pies de la cama. Temía que se hiciera daño y me acerqué para calmarlo, me empujó sobre la cama y se me vino como loco, me arrancó la ropa y yo me dejaba hacer. Estaba muy borracha. Después ya no sé qué me pasó. Me reía con sus cosas, me terminé de desnudar…  Fui yo quien lo animaba a follarme con furia. Me hacía daño golpeándome, se orinó sobre mí  y yo reía. Supongo que el alcohol me anestesiaba… Después ya no recuerdo nada. Hasta que desperté en tus brazos, en la bañera.

                —Pero mamá, lo que has hecho es muy peligroso, Carlos no sabe lo que hace. Con su fuerza puede darte un golpe y…

                —Matarme Julia, puede matarme… lo sé. Quizá esa sea la solución.

                —¡Eso, y dejarme a mi sola con él!  ¡¡¿Esa es la solución para ti?!!

                —¡No cariño! Perdóname.  Jamás te dejaría sola. Estoy esperando a ver si don Eloy, el médico, me facilita esas pastillas para tranquilizarlo. Porqué la que le dábamos lo dejaban como muerto y me daba mucha pena… Anda, vamos a cenar…

                Julia sirve el cocido de garbanzos que quedaba del medio día en la mesa, a su hermano, a su madre…

                Durante la cena, Emilia, recuerda:

                Fernando, su marido, el padre, a los tres años de nacer su hijo y observando su retraso, que era similar al de un hermano suyo que, según le dijo, acabó en un manicomio, se vio incapaz para afrontar la situación y abandonó a su familia; simplemente un buen día fue a por tabaco y desapareció. Su esposa Emilia, entonces  de veintiséis años, su hija Julia de seis y su hijo Carlos de tres, quedaron solos a su suerte.

                En los años cincuenta, en España, la atención a este tipo de patologías era muy deficiente; la solución que le daban era la reclusión en un centro psiquiátrico, donde quedaban convertidos en zombis a base de fármacos, electroshock, palizas o abandono.

                Con la ayuda de la familia de Emilia sobrevivieron manteniendo a su hijo Carlos encerrado durante años en una habitación de la casa. Esta estaba  situada bastante alejada del pueblo, aislada y rodeada de árboles. Eso facilitaba que no se escucharan los gritos de Carlos. Aunque algunos vecinos sabían de su existencia, lo mantenían en secreto. No se hablaba de ello.

A la muerte de los padres de Emilia le dejaron en herencia unas tierras que ella arrendaba y les facilitaban los medios económicos necesarios para mantenerse, aunque sin demasiados lujos.

Miraba a su hija Julia, tan bonita, con un cuerpo escultural, unos ojos almendrados, color miel… Tuvo que cortarse el pelo para evitar los tirones que le daba Carlos en cuanto se acercaba… Aun así era preciosa. Sabía que un chico del pueblo la pretendía… pero eso era peligroso. ¿Qué pasaría cuando decidiera casarse y dejarla sola con Carlos? ¿Cómo se las apañaría? Su hijo cada vez más fuerte. Ya media el metro setenta y cinco. No comprendía como estando encerrado tanto tiempo se mantenía con ese cuerpo fibroso, duro, con músculos marcados… Y el miembro viril tan hermoso, grande y  tan duro estando excitado, que era casi siempre…

Lo cierto es que a ella, una vez superó los miedos, el tabú y las prevenciones morales, se sentía más que satisfecha con el sexo salvaje que practicaban. Le servía a su hijo para relajarse y a ella para calmar sus ardores, cada vez más acuciantes.

Pero Julia tenía razón. Debía controlar el aguardiente porque eso podría tener consecuencias imprevisibles. Sin embargo ella era incapaz de dejarse follar por su hijo si no estaba… alegre… Sus orgasmos eran tan intensos… Pero existía el riesgo del embarazo.

—¡Mamá, llaman a la puerta! ¿Quién será a esta hora? Voy a abrir…

Julia quita el cerrojo que bloquea la puerta y abre. Ante ella una chica… joven, bonita, pelirroja, con los ojos verdes más hermosos que ha visto nunca… Y qué cuerpo… ¡Joder, es preciosa!

—¿Y tú… quién eres? — Pregunta casi balbuceando por la sorpresa…

                — Tú debes ser Julia ¿no? Soy Candi, bueno, Cándida; tu medio hermana…

                La impresión de Julia fue brutal. No comprendía nada.

—¿Quién es, Julia? Estas no son horas de visita — Gritó Emilia desde las habitaciones donde se había apresurado a llevar a Carlos para que no lo viera quien estaba en la puerta.

                —¿Puedo pasar? — La carita de Candi indicaba que en cualquier momento se echaría a llorar.

                —Si claro… Pasa. — La acompañó hasta el salón. — No entiendo nada Candi. ¡¿Cómo que eres mi medio hermana?!

                La chica se sentó donde Julia le indicó. Dejando a su lado una maleta de cartón amarrada con cuerdas para evitar su rotura.

                —¿No sabías nada de mí? Nuestro padre me dijo que os había escrito una carta cuando murió mi madre… Claro, a lo mejor no la recibisteis ¿no? Él me hablo mucho de vosotras de ti, de Emilia, tu madre, y de… ¿Carlos? ¿Cómo está? … Me dijo que tenía problemas graves de salud y que al no tener noticias quizás habría muerto…

                Emilia se acerca a las chicas y escucha las últimas palabras…

                —¡Dios mío! ¡Era verdad… El malnacido de mi marido se fue con una puta a la que había dejado preñada!

                —¡Mi madre no era una putaaaa!

                El grito de Candi sobresaltó a las dos mujeres.

—Mi padre y ella se querían mucho y mi madre le fue fiel hasta su muerte… — Estalló en llanto y no la dejaba hablar. — Me…  me voy de aquí, no os necesito para nada…

Se levantó para marcharse… pero la detuvo y la obligo a sentarse de nuevo.

—Tú no te vas de aquí. Te quedaras y nos contaras todo lo que ha pasado. Además, es muy tarde y el pueblo está lejos para volver andando de noche. Mamá, cállate ya. Necesito saber qué ha pasado con mi padre… Dime Candi, ¿cómo está?…

Entre lágrima y lágrima, sorbiendo los mocos, pudo seguir hablando.

—¿Por qué creéis que estoy aquí? Mi madre murió hace tres años y mi padre… La semana pasada… Antes de morir me dejó algo de dinero y esta dirección. Me dijo que Emilia era su mujer y me ayudaríais…  Pero ya veo que no… El taxi que me trajo hasta aquí se ha ido y necesito un rincón donde pasar la noche, mañana me marcharé… y no me volveréis a ver…

Emilia se sentó en una silla y hundió la barbilla en su pecho. Julia no pudo evitar el sentimiento de pena por haber perdido a su padre… En el fondo siempre mantuvo la ilusión de que regresaría.

Abrazó a su hermana cubriéndola de besos…

—¡Ni hablar! ¡Te quedas aquí! No te iras a ningún sitio. Mamá, Candi es mi hermana…

—Lo sé cariño… Perdóname Candi. Ha sido un pronto sin pensar… Ven dame un abrazo…

Emilia abrazó a Candi y Julia las abrazó a ambas…

—¿Has cenado, Candi?

—No he comido nada desde esta mañana Julia…

—Te traeré algo, siéntate. —La joven se sentó y su hermana le puso delante un plato de cocido que ella devoró. Estaba muy hambrienta.

—Dormirás conmigo Candi. Te llevaré la maleta. Al fondo del pasillo está el baño, por si quieres asearte. Este es nuestro dormitorio.

La chica, tras dar las gracias se adentró en el pasillo.

 Carlos parecía haber venteado a su nueva hermana…

—¡¡Aaahhh!! ¡¡Aaahhh!! ¡¡Aaahhh!! — Sus alaridos eran pavorosos…

Candi se asustó y regresó medio desnuda al salón donde se encontró con Julia…

—¡¡¿Qué es eso?!! ¿Quién grita así?…

—No te asustes, es nuestro hermano Carlos. Te ha olfateado y se pone así cuando huele a hembra… Ven a verlo. Hay una serie de normas que debes seguir con él. La primera, jamás vengas a verlo sola. No le abras la puerta por mucho que grite y si te ves en apuros… Veras… ven, hay que tranquilizarlo…

—¿Cómo?

Julia abrió por fuera los cerrojos de la puerta reforzada de la habitación de su hermano. Candi se asustó al verlo. Estaba en pié al lado de la cama, desnudo y se masturbaba frenéticamente. Julia se acercó, con palabras cariñosas lo empujó hasta acostarlo, se arrodillo a su lado y masajeó su pene ante la cara de asombro de Candi, que se acercó despacio. Julia la invitó a arrodillarse. Candi solo se cubría con el sostén y la braguita, pensaba que estaba sola con las dos mujeres, su hermana y su madrastra. Se sintió algo cohibida pero Julia, con un gesto, le indicó que daba igual, que no se preocupase.

Le cedió la verga de su hermano que ella cogió, no sin algo de aprehensión… Entre las dos acariciaron y masturbaron al chico mientras este les manoseaba los pechos, hasta que una potente descarga de semen les embarró las manos a ambas. Carlos quedó tendido tras los espasmos del clímax. Se durmió casi instantáneamente.

Al levantarse vieron a Emilia en el quicio de la puerta mirándolas con ternura. Pensaba que Candi se adaptaría pronto a su nueva situación.

—Vamos chicas, cerrad la puerta y vamos a dormir. ¿O no tenéis sueño?

Emilia estaba cubierta con un tenue camisón que dejaba ver su cuerpo al trasluz. Candi admiró su figura y le recordó a su madre. Un gesto de tristeza enturbio su bello rostro.

 —La verdad es que estoy agotada. Han sido muchas horas de viaje y me gustaría descansar.

—Vale Candi… Vamos a la cama, dormiremos juntas… Como dos hermanas… Ponte este camisón mío.

Candi se desnudó sin el más mínimo pudor ante su hermana. Se desprendió de las dos prendas que portaba y se puso la que le ofrecía su hermana; que pudo apreciar toda su alabastrina piel moteada de deliciosas pequitas, dos pequeños pechitos duros y coronados por pequeñas areolas rosadas. Sumonte de venus estaba coronado por una pelusa anaranjada-rojiza que a Julia le pareció bellísima.

—Julia, ¿puedo abrazarte? Es que dormía abrazada a mi madre, hasta que me faltó…  — El ruego de la chica era tan cándido, tan inocente…

—Claro que sí Candi. Ven a mis brazos.

La noche transcurrió sin más incidentes. Candi se durmió en cuanto se dejó caer en la cama abrazada a Julia, que admiraba su belleza, la suavidad de su piel, de su cabello, la perfecta línea de su nariz, los labios, los pómulos, la barbilla… Apagó la luz de la mesita y se dejó vencer por el sueño.

Las luces del amanecer sorprendieron a Candi al percibir un ligero roce en sus labios. Julia la besaba con una suavidad y delicadeza indescriptibles que le provocaron sensaciones desconocidas para ella. Sus pezones se erizaron rozando el camisón. Las yemas de los dedos de Julia acariciaron su pómulo y al abrir los ojos se encontró con los de ella. Una extraña sensación de ardor surgió arrebatadora desde su vientre, atravesó su pecho y erizó los cabellos de la nuca. Acarició la mano que la acariciaba… Y sonrió…

El gesto de Candi hizo sonrojar a Julia que no pudo evitar besar la boca de Candi que no rechazó el ósculo, rodeó con sus brazos el torso de Julia que se deshacía en el abrazo.

—¡Vamos gandulas, arriba!

La voz de Emilia hizo trizas la belleza del momento. Las chicas se dieron un cariñoso piquito en los labios que era la promesa de futuros encuentros. Se levantaron y se aprestaron para hacer frente a los retos diarios.

Las dos chicas entraron en la habitación de Carlos que descansaba, despierto pero tranquilo. Al ver a las hermanas se fijó con curiosidad en Candi.  Al acercarse le pasó la mano con curiosidad por su pelo rojo cobre, después por sus pómulos para tumbarse en la cama y adoptar la postura fetal. Momento que, bajo la dirección de Julia, aprovecharon para lavarlo y vestirlo con una camisola que cubría desde los hombros hasta las rodillas.

Candi miraba el sexo de su hermano que, con media erección, alcanzaba un tamaño considerable. Julia sonreía condescendiente. Besó en la frente de su hermano y este se reía. Balbuceaba.

—Juuu… liiaaa tee quiieroooo…

—Carlitos… esta es nuestra hermana Candi…

—Ahhh boo… ni taaa…

—¿Me das un beso Carlitos?

—hiiiii

Candi se acercó y besó a su hermano en la frente y la cara. Una lágrima corría por su mejilla. Acarició su cabello y se separó para disimular la tristeza que le embargaba.

—Un muchacho tan guapo, tan bello y… ¿Podría curarse?

—No Candi. Es un problema genético. Un tío nuestro, hermano de papá ya nació así. Físicamente hermosos, pero mentalmente… Que sepamos, hasta ahora, no tiene cura…

—Me da mucha pena. Papá me hablo de la enfermedad. Al parecer se transmite a través de las hembras pero la sufren los varones. A nosotras no nos afecta… Papá me dijo que lo mejor sería que no tuviera hijos. Que no tuviéramos hijos, ya que si eran niñas no tendrían problemas, pero los niños lo sufriría uno de cada diez… Por eso yo…

—Tú qué… Vamos a la cocina y hablamos y desayunamos. Mi madre está en la cuadra arreglando los animales.

—Yo… Me da vergüenza Julia… pero, bueno; me daba miedo tener novios así que buscaba… novias… ¿Te doy asco verdad?

—¡¿Asco dices?! No cariño… Ven, dame un beso…  Yo llegué a la misma conclusión, pero claro, en un pueblo tan pequeño como este no se tienen muchas posibilidades, así que solo lo hacía con…

—¿Con quién? ¿Tienes alguna amiga?

—No y si… Tengo a mi madre… Lo hablamos y acordamos tener relaciones las dos, aunque a veces ella las tiene con Carlos. Yo no, por evitar embarazos. Pero me excita mucho hacerle pajas y luego nos acostamos las dos y…

Candi se echó a llorar.

—¿Tú y tu madre?…

—Sí, ¿Por qué lloras?

—Porqué yo también lo hacía con mi madre. Papá nos veía y se excitaba acariciándonos a las dos, nos lo hacía por el culito y me daba mucho gusto, a mi madre también… Me decía que no me dejara follar por ningún hombre o se repetiría la maldición, solo con mujeres o por el culo, por eso me lo hacía, para acostumbrarme. Pero al morir mi madre me volqué en papá, él lo pasó muy mal, quería mucho a mi madre. Empezó a beber diciendo que era una maldición, que toda su familia estaba maldita.

—¿Desde cuándo estaban juntos papá y tu madre?

—Él me contó que al nacer Carlos ya supo que no era normal. En uno de los viajes a mi ciudad conoció a mi madre, se liaron y ella se quedó embarazada de mí. Creo que tengo un año menos que Carlos… Al saber con certeza que Carlos seria… así, supo que no podría soportarlo. Papá vivió una experiencia terrible.  Su padre, nuestro abuelo, mató a su hijo, el hermano  de papá y a su madre, nuestra abuela, porque los sorprendió… Ya sabes… Lo que hace tu madre con Carlos. Pero de eso ya hace muchos años. Vivian en la sierra, los enterró y de ellos nunca más se supo. Papá era pequeño, tendría cinco años y lo llevó a casa de una hermana de la abuela, su tía, que lo crió. Su padre, nuestro abuelo, desapareció. Papá pensaba que se había suicidado.

—Vaya familia… No tenemos desperdicio… ¿Has terminado con el desayuno?

—Sí Julia. Vamos a limpiar la cocina ¿no?

—Sí cariño, pero luego vamos a hacer algo que vengo deseando desde que te vi.

Las dos hermanas terminaron de recoger y limpiar. Julia llevó a su hermana a la habitación de Carlos que ya empezaba a estar intranquilo. Antes de entrar Julia se desprendió de sus ropas y le indicó a su hermana que hiciera lo mismo.

Llevaron a Carlitos hasta la cama y lo acariciaron para calmarlo. Candi asió el pene de su hermano y lo sobó con delicadeza; su hermano la miraba con extrañeza, extendió su mano hasta asir uno de los pequeños pechos de la chica que emitió un gemido ante el contacto, su delicado pezón se contrajo endureciéndose. Julia acarició el otro con una mano bajando la otra hasta el pubis buscando el pequeño y escondido botón del placer. Carlos intentó coger el mechón rojo de su monte de venus pero Julia se lo impedía…

—¡Noo, Carlitos! ¡No! ¡A la hermana noo! Cógeme las tetas…

El muchacho la miró y con una sonrisa bobalicona se dedicó a magrear y amasar los pechos de su hermana mayor mientras la menor lograba que llegara al clímax, provocando movimientos espasmódicos que lo dejaron tranquilo y casi dormido.

Las chicas cerraron la puerta y se marcharon a su dormitorio. En el pasillo se encontraron con Emilia que salía del baño donde se había duchado después del trabajo realizado.

—Vaya… ¿Dónde vais las dos?

—Al cuarto mamá, a follar; estamos muy, muy cachondas… ¿te vienes?

—Vamos putillas, que sois dos guarrillas que necesitáis ayuda…

—Mamá, tiéndete que le quiero mostrar a Candi lo que hacemos nosotras.

Emilia se desnudó; tendida mirando al techo se dejó acariciar por las manos y lenguas de las dos chicas. Cuando la excitación era máxima:

—¡Ahora Julia ahora! — Gritó Emilia fuera de sí.

Julia penetraba con tres dedos, cuatro, cinco… Con la mano entera el coño de su madre bombeando como si de un pistón se tratara, provocando espasmos y gritos de placer.

Poco después solo se escuchaban jadeos y lamentos en la habitación. Las tres mujeres satisfacían sus impulsos sexuales con caricias, besos y penetraciones en sus sexos hasta quedar exhaustas. Se quedaron dormidas, abrazadas, sellando así un acuerdo que les concedía los placeres que la hipócrita moral social les negaba.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

               

               

 

 

 

 

 

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